Fragmentos de un viaje por el sur de Francia, España y Portugal en 1802 - Karl Friedrich Von Jariges - E-Book

Fragmentos de un viaje por el sur de Francia, España y Portugal en 1802 E-Book

Karl Friedrich Von Jariges

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Beschreibung

Desde un punto de vista geográfico y cultural, el desplazamiento desde Europa central al suroeste del continente a finales del siglo XVIII y principios del XIX constituía un movimiento excéntrico en el más amplio sentido de la palabra, llegando a revestir a veces un cierto carácter de aventura. Como ejemplo de ello presentamos aquí el relato de Karl Friedrich von Jariges, que ofrece una visión muy personal de su viaje en 1802 por tres países muy dispares entre sí: Francia, España y Portugal. En este texto, publicado en 1810, además, se hace patente un punto de inflexión entre la narración del viaje ilustrado, con su pretensión generalista, y la del viaje romántico, con su perspectiva subjetiva y su atracción por lo diferente y exótico, una tendencia que llegará a ser extraordinariamente fructífera en este tipo de textos hasta más allá del siglo XIX.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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FRAGMENTOS DE UN VIAJEPOR EL SUR DE FRANCIA, ESPAÑAY PORTUGAL EN 1802

FRAGMENTOS DE UN VIAJEPOR EL SUR DE FRANCIA, ESPAÑAY PORTUGAL EN 1802

Karl Friedrich von Jariges

Introducción, traducción y notasde Berta Raposo

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

La publicación de este libro ha sido posible gracias al apoyo económico del MINECO en el marco del proyecto de investigación FFI2013-41921-P «Viajes y parajes. Topografías culturales de los viajeros alemanes en España».

© De esta edición: Universitat de València, 2021

© Introducción, traducción y notas: Berta Raposo Fernández, 2021

Coordinación editorial: Maite Simón

Maquetación: Inmaculada Mesa

Corrección: Iván García

Cubierta:

Ilustración: Passage de la Bidassoa, en Jean-François Bourgoing: Nouveau voyage en Espagne, vol. 1, París, Regnault, 1789.

Diseño: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-9134-807-8 (ePub)

ISBN: 978-84-9134-808-5 (PDF)

Edición digital

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN, Berta Raposo

FRAGMENTOS DE UN VIAJEPOR EL SUR DE FRANCIA, ESPAÑA Y PORTUGAL EN 1802

KARL FRIEDRICH VON JARIGES

Estancia en Lyon

Viaje por el Ródano de Lyon a Aviñón

Excursión de Aviñón a Vaucluse

Viaje de Aviñón a Nimes

Montpellier

Viaje de Montpellier a Bayona por Toulouse y Bagnères, en el valle de Campan.

Viaje de Bayona a Bilbao por Vitoria

Estancia en Bilbao

Viaje de Bilbao a Burgos

Viaje de Burgos a Madrid

Estancia en Madrid

Excursión de Madrid a Toledo y Aranjuez

Viaje de Madrid a Segovia

Viaje de Segovia a Valladolid

Viaje de Valladolid a Astorga

Viaje de Astorga a La Coruña

Excursión de La Coruña a Ferrol

Viaje de La Coruña a Tuy por Santiago y Vigo

Viaje de Tuy a Oporto

Viaje de Oporto a Coímbra

Viaje de Coímbra a Lisboa

Viaje de Lisboa a Ayamonte

Viaje fluvial de Ayamonte a Sevilla

Estancia en Sevilla

Viaje de Sevilla a Cádiz

Viaje de Cádiz a Gibraltar

Estancia en Gibraltar

Viaje de Gibraltar a Málaga

Viaje de Málaga a Granada

Viaje de Granada a Alicante por Murcia

Viaje de Alicante a Valencia

Viaje de Valencia a Barcelona por Murviedro

Viaje a Montserrat

Viaje de Barcelona a Perpiñán

ÍNDICE TOPONÍMICO

INTRODUCCIÓN

Y ahora ¡salud! Disfruta de la vida durante tu viaje y visitalugares que te parezcan agradables y útiles a la vez […]recorre el mundo a tu capricho,que viajando es como se forma un hombre perspicaz.

Este es uno de los muchos consejos que daba el amigo Werner, honorable comerciante, en una larga carta a Wilhelm, el protagonista de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe.1 En 1796, el año de publicación de esta obra, paradigma de la novela de formación del clasicismo alemán, hacía ya varias décadas que la cultura del viaje en Europa había empezado a eclosionar, favorecida por la mejora de las condiciones materiales, como los medios de transporte o la red de caminos y carreteras, pero también por el ansia de formación de la burguesía ilustrada. El horizonte de esos viajeros se había ampliado considerablemente a lo largo del siglo XVIII y ya no eran solo Italia y Francia, consideradas como cuna y crisol de la civilización, los países que despertaban interés, sino también España y, en menor medida, Portugal. Desde un punto de vista geográfico y cultural, el desplazamiento desde Centroeuropa al suroeste del continente constituía un movimiento excéntrico en el más amplio sentido de la palabra y, en aquella época, todavía revestía carácter de aventura.

