Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre de Toggenburgo - Ulrich Bräker - E-Book

Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre de Toggenburgo E-Book

Ulrich Bräker

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Beschreibung

Este libro recoge en esencia la vida del escritor suizo Ulrich Bräker, nacido en 1735 en una familia campesina muy pobre, criado en medio de grandes necesidades, que fue soldado mercenario, escapó de la guerra, volvió a casa, se casó, se dedicó al negocio del hilo, tuvo hijos... y poco más. Una vida como la de muchos de sus paisanos y vecinos, nada especial, y sin embargo esta autobiografía novelada, o novela autobiográfica, ha recibido los elogios de autores como Hofmannsthal o Walter Benjamin. Hay en la obra de Bräker un carácter tan atormentado y temeroso de Dios como firme en su individualidad, un carácter marcado por la introspección reflexiva y una curiosidad y admiración por el mundo que trata de ver en lo anecdótico tanto las leyes naturales o del hombre como los designios del Todopoderoso. Esto es lo que permite a Bräker contemplarse desde cierta distancia y narrar su discurrir por el mundo exterior e interior de forma descarnada para, al final de su vida, poder hacer balance sincero.

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Seitenzahl: 516

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Ulrich Bräker

Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre de Toggenburgo

Edición de Arturo Parada

Traducción de Arturo Parada

Contenido

Introducción

Esta edición

Bibliografía

Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre de Toggenburgo

Prefacio del editor

Prólogo del autor

I. Mis antepasados

II. El día de mi nacimiento

III. Mis pensamientos más lejanos (1738)

IV. Aquellos tiempos

V. Ya en peligro (1739)

VI. Nuestros vecinos en Näbis

VII. Caminata al Dreischlatt (1741)

VIII. Asuntos de economía

IX. Cambios

X. Otras consecuencias de la muerte del abuelo

XI. Las cosas, tal como vienen

XII. Mis años traviesos

XIII. Descripción de nuestra hacienda de Dreischlatt

XIV. El mozo de cabras

XV. Adónde y durante cuánto tiempo

XVI. La buena vida de pastor

XVII. Disgustos y cuitas

XVIII. Nuevos peligros

XIX. Camaradería

XX. Nuevo y extraño estado de ánimo y fin de la vida pastoril

XXI. Nuevos negocios, nuevas preocupaciones (1747)

XXII. Ay, esas desdichadas ansias de saber

XXIII. Instrucción (1752)

XXIV. Nuevos camaradas

XXV. Circunstancias familiares de entonces

XXVI. Caminata a la Staig zu Wattwil (1754)

XXVII. Prueba divina

XXVIII. Ahora jornalero

XXIX. ¿Cómo? ¿Ya tenemos pájaros en la cabeza?

XXX. Se hace así

XXXI. Seguimos con las historias de amor, aunque hay también otras cosas

XXXII. Sólo una vez más (1755)

XXXIII. Emprendemos viaje

XXXIV. Despedida de la patria

XXXV. Ahora rápido algo sobre el amorcito

XXXVI. Proseguimos despacio camino

XXXVII. Un alojamiento completamente nuevo

XXXVIII. Una visita inesperada

XXXIX. Sigue el relato

XL. Ay, las madres, las madres

XLI. De aquí para allá, de allá para aquí

XLII. Más cosas por el estilo

XLIII. Una vez más, y después: ¡Adiós, Rottweil! ¡Adiós y hasta siempre!

XLIV. Viaje a Berlín

XLV. ¡Llegan los nubarrones!

XLVI. Conque soy realmente un soldado...

XLVII. Empieza el baile

XLVIII. Junto a otras cosas, mi descripción de Berlín

XLIX. Pronto de nuevo en camino

L. ¡Dios te guarde, Berlín! No nos volveremos a ver

LI. Itinerario de marcha hasta Pirna

LII. Valor y desesperanza

LIII. El campamento en Pirna

LIV. Toma del campamento sajón, y demás

LV. La batalla de Lowositz

LVI. Así pues: si no batallado con honores, sí escapado con fortuna

LVII. ¡A casa, a casa! ¡A toda prisa a casa!

LVIII. ¡Ay, dulce patria querida!

LIX. Y ahora, ¿qué hacer?

LX. Planes de boda (1758)

LXI. Parece que ahora la cosa va en serio

LXII. Y ahora la vivienda (1760)

LXIII. El año más importante (1761)

LXIV. Muerte y vida

LXV. De nuevo tres años (1763-1765)

LXVI. Dos años (1766 y 1767)

LXVII. Y de nuevo dos años (1768 y 1769)

LXVIII. Mi primer año de hambre (1770)

LXIX. ¡Y otros dos años! (1771 y 1772)

LXX. Ahora incluso cinco años (1773-1777)

LXXI. La simiente de un escritor

LXXII. Y ahí

LXXIII. Tentaciones difíciles de resistir

LXXIV. Honorable, distinguido y docto Señor Pastor Johann Caspar Lavater

LXXV. Esta vez cuatro años (1778-1781)

LXXVI. Otra vez cuatro años (1782-1785). Perspectiva general

LXXVII. Y ahora, ¿qué más?

LXXVIII. ¿Por tanto?

LXXIX. Mis confesiones

LXXX. Sobre mi estado de ánimo actual. Y además acerca de mis hijos

LXXXI. Mis circunstancias y mi lugar de residencia

Apéndice (1788)

Créditos

Ulrich Bräker, retrato incluido en la edición de Füssli.

Introducción

El libro que el lector1 tiene en las manos recoge, en esencia, la vida de Ulrich Bräker, y abarca desde 1735 hasta 1788, cincuenta y tres años, pues, que pueden parecer pocos, pero que se incrementan en nuestra percepción cuando pensamos que se trata de medio siglo, y no de un siglo cualquiera, sino del siglo de la Ilustración europea, el siglo de la Revolución Francesa: ¡es más causalidad que casualidad que esta obra se publique en el año del asalto a la Bastilla, acto simbólico, y mítico, del citoyen que reclama sus derechos! Como el título nos da a entender, nos encontramos ante una especie de autobiografía en la que se relatan hechos que, si bien el autor los adjetiva de singulares y, por ello, dignos de ser narrados, no difieren gran cosa de los acontecimientos que a muchos de los paisanos, y aun vecinos de Bräker, incluso al hermano de este, les tocó vivir. Y es que Ulrich Bräker nace en una familia campesina muy pobre de la también pobre región de Toggenburgo, en el cantón de San Galo, Suiza; crece y se cría en medio de grandes necesidades, lo engañan y acaba de soldado-mercenario en las tropas de Federico II de Prusia, se escapa de la guerra, vuelve a casa, contrae matrimonio, construye una casa, se dedica al negocio del hilo, le nacen y se le mueren hijos... y poco más. Nada especial. ¿Nada especial? ¿Cómo ha superado, pues, esta obrita de forma tan exitosa la dura prueba del tiempo? ¿Qué han visto en ella autores tan dispares como Hugo von Hofmannsthal o Walter Benjamin como para que le dediquen grandes elogios? ¿Cuál es la razón de que haya sido traducida, y siga traduciéndose, a las principales lenguas del mundo y no deje de publicarse una edición tras otra...?

Si bien el lector tendrá ocasión de responder(se) a estas preguntas con la lectura de la obra, que es lo que pensamos conviene en primer lugar, en esta introducción no queremos dejar de ofrecer un necesariamente escueto marco de referencia que ayude, en lo posible, a comprender la relevancia de esta autobiografía novelada, o novela biográfica, de Ulrich Bräker.

La comunidad de Bräker, la Suiza de Bräker

Los padres, los abuelos y todos los parientes de Bräker de los que se tiene noticia fueron, como el mismo autor nos indica, personas muy humildes, que vivieron de la tierra y de criar un poco de ganado, cabras fundamentalmente, que necesitan menos cuidados que las vacas. Son todos ellos oriundos de las tierras de Toggenburgo, una región suiza que queremos presentar en las páginas que siguen, pues no hay duda de que Bräker se considera, antes que otra cosa, hijo de su patria, que él identifica con la patria chica, si bien, como el lector tendrá ocasión de comprobar, no deje de sentirse suizo, y con ello, hombre libre: «En la pequeña ciudad de Rheineck besé de nuevo la primera tierra suiza, considerándome el hombre más afortunado...». Pero vayamos por partes, pues conviene en este caso comenzar por lo general y hablar, primero, sobre el nacimiento de una nación.

