Hijos del invierno - Lynne Graham - E-Book

Hijos del invierno E-Book

Lynne Graham

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Solo quería una esposa, pero algo vibró en su oscuro corazón… Fríamente despiadado y profundamente cínico, Apollo Metraxis era uno de los solteros más cotizados del mundo. Pero, cuando descubrió que el testamento de su padre lo obligaba a casarse y tener un hijo para recibir la herencia, Apollo se vio empujado a hacer algo impensable. La sencilla Pixie Robinson era una mujer a la que Apollo no hubiese mirado dos veces, pero las deudas que había contraído su hermano la convertían en una mujer maleable y por tanto candidata a ser su esposa. Sin embargo, descubrir la inocencia de Pixie durante la noche de bodas tocó una escondida fibra en su oscuro corazón y Apollo se vio obligado a recapacitar. Y eso fue antes de descubrir que Pixie estaba esperando no solo uno sino dos herederos de la familia Metraxis.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 196

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Lynne Graham

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hijos del invierno, n.º 2588 - diciembre 2017

Título original: The Greek’s Christmas Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-532-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

LAS VOCES masculinas llegaban del balcón mientras Holly, inquieta, esperaba el momento adecuado para unirse a la conversación. Aunque no sería fácil porque sabía que su presencia nunca era bien recibida por Apollo Metraxis.

Pero, estando casada con Vito, no podía hacer nada porque su marido era el mejor amigo de Apollo. Solo recientemente había empezado a entender el aprecio que había entre ellos y lo a menudo que hablaban por teléfono. Amigos desde la infancia en un internado, eran casi como hermanos y Apollo había desconfiado de ella desde el principio por la simple razón de que era una mujer sin medios económicos. Sabiendo eso, Holly había sugerido quedarse en casa en lugar de acudir al funeral del padre de Apollo, pero Vito se había negado.

Por el momento, la visita a la villa de los Metraxis en la isla privada de Nexos estaba siendo todo menos agradable. Entre la multitud de gente que había acudido al funeral estaban todas las madrastras de Apollo y sus hijos, con los que Apollo no parecía tener relación. Y, según su marido, después de la lectura del testamento, Apollo había salido disparado al descubrir que debía casarse y tener un hijo para heredar el vasto emporio que había dirigido durante años en nombre de su padre enfermo. Cualquiera que conociese la aversión de Apollo Metraxis al matrimonio sabría que el testamento de su padre lo ponía entre la espada y la pared.

–Solo tienes que elegir a una entre tus muchas novias y casarte con ella –estaba diciendo Vito, que en ese momento no parecía el marido cariñoso al que Holly adoraba–. Tienes una lista larguísima. Cásate con una de ellas, sigue casado el tiempo que puedas y luego…

–¿Y cómo voy a librarme de ella una vez casado? –lo había interrumpido Apollo–. Las mujeres se pegan a mí como el pegamento. ¿Cómo voy a confiar en que mantenga la boca cerrada? Si se le escapa que es un matrimonio falso, mis madrastras impugnarán el testamento para quitarme la herencia. Si le dices a una mujer que no la quieres se siente insultada y quiere vengarse.

–Por eso necesitas contratar a una esposa. Necesitas una mujer con la que no mantengas una relación y que no tenga nada contra ti. Claro que, considerando tu mala reputación, no creo que sea fácil encontrarla.

Holly salió entonces a la terraza.

–Contratar una esposa me parece la mejor idea –opinó, nerviosa.

A pesar del elegante traje de chaqueta, Apollo Metraxis parecía el chico malo que era. Con el pelo negro largo hasta los hombros, unos ojos verdes asombrosos y un elaborado tatuaje asomando bajo el puño de la camisa blanca, era un tipo poco convencional, voluble y arrogante, todo lo contrario a su conservador marido.

–No recuerdo haberte invitado a opinar –le espetó él con sequedad.

–Tres cabezas piensan mejor que dos –replicó ella, dejándose caer sobre una silla.

Apollo enarcó una irónica ceja.

–¿Tú crees?

