Intelectuales y cultura comunista - Adriana Petra - E-Book

Intelectuales y cultura comunista E-Book

Adriana Petra

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El comunismo, uno de los movimientos político-ideológicos cruciales del siglo xx, dotó de una identidad y una cultura política a millones de hombres y mujeres alrededor del mundo; no solo a trabajadores y campesinos, sino también a amplios sectores de las capas medias, profesionales, artistas, escritores y científicos. Durante décadas, el Partido Comunista Argentino contó con la adhesión de un amplio grupo de intelectuales que participaron de la vida cultural y los debates públicos a través de una vasta red de organizaciones, editoriales y publicaciones periódicas. El análisis de las relaciones entre los intelectuales y el comunismo en Argentina entre el final de la Segunda Guerra Mundial y principios de la década de 1960 constituye el propósito de este libro. A partir de un profundo trabajo con fuentes y archivos, Adriana Petra se aleja de las visiones centradas en la postulación de una institución partidaria monolítica, autorregulada y trascendente para las prácticas de sus dirigentes y militantes y analiza la complejidad que entraña el compromiso político de los intelectuales con un proyecto que exige una lealtad sin fisuras. De este modo, ubica el problema de los intelectuales comunistas en el nudo de múltiples contextos, en los que la tensión permanente entre cultura y política produjo formas organizacionales, discursivas y representaciones diversas. Intelectuales y cultura comunista constituye una contribución fundamental a la historia de las izquierdas en Argentina y demuestra que "la experiencia del comunismo intelectual en el corto siglo xx continúa siendo paradigmática, pues centra sobre sí todas las paradojas de ese personaje moderno que es el intelectual".

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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ADRIANA PETRA

INTELECTUALES Y CULTURA COMUNISTA

Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de posguerra

El comunismo, uno de los movimientos político-ideológicos cruciales del siglo XX, dotó de una identidad y una cultura política a millones de hombres y mujeres alrededor del mundo; no solo a trabajadores y campesinos, sino también a amplios sectores de las capas medias, profesionales, artistas, escritores y científicos. Durante décadas, el Partido Comunista Argentino contó con la adhesión de un amplio grupo de intelectuales que participaron de la vida cultural y los debates públicos a través de una vasta red de organizaciones, editoriales y publicaciones periódicas.

El análisis de las relaciones entre los intelectuales y el comunismo en Argentina entre el final de la Segunda Guerra Mundial y principios de la década de 1960 constituye el propósito de este libro. A partir de un profundo trabajo con fuentes y archivos, Adriana Petra se aleja de las visiones centradas en la postulación de una institución partidaria monolítica, autorregulada y trascendente para las prácticas de sus dirigentes y militantes y analiza la complejidad que entraña el compromiso político de los intelectuales con un proyecto que exige una lealtad sin fisuras. De este modo, ubica el problema de los intelectuales comunistas en el nudo de múltiples contextos, en los que la tensión permanente entre cultura y política produjo formas organizacionales, discursivas y representaciones diversas.

Intelectuales y cultura comunista constituye una contribución fundamental a la historia de las izquierdas en Argentina y demuestra que “la experiencia del comunismo intelectual en el corto siglo XX continúa siendo paradigmática, pues centra sobre sí todas las paradojas de ese personaje moderno que es el intelectual”.

ADRIANA PETRA (Guaymallén, Mendoza, 1974)

Es doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata. Es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CEDINCI), donde también coordinó el área de Archivos y Colecciones Particulares y luego la Secretaría Académica. Se desempeña como docente en la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y ha dictado cursos de grado y posgrado en diversas universidades nacionales. Recibió becas del Ministerio de Educación de la Nación, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), de programas de los gobiernos de Francia y México y de la Princeton University Library.

Ha publicado numerosos ensayos en volúmenes colectivos y en revistas especializadas de Argentina y del exterior. También publicó Los socialistas argentinos a través de su correspondencia. Catálogo de los Fondos de Archivo de Nicolás Repetto, Juan Antonio Solari y Enrique Dickmann. 1894-1980 (2004) y coordinó, junto con Horacio Tarcus, Fondo de Archivo José Ingenieros. Guía y catálogo (2011).

ÍNDICE

CubiertaPortadaSobre este libroSobre la autoraDedicatoriaIntroducciónI. Vanguardistas, reformistas, antifascistasII. Intelectuales y cultura comunista en la segunda posguerraIII. Antiimperialismo y peronismoIV. Los comunistas y la paz. Figuras y problemas de un movimiento globalV. La década comunista. Héctor P. Agosti y los debates de los años cincuentaVI. Gramsci y la nueva izquierda. Morfología de una recepción intensaConclusionesFuentes y bibliografíaÍndice de nombresCréditos

A Blas, por el pasado y el futuro

INTRODUCCIÓN

Los proletarios,

vienen al comunismo

desde abajo

desde los bajos,

mineros,

de la hoz,

y el martillo.

Yo,

me arrojo del cielo poético al comunismo,

porque sin él,

no tengo amor.