Los orígenes de la Confederación Suiza

En la traducción al español de Eidgenossenschaft se pierde la palabra Eid, que significa juramento. Y este es el origen de lo que se conoce como la Alte Eidgenossenschaft, la Antigua Confederación, que existió desde el siglo XIII-XIV (la datación oscila) hasta 1798, en que Napoleón la transformó en Helvetische Republik. El año de la muerte de Ulrich Bräker coincide, pues, con la desaparición de la Suiza que hasta entonces se había conocido.

El juramento mencionado, que dio lugar al sistema comunal-republicano de la antigua confederación, remitía, en tanto concepto jurídico, al vínculo que los denominados Genossen, que conviene traducir por confederados, establecían libremente y en rango de igualdad por un tiempo determinado o por siempre, un juramento que ponía a Dios como testigo y que implicaba sentirse libre y completamente obligado hacia el otro. En este sentido, el juramento, mejor dicho, los juramentos, pues los pactos eran varios y cruzados, constituían, en tanto acto, el antónimo perfecto del dominio feudal, asentado sobre el principio de subordinación.

La Antigua Confederación se constituyó en 1353 primero con ocho ciudades y regiones (cantones); desde 1513 hasta 1798 este número se fue ampliando, de modo que se llegó a trece cantones iguales en derechos y a alrededor de una docena de los denominados lugares aliados (zugewandten Orten; en italiano, Paesi alleati), que gozaban de menos derechos (ciudades, principados y las repúblicas de Graubünden y Wallis, que mantenían una estructura interna federal); a ello había que añadir los dominios generales, que habían sido conquistados por los trece cantones y estaban gobernados por un Vogt (una suerte de corregidor), y, finalmente, algunos protectorados. Este complejo sistema, asentado sobre pactos no siempre voluntarios y, por ello, desiguales, tenía como fin primordial solventar de manera pacífica discordancias internas y salvaguardar las fronteras, dado el caso, por medio de acciones militares. Con el fin de evitar esto último, se establecieron un buen número de alianzas con diversas potencias europeas. El sistema confederado permitió, además, plantar cara de forma muy eficaz a cualesquiera exigencias y pretensiones de parte de la nobleza, que a lo largo del siglo XIV fue perdiendo influencia (paradigmático al respecto es la grave derrota que contra Berna sufrió la nobleza en la batalla de Laupen, en 1339).

En este proceso de unión, protección y asistencia mutua constituye un hito el denominado Pfaffenbrief, la «Carta sobre Clérigos», de 1370, que suponía la exclusión de facto de tribunales ajenos a los lugares firmantes de la carta (Zúrich, Lucerna, Zug, Uri, Schwyz y Unterwalden), sobre todo de tribunales eclesiásticos, y la prohibición de los antiguos litigios conocidos como Fehde, una especie de contienda entre iguales, con exclusión de una autoridad superior, que en no pocas ocasiones daba lugar a una reparación asentada sobre la ley del Talión. A este Pfaffenbrief siguieron otros pactos, como el Semparcherbrief (1393), que impedía que alguna parte se involucrase en una contienda bélica sin el consentimiento de los demás firmantes, o el Stanser Verkommnis (Convenzione di Stans, en italiano), de 1481, que establecía la obligación de prestarse ayuda militar mutua, también y especialmente en el caso de revueltas internas, y que garantizaba las fronteras territoriales. Estas alianzas, que afianzaron la unión inicial, llaman tanto más la atención en cuanto que se establecían entre territorios que se encontraban dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, de modo que en principio estos estaban obligados por la Bula de Oro promulgada por el emperador Carlos IV, que había prohibido expresamente cualquier tipo de connivencias y uniones. A pesar de ello, Carlos IV, primero, el rey Wenceslao, después, confirmaron estos tratados por razones de interés político.

Fue tras la batalla de Marignano, que tuvo lugar los días 13 y 14 de septiembre de 1515 entre los confederados, por un lado, y las fuerzas francesas y venecianas, por otro, cuando, después de salir los primeros derrotados, se fijaron definitivamente las fronteras suizas (a excepción del territorio de Vaud, conquistado en 1536 por Berna y Friburgo).

Algunos historiadores han querido ver en la batalla mencionada tanto el final de una política común exterior por parte de la Confederación como el punto inicial de la conocida neutralidad Suiza. Lo cierto es que esta conmoción bélica coincide con otra convulsión, en este caso de índole espiritual, que contribuye a perfilar la excepcionalidad suiza sobre territorio europeo.

Entre 1523 y 1536, las ciudades de Zúrich, Berna, Basilea, Schaffhausen, las ciudades de San Galo, Biel, Mulhouse, Neuchâtel y Ginebra se sumaron a la reforma protestante; las ciudades del interior de la Confederación, además de Lucerna, Friburgo, Soleura, los lugares bajo la influencia de la abadía de San Galo y del obispado de Basilea, el Valais y Rottweil siguieron fieles al catolicismo. Algunas zonas en que las comunas decidían sobre la adscripción confesional se hicieron biconfesionales, caso de Appenzell y Glaris, el Turgovia, Sargans, Rheintal, Baden, Echallens, Moutier-Grandval y también Toggenburgo. Y si bien esta fragmentación confesional dio lugar a cuatro guerras civiles, la verdad es que la Alte Eidgenossenschaft, la Antigua Confederación Helvética, se mantuvo sin mayores cambios hasta 1798, no en último lugar por un alarde de pragmatismo que llevó a compartir, o a dividir por la mitad, iglesias o a establecer allí donde se creía necesario, especialmente en la administración, una paridad confesional, creándose así un modelo que posteriormente copiaría tanto el Imperio Alemán en la Paz de Augsburgo como, en parte, Francia. Este carácter biconfesional fue el que, sin duda, preservó las tierras suizas de verse excesivamente inmersas en la Guerra de los Treinta Años.

Esto no impidió que, como se ha dicho, la Confederación se viese azotada por cuatro guerras civiles de tintes religiosos, con resultados cambiantes a favor de una u otra opción confesional. Solo tras la firma en 1712 de la cuarta Landfrieden, de la cuarta pax jurata o instituta, parecieron calmarse definitivamente los ánimos bélicos en tierras suizas. Al mismo tiempo, la Confederación quedaba al margen del escenario político europeo, de modo que si su neutralidad le permitía, por un lado, no verse afectada por las contiendas europeas del siglo XVIII, por otro, tampoco contaba a la hora de firmar pactos transfronterizos. Este estado de expectante quietud se veía reflejado también en el fracaso de todo intento de centralizar y burocratizar la administración, manteniéndose así la gran independencia política y, con ello, fiscal de las ciudades, las regiones y los cantones, unidos por pactos. El ciudadano suizo seguía considerándose un ciudadano esencialmente libre que, con el arma en la mano, estaba dispuesto a defender la independencia compartida de su patria chica.

A pesar de todo ello, las milicias civiles no fueron capaces de enfrentarse a la voluntad renovadora de Francia, que en 1798 impuso a la fuerza el centralismo que caracterizaría a la República Helvética. No obstante, esta apenas duró cinco años, de modo que en 1803 se dio paso a la Schweizerische Eidgenossenschaft, a la Confederación Suiza, en la que los cantones recobraban en buena medida su autonomía. En el Congreso de Viena (1814-1815) se reconocieron por fin, y de forma definitiva, las fronteras, internas y con otros países, de la Confederación, a la que se le prescribió, con el fin de sustraerla por siempre al influjo de Francia, una neutralidad permanente armada.

La identificación con el «terruño» que explica en buena medida el discurrir político de Suiza, y que queda reflejada de manera muy clara en el Hombre pobre, aconseja, tras este breve retrato histórico del marco general, ofrecer a continuación unas pinceladas de esos valles, montañas y colinas que tanto ama y añora nuestro escritor toggenburgués.

Mapa de Toggenburgo.

