Huero - Catalina Grimaldi - E-Book

Huero E-Book

Catalina Grimaldi

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Una novela psicológica sobre el peso de las elecciones y la eterna pregunta de quiénes podríamos haber sido.   Mediante una exploración profunda de la identidad y el destino, Huero narra la vida de una mujer desde el momento en que es sólo un anhelo de sus padres hasta convertirse en un recuerdo en la memoria de quienes la conocieron. A lo largo de su existencia, se enfrenta a la incertidumbre de sus propias elecciones, preguntándose si, de haber tomado otros caminos, sería una persona distinta. Dividida entre sus propios anhelos y las expectativas de los demás, transita la vida con una insatisfacción constante, incapaz de cambiar su rumbo, atrapada en el dilema de lo que fue y lo que pudo haber sido. Con una prosa introspectiva y evocadora, la autora nos sumerge en un viaje de reflexión sobre la naturaleza de las decisiones, la identidad y la imposibilidad de hallar plenitud en un mundo donde los deseos propios y ajenos rara vez coinciden.

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Seitenzahl: 112

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Ähnliche


Grimaldi, Catalina

Huero / Catalina Grimaldi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2025.

(Biblioteca de autor)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6665-10-2

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A860

© 2025, Catalina Grimaldi

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus

Todos los derechos reservados

© 2025, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello El guardián literario

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-631-6665-10-2

1º edición: junio de 2025

1º edición digital: mayo de 2025

Conversión a formato digital: Numerikes

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

Mediante una exploración profunda de la identidad y el destino, Huero narra la vida de una mujer desde el momento en que es sólo un anhelo de sus padres hasta convertirse en un recuerdo en la memoria de quienes la conocieron.

A lo largo de su existencia, se enfrenta a la incertidumbre de sus propias elecciones, preguntándose si, de haber tomado otros caminos, sería una persona distinta. Dividida entre sus propios anhelos y las expectativas de los demás, transita la vida con una insatisfacción constante, incapaz de cambiar su rumbo, atrapada en el dilema de lo que fue y lo que pudo haber sido.

Con una prosa introspectiva y evocadora, la autora nos sumerge en un viaje de reflexión sobre la naturaleza de las decisiones, la identidad y la imposibilidad de hallar plenitud en un mundo donde los deseos propios y ajenos rara vez coinciden.

Sobre Catalina Grimaldi

Catalina Grimaldi nació en Córdoba, en 2002, pero creció en la localidad de La Francia, de la misma provincia. Apasionada por la lectura desde niña, descubrió en la escritura un espacio de exploración y creatividad. Actualmente reside en la ciudad de Córdoba, donde estudia Medicina.

Huero es su primera novela publicada.

IG: @grimaldimargarita

Índice

Cubierta

Portada

Créditos

Sobre este libro

Sobre Catalina Grimaldi

Dedicatoria

Epígrafe

Capítulo I. Sementera

Primeramente soy

La felicidad del ignorante

Influenciable

Los años de soledad y depresión

Vivir sabiendo no es vivir

Resistencia

Definición

Capítulo II. Resignación

Trámites

Cementerios

Costumbre

Nada por aquí, nada por allá

Mentirosos que creen en sus propias mentiras

¿Esto es la vida?

Que no germina

Capítulo III. El olvido

Landmarks

Tabla de contenidos

A mi abuela Susana

“Porque yo no pedí nacer

en forma de signo de interrogación.”

ALEJANDRA PIZARNIK

Capítulo I Sementera

Primeramente soy

La existencia no es más que una realidad. La vida, en cambio, acarrea una serie de complicaciones que van más allá del ser. Ambos términos son, a menudo, utilizados como sinónimos, y probablemente se deba a que la existencia le precede a la vida; la segunda no es más que una posible manifestación de la primera.

Para llevar a cabo cualquier acto, uno debe primeramente existir. Uno no necesita hacer nada en particular para existir. Incluso cuando morimos existimos; somos materia inerte pero “somos”.

Nada de esto resulta esclarecedor. Mucho antes de mi nacimiento las personas se preguntaban sobre el propósito de la vida humana; y, hoy, mientras yo cuestiono todo lo que conozco e intento buscarle un sentido a mis días, otras personas lo intentan con los suyos.

El asunto con la vida es que ningún ser vivo la eligió. Nuestra especie tiene la particularidad de nacer porque aquellos que no tuvieron poder de decisión en su momento, sí lo tuvieron cuando quisieron convertirse en padres. Es de conocimiento general, sin embargo, que esto no es siempre así. Muchos nacimientos han ocurrido a pesar de la negativa de la persona gestante, ya sea a la hora de la procreación, de la gestación o de ambas. La decisión, de todos modos, sigue siendo de alguien, sin importar si es producto de la tiranía personificada o legislada.

