Gentes de San Apapucio - Nelson Gudín Benítez - E-Book

Gentes de San Apapucio E-Book

Nelson Gudín Benítez

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Beschreibung

En San Apapucio pasan muchas cosas, como también hay de todo en este libro lleno de humor que escarba en la sociedad y sus protagonistas, escrito cual crónica de estos tiempos difíciles. San Apapucio puede ser un pueblo, una ciudad, un país, el planeta todo, y usted, al conocer a sus personajes, se verá retratado en ellos, y su sonrisa cómplice acompañará la reflexión inteligente a la que nos llama el autor desde sus páginas.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Título original: Gentes de San Acapulco

Edición y corrección: Olga Lidia Machado Torres

Edición para ebook:Jorge Fernández Era

Diseño de colección: Enrique Mayol Amador

Diseño y composición: Roberto Armando Moroño Vena

Diseño y composición para ebook: Alejandro F. Romero Ávila

©Nelson Gudín Benítez, 2015

©Editorial José Martí,2015

ISBN: 978-959-09-0715-9

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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Prólogo

El humor, unas lecciones de residencia y la pata de la ballena coja

Ya lo sabemos, Nelson Gudín es uno de los más importantes humoristas del país, pero esta definición es incompleta si antes —o después— no resumiera o expandiera mis aciertos a campos más soterrados, más espinosos, los que eligen un cosmos literario cubierto por un implacable deseo de transgresión y de trascendencia. En efecto, la obra literaria de Nelson Gudín rebasa cualquier calificación secundaria y se apuesta en una coherente serie de obsesiones personales, delirios dramatizados por una tradición donde lo lúdico, lo falaz, el cauce irónico, atraviesan la amenazada culminación de una travesía donde se funden (y confunden, para bien) los emblemas literarios de varias —y variadas— escrituras.

Ahora mismo, me encuentro en el escabroso y agradable dilema de entender que su libroGentes de San Apapucioes una suerte de evasión de géneros, la mística y tumultuosa metamorfosis de espacios narrativos convenidos hacia un centro deslindado de todos los extremos. O sea, un libro que es, en sí mismo, varios libros, y que procura enmascarar esas sutilezas bajo ropajes muy distintivos (o en el mejor de los casos, no definitivos), un oscilante juego deburbujas, parecido al que Camilo José Cela utiliza enLaColmena,aquella novela coral y descarnada sobre el Madrid de la posguerra.

No sabemos —yo no sé— cuál es la verdadera clasificación genérica de esta obra, cuál su categoría clásica, según la retórica, y eso me explica el seductor aturdimiento de navegar (una metáfora horrenda, y por horrenda más metáfora) entre aguas contaminadas de infinitos flujos, la reproducción de múltiples modalidades que derivan en textos de una libertad ensanchada por complejos resortes dramáticos. Cuento, novela, viñetas, estampas, crónicas, cuentinovela: la literatura no necesita de más hábitat que el de un cuerpo semántico, fonológico, contextual, pero más que todo de un cuerpo donde sus verdaderos límites estén relacionados con la experiencia sensorial de su autor.

San Apapucio es, lejos de sinuosas comparaciones, una mezcla de Comala, Aracataca, Yoknapatawpha, el curso embriagado de un paisaje social donde conviven una multiplicidad de seres que (sobre)dimensionan, y subliman, los curiosos destinos de un lugar seducido por márgenes idílicos.

Estamos en la literatura cubana, y en la literatura cubana se corren muchos riesgos y oposiciones cuando de humor se trata, por eso es recurrente la abúlica obsesión de una gran cantidad de autores nacionales de restañar sus libros con una mezcla de vidriosa solemnidad y el refugio en ese soplillo trágico, que más que camuflaje atmosférico se convierte en plastificada «amorfidad»literaria. Bajo esos signos, una obra literaria que provoque y discierna losmismos entramados éticos y culturales de la Nación, integrará la reducida comarca de «sospechosos escritores del humor». Recuerdo la embestida de Roberto Bolaño contra la pereza de la literatura latinoamericana —su excitado y repugnante (la rabiosa interpretación es mía) lirismo—, estancada, adormilada, por la falta de una verbalizada comicidad: serio ajuste de cuentas con los enormes símbolos de una región cíclica o adolescente cuando en términosculturales se habla. Y así pueden transparentarse tales ecos hacia nuestra degradada crítica literaria, hecha de mandíbulas tersas, de adornos quiosqueros.

