Impulso agravado - Didi Oviatt - E-Book

Impulso agravado E-Book

Didi Oviatt

0,0
2,49 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

Cuando las hermanas Markie y Kam se involucran con personas equivocadas en un mal momento, los viejos secretos de su familia empiezan a salir.


Mientras un asesino serial hace de personas cercanas su objetivo, el peligro se acerca más a casa y los deseos torcidos se vuelven realidad.


Entre más investigan, más secretos oscuros salen a la luz. Pero ¿quién es el frío y calculador asesino?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Impulso agravado

Didi Oviatt

Derechosdeautor(C) 2025 Didi Oviatt Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2025 por Next ChapterPublicado en 2025 por Next ChapterTraducido por Laura De AlbaArte de la portada por CoverMint Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

Índice

PrólogoCapítulo UnoCapítulo DosCapítulo TresCapítulo CuatroCapítulo CincoCapítulo SeisCapítulo SieteCapítulo OchoCapítulo NueveCapítulo DiezCapítulo OnceCapítulo DoceCapítulo TreceCapítulo CatorceCapítulo QuinceCapítulo DieciséisCapítulo DiecisieteCapítulo DieciochoCapítulo DiecinueveCapítulo VeinteCapítulo VeintiunoCapítulo VeintidósCapítulo VeintitrésCapítulo VeinticuatroCapítulo VeinticincoCapítulo VeintiséisCapítulo VeintisieteDe parte de la autora: Buscando a Maylee

Prólogo

Estiromismanossobre mi cabeza lo más que puedo, mi espalda está muy arqueada y mis pantorrillas bastante tensas, extendidas hacia abajo. Mis uñas pintadas con calabazas están apuntando hacia afuera como parte del estiramiento. Un rayo de sol entra por una pequeña rendija en las cortinas, dificultando que mis ojos puedan ver de nuevo. Los entrecierro y lucho por abrirlos. Es casi de noche y dormí cuatro horas. Tristemente, es el mayor tiempo que mi demandante vida me ha permitido dormir sin interrupciones en más de una semana.

La sensación de dolor en los ojos hace que se me ericen los bellos de los antebrazos. Después de tallarme la cara, echo un vistazo alrededor. No hay nadie. Qué raro. Juraría que sentí la presencia de alguien. Deben ser mis nervios. Mi grueso cobertor se cae de mis hombros cuando me estiro de nuevo. Normalmente no hace tanto calor en mi habitación y agradezco haber podido dormir a pesar del sudor. Mi cuerpo está pegajoso. Mi blusa y short están húmedos y arrugados.

Se supone que veré a Markie para una noche de chicas en una hora. Mejor me apuro. Le dije a su raro amigo del trabajo que no iba a ir, pero cambié de idea después de debatir toda la semana. Tomé la decisión: voy a ir. Markie es una de mis amigas más cercanas, pero cambió desde que murió Beth. Se alejó de sí misma. Ahora, con todo lo que pasa a su alrededor, tengo miedo.

Conforme se calienta el agua, el vapor llena mi baño y el vapor escapa por la puerta que siempre dejo abierta. Me gusta salir de la ducha sintiéndome limpia y fresca, no acalorada. Pienso en la situación de Markie mientras froto mi piel con mi enorme esponja morada. Un delicioso olor a jabón se forma en mis costillas y mi cadera. El estrés de todas esas muertes ha afectado mi apetito. Mi cuerpo se encoge y pierdo mi apariencia curvy. Empiezo a verme demasiado delgada.

Me pregunto cómo le diré a Markie que he estado durmiendo con el único conocido que está prohibido. Supongo que no puedo. Al menos no ahora, tendré que esperar. Debería de sentirme peor de lo que me siento, pero él es conveniente y yo me siento sola. Estará bien por un rato. Debe ser la culpa la que me obliga a ir al estúpido club esta noche. Cualquier mujer inteligente se quedaría lejos.

Mis dedos tallan mi cuero cabelludo. Cierro mis ojos con fuerza, tratando de evitar el champú que escurre para desaparecer. Antes de abrirlos completamente, la puerta de la ducha se abre. Emito un ruido de sobresalto que se ve detenido por el jabón. El aire escapa de mis pulmones en un suspiro de alivio. Lo veo. Está desnudo y sonriendo, esperando para entrar a la ducha conmigo.

—¿Qué estás haciendo? —reclamo.

—¿Qué parece que hago?

—¡Me asustaste mucho!

—Te ves bastante sexy cuando te asustas.

—No tengo tiempo para esto —le hablo de frente—. Tengo prisa.

Él se mete a la fuerza y cierra la puerta. Se queda lejos de la regadera para no mojarse y me ve enjuagarme. Mi espalda cosquillea y la sangre se agolpa en mi piel como reacción a su toque. Las últimas burbujas de jabón desaparecen por el drenaje. Levanta mi pierna desde el muslo y me presiona contra la pared.

