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Brittany Patterson había llegado a Miracle Harbor deseando empezar su nueva vida como empresaria. ¿Qué importancia tenía que hubiera heredado una panadería cuando con lo que realmente había soñado era con una boutique? ¿Y qué importaba que tuviera que casarse para poder conservarla? De cualquier manera, estaba dispuesta a quedarse con todo... Empezando por el estirado aunque irresistible abogado al que le había echado el ojo... Nada más ver a la guapísima Britt Patterson, Mitch decidió que sería la última mujer con la que se casaría: era demasiado espontánea e indomable... era demasiado fácil enamorarse de ella, y Mitch había jurado no volver a entregar su corazón a nadie. Ni siquiera a la mujer que ya había conquistado su alma...
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Seitenzahl: 204
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Cara Colter
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Heredera busca marido, n.º 1263 - enero 2016
Título original: The Heiress Takes a Husband
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7652-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S. L.
Portadilla
Créditos
Sumário
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
15 de febrero
Brittany Patterson, que creía que no había nada que pudiera sorprenderla, estaba atónita. Hizo todo lo posible por mantener las manos tranquilamente en el regazo, en vez de abrazarse con fuerza y durante mucho tiempo. Hizo todo lo posible por evitar que las cálidas lágrimas que se le agolparan en los ojos se le derramaran.
Hermanas. Ella, que siempre había estado sola, ya no lo estaba. Brittany quiso despreciar aquel sentimiento. En realidad nunca había estado sola. Había tenido a su lado a sus padres adoptivos. A sus amigos.
Sin embargo, cuando contempló los rostros de sus hermanas, tan similares al suyo propio, sintió como si hubiera estado sola toda su vida, con el corazón esperando algo que siempre había sospechado que existía.
No eran solo sus hermanas. Acababa de descubrir que era una de tres hermanas trillizas. Quería mirarlas, absorber sus rasgos, maravillarse al ver el mohín de la boca de Abby o el gesto que hacía Corrine con su cabello, todos ellos manierismos que ella también poseía.
En vez de eso, se obligó a escuchar a Jordan Hamilton, esperando que el maduro abogado dijera algo que desenredara el misterio de por qué no habían estado siempre juntas. En vez de eso, el misterio se hizo aún mayor.
El abogado no sabía por qué habían crecido separadas, desconociendo cada una de ellas la existencia de las otras. Solo sabía que se habían vuelto a reunir allí, en su despacho, mediante una persona que no deseaba nombrar. Y aquella misma persona les había concedido un regalo a cada una de ellas.
Vagamente, se enteró de que su hermana Abby había recibido una casa. Se enteró, también muy vagamente, de las condiciones. Entonces, oyó cómo su propio nombre penetraba las brumas que le llenaban el cerebro. Una parte de su ser se puso alerta, mientras que la otra seguía nadando en la calidez que le había producido su descubrimiento. Hermanas.
—… se le cede la panadería Main Street, situada en el 207 de Main Street, en Miracle Harbor, Oregón, con la condición de que la señorita Patterson resida en la localidad de Miracle Harbor al menos durante el periodo de un año y de que contraiga matrimonio en el mismo periodo.
Brittany contuvo el aliento. Entonces, aterrizó bruscamente en el Planeta Tierra y miró al distinguido y maduro abogado, esperando que se echara a reír.
Sin embargo, su rostro permaneció impasible.
—Señor Hamilton, mis padres están detrás de esto, ¿verdad? —preguntó ella.
Suponía que se lamentaban de haberse puesto tan firmes después del accidente. Probablemente habían descubierto, de algún modo, que había vendido la hermosa pulsera de Fabergé la semana anterior. En cierto modo, aquel plan era brillante.
—¿Sus padres? —repitió Jordan Hamilton. Parecía genuinamente sorprendido.
—Ya sabe —respondió Brittany—. Me dan una profesión y me casan en la misma jugada.
Dijo aquello a la ligera, como si no importara en absoluto que sus padres no creyeran que era capaz de cuidarse de sí misma. Sin embargo, no se podía decir que aquella afirmación fuera completamente injusta.
