Hawking y los agujeros negros - Paul Strathern - E-Book

Hawking y los agujeros negros E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

Hawking es tal vez uno de los científicos más conocidos de nuestra época. Sus investigaciones y descubrimientos en los campos de los agujeros negros y la cosmología han abierto posibilidades infinitas y han cambiado nuestra manera de mirar el mundo y el cosmos. Aún así, ¿cuántos de nosotros entendemos realmente lo que significan los agujeros negros? Hawking y los agujeros negros es una brillante instantánea de la vida de Hawking y de su trabajo, y proporciona una explicación accesible y clara del significado y de la importancia de sus descubrimientos y del modo en que estos pueden cambiar o influir en nuestras vidas.

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Siglo XXI

Paul Strathern

Hawking y los agujeros negros

en 90 minutos

Traducción: Pedro Tena

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta:

Carlos Latuff

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Big Idea: Hawking and Black Holes

© Paul Strathern, 1997

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1999, 2014

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1706-4

Introducción

El parecido entre Stephen Hawking y el Dr. Strangelove, el extraño personaje de la película de Kubrick, es algo más que una mera y pasajera comparación. Desde luego, Hawking no es un nazi con ansias de revancha, pero todos los que han trabajado con él hablan del mismo grado de in­tensidad en la energía intelectual contenida. El Dr. Strangelove era una parodia de la voluntad desnuda, aunque de una gran complejidad y clarividencia, y enormemente cerebral. Al mismo tiempo que decididamente humano, estaba poseí­do por fuertes pasiones y fobias, que sus taras fí­sicas no contribuían a remediar. Hawking ha insistido a menudo en que se le viera como a cualquier otro ser humano normal, algo que después han confirmado sus actos. En la película nunca llegamos a ver el despacho del Dr. Strangelove, pero de haberlo necesitado, el despacho de Hawking en Cambridge habría sido una inmejorable elección. Allí se respira una silenciosa atmósfera de concentración, rota tan solo por el sonido del un interruptor que una figura encorvada acciona desde su silla de ruedas; a su alrededor, las pantallas de los ordenadores, un espejo desde el que un rostro atento devuelve la mirada al observador, y grandes pósteres de Marilyn Monroe mirándonos desde lo alto de las paredes.

Esa mente, alejada del mundo, que se encuentra como en casa cuando navega por los confines últimos del universo, ha producido algunos de los más asombrosos pensamientos cosmológicos de todos los tiempos. Nuestra imagen del cosmos se ha transformado por completo durante la era Hawking. La imagen que él y su equipo han creado es tan imaginativa y bella como una gran obra de arte y, al mismo tiempo, tan imposible como un sueño, y enormemente más compleja de lo que puede comprenderse habitualmente. Hawking ha producido ideas nuevas y sensacionales sobre los agujeros negros, la «Teoría de la Gran Unificación» y el origen del universo.

Sin embargo, hay quienes han cuestionado todo esto. La cosmología es el estudio del universo, pero pese a contar con sus diabólicas matemáticas, gran parte de la disciplina no puede probarse. ¿Puede la cosmología ser de algún modo útil o relevante, o es como un cuento de hadas, tan importante para nuestras vidas como las leyendas de los antiguos dioses griegos? Igualmente puede considerarse que los logros de Hawking son fundamentales para nuestra comprensión de la propia vida, o que se trata de una vasta empresa intelectual llena de ruido y furia pero vacía de significado. Continúen leyendo y juzguen por ustedes mismos.

Vida y obra: una breve historia de Hawking

Stephen Hawking nació durante los sombríos días de la Segunda Guerra Mundial. Sus padres tenían una casa en Highgate, en el norte de Londres. Por la noche, el clamor de las sirenas que anunciaban los bombardeos, los focos de luz en busca de señales en el cielo, el resplandor y el estallido sordo de las bombas alemanas, desgarraban el silencio.

Para asegurar el nacimiento de su primer hijo, Frank e Isobel Hawking decidieron, poco antes de dar a luz, trasladarse temporalmente a Oxford. Los alemanes habían aceptado no bombardear Oxford y Cambridge para no dañar su irreemplazable arquitectura a cambio de que los aliados no hicieran lo propio con las históricas ciudades universitarias de Heidelberg y Gotinga. Como señalaba Isobel Hawking: «es una lástima que este tipo de acuerdo civilizado no se extendiera a otros campos». El 8 de enero de 1942 dio felizmente a luz un hijo varón, una fecha que casualmente coincide con el aniversario de Galileo, muerto en 1642, exactamente 300 años antes. Además, Newton había nacido casi al mismo tiempo el mismo año, por lo que, si omitimos el hecho de que son dos campos que se excluyen mutuamente, podríamos decir que los auspicios astrológicos para un astrónomo eran realmente excelentes.