Toggenburgo hasta el fallecimiento de Bräker

La región de Toggenburgo está formada, principalmente, por dos valles, los cuales reciben, a su vez, su nombre de dos ríos: el Thurtal, valle del Thur, y el Neckertal, valle del Necker. Toggenburgo pertenece al cantón de San Galo, y aporta alrededor de una cuarta parte del territorio de este. Entre 1209 y 1798 constituyó condado, pues fue precisamente del linaje de la casa de los Toggenburger de donde la región tomó su nombre. Resulta aún hoy típico de este paisaje la dispersión de las explotaciones agrícolas, encontrándose las características casas labriegas sobre todo en los altos y las lomas de los dos valles mencionados. El Toggenburgo inferior está, por el contrario, más industrializado. La población total actual es de alrededor de 80.000 personas (en 1827, 40.000), mientras que el distrito electoral de Toggenburgo cuenta hoy con unos 45.000 habitantes.

En sus orígenes fueron tribus alamanes (o alemanes), un conjunto de pueblos que se adscriben al ámbito cultural germano-occidental, las que se asentaron en este territorio, tal como demuestran los documentos de entrega de tierras que, a partir del siglo VIII, expidió la abadía de San Galo, dueña de importantes bienes en la zona de Wattwil y Bütschwil. En el siglo XIII es el linaje de los condes de Toggenburgo el que pasa a ser dueño y señor de la región. La habilidad de esta estirpe para encontrar respuestas a, por un lado, las exigencias de la Casa de Habsburgo y, por otro, a las demandas de libertad de los habitantes de Appenzell y de las ciudades confederadas de Schwyz y Zúrich permitió que las posesiones se fueran ampliando y afianzando, de modo que el último conde de Toggenburgo, Federico VII (1400-1436), no solo gobernaba en Toggenburgo, sino también en territorios que iban desde el lago de Zúrich hasta Davos y el valle del Rin austriaco, el dominio de Feldkirch incluido.

La muerte de Federico VII dio lugar a diversas disputas en torno a la herencia, entre las cuales destaca la que mantuvieron Zúrich y Schwyz, y que desembocó en una guerra sucesoria (Alter Zürichkrieg o Toggenburger Erbschaftskrieg, 1436-1450, las fechas varían). El Freiherr —título que equivale a barón— Petermann von Raron, al que fueron a parar buena parte de las tierras, vendió en 1468 el condado de Toggenburgo al abad imperial Ulrich Rösch de San Galo por un precio de 14.500 florines del Rin (Rheinischer Gulden). El abad no solo confirmó y dio por buenas las libertades que habían alcanzado los habitantes de Toggenburgo, sino que tomó iniciativas igualitarias respecto a todos sus súbditos, tanto laicos como clérigos. Además, elaboró un complejo sistema administrativo que intentaba equilibrar autonomía y control, lo cual se manifestaba en que si bien se conservaban las diversas instituciones de participación, estas estaban ocupadas mayoritaria o completamente por representantes designados directamente por el abad, que se encontraba, como todo Toggenburgo, excepción hecha del Toggenburgo superior (Wildhaus), supeditado al obispado de Constanza.

Este control no impidió que el consejo o parlamento del territorio de Toggenburgo, al ver una oportunidad de independizarse políticamente de la abadía, aprobase en 1524 la introducción de la reforma protestante, que con tanta vehemencia defendía y encabezaba un paisano suyo nacido en Wildhaus, Huldrych Zwingli. Se iniciaron entonces, como en otros lugares de Europa, una serie de movimientos radicales (anabaptistas, iconoclastas...), que también aquí fueron combatidos y reprimidos a sangre y fuego. En todo caso, la abadía, y con ella las ciudades sujetas a su influencia (Schwyz, Lucerna, Glaris, Zúrich), impuso que en Toggenburgo pudieran coexistir ambas confesiones, de modo que incluso los organismos administrativos de inclinación católica y reformada se vieron obligados a entenderse. A pesar de ello, las tensiones entre las religiones se mantuvieron latentes, por lo que siglos más tarde aquellas reaparecieron con todo su ímpetu en la guerra que se conocería como Toggenburgerkrieg, Zweiter Villmerkrieg (Segunda Guerra de Villmer)o Zwölferkrieg (Guerra del doce), de 1712. Lo que comenzó como una negativa —carente en un principio de tintes confesionales— por parte de los habitantes de Toggenburgo a participar en la construcción de una carretera a través del Rickenpass, un puerto de montaña, se convirtió, primero, en una rebelión contra las autoridades y, después, en un enfrentamiento militar entre Berna, Zúrich, Neuchâtel y Ginebra, como ciudades adscritas a la reforma, por un lado, y Uri, Lucerna, Schwyz, Zug, Unterwalden, Wallis y la abadía de San Galo como representantes del catolicismo, por otro. La guerra duró apenas unos meses y se saldó con la derrota de la parte católica. Los protestantes victoriosos impusieron entonces en el denominado Cuarto Tratado, sellado en Aarau, la paridad confesional en las instituciones y eliminaron ciertos privilegios de los antiguos lugares católicos, de modo que estos incluso llegaron a firmar en 1715 un acuerdo con Francia que les garantizaba apoyo en caso de conflicto interno. En 1718 se le concedió de nuevo a la abadía de San Galo el dominio sobre Toggenburgo, si bien la región mantuvo una gran autonomía. A pesar de que la parte católica nunca acabó de asumir esta derrota, es un hecho que con la firma de este cuarto tratado de paz las tensiones confesionales decrecieron de forma notable. A partir de entonces se hizo costumbre que los católicos formasen los cuadros administrativos y se dedicasen a la agricultura, y los reformados, más bien al comercio y a la incipiente industria textil.

Hilandera del Walensee, cantón de San Galo y Glaris.

La revolución de 1789 llegó también a tierras suizas, y con ello, a Toggenburgo, que en 1797 se alzó para imponer la soberanía popular y su independencia. Así, el uno de febrero de 1798 el último Landvogt al servicio de la abadía, Karl Müller-Friedberg, se subió a la fuente principal del pueblo de Lichtensteig y desde allí cedió la soberanía política a los toggenburgueses. Durante tres meses, Toggenburgo fue un Estado independiente. Pero en abril los franceses proclamaron la República Helvética, con lo que impusieron la obligación de prestar juramento a la Constitución helvética. En septiembre de este mismo año de 1798 muere Ulrich Bräker, que desaprobaba tanto lo que él consideraba excesos revolucionarios —«el espíritu de la revolución es como una epidemia contagiosa, ni el mismo pueblo sabe lo que quiere» (Diarios, 30 de mayo de 1795)— como la presencia de los franceses en su querido Toggenburgo.

Hasta aquí los vaivenes político-religiosos de Toggenburgo hasta el siglo XVIII.

Lichtensteig.

Por lo que se refiere a la situación económica de la región, hay que destacar la aparición en el siglo XVIII de una nueva actividad, la transformación textil, de lo cual la autobiografía de Bräker ofrece un fiel retrato. Este nuevo desempeño laboral, que se practicaba sobre todo en talleres familiares, de tamaño variable, ofrecía a los habitantes de Toggenburgo, siempre tan esclavos de la meteorología y con escasas posibilidades de prosperar, medios que hasta entonces no habían conocido, de lo cual iba a dar fe una suntuosidad en utensilios y ropajes hasta entonces poco usual. Sin embargo, las nuevas formas de producción también trajeron consigo un cambio considerable en actitudes y hábitos sociales, lo cual no siempre resultaba fácil de compaginar con la tradición, de modo que un cierto grado de extrañamiento se hizo inevitable. A pesar de todo, esta convulsión social no se podía comparar con esa antigua necesidad terrible que obligaba a muchos hombres a abandonar a sus familias y sus tierras para alistarse, a veces durante años y años, como mercenarios en ejércitos extranjeros, de lo cual es hoy vestigio la guardia suiza vaticana, que se remonta al siglo XV. Las posibilidades de ganancia que ofrecían el algodón o el lino apenas logran, sin embargo, iluminar el cuadro que nos pinta Bräker del Toggenburgo de su época, en el que predominan los colores oscuros de la pobreza extrema: dependencia, hambre, enfermedades, desesperación y muerte, todo lo cual no impedía que los de Toggenburgo supieran celebrar la vida cuando se presentaba la ocasión, especialmente en tabernas, reuniones y fiestas populares. Con la llegada del nuevo siglo, el trabajo manual fue sustituido en buena medida por la elaboración mecánica, y a partir de 1815 se crearon fábricas de hilados a orillas del Thur y del Necker.

