Gritar, respirar, renacer - Rosario Castro - E-Book

Gritar, respirar, renacer E-Book

Rosario Castro

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Beschreibung

Emily Frank, una compositora adolescente con una sola amiga: su libreta; y Alfonso, el cantante, cuyo arte parece volverse cada vez más enlatado, no tenían en mente aquel inesperado encuentro. ¡Pero ay de sus vidas si aquello no hubiera ocurrido!Tras un accidente y algunas mentiras, crearán uno de los vínculos de amistad más grandes que se hayan oído. Sin embargo, pronto harán frente a la verdad de que ninguna decisión es gratis. ¿Qué harías por un amigo? Por el bien de ambos, ¿desaparecerías de su vida completamente? ¿Qué es el perdón en realidad? Poemas perdidos, decisiones ácidas. La historia de cómo el mundo privado y el público colapsan en una tímida chica y un artista famoso. ¿Serán capaces de crear una tercera realidad?

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Seitenzahl: 595

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Castro, Rosario

Gritar, respirar, renacer / Rosario Castro. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-761-485-5

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Diseño de portada: Justo Echeverría

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Gracias

Gracias, Dios.

Gracias, Floriana Rabán, Florencia Ruppel, Nadia Nofri y Marcelo Zucman. Su ayuda, de diversas formas y medidas, fue indispensable.

Gracias, Gabriela Pennella, Javier Becker, Ana Dalinger, Daniel Mancini, Florencia Boaglio, Anita Leguizamón, Rosa Stegman, Sonia Spreafico, Eduardo Lescano, Claudia Wileizko, Blas Lescano, Alfonsina Lescano, Beltrán Lescano, Valeria Muzzio, Roberto Acosta, Antonella Schäfer, Walter Kreick, Carol Fiecbke, Marcela Baby, Liliana Silva, Maximiliano Cardozo, Lorena Elsseser, Fernando Federico Huck, Andrés Spreafico, Débora Müller, Nelson Müller, Walter Demartin, María del Rosario Smith Caballero, Carolina Gartner, Violeta Capriz, Andrés Wagner, Fernando Capell, Juan Carlos Schneider, Juan Pedro Schneider, Johanna Olmedo, Otto Kuxhaus, Ana Kuxhaus, Zunilda Cabrera y equipo de Propagar Ideas por haber confiado y colaborado tan generosamente con este proyecto.

La autora

Los siguientes acontecimientos son ficción.

Gritar

Por Emily Frank

Un poco de historia

¿Olvidarme? Fue una locura. Temía que contarlo tantas veces reduciría la emoción, pero no: me sigue robando sonrisas. Esta es la historia de cómo choqué con un artista que cambió mi todo.

Mi nombre es Emily Frank. Soy adolescente. Y, sí: tengo asuntos más serios que el acné. ¿Cómo soy? Bueno, depende a quién le preguntes. Según mamá, soy la chica con la mirada más sincera del mundo; Vanesa, mi hermana, dice que soy adoptada, y si le preguntas a Jonathan, mi hermano, soy una rosa frágil, indefensa, vulnerable como muñeca de porcelana en manos de un bebé.

Pero cuando yo misma me miro al espejo solamente veo a una chica de ojos verdes, aburrido cabello castaño, de estatura promedio. Si queres conocerme realmente, conoce mi historia. Todos tenemos una que contar.

Papá falleció cuando yo tenía tres años, apenas tengo recuerdos sobre él. Pero cuando de padres se trata no solo recuerdo al biológico. Resultó que coincidí en esta vida con un hombre cuyo corazón es enteramente paternal. Si mal no recuerdo, lo conocí en el 2009, mi primer año de secundaria, en la biblioteca de mi nuevo colegio. Llegó en el momento exacto para sacarme de un apuro. Desde entonces, no ha dejado de hacerlo.

–¡Señorita! ¡No puede tocar esos libros! –me gritó la anciana bibliotecaria cuando mis dedos rozaron los lomos de los libros más antiguos y anchos que había visto en toda mi vida– ¿Qué: no sabe leer? ¡Ahí dice ‘no tocar’!

–Tampoco se puede gritar y tu volumen de voz no es precisamente un susurro –intervino un hombre de, aparentemente, unos 35 años. Recuperé el alivió que me habían robado.

–Sr. Rodríguez, son los libros más viejos de la escuela –advirtió la bibliotecaria– Debería tener más cuidado.

–Están ahí para ser leídos.

–Por los alumnos y maestros de esta institución, no por una desconocida.

–¿Cómo te llamas?– me preguntó el simpático sr. Rodríguez.

Todos los crespolorenses solemos lidiar con preguntas tales cómo ‘¿puedo confiar en esta persona?’, ‘¿De quién será pariente?’, ‘¿Qué querrá?’. No estoy segura cómo o desde cuándo, pero en nuestras venas corre cierta tendencia a desconfiar de todos. Todos somos, en mayor o menor medida, reservados. Quizá tenga que ver con nuestra descendencia alemana e italiana.

Viéndolo desde otro punto de vista, podría decir que todos en Crespolor, por desconfiados, lo que en verdad mostramos son personajes, una única versión de nosotros mismos, y rara vez esa versión superficial coincidía con la real. Ahí estaba yo, dudando si confiarle mi nombre a aquel docente. Pero me estaba ayudando, parecía buena gente.

–Emily…– respondí tímida– Emily Frank.

–Perfecto. Ya no es una desconocida –explicó volviéndose a la bibliotecaria– Ahora es nuestra amiga Emily Fr…–se detuvo y volvió a mirarme con extrañeza– ¿Cómo es tu apellido? ¿Dijiste Frank? ¿Sos nueva? ¿De dónde venís?

–¿Quién sos? –pregunté.

–Soy el sr. Rodríguez –se presentó con cortesía mientras la anciana se alejaba hablando consigo misma– Me dedico a la docencia, pero en realidad soy historiador y suelo escabullirme en mi verdadera profesión de vez en cuando. Ahora, por ejemplo, estoy en un proyecto, reconstruyendo la historia de una familia que lleva tu apellido…, casualidad de casualidades…

–Frank es un apellido común…

–No en Crespolor, mucho menos en Entre Ríos, apenas lo es en Argentina. Tenemos muchísimo de qué hablar. Sentate.

La bibliotecaria estaba lo suficientemente cerca como para controlar que no gritemos y lo suficientemente lejos como para que yo recupere la confianza. Con ese tal sr. Rodríguez yo podía ser una versión de mí misma que no me caía del todo mal, la timidez se esfumaba. Ese día decidí que él sería mi profesor favorito.

–¿Qué te hace creer que soy parte de esa familia que estudias? –le pregunté mientras me acomodaba en una de las mesas.

–¿Qué te hace creer que no sos parte de la familia que estudio? –dijo trayendo la primer tanda de libros antiguos. Apenas los dejó sobre la mesa volvió al librero mientras yo lo perseguía con la mirada.

–Conozco lo suficiente a mis antepasados como para saber que no hicieron nada interesante en su vida tal que un historiador quiera investigarlos.

Volvió con más libros y recuperó también su portafolio. Se sentó frente a mí y sacó sus desprolijos apuntes. Había flechas, cartas, países, fotos, fechas y lo que parecían ser palabras. Los puso justo frente a mí.

–¿Jeroglíficos? ¿Qué: mis antepasados eran egipcios? –bromeé tratando de descifrar qué decía.

–Perdón por no tener letra de arquitecto –se defendió sacando más apuntes. Ya con todo sobre la mesa, miró a ambos lados como para no ser oído por otros y me dijo casi en susurros:– No quiero que le cuentes a nadie lo que estoy por decirte.

–¿A quién podría contarle? Hasta ahora, mi único amigo acá sos vos y ni sé tu nombre.