Aunque ya desde el siglo XV hubo viajeros procedentes del ámbito lingüístico alemán que visitaron España dejando testimonios escritos en su lengua y no en latín (Weber, 2011: 15-43), es en la segunda mitad del siglo XVIII y sobre todo en la última década, es decir, a partir de la Revolución francesa, cuando empieza a percibirse un aumento significativo (Raposo, 2011: 120-166; Friederich-Stegmann, 2014: 51-57). Se trata generalmente de eruditos o comerciantes que se dirigen a España desdeñando las dificultades e incomodidades de los caminos y de toda la infraestructura, así como la mala fama de un país al que se consideraba atrasado y fanático. Aunque la Revolución y sus secuelas más bien dificultaban que favorecían la actividad viajera, el interés alemán por España fue en aumento. Por otro lado, Francia era lugar de paso indispensable para llegar al país, si no se elegía una vía marítima directa desde el norte de Alemania, Inglaterra, Países Bajos o Italia. Y aunque España fuera la meta principal del viaje, las dos naciones vecinas (Francia y Portugal) también formaban y forman parte del suroeste europeo. Cabe preguntarse si algunos viajeros lo percibieron como un todo, o como una alternativa al sur tradicional, pero la respuesta a esta cuestión está reservada a investigaciones posteriores. Sea como sea, en este ámbito geográfico, el paso de la Francia posrevolucionaria a una España absolutista y fuertemente católica, y de ahí a un Portugal de características similares, pero diferenciado por el estrecho contacto con Inglaterra, ofrecía múltiples posibilidades de comparación y confrontación de observaciones e impresiones, algo consustancial a la literatura de viajes. Sin embargo, no todos los viajeros de la época aprovecharon esa posibilidad de la misma forma.

Entre 1790 y 1802 se tienen noticias de seis viajeros que pasaron por al menos dos de los tres países. En 1790 el erudito Joseph Hager viajó de Viena a Madrid, y en 1792 publicó un breve relato (Hager, 1792) donde describe su paso por el Tirol, el norte de Italia y Francia. El comerciante Leopold Anton (o Anton Friedrich) Kaufhold, cuya única meta era igualmente la capital, describe brevemente el paso por los Países Bajos, Francia y el camino desde la frontera hasta Madrid, para centrarse luego en esta ciudad. Su obra, además de un relato de viaje, es una monografía sistemática sobre España en dos gruesos volúmenes (Kaufhold, 1797). En cambio, el botánico Friedrich Heinrich Link tenía Portugal como objetivo principal de su viaje, y a este país dedica la mayor parte de su obra (Link, 1801).2 Son muy diferentes los casos de los dos viajeros más famosos de esta etapa y más conocidos en la bibliografía especializada española, porque algunos de sus escritos se tradujeron casi íntegramente: Christian August Fischer y Wilhelm von Humboldt. Ambos recorrieron gran parte de España con un itinerario similar: de norte a sur, con entrada por el País Vasco, y de Andalucía en dirección nordeste, para abandonar el país por Cataluña. Humboldt es un caso especial, pues en realidad no escribió ni publicó en vida ningún relato de viaje dedicado a España. Sin embargo, es conocido en nuestra lengua gracias a que Miguel Ángel Vega entresacó y tradujo del capítulo segundo de la edición póstuma de sus diarios (Leitzmann, 1918) la parte que relata el viaje a España (Humboldt, 1998). En cuanto a Fischer, llegó a convertirse en una especie de especialista en España durante las primeras décadas del siglo XIX, con once publicaciones sobre el tema, de las cuales se ha traducido su relato general de viaje (Fischer, 2007) y otros dos libros que no pertenecen propiamente a ese género, sino que son descripciones de ciudades: Valencia (Fischer, 2008) y Madrid (Fischer, 2013).

Finalmente, el crítico y traductor literario Karl Friedrich von Jariges lleva a cabo su viaje en 1802, pero no publica el relato hasta 1810, probablemente motivado por el redoblado interés que había despertado España en toda Europa a raíz del estallido de la guerra de la Independencia en 1808.3 A diferencia de Fischer y Humboldt, que no llegaron a visitar Portugal, Jariges lo incluye en su viaje y en el relato correspondiente, en el que presenta una visión compacta de los tres países (Francia, no obstante, limitado a su parte meridional) y con esta del suroeste. En este aspecto, su obra completa las de sus dos famosos antecesores y la presente traducción íntegra4 se propone darla a conocer al público de habla española para ir llenando la laguna (que afortunadamente va haciéndose cada vez menor) en el conocimiento de la literatura de viajes alemana dedicada a España y a su entorno geográfico.