Si los cambios materiales fueron considerables, no menos trascendente resultó un revulsivo de índole espiritual: la presencia del pietismo en tierras toggenburguesas.

En un principio prohibido y perseguido, entre 1720 y 1730 el pietismo comenzó a integrarse en la vida religiosa de la Suiza reformada. Nombres destacados a este respecto son Samuel Lutz, Daniel Willi o Hieronymus Annoni. Hacia 1730 empezaron a formarse comunidades de inspirados. En el cantón de Berna se constituyó la Hermandad de Heimberg; en las ciudades y en el campo se crearon Hermandades de Moravia. Tal como nos enseña la historia de Bräker, eran muy frecuentes las reuniones de fieles en las casas particulares, para rezar conjuntamente o para escuchar a un laico más o menos iluminado, que a menudo viajaba de pueblo en pueblo. A estos movimientos contribuyó no poco la impresión y divulgación de ediciones bíblicas con matiz decididamente reformado, y también de libros de oración y de canto.

El pietismo suizo tenía ramificaciones hacia prácticamente todos los movimientos europeos de inspiración análoga, así hacia el puritanismo inglés y el protestante en los Países Bajos y en Alemania, hacia el quietismo francés o hacia las ya mencionadas Hermandades de Moravia, y es opinión corriente que si la Ilustración en Suiza se mantuvo, frente a la francesa, en unos márgenes de moderación, ello se debe a los impulsos de emancipación provenientes del pietismo, centrados en el individuo, en general, y en las mujeres en particular.

Taller casero de tejedores, aguatinta de C. Burk.

Estos movimientos religiosos, caracterizados por la adscripción libre de individuos, coincidieron con aquellos que, inspirados por la Ilustración, llevaron a la creación de sociedades de la más diversa naturaleza, aunque todas ellas de propósitos análogos: debatir libremente y favorecer el bien común. Entre 1679 y 1798 surgieron así solo en Suiza, sobre todo en la segunda mitad del Siglo de las Luces y casi exclusivamente en la Suiza reformada, más de ciento veinte sociedades, y ello sin contar las sociedades masónicas, unas treinta. Estas sociedades eran fundamentalmente de tres tipos: doctas o académicas; económicas y de utilidad pública, y literarias o de lectura. A estas habría que añadir las sociedades de oficiales militares, que, en consonancia con el ejército de leva general y permanente que desde un primer momento mantiene Suiza, se crean por todo el territorio helvético. Por su importancia hay que mencionar en este apartado la Helvetische Gesellschaft (fundada en 1761), La Helvetisch-Militärische Gesellschaft (1779) y la Helvetische Gesellschaft der Freunde der vaterländischen Physik und Naturgeschichte (1797; Sociedad Helvética de Amigos de la Física e Historia Natural Patria).

La primera de ellas contribuyó esencialmente a fortalecer la idea de nacionalidad e identidad suiza, y ello guiándose por los conceptos de libertad, igualdad y tolerancia religiosa, todo lo cual determinaría de forma muy especial el futuro de Suiza como país.

Los lectores del presente libro tendrán ocasión de comprobar que también Toggenburgo participó de estos movimientos, pues en Lichtensteig se fundó en 1767, por iniciativa de Andreas Giezendanner, la Moralische Gesellschaft zu Lichtensteig, esto es: Sociedad Moral de Lichtensteig, cuya denominación primera era, señalando sus vínculos religiosos, Toggenburgische Reformierte Moralische Gesellschaft. En principio solo formaban parte de ella religiosos (pastores) y ciudadanos de cierto rango. El fin principal de la sociedad estaba en ofrecer a sus miembros la posibilidad de reunirse y conversar sobre temas de actualidad. En casa del fundador se mantenía una biblioteca a disposición de los socios, que en 1771 contaba con 171 títulos, entre ellos, obras religiosas y teológicas, geográficas, históricas y literarias. De vez en cuando, algún miembro de la sociedad pronunciaba una conferencia sobre temas de actualidad. La Sociedad se reunió por última vez en 17972. Bräker nos relata en qué medida la propuesta de formar parte de esta sociedad le causó tanto orgullo como temor.

Bräker, escritor

Uno de los aspectos más llamativos en relación con la autobiografía novelada de Bräker es, sin duda, que su autor fuera, al fin y al cabo, un hombre poco instruido, un hombre dedicado al campo, a cuidar cabras y fabricar salitre, un hombre que solo con mucho esfuerzo consigue convertirse en un modesto comerciante. La educación académica que recibió Ulrich Bräker descansa sobre unos pocos meses de colegio, visitado de forma irregular, algunas clases de catecismo y sobre la lectura intensa de la Biblia y de algún que otro libro piadoso. A esta formación libresca hay que añadir la experiencia vital que trajo consigo el alistamiento involuntario en el ejército y la correspondiente actividad militar, impuesta por la fuerza, que dio a Bräker ocasión de conocer aquello que de ruin hay en el ser humano: si en algo se parece la obra de Bräker a una novela de formación (Bildungsroman) es en lo que este narra sobre sus años militares. Lo cierto es que Bräker manifiesta muy pronto un marcado gusto por las letras, y ello en sus dos vertientes, como lector y como «escritor», lo cual se debe sin duda también a que en la casa paterna los libros y la consiguiente lectura no eran un elemento extraño. Esta inclinación, que el propio Bräker y numerosos estudiosos de su obra llegan a calificar de «adicción» (Schreibsucht)3, se ve reforzada cuando, en años ya adultos, Bräker es nombrado socio de la Moralische Gesellschaft, lo cual le franquea el acceso a la biblioteca de la sociedad. Es este discurrir biográfico el que, teniendo en cuenta los escritos de nuestro autor, ha llevado a algunos estudiosos a hablar del «milagro Bräker». Conviene, pues, que nos detengamos por un instante en el nacimiento de un escritor, en sus obras y las circunstancias que han posibilitado lo uno y lo otro.

No hay duda de que el pietismo practicado en el hogar paterno y las ideas ilustradas presentes de una manera u otra en el entorno toggenburgués contribuyeron en gran medida a desarrollar en Ulrich Bräker un carácter tan atormentado y temeroso de Dios como firme en su individualidad, un carácter marcado por la introspección reflexiva y una curiosidad y admiración por el mundo que trata de ver en lo anecdótico tanto las leyes naturales o del hombre como los designios del Todopoderoso. Esta seguridad hecha a partes iguales de confianza y un desprendimiento rayano a veces en la indiferencia es lo que permite a Bräker dejar a un lado su ego, contemplarse desde cierta distancia y narrar su discurrir por el mundo exterior e interior de forma descarnada, para, al final de su vida, poder hacer balance sincero. El hecho de que la perspectiva de Bräker se secularice progresivamente y que su relato esté tamizado por un fino humor conlleva una relativización de lo particular que da lugar a que la historia acabe por trascender a su protagonista. Es en esto en lo que el Hombre pobre se distancia de la autobiografía pietista, la cual intenta ver en el desarrollo de la propia vida un atisbo de la salvación eterna. Por consiguiente, la autobiografía de Bräker guarda más semejanza con el Anton Reiser de Karl Philipp Moritz (1756-1793) que con la autobiografía en varios tomos de Jung-Stilling (1740-1817), aun cuando Bräker, que pluma en mano se enfrenta balbuceante al papel, lo mencione como modelo inalcanzable: «¡Pero, cielos, qué contraste, Stilling y yo! No, no hay ni que pensar en ello. No puedo pretender situarme a la sombra de Stilling».

Lo cierto es que a diferencia de otros autores que contribuyeron decisivamente al desarrollo de la autobiografía literaria en el siglo XVIII, como los dos mencionados o un Daniel Friedrich Schubart o el mismísimo Jean-Jacques Rousseau, Bräker nunca llegó a conocer personalmente la élite intelectual de su época ni a moverse entre los círculos artístico-literarios. Arraigado siempre en el medio y en el estamento social en el que había nacido, Bräker llena cuartillas a fuerza de desasosiego, incertidumbre y una voluntad que oscila entre la excitación y la fatiga. De ahí, también, la excepcionalidad de su obra, de toda su obra, tanto en lo referente a sus diarios como a esta singular joya que el lector tiene en sus manos.

