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José Pedro Bellán

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Beschreibung

Esta edición digital en formato ePub se ha realizado a partir de una edición impresa digitalizada que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España. El proyecto de creación de ePubs a partir de obras digitalizadas de la BNE pretende enriquecer la oferta de servicios de la Biblioteca Digital Hispánica y se enmarca en el proyecto BNElab, que nace con el objetivo de impulsar el uso de los recursos digitales de la Biblioteca Nacional de España. En el proceso de digitalización de documentos, los impresos son en primer lugar digitalizados en forma de imagen. Posteriormente, el texto es extraído de manera automatizada gracias a la tecnología de reconocimiento óptico de caracteres (OCR). El texto así obtenido ha sido aquí revisado, corregido y convertido a ePub (libro electrónico o «publicación electrónica»), formato abierto y estándar de libros digitales. Se intenta respetar en la mayor medida posible el texto original (por ejemplo en cuanto a ortografía), pero pueden realizarse modificaciones con vistas a una mejor legibilidad y adaptación al nuevo formato. Si encuentra errores o anomalías, estaremos muy agradecidos si nos lo hacen saber a través del correo [email protected]. Las obras aquí convertidas a ePub se encuentran en dominio público, y la utilización de estos textos es libre y gratuita.

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Veröffentlichungsjahr: 1914

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Esta edición electrónica en formato ePub se ha realizado a partir de la edición impresa de 1914, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

Huerco: (cuentos)

José Pedro Bellán

Índice

Cubierta

Portada

Preliminares

Huerco: (cuentos)

MI RUINA

LA OTRA FAZ

LA IMAGEN

NO SE SABE CÓMO

LA CRUZ DE LA PIEDRA

PERFILES DE MARIDOS

YERMO

VIA LIBRE

EL MOMENTO

LA BESTIA

HUMANO

LA NOTA CÓMICA

UN SUICIDIO??…

Acerca de esta edición

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MI RUINA

Hoy logré contemplar el albor de la mañana.

Con su claridad, a través de su claridad, buscaba mis lugares, mis calles y mis caminos. Toda la ciudad se abría ante la luz, entre el mar y los árboles.

Hacia el norte, la gran masa vegetal, con su tinte obscuro, asomaba por detrás de la muralla de edificios, descubriéndose ante el sol tangente, suave, cuyos rayos se escurrían por sobre las cúpulas y las torres. El cielo, colosal, sonrosado apenas, se desgarraba al encajar entre el sube y baja de los pardos techos: era la pureza de un color que se manchaba al llegar a la tierra.

Crecía el murmullo y se hacía el ruido por toda la ciudad. El astro llameante había dado el impulso y eran ya en la realidad, el trabajo, el hambre y la estulticia.

Mi vista abarcó de nuevo el semi-círculo azul y caí como un pájaro en precipitado vuelo sobre las arboledas del norte.

Allí aun reinaba el silencio: érase mi mundo. Las aves, desprendidas de sus nidos saeteaban los poros del boscaje que se abría en la altura luminosa. Las trayectorias inconclusas y los colores indefinidos se unían harmónicamente. Faltaba el matiz de las flores, pero, en cambio, las hojas abandonadas las unas sobre la otras, movidas por un impulso lento, débil, acompasado, me llenaron de voluptuosidad. Todo un harem de mujeres orientales cruzó por mi imaginación. Sólo la realidad de un vetusto estanque logró expulsarlas de mí.

Noté primero un intervalo en la vegetación, luego, como algo que se ve apenas, una reja en forma de circunferencia hirióme la retina. Me acerqué a ella. Era antigua... muy antigua. Su color, allá, en su infancia, debió ser de un marrón obscuro; ahora era apenas perceptible. Llena de manchas, de herrumbre y musgo, la pobre reja antigua se arqueaba dolorosamente.

El matorral formaba en redor de ella una envoltura que la servía de estuche: su vejez necesitaba ya una coraza! Oh! hierro bendito! ¿Con qué intención te habrán modelado para colocarte en el limite de dos mundos? ¡Cuántas cosas habrás oído, ¡Oh! hierro! ¡Cuántas veces los amantes se habrán apoyado en tí y sobre tu misma dureza de titán han libado sus encantos! ¡Con qué rítmico aleteo los pájaros se han detenido en tus lanzas y en sus dialogueos con lo invisible les has escuchado! ¡Qué manera de ser la de tu inercia!

Eres ánfora desbordante cuando a mitad de la noche, bajo los plateados puntos del cielo, prorrumpen tus ranas el coro ambiguo que por el silencio del espacio cunde ¡Ah... de tí soy entonces ¡Oh! osamenta... ¡oh! recuerdo que se enreda entre las zarzas de un escondido bosque. Todo tu misterio entiendo, todo soy contigo, ¡oh! hermano! Tú, la noche y yo mismo y el silencio en un abrazo único. ¡Dios mío! ¡Cómo te inclinas ya.. y en la granulación de tus aguas putrefactas, qué invencible atracción!... ¡cómo se cumple un destino. cómo se encorvan tus años... cómo se suspende la muerte sobre tu sueño!...