–Vengo estudiando estas cartas y estos libros desde hace tres años. Después de haber leído e investigado bastante pude armar un rompecabezas que, espero, esté bien hecho. Según mi deducción, pasó así: fue hace más de 500 años, en Alemania…

Así dio inicio a lo que fue toda una historia muy atrapante sobre, según él, un hombre que comenzó a descubrir mentiras en el poder de aquella época, innecesarias exigencias creadas a partir de torcer la ley inquebrantable. Todo ello perjudicaba al pueblo, era un golpe a su libertad, había abuso de poder, y este hombre fue uno de los primeros en notarlo. Pero, como si fuera crespolorense, tenía miedo, así que comenzó a escribir poemas en un intento de dar a conocer la verdad al pueblo en su idioma sin causar mucho escándalo. Cuando las autoridades se enteraron buscaron la manera de hacerlo desaparecer. Él, al saberlo, envió los poemas a sus cuatro hermanos, quienes se mudaron a cuatro diferentes ciudades fuera del país y se comunicaron por cartas a lo largo del tiempo, cartas que hablaban sobre la búsqueda de los poemas de Löwe después de, aparentemente, haberlos perdido.

–¿Estás seguro de que esa es la versión correcta de lo que pasó?

–Noventa y nueve por ciento.

–¿Y el uno por ciento?

–Es que armé una hipótesis basado únicamente en las cartas y alguna puntada de hechos históricos. Lamentablemente, solo tengo esto por estandarte del resto de la búsqueda.

–¿Y qué tiene que ver conmigo?

–El apellido de los cuatro hermanos: Frank.

–De los cinco, querrás decir, dijiste que el poeta le envió los poemas a sus cuatro hermanos: cuatro más uno…

–En realidad, jamás figura el apellido de Löwe. Es muy probable de que no sea un nombre sino un apodo.

–Entonces, ¿cómo sabes que es su hermano?

–Lo deduzco por como hablan sobre él en todas las cartas, le tienen demasiado cariño y respeto, incluso me atrevo a decir que es el hermano mayor.

–Dijiste que fue cerca del 1510, obviamente están todos muertos.

–Eso es lo único que no me cierra –dijo agarrándose la cabeza– Uno murió en Francia, otro en Inglaterra, los otros dos en lo que hoy es República Checa, pero no hay nada sobre la muerte de Löwe, ya busqué por todos lados y siempre se refieren a él como si siguiese escribiendo más poemas, y no necesito ser médico para saber que los muertos no escriben. Porque después de los cuatro hermanos Frank, más gente siguió buscando los poemas, y muchos dicen haberlos encontrado.

–Supongo que Löwe viajaba mucho.

–Yo creo que hay más de uno, que el apodo se le asigna a cierto tipo de personas. Mira estas cartas –dijo sacando más documentos– Estas dos fueron escritas por dos personas. Esta va desde Alemania a Italia, y esta otra desde España a Francia. Las dos están escritas por hombres que afirman haber estado hablando con Löwe el mismo día: las fechas coinciden.

–Y no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Entonces, debes tener razón: Löwe ha de ser un apodo para ciertos poetas…

–Y ni siquiera sé cuáles son las características de los susodichos, no encuentro el patrón. A lo mejor se le asigna a todos los poetas que van en contra del abuso del poder, no sé. Pero todo esto fue hace mucho tiempo y muy lejos de acá. Muchos creen que es un cuento de los inmigrantes.

–O sea, de nuestros abuelos y tatarabuelos, y tátara tátara…

–Exacto…– dijo desanimado.

–¿Vos qué pensas?

–Me encantaría decir que todo es cierto, pero la verdad es que jamás leí uno de esos poemas, nunca los vi siquiera…

–¿Y qué con los que escribieron las cartas? ¿Mentirosos?

–Capaz estaban locos –dijo triste.

–No te gustaría que esa fuera la verdad, ¿cierto? Queres creer que no estaban locos.

–Quiero creer que existió un tal Löwe y que fue el primero de muchos. Estoy seguro de que una Frank me puede ayudar a encontrar esos poemas.

Él despertó en mí un hambre por la literatura que todavía no he logrado explicar con claridad. ¿Será hambre la palabra que busco? Creo que le falta magnitud, pero si sirve para dar una idea, genial. Cómo decía, yo no era de leer mucho, pero el sr. Rodríguez lo consiguió.

Cada mañana, así sea en recreos u horas libres, aquel profesor y yo nos juntábamos a leer sobre aquellos cuatro hermanos y solíamos discutir sobre elipsis que danzaban entre los papeles. Las primeras veces estaba convencida de que el sr. Rodríguez me llevaba la contraria solo por diversión y quizá alguna vez por orgullo, pero con el pasar de los años descubrí que intentaba sacar lo mejor de mí, haciéndome dudar de todo. Porque él sabía algo de mí que yo desconocía: era capaz de mucho más. Creo que el buen maestro no es el que te da todas las respuestas sino el que te enseña a hacer las preguntas correctas.

Yo era la callada, la misteriosa, la que dibujaba en el banco, la última de la fila, la p de psicología. El sr. Rodríguez, mi libreta y los libros eran mis únicos amigos en la escuela.

Pensaba que esos momentos de búsqueda y lectura serían los más significativos en toda mi adolescencia. Esquivaba los riesgos. Callaba cuando me lo ordenaban y, si comentaba algo, hablaba lo que los demás querían oír. Tenía sueños pequeños, metas cortas, caminos anchos. Pero algo pasó tres años más tarde. Alguien llegó a mi vida y pateó mi improvisado tablero.

•••

CAPITULO 1

La música fue importante para mí, quizá uno de los pilares en mi adolescencia. Siempre me ha gustado, pero hubo una vez en la que prendí el televisor y me topé con una canción interpretada por un tipo diferente al resto de músicos.

Me distraje con su voz. Cantaba una O, la sostenía en una hermosa y larga nota. Parecía estar dejando su corazón en el escenario. La música, sus fuerzas y su alma parecían aliadas dentro suyo y llegaron a traspasar mi corazón. No sabía qué pasaba conmigo; quizá eran las hormonas o a lo mejor ese día estaba de muy buen humor, no sé. Lo que sí sé es que ese instante en que escuché su voz descubrí que era su fan. Se trataba de Alfonso, el cantante.

¿Dónde había estado ese tipo toda mi vida? ¿Qué estaba haciendo yo que no escuchaba su música? Además, en aquel tiempo, parecía que la letra de la canción hubiera nacido solo para mí, era como si él sabía qué pasaba por mi mente y corazón. O alguien le había entregado mi diario íntimo.

Los días pasaban y comenzaba a preguntarme: ¿Aquel cantante siempre había estado tan presente en todos los medios de comunicación y yo nunca le había prestado atención, o el destino intentaba decirme algo? Sí, en el momento en que me hice esa pregunta tenía la equivocada idea del que destino hablaba.

En fin, cada día escuchaba algo nuevo de Alfonso, algún dato interesante sobre su música, sobre su carrera, hasta detalles de su vida privada. Sin darme cuenta, me aprendí de memoria sus canciones. Parecía que todo se trataba sobre Alfonso, todo me recordaba a él, sus letras describían mi situación, cada vez que encendía la tv ahí estaba él con su música, se convirtió en el compañero de todas mis caminatas, su voz me susurraba al oído cada noche antes de dormir cuando me acomodaba con los auriculares, su rostro ocupó el fondo de todas mis pantallas, sus frases invadieron todos mis cuadernos, y cada vez que alguien me lo nombraba mi corazón se aceleraba y sonreía involuntariamente.

Cuando pensé que mi año no podría ser más rutinario y tedioso, mamá me sorprendió. Para mis 15 años me regaló el tan anhelado viaje a Estados Unidos, regalo que muchas quinceañeras latinas deseamos. Viajaría con chicas de otras provincias, es decir, desconocidas. Significaba que en el viaje podía ser otra persona, una Emily mejorada.

Faltaba solo un mes. Fueron días bastante movidos, tuve que hacer algunos viajes y demás para conseguir visa, pasaporte y otros trámites. Pero valió la pena. Los días del calendario por fin estaban todos tachados y llegó aquella mañana. Fue la primera vez que viajé en avión.

Durante las nueve horas de vuelo pude conocer a las demás chicas, y todas conocimos a mi nueva imagen de Emily (sí, yo también me estaba conociendo). Era estresante fingir ser alguien que no soy, pero no iba a permitir que supieran que yo era la rara del montón. Quería desaparecer de mi realidad por lo menos aquel mes.