* * *

Karl (o Carl) Friedrich von Jariges (Berlín 7 de septiembre de 1773 - Berlín 22 de junio de 1826)5 era nieto de un ministro prusiano descendiente de hugonotes franceses. Gracias a la situación acomodada de la familia, pudo permitirse llevar una vida, si no opulenta, sí dedicada a la literatura y a los viajes de formación, una vez finalizados sus estudios de Comercio y Derecho. Su viaje a España tuvo lugar en 1802, en compañía del barón Ludwig von Vincke (funcionario de la Administración comunal, cuyo objetivo era comprar lana merina para fomentar el desarrollo de la ganadería en Prusia) y del botánico Gottfried Konrad Hecht. Se encontraron los tres por primera vez en Bilbao, y a partir de aquí Jariges viajó solo hasta Madrid, mientras que los otros dos siguieron por la costa del norte. Más tarde se reencontraron en Astorga para continuar juntos el viaje.

Pocos años después, probablemente entre 1804 y 1806, Jariges se estableció en Weimar, el centro del clasicismo alemán dominado por la figura de Johann Wolfgang Goethe. Entonces adopta el seudónimo de Beauregard Pandin, tomado del apellido de sus antepasados franceses (Döring, 1837), y trabaja como colaborador y reseñador en diversas revistas literarias, llevando una vida muy retraída, sin establecer contactos estrechos con los círculos intelectuales de la época. Sus reseñas literarias y sus críticas teatrales, que solía publicar anónimamente, llegaron a ser muy temidas debido a su dureza y le granjearon muchas enemistades, hasta el punto de que en 1809, por instigación de actores y actrices del teatro de la corte de Weimar, que se sentían ofendidos por dichas críticas, se decretó su expulsión del ducado con el pretexto de haber perturbado la paz de una institución tan «renombrada y honorable» (Fambach, 1967: 371) como pretendía serlo dicho teatro.

Posteriormente se instaló en Dresde, y luego en Berlín, donde permaneció hasta su muerte en 1826. Además de seguir colaborando para diversas revistas literarias, se dedicó a realizar traducciones de la literatura española, inglesa, francesa e italiana al alemán, entre las que destacan Spanische Romanzen (Romances españoles), publicada en 1823, y las versiones de varias obras de Shakespeare en 1823 y 1824. Sin embargo, su único libro de autoría propia fue el que presentamos ahora.

* * *

El relato del viaje de Jariges apareció anónimo con el título Bruchstücke einer Reise durch das südliche Frankreich, Spanien und Portugal im Jahr 1802 (Fragmentos de un viaje por el sur de Francia, España y Portugal en 1802) en la editorial Gleditsch de Leipzig, que ya en el siglo XVII se había destacado por publicar tratados de geografía y relatos de viaje. Una peculiaridad formal es que el libro está impreso en caracteres latinos (lo que en alemán se denomina letra Antiqua), no góticos (Fraktur), como era habitual en la época. Probablemente esto se debió a la influencia política francesa, que en el año 1810 estaba en su apogeo en los territorios de habla alemana y propició un florecimiento efímero de ese tipo de letra en las imprentas alemanas.

La distancia de ocho años entre la realización del viaje (1802) y la publicación (1810) no es un caso excepcional. Además, esta distancia se acorta si se tiene en cuenta que entre julio de 1807 y enero de 1809 habían ido apareciendo más o menos regularmente en la revista literaria Zeitung für die elegante Welt (Periódico para el mundo elegante)6 varias entregas de episodios de viaje por Francia, España y Portugal, que son el precedente del posterior libro. Gracias a esta distancia temporal, el autor incluyó detalles en diversas ocasiones que no pudo conocer en 1802, por ejemplo la referencia a la batalla de Trafalgar en 1805, o a la ocupación francesa de Portugal en 1807. Sin embargo, falta toda referencia a los acontecimientos de 1808, con lo cual la obra representa una foto fija de la situación anterior a la guerra de la Independencia,7 una imagen de la calma antes de la tempestad en lo que respecta a la península ibérica.