–No te pongas dramático, no eres tan buen partido.

–¡Holly! –exclamó Vito, con tono de reproche.

–Es verdad. No todas las mujeres quieren pegarse a él.

–Dime una que no lo haría –la invitó Apollo.

Holly tuvo que pensar un momento antes de responder. Apollo era uno de los solteros más cotizados, guapísimo y multimillonario. Nueve de cada diez mujeres se lo comían con los ojos en cuanto entraba en una habitación.

–Mi amiga Pixie, para empezar –respondió por fin, satisfecha–. Pixie no te soporta y si ella no puede contigo, seguro que también habrá otras.

Un ligero rubor oscureció los marcados pómulos de Apollo.

–Pixie no reúne los requisitos –dijo Vito a toda prisa, compartiendo una mirada de complicidad con su amigo. No le había contado a su esposa los términos exactos del testamento y, por eso, no podía saber que lo que sugería era imposible.

Apollo se sintió indignado por tal sugerencia. La amiga de Holly, Pixie Robinson, era una simple peluquera. Lo sabía todo sobre ella porque había hecho que la investigaran cuando Holly apareció de repente diciendo que esperaba un hijo de Vito. Había descubierto su oscuro pasado y las deudas de su infame hermano que, por alguna razón, Pixie estaba intentando pagar. El resultado de esas deudas había sido una paliza que la había dejado en una silla de ruedas, con las dos piernas rotas.

Sabiendo eso sobre su amiga, Apollo desconfiaba de Holly y se había maravillado de la decisión de Vito de casarse con ella. Desde entonces había esperado que Pixie intentase aprovecharse para pedirle dinero, aunque por el momento no lo había hecho.

Pixie Robinson, pensó de nuevo, mientras Vito y Holly entraban de nuevo en el salón. Recordaba bien a la diminuta rubia en silla de ruedas que lo fulminaba con la mirada en la boda de su amigo. Holly estaba loca. Claro que Pixie era su mejor amiga, pero aun así, ¿de verdad podía imaginar que se casaría con ella para tener un heredero? Apollo sintió un escalofrío. Claro que Holly no conocía la exigencia más arbitraria en el testamento de su padre.

Había subestimado a su padre, tuvo que admitir. Vassilis Metraxis siempre había insistido en la continuación del apellido familiar, de ahí sus seis matrimonios y sus fracasados intentos de tener otro hijo. A los treinta años, Apollo era hijo único. Su padre había querido empujarlo al matrimonio muchas veces, pero él había permanecido firme en su convicción de no casarse y no tener hijos. A pesar de sus manipuladoras madrastras, y avariciosos hermanastros, Apollo siempre había mantenido una buena relación con su padre y, por eso, los términos del testamento habían sido una desagradable sorpresa.

Según el testamento, él seguiría dirigiendo el vasto emporio familiar y disfrutando de todas sus posesiones, pero solo durante cinco años. En ese periodo de tiempo debería casarse y tener un hijo si quería conservar la herencia. Si no lo hacía, el dinero de los Metraxis sería compartido entre sus exesposas e hijastros, aunque todos habían sido ampliamente recompensados mientras su padre vivía.

Apollo no podía creer que su padre hubiera querido chantajearlo después de muerto. Y, sin embargo, ¿no estaba siendo efectivo ese chantaje? Rígido de tensión, miró las olas golpeando el acantilado. Su abuelo había comprado la isla de Nexos muchos años atrás. Desde entonces, todos los Metraxis habían sido enterrados en el pequeño cementerio de la isla. Y también su madre, que había muerto cuando él nació.

Aquella isla era su hogar, el único hogar que había conocido, y no podía soportar la idea de decirle adiós. Tal vez estaba más apegado al apellido y las propiedades familiares de lo que creía.