Con una fuerte embestida entra en mí. Es mucho más rudo de lo habitual. Yo balbuceo y busco equilibrarme en la pared. Él se mueve violentamente, pero me gusta. Sus fuertes dedos están entre mi cabello mojado y lo jala con rudeza. Mi cabeza se dobla hacia atrás con el poderoso movimiento. Un gritito de excitación ahogado e involuntario sale de mi boca. Puedo sentir su cálido aliento en mi nuca.

—Te gusta duro, ¿verdad, Joyce? —su voz es más grave de lo que la he escuchado alguna vez.

—¡Sí!

Por primera vez en mi vida, siento un escalofrío al oír mi nombre. Él suelta mi cabello y me vuelve a poner contra la pared. Un brazo me presiona firmemente la espalda. No puedo mover mi pecho o mis hombros, estoy obligada a cumplir con sus términos. Cuando estoy a punto de derrumbarme y salir de su prisión, un eco amenazante resuena en mi oído.

—Esto va a doler.

Siento un vacío en el estómago y un escalofrío recorre mi espalda. Uso todas mis fuerzas para alejarme de él. Presiona mi cuerpo fuertemente contra el suyo. Afloja un poco y puedo voltear hacia él.

—¿De qué estás hab…?

Un dolor repentino en el cuello me deja a media pregunta. Mi voz se atora en mi garganta y no puede salir. Por instinto, llevo mis manos al lugar del dolor y aprieto. El líquido llena mis manos y corre por mis brazos, más caliente que el agua de la ducha. No puedo hablar. Lo miro, tratando de suplicar con mis ojos. No puedo hablar. Me inclino hacia la pared para equilibrarme. Todo da vueltas. Retiro mis manos sangrientas del cuello y las miro. Mi visión está distorsionada, pero no lo suficiente como para no notar el color. Mis dedos rojos giran y se hacen borrosos.

Siento frío. Quiero agarrarlo, pedirle ayuda, pero no puedo. Mi cuerpo golpea la pared. Mis piernas están cada vez más débiles. ¿Qué me hiciste? Busco con dificultad su rostro entre la bruma negra y roja. Lo veo por un instante. Tiene la cabeza inclinada hacia un lado y el rostro inexpresivo. Se forma una ligera sonrisa en sus labios. Me desmayo. Puedo sentir, pero no puedo ver. Mi respiración es muy breve y cortada. Puedo escuchar un borboteo extraño saliendo de mi garganta. Mi cuerpo es un témpano de hielo bajo el agua caliente.

Mi vida se escurre lentamente cuando un dolor agudo me recuerda que sigo viva. Siento una punzada tras otra en mis costillas, pecho y estómago. Trato de patear, muevo mis brazos para defenderme y gritar, pero no puedo. No me puedo mover. Un par de punzadas más y me doy cuenta que me están apuñalando. No lo puedo creer.

Después de lo que parece toda una vida de tortura, finalmente desaparece el dolor. Siento el cuello adormecido. Hay algo que toca mi parte media, algo adentro. Eso también disminuye hasta que no queda nada. Ya no siento dolor ni miedo. Dejo de luchar por respirar y me dejo ir en la oscuridad.

Capítulo Uno

MARKIE

—Lindospantalones—sonríeKam levantando la ceja derecha.

Veo el brillante cuero café que aprieta mis muslos y se arruga incómodamente sobre las rodillas.

—¿Tan mal me veo? —pregunto.

La sangre sube a mis mejillas. Siento que el calor se convierte en rubor.

—¡Para nada! —se ríe sarcásticamente—. Estoy segura de que el cuero café también sería mi primera elección para una cita a ciegas.

Cuando se trata de elegir ropa, me es más sencillos apegarme a lo básico y simple. Si no fuera por mi hermana, seguramente sería el hazmerreír de South Brooke, Florida. Ignorar su sarcasmo se ha hecho más fácil a lo largo de nuestras vidas. He aceptado el hecho de que siempre tendrá un ingenio más ágil que el mío. Trato de seguirle los chistes, aunque aún soy un poco lenta en el departamento de las bromas juguetonas. He aprendido a ignorar los comentarios sarcásticos la mayor parte del tiempo y a tomarlos con gracia. Al menos mantiene mi vida interesante. Nunca me he preocupado por momentos aburridos o "silencio incómodo", como ella le dice.

—Bueno, reina de la moda, ¿qué sugieres?

Es difícil entender lo que dice entre risitas.

—No, en serio, Markie, ¡quédate así! Me encantaría ver que este hombre te tome en serio... ya sabes... A su sexy cita en un par de pantalones de cuero vintage de rockera elegante de cuarta.

