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Siempre he tenido capacidad de síntesis. Cuando estaba en el colegio elogiaban mis cuentos y colocaban muy buenas calificaciones en la asignatura de Castellano, y siempre eran breves. Durante el año 1979, interesada en la ciencia ficción, escribí el cuento breve “ La prohibición” y lo envié a un concurso latinoamericano, organizado por la Fundación Givré, en Buenos Aires, Argentina. Grande fue mi sorpresa al quedar seleccionada y premiada. Viajé a Buenos Aires para recibir el galardón, en el Hotel Sheraton de Buenos Aires, junto a todos los autores latinoamericanos ganadores y fue la hermosa oportunidad de visitar a mi querido maestro don Ernesto Sabato, con el cual ya manteníamos correspondencia. Pasaron los años, y coexistiendo entre poemas y cuentos, decidí saber, a ciencia cierta si mis cuentos podrían tener valor, por lo cual me inscribí en el taller del escritor chileno Poli Délano. Definitivamente este gran escritor, me decidió a proseguir en este camino donde la brevedad adquiere una lógica mágica, casi surrealista e irreal. Es un placer presentarles esta antología, un trozo de vida, sintetizado en letras, en palabras pequeñitas, que comenzó a escribir -recuerdo ya en la distancia-, esa niña con trenzas, que anhelaba ser escritora, que quería comunicar sus sueños, sus delirios solitarios de Hija única.
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Mariela Isabel Ríos Ruiz-Tagle
Editorial Segismundo
Maestra en el delicado arte de enhebrar palabras y desenrollar historias es doña Mariela Isabel Ríos Ruiz-Tagle, poeta, novelista y, sobre todo, cuentista. Precisa microcuentista para ser específicos.
Ella domina el uso del espejo, aquel instrumento para mirar, mostrándonos “las dos caras de una misma moneda” de los temas tocados; familia y soledad, amor y desamor, encuentros y abandonos, verdades y mentiras, libertad y opresión, etc.
Este libro es un caleidoscopio de espejos; imaginarios, mágicos, distópicos, fantásticos o crudamente reales, distintas ambientaciones en las cuales apreciamos algunas de la infinidad de facetas del alma humana.
Además, como bien decía Baltasar Gracián, “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, entonces el microcuento es doblemente valorado, por su relato y por su brevedad.
Y precisamente es en el arte de pulir sus cuentos para reducirlos a la esencia misma, a la semilla, núcleo de la insondable sabiduría en el cual Mariela Isabel nos demuestra su electrónica relojería develándonos estos haikús en prosa de nuestros tiempos modernos.
Modernos tiempos en los cuales no disponemos siquiera de una sentada para leer o escribir, pues nos observamos leyendo un cuento en el Smartphone, parados, en los tres minutos entre estación de Metro, buscando una verdad, siquiera una, en la incesante y vana agitación de nuestra vida y permitirnos la posibilidad de imaginarnos “que las inquietas mariposas de su jardín vivieran libres y en paz”.
Mi madre, mi padre, mis hermanos, mis hermanas, mis abuelos, mis tíos, mis tías, mis primos, mis primas, mis sobrinos, mis sobrinas, -y yo-, en una casa, un patio, una calle, cualquier lugar de la ciudad de Santiago. Esa es la foto que me habría gustado tener, esa es la foto que nunca fue tomada.
Le gustaba escuchar y gesticulaba siempre.
Sus manos volaban para hacerse entender en el silencio. Se vestía de colores luminosos y fuertes para hacerse notar, en la multitud bulliciosa.
Siempre en silencio.
Las casas, los vestidos, los caminos, los libros, los fuegos, las pinturas, los templos, los vientos, las cacerolas, las modas, los árboles, las estrellas, los televisores, los caminos, las bolsas de té, las maderas, las montañas, los metales, las culturas, las tierras, los relojes, los mares, los cuerpos, los seres, los espíritus, se evaporan, se funden, se disuelven sobre agua invisible.
Realizaba mi recorrido cotidiano por la Plaza de Armas, cuando noté que mi amigo indigente no despertaba. Ágilmente corrí hacia un hombre sentado en un banco, también llamé la atención de los transeúntes que bajaban por las escaleras hacia el metro, pero nadie me hizo el menor caso.
Me recosté junto al cuerpo frío de mi amigo y con impotencia le ladré a la luna.[1]
[1] (Publicado en texto “Lenguaje y Comunicación”, 8 Básico, Editorial Santillana. 2009).
Una a una las campanadas se deslizaron como cascadas por sus mejillas heridas. La última resonó, inclemente, en la oscuridad. La luz de la tarde iluminó la espalda del hombre que amó, mientras se fundía, para siempre, en el paisaje de la Plaza de Armas.
Le gustaría tanto decir: te amo, no puedo vivir sin ti, te extraño, me gusta todo de ti, eres tan hermosa, te enviaré flores todos los días de mi vida, mi amor.
Sin embargo, oprime la opción "Eliminar de mis amigos", sale de Facebook, apaga el computador y sin palabras ni consuelo, se recuesta en la cama junto a su mujer.
Sueño con volver al Café Torres. Caminar por la Alameda con mi padre. Sentarnos a observar las fotos antiguas desde una mesa con mantel blanco y el florero adornado con radiantes gladiolos. Observar los rostros jóvenes en los espejos.
Sobre los diarios desparramados en el suelo, una bolsita de café me recuerda que estoy cesante.
Hoy iré a visitar a mi viejo, y como siempre, dejaré sobre su tumba esos maltrechos gladiolos que corté por el camino.
Tu madre siempre decía que más vale un pájaro en mano que cien volando y por eso terminaste tus estudios. Así mismo, te repetía que a quien madruga Dios le ayuda y siempre llegaste a tiempo a tus compromisos. Ayer, ella me contó que te vio con otra, por eso, si el río suena es porque piedras lleva. Lo siento, mi amor, no me casaré contigo.
Despierta sobresaltado a medianoche. Soñó con el último regalo que le hizo a la mujer que ama.
Coloca la cabeza sobre la almohada y vuelve a dormirse.
Entre sueños, aparece la mujer de ojos negros que le muestra un anillo de oro tallado con dos mariposas.
Al despertar, su esposa lo observa en silencio con su mirada azul.
Él, tembloroso, le dice:
—Soñé contigo, amor.
Uno tras otro se comunican, se entienden, se hablan, se unen, se separan, se abren, se distienden, se tocan, se besan, se transmutan, se nublan, se pierden, se inundan, se vierten, se llueven, se mojan, se engrandecen, se empequeñecen, se vuelven locos todos los nervios de mi cuerpo al verte.