Pudiera creer que el humor en la literatura cubana (específicamente en la narrativa, los casos de poetas bajo esas banderas son más escasos: una pequeña zona de Martí,Guillén, Luis Rogelio Nogueras, Ramón Fernández Larrea y poco más) divide parcelas, conceptualizaciones, que se asientan en un tamiz coloreado por circunstancias sociales o culturales, el desligamiento de una figura lingüística primaria, las cuales reconocen la intercepción, lícita, de paisajes y perspectivas —declaración violenta y subyugadora de un círculo donde la razón del humor es condicionada por la tipología de ese lenguaje, o del contexto en el que los personajes se desarrollen—. Me importa reconocer dentro de este grupo —herederos de Cabrera Infante, y dealgunas zonas de Virgilio Piñera y de Reinaldo Arenase, incluso, de Lezama Lima en algunos pasajes deParadiso—a Guillermo Vidal, Abel Prieto, Lorenzo Lunar, Félix Luis Viera, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez, Daniel Chavarría,Luis Manuel García Méndez, Eduardo del Llano (un autor ubicuo, contagiado por disímiles cuerdas, por múltiples territorios), Gumersindo Pacheco, Arturo Arango, Jesús David Curbelo, Ernesto Pérez Castillo. La otra línea, el otro grupo, sería encabezado por escritores que afrontan la significativa comicidad como un acto de marcar los territorios de esa moral del divertimento de la que hablaba Bernard Shaw, y aquí nombraría —con lassiluetas entrevistas de prosistas tales como Marcos Behmaras, Francisco Chofre, Onelio Jorge Cardoso, Samuel Feijóo, Héctor Zumbado, F. Mond, Enrique Núñez Rodríguez— a Jorge Fernández Era, Jorge Alberto Piñero, Enrisco y Carlos Fundora.

Aunque Gudín (guionista y actor de méritos expandidos por —y hacia— varias expresiones humorísticas) está más cerca del segundo grupo, hay importantes conexiones de su obra con ese grupo señoreado por Cabrera Infante y susTres tristes tigres,como igual se avizoran, desde perspectivas diversas, jugarretas en la que se entiende, o sobreentiende, que pasa cerca de íconos como Woody Allen, Groucho Marx, Monty Python, Tom Sharpe o hasta de un turbulento humorista de «micrófono en mano» como Pat Boone. Basta para creerlo —o para considerarlo creíble— el empaste de zonas descriptivas susurradas desde ornamentos distópicos. A ratos nos persigue el estrafalario humor de Monterroso, la perversa discontinuidad de lo onírico y lo absurdo que convenía a Gombrowicz o a Kafka, el disloque de referencias que alimentaba a Roberto Fontanarrosa. Gudín se arrincona, se atribula, a ellos, «le saca chispa» a su capacidad para ahondar en «la transparencia intransparente» de su San Apapucio.

No se puede descartar el influjo oral del libro, ese respeto por una zona de congruentes mareas «criollas», esa calle aplanada por zigzagueantesflashbackshacia la niñez del autor.

Aunque podamos convencernos de que el humor del libro sea inquietante, corrosivo en ocasiones, hay otras piezas en juego: un depurado uso de la higiene filosófica e histórica, la sustanciosa convergencia de temáticas inscritas en tonos más graves —o más dramáticos—, puestos a elegir entre el equilibrio contractual de esas fábulas y una perpetua «moraleja moral» a la que le imponemos un trasfondo demasiado contemplativo, desde el éxtasis, como si los habitantes de San Apapucio (sumidos en una artillada mutación geográfica) sufrieran y gozaran la famosa «cubanicilina»de la que hablaba el poeta Gustavo Pérez Firmat.