Tanto Frank como Isobel Hawking habían estudiado en la Universidad de Oxford. Frank era ya un médico dedicado a la investigación, que estaba casi siempre de viaje. Por otro lado, la carrera de Isobel, en declive por falta de oportunidades, había comenzado con un aburrido puesto de inspectora fiscal para ir progresivamente descendiendo por diversos trabajos de secretaria nada satisfactorios. (En realidad, había llegado demasiado pronto, pues, solo unos años más tarde, Maggie Thatcher se haría cargo del comité conservador de la Universidad de Oxford. Durante la guerra, las mujeres ya habían entrado en los ministerios, consiguiendo puestos elevados en el escalafón funcionarial, habían escapado de la servidumbre doméstica para buscar empleo como braceras en las granjas, o habían probado el sabor de la independencia trabajando en las fábricas y ocupando puestos tradicionalmente «masculinos».)

Precisamente, cuando trabajaba de secretaria, Isobel conoció a Frank Hawking, que acababa de regresar de una investigación médica en África. No tardaron en casarse, y tuvieron cuatro hijos. La actitud ante la vida de Isobel, que apenas cambió de forma de ser, marcó la educación de sus hijos. Pese a ello, sus deseos no colmados encontraron un camino en el idealismo. Se enroló en las filas del comunismo y, aunque muy pronto flexibilizó su postura política, siguió siendo una socialista convencida. Más tarde, tomaría parte en las primeras marchas del CND, el comité para el desarme nuclear, desde Aldermaston hasta Londres, cuando intentar salvar a la especie humana de la destrucción nuclear se consideraba una actividad antisocial.

En 1950 los Hawking se trasladaron a vivir a St. Albans, 50 kilómetros al norte de Londres, una agradable ciudad catedralicia (o sofocantemente provincial). Frank había sido nombrado allí jefe del Departamento de Parasitología del Instituto Nacional de Investigación Médica. Los Hawking continuaron haciendo una vida intelectual perfectamente ortodoxa, lo que no impidió que se les etiquetase de inmediato como peligrosos excéntricos. Su casa estaba atestada de libros, los muebles pretendían ser cómodos y no símbolo de estatus social, las cortinas no se lavaban y, a veces, ni siquiera se corrían por la noche. Había quien podía asegurar incluso que la familia escuchaba en la radio el Tercer Programa (dedicado a la ­música clásica y al teatro, y dirigido especialmente a los pocos disidentes que vivían entre el filisteísmo burgués). En su tiempo libre, Frank llegó ­incluso a escribir varias novelas que nunca se publicaron, y de las que su esposa se burlaba llamándolas despropósitos. Los modelos para el joven Stephen fueron siempre más bien los Bertrand Russell y Gandhi que los Stanley Matthews o Max Miller.

Al llegar el verano, toda la familia se apretujaba en el automóvil, un antiguo taxi londinense, y se trasladaban a su caravana para pasar las vacaciones. La caravana, que era de su propiedad, estaba aparcada en un campo de Osmington, en Dorset, cerca de la bahía de Ringstead. No hace falta decir que no se trataba de una caravana corriente, sino de una vieja caravana gitana, pintada con alegres colores «romanís». Los Hawking no eran una familia acomodada, pero no eran pobres; tampoco parece que fueran más ni menos felices que cualquier otra familia de clase media durante esta época triste y gris de represión social.

De un hogar corriente como este salió un típico estudiante de la época. A los diez años, a Stephen se le matriculó en el mejor colegio de la zona: el mediocre St. Albans, cuya matrícula costaba 50 guineas por trimestre. Si tenemos en cuenta que una guinea equivale a 1,60 €, más o menos, podremos hacernos una idea de las pretensiones que dicha escuela tenía de aspirar al nivel «Basil Fawlty»1. Stephen era un estudiante debilucho, desmañado y de movimientos descoordinados, un tipo de personaje fácilmente reconocible que encajaba entre los habituales matones, chulos, fanfarrones, malas hierbas, quejicas y toda esa clase de seres particulares que suelen poblar cualquier patio escolar.

Para entonces, Stephen ya se había interesado por la química, e incluso tenía su propio laboratorio en el cobertizo de su casa, que no tardó en convertirse en un lugar desordenado, lleno de tubos de ensayo, residuos de viejos experimentos y manuales para la fabricación casera de pólvora, cianuro o gas mostaza.

Poco a poco iba haciéndose evidente que Stephen era un alumno bastante brillante, pero al que no le constreñían las ostentosas exigencias que trataban de imponerle en aquel colegio fino. No trabajaba demasiado, pero aprobaba con nota todas las asignaturas, aunque nunca era de los primeros. Su mente era aguda, pero hablaba con demasiada rapidez para que se le entendiese bien. En su casa, en el cobertizo, con sus pocos amigos del colegio, se dedicó a inventar complicados juegos de mesa, que para jugar requerían al menos cinco horas y que, en ocasiones, podían llegar a durar hasta una semana entera de vacaciones. No es extraño que pronto se encontrara jugando contra sí mismo. Tanto a los amigos como a la familia les sorprendía su capacidad para dejarse absorber por problemas tan abstrusos, cuya solución a menudo llegaba después de interminables horas. En opinión de su madre: «Me imagino que, por entonces, para él el juego era casi un sustituto de la vida».