4,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 4,99 €
¿Podrían darse una segunda oportunidad como pareja? En la encarnizada lucha de poder por el testamento de su padre, Angelica Lassiter había salido finalmente victoriosa y de nuevo estaba al mando de la empresa familiar. Pero el enfrentamiento había destrozado la relación con su novio. Sin embargo, iban a tener que fingir que seguían siendo una pareja enamorada para que sus mejores amigos tuvieran la boda de sus sueños. Evan McCain aceptó encantado su papel en la fingida reconciliación, pues la pasión ardía aún entre ellos.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 191
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Harlequin Books S.A.
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Ilusión rota, n.º 127 - marzo 2016
Título original: Reunited with the Lassiter Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7804-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Había días en los que Evan McCain desearía no haber conocido nunca a la familia Lassiter. Y aquel día era uno de ellos. Gracias a J.D. Lassiter, a sus treinta y cuatro años tenía que empezar de nuevo a labrarse un futuro profesional.
Abrió la puerta de su viejo local vacío de Santa Mónica. Tendría que haber vendido el edificio dos años antes, al trasladarse a Pasadena, pero solo estaba a una manzana de la playa y era una buena inversión. Al final había resultado ser la decisión apropiada.
No tenía el menor propósito de tocar el dinero que le había dejado J.D. El testamento de su exjefe parecía una recompensa por la involuntaria participación de Evan en el maquiavélico ardid de J.D. para poner a prueba a su hija Angelica, la exnovia de Evan. Finalmente había superado la prueba, demostrando que podía compaginar el trabajo y su vida personal, y había sustituido a Evan al frente de Lassiter Media. Pero Evan se había llevado la peor parte, ya que no solo perdía su empleo en la empresa sino también la relación con Angelica.
Dejó la maleta en la recepción, encendió las luces y comprobó que había línea en el teléfono del mostrador. Estupendo. Tenía electricidad y estaba conectado con el mundo exterior. Dos cosas menos de las que preocuparse.
Las persianas de la puerta vibraron tras él cuando alguien entró en el local.
–Vaya, vaya, así que el magnate de las comunicaciones ha vuelto a sus humildes orígenes –era la voz de su viejo amigo Deke Leamon.
Sorprendido, Evan se giró y entornó la mirada contra los rayos de sol que entraban por la puerta.
–¿Qué demonios haces en la Costa Oeste?
Deke sonrió y dejó su bolsa de viaje junto a la maleta de Evan. Vestía unos vaqueros descoloridos, una camiseta de los Mets y botas de montaña.
–Lo hicimos una vez y podemos volver a hacerlo.
Evan se acercó para estrecharle la mano a su antiguo compañero de habitación en la universidad.
–¿Hacer qué? En serio, ¿por qué no me has llamado? ¿Y cómo sabías que estaría aquí?
–Figúrate… Me pareció que este era el sitio más lógico, habiendo tantos recuerdos en Pasadena. Supongo que vas a vivir arriba una temporada…
–Buena deducción.
El apartamento era pequeño, pero Evan necesitaba un cambio de aires. Y Santa Mónica, aun estando tan cerca de Los Ángeles, tenía una personalidad propia.
–Me imaginé que estarías compadeciéndote y me he pasado por aquí para darte una patada en el trasero –continuó Deke.
–No me estoy compadeciendo –respondió Evan.
Así era la vida, y por mucho que se lamentara, su situación no iba a cambiar. Había aprendido la dura lección mucho tiempo atrás, al cumplir diecisiete años. Ese mismo día había descubierto lo resistente que podía ser.
–Y tú no te has pasado por aquí como si tal cosa –añadió. Su amigo Deke no actuaba nunca por impulso o capricho. No dejaba nada al azar.
Deke se dejó caer en una de las sillas de plástico y estiró las piernas.
–Está bien, he venido a propósito –admitió, mirando alrededor–. Aunque podría echarte una mano…
Evan se apoyó en el mostrador y se cruzó de brazos.
–¿Echarme una mano en qué, exactamente?
–En lo que haga falta… ¿Qué es lo primero?