El anonimato no resulta extraño si se tiene en cuenta que Jariges solía publicar sus críticas literarias sin indicar su autoría. También es posible que todo esto denote el aislamiento en el que se encontraba después del infausto episodio que tuvo que vivir en Weimar solo un año antes. Lo que ya no es tan habitual es la falta de elementos paratextuales e información sobre las circunstancias condicionantes de la publicación, tales como el objetivo del viaje o los posibles destinatarios del libro. A diferencia de otros relatos de viaje de la época, el de Jariges carece de índice, prólogo, introducción u observaciones preliminares. Tampoco tiene una dedicatoria, y el final resulta extrañamente abrupto, inacabado casi. Por lo tanto, la palabra fragmentos, presente en el título, puede entenderse aquí literalmente, ya que, como se ha indicado antes, se trata de una recopilación de artículos anteriores a la aparición del libro.8

El objetivo del viaje era claramente cultural, como lo demuestra la insistencia en aspectos relacionados con la literatura: la excursión a la gruta de Petrarca en Fontaine-de-Vaucluse, las citas y referencias a autores alemanes y españoles, las visitas a representaciones teatrales (en Lyon, Montpellier, Madrid, Valladolid, Oporto, Lisboa, Alicante y Valencia). En este contexto tiene una relevancia especial la estancia en Granada, que fue el germen de su posterior estudio y traducción de romances españoles. En su descripción de la Alhambra se detiene especialmente en la sala de los Abencerrajes y en los jardines del Generalife, como escenarios de acontecimientos relatados en esos viejos romances. Con ello refuerza una tendencia que ya había iniciado Fischer con su interés ocasional por el pasado musulmán de España. En Jariges este interés culmina en el aspecto literario y años más tarde da sus frutos en la publicación de Spanische Romanzen arriba mencionada.

Esta concentración en lo literario no impide que Jariges se muestre como típico viajero ilustrado con intereses universales que abarcan todos los demás aspectos de la vida de los tres países, de su economía, de su cultura, de su religión, de sus costumbres sociales y hasta de su lengua (no son infrecuentes las observaciones sobre la pronunciación y el léxico del español). Combinando pasajes descriptivos y narrativos, como es usual en la literatura de viajes, toca los temas más diversos y a menudo ameniza sus observaciones relatando anécdotas y encuentros personales. En lo que respecta a las artes plásticas y a la arquitectura, da muestras de tener un gusto clasicista, muy en consonancia con lo que refleja también en sus reseñas literarias de su época de Weimar. Sobre temas políticos apenas se pronuncia, excepto en lo referente a las secuelas de la Revolución en Francia. Por otro lado, no deja de hacer referencia a sucesos de actualidad, como la epidemia de fiebre amarilla de 1800, o ya en el propio 1802, la rotura del pantano de Puentes en La Tova (Lorca) y la visita de Carlos IV con toda su corte a Barcelona. Pero donde se detiene con más deleite es en las descripciones de la naturaleza: paisajes en general, salidas y puestas de sol, temporales en el mar. Las descripciones de paisajes muchas veces le despiertan reminiscencias literarias: así, las primeras naranjas que come en Portugal le recuerdan la canción de Mignon en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe; el palmeral de Elche le remite al Cantar de los Cantares; los jardines cercanos al mar en Mataró le llevan a insertar su propia traducción de un pasaje de El príncipe constante de Calderón.

Así se muestra cómo la obra de Jariges representa un punto de inflexión entre el viaje ilustrado con su pretensión generalista y el viaje romántico con su dicción subjetiva y con su atracción por lo diferente y exótico, una tendencia que llegará a ser extraordinariamente fructífera en este tipo de texto hasta más allá de todo el siglo XIX.

Observaciones sobre la traducción

La presente traducción se guía en general por un principio de fidelidad filológica, asumiendo conscientemente el riesgo de caer en un estilo poco atractivo: a veces redundante, a veces recargado de adjetivos y adverbios. Así se refleja el hecho de que Jariges, a pesar de su interés por la literatura, no era literato.

El texto original muestra además algunas peculiaridades formales cuya resolución se rige por las siguientes pautas:

– Para los topónimos hemos utilizado la grafía actual, corrigiendo los muchos errores tipográficos del original.

– Siguiendo las normas de edición de PUV, cuando el autor utiliza palabras o sintagmas en un idioma que no sea el alemán lo señalamos con cursiva. No así cuando introduce frases breves o citas en otro idioma; en ese caso, se mantiene la letra redonda.

– En los títulos de obras literarias o de arte hemos utilizado las denominaciones españolas canónicas, salvo excepciones que se explican en notas al pie.

BIBLIOGRAFÍA

DÖRING, Heinrich (1837): «Jariges, Karl Friedrich von», en J. S. Ersch y J. G. Gruber (eds.): Allgemeine Encyclopedie der Wissenschaften und Künste, Leipzig, Gleditsch, Sección 2, vol. 14, p. 387, en línea: <http://resolver.sub.uni-goettingen.de/purl?PPN362237611> (consulta: 13-09-2020).

FAMBACH, Oscar (1967): «Karl von Jariges und seine Katastrophe zu Weimar», Jahrbuch des Freien Deutschen Hochstifts, pp. 328-385.