Ya en el aeropuerto en Estados Unidos, el coordinador comenzó a explicarnos cómo nos manejaríamos, y su broche de oro fue la sorpresa que nos esperaba en Miami.

–Ustedes saben, chicas, que todos los años la empresa trae un famoso para que las acompañe –dijo el coordinador– Este año no lo pudimos conseguir por algunas cuestiones…

–¡Aaaah!– suspiramos varias interrumpiendo la explicación.

–Tranquilas, tranquilas –intervino él– Estamos felices de anunciarles que… conseguimos los mejores asientos para el cantante más aclamado estos últimos meses.

No podía ser cierto.

–¿Alfonso, el cantante?– preguntó una chica muy ilusionada.

–El mismo –afirmó el coordinador.

–¡AAAH!– gritó una de las chicas por todas nosotras.

–Ay, me muero, me muero, me muero…– se oía por ahí.

Murmuraciones comenzaron a dominar todo el ambiente y los coordinadores sonreían entre ellos. Después de todo, yo no era la única que estaba loca por él, todas lo amaban. No podía creerlo. Apenas hacía unas pocas semanas había escuchado por primera vez sus canciones y me había enamorado de su música, ¡y ahora iba a ir a uno de sus conciertos! Encima en Miami.

Al fin aquella noche llegó. Nos habían dado solo dos horas para ducharnos y arreglarnos, así que tuvimos que hacerlo a velocidad bombero. Nos recordaron mil veces la misma orden: no llevar nada más que celular y DNI, todo guardado en la riñonera que nos regalaron ellos.

–¿Y dejar mi libreta? –le dije a mi reflejo en el espejo mientras me maquillaba– ¿A este qué le pasa? Yo llevo el bolso entero.

Subimos al colectivo y en minutos estábamos entrando al concierto. Teníamos los mejores de los mejores lugares. ¿Qué cómo estuvo el show? No sé. No me acuerdo.

Esa mañana desperté sin recordar nada del concierto, solo el viaje de ida. ¿En qué momento había decidido tomar una siesta? Otro detalle bastante relevante es que no me encontraba en el hotel donde nos estábamos quedando.

Parecía una habitación en la casa de alguien. Por haberme sentado de forma apresurada mi cabeza comenzó a darme puntadas, duró un tiempo. Mientras trataba de controlar el dolor, noté enormes ventanas escondidas detrás de blancas cortinas que apenas bailaban. Rayos de sol trepaban las paredes y se percibía un suave aroma a lavanda. Había un armario elegante y una cómoda que hacía juego. Ni mencionar el enorme y reluciente espejo.

–¿Qué… es este lugar…? –pensé en voz baja –¿Será que nos cambiaron de hotel…? ¿Sigo dormida?

•••

CAPITULO 2

Lentamente, me puse de pie para investigar un poco más. Giré, y no sirvió de mucho, vi lo mismo sin reconocer nada. Mi cabeza explotaba. Espié por la ventana y me sentí un poco más segura, o sea todavía estaba en Miami, esa era una buena noticia. Después abrí la puerta para buscar al resto de las chicas, pero no salió como esperaba. Apenas lo hice el aire cambió y sentí un exquisito aroma a café. Y eso fue suficiente para correr escalera abajo sin prestar mucha atención a las 24 pistas que descansaban en la pared.

Al pie de la escalera había un piano de cola, al cual dejé de prestarle atención cuando el olor a café decidió hacerse más intenso. Llegué a lo que resultó ser la cocina y ahí me di cuenta de que definitivamente no era un hotel sino un hogar de familia.

Alguien, todavía en pijama, estaba de espaldas a mí haciendo quién sabe qué sobre la mesada. Había ruidos de tazas y cucharas. Él silbaba. Fue el imán: olía a café y a buenas canciones. Me escuchó. Todavía no sé si oyó el latir de mi corazón o mi mente preguntando si eso era un sueño, la cuestión que es que me escuchó. Y volteó.

–Al fin despiertas –dijo sonriendo el boricua.

Creo que me desmayé, porque todo se puso negro y después me desperté en un sofá. Abrí mis ojos y lo vi sentado en otro sillón con dos tazas de café, y todavía con esa sonrisa del color de la nieve.

–Hola…– saludó despacio– ¿Sabes cuál es tu nombre?

–Emily…–respondí confusa.

–Es…, es bueno saberlo…

–¿Y vos sabes cuál es tu nombre? –le pregunté fingiendo que no lo reconocí al segundo que vi su rostro. Me miró confundido, pero respondió:

–Soy… Alfonso…, el cantante…

¿Qué se le dice a tu cantante favorito cuando se ven por primera vez y están tomando café? ¿Estuvo bien preguntarle el nombre, o metí la pata como suelo hacerlo? ¿Hablaríamos sobre el clima, porque no teníamos otro tema en común? ¿Cómo saber en segundos qué tanto teníamos en común con el hombre? De vez en cuando le daba sorbos a mi taza sin mirarlo, estaba nerviosa, confundida, sorprendida, atónita, tomar café era lo único que se me ocurría. Qué situación tan compleja para mi pobre mente por la mañana. ¿Y dónde estaba mi celular?

La cosa se puso más incómoda cuando se disfrazó de silencio. Hasta que por fin él rio. Entonces su alegría se volvió mi sonrisa.

–No sabías mi nombre, no me saltaste encima, no me pediste un autógrafo ni una foto… –dijo mirándome– ¿Quién eres? ¿Qué hacías en mi show? Fuiste a verme, aquí me tienes y no pareces entusiasmada.

Me quedé en silencio unos segundos. Él tenía razón. Pero serle muy sincera significaría admitir que estaba loca por él, y no quería parecer loca, no del todo, o por lo menos no todavía. Pretendía demostrar madurez, calma, pensaba que manteniendo cordura quedaría maravillado por mi presencia. Entonces fingí ser normal…, absurdas ideas que se me ocurren por la mañana…

–No tengo para sacar fotos –dije en un intento de arreglar mi primera impresión– No reacciono bien a esta hora de la mañana…, y sí sabía tu nombre, pero parece un sueño…, tenía que asegurarme de que fueras real.

Alfonso sonrió cuando terminé de hablar. Estoy segura de haberme sonrojado.

–Tu celular también sufrió el accidente, pero lo dejé en buenas manos. Tú tranquila, ya pronto lo recuperarás– aseguró el cantante.

–Pero –agregué más tarde– El autógrafo sí lo quiero.

–Ja, ja, sabía que algo querías. Voy por papel y bolígrafo– dijo contento.

–No. Tiene que ser en mi libreta…– dije buscando algo a mi alrededor– ¿Ese es mi bolso?

–Sí, sí –dijo entregándomelo– ¿Andas con un anotador? Qué interesante dato…

Se lo entregué olvidando por completo que ahí estaban mis ridículas canciones. Hojeó las páginas de mi libreta. La vergüenza me dio una cachetada y pensé en recuperarlo enseguida, pero sacarle el anotador para que no las lea sería aún peor. Aunque, a decir verdad, fue tan rápido la hojeada que mi segundo pensamiento fue creer que no pudo leer ni una palabra. Se detuvo al encontrar una hoja en blanco.

–¡Por fin! –exclamó– Esas hojas estaban llenas de canciones.

Lo notó.

–No sé de qué canciones estás hablando– mentí. Solo hizo que él se riera, creo que fue peor.

–Con cariño para mi querida Emily Frank. Gracias por chocar conmigo, fue un placer compartir tiempo contigo. Espero que la música sea tu aliada en la vida así como lo fue en la mía. Espero verte en todos mis shows y que me acompañes a donde sea que vaya. Música, salud y felicidad, Alfonso– narraba el cantante en voz alta mientras escribía la dedicatoria.

–Para, ¿dijiste chocar?– pregunté– ¿Qué pasó?