Ya no trata de no reír. Sus labios brillosos se llenan de carcajadas. La piel alrededor de sus ojos azules se arruga de forma adorable. Sus ojos se llenan de lágrimas, a punto de salir.

—¡Espera! —grita. Su rostro cambia y abre la boca—. Dios mío, Markie.

—¿Qué? —la miro fijamente con expectativa, mientras espero su explicación para su drama.

—¡Tienes que ver tu pata de camello! —de nuevo se deshace en risas.

Mi respuesta es simple: "Eres una idiota".

Espero de pie y con el ceño fruncido a que se le acabe la gracia.

—Quieres avergonzarme, pero no va a funcionar.

El cuero no solo está adherido a mis piernas, sino que hace un ruidito inconfundible mientras muevo mis pies. Kam se levanta con gracia y facilidad de su lugar en la esquina de mi cama. Se mueve como una atleta tranquila y soberbia. Camina con confidencia en mi habitación y desaparece en el clóset. Toda mi vida he estado celosa de su gracia. La perfecta descripción de Kam es "alta y con cuerpo de reloj de arena".

Mientras que yo quedé maldita con una piel pálida y pastosa, excepto cuando, ocasionalmente, me quemo con el sol, ahí cambio al tono rojo casi morado de un betabel cocido. Mi cabello es rebelde, grueso y esponjado, mis pies son grandes y mis piernas chuecas y cortas. Kam tiene razón, estos pantalones no le hacen justicia a mi figura distintiva. Veo fijamente el ridículo atuendo que aprieta en los lugares equivocados. Creí que era apropiado cuando lo elegí. Mierda, me equivoqué.

Cuando sale del clóset, Kam me da un par de pantalones negros, una elegante blusa floral y una chaqueta ligera de mezclilla. Sonríe orgullosa.

—Toma, cariño. Estoy segura de que encontrarás unos zapatos tú misma. ¿O quieres ayuda con eso también?

Observo cada centímetro de su presumida cara, esforzándome por una respuesta igual de inteligente. Después de esperar un poco en silencio, Kam levanta la ceja e inclina su cabeza sarcásticamente. Mueve su oído muy lentamente hacia mí. Yo gruño, decepcionada de mi falta de una buena respuesta.

—Estaré bien, ¡gracias!

—Esa expresión de molestia, sin ideas, de "estoy pensando profundamente", es una de mis favoritas.

—Sí, ya me habías dicho. ¿No deberías estar en otro lado? —pregunto para molestar.

—Nop —sonríe, sintiéndose orgullosa.

Voy al armario a cambiarme. No la voy a dejar verme luchar para salir del cuero. Pensar en la noche que me espera no me consuela. No es una cita a ciegas tal cual. Ya conocía al tipo y no me impresionó. Cuando mi mejor amiga fue asesinada el verano pasado, dejé que sus padres me vieran como a una hija. Ellos organizaron esta cita y yo era demasiado amable como para decir que no.

Siempre he sido cercana a la familia de Beth, especialmente sus padres. Su mamá, Trish, es dulce y su padre, Spence, es muy agradable. En los treinta y dos años que fuimos amigas jamás fueron groseros o desconsiderados conmigo.

Crecimos como vecinas y fuimos inseparables desde el primer año de nuestras vidas. Hasta el año pasado, cuando la asesinaron brutalmente. No pasa un solo día en que no recuerde la mirada petrificada en su cara sangrienta y exánime. La apuñalaron veintisiete veces y la dejaron muerta en el piso de su cocina. Había tanta sangre que casi no reconocí mi vestido desecho sobre su cuerpo. La encontré la mañana posterior a su ataque. El miedo de que su asesino ande por ahí es un gran peso sobre mis hombros hasta el día de hoy.

La fuerte voz de Kam resuena en mis oídos.

—¿Estás bien?

Diablos, me estoy perdiendo de nuevo. Me ha pasado mucho desde el asesinato de Beth. Todo me la recuerda y pensar en su muerte hace que me congele como un venado con las luces de un auto.

—Sí —murmuro en voz baja mientras me pongo la blusa floral.

—Podías haberles dicho que no, ¿sabes? No tienes que salir con él si crees que es un rarito. Eres demasiado amable con ellos.

—Lo sé, Kam.

Agradezco la preocupación de mi hermana, pero estoy cansada de esta conversación.

—¿Por qué permites que te traten como si fueras Beth? No es sano para su duelo. Y dejarlos es tan malo para ti como para ellos.

Salgo del clóset y levanto dos pares de zapatillas negras. Quizá sí necesito su ayuda con los zapatos. Kam pone los ojos en blanco lentamente. Está siendo demasiado dramática. Señala los de punta abierta en mi mano izquierda.

—Gracias —murmuro—, y no puedo evitarlo. Ya lo sabes. ¿Qué se supone que les diga? ¿Recuerdan que no soy su hija muerta?