FISCHER, Christian August (2007): Viaje de Ámsterdam a Génova pasando por Madrid y Cádiz, traducción de Hiltrud Friederich-Stegmann, Alicante, Publicaciones Universidad de Alicante.

— (2008): Cuadro de Valencia, en Berta Raposo y Grupo Oswald (eds.), Valencia, Biblioteca Valenciana.

— (2013): Cuadros de Madrid, en Sandra Rebok (ed.), Madrid, CSIC.

FRIEDERICH-STEGMANN, Hiltrud (2014): La imagen de España en los libros de los viajeros alemanes del siglo XVIII, Alicante, Publicaciones Universidad de Alicante.

GÁRATE, Justo (1985): «Viaje de von Jariges desde Bayona a Vitoria, Bilbao y Burgos en 1802», Revista internacional de los estudios vascos 2(30), pp. 227-242.

GARCÍA-WISTÄDT, Ingrid (2011): «Krieg und Romantik. Vom spanischen Unabhängigkeitskrieg bis zur deutschen Märzrevolution», en Berta Raposo e Isabel Gutiérrez Koester (eds.): Bis an den Rand Europas. Spanien in deutschen Reiseberichten vom Mittelalter bis zur Gegenwart, Fráncfort del Meno/Madrid, Iberoamericana/Vervuert, pp. 167-225.

GARCÍA-WISTÄDT, Ingrid; Isabel GUTIÉRREZ KOESTER y Berta RAPOSO (2019): Valencia inédita. Testimonios de viajeros alemanes (siglos XVIII-XX), Valencia, PUV.

HAGER, Joseph (1792): Reise von Wien nach Madrit im Jahre 1790, Berlín, Friedrich Vieweg.

HUMBOLDT, Wilhelm von (1998): [Diario de viaje a España 1799-1800], traducción de Miguel Ángel Vega, Madrid, Cátedra.

KAUFHOLD, Anton Friedrich (1797): Spanien wie es gegenwärtig ist, in physischer, moralischer, politischer, religiöser, statistischer und literarischer Hinsicht aus den Bemerkungen eines Deutschen, während seines Aufenthalts in Madrid in den Jahren 1790, 1791 und 1792, 2 vols., Gotha, Carl Wilhelm Ettinger.

LEITZMANN, Albert (ed.) (1918): Wilhelm von Humboldts Tagebücher, vol. 2 (1799-1835), Berlín, Behr, pp. 126-355.

LINK, Friedrich Heinrich (1801): Bemerkungen auf einer Reise durch Frankreich und Spanien vorzüglich Portugal.

— (2010): [Viaje por España], traducción de Marta Fernández Bueno, estudio introductorio y notas de Sandra Rebok y Miguel Ángel Puig-Samper, Madrid, CSIC.

RAPOSO, Berta (2011): «Neugierige Gelehrte und gebildete Kaufleute: Deutsche Spanienreisende im 18. Jahrhundert bis zum Anfang des Unabhängigkeitskriegs (1700-1808)», en Berta Raposo Fernández e Isabel Gutiérrez Koester (eds.): Bis an den Rand Europas. Spanien in deutschen Reiseberichten vom Mittelalter bis zur Gegenwart, Fráncfort del Meno/Madrid, Iberoamericana/Vervuert, pp. 113-166.

WEBER, Eckhard (2011): «Pilger, Räuber, Heiden und Ketzermeister. Spanienbilder in Texten deutscher Reisender an der Wende zur Neuzeit (15./16. Jahrhundert)», en Berta Raposo Fernández e Isabel Gutiérrez Koester (eds.): Bis an den Rand Europas. Spanien in deutschen Reiseberichten vom Mittelalter bis zur Gegenwart, Fráncfort del Meno/Madrid, Iberoamericana/Vervuert, pp. 15-76.

ZIMMERMANN, Christian von (1997): Reiseberichte und Romanzen. Kulturgeschichtliche Studien zur Perzeption und Rezeption Spaniens im deutschen Sprachraum des 18. Jahrhunderts, Tübingen, Max Niemeyer.

1. Libro V, cap. 2.º, traducción de Miguel Salmerón.

2. Existe una traducción parcial que recoge solo la etapa española del viaje (Link, 2010).

3. Igualmente en 1810 apareció el opúsculo del pastor protestante y pedagogo suizo Friedrich Studer Rückerinnerungen aus Spanien (Recuerdos de España), que solo con grandes reservas podría considerarse como perteneciente a la literatura de viajes (García-Wistädt, Gutiérrez Koester y Raposo, 2019: 54-56).