–El teléfono funciona –dijo Evan. Se percató de que aún tenía el auricular inalámbrico en la mano y lo dejó en el mostrador.
–No está mal para empezar. ¿E Internet? ¿Tienes una página web?
Evan se sintió conmovido y divertido por el interés de Deke.
–No tienes por qué estar aquí.
–Quiero estar aquí. He dejado a Colby a cargo de Tiger Tech. Le he dicho que volveré dentro de un mes, más o menos –Colby Payne era un joven genio creativo que era la mano derecha de Deke desde hacía dos años.
–Es una locura –Evan no estaba dispuesto a permitir que Deke hiciera un sacrificio semejante–. No necesito tu compasión. Aunque te quisiera aquí, tienes un negocio del que ocuparte.
La empresa de prototipos tecnológicos que Deke tenía en Chicago ayudaba a que los jóvenes innovadores transformaran sus ideas en productos comerciales. La hábil combinación de talento y audacia había lanzado con éxito al mercado docenas de modelos, desde tornos computarizados a impresoras 3D.
Deke se encogió de hombros.
–La verdad es que me estaba aburriendo un poco. Hace dos años que no me tomo unas vacaciones.
–Vete a Paris. O a Hawái.
Deke sonrió.
–En Hawái me volvería loco.
–¿No has visto las fotos de las playas paradisiacas y las chicas en biquini?
–También hay chicas en biquini aquí, en Santa Mónica.
–Puedo cuidar de mí mismo, Deke.
Cierto que era un golpe muy duro haber perdido su trabajo en Lassiter Media, pero ya estaba empezando a recuperarse.
–¿Te has olvidado de cuánto nos divertíamos? –le preguntó Deke–. Tú, Lex y yo, confinados en aquel tugurio de Venice Beach, intentando montar un negocio sin saber cómo pagar las facturas…
–Era divertido cuando teníamos veintitrés años.
–Y volverá a serlo –le aseguró Deke.
–Te recuerdo que en aquella ocasión fracasamos –en vez de hacerse ricos, cada uno había tomado un camino diverso. Deke se había metido en el mundo de la tecnología, Evan se había dedicado a la administración empresarial y Lex Baldwin estaba teniendo un ascenso meteórico en Asanti International, una cadena de hoteles de lujo.
–Sí, pero ahora somos más listos.
Evan no pudo reprimir una carcajada.
–¿De verdad te parezco más listo ahora? –preguntó con ironía, señalando el local vacío.
–Está bien, ahora yo soy más listo.
–Esta vez quiero ser independiente –había disfrutado trabajando con J.D. Lassiter. El viejo era un genio para los negocios, pero también un astuto manipulador. Para J.D. lo primero siempre había sido la familia, y como Evan no era de la familia había acabado siendo una víctima colateral en el plan de J.D. para poner a prueba la lealtad de su hija.
Evan no criticaba a nadie por apoyar a la familia. Si él hubiese tenido familia la habría antepuesto a todo y a todos. Pero no tenía hermanos ni hermanas y sus padres habían muerto en un accidente de coche el mismo día en que cumplió diecisiete años. Con Angelica había pensado formar una familia tan numerosa que ninguno de sus miembros se sintiera jamás solo. Pero aquel sueño nunca se haría realidad.
–Cuentas con todo mi apoyo –le dijo Deke en tono bajo y sincero mientras lo observaba atentamente.
–No necesito el apoyo de nadie.
–Todo el mundo necesita a alguien.
–Creía que tenía a Angie –nada más decirlo se arrepintió.
–Pero no fue así.
–Lo sé –había creído que era la mujer de sus sueños, pero Angelica le había dado la espalda a las primeras de cambio. En vez de enfrentarse juntos a los problemas, se había encerrado en sí misma y había dejado de confiar en él y en su familia.
–Al menos lo descubriste antes de la boda.
–Desde luego –corroboró Evan, aunque en el fondo se preguntaba qué habría sucedido si J.D. no hubiera muerto justo antes de la boda. Quizá, siendo marido y mujer, Angie hubiera creído más en él…
–Ya no forma parte de tu vida, Evan.