Habían pasado seis meses desde que le habían cortado el grifo, justo después de que hubiera destrozado un precioso Corvette rojo y hubiera terminado en el hospital. Los términos habían sido brutalmente sencillos. No había asignación, ni préstamos, ni tarjetas de crédito, ni acceso a las cuentas bancarias. Le habían dicho que no iban a pagar para que ella se matara, que era hora de que pasara a formar parte del mundo, de que aprendiera a ser una mujer adulta responsable, que hiciera su contribución a la raza humana.
Seis meses y Brittany todavía tenía que encontrar trabajo, a pesar de lo mucho que se estaba esforzando.
—Pero, ¿y nosotras? —preguntó una de sus hermanas, Corrine—. ¿Cómo pudieron localizarnos tus padres?
—¿Y por qué me iban a dar tus padres adoptivos una casa? —añadió Abby.
Brittany se sobresaltó y miró de nuevo a las otras dos mujeres que había en el despacho. Aquella era la sensación más extraña y a la vez más deliciosa que había experimentado nunca.
Sonrió, sorprendida de lo mucho que se extrañaba de que padres adoptivos no estuvieran detrás del hecho de que ella estuviera sentada en el despacho de aquel abogado. Era algo imposible.
—Supongo —dijo, pensativamente—, que ni siquiera el señor y la señora Patterson son lo suficientemente ricos como para clonar a la gente. De hecho, no creo que quisieran clonarme a mí.
—¿Por qué no? —preguntó con indignación Abby, que iba ataviada con el tipo de vestido azul que hubiera escogido una monja.
Brittany pensó, sintiendo una calidez aún mayor en su pecho, que aquello era lo que se sentía cuando se tenía una hermana. Abby ni siquiera la conocía y, a pesar de todo, era evidente que había decidido pensar lo mejor de ella.
Pero lo de casarse…
La puerta del despacho se abrió muy suavemente a sus espaldas. Brit miró por encima del hombro y se quedó boquiabierta. Si aquello era lo que aparecía cuando simplemente se pensaba en el matrimonio en un lugar llamado Miracle Harbor, se apuntaba la primera.
Era guapísimo. El típico hombre alto, al menos de un metro ochenta, moreno, con cabello negro y piel tostada, y atractivo, finas cejas, nariz recta, labios sensuales y fuerte barbilla. A todo eso, había que añadir el hecho de que las conservadoras prendas que llevaba puestas no ocultaban en absoluto un físico esbelto que, no obstante, emanaba fuerza y masculinidad.
Entonces, notó los ojos y sintió que el corazón iba a salírsele del pecho. Tenían un brillo pícaro, que envolvía un tono azul imposible, casi de color aguamarina, enmarcados por una abundante línea de pestañas negras.
Aquellos ojos se cruzaron con los de ella y mantuvieron la mirada de un modo completamente profesional. Sin embargo, justo debajo parecía haber algo más. Algo salvaje, intrigante… una muestra de la fuerza y la masculinidad, de la sensualidad desatada que parecía haber dentro de él.
De hecho, a pesar del impecable corte de la camisa blanca de lino, con las mangas subidas, de la corbata de seda, algo aflojada, a Brittany le parecía que no desentonaría montado encima de una enorme moto negra o de un brioso semental o de…
Sintió que se estaba sonrojando y rápidamente apartó la mirada de él.
—Mi hijo —murmuró Jordan Hamilton a modo de presentación—. Mitch.
—Papá, solo tengo el contrato de los Phillips y necesito que me lo firmes.
Su voz era como seda salvaje acariciando la cálida piel y Brit tembló como si la hubiera tocado. Casi se ahogó de pánico por la atracción que sintió por él, pero intentó disimular y se dedicó a mirarse las uñas hasta que él hubo salido del despacho.
—Bueno —prosiguió el señor Hamilton, tratando de retomar el hilo de la conversación—. Sobre la panadería…
Brittany trató de no empezar a divagar sobre el misterioso Hamilton hijo. Francamente, una panadería no era ni remotamente lo que Brittany estaba buscando. Algo en el campo de las relaciones públicas estaba más en su línea. Tal vez el marketing… O una elegante boutique… Algo por el estilo. Un trabajo divertido donde tuviera un amplio margen para los gastos, dinero para comprarse ropa y la oportunidad de viajar a París y a Milán regularmente.