Enojada, me pongo los zapatos. Esta conversación es lo último que necesito. Es una mala forma de iniciar una noche que ya pinta para terrible.

—No, tontita, dilo bonito. Diles que aprecias todas las cosas que te compran y las cenas y las llamadas, pero necesitas tu espacio. Recuérdales que eres Markie, no Beth. Este es el tipo de cita que le hubieran organizado.

—No puedo, Kam. Todavía no, es muy difícil. ¿Tenemos que hablar de esto?

—Creo que sí.

—Eres tan necia. ¿Por qué somos hermanas?

—Ja, ja, muy graciosa.

La preocupación en sus ojos no coincide con las palabras de sus labios. Es dulce en el interior. Es honesta y directa, sin importar el costo. Ambas cualidades me molestan y me dan celos al mismo tiempo. Nunca he podido separarlas.

"Como sea", las arrugas en su nariz desaparecen cuando cambia el tema—. ¿Qué te parece si preparamos un plan de respaldo? Para esta noche. Podría llamarte y fingir que hay una emergencia. O podrías tener una palabra en código secreto que signifique que te saque de ahí.

—No es mala idea.

Al menos sirve de algo, pienso, mientras admiro las prendas elegidas en el espejo de cuerpo completo sobre mi pared. No es demasiado formal ni demasiado casual. Es una buena mezcla.

—¿Qué haremos entonces?— pregunta mientras toca su barbilla—. Podría decirte que se incendió mi estufa, que me caí por las escaleras y necesito que me lleves al hospital o algo así.

No puedo evitar reírme de sus ideas.

—Me gusta la idea del incendio. Puedo irme rápido y actuar molesta. No es una emergencia con la que me pueda ayudar, pero es una en la que me tengo que ir.

—¡Hecho! —Kam está sentada con la cabeza en alto, con orgullo y emoción por la idea—. ¿Cuándo lo conociste?

—Estaba en una de esas cosas de ventas de bienes raíces a los que Beth me llevaba todo el tiempo. Habló con él cuando llegamos. Creo que sus padres son amigos, entonces se conocían desde niños.

Me recuesto en mi cama y dejo caer mis brazos a mis lados, completamente relajada. Es tan fácil hablar con Kam, aunque sea molesta. Sabe escuchar y siempre se interesa en todos a su alrededor.

—Al principio pensé que era lindo, pero después nos siguió todo el día. Lo atrapé viéndonos. No sé. Me pareció extraño.

—¿Estás segura de que es el mismo tipo?

—Sí, Trish me mostró su foto.

—¿Por qué no le dijiste que no?

—Aquí vamos de nuevo.

Me levanto y voy hacia la puerta, no porque sea algo bueno. Kam me sigue y se contiene, como es normal. Murmura y se queja. Sus dedos de los pies casi se enganchan a mis zapatos en cada paso, a la vez que recita en mi nuca palabras sobre consejos no tomados durante todo el camino hacia el salón, en la sala y hasta la puerta. Que mi hermana sea mi compañera tiene sus pros y sus contras.

—Llámame en una hora y sácame de este lío, ¿sí?

—¡Está bien! —dice en señal de derrota.

Junto a la puerta, en un pequeño gancho, están las llaves de mi Tahoe negra. Beth me ayudó a elegirla una semana antes de su muerte. Ahora la odio. No solo he tenido que cambiarle una cosa tras otra, sino que gasta muchísima gasolina. Y no me hagan hablar del tamaño. ¿En qué planeta yo necesito una camioneta? Kam ha tratado regularmente de convencerme para cambiarla. Al igual que mi loca madre, pero sus motivos son superficiales. Pero no puedo hacerlo, a Beth le encantaba. No podía comprar un auto nuevo, así que me convenció de comprar el tipo de vehículo que ella quería.

La dejé manejar el tonto auto a todos lados esa semana. Incluso fue la conductora designada la noche que pasó todo para que la vieran salir del club en él. Cambiarla sería como traicionarla de alguna forma. Así que debo lidiar con sus problemas y tratar de convencerme a mí misma que Beth estaría a mi lado diciéndome lo bien que nos vemos en ella.

Kam está en la entrada con la mano en la cadera mientras yo salgo. Observa la parrilla de mi auto. No se requiere ser científico para notar que está molesta y preocupada. Me sacudo el mal presentimiento, trago la bilis que quiere salir por mi garganta y manejo. ¿Qué va a saber Kam? Los Jones son buenas personas. Nunca me arreglarían una cita con un fenómeno.

No importa que mi primera impresión no fuera perfecta. Eso pasó hace como cuatro o cinco años. Quién sabe qué le pasaría ese día, o incluso a mí, ahora que lo pienso. Siempre he considerado que el papá de Beth es un hombre muy sensato. Seguramente sabría si hubiera algo raro con el tal Vincent. Ya no importa, voy a esta maldita cita, lo quiera o no. Durante el resto del camino, continúo convenciéndome de que todo está bien.