4. Existen ya dos traducciones parciales: la de los capítulos dedicados al País Vasco, realizada por Justo Gárate (Gárate, 1985) y la de los dedicados al Reino de Valencia, realizada por Berta Raposo (García-Wistädt, Gutiérrez Koester y Raposo, 2019: 47-54).

5. Todos los datos que se recogen aquí sobre la vida de Jariges están extraídos de Döring (1837), Fambach (1967), Gárate (1985: 242) y Zimmermann (1997).

6. Esta revista era uno de los órganos donde Jariges publicaba sus críticas y reseñas.

7. Esta guerra representa, si no una interrupción de la actividad viajera, sí una cesura y un factor que cambia temporalmente el carácter de los viajes que hacían los alemanes a España (García Wistädt, 2011: 167-186).

8. Según Döring (1837), el libro en realidad salió en 1809, aunque la publicación lleve 1810 en el pie de imprenta.

Karl Friedrich von Jariges

FRAGMENTOS DE UN VIAJEPOR EL SUR DE FRANCIA,ESPAÑA Y PORTUGALEN 1802

LeipzigEditado por Johann Friedrich Gleditsch1810

ESTANCIA EN LYON

Primera impresión de Lyon ~ Recuerdo de la época del Terror ~ Zonas ~ Primera celebración del domingo ~ École vétérinaire ~ La sensible Eulalia ~ Las Hermanas de la Caridad

Se calcula que esta importante ciudad, la segunda del reino después de París, perdió 6.200 habitantes debido a los horrores de la Revolución. Antes contaba con 150.000 y ahora solo tiene 8.800. Esto no me era desconocido, y sin embargo me llamó mucho la atención a primera vista el escaso tráfico en las calles y plazas y una cierta desgana rayana en la depresión que noté en muchos rostros. Cuando uno se ve transportado a una ciudad de ese tamaño y de esa fama es difícil librarse de todas las expectativas de plenitud, de vida y de tráfico, más aún en una ciudad comercial tan grande. Además, todavía tenía fresca en la memoria la vivaz y encantadora Ginebra, y todo me parecía sin terminar e imperfecto a su manera. No vi que el teatro fuera muy visitado, y me pareció mediocre. Aunque en la espléndida plaza del mercado de Les Terreaux un charlatán hacía de las suyas, la concurrencia de público a su alrededor no era tan numerosa como parecía esperar ese hombre tan apuesto, que encomiaba con gran gravedad sus polvos y tinturas montado en un magnífico caballo blanco ricamente enjaezado, llevando un sombrero adornado con galones dorados y un traje escarlata galoneado. Aquí y allá se anunciaban con enormes carteles varios restaurantes, pero si uno quería restaurarse bien tenía que encargar la comida unas horas antes. Los pocos paseantes de la bella plaza de Bellecour ofrecían un espectáculo casi quejumbroso: es como si se viera deambular a las ruinas de un antiguo bienestar. Andaban por allí figuras ya casi difuntas o tempranamente envejecidas, acicaladas de manera tan peregrina como si hubieran saqueado la tienda de un anticuario.

Además, aquí todavía está muy fresco el recuerdo de la época del Terror, quizá más que en ninguna parte. Tal como me aseguraron, apenas hay una familia que no haya tenido que lamentar la muerte de alguno de sus miembros. Produce horror la descripción detallada que el antiguo maire Palerne de Savy hizo de las escenas durante y después del asedio de la ciudad. Como es sabido, las crueldades más espantosas fueron perpetradas e instigadas por Collot d’Herbois, que sobre todo quiso vengarse porque una vez le habían silbado cuando era actor. Así, entre otras cosas, en unos sauces que formaban una avenida entre dos fosos hizo atar a doscientos desdichados de ambos sexos y de repente mutilarlos y aplastarlos con metralla y fusilería; algunos solo recibieron heridas leves, se desataron e intentaron huir a las islas arenosas de la parte menos profunda del Ródano; pero allí les esperaban los dragones que los pasaron por sus sables en medio del río, mientras que el tirano Collot d’Herbois, en pleno banquete, hacía sonar las trompetas al grito de «Vive la république!». En los árboles de la plaza de Les Brotteaux a las afueras de la ciudad todavía se ven, no sin estremecimiento, huellas de una lluvia de balas; toda esa zona produce la sensación horripilante de un calvario.