La vida está biológicamente establecida por una serie de características: organización, crecimiento, reproducción, evolución, etc. La manera de vivir esa vida, en cambio, está determinada mayoritariamente por aquellos que deciden su existencia.

Los padres depositan en sus hijos esperanzas y sueños; el problema es que todos sus deseos no les pertenecen a sus hijos, sino a ellos mismos. Antes de nacer eligen todos los “infaltables”: nombres, religión, colegios… y les otorgan un contexto: condiciones de vivienda, situación económica, el país en el que crecerán, etc.

Incluso antes de nacer “somos en potencia”. Hay tantas posibilidades y tan pocas a la vez. Es difícil ser lo que queremos cuando todo lo que deberíamos ser ya lo eligió alguien más. Sobre todo porque la línea entre lo que somos y lo que nos enseñaron a ser es muy difícil de trazar.

***

¿Pensarías distinto?

¿Vivirías de otra manera?

¿Reirías más o menos de lo que te ríes ahora?

¿Siquiera serías algo parecido a lo que hoy llamamos seres humanos?

No hay respuesta.

La felicidad del ignorante

Una vez tuviste cinco años. Como todos. ¿Recuerdas algo de esa época?

No puedo decir con certeza si yo recuerdo algo.

Creo recordar cómo solía sentirme la mayor parte del tiempo, lo cual no es difícil considerando que casi siempre me sentía igual: feliz. A mis memorias sobre los momentos de absoluta e incuestionable felicidad, puedo adicionar aquellos que carecían de ella: “felicidad” y “tristeza” no batallaban por un primer puesto en el concurso de sentimientos que parecía estar (siempre) llevándose a cabo en mi alma. En la ausencia de la primera no figuraba la segunda.

Por ese entonces, yo tenía una vida cíclica, en donde experimentaba la escala emocional en su totalidad.

He aquí una situación hipotética: estás paseando en el medio de la nada en tu bicicleta, llegás a una montaña lo suficientemente alta como para hacerte tomar demasiada velocidad al momento de bajar por su pendiente. La caída es inevitable, lo sabés. Una vez en el suelo, luego del aturdimiento inicial, te volvés consciente de que te duele la muñeca de la mano derecha; también que el dolor no se parece en nada al del raspón que tenés en la pierna derecha. Sabés que te duele y podés reconocer la intensidad de ese dolor. Cuando tenés una vida cíclica sabés lo que te sucede y podés explicarlo, pero principalmente, sabés que, ya sea bueno o malo, lo que sea que estés viviendo, va a pasar, va a terminar.

Nuestras vidas son cíclicas por principio biológico y porque saber que sentimos en cierta forma nos hace saber que estamos vivos y, también, que siempre sentiremos. En esta existencia consciente sabes que si bien un sentimiento puede ser pasajero, la totalidad de los mismos no lo es.

El ciclo vuelve empezar una vez que termina y, aun si dejamos de estar al tanto de nuestra realidad, continúa. El único posible final es el nuestro.

Durante la niñez, todo lo que necesitamos es saber que estamos vivos. Vivimos sin que nos importe el futuro. La ignorancia es tal durante esa etapa que ni siquiera nos importa el presente de otros, sólo el nuestro. Diría que es en esta etapa en donde más exploramos el mundo como individuos; sabemos que formamos parte de algo más grande, pero lo hacemos de manera casi inconsciente. El “otro” viene a ser algo así como la música ambiental de un café. Todas las preocupaciones que acompañan al ser humano no le interesan al que no ha desarrollado memoria ni mucho menos ha sido instruido en los principios básicos de supervivencia.

Esa paz que se presenta al principio de nuestras vidas viene a ser una especie de consuelo para los años que le siguen, donde todo se vuelve un poco más difícil. He de aclarar, sin embargo, que no siempre es todo tan ideal, hay quienes nunca conocen sosiego alguno. Aunque, también es verdad, que hay quienes viven en la ignorancia toda su vida.

Todos los que “desconocen” en este mundo son un poco más felices y esto no es por no saber lo que va a pasar, lo que va a herirles o quiénes podrían haber sido si alguien más no lo hubiera decidido antes por ellos; es porque ni siquiera se plantean la posibilidad de estar viviendo por costumbre. Para ellos no hay motivaciones profundas, ni mucho menos irrisorias; para ellos los que se cuestionan la existencia son conspiradores y maníacos. Quizás no estén equivocados, y preguntarse para no obtener respuestas sea inútil, pero… ¿cómo parar una vez que se reconoce la ausencia de un sentido?