Había luchado contra la idea del matrimonio, riéndose de la institución y burlándose de los intentos de su padre de recrear una familia normal. Había jurado que nunca tendría un hijo porque de niño había sufrido mucho y estaba convencido de que someter a un niño a lo que él había tenido que soportar era un pecado. Sin embargo, su padre parecía estar intentando ponerlo a prueba…

Porque la verdad era que Apollo no podía soportar la idea de perder un mundo que siempre había sido suyo, aunque sabía que retenerlo sería una lucha terrible. Una lucha contra sus inclinaciones y su innato amor por la libertad, una lucha contra ser forzado a vivir con una mujer a la que no quería, acostarse con ella y a tener un hijo que no deseaba.

Por desgracia, Vito tenía razón: debía contratar a una mujer que estuviera dispuesta a casarse solo por dinero. ¿Pero cómo iba a confiar en que tal mujer no contase el secreto a los medios de comunicación? Necesitaría controlarla, tener algún tipo de poder sobre ella. Debía ser una mujer que lo necesitase tanto como la necesitaba él y que tuviera una buena razón para respetar las reglas que impusiera.

Aunque nunca antes hubiera considerado esa posibilidad, necesitaba a una mujer como Pixie Robinson. Podría pagar las deudas de su hermano para presionarla, pensó, asegurándose de que mantuviese la boca cerrada y le diera exactamente lo que necesitaba para retener el imperio familiar. ¿Cómo iba a encontrar a otra mujer en su situación?

Si confiase en las mujeres podría haber sido menos receloso, pero después de seis madrastras e incontables amantes jamás había confiado en una mujer.

Su primera madrastra lo había enviado a un internado a los cuatro años, la segunda le pegaba, la tercera lo había seducido, su cuarta madrastra había hecho que sacrificaran a su querido perro, la quinta había intentado endosarle a su padre el hijo de otro hombre…

Aparte de las innumerables mujeres con las que se había acostado en su vida, todas hermosas buscavidas que querían sacar el mayor rendimiento posible durante sus breves aventuras con él. Nunca había conocido otro tipo de mujer, no podía creer que existiera.

Pero Holly era diferente, tuvo que reconocer a regañadientes. Holly adoraba a Vito y a Angelo, su hijo, de modo que había otra categoría: mujeres que amaban de verdad. Aunque él no buscaría una de esas. El amor lo atraparía, lo inhibiría y sofocaría. De nuevo, Apollo sintió un escalofrío. La vida era demasiado corta como para cometer ese error, pero necesitaba una esposa. Tendría que ser una a la que pudiese controlar, claro. Pensó en Pixie de nuevo. Pixie y su débil e irresponsable hermano con problemas económicos. Tenía que ser tonta para destruir su vida haciéndose cargo de los problemas de otro. ¿Por qué hacía eso? Él nunca había tenido hermanos, de modo que no entendía ese sacrificio. ¿Pero hasta dónde estaría Pixie dispuesta a llegar para salvar la piel de su hermano?

Le divertía saber más que Holly sobre los problemas de su amiga. Y le divertía aún más que Holly le hubiera asegurado que su amiga lo detestaba. Tenía que ser ciega. O quizá no había notado que, a pesar de su expresión retadora, Pixie no había dejado de mirarlo durante la boda.

Apollo esbozó una sonrisa que suavizó la dura línea de sus anchos y sensuales labios. Tal vez debería volver a ver a la diminuta rubia y decidir si podría servirle de algo.

Al fin y al cabo, no tenía nada que perder.

Capítulo 1

 

BUENOS DÍAS, Hector –murmuró Pixie al despertar, con el pequeño terrier pegado a sus costillas.

Bostezando, saltó de la cama para ir al baño y después, duchada y vestida, le puso el collar a Hector para salir a dar un paseo.

El perrillo trotaba a su lado por la carretera, sus pequeños ojos redondos llenos de ansiedad. Hector tenía miedo de todo: de la gente, de otros animales, del tráfico. Cualquier ruido lo asustaba, aunque en casa estaba muy tranquilo y no ladraba nunca.

–Probablemente aprendió a no hacerlo de cachorro –le había dicho el veterinario–. Teme atraer atención, como muchos animales maltratados. Pero, a pesar de sus heridas, es joven y está sano, así que debería tener muchos años por delante.