–Lo sé –repitió.
–No parece que lo sepas.
–He pasado página, ¿de acuerdo? Se ha terminado y por eso estoy aquí –tal vez algún día conociera a otra persona, pero no podía imaginarse cuándo, ni cómo ni quién.
–Muy bien, pues manos a la obra –Deke se levantó y se frotó las manos–. Lo primero es relanzar tu negocio. Tus logros en Lassiter Media servirán al menos para impresionar a futuros clientes.
–Desde luego –corroboró Evan. Se quedarían impresionados de lo que había conseguido. Y algunos se preguntarían por qué demonios se había marchado.
* * *
Angelica Lassiter necesitaba empezar de cero. Se había pasado cinco largos meses batallando con su familia por el testamento de su padre solo para descubrir que el verdadero propósito de J.D. había sido poner a prueba su habilidad para compaginar el trabajo con su vida personal. En el testamento le dejaba inicialmente a Evan el control de Lassiter Media, pero al final la empresa pasaba a manos de Angelica. De esa manera obtenía lo que siempre había esperado y anhelado, pero no se sentía orgullosa de lo que había hecho para intentar conseguirlo. Ni de la forma en que había tratado a Evan.
No solo había roto su compromiso con él, sino que lo había acusado de mentirle, de traicionarla y de conspirar con su padre para robarle su herencia. Se había equivocado en todo, pero por desgracia ya no podía hacer nada para remediarlo.
–¿Señorita Lassiter? –la llamó su secretaria desde la puerta de la sala de juntas.
Angelica se apartó de la ventana desde la que contemplaba el centro de Los Ángeles.
–¿Sí, Becky?
–Han llegado los decoradores.
–Gracias. Hazlos pasar, por favor.
Angelica sabía que su decisión de reformar el último piso del edificio Lassiter y cambiar de sitio el despacho del presidente iba a causar un enorme revuelo en la empresa. Pero también sabía que no le quedaba más remedio.
Tal vez si el traspaso de poderes se hubiera efectuado de otra manera ella podría haber ocupado el despacho de su padre sin más complicaciones. Al fin y al cabo había sido ella la encargada de dirigir la empresa en los últimos años. Pero el testamento original de su padre, en el que le dejaba el control de la empresa a Evan, lo había complicado todo. Para empezar de nuevo necesitaba imprimir su propio sello en Lassiter Media, y por ello había decidido transformar la sala de juntas en su despacho y llevar la sala de juntas al despacho de su padre.
–Angelica –Suzanne Smith entró en la sala seguida por su socia, Boswell Cruz–, me alegro de volver a verte.
La expresión y el tono de Suzanne eran impecablemente profesionales, pero no podía ocultar el brillo de curiosidad en los ojos. Las disputas en el seno de la familia Lassiter habían inundado los medios de comunicación en los últimos meses. Era lógico que Suzanne se preguntará qué pasaría a continuación.
–Gracias por venir tan rápido –le dijo Angelica, estrechándoles la mano a las dos–. Hola, Boswell.
–Encantada de volver a verte, Angelica.
–Dime cómo podemos ayudarte –le dijo Suzanne.
–Me gustaría transformar esta sala en un despacho para mí.
Suzanne esperó un momento, pero Angelica no dio más detalles.
–Está bien –miró a su alrededor–. Siempre me ha encantado este sitio.
–Aquí tendré más luz por la mañana –dijo Angelica, repitiendo el motivo que había decidido dar para el traslado.
–La luz es importante…
–Y el viejo despacho de J.D. está más cerca de la recepción, por lo que servirá mucho mejor como sala de juntas –otra excusa creíble que nada tenía que ver con sus verdaderos motivos para hacer el cambio.
–¿Hay algo que quieras conservar del despacho de J.D.? ¿Algún mueble, alguna obra de arte…?
–Nada.
La mueca de Suzanne delató su sorpresa.
–Tal vez el mural del Big Blue –dijo Angelica, replanteándose su intención–. Se puede colgar en la nueva sala de juntas.