No se puede decir que Lyon sea bello; pero las dos plazas nombradas anteriormente, Les Terreaux y Bellecour, ahora llamada Bonaparte, así como el magnífico muelle del Ródano, son monumentos como pocas veces se encuentran; y si tampoco se puede considerar como bello el emplazamiento de la ciudad, sin embargo es muy variopinto por las colinas de viñedos de un lado, y por ambos ríos, el Saona y el Ródano, el primero de los cuales, siguiendo la costumbre matrimonial, tras casarse con el segundo, pierde su nombre. Tampoco faltan aquí los fuertes contrastes, como en todas las ciudades antiguas. El muelle izquierdo del Ródano ofrece una amplia perspectiva, de manera que cuando el cielo está claro se divisa hasta el Montblanc. Si desde allí se echa una mirada lateral hacia una de las calles estrechas, oscuras y sucias con casas de hasta cuatro y cinco pisos…, ¡cómo no se siente entonces la libertad de la naturaleza abierta, y al mismo tiempo lo deprimente y angustioso de las viviendas hacinadas en un estrecho espacio, que oprimen y aprisionan a la gente como en una jaula!

En la orilla derecha del Saona aún había algunas casas en ruinas, y allí trepé a los escombros de la antigua cárcel estatal de Pierre Encise, colocada sobre una roca escarpada, y a la cual se recuerda muchas veces en los libros de historia. Reina aquí un silencio horrible que hace olvidar la proximidad de una gran localidad. Si entonces se trepa a la colina de la orilla izquierda del Saona por callejuelas miserables hasta la iglesia de los cartujos, cree uno haber sido transportado a un lugar abandonado. Sin embargo, vale la pena hacer este camino tan fatigoso por la imponente vista que se disfruta desde la iglesia. Además, a mí me picaba la curiosidad de presenciar el solemne regreso que iba a celebrar hoy aquí monsieur Dimanche con sus otros seis hermanos, tal como lo anunciaban los periódicos, pese a todas las protestas del ciudadano Décadi.1 Encontré la iglesia, que no es muy grande y solo está restaurada en parte, repleta de gente de las clases bajas, de las cuales muchas no habían venido por devoción, sino igual que yo, por pura curiosidad. Aun así, la mayoría estaba de rodillas, rezaba y se persignaba celosamente mientras el sacerdote consagraba la hostia. Cerca del altar estaba un joven maestro con sus alumnos: en cuanto empezó la consagración, cayó de rodillas, arrastró a algunos de los niños violentamente al suelo e hizo señas a los otros para que se arrodillaran también. Tanto él como sus pupilos se mostraban visiblemente devotos y a veces se daban fuertes golpes de pecho. Probablemente se les había exhortado formalmente a actuar así. Muchos presenciaban el acto de pie y andaban de un lado para otro. Se les notaba que en realidad no sabían lo que debían pensar de todo eso. Pero todos parecían acordarse de las palabras «Silence - Respect» que estaban escritas en un cartel a la puerta de la iglesia. En otro lugar vi una mezcla escandalosa de lo sagrado con lo profano: en el refectorio de la antigua abadía de St. Pierre, que actualmente aloja las actividades bursátiles, está colgada una cruz negra sobre el gran cuadro de la Última Cena; ¡y en esa cruz están escritos los números de la lotería!

En lo que respecta a obras de arte, Lyon no tiene mucho que ofrecer. Lo más importante son quizás las colosales figuras de Coustou fundidas en bronce que representan el Ródano descansando sobre un león que significa la ciudad, y el Saona sobre una leona. Están a la entrada del suntuoso Ayuntamiento y ofrecen una vista impresionante. La sala de los quinientos cisalpinos no destaca por nada y se parece a un teatro anatómico. Pero sí que es destacable la École vétérinaire, que si no me equivoco es la más antigua que hay, de la cual han salido todas las demás. Sobre todo me llamó la atención un esqueleto de caballo colocado en posición de galope sobre el cual cabalga un esqueleto humano, lo cual me recordó a los versos de Bürger en Lenore:

¿Mi amada también tiene miedo? La luna brilla muy claro

¡Hurra! ¡Los muertos cabalgan rápido

¿Mi amada también tiene miedo de los muertos?

¡Bah, deja en paz a los muertos!2

El clima de aquí aún no es nada meridional. Igual que en Alemania, son temidas las tormentas debido a la bajada de temperaturas que suele haber después.

En el apreciable manual de viaje de Reichard aparece la observación de que el bello sexo está aquí a menudo desfigurado por narices chatas. Esta observación no carece de fundamento; por lo menos en los paseos y sobre todo en el teatro la encontré bien confirmada. Pero ¿cómo se podría explicar este fenómeno tan curioso?

En el teatro tuve la suerte de ver representada la obra maestra del Sr. Kotzebue Misantropie et Repentir.3 El vestuario era muy anticuado y casi andrajoso, y la representación muy exagerada. La obra produjo mucha emoción entre las señoras, de manera que los espectadores del patio de butacas, muy poco cortésmente, se incomodaron por los muchos sollozos y jadeos, y algunas veces tamborilearon y silbaron. La buena Eulalia fue interpretada por una actriz novata, que tenía la desgracia de parecerles demasiado rubia a los señores. Pronto se levantó un murmullo muy audible por el insípido color, y de repente la pobre actriz desapareció en plena representación, que se quedó parada durante un tiempo. Por fin apareció un actor y explicó al público que madame N. N. era «trop sensible à l’accueil peu flatteur, presque désagréable», a lo cual le aplaudieron. Después de una pausa bastante larga apareció de nuevo la «trop sensible» y representó su papel sentimental de forma tanto más conmovedora.

