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Esta antología reúne cuentos ficticios que, aunque variados en tiempo y especie, comparten la exploración profunda de las emociones humanas. A través de personajes únicos, el lector será llevado por un viaje emocional que va de lo complejo a lo sencillo, revelando la batalla interna que todos enfrentamos en la búsqueda de crecimiento y autocomprensión.
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Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2024
Sebastián Curetti
Curetti, Sebastián Historias ficticias de personajes inexistentes / Sebastián Curetti. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5271-6
1. Cuentos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Una vuelta esperadamente inesperada
Los espejos de la verdad
Emma
Las serpientes cambian su piel
Los sentimientos son la brújula del alma; nos guían en la toma de decisiones, en la comprensión de nuestras experiencias y en la conexión con los demás.
Sentir sigue estando infravalorado. Esto significa que su valor verdadero no está siendo apreciado y que se le está atribuyendo una valía por debajo de la real. Hoy en día, Buenos Aires 2024, se está empezando a dejar estas formas de vivir sociales de antaño, un tanto retrógradas. Pero, así y todo, todavía nos cuesta. ¿Por qué es tan común ocultar los sentimientos? ¡Sentí! Que es el mejor camino al crecimiento.
Acompañando este pensamiento, he aquí una compilación de cuentos que, como dice su nombre, son completamente de ficción. La idea es guiarse por los sentimientos. Por más que las historias no tienen conexión entre sí (de hecho, no están en el mismo tiempo, ¡ni en la misma especie!), los sentimientos que se transmiten tienen una vinculación de crecimiento. Lo que se intenta expresar en el primer cuento es un sentimiento muy complejo y difícil de explicar, pero cuando lo analizamos es bastante básico y común. A medida que los cuentos se resuelven se van transformando hasta llegar al último, donde se expresa un sentimiento básico y común, pero cuando lo analizamos es complejo y difícil de explicar.
Cada personaje dentro de estos cuentos vive batallando con sus problemas, con sus defectos e inseguridades. Una lucha que nos toca vivir cotidianamente y en silencio. De nosotros depende, como a estos personajes, si logramos sobrellevarlo o si van a ganar nuestros defectos.
Sin mucho más preámbulo, un simple inicio para un simple libro, que espera generar una complejidad con su simpleza.
Thick, thick, thick… thick, thick, thick… Siempre amé el sonido que hacen los botones cuando los oprimís. Desde que era chico, cuando mi papá dejaba de trabajar, me sentaba en la computadora, fingiendo que escribía y solo apretaba botones sin saber qué estaba haciendo realmente. Se siente bien trabajar de esa manera.
Lúa me mira como sabiendo que debería estar prestando atención en vez de estar pensando en cualquier cosa, pero es una gata, no entiende que yo trabajo así. Siempre lo hice y siempre funcionó… me relaja.
Escucho pasos acercándose por el pasillo, entonces es cuando finjo concentración mientras tecleo. La puerta se abre, pero yo estoy muy ocupado para prestarle atención.
—Podría entrar alguien en este momento y robar todas tus cosas… ni cuenta te darías…
No respondo, estoy muy concentrado.
—¡Hey! Te estoy hablando –me dice subiendo el tono de voz.
—Perdón, perdón –esbozo–. Sabés cómo me pongo cuando trabajo –le contesto mientras continúo tipeando.
—Si me dejaras verlo, tal vez podría ayudarte en vez de pedirme cosas que nada tienen que ver una con otra –su voz se siente suspicaz.
—Todo tiene que ver con todo, si pudieras verlo tal vez lo entenderías, pero eso arruinaría la sorpresa, ¿no? –me doy vuelta con mi silla giratoria y le regalo la sonrisa más reconfortante que logro hacer.