La pintura del rancho Lassiter en Wyoming había estado colgado en el despacho de J.D. más de diez años. Su traslado suscitaría muchos más rumores de los que ya circulaban sobre la decisión de Angelica de instalar su despacho en el ala opuesta del piso trece.
No le estaba dando la espalda a sus raíces. Y a pesar de lo que insinuaba la prensa amarilla había perdonado a su padre. O al menos lo acabaría haciendo, aunque no de golpe. Antes tenía que poner orden en sus emociones.
–¿Eso es todo? –preguntó Suzanne en un tono que no disimulaba del todo su desaprobación. Algunas de las piezas de J.D. eran antigüedades muy valiosas.
–Podemos guardar el resto en el almacén.
–Claro… ¿Qué tenías pensado para tu despacho?
–Mucha luz natural. Y plantas. Nada de cosas ultramodernas ni cromadas. Y tampoco nada de blanco, pero sí tonos claros, neutros… Por ejemplo, tonos tierra –se detuvo–. ¿Te parece un disparate?
–No, no, en absoluto –le aseguró Suzanne–. Es un buen punto de partida. Tienes mucho espacio aquí… Supongo que querrás un escritorio, una mesa de reuniones y unos sofás. ¿Te parece bien que incluyamos un mueble bar y un aseo?
–Solo si es algo discreto. Quiero que parezca una oficina, no el loft de un playboy.
Suzanne la miró horrorizada.
–¡Por supuesto que no!
–Sería agradable que pudiéramos ofrecer un refrigerio a las visitas.
–Hecho –dijo Suzanne–. Te prometo que será discreto.
La puerta se abrió y volvió a aparecer Becky.
–¿Señorita Lassiter? Lamento interrumpirla, pero su cita de las tres está aquí.
–Me marcho –dijo Suzanne–. A final de la semana tendrás los bocetos, ¿te parece bien?
–Perfecto –preferiría tener los bocetos en los próximos diez minutos, pero tenía que cultivar la paciencia, al igual que la compostura y el equilibrio entre el trabajo y la vida personal.
Antes de morir, su padre se había quejado de que ella se volcaba excesivamente en el trabajo y que dejaba de lado las otras facetas de su vida. Al dejarla fuera de Lassiter Media en su testamento la había obligado a replantearse su equilibrio.
Había progresado mucho y se había prometido que lo seguiría haciendo. Incluso estaba pensando en tener algún pasatiempo o practicar algún deporte. Yoga, tal vez. Las personas que hacían yoga parecían muy relajadas.
–Estaremos en contacto –dijo Suzanne, y ella y Boswell abandonaron la sala de juntas.
La puerta se cerró tras ellas y Angelica se tomó un momento para concentrarse. Su próxima reunión era con su íntima amiga Kayla Prince. Kayla estaba comprometida con Matt Hollis, ejecutivo de cuentas de Lassiter Media, por lo que estaba al corriente de todo lo sucedido en los últimos cinco meses.
Angelica sabía que muchos de los ejecutivos de la empresa temían que hubiera llevado la empresa al borde del abismo al aliarse con el tiburón Jack Reed para impugnar el testamento. Además, su obsesión por recuperar el control de la empresa había hecho mella en su vida personal y apenas había visto a Kayla y sus otras amistades. De modo que cuando se abrió la puerta estaba preparada para lo que fuera. Pero Kayla la sorprendió al correr hacia ella y abrazarla.
–Cuánto me alegro de que todo haya terminado… –se echó hacia atrás para observarla–. ¿Estás bien? Enhorabuena. Te merecías esto desde el principio. Vas a ser una directora formidable…
Aturdida y aliviada, Angelica la abrazó.
–Te he echado muchísimo de menos…
–¿Y de quién es la culpa? –le preguntó Kayla, riendo.
–Mía, todo ha sido culpa mía.
Kayla le frotó enérgicamente los brazos.
–Ya basta. No quiero volver a oírtelo decir.
Angelica se dispuso a protestar, pero en aquel momento vio a Tiffany Baines en la puerta.