Quiero entender que el humor es un cuerpo que necesita, a su vez, de otro que lo suceda, unir historia e histeria, peregrinaje y fluencias e influencias en una misma foto de caza. Se me antojan tan apropiadas para este libro unas disquisiciones de Julio Cortázar, las cuales cito:

Porque quien tiene sentido del humor tiene siempre la tendencia a ver en diferentes elementos de la realidad que lo rodea una serie de constelaciones que se articulan y que son en apariencia absurdas. Todas las frases del humor tienen ese elemento de absurdo, de cosa que funciona dentro de una lógica aristotélica. Yo sentía que eso era una especie de para-realidad, es decir, una realidad que está a tu disposición a la medida que vos la sepas asumir y la sepas utilizar. El hombre que habita un mundo lúdico es un hombre metido en un mundo combinatorio, de invención combinatoria, está creando continuamente formas nuevas.

El lector debe reconocer en estos cuentos (por fin me atrevo a llamarlos «cuentos»), un obsesivo trámite de alusiones individuales, bordeando complejidades a ras de palabra, cambiando los signos de una generación y apostándose en todas.

Hay ejemplos de la fascinante originalidad de esas historias:

— Una carretera que se la llevan lejos del pueblo para arreglarla.

— Alguien que se considera triunfador en temas sentimentales por el retumbante hecho de que jamás ha tenido una novia.

— Un verdugo que transforma los métodos de ejecución y ahorra recursos para cumplimentar sus funciones.

— El extraño monólogo (de amor) entre un borracho y una botella.

— Múltiples y sugestivas interpretaciones del horizonte.

— El enigmático diálogo de un personaje con la foto de una mujer.

— Un sueño con Dios.

— El ¿verdadero? desembarco de Colón y sus naves.

— Breton y Tristán Tzara descargando el surrealismo en San Apapucio.

— La idea de que los perros sustituyan a los humanos en trabajos que requieran una fidelidad y honradez a cualquier precio.

— Una distinguida y curiosa manera de distribuir las emociones entre las personas del pueblo.

— El taller para reparar poemas.

Sé que el hombre —el hombre que narra o cuenta— percibe una resistencia, un enfrentamiento de la historia por contar. En esa correlación de partes, en esa escrupulosay, a la misma vez, inescrupulosa catástrofe, radica, para mí, la prueba de nacimiento de una obra y de sus propios desafíos. Esas son las mejores coordenadas deGentes de San Apapucio. Nelson Gudín ha escrito o, mejor, ha desbordado, los lindes de un tipo de literatura que hoy mismo en Cuba, puesto su precio en balanza, es muy difícil de encontrar.

«El arte de ser divertido reside en la fuerza de encontrar divertido el buen humor de los demás»,escribe Robert Walser enLa rosa.Leo con divertimento unas páginas y reinicio la búsqueda, lenta y prohibida, de eso que llaman «el paraíso».

Carlos Esquivel Las Tunas, octubre de 2013.

A quién pertenecen, estos mis llantos, burla sin fin, sino a ti, oh amada tierra que en el naufragio eres Dios; pequeña y pálida, abocada siempre al dolor, a la risa de tus hijos, ya latentes, ya dispersos.

Gentes

Hay historias que son, pero no fueron contadas.