Pixie seguía maravillándose al pensar que, a pesar de sus problemas, había decidido adoptar a Hector. Tal vez porque ella había triunfado sobre la adversidad muchas veces en la vida, igual que el pequeño terrier. Y Hector le había devuelto su generosidad mil veces. La consolaba, alegraba su corazón con su timidez y sus excentricidades. Había llenado el hueco que se había abierto en su mundo cuando Holly y Angelo se fueron a vivir a Italia.

Ese matrimonio había hecho que perdiera a su mejor amiga. Bueno, no la había perdido del todo, pero ya no se veían todos los días y no podía hablarle de la adicción al juego de Patrick o de sus deudas porque sabía que Holly se ofrecería a pagarlas. Su amiga era muy generosa, pero Patrick era su responsabilidad y lo había sido desde la muerte de su madre.

–Prométeme que cuidarás de tu hermano pequeño –le había suplicado Margery Robinson en su lecho de muerte–. Haz todo lo que puedas por él. Es un buen chico y el único pariente que te queda.

Pero cuidar de Patrick había sido casi imposible porque los habían separado de niños para llevarlos a diferentes casas de acogida. Durante los importantes años de la adolescencia, Pixie solo había visto a su hermano en contadas ocasiones y hasta que terminó sus estudios y consiguió ser independiente el lazo con su hermano pequeño había estado limitado por la distancia, el tiempo y la falta de dinero.

Al principio, a Patrick le iba bien. Era electricista y trabajaba para una gran empresa de construcción. Tenía una novia y parecía haber sentado la cabeza, pero había perdido todo su dinero en una partida de cartas y su acreedor era un hombre muy peligroso. Pixie, decidida a ayudarlo, se había mudado a un apartamento más barato y le enviaba dinero cada semana para ayudarlo a pagar las deudas, pero los intereses seguían subiendo y si no pagaba la cuota mensual le pegarían una paliza… o algo peor. De hecho, temía que esas deudas lo matasen.

Aún temblaba al recordar la noche que dos matones aparecieron en la casa cuando ella estaba de visita. Dos hombres enormes de aspecto embrutecido habían aparecido exigiendo dinero y amenazado con matarlo. Patrick no tenía un céntimo y cuando empezaron a pegarle y Pixie intentó intervenir cayó por las escaleras y se rompió las dos piernas.

Las consecuencias del accidente habían sido terribles porque no podía trabajar y se había visto obligada a pedir un subsidio por desempleo mientras se recuperaba. Seis meses después, estaba empezando a levantar cabeza, pero no parecía haber luz al final del túnel porque la vida de su hermano estaba en peligro. El hombre al que debía dinero no era el tipo de persona que esperase indefinidamente y querría su libra de carne para intimidar a otros morosos.

Dejando a Hector en su cesta, Pixie se dirigió a la peluquería en la que trabajaba. Echaba de menos su coche, pero vender a Clementine había sido el primer sacrificio porque no necesitaba un coche en el pequeño pueblo de Devon, donde podía ir andando a todas partes. A la hora del almuerzo llevaría a Hector a pasear y se comería un bocadillo al mismo tiempo.

Pixie entró en la peluquería y saludó a sus compañeros y a su jefa, Sally. Mientras se ponía la bata de trabajo se miró al espejo e hizo una mueca. No estaba en su mejor momento, pensó. ¿Cuándo se había vuelto tan aburrida? Solo tenía veintitrés años

Desgraciadamente, recortar gastos incluía no comprar ropa y los vaqueros y la camiseta que llevaba habían visto días mejores. Tenía una piel bonita y no solía maquillarse, pero siempre destacaba sus ojos con un lápiz gris porque el negro contrastaba demasiado con su cabello rubio. Había dejado atrás sus días aventureros en los que jugaba con diferentes estilos y colores porque la mayoría de sus clientas eran de gustos clásicos y no se fiaban de una peluquera que se teñía el pelo de colores.

Miró su agenda para comprobar a qué hora llegaba la próximo clienta, pero el nombre le resultaba desconocido. Era un hombre y le sorprendió que no hubiera pedido cita con el único estilista de la peluquería…

Y entonces, de repente, Apollo Metraxis entró en la peluquería y todas las clientas lo miraron, boquiabiertas, mientras se acercaba a ella.