¡Oh!... hierro, no morirás, ¡oh! fuente surtidora de mi alma sin fin, sin acabamiento. El arcano de tu tristeza jamás despertará. Cae el polvo, cae el tiempo: todo se sepulta en lo íntimo de tu seno. Las sierpes cavan en tu interior sus nidos y silban cual brujas, mientras tu silencias; las brisas, crujir hacen a veces tus palabras que sólo yo entiendo y te levantan ya en peso las raíces...

No hay piedad para ti, amarga y cruel sonrisa. ¡Busca, sí, busca en tu mundo, horada en tu ruina, que yo siempre fuí!... Todo te es ya sombra, todo ya te es olvido. ¡Cómo te agigantas! ¡Cómo los nudosos troncos inclinan sus ramajes para oír tu misterio!. ¿Llegan acaso?...

Ya se está borrando casi por completo el camino que impulsaba hasta tu fuente; sólo existen diseminadas algunas huellas de pasos humanos. ¡Oh! ruina... ya eres inmortal.

Yo llego hasta tí flotando en el aire, desde un tiempo inmemorial, llego de un naufragio. Todos los pasageros han muerto: somos solos, los dos.

Amo tus cierzos inauditos y tus recogimientos huraños y tus éxtasis profundos; la sombría lentitud de tu círculo me fascina y me conmueve el imperturbable rostro de tu pasado.

¡Amame deidad, excelsitud apolínea de los vestigios. Tú y yo... y uno solo, indivisible, viviendo el delirio, sin unción tendido hacia el abismo, siempre nuevo: siempre antiguo... y siempre insondable. Sigamos los dos. Imposible vivir sin tí. El recuerdo de los sobrevivientes me aterra, y me llena de pánico el pensar que puedan acercárseme. Tómame por ente o y tómame por siempre. Húndeme en tu silencio para no salir más o difúndeme por el espacio ¡Por favor... que se acercan!...

LA OTRA FAZ

DE LA FÍSICA ELEMENTAL:

«Todo movimiento en las moléculas de los cuerpos produce vibración» Pero... ¿Y está allí la definición del sonido?

Rodolfo Mendeville dejó el Club a la una de la mañana y rehusando el carruaje que se le ofrecía, travesó la plaza Independencia, a pasos lentos, despreocupado por la distancia, Al llegar a la calle Andes, un señor que andaba en sentido inverso, le llamó en voz alta:

—¡Eh!, Mendeville. ¿Hacia dónde va Vd?—Pero como no obtuviera respuesta, volvió a alzar la voz:

—Caramba... ¿está Vd. ordo?...

—¡Ah!... perdón, contestó Rodolfo algo cohibido. No me siento bien.

—¿Viene Vd. del Club?

—Sí.

—¿Ha ganado?

—No... creo que no...

—¿Se juega fuerte?

—Bastante.

—Voy hacia allá. Hasta mañana.

—Adios. —Y se alejó sin volver la cabeza, andando torpemente, sin elegancia, con la galera echada hacia atrás.

Hallábase sorprendido de sí mismo. Nunca hasta entonces habíasele ocurrido dejar el juego tan temprano, prescindir del coche y descuidar su línea.

Además se turbaba. Vivía dentro de si un vaivén tan contínuo de ideas y de recuerdos que su espíritu se confundía ante ellos, se agobiaba por momentos, como vencido por una carga demasiado pesada para su vida correcta y elegante.

Al pasar frente a la compañía de seguros, el reloj dió la una y media. El ruido de la campana, aquel lento golpear del badajo sobre el cuerpo de bronce le dejó suspenso. Siguió in menti, la dirección del sonido hasta perdérsele a lo lejos, tras e estrecho horizonte que marcaban los edificios. Luego una campiña ocupó u imaginación y la vió al atardecer, ya casi sin sol, cuyos reflejos doraban débilmente un montón de casitas blancas entre las cuales: sobresalía con un tinte más obscuro, una torre vetusta y poblada de nidos, sobre cuya extremidad una cruz inclinada parecía tumbarse. Oyó el ladrido de algunos perros.

—¡Vaya una cosa más rara —se dijo— sin dejar de gustarla ¡Acaso el champagne? ¡Quien sabe!... —Sin embargo, rechazaba la idea de que el líquido bullicioso le hubiera trasto nado. Tenía fama de bebedor y recordaba que, en aquella noche, sólo se había servido de dos copas.

Siguió avanzando, pero entonces, una fuerte flojedad se fué invadiendo las extremidades. Al pasar por la plaza Cagancha buscó uno de los bancos menos visibles y se sentó en él. Estaba materialmente cansado y le pareció que había andado mucho en muy poco tiempo.