Diusmel Machado

Vio a su tío Romárico acercarse y entrar a la casa, pero esta vez no salió a su encuentro, le respondió el saludo con un ligero ademán. Para complacer a su madre, había enquistado la costumbre de sentarse en las tardes a escucharlo contar historias de la familia y del pueblo, tal vez por la pasión que ponía Romárico en ello, o la manera de gesticular, fabular; porque su tío lo advertía incluso de los pensamientos de los implicados, detalles acontecidos en lugares distintos como si estuviera o hubiera estado. Romárico era una enciclopedia a la que se le podía preguntar. Eso de saber el pensamiento ajeno —según decía— lo heredó de Abuelito, un padecimiento del viejo en la época en que andaba loco, hablaba solo, o se quedaba días enteros como fuera de sí. Al parecer, la historia del pueblo ha sido plagadadegente rara —decía Romárico—, para hacer muchas novelas y de todos los géneros, pero con tantos locos que hemos dado no tenemos la suerte de un escritor, porque escritor no es querer contar —repetía—, es ordenar. Después se quedaba pasmado en una larga pausa y continuaba con aire melancólico: o tal vez sí, la familia tendrá escritores, inventarán otras historias con un sentido lógico, porque nosotros perdimos la cronología en algún momento de la existencia.

El loquito llevaba horas mirando hacia arriba. Primero solo. Poco a poco la curiosidad unió a decenas de transeúntes hasta llegar a miles. Los rayos solares atravesaron la atmósfera hasta chocar contra el suelo. Una parte del calor se reflejó y se dispuso a salir de nuevo hacia el espacio exterior, pero, cuando llegó a la atmósfera, se reflejó de nuevo y regresó a la superficie terrestre.

—Este fenómeno —les dijo el loquito— es efecto invernadero. Yo puedo evitarlo. A diferencia de ustedes, puedo controlar la luz, unirme a ella, convertirme en luz.

La multitud se disgregó incrédula.

—Me necesitarán —trató de persuadirlos—. Todos los rincones, incluso los del alma serán infectados por el fenómeno y ya no estaré —insistió.

Eran más importantes sus premuras. Lo dejaron solo. El efecto invernadero empezó afectando de manera indirecta a ciertos sectores sociales. Primero a los funcionarios: chocaban, pero volvían, como en un ciclo. Otros empapelaban los autos y así mantenían el efecto invernal de las oficinas; o calentando los papeles de un trámite, cuando en noviembre o diciembre no estaban las guirnaldas para armar el arbolito de navidad porque la mercancía hibernaba en el almacén por lo menos hasta febrero. El efecto invernadero más sorprendente que sufrían era el de la cuenta única: una transferencia bancaria podía estar hibernando varios meses en las gavetas, aunque los matara el frío esperando el dinero para comprar un abrigo. Y en épocas de festividades, se hacía tan grande que los pagos parecían llegar desde el polo norte. Buscaron desesperados. Ya el loquito no estaba.

No ve un kilómetro desde hace tiempo. Años atrás fueron unas gentes de San Apapucio, se llevaron la vieja carretera para arreglarla, o transformarla en una más nueva, y no ha vuelto a verla. Solo le dejaron el sol. Teme que se les ocurra ir a recogerlo. Se divierte tanto tapándolo con un dedo, o pasándose el día a su resistero. Mientras vive de la aspiración a que se la devuelvan, para medir las distancias, resuelve contando los tantos pasos de río. ¿Cómoimportaré lo necesario sin tener por dónde ir y venir? —preguntó cuando ya se iban carretera a cuesta—. ¿Y por qué pretendes importarlo todo? —le respondieron—. La ropa la fue cambiando con una mano delante y otra detrás;el transporte, por el carrito de San Fernando. En ocasiones, mientras camina, echa la mente hacia anteriores épocas y ve la cantidad de caballos corriendo en esos alrededores. Los caballos han de ser inversamente proporcionales a las carreteras, se consuela cuando las piernas ceden y debe quedarse sentado entre la maleza de la que se hace parte: le nacen arbustos en zonas del cuerpo; los arranca de un tajo para mantener algo de humano, al menos la manera de consolarse. Después del ciclón de hace varios años, vive debajo de la ceiba, sin preocupaciones, el café lo come directo de la mata y es más saludable, tiene un arroyo con agua las veinticuatro horas; si el viento le tumba las hojas a la ceiba, ella se autorrepara evitándole la incomodidad de saber que le falta la carretera para ir a una entrevista con las autoridades; y si un huracán pasa y la derrumba totalmente, se busca otra sin necesidad de tantos trámites. Vive cómodo, es evidente, pero muy solitario, y la gente le huye a la soledad. Por eso no va nadie: los que deben llevar la carretera, o las cajas para la recogida de los frutales, o los instrumentos de trabajo, seguro andan huyéndole a ese lugar tan apartado, cree, pero sigue ahí. Alimenta la ilusión de estar cuando se la devuelvan. Quizás, ve aparecer, caminando desde allá, desde donde antes estuvo la curva, la muchacha que no pudo nunca más volver. Evita pensar en ella, por miedo a llorar al recordarla; si en definitiva, veinte años atrás, o treinta, él no tuvo valor para advertirles, cuando le llevaron la carretera, que al menos lo escucharan, o lo tuvieran en cuenta, ya que siempre hay alguien importante del otro lado y puede quedarse aislado.