Sin embargo, dado que ninguna de las empresas en las que había solicitado aquellos puestos había tenido la cortesía de responderla, tendría que servirse de una modesta panadería para demostrarle a todos lo que era capaz de hacer y para poder dar vida a las expectativas que sus hermanas tenían puestas en ella.
Una hora más tarde, estaba paseando del brazo de sus hermanas por la calle principal, disfrutando con la sorpresa que atraían de todos los ciudadanos de Miracle Harbor. Aquella calle parecía sacada de un libro de ilustraciones. A un lado, las olas rompían contra la dorada arena de la playa. Al otro, unos preciosos edificios de ladrillo rojo con coloridas marquesinas.
—Creo que este no será un lugar tan terrible para pasar un año —dijo, en voz alta—. Es mono y pintoresco. Perfectamente adorable. Y estar aquí con vosotras, con mis hermanas, tener la oportunidad de conoceros… —añadió, suspirando felizmente, sin poder terminar la frase.
—Pareces haberte olvidado de la parte del marido —señaló Corrine amargamente. Iba vestida con unos vaqueros rasgados en las rodillas y una cazadora vaquera tan deslucida que casi estaba blanca.
—Bueno, la gente se casa todo el tiempo por razones menos románticas. Dudo que ninguna de las parejas que conocen mis padres se casara porque se quisieran. Os puedo asegurar que mis padres no.
Su voz no revelaba en absoluto la niña que tanto había ansiado un amor auténtico, el único regalo que sus acaudalados padres habían parecido incapaces de darle.
—Creo que eso es muy triste —dijo Abby, suavemente, como si hubiera visto a esa niña a pesar del tono de voz de Brittany.
—Es realista —replicó Brittany, rápidamente—. Si me gusta mi panadería, pondré un anuncio en el periódico. Se busca marido. Debe ser alto, moreno y guapo. Parecido a ese abogado tan atractivo que entró en el despacho para que se le firmara algo. ¿Cómo se llamaba?
Como si se le hubiera olvidado. Sin embargo, si Brit tenía un talento era no dejar ver a la gente exactamente lo que sentía. Talento para no parecer nunca demasiado vulnerable. Le parecía que podría ser innecesario protegerse de sus hermanas, pero, por otro lado, las viejas costumbres le resultaban difíciles de erradicar. Además, aquella era una faceta en la que siempre prefería tener una extrema cautela.
—Creo que era Mike —dijo Corrine.
—No. Era Mark —le corrigió Abby.
—Bueno, en lo que estamos seguras es de que era algo con M —concluyó Brit, encantada de que ninguna de sus hermanas lo hubiera considerado, en apariencia, un objetivo.
—Voy a mudarme aquí durante un año para poder conoceros mejor —comentó Corrine—, pero no puedo dejarlo todo de repente y trasladarme aquí. No podré hacerlo al menos hasta el mes de mayo. Y yo no me pienso casar porque alguien me lo diga. Olvidadlo.
—Si quieres, yo puedo ayudarte a encontrar marido —observó Brittany, alegremente—, pero primero tendrás que deshacerte de los vaqueros. Sé que estarías maravillosa vestida de Ralph Lauren porque… yo lo estoy —añadió, entre risas.
Entonces, rio aún más fuerte cuando vio la expresión furiosa con la que la miraba Corrine. Le apretó la mano y recibió la recompensa de una breve sonrisa de su hermana, lo que le dio la oportunidad de vislumbrar la dulzura de espíritu de su hermana.
A Brittany le parecía que el amor de Abby y Corrine estaba envolviéndola, un don tan incondicional que no había hecho nada para ganar y que era tan suave como la fragante bruma del mar.
Nunca se había sentido tan feliz, tan llena de esperanza, tan emocionada sobre la vida y todas sus maravillosas posibilidades.
Entonces, empezó a fijarse en los números de bronce que adornaban las puertas de los comercios y contuvo el aliento. 201, 203, 205…
Entonces, la vio. Allí estaba. Su panadería.
Dos meses después…
Un momento —gritó Brittany, cuando alguien volvió a llamar a la puerta de su apartamento.