Ella me mira y me hace caras mientras que me entrega los papeles. Los tomo mientras la veo detenidamente. Amo cómo combina su ropa: zapatos negros, medias can can, pollera tubo negra, una camisa borgoña, corbata fina negra y la típica bata blanca de laboratorio. Sé que por como suena no parece la gran cosa, pero si la pudieran ver como la estoy viendo yo… Esos enormes ojos solo se aprecian mejor cuando se saca los anteojos (no me malinterpreten, amo esos anteojos, pero prefiero verla sin nada que interfiera). Su cabello dorado que siempre se recoge, solo pocas veces se lo he visto suelto (¡y qué bien le queda!), pero enseguida se lo vuelve a recoger. Nunca entendí por qué hace eso…
—¿Vas a pedirme que te ayude con algo más o me vas a seguir mirando con esa cara extraña que pones a veces? –me dice arqueando la ceja izquierda.
—No, no te estaba mirando. Pensé que… tenías una mancha de comida en la boca.
—See, see, una mancha… –levanta sus ojos en desaprobación a mi respuesta rápida y certera.
—Más tarde nos podemos juntar en el bar, ¿qué te parece? Todavía te debo esas cervezas. –Intento salvar la situación con una vieja apuesta.
—Ahí estaré, siempre y cuando pagues vos. –me guiña un ojo y hace como una pistola con su mano, gatillando con su dedo gordo hacia el índice y volviendo a su posición inicial.
Le sonrío y giro en mi silla hacia la computadora, continuando con mi trabajo. Siento como si ella estuviera ahí todavía, mirándome trabajar con su sonrisa. Incomprobable, lo sé, si me doy vuelta la magia se rompe, pero uno prefiere la ilusión ante la desesperación. De cualquier manera, este round lo viene ganando ella, solo me queda una retirada honorable. A los pocos segundos de que se escuche ese hermoso sonido de teclas, como si fuera una orquesta llevada por el mejor director, sin pausas, sin errores (o eso quiere mostrar), escucho que me dice:
—Nos vemos donde siempre –yo solo levanto una mano, haciendo un movimiento rápido en forma de saludo y sigo tipeando. Los pasos se alejan…
¿Por qué siempre me quedo mirando?
Necesitaba esto. Tantos días sin comer bien me estaban empezando a afectar. Nada que una buena milanesa con puré no sepa remediar. Mientras la espero con ansias, miro por la ventana que tengo junto a mi mesa. Imagino que la mesera la trae en sus manos en cualquier momento. La veo acercarse, como un plato lleno de esperanza y alivio, como eso que vengo esperando hace ya tanto tiempo. Sé que es un gasto innecesario, pero lo quiero, a veces el querer le gana a la necesidad. Cuando noto que el cocinero pone sobre la barra de la cocina el plato de milanesa con puré, MI plato de milanesa con puré, escucho un golpeteo en el vidrio que me sobresalta. Cuando aparto la mirada del objeto de deseo hacia donde proviene el ruido, la veo a ella. Se ríe por mi sobresalto. Está inclinada hacia adelante con los ojos entrecerrados. Siempre con sus anteojos negros gruesos y el pelo recogido, aunque esta vez eligió usar una cola de caballo. Con una mano tapa su sonrisa y con la otra toma su bolso que lo tiene cruzado del hombro derecho hacia el costado izquierdo de su cadera. La cinta de este se pega a su cuerpo, haciendo resaltar más sus pechos. Me hace seña con el dedo hacia el asiento que está enfrente de mí levantando sus cejas, yo solo puedo mover mi cabeza de arriba hacia abajo repetidas veces con una sonrisa vergonzosa. Ella entra. La veo bien. Hoy está más sport, tiene un suéter celeste y un jean azul con un cinturón negro. Zapatillas negras y la bata blanca de siempre. Camina firme hacia mí, parece sacada de una publicidad de modelaje. Se sienta enfrente mío, poniendo el brazo izquierdo acostado en la mesa y el otro en perpendicular, posando la cara sobre su mano derecha y me mira. Por detrás de ella aparece la mesera y deja el plato al lado de los cubiertos.
—Mmm, eso se ve bien, creo que llegué justo a tiempo –mientras me dice esto, pasa un dedo de la mano derecha sobre el puré para luego chupárselo y vuelve a su posición anterior.
