Hemingway en 90 minutos - Paul Strathern - E-Book

Hemingway en 90 minutos E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

La imagen de Hemingway como tipo duro no goza de gran estima en la cultura actual, mucho más suave, pero su prosa resulta tan fresca hoy en día como cuando le convirtió en un revolucionario del estilo a principios del siglo XX. Junto a Fitzgerald y Faulkner parece encarnar algo esencialmente norteamericano: contribuyó a crear una literatura típicamente estadounidense que alcanzó la madurez de golpe. Puede que Norteamérica deba volver a incorporar a su psique la idea de Hemingway de la "gracia bajo presión". En Hemingway en 90 minutos Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Ernest Hemingway, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha de la humanidad por entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.

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Siglo XXI

Paul Strathern

Hemingway

en 90 minutos

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

La imagen de Hemingway como tipo duro no goza de gran estima en la cultura actual, pero su prosa resulta tan fresca hoy como cuando le convirtió en un revolucionario del estilo a principios del siglo xx. Junto a Fitzgerald y Faulkner parece encarnar algo esencialmente norteamericano: contribuyó a crear una literatura típicamente estadounidense que alcanzó la madurez de golpe. Puede que Norteamérica deba volver a incorporar a su psique la idea de Hemingway de la «gracia bajo presión», la capacidad de enfrentarse al destino con heroica fortaleza.

En Hemingway en 90 minutos Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Ernest Hemingway, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha de la humanidad por entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Hemingway in 90 minutes

© Paul Strathern, 2005

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2017

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1850-4

Introducción

A los 18 años Hemingway conducía una ambulancia de la Cruz Roja en el norte de Italia durante la Primera Guerra Mundial. En el verano de 1918 los austriacos lanzaron un ataque para intentar cruzar el río Piave, al norte de Venecia, y los italianos plantaron piezas de artillería pesada en la orilla occidental del río. La Cruz Roja pidió voluntarios para llevar las cantinas de los pueblos cercanos a los frentes. Hemingway se presentó enseguida y lo destinaron al pueblo de Fossalta, que se encontraba bajo asedio y cerca del río.

La noche del 8 de julio hacía calor y no lucía la luna. Ocultándose en la oscuridad, Hemingway cogió su bicicleta y se dispuso a entregar paquetes de cigarrillos, chocolatinas y la última remesa de postales enviadas por las familias a los hombres de las trincheras. Aparcó su bicicleta tras el muro del puesto de mando, se ajustó bien el casco, se agachó y empezó a correr hacia las trincheras por campo abierto. No era la primera vez que Hemingway realizaba entregas en el frente y los italianos se alegraron de verle; su italiano con acento yankee les hacía reír.

Justo después de la medianoche, los austriacos dispararon un proyectil de mortero cargado de metralla hacia las trincheras italianas. Hemingway y los italianos se tensaron al escuchar el delatador sonido del disparo, seguido por el ominoso y repetitivo ruido del proyectil, que recorría el cielo nocturno sobre tierra de nadie dibujando un largo arco y luego descendiendo. El proyectil estalló al impactar. En palabras de Hemingway:

[…] Hubo un fogonazo, como cuando se abre la puerta de un alto horno, y un rugido que empezó siendo blanco y se hizo rojo mientras avanzaba, avanzaba en ráfagas de viento […] El suelo se abrió y ante mi cabeza había un leño astillado. Oí llorar a alguien cuando recibí una sacudida en la cabeza; creí que alguien gritaba.

Cuando recobró la consciencia, Hemingway se arrastró hacia uno de los italianos malheridos. Logró ponerse en pie, aunque tenía metralla en ambas piernas, y echarse al herido sobre los hombros al modo de los bomberos. Luego, quiso arrastrarle los últimos 100 metros que quedaban hasta el puesto de mando. Pero cuando había recorrido la mitad del trayecto se encontró en medio de una ráfaga de metralleta que hirió su rodilla y pie derechos:

Cuando entró la bala de metralleta fue como si una bola de nieve helada me hiciera un corte en la pierna. En todo caso me tumbó, pero me levanté de nuevo y llevé a mi herido al refugio. Al llegar me desmayé.

No recordaba nada de lo ocurrido entre el momento en el que resultó herido por las metralletas y su desvanecimiento al final de su asombroso periplo. Creía haber actuado por puro instinto. Los italianos del puesto de mando estaban convencidos de que iba a morir. Como tenía el uniforme rasgado y empapado en la sangre del hombre al que había ayudado, creyeron que había recibido un balazo en el pecho. Al final le tumbaron en una camilla y lo dejaron en un cobertizo sin tejado junto a otros soldados italianos heridos o agonizantes. Veía a lo alto, en el cielo nocturno, la débil luz de las estrellas y los fuegos artificiales de los morteros explotando. Empezó a rezar convencido de que había llegado su hora.

Poco después concedieron a Hemingway la Medalla de Plata al Valor Militar, una condecoración italiana otorgada a quien

dio vivas muestras de valor y capacidad de sacrificio. Gravemente herido por numerosos pedazos de metralla procedentes de un mortero enemigo, con admirable espíritu fraternal, y antes de ponerse él mismo a salvo, prestó su generosa ayuda a los soldados italianos que habían recibido heridas más graves que la suya en la misma explosión. No permitió que lo trasladaran a otro sitio hasta comprobar que sus compañeros habían sido evacuados.