–¡Cierto! –exclamó y palmeó su frente– Anoche, al final del concierto, las luces de las cámaras de los reporteros dañaron la vista de mi chofer y chocamos con el taxi que te llevaba a ti. Fuiste golpeada, y te llevamos a urgencias. Mi pareja y yo te trajimos a casa para que descanses. Mi asistente intenta conseguirte boletos para que regreses, pero aún no sé cómo le fue con eso…

–¿Regresar?

–Sí, eres de Argentina, ¿cierto? Vimos tu DNI, lo dejamos en la mesita de noche.

–No voy a volver a Argentina. Estoy en Estados Unidos de paseo. No voy a volver ahora.

–¿Ah, sí? ¿Y tan niña viajando tan lejos?

–Te lo demuestro. Tengo que volver al hotel donde me estaba quedando. Ahí están mis papeles.

–Claro, dime cómo se llama el hotel.

–Es que…–confesé–…, ay, no me acuerdo…

–¿Es broma? ¿No sabes cómo era por fuera?

–Lo vi una sola vez, apenas llegamos a Miami. No me acuerdo de nada, y me duele la cabeza…, solamente sé que vine con una empresa de turismo…

–Y supongo que el nombre de la empresa tampoco lo recuerdas… –No respondí. Solo tomé café echando mi mirada hacia otro lado– ¡Ay, bendito! ¿Quieres decir que solo sabemos de ti que eres Emily Frank, de Argentina, que escribes canciones y te gusta el café…?

–Y… que tengo buen gusto para los músicos…

–¿Qué voy a hacer contigo, niña?

–Primero, estaría bueno que dejes de decirme ‘niña’, no soy ‘niña’. Soy Emily Frank– dije algo molesta– Tengo 15 años.

–Escucha, toma uno de mis teléfonos. Quiero que llames a tus padres y les digas que todo está bien, que te pasen el contacto con la empresa. Pero…, Emily, mira: es muy, muy importante que no digas mi nombre, no le digas a nadie que estás conmigo. Puedes dar el nombre de mi asistente o mi pareja, pero no le digas a nadie que estás con Alfonso, el cantante, ni siquiera a tu madre.

–¿Por qué no?

–Solo…, solo hazme caso…

Fui a la cocina para hablar tranquila, de paso llevé mi taza a lavar. Debido al temblor en mis manos, me llevó un rato marcar el número de mi madre. Antes de darle al último digito pensé: ella sabe que estoy en Estados Unidos, ¿por qué decirle lo que ocurrió? A lo mejor, si conseguía la forma de quedarme con el cantante, podría tener el mejor viaje de mi vida. Quizás mi perfil cambiaría y todos me harían caso. Podía ser esa la oportunidad de que cambiar mi realidad. Así fue que decidí mentir. Unos minutos después volví a la sala.

–¿Y? ¿Qué ha dicho?– preguntó él cuando le pasé su teléfono.

–Dice que los de la empresa ya se fueron a Nueva York –mentí– Supuestamente hay algunos buscándome, pero ella les va a avisar que estoy en Miami. Me esperan allá.

–Bueno, entonces debo decirle a mi asistente que te consiga la forma de ir a Nueva York y volver con tu grupo. Será una tarea más sencilla.

–Supongo…– suspiré pensando cuál sería mi siguiente paso.

–Vayamos al aeropuerto –sugirió– Mi asistente no respondió mis mensajes. Será mejor que vayamos a buscarlo.

No dimos muchas vueltas y partimos a destino. En el camino pensaba qué movimiento hacer. No quería volver, quería quedarme ahí y conocerlo más, quería que él me conozca a mí.

–Así que escribes canciones…– dijo en medio del silencio.

–Sí, algo así –respondí.

–Parecían interesantes –comentó– ¿Será que algún día me des una mano?

–Sería un honor –dije contenta– Hasta…, hasta podría quedarme con vos unos días y las escribimos…

–Escribir buenas canciones con un fan fue uno de mis sueños desde que comencé mi carrera, sabes...

–Y escribir para un cantante fue mi sueño desde… hace un par de minutos…, las ideas se complementan, ¿ves? Debería quedarme.

–Ja, ja, si no hay ninguna manera de que vuelvas con aquellos adultos, supongo que tendremos que hacernos cargo –Apenas dijo eso vi una ventana de esperanza.

–que no haya manera de volver, que no haya manera de volver, que no haya manera de volver, que no haya manera de volver…– pensaba yo, pero desvié mis pensamientos para decir: –Pensé que las personas como vos ya no tienen sueños. O sea, con todos tus logros, ¿qué más podrías pedir?

Suspiró y dijo:

–Seré soñador hasta el fin de mis días. Siempre quise escribir, dirigir o producir musicales, y enseñar a hacerlo, que las canciones cobren vida en actores, y tener toda una empresa propia que aborde mucho del mundo del espectáculo…

–¿Hablas de esas películas en las que los personajes narran lo que sienten cantando y de repente todos en la ciudad se saben la coreografía?

–Ja, ja, exacto. Todo. Todo lo que tenga que ver con el espectáculo…, pero, es algo muy lejano, sabes…

–Yo pensé que vos eras algo lejano a mí, y henos aquí.

Se rio entre dientes antes de mirarme. Puso su vista al frente de nuevo y, casi sin pensarlo, volvió sus ojos a mí. Lentamente volvió la mirada a la carretera. Minutos más tarde, estábamos en el aeropuerto.

•••

CAPITULO 3

–¿Cómo que no puede? –insistía Alfonso a la chica de los boletos.

–Lo lamento, señor. No puedo ayudarlo –decía la señorita– No puedo permitir que viaje sola, apenas tiene 15 años. A menos que tenga el permiso de sus padres.

El cantante me miró y preguntó:

–¿Tienes el permiso firmado por tus padres?

–En el hotel… –le dije tratando de recordar cuál de todos los papeles que me dieron era el permiso.

–Señor, consiga ese permiso y luego regrese –dijo la chica después de que Fonsi suspirara a modo de queja– Cuando vuelva voy a recomendarle una empresa de vuelos privados… –La muchacha seguía hablando pero el cantante no parecía estar escuchándola. Su mirada se había perdido por ahí segundos atrás, y de seguro su mente estaba divagando– Señor Alfonso, ¿está escuchándome? ¿Quiere el número de la empresa que le dije o no?– insistió la chica.

El cantante demoró en reaccionar pero terminó haciéndolo.

–No, no. No es necesario –dijo por fin– Yo lo arreglo.

La ventana de esperanza se abría cada vez más. Entendí que mis deseos se estaban por cumplir. Por su parte, el cantante solo sonreía como si estuviese entendiendo algo.

–Emily, vamos. Será mejor que te quedes con nosotros un tiempo…

–¡Qué lástima!– dije con una sarcástica sonrisa tatuada en mi rostro.

Sabía que al terminar todo eso mi madre me castigaría de por vida, pero pensé valdría la pena acceder a la locura. No más vida ordinaria para mí. Si le decía a mamá que mi decisión era quedarme con el cantante, sería capaz de ir a buscarme personalmente; además, si no me daba permiso y Alfonso se enteraba encontraría la forma de devolverme, cueste lo que cueste. Decidí esconder todo el asunto.

Regresamos a su casa y me dio una vez más su teléfono para hablar con mamá. Y otra vez fingí haberlo hecho. Después de todo, mamá ya sabía que yo estaba en Estados Unidos, y había un adulto cuidando de mí, no parecía del todo una mentira… ¿qué podría salir mal?

•••

CAPITULO 4

Después de unos cuantos minutos llegó la pareja del cantante. Yo ya sabía su nombre y su apariencia, todo gracias a las redes sociales, pero conocerla en persona fue mil veces más agradable de lo que imaginé. Conversar con ella era divertido, se portaba como si me conociera de toda la vida. Era hermosa por dentro y por fuera. Y tenía una panza de embarazada que provocaba llenarla de preguntas sobre la nueva integrante.

Alfonso la puso al tanto de toda la situación. A Águeda le resultó bastante extraño el asunto y preguntó por qué no recordaba el nombre del hotel, o algún número del coordinador, son los datos más importantes que uno tiene al hacer esos viajes. Pero el cantante comentó que quizás el golpe del choque había afectado mi memoria. Además, yo quería escribir para él y él quería una fan con quien escribir. Todos felices.