–¿Tiff?
Tiffany abrió los brazos y Angelica corrió a abrazarla.
–Es genial verte en la oficina, Angie…
Angelica se echó hacia atrás y se puso seria.
–Hay mucho que hacer –miró a Kayla–. Muchas cosas que arreglar y muchas decisiones que tomar.
–Lo harás estupendamente –declaró Tiffany con convicción–. No hay nadie mejor que tú para dirigir Lassiter Media. El viejo te puso en una situación muy difícil.
–Pero yo podría haber respondido mejor.
–¿Cómo ibas a saber que se trataba de una prueba? ¿Y si no lo hubiera sido? ¿Qué habría pasado si tu padre hubiera perdido realmente el juicio y le hubiese dejado a Evan la empresa? Tenías todo el derecho a rebelarte.
–Creo que eres la única persona en el mundo que lo ve así –le dijo Angelica.
–Lo dudo. Pero no importa. Lo que importa es que vas a tener un éxito arrollador –sonrió con picardía y se giró hacia Kayla–. Vamos, díselo.
–Hemos fijado una fecha –dijo Kayla.
–¿Para la boda?
Kayla asintió.
–Es fantástico… ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?
Kayla se rio.
–A finales de septiembre. Ya sé que es muy pronto, pero ha habido una cancelación en el Esmerald Wave. Nos casaremos frente al mar en Malibú, como mi madre siempre soñó. Celebraremos la ceremonia en el acantilado… Será espectacular.
–Suena perfecto –dijo Angelica, ignorando los celos que le aguijoneaban el pecho.
Ella había perdido la boda de sus sueños. Tenía que aceptarlo. Y realmente se alegraba por su amiga.
–Ahora que por fin lo tenemos todo planeado, no puedo esperar ni un día más para casarme con Matt.
–Me lo imagino.
–Quiero que seas mi dama de honor.
Los celos fueron barridos por una ola de calor.
–Me encantaría –dijo, sorprendida y conmovida–. Después de todo lo que… –tuvo que hacer una pausa para recomponerse–. Es un detalle muy bonito que me lo pidas.
–¿Cómo no iba a pedírtelo? Eres mi mejor amiga. Siempre has estado ahí, y siempre lo estarás.
–Nos lo pasaremos bomba, las dos como damas de honor –exclamó Tiffany.
–Eso seguro –corroboró Angelica–. Es exactamente lo que necesito en estos momentos.
Estaba dispuesta a perdonar a su padre y honrar su memoria. ¿Qué mejor manera de equilibrar el trabajo y la vida personal que siendo dama de honor en la boda de una amiga?
La expresión de Kayla se oscureció.
–Hay un pequeño problema…
–¿Cuál?
–Matt va a pedirle a Evan que sea el padrino.
Angelica se tambaleó ligeramente. ¿Evan, padrino, siendo ella la dama de honor? ¿Los dos juntos, de punta en blanco, en una boda de ensueño con flores, encaje y champán, pero sin ser ellos los que se casaban?
Por un instante pensó que era incapaz de hacerlo. ¿Cómo podría sobrevivir a algo así?
–¿Angelica? –el tono de Kayla reflejaba su preocupación.
–Está bien –respondió débilmente–. No pasa nada –soltó una risita para disimular sus temores–. Es inevitable que nos crucemos mientras los dos vivamos en Los Ángeles, pero de verdad que no hay ningún problema… Voy a ser la mejor dama de honor que puedas tener.
La rosaleda de la mansión de su familia en Beverly Hills era el santuario particular de Angelica. Cinco años antes había hecho que construyeran el cenador para relajarse al final de un ajetreado día lleno de reuniones y pantallas de televisión. Allí, envuelta en una tranquilidad idílica y con una copa de vino, podía consultar los últimos índices de audiencia, leer las críticas de la programación, tomar notas de los éxitos y fracasos de la competencia y pensar en nuevas estrategias para las cadenas de Lassiter Media. Solo estaban en septiembre, pero los planes de contingencia para los inevitables reajustes que tendrían lugar en enero ya estaban en marcha.