–Tengo cita a las doce.

Pixie lo miraba, atónita, incapaz de creer que estuviera allí.

–¿Qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo a Holly o a Vito? –le preguntó, con gesto aprensivo.

–Necesito cortarme el pelo –anunció él, aparentemente tranquilo aunque todo el mundo estaba mirándolo. Con una chaqueta negra de cuero, vaqueros y botas, parecía más alto que nunca y los brillantes ojos verdes destacaban en su bronceado rostro.

–¿Holly, Vito, Angelo? –repitió Pixie, sin dejar de mirar su ancho torso y la camiseta que parecía pegada a él.

–Qué yo sepa, están bien –respondió Apollo con gesto impaciente.

Pero seguía sin explicar qué hacía un multimillonario griego en una peluquería de pueblo. Su pueblo, precisamente, donde Apollo no conocía a nadie. Y ella no contaba porque nunca habían hablado, ni siquiera la había mirado en la boda de Holly. El recuerdo la molestó porque era humana, le gustase o no. Después de hacer un bochornoso discurso contra su amiga, Apollo la había ignorado como si estuviese por debajo de él.

–Me temo que tengo otra cita –le dijo.

–Soy yo, John Smith. ¿No te ha sonado raro? –se burló él.

–No tenía por qué sonarme raro. Dame tu chaqueta –dijo Pixie, intentando mantener la compostura y olvidar el delicioso aroma de su colonia.

Apollo se la quitó, descubriendo el intrincado dragón tatuado en la muñeca que había visto en la boda de su amiga. Apartando la mirada, Pixie colgó la chaqueta en el perchero y le hizo un gesto para que la siguiera.

–Ven al lavabo –murmuró, intentando recuperar el aliento.

Apollo la miró, sonriente. Era incluso más pequeña de lo que recordaba. Apenas le llegaba al cuello. Había visto tablones con más curvas, pero tenía unos ojos asombrosos, de un color gris claro, que brillaban como estrellas en su expresivo rostro. Tenía la nariz pequeña, los labios carnosos y una piel inmaculada y transparente como la más fina porcelana. Era mucho más natural que las mujeres a las que él estaba acostumbrado. Definitivamente, no se había operado el pecho, no llevaba un bronceado artificial y sus labios parecían ser suyos de verdad.

Pixie le colocó una toalla sobre los hombros, decidida a no dejarse intimidar.

–¿Se puede saber qué haces aquí?

–No te lo puedes ni imaginar –respondió él.

Pixie abrió el grifo, notando que tenía un pelo estupendo. Capas y capas de espeso cabello negro.

–¿Cuándo has visto a Vito y Holly por última vez? –le preguntó.

–En el funeral de mi padre, la semana pasada –respondió Apollo.

–Ah, vaya, te acompaño en el sentimiento. Lo siento mucho –dijo Pixie inmediatamente.

–¿Por qué lo sientes? No lo conocías.

Ella apretó los dientes mientras le aplicaba el champú.

–Es lo que se suele decir.

–Qué compasiva –murmuró él, desdeñoso.

Pixie sintió la tentación de empaparlo con el grifo.

–Siento compasión por cualquiera que haya perdido a su padre.

–Llevaba mucho tiempo enfermo –admitió Apollo–. No ha sido algo inesperado.

Pixie siguió haciendo su trabajo mientras no dejaba de hacerse preguntas. ¿Qué quería de ella? ¿Era una tontería pensar que su visita tenía que ver con ella personalmente? ¿Pero por qué? Aparte de su relación con Holly y Vito, no había ninguna otra conexión entre los dos.

–Háblame de ti –dijo Apollo entonces.

–¿Por qué?

–Porque te lo he pedido, porque es amable –respondió él, con ese acento de colegio caro.

–Hablemos de ti –sugirió ella–. ¿Qué haces en Inglaterra?

–Negocios, visitar gente, ver a mis amigos.