Se miró en el espejo que tenía en su dormitorio, sin prestar atención a la cama, que seguía sin hacer, la ropa que había esparcida por todas partes y los botes de maquillaje que tenía abiertos.
—Estoy horrible —aulló—. Horrible.
Volvieron a llamar, con cierta insistencia, pero Brittany no le prestó atención.
Era horrible. El vestido de dama de honor era de gasa color melocotón, sin mangas. Le sentaba como un sueño. Se ceñía a su esbelta figura, destacando la largura de sus piernas, la suave curva del pecho y sus deliciosos y bronceados hombros. En realidad, el vestido era perfecto.
El maquillaje también lo era. Destacaba sus mejillas y acentuaba el azul de sus ojos. Los labios resultaban jugosos y húmedos, la piel tan suave como la de un melocotón.
Su largo cabello, con perfectas mechas que lo hacían brillar como hilos de oro, trigo y miel, estaba recogido en lo alto de su cabeza, con solo algunos pequeños mechones sueltos.
Estaba absolutamente despampanante. En todos los sentidos, aunque todo se había estropeado por un desastroso detalle. Pintura.
Pintura rosa.
Una gruesa raya de pintura le recorría los dorados mechones de su cabello. Además, tenía salpicaduras del mismo tono por los brazos, desde los hombros a las muñecas. No conseguía de ningún modo que desaparecieran. Y lo sabía porque lo había intentando de todas las formas posibles, desde el aguarrás hasta el quitaesmaltes.
Aquello se había producido como resultado de haber repintado el interior de la panadería, lo que, sin duda alguna, había sido la tarea más penosa que había realizado nunca. Había escogido un tono de rosa muy elegante. En realidad, le había parecido que no había sacrificio demasiado grande para su panadería y para su entrada con éxito en la comunidad de los comerciantes de Miracle Harbor. Se le había dado una nueva oportunidad. Una vida nueva, en realidad. ¿Qué era un poco de pintura rosa comparado con eso?
Bang, bang, bang….
Si quien estuviera llamando no dejaba de hacerlo, iba a gritar. Sin embargo, tal vez los comerciantes con éxito no debían gritar. Tendría que conformarse con aplacar a quien fuera que estuviera aporreando la puerta con una mirada. Sin duda era su acompañante, que su hermana Abby se había encargado de buscarle. Como la panadería se abría al público dentro de una semana, Brit simplemente no había tenido tiempo para nada.
Entonces, ¿cómo lo había encontrado Abby, entre su trabajo de modista, criar a un bebé y casarse, para buscarle un acompañante a su hermana para aquella boda? Dado el horario de Abby, Brit pensó que sería poco razonable esperar demasiado de aquel acompañante. Resultaba humillante, a la madura edad de veintisiete años, verse sometida a la primera cita a ciegas. Era horrible que su acompañante para su primera salida estelar en Miracle Harbor dejara mucho que desear. Seguramente sería viejo. Feo. ¿Y si tenía muchas arrugas?
Por otro lado, aquello era Miracle Harbor. Solo había que tener en cuenta lo que le había ocurrido a Abby. ¿Y si le ocurría lo mismo a ella? ¿Y si lo encontraba? A él. A su Príncipe Azul, que la escoltara al baile y la acompañara a lo largo de su vida.
Con una última mirada resignada en el espejo y un suspiro más al ver la pintura, se dio la vuelta y se dirigió decididamente a la puerta principal. Trató de no notar lo humildes que eran los muebles con los que adornaba su apartamento y trató de no verlos a través de los ojos de su acompañante. Su apartamento estaba encima de la panadería y se lo habían dado amueblado. En los mejores días, consideraba aquello como una bendición y en los peores, odiaba pensar en lo hundido que estaba el deslucido sofá.
—Oh… —murmuró para sí misma—, probablemente estará demasiado decrépito y viejo como para darse cuenta de nada.
Ni siquiera de su pintura rosa.
Volvieron a llamar a la puerta. Seguramente el taconeo de sus zapatos había dado a su acompañante un toque más de impaciencia, pero Brittany se colocó una sonrisa en los labios antes de abrir la puerta.
—Dije que solo un min… —dijo, antes de detenerse en seco—. Tú…
¿Acaso iba a aparecer siempre que pensara en la felicidad nupcial? ¿Significaría aquello algo? De entrada, que la pintura rosa y los muebles importaban.