En el caso de nuestro autor, el desarraigo del entorno, la soledad del creador, se manifestó a través de expresiones de recelo, aversión y rechazo por parte de los conciudadanos de Bräker, que censuraban así lo que consideraban unas extravagantes ínfulas literarias. De este modo, Bräker acabó en tierra de nadie, extrañado ante sus semejantes. Como el lector tendrá ocasión de comprobar, la carta que un desesperado Ulrich Bräker escribe a Johann Caspar Lavater, pastor y filántropo, es buena muestra de ello.

Al margen de la cuestión religiosa y los impulsos nacidos de la Ilustración, hay varias razones más que llevan a Bräker al encuentro de los libros y la escritura, y que el autor detalla en su autobiografía. En primer lugar está la necesidad que Bräker siente de evadirse de su mundo cotidiano, de buscar sentido y consuelo respecto a un matrimonio desdichado y unas muy duras condiciones de vida, que convertían cada nuevo día en una lucha por la supervivencia, lo cual le lleva a anotar en su diario: «El mundo me resulta demasiado estrecho. Así que me imagino uno propio en la cabeza». La lectura le sirve a Bräker de bálsamo, y el escribir, de guía o faro en un mar embravecido que permita avistar, por lo menos ocasionalmente, tierra firme. Por tanto, no es de extrañar que estas inseguridades estén presentes también en los escritos de Bräker, que va dando pequeños pasos como escritor, y que este comience anotando en sus diarios sobre todo textos religiosos, con un tono propio de los Inspirados (oraciones, exégesis bíblicas, sermones): «Mi Creador, solo en alabanza tuya / yo he de coger la pluma» («Mein schöpfer deine ehr allein / sol mir der zweck im schreiben sein»), y acabe, aunque consciente de sus limitaciones, intentando emular a Shakespeare o Cervantes: «hacía tiempo que mi humor tuvo la extraña ocurrencia de escribir un libro que, siguiendo el modelo de Don Quijote, debería llevar el título de El caballero del amor...» (Diarios, 1 de abril de 1789).

A medida que Bräker se refugia en la lectura y escritura y va encontrando en ella lo que precisa en cada instante, que es, primero, una forma de reconfortarse, de cultivarse después y, finalmente, un modo de distraerse, de vivir aventuras y emociones que la realidad le niega: «Hacía mío todo aventurero y toda aventura de los viejos y de los nuevos tiempos [...]», y ello a pesar de los remordimientos que esta su gran pasión le provoca, pues le lleva a descuidar la hacienda, se va mostrando un camino que nuestro autor creía inalcanzable: aquel que quizá le permitiría convertirse en un escritor con todas las de la ley. Esta posibilidad, que parece encontrarse al alcance de la mano con la publicación y buena acogida del Hombre pobre, incrementa el esmero que Bräker pone en sus escritos, impulsa al artista que hay en él a trazar planes más osados, insinúa al padre de familia la posibilidad de acrecentar, quizá, unas siempre frágiles y oscilantes ganancias... Sin embargo, sus esperanzas pronto se ven truncadas, pues la publicación en 1793 de parte de sus diarios no obtiene el éxito esperado: si los lectores habían saludado complacidos la penetrante inteligencia y la capacidad literaria de la que había hecho gala con el relato de su vida un autor que imaginaban como un virtuoso y razonable hijo de la naturaleza, la verdad es también que conforme acababa el siglo los gustos se iban sofisticando, de modo que este tipo de inmediatez primigenia, las reflexiones sobre Dios y el mundo que un habitante de la montaña pudiera recoger en sus diarios, dejó de interesar.

Hacia finales del siglo XVIII la Ilustración, ¡tanta razón!, parecía haberse agotado, seguramente como proyecto inacabado, el Sturm und Drang y la fiebre wertheriana habían tocado a su fin... Y también el panorama político había cambiado: el mismo año en que se publican los fragmentos de los diarios, Napoleón Bonaparte es ascendido a general de brigada. Llegaban tiempos nuevos.

Los escritos de Bräker4

Los escritos de Ulrich Bräker constituyen, en su edición más reciente y completa, que es la que hemos manejado para esta edición, cuatro gruesos tomos, de unas seiscientas a setecientas páginas cada uno, unas cuatro mil páginas en total en su versión original manuscrita. ¡No está nada mal para un «inculto» campesino suizo del siglo XVIII perdido en las montañas de Toggenburgo! En lo que sigue queremos presentar brevemente estos escritos, de modo que el lector pueda enmarcar la historia que tiene en sus manos en un conjunto más amplio. A la Vida y aventuras del hombre pobre de Toggenburgo dedicamos un capítulo propio.

A partir de 1768 y hasta su muerte en 1798, Bräker llevó un diario, cuyas primeras páginas y letras ornamentaba profusamente, recurriendo para ello al estilo caligráfico propio de la estética campesina de su entorno, que perdura frecuentemente aún hoy en las fachadas de las casas suizas. Su quehacer como cronista se inicia con una extensa Vermahnung, con una Advertencia de llevar una vida conforme a los mandatos de Dios, la cual tiene como destinatario principal a su descendencia. Después, y a lo largo de los años, los diarios hacen honor a su nombre, pues recogen la cotidianidad material y espiritual del autor: observaciones sobre el tiempo meteorológico, sobre las condiciones de vida (años de hambre, crisis económicas, la marcha del negocio del algodón, las agitaciones políticas, etc.) y los acontecimientos de su entorno, pero también canciones, poesías y reflexiones. Esta crónica ofrece, pues, un cuadro fiel de lo que contempla y piensa un hombre común en la Suiza del siglo XVIII, cien años que cambian la historia no solo de Europa, sino del mundo. Estos diarios permiten, además, seguir la evolución intelectual de Bräker, de modo que si en los primeros años pietismo y contabilidad campesina determinan a partes iguales forma y contenido, el progresivo distanciamiento de lo uno y lo otro da lugar a una mayor amplitud de temas (viajes, observaciones políticas, correspondencia) y finura de estilo, ya que Bräker descubre paulatinamente en sí una voz personal. Este proceso de secularización es causa también de que los diarios vayan recogiendo asimismo ensayos y reflexiones literarias, especialmente desde el momento en que se publica con notable éxito la autobiografía; a partir de este momento, Bräker ya no escribe, tampoco en sus diarios, solo para sí mismo o su descendencia más inmediata, sino también para un público al que espera poder llegar.

Diario, 1770.

El editor Johann Heinrich Füßli, persona de especial relevancia respecto a los escritos de Bräker, publicó en 1793 una selección de los diarios, interviniendo en los textos sin pararse en barras, modificando el estilo y eliminando pasajes, resumiendo y reagrupando según su parecer. Antes, en 1789, había aparecido en el Helvetischer Kalender un extracto breve de estos diarios con el título de Eine Dosis gesunden Menchenverstands aus den Bergen. Aus den Tagebüchern des armen Mannes im Tockenburg [Una muestra de sentido común de las montañas. De los diarios del hombre pobre de Toggenburgo]. Sea como fuere, la crítica que mereció la publicación de estos primeros diarios fue tan negativa que el editor renunció a publicar un segundo tomo.

Hasta aquí por lo que se refiere a los diarios.

Las denominadas Wetteraufzeichnungen [Observaciones sobre el tiempo] constituyen, como su nombre indica, observaciones meteorológicas, por ejemplo sobre grandes nevadas, fuegos, cometas o terremotos, a las que se añaden anotaciones sobre la evolución de los precios y sobre las epidemias que asuelan la región. Se han conservado únicamente aquellas de los años 1775 a 1786. El modelo del que se sirvió Bräker para estas anotaciones fue probablemente el de los almanaques, tan comunes en la época, o el de las denominadas Bauernchroniken, crónicas campesinas o de labriegos, propias sobre todo de las zonas vitivinícolas. Bräker anota los fenómenos puntillosamente, como si se tratase de un registro, y los pone en relación con su correspondiente repercusión. Con todo, estas observaciones no tienen únicamente una finalidad práctica, pues también la atención que Bräker presta a la naturaleza está marcada de manera significativa por su religiosidad pietista: el «libro de la naturaleza» es revelación divina, en el que todo ser humano está llamado a leer. Esto explica también la admiración con la que Bräker contempla el mundo natural, incluso cuando este se enfurece, y la alegría que le produce toda actividad al aire libre. Sin duda despiertan entonces en él recuerdos queridos de una infancia vivida en casa labriega.