–Cuando recupere mi teléfono los comunico con ellos…– dije para acabar con esa conversación.

Después de almorzar, Águeda insistió en hacerme un recorrido para mostrarme el lugar con lujo de detalle, después de todo yo solo conocía la habitación de huéspedes, la cocina y la escalera. Mientras caminábamos, ofreció prestarme algo de su ropa durante esos días.

Había serenidad y elegancia entre el mármol, las paredes claras y algunos muebles color madera. Un suelo en el que podía llegar a ver mi reflejo era testigo de nuestras pisadas y cortinas danzaban acariciadas por una suave brisa, colgaban de enormes ventanas dando luz natural a la sala principal. Por fin noté que la hermosa escalera como de palacio se levantaba contra la pared custodiada por 24 guitarras que descansaban ahí colgadas.

¡Ah! Claro. Me olvidaba. No importaba de qué habitación se trataba, en todas había estantes con premios de todo tipo, tamaño y color. Literalmente, en todas las habitaciones.

Como en todos los cuentos donde hay una gran casa, existe en ella una habitación a la que no se puede entrar y esa prohibición solo hace que los deseos por curiosear aumenten. Bueno, en realidad no estaba prohibido ingresar a la sala a la que me refiero, pero Águeda me aconsejó no entrar sin el permiso de Alfonso ya que se trataba de su espacio, de su lugar; era ahí donde componía sus mejores éxitos. Si Batman tiene una Baticueva, entonces está era la Fonsicueva.

No sé si fue por el viaje o por el recorrido que duró bastante, pero el sueño se apoderó de mí por completo. Águeda me condujo nuevamente a la habitación de huéspedes y apenas toqué la cama quedé dormida.

Más tarde, me despertó un sonido de guitarra. Sabía bien quién era el responsable. Podía distinguir una tímida voz intentando acompañar el sonido de las cuerdas. No podía seguir apreciando la música sentada en la cama, tenía que ir a buscarla. Así que fui tras ese hermoso sonido. Como la casa era tan grande me confundía, entraba por puertas y pasillos que nada tenían que ver con mi búsqueda. Hasta que por fin encontré lo que mi corazón buscaba: la música de Alfonso. Lo descubrí sentado en una de las reposeras de su inmenso patio trasero.

En silencio me acomodé para escuchar al músico. Me apoyé en el marco de la ventana mientras veía al cantante hacer su magia. Él estaba de espaldas a mí, no estaba al tanto de algún público.

Me quedé observándolo algunos minutos hasta que escuché un ruido de desagrado que él mismo había provocado; no parecía contento con alguna parte de la canción. Me armé de valor y fui decidida hacia él.

–¿Puedo ayudarte?– le pregunté.

–Ven, compositora. Quizá puedas –dijo el cantante. No tuvo que insistirme mucho, corrí a sentarme junto a él– Mira, comencé esta canción hace mucho tiempo, pero nada me inspira como para seguirla– dijo mientras apuntaba su mirada hacia la hoja.

–¿Y cuál es el problema? La amo.

–¿Amarla? Aun no la oyes.

–La leí y me encanta. No entiendo qué te molesta de ella.

–Parece enlatada. Es muy común. No tiene nada único. Por un lado, no quiero abandonar mi sello de cantarle al desamor…, pero, por otro lado, ya tengo demasiados temas sobre eso…

–¿Y… por qué no cambias de personaje?– pregunté.

–¿Qué?

–Claro, ponete en segundo lugar. No lo cantes como el protagonista de la canción, sino como el que escucha al protagonista.

Él me quedó viendo como si yo fuera la adolescente más creativa de la historia (cosa que no soy). Comenzó a asentir con la cabeza dándome a entender que esa no era una mala idea en absoluto.

–Vaya, creo que choqué con la fan correcta –dijo sonriendo– Y, ¿sabes qué ayuda a componer? Oír a una víctima del desamor. ¿Tienes una historia al respecto que pueda oír?

Le conté. En resumen: hubo un chico, Felipe. Tuvimos una historia de ‘’amor’’, pero me lastimó mucho y ya ni nos hablábamos. En realidad, no hace falta entrar en detalles, fue amor a primera vista que me hizo entender lo ciega que estaba. Supongo que en la vida de cualquier adolescente hay un dramático capítulo de desamor. Y el cantante oyó el mío.

–Me siento tan boba y ciega –confesé al final del relato– Fue como caminar sobre piedras calientes, cruzar entre el miedo y la pena. Me sentí sola… y tarada, culpable por haber desperdiciado tanto tiempo en alguien que no sabe amar.

Luego de haberle contado todo tal cual lo indicaba mi memoria y de haber soltado un par de lágrimas, él me habló con unas palabras demasiado dulces y muy, muy hermosas.

–Sé cuánto duele que alguien que amas tanto no sea tan bueno como lo esperabas. Además, supongo que sientes un frío dolor en tu alma por el daño que te causó, te veo, entiendo que estas bajo cero. Creo que no puedes hacer nada más que quedarte tranquila y prepararte para dar el siguiente paso. Estoy aquí para escucharte sin juzgar y ayudarte a respirar.

–¿Me decís que espere? ¿Esa es tu respuesta?

–Es que es cuestión de tiempo. Yo sé cuánto cansa sufrir, descansa. Puede ser que mañana el juego te tire otra carta, una mejor, y sé que voy a estar ahí para apostar por ti y celebrar que aun quieras ser feliz. ¿Quieres ser feliz?

–Obvio.

–Bueno, escúchame bien: aléjate por completo de él, necesitas tiempo para ti, tiempo para respirar.

–Debe ser tan fácil decirlo.

–Sé lo que es el desamor, lo sufrí hace años. Respira, Emi. Aguanta un segundo y respira. Cierra los ojos y mira. Mientras te duela, respira conmigo el dolor.

–Es injusto esto.

–La vida a veces no es justa. Hoy es una cosa, mañana otra… Tranquila.

–Es difícil– dije secándome las lágrimas.

–De acuerdo. Llora tranquila, supongo que es parte del proceso. Suelta hasta la última lagrima. No me moveré de aquí, yo no dejaré que te ahogues en un mar. Si aún puedes respirar, pues… respira– dijo al final de todo lo hablado.

–Sé lo que estás pensando –dije secándome las lágrimas– Pensas que soy una ridícula por hacer un drama de algo tan común…

–La verdad –dijo él– estaba pensando lo diferente que eres al resto de mis fans…, hay algo extraño…

–Y una vez más soy la rara del grupo –suspiré.

–Perfecto. El mundo necesita raros de vez en cuando.

Al mirarnos descubrimos que éramos buenos amigos. Nació entonces una de las relaciones de amistad más fuerte que tuve en toda mi vida. Y ahí íbamos: dos amigos que acababan de conocerse se dirigían a la playa. Él llevó su guitarra, yo llevé mi libreta. Así fue aquella vez, y así es hasta hoy día. A cualquier lugar que vayamos juntos, él lleva su guitarra y yo mi libreta.

•••

CAPITULO 5

Una vez allí nos sentamos cerca del mar. La tarde más tranquila y hermosa de toda mi vida, acompañada del mejor músico. El sol nos sonreía desde el horizonte y el mar rugía con fuerza en una lucha contra el viento. Pero ningún ruido era molesto.

–Aquí puedo tocar tranquilo…, solo yo y mi música –dijo el cantante mientras se acomodaba con la guitarra sobre la arena.

–Sutil manera de pedirme que me vaya… –bromeé con la esperanza de que entienda el chiste; gracias a Dios lo hizo.

–¿Te he dicho lo mucho que me gusta el mar? Cuando lo vez pareciera que a veces llega hasta el cielo.

Para conocernos mejor, empezamos a hacernos preguntas entre nosotros. Creí saberlo todo de él. Aquel día que lo escuché por primera vez busqué y escuché entrevistas enteras durante horas y chequeaba sus actividades en las redes sociales; pero la verdad es que al final de cuentas parecía que únicamente sabía su nombre. Alfonso era una caja de sorpresas.