Lo primero que pienso cuando llego al lugar es "clase media baja". El nombre Frenchie's está en el frente del edificio con pintura roja brillante. También está en todas las ventanas y puertas. Fue decorado con todo cariño e intención, como si los propietarios hubieran gastado todos sus ahorros en ello. Los autos están alineados perfectamente en los espacios contiguos al mío. No puedo evitar notar que ninguno parece tener menos de cinco o seis años de antigüedad. La gente que entra y sale tiene el tipo de ropa que grita "cita desesperada".

Las esposas usan vestidos gastados y sonrisas forzadas. Los esposos con camisas de vestir abren las puertas con las cabezas agachadas y las bocas cerradas. Me imagino que esas personas tienen vidas y trabajos comunes y aburridos. Probablemente necesitan escapar de su rutina diaria con tanta desesperación que duele, pero no pueden pagar más que dos horas de niñera adolescente y un plato de espagueti de 10 dólares. ¿Qué mejor lugar que un restaurante local llamado Frenchie's? Me siento culpable por juzgar a estas personas. El que no quiera estar aquí no me da derecho de criticar a extraños.

Matar el tiempo y perderme en observaciones sin sentido no hace más que prolongar lo inevitable. Inhalo y exhalo en un esfuerzo por relajarme. Por supuesto, no funciona. Estoy tan nerviosa que mis intestinos rugen. Perfecto, no solo tengo una cita a ciegas con un posible fenómeno, sino que me voy a enfermar en el proceso.

Digo en voz baja: "Maldita sea, Beth, ¿por qué tenías que dejarme? La próxima vez seré firme y le diré a tu mamá que no".

Finalmente, apago el motor. Bajo las ventanillas, como siempre, esperando en secreto que se la roben. La dejo atrás en un estacionamiento sorprendentemente lleno. Se escuchan mis pasos mientras arrastro mi cuerpo sin voluntad por la estrecha acera. La puerta rechina cuando la abro. Suena la campana que está sobre las puertas. Siempre he odiado eso.

Campanas, en serio, ¿qué propósito tienen además de atraer atención no deseada e innecesaria? Siempre me he sentido mal por los empleados en lugares con estas ridículas campanas. Pienso que si tuviera que escuchar ese ruido todo el día, me volvería loca y explotaría.

Busco en el comedor, viendo en todas direcciones. Me dijeron que estaría usando una camisa de vestir negra y tendría un pequeño ramo de margaritas. Trish debió decirle que es mi flor favorita; ¡qué conveniente! Lo encuentro rápido. Está sentado a dos mesas de la puerta, con el ramo en la mano. Es mucho más guapo de lo que recuerdo. Quizás es uno de esos raritos que envejecen bien. Trish me dijo que casi tiene treinta y cinco, que son solo dos años más que yo, pero no lo adivinaría solo de verlo. Cualquiera creería que tiene 10 años menos.

Sonríe mientras me indica que me acerque. La sonrisa que le doy es tan forzada como la de la mujer del estacionamiento. Respira, aquí vamos, puedo aguantar una hora. Más vale que Kam cumpla su promesa o me vengaré. Como si nunca hubiera puesto chile en su bebida sin que se diera cuenta. Incluso podría ir más allá y poner colorante vegetal en su champú y acondicionador. He esperado una excusa para hacerlo.

—Te ves tan hermosa como recuerdo, Markie.

—Gracias, Vincent, eres muy amable.

Si tan solo supiera que la sonrisa en mi rostro es por mi conspiración contra mi hermana y no por él.

—Toma asiento, por favor —me indica—. Tu collar es muy bonito.

—Vaya, gracias —pienso que es un cumplido extraño. Aunque me sorprendió, aprecio la idea—. Es un relicario que me dio mi mamá hace unos años.

No voy a entrar en detalle con que Beth tenía un igual o que traigo su foto en él. Especialmente, no voy a decirle por qué mi madre nos los compró iguales. Sus insultos acerca de mi falta de mejores accesorios vuelven a mi mente. Beth y yo lo usamos irónicamente al principio, como forma de rebelarnos ante la actitud soberbia de mi madre.

¿Quién imaginaría que, después de un tiempo, los relicarios se convirtieron en un símbolo irónico de nuestra amistad? Froto el pequeño corazón con mi pulgar y mi índice. Cuelga de forma elegante en mi cuello. No es una mentira, el collar es verdaderamente hermoso. Podrá estar loca, pero mi mamá sabe de accesorios.