Sobre todo, en los diarios de entre 1770 y 1774, Bräker completa con frecuencia el asunto del día con versos y canciones, que, mayormente compuestos por él o variados a partir de un modelo, suelen ser de temática religiosa. Como era su costumbre cuando se trataba de centrarse en materias muy particulares, Bräker estrenó una libreta que llevaba por título: «Vermischte lieder vor den landmann» [Ramillete de canciones para el campesino], que constituye lo que se conoce como Liedersammlung [Recopilación de canciones]. Se trata de textos profanos, de temática principalmente popular y procedencia muy variada, que, considerando su calidad, no deben de provenir de la pluma de Bräker, que pronto tuvo que reconocer que no estaba dotado para la poesía. La mayor parte de las canciones están redactadas en Hochdeutsch, en el alemán común o estándar de la época, esto es, no en el alemán de Suiza, si bien también hay algunos textos en dialecto. Con esta colección, Bräker se anticipa a la tendencia, que tan buenos frutos daría en el siglo XIX, de recoger y hacer acopio del acervo literario popular. Es posible que siguiese el modelo de su amigo Johann Ludwig Ambühl, recopilador y editor de Neue Schweizerlieder, nebst einigen andern Gedichten [Nuevas canciones suizas, y otros pocos poemas], Berna, 1776.

El almanaque Brieftasche aus den Alpen [Correo desde los Alpes] publicó cinco piezas breves de Bräker tituladas Gespräche [Conversaciones], un género dialógico que se remonta a la antigüedad y que revive en el humanismo con el redescubrimiento de Luciano. Son piezas didácticas en las que dos interlocutores debaten sobre un tema, siendo así que el autor ha decidido ya de antemano cuál es la opinión que ha de considerarse correcta; en las conversaciones de la autoría de Bräker se percibe una cierta inseguridad que ha de solventarse, precisamente, a través de este encuentro de puntos de vista. Bräker, quien en su vida privada no gustaba demasiado de adoptar una postura decidida, puesto que creía que los sentires eran tan varios como personas había en el mundo, se inclina en sus textos dialógicos por las opiniones más moderadas y tolerantes. Las obras completas ofrecen dos de estas conversaciones, Armut und Reichtum [Riqueza y pobreza] y Im Reich der Toten [En el reino de los muertos].

Dos piezas dialógicas más extensas son el Bauerngespräch [Conversación entre campesinos], fechada en 1777, y Die Gerichtsnacht oder Was ihr wollt [Noche de juicio o Como gustéis], de 1780. Los Bauerngespräche constituía un género literario que surgió en el sur de «Alemania» durante la Guerra de los Treinta Años, y que servía para debatir cuestiones candentes. Se difundían con fines propagandísticos de forma semejante a las hojas volantes (así en la segunda guerra de Villmer) y sus autores solían ser personas cultas. Hacia finales del siglo XVIII, el cantón de Zúrich organizó, con propósitos didácticos, verdaderas conversaciones entre campesinos, con lo que buscaba mejorar la productividad en el campo.

En la primera de estas conversaciones, que versa «sobre la lectura de libros», Bräker trata la cuestión de hasta qué punto los libros mundanos han ido desplazando, también entre la población rural, los libros religiosos o piadosos. Bräker adopta una postura intermedia, mostrándose a favor de que los campesinos, tanto hombres como mujeres, participen asimismo de los nuevos aires que trae consigo la Ilustración. Evidentemente, esta temática estaba en relación directa con las circunstancias de Bräker, quien se veía expuesto una y otra vez a los reproches de su mujer por su afición a la lectura. Sin embargo, la solución contemporizadora a la que llega Bräker en su pieza no se compadece con las posturas irreconciliables que a este respecto, y en cuestiones de religión, mantuvo el matrimonio hasta el final de sus días. Si bien se trata de un texto que, al fin y al cabo, defiende una «tesis», lo cierto es que también se percibe una voluntad de dar perfil, personalidad a los caracteres. Nos encontramos, pues, ante una tentativa literaria a caballo entre el clásico diálogo y la pieza teatral, y no se puede negar, como respecto a otros textos de Bräker, la influencia de Shakespeare.

Esta queda patente desde el título mismo en la pieza Die Gerichtsnacht oder Was ihr wollt [Noche de juicio o Como gustéis], a cuya composición había precedido la lectura por parte de Bräker de, por un lado, todas las piezas dramáticas del autor inglés y, por otro, de los Physiognomische Fragmente de Johann Caspar Lavater, de quien Bräker era un rendido admirador. En la Gerichtsnacht, Bräker presenta un cuadro variado y costumbrista de personajes típicos de Toggenburgo. En la confrontación de ideas y puntos de vista, pues se trata de una obra sobre todo dialógica, salen mejor paradas, una vez más, aquellas opiniones que se caracterizan por su comprensión y empatía respecto al interlocutor. En este sentido, la obra es tan didáctica como abierta a las interpretaciones5. El texto había sido escrito para ser leído; Bräker no pensaba, pues, en su escenificación. Y es que en tierras reformadas suizas del siglo XVIII el teatro no estaba muy bien visto, a diferencia de lo que ocurría en las zonas católicas, donde las obras barrocas de inspiración bíblica y los pasos de carnaval gozaban de un gran éxito de público. A pesar de los reparos y las prohibiciones, poco a poco el teatro se pudo ir abriendo camino también en la zona reformada, ya que de todos modos el público solía acudir a las representaciones en los territorios católicos vecinos. De Bräker sabemos que no dejaba escapar ocasión de asistir a cualquier tipo de escenificación, fuese teatro propiamente dicho o marionetas, sombras chinescas o semejantes.

En Etwas über William Shakespears [¡sic!]schauspiele. Von einem armen ungelehrten weltbürger; der das glück genoß, denselben zu lesen anno 1780 [Algo sobre las obras de William Shakespeare. De un pobre inculto ciudadano del mundo que disfrutó de la dicha de poder leerlas, año de 1780], Bräker va comentando una tras otra las piezas de Shakespeare tal como aparecen recogidas en la primera edición completa en alemán del traductor Johann Joachim Eschenburg (1743-1820), en doce tomos y con ilustraciones de Salomon Geßner. Se trata de comentarios de índole personal con los que Bräker señala aquello que le disgusta —escenas violentas, por ejemplo— o gusta —las partes humorísticas—, ofreciendo además diversas consideraciones morales acerca del argumento y los personajes. Bräker no está solo en su entusiasmo por Shakespeare, sino que esta exaltación es realmente un fenómeno de la época, pues todos los grandes autores en lengua alemana, alemanes, austriacos o suizos, ven en el dramaturgo inglés la encarnación del genio, empezando por Goethe, que, al igual que nuestro modesto escritor de las montañas, considera Hamlet una cumbre difícilmente alcanzable.

Artistas ambulantes.

Rede über den Gassenbettel [Discurso sobre la mendicidad en las calles] es fruto de un encargo, aquel que recibió Bräker de la Toggenburgische Moralische Gesellschaft, que el tercer domingo después de Pascua celebraba su reunión anual. En estas reuniones era costumbre que algún miembro de la sociedad disertase sobre un tema de actualidad y presentase ideas de mejora en relación con la sociedad toggenburguesa. El encargo cogió a Bräker por sorpresa, puesto que varios de los que le antecedían en el turno declinaron por diversas razones. Así pues, Bräker comenzó, pesaroso, pues se sentía un poco superado por la petición, a redactar su discurso, que pronunciaría el 26 de abril de 1790. La elección del tema no le causó al autor demasiadas dificultades, pues Toggenburgo había vivido en la década de 1770 una grave crisis económica que había llevado a muchas familias a la más terrible pobreza y que se repetiría veinte años más tarde, sin que en esta ocasión Bräker pudiera esquivarla. A raíz de ello se había producido un fuerte incremento de la mendicidad, por mucho que las comunidades y los vecinos intentaran paliar en lo posible las consecuencias del encarecimiento o de la falta de alimentos. En 1784 ya se había divulgado un escrito anónimo sobre el mismo tema, que Bräker comenta por extenso en su diario de 1788. Las propuestas que en este alegato se ofrecían, y que no encontraron mayor eco, nuestro autor las presenta de nuevo ante la concurrencia, apelando en la segunda parte de su discurso a la responsabilidad que sobre todo compromete a aquellos que desempeñan cargos públicos, muchos de ellos miembros de la Sociedad Moral.