¿Te ha pasado alguna vez: pensaste que conocías a alguien pero mientras más te acercas más descubrís lo poco que conocías? Esa vez me pasó con Alfonso, pero después me pasó con alguien todavía más importante. En pocas palabras, yo solo conocía de él, pero no lo conocía a él. Por su parte, me llenó de preguntas para saber más de mí, y fue a la única persona a quién no le mentí sobre mi aburrida vida, no me importaba que sepa que mis mejores amigos eran los libros, mi vecina y un profesor.

–Siento que te conozco de otro lugar, ¿dónde has estado toda mi vida? –dijo.

Pasamos toda la tarde felices de habernos chocado. En mi corazón sentí que nuestro encuentro ya estaba escrito en algún libro. No estoy segura de cómo explicarlo. Cantamos mucho. Desafinamos algo. Pero era parte del juego. O yo por lo menos jugaba a cantar tan mal y hacer caras algo descomunales. El sol se iba despidiendo. A lo mejor lo espantamos nosotros, o puede que simplemente se estaba acabando su jornada. En fin, regresamos a su hogar.

•••

CAPITULO 6

En el camino, Fonsi me señaló a un hombre solitario de aparentemente 60 años. Nos saludó desde lejos y noté la alegría en su corazón. Su nombre era Aníbal, y había sido amigo de los padres del cantante. El anciano estaba cómodo en su asiento. Y, como sucede con las canciones, detrás de toda persona, hay una historia. Fonsi conocía la de aquel hombre. Me la contó.

–Linda historia…– dije conmovida cuando creí que había terminado.

–Lo lindo es que aún no acaba –dijo él– Hubo un viernes muy importante. Él fue muy sencillo a la hora de proponerle a su novia pasar el resto de sus vidas juntos. Él solo tomó la rosa que compró en la tiendita de la esquina, llevó en su mano un anillo y se dobló de rodillas para pedir la mano de Flor.

–¿Y qué lo hace tan especial?– pregunté.

–Las palabras que dijo, Emi. Las palabras son muy importantes, siempre. Él habló con el corazón cuando le dijo: ‘Para siempre, quiero amarte y cuidarte por el resto de mi vida, besarte hasta que duela el corazón, quiero caminar contigo, nunca más decirte adiós, y que el tiempo no pase jamás’’ –qué en lo empalagosamente hermoso que podía ser el amor a veces– El último viernes el chico consiguió lo que quería y todo gracias a ese anillo y la flor.

Los ojos negros de Fonsi lo delataban, estaba pensando en Águeda y luego una sonrisa lo confirmó.

–¿Se casaron?– pregunté para traerlo de vuelta a la historia de Aníbal y Flor.

–Sí, y todos los días se sentaban afuera de la casa. Pero no todo es color rosa, mi querida amiga –comentó Fonsi, y el suspenso fue aumentando– 18 años después de casados, aun sin hijos, cuando Flor volvía del trabajo, fue asaltada por un grupo de hombres que se la llevaron y hasta el día de hoy no hay rastro de ellos… ni de la dama.

–¡¿Qué?!

–Lo sé, es desgarrador. La tristeza cubrió por completo al enamorado cuando se enteró.

–¿El que acabamos de ver? Pero no parecía un hombre consumido por la tristeza…

–Es que cuando se enteró fue la angustia encarnada por varios meses. Luego no sé qué sucedió, pero su llanto se convirtió en gozo, sus lágrimas en sonrisas…

–¿Se habrá enamorado de nuevo?

–No lo sé, no lo he visto con otra señora, siquiera quitó las fotografías de Flor de la casa…, aunque sí donó sus cosas…

–¿Y la policía los buscó bien?– pregunté confundida.

–Aún están en la búsqueda, según ellos. El mismo Aníbal la sigue buscando, no ha perdido la esperanza. Y eso es lo que la vuelve la mejor historia de amor: han pasado muchos años, y aunque ha pasado tanto tiempo el amor nunca pasó. Por eso: lo lindo es que aún no acaba.

–Qué onda…–dije sin saber cómo reaccionar.

–Quiero que me ayudes a componer una canción para Águeda, y que también sea en memoria de la pareja, sé que puedo contar con tu creatividad, ¿verdad?– me dijo el hombre de ojos negros.

Logró que volviera a sonreír. Eso de pedirme ayuda con las canciones se estaba volviendo su costumbre y mi frase favorita. Le prometí la canción y cumplí con tal.

Estaba tan cansada que quería ir, bañarme y descansar; así fue como lo hice. En mi cuarto había una guitarra, y por más cansada que estuviera no vacilé en usarla para acompañar mi canto de alegría.

La única razón por la cual dormí aquella noche fue por el cansancio. Si no hubiera sido por esa fatiga no hubiera dormido, ¡estaba en la casa de Alfonso, el cantante! Todavía me costaba creerlo.

A la mañana siguiente me dirigí a la cocina y cuando llegué estaba Fonsi recostado sobre la mesa. Completamente dormido. A su lado una taza de café y unas hojas con anotaciones.

Sé que no soy la única que ha atravesado esa incómoda situación en la que te quedas a dormir en la casa de alguien más y sos la primera en despertar. ¿Despierto al anfitrión? ¿Lo dejo en paz?

Me acerqué lentamente, pero en ese momento sonó su teléfono y se despertó. Cuando me vio sonrió. Se desperezó y me saludó. Bostezó, refregó sus ojos y se peinó un poco. Luego de ofrecerme algo para desayunar, se paró de su asiento y se dispuso a prepararme un buen jugo y algo para calmar mi estómago.

–Te escuché cuando cantabas anoche– dijo buscando cosas en la alacena.

–Qué vergüenza– pensé entre mí.

–¿O no eras tú?– dijo al notar que, por alguna razón, no le respondí de inmediato.

–Ah, sí. Estaba por escribir una canción pero no cruzaba ninguna idea por mi cabeza –le contesté un poco nerviosa. Cuando giró para alcanzarme el jugo le confesé diciendo: –aunque pude preparar algo, no estoy segura pero capaz que me puedas dar una mano –Extendí una hoja arrugada sobre la mesa de desayuno– Antes… –le dije cuando estaba a punto de tomar la hoja–… tenes que saber que no es mi mejor trabajo, falta melodía y otras cosas…

–Tranquila– interrumpió sonriendo. Intentó tomar la hoja nuevamente, pero volví a sacarla de su vista.

–No estoy muy segura de la letra, podrías ayudarme bastante…

–Ay, bendito. Emily, ya dejaste mis expectativas por el suelo. ¿Puedo leerla ahorita?

–No quiero que pienses que este es lo mejor que puedo hacer –confesé.

–Solo dame la bendita canción. Deberías tener más confianza en ti misma.

Ya no le volví a sacar la hoja, se la entregué con los dedos cruzados, realmente quería una buena respuesta. Tomó el papel y la leyó en voz baja.

–Tiene potencial…– dijo sin siquiera mirarme o sonreír– pero algo le falta.

–Tu cara lo dice todo…

Se detuvo para mirarme unos segundos.

–No, no, no, no– advirtió– No es que no me guste la letra…

–¿Entonces?

–Me preocupa que te sientas… así. ¿Esto es lo que sientes ahora? ¿Es así cómo te sientes? ¿Sola, desorientada, inquieta, sin paz?– preguntó preocupado.

Lo admito: la letra era algo depresiva; cuando la escribí no pensaba en cómo me sentía, pensaba en el estilo de música que él hacía e intenté imitarlo creyendo que solo así le gustaría.

–No, no. Es solamente una canción…– respondí dudando.

–Eso es lo que le falta: sentimiento– dijo seguro.

–No entiendo, ¿querés que me sienta así para que la canción tenga sentido?

–No, no. Esta letra no fue escrita con sentimiento, por eso digo que algo le falta.

–Pero no siempre se escribe sobre lo que se siente. ¿O me vas a decir que vos describís tus sentimientos en todas las canciones que hiciste?