Es muy loable que el Gobierno francés haya dejado que siga existiendo al menos una orden religiosa: la de las Hermanas de la Caridad, que como cuidadoras de enfermos necesitados en los hospitales están consagradas a una profesión verdaderamente venerable. Se visten como monjas con un ropaje negro y llevan velos blancos, petos y delantales blancos, y una cruz dorada en el pecho. Su aspecto tiene algo de virtuoso y respetable, libre de los beatos gestos de inocencia de las monjas de clausura. Uno se las encuentra a menudo por la calle y siempre se alegra de ver estas nobles figuras en medio de las más corrientes.

El viaje de aquí a Aviñón se hace normalmente por vía fluvial, en el barco mercantil regular (coche d’eau). Yo seguí esa costumbre y la travesía me pareció bastante agradable, aparte de algunas incomodidades. Sin embargo, me di cuenta de que el viaje por tierra con el coche de correos es mucho más cómodo, rápido y seguro, e igual de agradable, si no más. Va continuamente colina arriba y valle abajo, no lejos de la orilla del Ródano, que es visible muy a menudo. Los caminos en general son excelentes. La ruta pasa por la villa de Orange, donde es muy digno de verse el arco de triunfo de Mario (todavía muy bien conservado), que aquí alcanzó una victoria sobre los cimbrios y los teutones. Para el que viaja en compañía es aconsejable la ruta por tierra. Yo la hice en enero en mi viaje de regreso, por lo que la conozco por experiencia propia.

VIAJE POR EL RÓDANO DE LYON A AVIÑÓN

El barco mercantil ~ Los compañeros de viaje ~ Vistas del Ródano ~ Comparación del viaje por el Ródano con los viajes por el Danubio y el Rhin ~ Divertida escena en Condrieux ~ Descripción de una cocina francesa ~ Pont Saint Esprit ~ Vista de Aviñón

A las cinco de la madrugada, el barco mercantil (coche d’eau) estaba listo para la partida, tan lleno de cajas, fardos y barriles que era un problema encontrar un pequeño asiento libre. Y los viajeros, un grupo muy variado, tardaron bastante en acomodarse de alguna manera. Eran unas treinta personas, de las cuales las de mayor alcurnia en seguida se separaron haciendo rancho aparte. Las mercancías gozaban de mayor atención que los pasajeros, lo cual a estos les disgustó no poco al principio. Pero los tripulantes del barco, que son la gente más basta que uno se pueda imaginar, no tienen ningún miramiento; más bien parece que buscan ser descorteses y brutales, queriendo imitar a los rudos marineros. Y así, siguiendo su estilo, se habían tatuado en el brazo caracteres extraños, y la miserable embarcación llevaba el orgulloso nombre de Temístocles. Comida y bebida no les faltaba, ni tampoco gritos y maldiciones en su patois, con los cuales saludaban a los barqueros que pasaban. Con el mismo entusiasmo rehuían el trabajo, y su pereza llegaba tan lejos que, cuando el anillo de un remo se rompió, en vez de arreglarlo, intentaron sujetar el remo con una pértiga hasta que por fin se decidieron a hacer una reparación a fondo.

Sin embargo, al habituarnos a estas molestias casi se nos olvidaron, y además tuve la alegría de descubrir entre los pasajeros a un amable inglés que había conocido hacía unas semanas en Zúrich. Como había sido educado en Alemania hablaba tan bien el alemán que creí ver en él a un paisano, y aunque en seguida sospeché que era un aventurero (y con razón, como luego se demostró), hice amistad con él. Se hacía pasar por un capitán inglés a tiempo parcial que había pasado algunos años en la guarnición de Gibraltar y que ahora viajaba a Italia por placer. Un judío alemán hizo un comentario característico sobre él, diciendo que al principio también lo había tomado por alemán porque tenía un aspecto muy amable. La bondadosa y cándida amabilidad a que se refería el judío parece ser, de hecho, la principal característica de la fisonomía de los alemanes, que solo se encuentra en naciones emparentadas con ellos como los suecos y daneses.

Además de estos había otros dos paisanos en el barco: dos oficiales sastres muy jóvenes de la zona de Württemberg que querían probar fortuna en Marsella. Me llamó la atención con qué estupor miraron mi mapa de viaje, pues todavía no habían visto nunca un mapa.