Me siento en la silla que con tanta gracia movió para mí. Al principio la conversación es superficial. Hablamos sobre el clima y las opciones de bebidas en el menú, que son muy pocas, por cierto. Vincent tiene una voz tranquila, grave e irresistible. El olor de su colonia es divino. Llena mi nariz cada que se mueve, yo respiro profundo. Me inclino hacia adelante y dejo que el olor me consuma. No recuerdo que fuera tan deseable.

Habla con seguridad y mantiene su cabeza levantada. Incluso estoy viendo la marcada forma muscular de su pecho y brazos. Me pregunto si se verá igual de bien sin camisa. Veo fijamente sus ojos grises y lo escucho explicar las ventajas y desventajas de su trabajo de oficina tan común. Vincent pasa la mayor parte del tiempo procesando papeleo en una firma legal importante. Aparentemente, los pequeños restaurantes familiares como Frenchie's le parecen reconfortantes, como una casa fuera de casa. Mientras explica su razón para elegir el lugar, me regaño por ser tan arrogante y prejuiciosa cuando llegué.

El tiempo vuela, nuestra conversación fluye sin dificultad. Le platico sobre mi exigente carrera en el Mix That Movie Multiplex. He administrado el cine de cuatro salas durante muchos años y me encanta. Empecé a trabajar ahí cuando tenía 19 como ayudante general, vendiendo boletos y palomitas. En ese momento solo había una gran pantalla con una grieta desde la mitad y asientos usados.

Seguí trabajando ahí hasta que me titulé. La semana de mi graduación la gerente renunció inesperadamente. Me promovieron instantáneamente y ahí me quedé desde entonces. Vincent se ve genuinamente impresionado y le interesan los detalles de mi cina. Incluso hace preguntas sobre los cambios y actualizaciones que he visto a lo largo del camino.

Estoy a media explicación de nuestra segunda expansión cuando el timbre de mi teléfono me asusta. Salto de mi asiento y Vincent se ríe. Se ríe con un ronquido agudo. Lindo, y aún más lindo cuando se ríe. ¿Ya pasó una hora? Un dip francés sorprendentemente delicioso y a medio comer está en un platón cuadrado enfrente de mí. El roast beef está fresco y el pan se derrite en la boca. En este preciso momento no quiero más que terminar esta deliciosa comida.

Estoy tentada a ignorar la llamada. Conociendo a Kam, probablemente llegaría con pistola en mano, lista para "castrar a alguien", o eso diría al irrumpir por la puerta. Después de imaginar el escenario en mi cabeza, decidí contestar.

—¿Diga? —contesto lo más alegre posible, esperando que entienda el tono.

—¡Markie, tienes que venir de inmediato!

Su voz suena a verdadero pánico. Debo admitir que estoy algo impresionada por su actuación.

—Estoy segura que todo está bien, Kam. La estoy pasando bien. ¿Podrás manejar las cosas tú sola?

No quiero que me descubra. Intento sonar tan normal como sonaría alguien con una llamada repentina de su hermana asustada.

—¡No, en serio! No es un incendio o un accidente en las escaleras, son nuestros vecinos. La familia Snyder, de enfrente. Sucede algo terrible. ¡Hay ambulancias y patrullas en toda la calle, Markie! Mueve tu trasero hasta acá, ¡tienes que estar aquí conmigo!

—¿Es en serio?

La adrenalina golpeó mi pecho. Sentí que mi rostro se endureció. Recordé imágenes de la cara ensangrentada de Beth. La última vez que vi a un grupo de policías con ambulancias los vi irse con el cuerpo de mi mejor amiga en una bolsa para cadáveres. Su asesinato era demasiado reciente como para no asustarme cada vez que veo luces intermitentes.

—Si lo estás inventando, Kam, yo... Yo... Yo…—mi voz se quiebra y mis ojos se inundan.

Miedo, pánico y un crudo recuerdo se acumularon en mi estómago.

—Te lo juro, Markie, ven a casa, ¿sí?

—Estoy en camino.

La llamada se corta en mi mano y meto el teléfono a mi bolso. El rostro de Vincent me parece extraño. Mientras busco palabras para explicar la llamada de mi hermana, él está extrañamente entretenido. Casi sonriendo. Su frente sin arrugas y sus ojos revelan un ligero destello. ¿Está feliz de que me voy o excitado con mi preocupación? No lo distingo. Esto es incómodo. ¿De qué se trata? Me dan ganas de golpearlo. No fuerte. Una ligera bofetada en la boca. Lo suficientemente fuerte como para borrarle esa sonrisita de su linda cara.

Capítulo Dos

—Lamentomuchotenerque irme así —no quiero ver la mirada emocionada de Vincent y me disculpo hacia la mesa.

—No hay problema, en serio —responde con una sonrisa extraña—. ¿Te puedo llamar después? Me gustaría si tú estás de acuerdo.

—Yo... este... Sí —dudo un poco.