–No, lo que yo hago es algo diferente. Yo…–intentó explicarme él, pero alguien había entrado como pancho por su casa.

•••

CAPITULO 7

–Fonsi, Fonsi, Fonsi…–comenzó a decir el visitante sin siquiera llegar a la cocina– Qué extrañas son las noticias hoy en día, ¿ya viste la foto en el…?– se detuvo al verme. Me analizó y le entregó lentamente el diario que traía al cantante sin apartar su mirada de mi rostro.

–Amigo, no recuerdo haberte dado la llave de casa –dijo Fonsi algo confundido.

–Águeda está afuera lidiando con la alarma del carro –dijo el nuevo sin perderme de vista.

–Bro, ella es Emily –me presentó el cantante antes de ir a ayudar a su pareja.

–Ya lo sé. Y que lo sepa el problema –dijo.

–¿Quién sos?– pregunté.

–Carlitos, asistente de Alfonso.

–¿Y por qué es un problema que sepas mi nombre?– pregunté.

–¿Qué, no lo entiendes?– me dijo cuándo Fonsi y Águeda se acercaron.

–Pero… ¿Cómo tomaron esta foto? Qué tal si…–dijo el músico.

–Me encanta que te diviertas con amigos –dijo el visitante– mientras hagas tu trabajo, claro. Pero nosotros no controlamos los rumores que se dispersan de boca en boca.

–¿Y qué tipo de rumores son?– pregunté.

–Malos –respondió Carlitos– Están quienes piensan que ganaste algún concurso del que nadie se enteró y se quejan por mala difusión; otros dicen que eres una hija de la cual Fonsi nunca se hizo cargo hasta ahora, lo cual me parece algo exagerado; y por supuesto están los rumores románticos…

Nada de eso me sorprendía, no era la primera vez que estaba metida en algo parecido, nací en una ciudad cuna del chisme donde la gente se divierte creando falsos rumores (después no preguntes por qué somos cerrados los crespolorenses); pero nuestra seguridad es justamente esa: los rumores son FALSOS. Es cuestión de hacer oídos sordos y al final todo termina saliendo a la luz. Sin embargo, para ellos el asunto era diferente, quizá más pesado, parecía preocuparles demasiado.

–Esos no pueden ser comentarios de fans –aseguré– Conocí a muchos de ellos y ellas, son hermosas personas, no son de armar bardo. No van a andar con rumores, nunca intentarían hacerlo quedar mal a Fonsi.

–Ella tiene razón –añadió Águeda– Esos comentarios parecen ser de ciertos haters o ciertos personajes de la prensa, ¿no les suenan familiares?

–Los rumores son un problema, no importa quién los haya dicho –dijo Carlitos.

–No entiendo cuál es el problema, son solamente mentiras, tarde o temprano va a salir la verdad a luz y todo se va a arreglar.

–Fonsi tiene una imagen que mantener, y una reputación –me dijo Carlitos– Por supuesto, ya encontré la manera de que esta noticia no sea internacional, ya logré borrarla…, eso creo…

–¿Qué? –exclamé– Qué ridículo. Fonsi, no tenes por qué caerle bien a todo el mundo, ni Dios lo hace.

–Niña –intervino Carlitos– Llevamos más de diez años en el negocio… ¿acaso crees que tú conoces la clave del éxito?

–Pero intentar complacer a todo el mundo tiene que ser la clave del fracaso.

–Te pedí que consiguieras los boletos y desapareciste, bro –dijo el músico– Intenté conseguirlo yo mismo, pero fue un caos.

–Yo también intenté, pero no conseguí nada –acotó el asistente– Si me escribiste mensajes, jamás me llegaron; si llamaste, jamás sonó; si me fuiste a buscar, jamás te vi.

–Es una locura…– se dijo Águeda.

–Locura es que no haya forma de devolver a esta niña– dijo Carlitos.

–¿Devolver? ¿Qué soy: bolsa de papas?– pregunté molesta.

–Ya quisiera. Es más sencillo deshacerse de una bolsa de papas –dijo Carlitos– Es como si todo conspirara en nuestra contra…

–¿En contra? Yo diría a favor –dijo Águeda sonriendo. En ese momento se volvió mi heroína.

–¿Qué dices? –dijo Carlitos.

–Fonsi y yo acordamos darle para adelante con mi nueva línea de ropa para niñas y adolescentes…, y ella es una adolescente. ¿Sabes lo difícil que es conseguir modelos de su edad que no busquen fama? He pedido al cielo alguien como ella.

–¿De verdad? –dije ilusionada. Ella se limitó a responderme con una sonrisa y un guiño.

–Y es compositora –añadió Fonsi llenándome de orgullo– Es una de las chicas más creativas que conozco.

–Ustedes dos no quieren devolverla, ¿no es verdad? –dijo Carlitos fregándose los ojos.

–‘’Devolver’’, qué horrible palabra –suspiró Águeda.

–Amigo, ella es quien ambos esperábamos. Y habló con su madre, no hay problema en que se quede unos días.

–Prometo que, apenas pueda volver con mi grupo, lo hago –mentí.

–No me parece buena idea, Fonsi –dijo el asistente casi en susurros.

–La ‘mala idea’ sigue acá… –dije dándole a entender que me ofendía.

–Sí, lo sé, ese es el problema –dijo Carlitos.

–Tú ves un problema, Fonsi y yo vemos una oportunidad –dijo Águeda.

–Relájate. ¿Qué podría salir mal? –dijo Fonsi.

–Apenas lleva un par de días aquí y ya hay fotos suyas. Fonsi, tú sabes bien que la fama no es gratis: será herramienta en ocasiones, pero también puede perjudicar muchas cosas y lastimar a personas cercanas. No es la primera vez que pasas algo parecido.

Yo no entendía bien de qué estaban hablando. No sabía que la fama podía ser peligrosa. Pero ellos parecían querer dar a entender eso.

–Carlitos, sus letras son oro puro –insistía Fonsi– Sé que puedes hacer desaparecer esas imágenes y desvanecer cualquier dato de ella en la prensa. Nosotros prometemos tener más cuidado de no aparecer en público. Ni siquiera le contó a su madre acerca de mí, dio el nombre de Águeda solamente. ¿Ves? Podemos confiar en ella.

Qué mal me sentí ese instante.

–Fonsi, amigo… –retomó Carlitos–… necesito que lo pienses más de una vez, ya hemos tenido discusiones similares.

–Esta chica es diferente.

–Es otra fan –susurró Carlitos.

–Lo dudo –dijo Fonsi– Estando con ella las ideas fluyen, como si las canciones se escribiesen solas, los versos caen como cascada. ¿Qué tal si no fue un accidente? ¿Qué tal si el encuentro fue diseñado?

Carlitos me miró y preguntó:

–¿Qué hay en ti que no hay en nadie más?

Por primera vez en mi historia ser diferente fue virtud. Los observé y los tres tenían puesta su mirada en mí. Esperaban una respuesta, y la verdad es que yo también.

–Cuando sepa…–dije– les cuento.

Carlitos suspiró. Era uno de esos suspiros que uno tiene cuando alguien más le gana por insistencia.

–Está bien, tienen mi apoyo –dijo por fin– Solo porque confían en ella, y en su talento como compositora y maniquí. Si me disculpan, voy a ver qué hago con esa fotografía, y por favor no se metan en líos. Si alguien pregunta, Emily es una conocida de la tía de la hermana de la prima de la vecina de la abuela de Águeda y punto. La prensa te tiene en la mira, Fonsi. Es importantísimo que des buena imagen cada bendito segundo de tu vida.

–Creo que exageran mucho…–acoté.

–No, niña. Tú no exageras lo suficiente –dijo Carlitos– Hay medidas que tomar. No puedes contar lo que pasó, ni aparecer en cámara, menos dar a conocer detalles personales de estos dos. Estarás siempre bajo el cuidado de ellos, jamás sola. Y no quiero que le cuentes a nadie nada de esto.

El visitante se fue y detrás de él se cerró la puerta de la casa.

–Cuánto drama…– dije.