—Sip, me estoy agasajando un poco. A veces hace falta.
Vuelvo en mí. Tomo los cubiertos y me dispongo a cortar la carne y untarla con puré.
—¿Cómo viene tu día? –le pregunto antes de dar el primer bocado.
—Mejor ahora que te veo –me mira como mastico, para luego agregar: –Me encanta tu estilo, Antony Van Dyck, pero deberías hacer algo con tu pelo –se estira hacia delante y me intenta acomodar el flequillo. Siento que este se mueve, pero vuelve a su estado original.
—Es incontrolable, lo sabés, ni yo puedo manejarlo –digo después de forzar el bolo alimenticio hacia dentro de mi cuerpo–. ¿Querés comer? –le sonrió mientras mastico otro bocado.
—No, no, almorcé algo recién. No estoy con mucha hambre.
—Qué lástima, no sabés lo bien que se come acá. Medio saladito, pero vale 100 % la pena –le hago un gestito de idea, apoyando el dedo índice sobre el pulgar para formar un círculo con el resto de los dedos en alto.
—Me mata que el gasto de tu economía se base en milanesas y cerveza –dice mientras se le escapa una pequeña sonrisa, niega levemente con la cabeza y se le van los ojos hacia el costado izquierdo.
—Y en Lúa, no te olvides de ella.
—Cómo olvidarla. ¡A esa gata habría que hacerle un monumento! –se ríe mientras mira hacia abajo y luego continúa mirándome a los ojos, con los anteojos que cayeron hasta la mitad de su nariz–. Bueno, pasaba a saludarte nomás, ya tengo que ir entrando. Te veo allá. –Empuja sus anteojos hacia atrás e inclina su cuerpo por encima de la mesa, yo acerco mi cara sonriente y me deposita un beso en la mejilla. Me inunda con un aroma a coco.
Veo como se aleja. Amo cómo le queda la cola de caballo, bien parada, hacia arriba. El movimiento que hace parece un péndulo, hipnotizándome los ojos que la siguen hasta que ya no pueden más.
Ah, sí, ¡la comida!, se me va a enfriar…
Estoy… estoy caminando, veo cómo camino. Ella está al lado mío, es de noche. Caminamos y reímos, como siempre hacemos. La estoy acompañando a tomarse un auto. Nos quedamos charlando y fumando mientras esperamos que llegue, sin embargo, me llega una fragancia a pachuli más que a cigarrillo. Ella me mira, el auto llega, ella se sube y se va. Me quedo solo. De repente su figura vuelve a aparecer, pero no es ella. Es como si brillara y al mismo tiempo fuera opaca.
Me mira y me pregunta: –¿Por qué no me besaste?
—No sé. No pude –contesto un poco avergonzado.
—La próxima vez que me veas, besame.
Me despierto. Es tarde, un poco más tarde de lo que me gustaría. Odio soñar con ella. Después me cuesta pensar en otra cosa. Siento que ella quiere algo más, pero nunca pasa nada. Como si estuviéramos en una sintonía diferente. Recaliento mi café, quemo mis tostadas (como todas las mañanas). Me siento en mi escritorio a trabajar, pero se me nubla la vista. Los dedos que se ven preparados, suspendidos sobre el teclado, no saben por dónde empezar. No debería, estoy más distraído de lo que me gustaría. Pasa que cuando siento que consigo avanzar un paso, termino dando dos para atrás… como con ella. Si tan solo no la hubiera visto de esta forma. Sabía que sería problema, sabía que ella no era para mí. ¡Basta! Concentrate en el trabajo, me digo en voz alta. Siento el miedo empezar a crecer en mí. La fecha de entrega ya se venció demasiadas veces, no puedo seguir demorando. Ya no puedo juguetear con presentaciones a medias, tengo que terminar. Sé que puedo lograrlo… Sé que puedo…
¿Estaba sin anteojos en el sueño?
Hoy me atrasé para llegar al trabajo. Me desvié un poco del camino y pasé por el río.