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Además de ser una de las principales figuras literarias del siglo xx y ganador del Premio Nobel de Literatura de 1923, William Butler Yeats es el mayor poeta lírico que ha producido Irlanda. Yeats creó una vasta colección de historias, canciones y poesía del pasado histórico y legendario de Irlanda. Esta recopilación incluye un gran número de obras, piezas que le han valido a Yeats el reconocimiento como uno de los más grandes poetas de su tiempo. La ilustradora Sandra Rilova nos lleva al universario literario de Yeats a través de cuarenta poemas esenciales.
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Seitenzahl: 65
Veröffentlichungsjahr: 2023
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William Butler Yeats
HE EXTENDIDO MIS SUEÑOS A TUS PIES
Ilustraciones de
Sandra Rilova
A LA ROSA SOBRE LA CRUZ DEL TIEMPO
¡Rosa roja, Rosa altiva, triste Rosa de mis días!
Acércate mientras canto las antiguas tradiciones:
Cuchulain plantando cara a la marea inclemente;
el gris Druida hijo del bosque, el de tranquila mirada,
que asedió a Fergus con sueños y desastre inenarrable,
y tu propio desconsuelo, que las estrellas, marchitas
por bailar sobre las aguas con sandalias plateadas,
entonan con solitaria y orgullosa melodía.
Ven, que ya no más cegado por el destino del hombre
encuentre bajo las ramas del amor como del odio,
en todas las necias cosas que viven un solo día,
la belleza sempiterna vagando por su camino.
Ven, acércate a mi lado; y abrid un pequeño espacio
para que todo se colme con el olor de la rosa.
Que pueda seguir oyendo cosas comunes y ansiosas;
el gusano que se oculta en su pequeña caverna,
el ratonzuelo corriendo junto a mí sobre la hierba
y mortales esperanzas que se afanan y transcurren;
no escuchar sino las cosas extrañas que dijo Dios
al corazón luminoso de los que han muerto hace tiempo,
y salmodiar una lengua que los hombres desconocen.
Ven, acércate; quisiera, antes que llegue mi hora,
cantar la Irlanda de antaño y las viejas tradiciones:
Rosa roja, Rosa altiva, triste Rosa de mis días.
¿QUIÉN VA CON FERGUS?
¿Quién irá desde ahora en el carro de Fergus
a rasgar la penumbra del recóndito bosque
y bailar en la orilla de las aguas en calma?
Alza, joven, tu frente pelirroja,
y alza, niña, tus párpados serenos,
y no penséis ya más en miedos y esperanzas.
Y no penséis ya más con esquiva mirada
en el misterio amargo del amor;
pues que Fergus gobierna las livianas carretas
y gobierna las sombras de los bosques,
y el blanco pecho del sombrío mar
y todas las errantes estrellas despeinadas.
LA ISLA DEL LAGO DE INNISFREE
He de partir sin falta, partir hacia Innisfree,
y alzar una cabaña con arcilla y con zarzos:
nueve hileras de judías tendré, un enjambre de abejas,
y solo he de vivir en el claro vibrante.
Y algo de paz encontraré, pues la paz llega lentamente,
gotea entre los velos de la aurora y el lugar donde canta la cigarra;
allí la medianoche es un rescoldo, el mediodía un brillo púrpura
y la tarde se puebla de alas de pardillo.
He de partir sin falta, pues siempre, noche y día,
oigo temblar las aguas en la orilla del lago;
en medio del camino, o en las grises aceras,
allá en lo más profundo del corazón las oigo.
CUANDO ANCIANA
Cuando, anciana y canosa, te domine el cansancio
y cabecees junto al fuego, toma este libro
y léelo sin prisa, y sueña con la vieja
ternura de tus ojos y con sus hondas sombras;
cuántos amaron tus momentos de dicha y gracia
y amaron tu belleza con amor noble o falso;
pero un hombre amó en ti tu alma peregrina
y también las tristezas de tu rostro voluble;
y mientras te reclinas junto al hogar radiante
musita con tristeza cómo el Amor huyó
y anduvo a grandes pasos por las altas montañas
hasta esconder su rostro en un tropel de estrellas.
ÉL REPRENDE AL ZARAPITO
No lances tu chillido al aire, oh zarapito,
o lánzalo tan solo al agua de poniente;
pues tu chillar me trae a la memoria
finos ojos ardientes y sus largos cabellos
palpitando pesadamente sobre mi pecho.
Bastante mal hay ya en el chillar del viento.