Pixie le puso el acondicionador y empezó a darle un masaje en el cuero cabelludo. Entonces se dio cuenta de que no le había preguntado lo que quería hacerse, pero siguió masajeando, desesperada por mantenerse ocupada y controlar el inesperado encuentro.

Apollo estaba preguntándose si haría otra clase de masajes. El informe que había recibido sobre ella no decía nada sobre su vida sexual o sus costumbres, pero sabía que había tenido que quedarse en casa durante meses por culpa de dos piernas rotas. Pixie movía los dedos tímidamente sobre su cráneo y la imaginó dándole ese masaje mientras él estaba desnudo… y la repentina tensión en su entrepierna le advirtió que dejase de fantasear.

Irritado, Apollo pensó que necesitaba sexo para relajarse. Su última aventura había terminado antes del funeral de su padre y no había estado con nadie desde entonces. Y, al contrario que Vito, él no podía pasar sin sexo. Un par de semanas era demasiado tiempo y Pixie le resultaba inusualmente atractiva. Pero… diavole! Era diminuta como una muñeca y él era un hombre grande en todos los sentidos.

Ella le aclaró el pelo y lo secó con una toalla mientras él pensaba en esos labios llevándolo al clímax. Por suerte, se calmó un poco cuando le pidió que se sentase en otra silla.

–¿Qué quieres que te haga? –le preguntó mientras buscaba un peine.

Apollo, excitado como un adolescente, estuvo a punto de decirle precisamente lo que estaba pensando.

–Córtamelo un poco, pero no mucho –le advirtió mientras se preguntaba dónde estaba la secreta atracción.

¿Sería la novedad? En general, le gustaban las mujeres altas, rubias y con curvas. Tal vez se había aburrido de mujeres tan similares que se habían convertido casi en intercambiables. Vito adoraba lo sensata y seria que era Holly, pero él no esperaba tanto. Si Pixie lo complacía en la cama sería un premio extra. Si quedaba embarazada enseguida la trataría como a una princesa. Si le daba un hijo viviría como si le hubiese tocado la lotería. Él solo creía en los resultados.

Por supuesto, Pixie podría rechazarlo. Nunca le había ocurrido, pero sabía que tenía que haber una primera vez. Y entonces ella podría contárselo a la prensa por dinero y eso destrozaría sus planes. De modo que, fuera cual fuera su reacción, tendría que pagarle para que guardase silencio.

Pixie se apartó un momento para colocar el perchero que una cliente había tirado sin querer y Apollo la miró por el espejo, fascinado por la curva de su trasero. También esa parte era muy atractiva.

Luego empezó a cortarle el pelo, aparentemente segura de lo que hacía, enterrando los dedos para comprobar el corte en un gesto que era casi como una caricia. Apollo se preguntó si estaría intentando flirtear, pero parecía concentrada en la tarea… los ojos velados, los labios apretados formando una tensa línea. Claro que eso no impidió que Apollo imaginase esos dedos vagando libremente sobre su cuerpo. De hecho, cuanto más lo pensaba, más se excitaba.

Cuando iba a usar el secador, Apollo intentó quitárselo, pero Pixie, decidida a dominar la oscura melena y a su propietario, le juró que no iba a hacerle nada raro.

Hasta que empezó a cortarle el pelo jamás se le había ocurrido pensar que su trabajo pudiera ser algo tan íntimo, pero tocar el espeso y sedoso pelo de Apollo la turbaba de un modo desconocido para ella. Olía tan bien como un embriagador rayo de sol. Nunca se había puesto nerviosa con un cliente, pero sus pezones se habían levantado bajo el sujetador y sentía una bochornosa humedad entre las piernas.

Pero no se sentía atraída por Apollo, en absoluto. Sencillamente, la ponía nerviosa. Al fin y al cabo, era una celebridad, un playboy de fama internacional adorado por los medios de comunicación. Cualquier mujer se sentiría abrumada en su presencia. Era como si un león hubiese entrado en la peluquería, pensó. Una no podía dejar de admirar su belleza animal, pero por dentro estaba aterrada.