Oyó unas pisadas en el camino de piedra que comunicaba el cenador con la casa y pensó que sería alguien del personal que iba a preguntarle si le apetecía cenar. No tenía mucha hambre y no quería abandonar aún la paz del jardín, así que les pediría que esperasen un poco.
–Hola, Angelica –una voz profunda e inconfundible le provocó un escalofrío en la espalda. Aferró con fuerza la copa de vino y giró la cabeza para comprobar que no estaba soñando.
Evan estaba en mitad del jardín, con una camisa gris abierta por el cuello y unos vaqueros descoloridos ceñidos a las caderas, sin afeitar y con sus ojos color avellana ensombrecidos por una expresión adusta e impenetrable.
–¿Evan? –los recuerdos la asaltaron de golpe. Habían hecho el amor muchas veces en aquel cenador, con la brisa nocturna acariciándoles la piel empapada de sudor, la fragancia de las rosas envolviendo sus cuerpos y el sabor del vino tinto en sus labios.
Dejó rápidamente la copa.
Evan avanzó un par de pasos y se detuvo a los pies de la escalera del cenador.
–Espero que estés lista para cumplir con tu papel de dama de honor.
Angelica se irguió en la silla.
–¿Por qué? ¿Kayla necesita algo? ¿Hay algún problema?
–Sí, un grave problema –hizo una pausa–. De lo contrario no se me habría ocurrido venir.
Sus duras palabras hirieron a Angelica en lo más profundo de su corazón. Evan no quería estar allí ni tener ningún tipo de contacto con ella. Era comprensible. También ella preferiría estar lejos de él, pero sus motivos eran muy distintos.
Desde la ruptura, cada vez que tenían que verse ella podía protegerse tras el rencor y el desprecio. Pero habiendo resuelto la situación lo único que le quedaba era un embarazoso sentimiento de culpa.
–¿Sabes que Matt y Kayla han aplazado su regreso de Escocia? –le preguntó él.
–Sí, Matt ha llamado hoy a la oficina. Se va a tomar unos cuantos días de vacaciones.
Matt y Kayla habían ido a Edimburgo en busca de unas importantes obras de arte para exhibirlas en la galería de Kayla. Al parecer, nada más llegar los habían informado de que un miembro del consejo tenía que aprobar personalmente el traslado de las piezas al extranjero, por lo que se habían visto obligados a viajar al norte del país para reunirse con él.
–Llevo todo el día intentando llamarlos –continuó Evan–. Pero ha sido imposible por culpa de la diferencia horaria y la mala cobertura que hay en el campo. Además, ¿qué podrían hacer ellos desde Escocia? Tendremos que ocuparnos nosotros.
–¿Ocuparnos de qué? ¿Qué ocurre, Evan?
Él apoyó el pie en el primer escalón, pero parecía reacio a entrar en el cenador.
–Ha habido un incendio en Esmerald Wave.
–Oh, no… ¿Ha sido grave?
–Bastante. Ha ardido la mitad de la cocina, pero por suerte no ha habido heridos.
Angelica se alivió al saber que todos estaban bien, pero enseguida se preocupó por Kayla.
–Solo quedan tres semanas para la boda…
–No me digas.
–Tenemos que encontrarles otro sitio.
–¿Vas a seguir repitiendo obviedades?
–¿Y tú vas a seguir siendo un imbécil?
–Angie… –el uso de su apelativo, pronunciado con una voz amable y suave, le provocó un estremecimiento por todo el cuerpo–. Ni siquiera he empezado a ser un imbécil.
Ella agarró la copa de vino.
–¿Qué quieres de mí, Evan?
Él subió los tres escalones y ocupó la entrada del cenador con su imponente metro noventa de estatura.
–Necesito tu ayuda. Hoy he ido a ver a Conrad Norville.
–¿Por qué? –¿qué tenía que ver el magnate del cine Conrad Norville con las reformas de una cocina?
–Para preguntarle si podíamos celebrar la boda en su mansión de Malibú.