Existen serias dudas sobre la segunda parte de la hazaña de Hemingway. Con metralla en ambas piernas, ¿cómo hubiera podido llevar a un soldado italiano herido esos 100 metros, sobre todo tras recibir una ráfaga de metralleta? Sin embargo, le concedieron esta distinción por su «generosa ayuda» y su valor altruista basándose, presumiblemente, en el testimonio de algún oficial presente.

También se ha sugerido que Hemingway no recibió ninguna ráfaga de metralleta y que esta parte de la historia es mero ornato. Por otro lado puede que sí hubiera disparos, y que el traspié que diera al notarlo moviera la metralla en su pierna, dando lugar a la sensación de que tenía «una bola de nieve helada» en la rodilla derecha. Nunca lo sabremos con certeza. Sin embargo las pruebas y el carácter del que hizo gala después indican que Hemingway era muy capaz de actos de valor de este tipo. Desafortunadamente también era un gran mentiroso. Nunca le bastaba con un solo acto de valor, siempre tenía que hacer más y mejores cosas que los demás. No resulta sorprendente que la gente empezara a no creer nada de lo que decía.

Poco después de llegar al hospital de Milán Hemingway escribió a casa «para que lo sepáis por mí y no por los periódicos». Menciona expresamente una radiografía que muestra una bala en su rodilla e incluye suficientes detalles médicos como para hacernos pensar que era verdad lo que contaba. Pero hace otras afirmaciones que resultan menos creíbles, como su innecesario anuncio de que «soy el primer norteamericano herido en Italia». (No era verdad y él lo sabía.) En una segunda carta habla de las «227 heridas de metralla que tengo» (de nuevo una exactitud innecesaria). Le embarga una jovial bravuconería y cuenta a su gente:

El cirujano italiano ha hecho un gran trabajo con la articulación de mi rodilla y con mi pie derechos. Me ha dado 28 puntos y asegura que volveré a caminar como siempre.

Lo que no menciona son actos de un tipo bastante menos heroico. Tomaba brandy hasta caer inconsciente para enfrentarse a los terrores nocturnos que le provocaba la idea de que tuvieran que amputarle la pierna. En algún momento estuvo en una sala de hombres con graves heridas en los genitales, lo que sugiere que tal vez él también tuviera este tipo de heridas y estuviera preocupado por el efecto que podrían tener sobre su virilidad.

Cuando salió del hospital estaba decidido a dejar atrás todas sus preocupaciones. Tenía un uniforme de repuesto, de buena hechura, estilo oficial británico, confeccionado por un sastre milanés de moda, pero se negó a aparecer en público hasta que le cosieron sus galones y su condecoración. Aunque andaba con muletas, temía que pensaran que fingía estar enfermo. En una foto de estudio tomada en esa época luce un uniforme completo de Estados Unidos con sus insignias militares (a las que no tenía derecho) y no hay ni rastro de la insignia de la Cruz Roja.

En diciembre de 1918 pudo ir con un bastón al club de oficiales de Milán. (Como miembro de la Cruz Roja se le suponía el grado de teniente.) Allí se enteró del armisticio firmado por Austria e Italia y lo celebró con un mayor británico llamado Dorman-Smith, quien llevaba en la guerra desde 1914 y había obtenido varias medallas al valor. Evidentemente Heming­way no podía competir con tantas medallas, y Dorman-Smith se fue pensando que el joven de aspecto inocente de la Cruz Roja había resultado gravemente herido al mando de las tropas de asalto de Arditi que lanzaron un ataque sobre el monte Grappa.

Menos de dos meses después Hemingway cruzó el Atlántico con destino a Nueva York a bordo del SS Guiseppe Verdi. Por entonces ya era un héroe completo, con brillantes botas militares hasta la rodilla, un capote militar italiano de buen corte con cierre de plata y un elegante bastón para ayudarlo con su cojera. Al otro lado del oceáno, el reportero local del New York Star encontró rápidamente al elegante héroe y le pidió una entrevista. Estados Unidos necesitaba héroes, y el reportero del Star, muy agradecido, nunca contrastó unas afirmaciones, que tal vez le fueran sugeridas por Hemingway mismo. En su artículo leemos que el cuerpo de Hemingway tenía «más cicatrices que el de cualquier otro hombre, de uniforme o sin él, que hubiera desafiado a la metralla de las Potencias Centrales».

Hemingway había sido un héroe modesto, pero eso no bastaba ni para el público norteamericano ni para sí mismo. La llegada del héroe cojo, con su condecoración y su capote militar negro, causó sensación en Oak Park, un suburbio de Chicago. Le invitaron a hablar en el instituto de enseñanza superior que había dejado dos años antes, donde se dirigió a una sala abarrotada. Contó cómo, tras ser herido en Fossalta, se había presentado voluntario para servir como oficial en el cuerpo de elite italiano Arditti y participado en acciones en las montañas. Después le hicieron una entrevista para la revista del instituto. Respondiendo al admirado entrevistador, le explicó que había luchado con los Arditti en tres grandes batallas: en el frente del Piave, en el monte Grappa y en Vitorio Veneto. De esta colaboración entre el reportero entregado y el voluntario no combatiente de la Cruz Roja, surgió un mito de proporciones heroicas que por fin empezaba a cobrar vida propia.