Sabemos además que Bräker obtuvo, en un concurso convocado por la Sociedad, el primer premio con un ensayo sobre la cuestión: «¿Es ventajoso para nuestro país que se haya incrementado tanto el negocio del algodón en detrimento del negocio del lino?», y que elaboró, para este mismo concurso, otro ensayo en el que trataba de responder a la pregunta de: «¿Es el crédito extranjero del que goza nuestro país útil o pernicioso para la patria?». No se conserva ninguno de estos dos escritos.

Sí han llegado hasta nosotros veinticinco cartas, dirigidas sobre todo al editor de Bräker, Füßli, y al párroco de Wattwil, Martin Imhof. También se conservan cinco cartas dirigidas a Johann Gottfried Ebel, médico alemán y autor de una guía de viaje a través de Suiza, a quien Bräker conoció probablemente a través de Füßli. Se estima que otro gran número de cartas se ha perdido.

Mendigos pasan la noche en un desván.

El hombre pobre de Toggenburgo

La Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre de Toggenburgo es, sin duda, la obra cumbre de Bräker, si bien hay estudiosos como Alois Stadler que ven en los diarios un documento de primera magnitud. Ya en 1769 Bräker había intentado poner por escrito su recorrido vital, siguiendo así los dictados pietistas, que ordenan ser vigilantes y reflexivos respecto a la propia vida, tanto exterior como interior. Resultado de ello son unas pocas páginas incluidas en la Advertencia, tituladas la «descripción de mi peregrinaje personal en este pobre mundo, hasta el año 33 de mi existencia», en las que el autor resume en orden cronológico los principales acontecimientos de su vida. Sin embargo, es después de la lectura de las obras de Shakespeare, de los Fragmentos fisionómicos de Lavater y del Tagebuch eines neuen Ehmanns [Diario de un esposo renovado], de Jakob Gottlieb Planck, publicado en Leipzig en 1779, cuando Bräker traza el plan de elaborar una autobiografía de envergadura6. Tal como recogen los diarios, a principios de 1782 comienza a redactar la obra, que espera tener lista en dos años. No obstante, a principios de 1785 todavía trabaja en ella, pues considera que «aún le quedan flecos sueltos, pero este año pienso rematarla». Y, en efecto, podemos decir que la historia propiamente dicha finaliza con el año de 1785, que es cuando Bräker recapitula lo que ha sido su vida. Siguen después unas reflexiones, que deben de pertenecer a 1786, pues Bräker aún conversa con su hijo Jakob, que fallece el 9 de enero de 1787, y una adenda, fechada en 1788. Aproximadamente, tres cuartas partes de la autobiografía están dedicadas a infancia y juventud, el resto, a los años de casado, quizá porque «esta época de mi vida me produjo infinitamente menos contento que mis años jóvenes».

Acabada la obra, Bräker la puso en manos de su amigo Martin Imhof, a la sazón pastor en Wattwil. En diciembre de 1787 este se la envió, a su vez, a su amigo Johann Heinrich Füßli, de familia acomodada, muy comprometido con la Ilustración y político de altura, que desempeñaba importantes cargos públicos y que ejercía además como editor del almanaque Schweitzerisches Museum (1783-1790), en el que él mismo publicaba sus discursos y escritos. En el segundo número de 1788 apareció la primera entrega, de forma anónima y con el título de Auszüge aus der Lebensgeschichte eines armen Mannes [Extractos de la historia de la vida de un hombre pobre]. Dado que las entregas, que se sucederían hasta 1789, tuvieron gran aceptación, Füßli creó llegado el momento de hacer una publicación en formato libro, de modo que visitó a Bräker en julio de 1788 para recabar el consentimiento de este. Aún no había transcurrido un año cuando Bräker podía admirar ya su obra impresa. En cuestión de derechos de autor obtuvo, por esta obra y parte de sus diarios, cien florines.

Si bien no se conserva el manuscrito de la autobiografía, se puede concluir por comparaciones con los diarios que el editor Füßli debió de intervenir sustancialmente en el texto original de la historia, a lo cual alude Bräker: «no eran mis malos trazos lo que tanta alegría me causaba [...] sino las acertadas correcciones y anotaciones de mi editor» (Diarios, 22 de mayo de 1789). Además de corregir la ortografía y la puntuación, es probable que Füßli eliminase localismos y añadiese de su mano expresiones y giros con el fin de que el estilo fuese más fluido, y ello sin menoscabo de ese tono natural, espontáneo y primigenio que constituye uno de los principales atractivos de la obra.

El periódico Zürcher Freytags Zeitung reprodujo, sin permiso, la primera entrega que se había publicado en el Schweitzerisches Museum. De este modo, los paisanos de Bräker acabaron por identificar a este como autor de la historia, lo cual dio lugar a maledicencias, fruto a partes iguales de la ignorancia y la envidia. A través de Imhof, Bräker intentó parar la publicación en el Freytags Zeitung, pero el mal ya estaba hecho. A raíz de ello, y con el ánimo de defenderse cuando menos para sus fueros internos, Bräker escribió en su diario el diálogo Baltz und Andreß, que posteriormente Füßli publicó como apéndice del Hombre pobre, retocado y con otro título, el de Peter y Paul. El lector tiene ocasión de leer este desahogo en las páginas finales de la presente edición.

Como se ha mencionado ya, la acogida de la historia del hombre pobre fue muy buena: «sorprendente hijo de la naturaleza», «diamante en bruto», «ingenio auténtico», estos fueron algunos de los calificativos que los críticos de la época, bajo la impresión del Sturm und Drang y creyendo tener ante sí al «genio original» que tanto veneraba este movimiento, dedicaron a Bräker. Publicada su autobiografía, algunos viajeros hubo que no se quisieron privar de la oportunidad de ver, efectivamente, el «original» en su paraje, de modo que se acercaron hasta Wattwil y llamaron a la puerta del modesto comerciante, un hombre pobre de Toggenburgo que, como el tiempo tendría ocasión de demostrar, había conseguido entrar en la Historia, con mayúsculas, de la Literatura.

Sobre Ulrich Bräker en la Historia de la Literatura

Sin embargo, el éxito que la historia del hombre pobre tuvo en su momento fue un acontecimiento efímero.

«¿Conoce usted al hombre pobre de Toggenburgo?», pregunté a menudo a hombres y mujeres de todas las condiciones. La respuesta fue casi siempre la misma: «¿Quién es ese?». Y sin embargo, es cierto que desde el siglo XVIII lo poco que conservamos de él se ha impreso en bastantes ocasiones, encontrando lectores y amigos, y también admiradores. Con todo, una y otra vez volvió a caer en el olvido y nadie lo ha puesto todavía en el lugar histórico que le corresponde. Esta es la causa de que a menudo me sintiera impulsado a disertar sobre él en alguna que otra sociedad, que nada sabía del autor, dedicándole tantas alabanzas, que con frecuencia me preguntaba después: ¿No te has dejado llevar por tu entusiasmo y has exagerado sus virtudes? ¿No será así que ahora estas personas, cuando lo lean confiadas de tu palabra, dirán: «Bueno, no está mal; ¿pero por qué exageró tanto?». En ocasiones como estas yo cogía, ya de vuelta a casa, de nuevo el Hombre pobre y lo abría aquí y allá, intentando escuchar con los oídos de estos nuevos lectores. ¡No!, me decía entonces. No has exagerado. Es un escritor extraordinario, único, incomparable. No es que fuera un inventor de historias, fructífero como Hans Sachs, pero sí diez veces más poeta. En este pequeño tesoro que nos ha legado se pueden encontrar perlas y rubíes.

Esta introducción que Adolf Wildbrandt escribe a principios del siglo XX para su edición del Hombre pobre resume con precisión cuáles han sido los avatares de la autobiografía de Bräker7. Tampoco Hugo von Hofmannsthal ocultaba sus dudas al incluir a Bräker en su recopilación Deutsches Lesebuch (1922):

¿Serán todos los que hemos seleccionado grandes escritores? Uno puede aducir en contra los nombres de los buenos de Matthias Claudius y Uli Braeker de Toggenburgo, pero menores tampoco son, pues en este caso, ¿cómo iban a poder seguir figurando después de ciento cincuenta años entre los grandes?8.