Rápidamente, Brittany salió al descansillo, que tenía una vista de las deliciosas callejuelas de Main Street y cerró la puerta a sus espaldas.
Él la miró y, durante un momento, Brittany se sintió tan hipnotizada por aquellos ojos que le pareció estar helada. Eran de un tono azul que le recordaba al mar tranquilo de un día caluroso.
—Soy Mitch Hamilton —dijo él, con aquella voz… una voz que podía hacer que una chica perfectamente decente pensara en cosas que no debería pensar.
Significaba que sus labios y sus manos la reclamaban, la abrazaban, poseyéndola. Significaba que aquella profunda voz le susurraría al oído palabras increíbles. Significaba que se despertaría todas las mañanas para contemplar aquel rostro.
—Mitch Hamilton —repitió él, algo perplejo.
Ella volvió a la realidad, asombrada de adónde le habían llevado sus pensamientos, aturdida por la fuerza de su atracción, atónita de no ver nada que significara algo recíproco en aquellos ojos tan oceánicos.
Fuera como fuese, Brittany no estaba dispuesta a hacer el ridículo delante de ningún hombre.
—Encantada de conocerlo —respondió, muy formalmente.
Sin embargo, a pesar de la pequeña victoria que suponía haber podido controlar su voz, no pudo apartar la mirada. No era solo que fuera tan atractivo ni que pareciera completamente perfecto con aquel traje azul marino de raya diplomática. Supuso que estaba hecho a medida, para poder abarcar la inmensidad de aquellos hombros. Llevaba también una impecable camisa blanca, que hacía que su piel destacara aún más, una corbata oscura, anudada perfectamente. Los pantalones destacaban la longitud de sus piernas y dejaban adivinar una fuerte musculatura en los muslos.
En su totalidad, parecía un hombre de éxito. Sin embargo, a pesar de tanta sofisticación, de lo caro que era el traje que llevaba puesto, Brittany pudo adivinarlo. Había un brillo en aquellos ojos tan maravillosos que indicaba una cierta parte salvaje dentro de él. Quizá indomable…
Se preguntó cómo Abby había podido hacerle aquello. De repente, deseó tener lo que, unos minutos antes, le había parecido la peor de sus pesadillas. Alguien viejo, arrugado y feo. Un hombre al que hubiera podido enfrentarse con un brazo atado a la espalda y varios litros de pintura por encima.
Sin embargo, aquel hombre… Era más bien el tipo de hombre que se encontraba en un sueño. Guapo. Estilizado. Rezumando masculinidad y sutil sensualidad. Era la clase de hombre que le arrebataba a una mujer el aliento y la debilitaba con anhelos extraños y injuriosos.
Y Brittany tenía pintura en el pelo y manchas propias de un reptil por los brazos. Sin embargo, Abby no sabía nada de aquello. Todavía.
—¿Cómo me ha podido hacer eso? —murmuró de nuevo para sí, aunque un poco más alto que la vez anterior.
Entonces, sacudió la cabeza tristemente, esperando deshacerse de aquel embrujo y poderse convertir en ella misma. Una mujer cosmopolita, sofisticada, ingeniosa… Siempre controlando todas las situaciones.
—¿Perdón? —preguntó él. Entonces, dio un paso atrás y miró esperanzadamente el número del apartamento, como si deseara haberse equivocado de lugar.
Sin embargo, no había número. Su apartamento salía directamente de un tramo de escaleras que había en la parte trasera de las tiendas que ocupaban toda la calle.
—¿Eres Brittany? ¿Brittany Patterson?
—Desgraciadamente.
—Lo siento. ¿Quién te ha hecho qué? —añadió, mirándola con el ceño fruncido.
—Mi hermana. Tú.
—Mi padre, Jordan Hamilton, me pidió que te acompañara a la boda de tu hermana —replicó él, con gran dignidad.
En aquel momento, Brittany se dio cuenta de que él se había visto obligado a la tarea de escoltarla a la boda de Abby. Y, evidentemente, no se veía tan impresionado como ella lo estaba por él. En realidad, le faltaban los adjetivos para definirlo. Guapísimo, hermoso, deslumbrante… Además, se dio cuenta de que realmente quería que él la llevara a la boda de su hermana y, por ello, se sentía tonta, débil y, lo que menos le gustaba, vulnerable.