La cita ha estado genial hasta ahora. Después de tranquilizarme, decido que su comportamiento extraño pudo ser provocado por una falta de comprensión. En contra de mi buen juicio, tomo el bolígrafo que me ofrece. Garabateo mi número en una servilleta y se la doy. Sin decir nada más, me doy la vuelta. Puedo sentir sus ojos clavándose en mi espalda como puñales. Siento un incómodo escalofrío recorrer mi espalda. Puedo escuchar su voz grave y sensual sobre mi hombro. Me sigue mientras me alejo de la mesa.

—Buena suerte con tu emergencia —susurra.

Decido no responder de ninguna forma y acelero hacia la puerta para no mirar a mi cita, tan guapo y extraño. Taconeando, camino rápido por el pasillo y llego a mi camioneta. Las llaves, ¿dónde demonios están mis llaves? Mis dedos temblorosos se mueven dentro de mi bolso. No puedo evitar pensar en Beth. Me imagino su siempre tranquilizante voz diciéndome que respire. Saco el contenido de mi bolso en el asiento del copiloto y tomo mis llaves en cuanto caen. Suspiro con alivio.

Mientras enciendo el motor, levanto la mirada y mi corazón cae hasta el suelo. El aire se detiene en mis pulmones cuando nuestras miradas se encuentran. Vincent me está viendo fijamente con esa inapropiada sonrisa torcida. Está parado detrás de una ventana gigante a unos metros de mí. El nombre, Frenchie's, queda exactamente sobre su cabeza. Sus ojos son grandes, su pecho está levantado y sus manos dentro de sus bolsillos. Me sostiene la mirada.

El momento es raro, me da mala espina. Su sonrisa se hace más grande cuando saca su enorme mano del bolsillo para saludarme de forma infantil. Le devuelvo el saludo. Siento que mi cara se calienta y mis cejas se juntan en el centro. Casi azotando el pedal al piso, acelero sin mirar el retrovisor.

Normalmente no conduzco rápido o cometo otras infracciones. En este momento, no me importa, solo quiero llegar a casa. Estoy completamente fuera de mí, perdida en mis pensamientos. Mi pie empuja con fuerza. Presiona el pedal hacia el piso y mis dedos se agolpan dolorosamente en la abertura en la punta de mi zapato. Veo las luces borrosas. Bajo la velocidad solo por un par de semáforos en rojo y llego a casa en tiempo récord.

El vecindario es un desastre, en todos los sentidos de la palabra. Las patrullas están estacionadas prácticamente cada dos casas. Observo alrededor y veo luces entre los arbustos y cobertizos. Mi calle es un caos completo. Las luminarias callejeras alumbran las caras de mis vecinos, quienes permanecen en los jardines perfectamente podados frente a sus casas. La confusión y el miedo se sienten en el aire. Conduzco a través de una nube de ansiedad, con todas las miradas sobre mí mientras avanzo. Me cuesta trabajo, pero veo a Kam.

Está parada cruzando los brazos en la banqueta frente a nuestra casa. Su rostro está pálido, el tono más claro que le he visto en toda la vida. Está viendo fijamente hacia el camino, más allá de las autoridades, hacia la puerta abierta de los Snyder. Está encorvada y se ve enferma. Me estaciono con cuidado, esperando a que vaya hacia mía, pero no lo hace. No se mueve ni desvía la mirada.

Con la cabeza agachada, solo viendo mis pies, troto hacia ella. Una gran parte de mí no quiere ver lo que Kam ve. De alguna forma, ya sé lo que es. Tengo la sensación de que pasó de nuevo. La tomo de los hombros y la sacudo con fuerza.

—¡Kam! —le grito—. ¡Reacciona!

—Ellos... Ellos... Por fin abrieron la puerta —dijo en un murmullo.

No deja de mirar hacia el mismo lugar. Cierro mis ojos tan fuerte como puedo. Mi cabeza gira hacia la casa de los Snyder; después de dejar salir un suspiro ansioso, abro los ojos. La bruma se apodera de mi mente y mi cuerpo se enciende. Es Breanna. Una de las adolescentes más amistosas y extrovertidas que conozco. Era la hija mayor. Una hermosa y joven mujer, ahora sin vida.

De pie junto a Kam, puedo ver claramente su cuerpo mutilado. Sus puertas de entrada están abiertas de par en par, lo que permite tener una vista perfecta. La mamá de Breanna está loca por los pisos blancos ya ahora están completamente cubiertos por manchas escarlata y charcos de sangre. Allí debió ser exactamente en donde la atacaron. Justo en la puerta, por Dios. No puedo más que imaginar la táctica de su asesino, empujándola para entrar en cuanto lo saludó inocentemente. Qué enfermo. Terrible. Es inexplicable tanta maldad.