Sin embargo, este reconocimiento por parte de una voz autorizada como la de Hofmannsthal no indujo a Hermann Hettner a incluir a Bräker en su detallada Geschichte der deutschen Literatur im achtzehnten Jahrhundert9 [Historia de la literatura alemana en el siglo XVIII]. Sesenta años más tarde, cuando ya debería haberse llegado a un consenso a favor de nuestro autor, las cosas seguían más o menos igual: en la vigésima tercera edición de 1987 de la obra enciclopédico-cronológica de Herbert A. y Elisabeth Frenzel, Daten deutscher Dichtung¸ con cierta vocación de amplitud y un clásico entre germanistas y pretendientes a serlo, el nombre de Bräker solo aparece en relación con una obra de teatro de Peter Hacks, Die Schlacht bei Lobositz, de 1956, inspirada en la novela autobiográfica de Bräker. En este sentido, ¿Cabe imaginar que, por ejemplo, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, obra que no está tan lejana como pudiera parecer de la autobiografía de nuestro autor suizo —basta con considerar el título—, no figurase en una historia de la literatura española?

El gran germanista Hans Mayer, autor de un ensayo sobre el Hombre pobre en cuyo título las palabras Ilustración y plebeyo van de la mano, incide en la misma cuestión:

Pues todavía no se sabe precisar con exactitud el lugar que ocupa Ulrich Bräker en la historia de la literatura alemana. El relato de su vida tuvo éxito entre los burgueses coetáneos suyos porque, siguiendo el espíritu ilustrado, se hacía posible reconocer de forma condescendiente los esfuerzos conmovedores, aunque notables, que un hombre sin educación ni formación hacía por alcanzar cierto grado de cultura. Seguramente también atraía la fuerza poética de su narración. Por lo demás, no parece haber mayores señales de que los grandes escritores alemanes de la época se hubiesen fijado en el pobre suizo10.

A pesar de todo, y de todos, la fama de Bräker, como cronista y como autor literario, logró, efectivamente, no solo mantenerse a lo largo del tiempo, sino incluso engrandecerse con el paso de los años, de lo cual da fe la edición de sus obras completas, cuyo último tomo se publicó en 2010. Como se ha podido comprobar in situ en la biblioteca Vadiana de San Galo, que custodia los manuscritos de Bräker, el legado bibliográfico de Samuel Voellmy, quien publicó en 1945 la edición más completa que hasta ese momento se había hecho de los escritos de Bräker, Leben und Schriften Ulrich Bräkers, des armen Mannes in Tockenburg, en tres tomos11, demuestra que, de una u otra forma, desde el siglo XVIII Bräker siempre ha estado presente entre el público lector, aunque solo fuese para dar testimonio de cuáles eran las circunstancias vitales del hombre común en la Suiza de ese siglo. En este último sentido, y con el fin de ilustrar la vida de soldado entre las tropas de Federico el Grande, encontró acomodo en la obra histórica de Gustav Freytag (1816-1895), Bilder aus der deutschen Vergangenheit (1859-1867) [Imágenes de la historia alemana], un clásico de la época en varios tomos que adornó buena parte de las estanterías de la burguesía alemana. Y contra el espíritu acomodaticio de esta burguesía alemana fue traída, precisamente, también a colación la obra del campesino y «ciudadano» Bräker, tanto en la República Democrática Alemana como al hilo de las revueltas y los movimientos contestatarios de las décadas de 1960 y 1970, convirtiendo al autor en un proletario y revolucionario avant la lettre que Bräker, si se tienen en cuenta sus observaciones sobre la Revolución Francesa, sin duda no fue. Y es que ya Eduard von Bülow (1803-1853), gran redescubridor y editor de Bräker en el siglo XIX, había hablado, al fin y al cabo, del «Proletarier im Tockenburg», más pensando en formas económicas de producción que en ideologías que aún estaban por definir. Consecuentemente, pueden encontrarse páginas de Bräker en, por ejemplo, el Klassenbuch. Ein Lesebuch zu den Klassenkämpfen in Deutschland 1756-1971 [El libro de las clases. Lecturas sobre la lucha de clases en Alemania] de 1972, editado por Hans-Magnus Enzensberger et al., o en las Proletarische Lebensläufe [Vidas proletarias], de 1974, con las que Wolfgang Emmerich quería ilustrar el surgimiento y la presencia de una «segunda cultura». Es posible que ante estas nuevas compañías el desertor Bräker, que no se casaba con nadie, hubiera exclamado, una vez más: «¡¿qué me importan a mí vuestras guerras?!», si bien es cierto que no pocas observaciones, opiniones y afirmaciones de Bräker facilitan determinados acercamientos, así por ejemplo cuando habla del estamento religioso, que en su opinión no ve con malos ojos «que nos mantengamos un tanto en la ignorancia y la superstición».

Recurrente es también a partir del siglo XIX la presencia de textos de Bräker en manuales y libros de escuela, de nuevo con un fin sobre todo documental, que es el de ilustrar las condiciones de vida de un hombre común de su época o de ejemplificar el modo en que el contexto social condiciona la forma de escribir12.

Busto de Ulrich Bräker en el Bräkerplatz de Wattwil. Foto de Arturo Parada, agosto de 2011.

En todo caso, en 1998 Toggenburgo recordó a su escritor por todo lo alto, tal como nos relata Peter Stahlberger en la Neue Züricher Zeitung del 6 de junio de ese mismo año:

Por medio de numerosas actividades se conmemora este verano en Toggenburgo el 200 aniversario de la muerte de Ulrich Bräker (1735-1798), pues fue en Toggenburgo donde este «hombre pobre» y atento testigo de su época vivió la mayor parte de su vida, preso de una incontenible «inclinación a la lectura y escritura». Están previstas exposiciones, lecturas públicas, conciertos y caminatas hasta los lugares más emblemáticos en relación con Bräker, en las cercanías de Wattwil y Lichtensteig. Sin duda, el público se sentirá especialmente atraído por las representaciones al aire libre de la obra de Bräker Noche de juicio o como gustéis, que el autor, admirador de Shakespeare, escribió en 1780, y que con ocasión de estas efemérides se representará desde el 24 de julio hasta finales de agosto en Lichtensteig.

Un simple paseo por Wattwil permite, efectivamente, constatar el gran aprecio que la gente de Toggenburgo siente por su Uli Bräker, pues apenas hay rincón en que no se rinda tributo a su memoria.

Por lo que se refiere a la valoración estrictamente literaria, hay que resaltar que, aún hoy, a muchos estudiosos les cuesta distinguir entre el hombre Bräker y el escritor Bräker, entre vida y obra, de modo que las apreciaciones sobre la segunda se realizan con frecuencia aduciendo hechos de la primera. Este proceder tiene sus orígenes en las valoraciones de estudiosos y críticos del siglo XIX y XX, que o bien creían ver reflejados los orígenes humildes y el desbordado afán por la lectura del autor en una prosa voluntariosa, pero torpe, o bien remitían a la supuesta espontaneidad y «frescor» natural de su escritura, de modo que no podía caber duda de que Bräker se encontraba, decían, a la altura del joven Goethe. Surge así una comparación que no beneficia ni a Bräker ni a Goethe, pero que se puede leer todavía en, por ejemplo, la Historia de la literatura alemana de Beutin et al.13, donde se caracteriza a Bräker, y a muchos otros, como una suerte de peldaño hacia el denominado Bildungs- y Entwicklungsroman (novela de formación y/o desarrollo), cuyo máximo exponente sería la novela Wilhelm Meister, de Goethe. Esta es también la visión que se expone en la enciclopedia literaria editada por Walter Killy, Literatur-Lexikon. Autoren und Werke deutscher Sprache14, en la que Christian Schwarz nos dice:

Fragmentos del diario reproducidos en una pared de Wattwil.

El rótulo dice: Alce la cabeza hacia Bräker: Aquí en esta pared se pueden leer palabras tomadas del diario del hombre pobre de Toggenburgo. Ulrich Bräker, nacido en Wattwil, vivió entre 1735 y 1798, en una época en la que cambiaron muchas cosas. Sus clarividentes y reconfortantes pensamientos siguen vigentes hasta el día de hoy. ¡Llévese una de estas frases consigo!

Fotos de Arturo Parada, agosto de 2011.