—Estoy segura de que las intenciones de todo el mundo eran estupendas pero, de verdad, no necesito que nadie me acompañe. No me importa en absoluto ir yo sola.
Al ver que él entornaba los ojos, Brittany sintió un ligero escalofrío recorriéndole la espalda al darse cuenta de que la voluntad de aquel hombre era al menos tan fuerte como la de ella. Tal vez incluso más fuerte.
—Mis órdenes son llevarte a la iglesia a tiempo —dijo, subiéndose con un impecable gesto la manga para poder mirar el reloj. Un Rolex—, lo que significa que nos tenemos que marchar. Ahora.
Brittany notó en aquella voz, tan profunda, tan sensual, un implacable tono de firmeza, que, a pesar de todo, no lograba ocultar que algo salvaje bullía en su interior. Con un esfuerzo increíble, trató de recuperar la compostura. Todavía no había llegado el día en que ella permitiera que un hombre le ganara la partida y mucho menos que pensara que ella iba a plegarse a su voluntad como una niña.
—Bien, pues no nos podemos marchar ahora mismo —replicó ella, con firmeza—. No puedo. No estoy lista.
Aquellas palabras invitaron a que él la mirara. Lo hizo muy detenidamente, con una intensidad que, de repente, resultó incómoda, aunque nada en ella sugería que él iba a proferir una lista de hermosos adjetivos para definirla.
—Pues a mí me parece que estás bien —dijo él, por fin. ¿Bien?—, aunque pareces tener —añadió, extendiendo una mano y tocando—, algo en el pelo. ¿Es chicle?
Brittany se apartó rápidamente, asombrada de la ridícula sensación eléctrica que había experimentado al notar sus dedos.
—¡Es pintura! Y también la tengo en los brazos. Es increíble. No se me quita —confesó, asombrada de estar contándole todo aquello a aquel hombre tan guapo—. ¿Cómo pueden fabricar algo como eso? ¿Es que no hay leyes?
—Me temo que las leyes que se refieren a la pintura no son mi especialidad —comentó él, con cierto aire de diversión.
—¿Qué voy a hacer? —preguntó ella, más para sí misma que para él.
—Espera que la iluminación sea algo tenue —sugirió, sin compasión alguna—. Pero ahora nos tenemos que marchar.
—No puedo. Tú no lo entiendes.
Realmente no comprendía lo importante de por qué aquel día, de todos los demás días, debía estar impecable, y no precisamente porque ella no estuviera guapísima para él.
—Es el día de Abby —susurró—. Y tiene que ser perfecto. Yo soy una de las damas de honor. Estaré en todas las fotografías. No puedo estropeárselas.
Tenía la extraña sensación de que acababa de revelar algo más de sí misma de lo que estaba dispuesta para que Su Altiva Belleza la rechazara, porque él la estaba mirando con detenimiento, como si estuviera viendo algo que no había visto antes.
—Las fotografías saldrán probablemente en ese horrible periódico —dijo Brittany, rápidamente—. No puedo consentir que me vean de este modo.
—No estás tan mal —replicó él, algo impaciente—. Evidentemente, el color chicle no es el tono que mejor te sienta, pero yo no creo que se note tanto. Al menos, no tanto como el verde neón, por ejemplo.
—Por favor, deja de llamarlo chicle. Se llama «Amanecer helado» —le informó ella, muy orgullosa.
—¿Y cómo acabó el «Amanecer helado» sobre una rubia teñida?
¿Rubia teñida? Brittany no pensaba dignificar aquellas palabras respondiéndolas. Aquel hombre sabía cómo hacer enemigos.
—Estaba pintando —replicó, con un tono gélido de voz.
—Una artista —dijo él, como si aquello explicara toda clase de excentricidades—. El último espectáculo que trajo el museo era un perro. En serio. Le metían la cola en un bote de pintura y luego la meneaba delante de un lienzo.
El hombre más guapo que había visto acababa de llamarla rubia teñida y la colocaba en la misma categoría que un perro que pintaba con la cola.