La chica alguna vez llena de vida está de espaldas sobre una mesa decorativa. Sus piernas están desnudas, llenas de cortes. Un constante y lento goteo sigue cayendo por la punta de sus dedos. Aferrados a su cuerpo están los restos de una blusita de tirantes y unos short de pijama. Ni siquiera se ve su color original. Mi mente se aleja un poco del presente. Veo esa pijama con un lindo tono verde y una genuina sonrisa en su carita.

La imagen me dura un segundo antes de regresar a la realidad. Como una liga regresando a su lugar, mi cabeza se mueve y dejo salir un quejido de temor. Breanna debe haber estado relajada y cómoda en lo que tenía que ser un lugar seguro. La bilis sube desde mi estómago hasta mi garganta. La trago y continúo viendo. No puedo voltear la mirada, incapaz de procesar la escena.

Igual que Beth, cada centímetro de su piel está cubierto de sangre. Este asesino las desangra. Drena a sus víctimas hasta la última gota de vida. Es malvado y es personal. Miro más de cerca. Algo brilla en su pecho. Refleja la luz de las lámparas LED de la policía que está a unos metros de ella. Algo está alrededor de su cuello. Pequeño y dorado. Me pregunto cómo es posible que tenga una joya que siga brillando. ¿Por qué no hay sangre en el collar?

—¿Puedes ver su collar? —le pregunto en un susurro a Kam.

—Solo veo sangre.

Su respuesta es directa. Puedo escuchar su boca seca.

—¿Crees que tenga algo que ver con Beth? —me pregunta con un tono más seco y se suelta a llorar.

—No lo sé, Kam, pero se siente igual.

Nos vemos fijamente. Una solitaria lágrima recorre mi mejilla. Baja lentamente y llega hasta la comisura de mis labios. Puedo saborear la sal cuando toca mi lengua.

—¿Qué hacemos? —pregunta.

Mi respuesta es un abrazo. Me aprieta fuerte y solloza en mi hombro. Estamos en shock y confundidas. Un hombre de traje se acerca a nosotras. Camina lento y con cuidado, con la cabeza agachada. Es un alivio reconocer sus ojos amables cuando levanta la cabeza y permite que se vea su cara. Su nombre es Phillip, detective Phillip Sharpe, pero le gusta que lo llamen Phil. Lo conocí bien en los primeros meses posteriores al asesinato de Beth. Es un hombre agradable, simpático y muy minucioso. Ningún detalle es demasiado pequeño o sin importancia para él. Ha estado muchas veces en nuestra casa y quizá me vio llegar.

—Markie, lamento que nos veamos de nuevo bajo estas circunstancias.

—Detective.

Tomo su mano estirada y lo dejo saludarme de forma profesional.

—Sé que esto debe ser difícil para ti.

—Es el mismo asesino, ¿verdad? ¿El mismo que mató a Beth? —se me escapa la pregunta.

Aún fuera de mí, no tengo control sobre mis palabras.

—No estoy seguro. Es muy pronto y hasta que procesemos completamente la escena del crimen no podemos estar seguros de nada.

Asiento como respuesta. Conozco el procedimiento. Veo alrededor a los oficiales pidiendo a los vecinos que vuelvan a sus casas. Las familias se mueven lentamente con sus niños y se retiran hacia sus casas. Las luces de las entradas y de las ventanas permanecen encendidas. Nadie dormirá en esta calle antes tan tranquila. Me dirijo al detective e intento calmar mis nervios. Necesito tanta información como sea posible. Si es el mismo tipo, tengo que saberlo todo. Tengo que.

—Veo que la apuñalaron como a Beth. Tiene que ser él —insisto.

—Markie, voy a tener que pedirte...

Lo interrumpo antes de que diga algo más.

—¡No! No voy a entrar. No me voy a ir. Este hombre mató a mi mejor amiga y ahora a mi vecina. ¡Tenía diecisiete!

Mi voz se eleva en cada palabra. Kam me aprieta la mano mientras vocalizo mi frustración.

—Tienen que encontrarlo. ¡Tienen que acabar con esto!

—Señorita —el detective Sharpe me interrumpe tranquilo y con respeto, levantando la mano—. No iba a pedirle que regresara a su casa, sino todo lo contrario —levanta las cejas y el rostro—. Sé que es mucho pedir y entiendo si no está de acuerdo. Con todas las similitudes en esta escena del crimen y la de Beth, creo que sería beneficioso si echara un vistazo.

—¿Qué quiere decir con "un vistazo"?

—Quiero decir...— nuevamente una pausa molesta—. Es extraño que dos jóvenes mujeres completamente diferentes hayan sido asesinadas de esta forma. Beth y Breanna son diferentes en casi todo. Lo único que comparten, Markie, hasta donde sabemos, es usted.

La última frase del detective sale lenta y precavida.