Su vestimenta era simple, raída, definitivamente discordante con el carácter alegre de un hombre exitoso.

—Y lo soy —aseguraba—, ¿no se me nota? Soy un triunfador en lo personal, en lo profesional y, sobre todo, en el amor.

—¿Tienes muchas enamoradas? —le preguntaban los incrédulos a una distancia prudencial.

—Sí, seguro —respondía—, pero no les hago caso. Vivo para mí. Díganme narcisista, metrosexual o cuantas idioteces se les ocurra. No me importa. Ustedes, los fracasados, siempre buscarán motivos para justificar sus derrotas, les molesta ver cómo uno, poco a poco, va escalando posiciones importantes, avanza. Por eso no son felices.

Entonces dejaba escapar una sonrisa amplia, asquerosamente desdentada.

—En el amor es donde he tenido mayor suerte —recalcaba—. Las mujeres son una caja de sorpresas. Hay que conocerlas como las conozco para entenderlas y salir adelante sin tropiezos. Que vean en uno lo inalcanzable y, aun cuando no les sea posible porque las circunstancias no lo permitan, sigan pensando que tal vez, algún día, exista la posibilidad.

Nunca se había casado, sabían, ni se le conocía novia alguna.

—Por eso me considero triunfador en el amor —se adelantaba adivinando el pensamiento de los escuchas—, no he pasado por el desagradable momento de una separación, no han podido quitarme ni dividir los bienes obtenidos del fruto de mi trabajo.

—¿Y en qué trabajas? —se interesó un curioso.

—En nada —respondió en el acto—. La gente trabaja para triunfar. Ya yo triunfé. Vivo de mis éxitos. No pueden entenderme, lo sé, para ello debieran ponerse en mi lugar, estar a mi altura. Sentirse triunfador es una convicción, y convicción significa convencimiento de andar bien, no debo preocuparme, ¿para qué, si ya lo logré todo?

Dio la espalda y se fue sin mirar, seguro de sí, aunque con cierta dificultad al caminar. Un bulto de varios días, tal vez años, le endurecía la parte trasera de los pantalones.

Estaba calmado, inmóvil. Se sabía preparado. Podía impartir la conferencia: tipos de títeres, ventajas y desventajas del títere, requisitos para ser un buen títere, cómo y cuándo se está en presencia de un títere, incluso los planes futuros del títere. Solo faltaba que le empezaran a mover las cuerdas.

A Jorge Luis, con cariño y agradecimiento.

En su cuerpo están las cuchillas de los camiones, en dos ocasiones recogieron los tanques de basura estando él adentro, lo han molido dos veces. En la calle le gritan. Los muchachos esperan a que se introduzca, entonces empujan el tanque loma abajo, o le prenden fuego.

—¿Por qué lo permites, acaso no te duelen esas heridas horrorosas? —le preguntan.

—Sí —responde—, pero solo en ellos quedarán las cicatrices.

S