ÉL OYE EL GRITO DE LAS JUNCIAS
Me aventuro por la orilla
de este lago desolado
donde el viento aúlla en las juncias:
Hasta que no se rompa el eje
que sostiene a los astros en su ronda,
y las manos arrojen a lo hondo
los pendones del Este y el Oeste,
y se desciña el cinto de la luz,
no ha de yacer en sueños
tu pecho junto al pecho de tu amada.
ÉL RECUERDA LA BELLEZA OLVIDADA
Cuando te estrecho entre mis brazos
arrimo al corazón una belleza
que se extinguió del mundo hace ya mucho;
coronas enjoyadas que al huir sus ejércitos
los reyes arrojaban a lagunas sombrías;
cuentos de amor que damas soñadoras
hilvanaban con seda
en telas que ha mordido la polilla asesina;
rosas que desde siempre
las doncellas prendían a su pelo,
lirios frescos como el rocío
que las damas lucían por pasillos sagrados
donde el incienso alzaba tales nubes
que solo Dios podía abrir los ojos:
pues aquel pecho pálido y aquella mano persistente
provienen de una tierra más sumida en el sueño,
de un tiempo más sumido en el sueño que el nuestro;
y cuando entre dos besos tú suspiras
escucho suspirar a la blanca Belleza
por la hora en que todo ha de morir como el rocío,
mas llama sobre llama, abismo sobre abismo
y trono sobre trono, sumidos en letargo,
el peso de la espada en sus férreas rodillas,
cavilan sus altivos misterios solitarios.
EL VALLE DEL CERDO NEGRO
Cae el rocío lentamente y los sueños se agolpan: lanzas desconocidas
se entrecruzan de pronto ante mis ojos despiertos por el sueño,
y entonces el fragor de jinetes caídos y los gritos
de ejércitos ignotos que perecen resuenan en mi cabeza.
Nosotros, los que trabajamos junto al crónlech en la ribera,
el gris túmulo en la colina, cuando el día naufraga, anegado en rocío,
hastiados ya de los imperios de este mundo, nos inclinamos a tus pies,
señor de las estrellas fijas y de la puerta llameante.
ÉL DESEA LAS TELAS DEL CIELO
Si tuviera las telas bordadas de los cielos,
con luz de oro y plata entretejidos,
las oscuras, añiles y vaporosas telas
de la noche y la luz y la penumbra,
dispondría mis telas a tus pies;
pero, como soy pobre, solo tengo mis sueños;
he extendido mis sueños a tus pies:
pisa con suavidad, porque pisas mis sueños.
NO HUBO NUEVA TROYA
¿A qué recriminarle que llenara mis días
de dolor, o que en tiempos recientes
haya instruido al ignorante en la violencia
o lanzado a los barrios bajos contra los altos,
aunque su valentía no iguale su deseo?
¿Qué otra cosa podía traer paz a una mente
que la nobleza hiciera sencilla como el fuego,
y paz a su hermosura como un arco tensado,
de una especie inusual en nuestro tiempo,
solitaria y altiva y rigurosa?
¿Qué más podía hacer, si así es ella?
¿Pudo incendiar acaso alguna Troya?
ÉL PIENSA EN SU PASADA GRANDEZA
CUANDO ERA PARTE DE LAS CONSTELACIONES CELESTES
He bebido cerveza del País de los Jóvenes
y lloro porque ahora lo sé todo:
he sido un avellano y hace mucho,
en un tiempo remoto, colgaron de mis hojas
la Estrella de Canopo y la Osa Mayor;
me transformé en arroyo que los caballos pisan;
me transformé en un hombre, un odiador del viento,
que sabe al menos una cosa: que su cabeza
no yacerá en el pecho ni sus labios
en el cabello de su amada mientras no muera.
Oh bestia del baldío, ave del aire,
¿tendré que soportar tus gritos amorosos?
LA MALDICIÓN DE ADÁN
Estábamos sentados, un día de finales de verano,
aquella dulce y bella mujer, tu amiga íntima,
y tú y yo, hablando de poesía.
«Un solo verso puede llevarnos horas —dije—,
pero si no parece algo pensado en un instante
todo nuestro coser y descoser es en vano.
Mejor arrodillarse sobre la médula del hueso
y fregar suelos de cocina o picar piedra
como un viejo indigente, a la intemperie;
pues dedicarse a articular dulces sonidos
es trabajar más duro que ellos, y sin embargo
ser tildado de vago por la ruidosa camarilla
de clérigos, maestros y banqueros