–Tranquila. Sabe de qué habla –dijo Águeda mientras se iba lentamente de la cocina– Me agrada la idea de tenerte en casa estos días, pero creo que es mejor si le obedecemos a Carlitos. Voy por unos diseños y empezamos, ¿qué te parece?

–Un placer –le respondí sonriendo.

–Lamento todo esto, no creí que fuera tan importante tenerte escondida –me dijo Fonsi cuando estábamos solos en la cocina.

–¿Podemos volver a la playa? –pregunté asustada.

–¿Estás loca? Acaban de fotografiarte ahí.

–Dejé mi libreta.

–Olvídala. Compra una nueva –dijo.

–Ya vengo –dije caminando a prisa.

–¡No! ¡Emily! –gritaba él– ¿No oíste nada? Vas a meternos en problemas, y luego…., ay, bendito… ¡Cariño, ahorita volvemos!... ¡Emily! Espérame…

Llegamos bastante rápido. Allí me puso un gorro, lentes de sol y un pañuelo que me cubrió desde el cuello hasta la nariz. Él también tenía el rostro bastante escondido. No demoré en encontrar la libreta, tampoco nos apuramos en irnos del lugar. Fingiendo que no había ocurrido una discusión minutos atrás con el asistente, caminamos un rato viendo como el sol nos saludaba con su último rayo de luz.

–Amo cuando el cielo esta así, ese color naranja que toma la tarde me llena de tanta paz. Bah, me gustan todos los cielos. El cielo siempre es perfecto… ¿no ves?

–¿Incluso en los días grises?

–En especial los días grises, sin ellos ¿cómo sabrías cuán claros son los días soleados?

–Touché. Supongo que no sabemos lo gris que es nuestro camino sino hasta que chocamos con la claridad. Y tú eres la mía.

–¿Tu qué? ¿Tu claridad? Ja, ja…, qué responsabilidad…

–¿Responsabilidad?

–Sí, ser la claridad de alguien… –pensé en voz alta– …ser la imagen que cubra tu memoria cuando veas el atardecer, asegurarme de que te acuerdes de que por más lejos que estemos vas a tener algo de mí en el cielo, cuando mires el sol que se va. Saber que cuando mires el mar, escuches las olas y sientas la arena en los pies vas a acordarte de mi voz, de estos recorridos cursis y… de cómo soy. Quién sabe, a lo mejor algún día solo tengamos el uno el recuerdo del otro.

–¿Ves? Las canciones contigo se escriben solas. ¿Y por qué me dices algo como eso? ¿Piensas irte o algo así? –dijo él– Te estás apresurando. No pienso irme por un largo tiempo y no te dejaré hacerlo. Por alguna razón, estando contigo, veo cosas de un punto de vista distinto…, ni siquiera sé cómo decirlo…, como si derrumbaste esa pared que me interrumpía la vista. Cuando viniste, trajiste una luz contigo. ¿Quién eres, Emily Frank?

–Solo… Emily…–pensé. Entonces me di cuenta de que a lo mejor yo no me conocía del todo, quizá no sabía bien quién era.

–Volvamos– dijo– Águe está ansiosa por probar sus prendas en ti. Mientras lo hace, podemos escribir otra canción, antes de que esa poeta que llevas dentro se vuelva a dormir…

Entonces regresamos. Estábamos los tres en el estudio de Águeda, entre prendas, espejos, telas, música y bebidas cuando sonó la alarma de Alfonso para recordarle que esa noche irían sus amigos y familiares a cenar.

Tuvimos mucho trabajo poder delante y la música no podía faltar. Águeda cocinaba, yo ordenaba y Fonsi bailaba y cantaba. De vez en cuando lo escuchaba seguir la letra y hacer ruido con las hoyas, cubiertos, platos, vasos y todo lo que encontraba.

Eran más divertidos y energéticos de lo que pensé. Estando con ellos pronto olvidé mis preocupaciones. Bailaban al compás de Juan Luis Guerra, Michael Jackson, y otros miles y miles de grandes artistas de diversos géneros musicales, mientras me hacían caras raras, era imposible no divertiste. Comencé a entrar en confianza y me solté.

Para completar un poco el hermoso ambiente de una fan que prepara una fiesta junto a su cantante favorito, comenzaron a llegar los invitados. Prácticamente, era la familia y algún que otro amigo.

Me ofrecí para terminar de preparar los últimos detalles para que Fonsi y Águeda se encarguen de recibir a los invitados. Para ayudarme, el cantante envió a su madre. Una hermosa mujer, muy dulce y muy atenta. Terminó convirtiéndose en una gran amiga mía.

–¿Puedo preguntarte cómo conociste a mi hijo?– preguntó la mamá del cantante mientras preparábamos la ensalada.

–Es una muy rara historia –dije para dar inicio a lo que fue un relato divertido mientras pasábamos el tiempo juntas. Me esforcé para narrarle todo, con tantas mentiras se me hacía difícil no meter la pata.

–Oigo demasiadas risas por este sector, ¿me estoy perdiendo de algo?– preguntó Fonsi asomándose por la puerta cuando terminé de contarle la historia a su madre.

–Emily me contó cómo se conocieron. Solo a ti te pasan esas cosas raras, hijo mío– respondió ella, la risa todavía se percibía en sus palabras.

–Ja, ja, si, la verdad es que suelen pasarme solo a mí… ¡y loco también el permiso que te dio tu madre, Emily! Eso sí que es nuevo…– dijo Fonsi. Tomé un trago de agua e intenté alejarme– Mamá, ¿me prestas a Emi por un momento? Águeda y yo queremos que conozca a los demás.

–Claro, dejame sola con toda esta tarea en tu propia casa– respondió su madre.

–Ay, mamá…

–Estoy jugando, hijo –aclaró alegremente– Vayan.

Fonsi, con su actitud de caballero, me ofreció su brazo para escoltarme. Así, también junto a la modelo, recorrimos toda la sala saludando a los invitados.

–Pero…, pensé que no podíamos decir nada sobre mi estadía con ustedes…– les dije en voz baja.

–Tranquila, querida Emi –dijo Águeda– Es una fiesta privada, todos ellos son de confianza.

Con cada persona que hablábamos, ellos me presentaban como su amiga, y hacía solo un par de días que nos conocíamos. Más tarde, nos sentamos a la mesa, Fonsi en la punta al lado de su pareja y de su amiga (o sea, yo).

Dimos gracias por los alimentos y cenamos todos juntos charlando de un montón de cosas, muchas relacionadas a lo que habían vivido Águeda y Alfonso. También recuerdo que me preguntaban cosas a mí, querían conocerme y de verdad que es una de las sensaciones más hermosas el que la familia de tu cantante favorito se interese por vos. Y no podía faltar la charla sobre la niña que venía en camino.

–Emi, quiero presentarte a una fiel amiga –dijo Fonsi cuando ya estábamos todos parados en la sala disfrutando de música y bebidas. –Ella es Nadia, también es de Argentina, pero está estudiando en Nueva York hace algunos años. Viene cada vez que la invitamos.

–Hola, un gusto. Soy Emily… – dije presentándome.

–Frank, lo sé– intervino sonriendo– El gusto es mío. Podés decirme Nanu…

–Espera, ¿lo sabes? –preguntó Fonsi preocupado– ¿Por qué lo sabes? No deberías saberlo, nadie sabe a menos que yo lo diga, es decir, eliminamos esa noticia del periódico y…

–Águeda me habló de ella hace un minuto –interrumpió Nadia antes de volver a dirigirse a mí– Dice que la estas ayudando con sus diseños y a Fonsi con las canciones…

–Sí –respondió Fonsi aliviado– Es una gran poeta…

–Buenas noticias –respondió Nadia al respecto.

–Escucha, Nanu, queremos mantenerlo en secreto porque –dijo Fonsi.

–Lo supuse. Tranquilo. Soy una tumba –intervino ella simulando cerrar su boca con llave. Parecía conocerlo bastante. Fonsi sonrió y agradeció el gesto. Al poco tiempo, quedamos solo nosotras dos, él se había ido a charlar con sus parientes.



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