La verdad es que el problema no es la presencia de un incierto, sino la consciencia propia del mismo.

Reconocer lo estúpido del divague no hace más sencillo dejar de pensar, dejar de intentar encontrarle un propósito a todo.

¿Deberíamos dejar de preguntarnos sobre nuestro futuro sólo porque no obtendremos las respuestas hasta que no llegue el mismo? ¿Deberíamos dejar de pensar en la inmensidad del universo debido a la angustia que nos embarga al hacerlo? ¿Deberíamos dejar de pensar en la inminente muerte porque le tememos? ¿O deberíamos pensar aún más en todo aquello que da vueltas en nuestras mentes, a veces como tema central y otras como relleno? ¿Y, si nos preguntamos algo constantemente, obtendremos respuestas o después de un tiempo llenaremos el vacío con mentiras por cansancio?

***

Así como los verdaderos observadores callan todo lo que ven, los niños también lo hacen.

Observando es como descubrimos las mentiras que todos ocultan y es así como aprendemos a imitar. Nos convertimos en embusteros. Cambiamos aspectos de nuestra personalidad para complacer a otros. Incluso, a veces, lo hacemos porque creemos que nos complaceremos a nosotros mismos.

Es una pena que en un momento en el que no tenemos consciencia sobre la mayoría de los hechos que ocurren a nuestro alrededor, moldeemos tanto a la persona que seremos el resto de nuestras vidas. Sería tan bonito simplemente ser, sin que importen los condicionantes.

Las verdaderas preguntas de nuestra existencia serían, entonces, las siguientes:

¿Eras demasiado pequeño cuando decidiste esconderte?

¿Tanto como para que creyeras en tus propias mentiras?

¿Tanto como para que las hicieras carne?

Influenciable

Creo que todo inició cuando aprendí a comportarme. Cuando entendí que era más fácil fingir concordancia con los necios que dar batalla. No hay una edad específica para este tipo de aprendizaje. Es el resultado de reprimendas dirigidas a uno y de observar a otros ser reprimidos. Una a una todas las experiencias se van sumando y nos van moldeando. Forman parte de lo que somos.

Aprendí muchas cosas por mi cuenta y algunas otras las aprendí de aquellos que me rodeaban. Algunas tuvieron más peso que otras, pero todas fueron importantes o, al menos, formaron parte de mí.

Aprendí a no correr sobre terrenos irregulares (y desconocidos) cuando mi hermano volvió a casa empapado en sangre y tragándose los mocos que tantas lágrimas de dolor le habían provocado luego de que su piel se abriera en protesta a su estupidez.

Mi madre bailaba al compás de una canción popular que sonaba en la radio, mientras yo intentaba, en vano, no reírme de su falta de coordinación. Su voz se acoplaba a sus pasos, no tenía más quejas para con ella, pues su canto, al igual que su amor, me acompañaba desde pequeña.

Mi hermano llegó en el medio de uno de sus giros improvisados. Cuando lo vio, pegó un grito de horror, y la cuchara, que usaba de micrófono, cayó al piso.

—¿Qué hiciste? —gritó mamá.

Caminaba abrazado a dos nenes con los que él solía jugar.

—¿Qué hicieron? —preguntó mamá otra vez y mirándome dijo con voz temblorosa—: Traé el botiquín que está en el baño.

Uno de sus amigos tomó valor y logró apaciguar la incipiente histeria materna al explicarle que se había caído jugando a las carreritas.

—¡Ay, Dios! Esto es para puntos… Dios… ¿Por qué hacés siempre lo que no deberías? —le dijo mamá a mi hermano.

La voz de mi madre llamando a Dios se escuchaba a través de las paredes del baño en el que yo me encontraba. De no haber estado yo misma tan asustada, me habría reído. Mamá siempre se volvía religiosa cuando la situación lo ameritaba.

Cuando volví con el botiquín —una caja de zapatos con tres curitas, un poco de alcohol, un agua oxigenada casi vacía y un par de gasas para nada estériles—, mamá estaba haciendo presión en la herida con un repasador que hacía pocos minutos servía para apoyar los vasos recién lavados.

Mi hermano estaba pálido. Por la ventana se asomaban tres cabezas que a duras penas lograban llegar al alfeizar. Más compañeros de juego, supuse.

—Llamá a tu abuelo, decile que necesito que nos lleve al hospital —me ordenó mamá y yo hice lo propio.

Durante el tiempo que duró todo el traqueteo, mi hermano se mantuvo más o menos igual: fracasando en mantener sus lágrimas sin derramar e intentando no gritar cada vez que mamá le pasaba alcohol en la herida. Intenté advertirle que esa no era la mejor idea, pero no me escuchó.