Da lo mismo que yo mismo me deporte,

o me envíen al diablo.

Se oxida el acero de las palabras,

el cobre ennegrece con el tiempo.

VLADÍMIR MAIAKOVSKI

 

EL COMUNISMO, uno de los movimientos político-ideológicos cruciales del siglo XX, dotó de una identidad y una cultura política a millones de hombres y mujeres alrededor del mundo; no solo trabajadores y campesinos, por derecho propio llamados a integrar los partidos obreros, sino también amplios sectores de las capas medias o pequeñoburguesas, incluyendo profesionales, artistas, escritores y científicos. Desde la Revolución Rusa de 1917, verdadero acontecimiento catalizador de una generación que abrazó la promesa de redención nacida en Oriente, pasando por las grandes campañas antifascistas de la década de 1930, hasta los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando luego de un combate que exigió enormes sacrificios y produjo millones de muertos la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) emergió con todo el prestigio que le daba su papel principal en la derrota del nazismo, muchos intelectuales se sintieron atraídos por la idea comunista y el experimento soviético. Para la tradición marxista, la cuestión de los intelectuales ha sido objeto de no pocas controversias. Sin embargo, el movimiento político fundado en su nombre fue apadrinado por representantes conspicuos de esas capas, desde Marx y Engels hasta las grandes figuras de la Segunda Internacional. El socialismo, afirmaba Karl Kautsky en 1895, nació en la mente de los intelectuales burgueses. De los 15 miembros del Consejo de Comisarios del Pueblo, el primer gobierno soviético, 11 eran intelectuales. En las décadas siguientes, ya consolidado el proyecto estalinista, los intelectuales y expertos fueron objeto de persecuciones y purgas, sospechados, por su origen de clase, de atentar contra su partido y su pueblo, aliarse con sus enemigos y mantener viejos vicios individualistas y antipopulares. Sin embargo, escritores como Máximo Gorki e incluso el malogrado Vladímir Maiakovski fueron ungidos con atributos casi sagrados, y el movimiento comunista internacional no dejó de cortejar a los intelectuales occidentales, muchos de los cuales prestaron su apoyo a las causas comunistas, incluso a costa de su silencio sobre el terror soviético y poniendo en juego su propio prestigio en cuestiones tales como el realismo socialista y la teoría de las dos ciencias.

Alrededor del mundo, los partidos que nacieron bajo la inspiración bolchevique concitaron la atención y el apoyo de intelectuales y artistas, si bien cada uno lo hizo bajo particulares condiciones, y Argentina no fue la excepción. Durante décadas, el Partido Comunista Argentino (PCA) contó con la adhesión de un amplio grupo de figuras que participaron de la vida cultural y los debates públicos a través de una nutrida red de organizaciones, editoriales y publicaciones periódicas. Sin embargo, son escasos los trabajos dedicados a estudiarlos, probablemente porque la propia figura del “intelectual comunista” conlleva una dificultad que la excede y atraviesa otras múltiples experiencias: ¿cómo pensar el compromiso político de los intelectuales con un proyecto o una experiencia partidaria que exige una lealtad sin fisuras? La recurrente y controversial pregunta acerca de las razones que llevaron a individuos cultivados y sensibles a someterse a una doctrina desplegada en forma elemental y aceptar un papel subordinado en un concierto dirigido por líderes pragmáticos, e incluso mediocres, que despreciaban o simplemente desconfiaban de aquellas cualidades ha recibido variadas respuestas, sobre todo en aquellos países donde la experiencia comunista fue un hecho de masas longevo y de gran arraigo social, como Francia. De todos modos, es necesario advertir que el compromiso intelectual con un proyecto político e ideológico que promete una radical transformación del mundo social y moviliza una serie de representaciones y discursos vitalistas, intransigentes y totalizadores no fue solo patrimonio de los comunistas, ni siquiera de las izquierdas. El bruto de Savonarola, afirma Giuliano Procacci en su Storia degli Italiani, no sedujo solo a una Florencia profundamente atravesada de animosidad popular, sino también al elegante Botticelli y al muy sabio Pico della Mirandola. La experiencia del comunismo intelectual en el corto siglo XX, sin embargo, continúa siendo paradigmática, pues concentra sobre sí todas las paradojas de ese personaje moderno que es el intelectual.

Este libro se propone estudiar las relaciones entre los intelectuales y el comunismo en Argentina durante el período comprendido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la década del sesenta, cuando emergen las manifestaciones iniciales de una “nueva izquierda” y se inicia una serie de crisis y quebrantamientos que con los años reducirán el PCA a su mínima expresión. Aunque aborda una cronología más extensa, se trata de un libro que estudia, fundamentalmente, los años cincuenta, una de las décadas que menor atención ha concitado entre los historiadores de las ideas y la cultura, que en general la consideran un preámbulo un poco deslucido de los sixties. Para la cultura comunista, y podría decirse que para la cultura argentina en general, se trata, sin embargo, de un período clave y, en varios sentidos, definitivo. Son años complejos en los que acontecimientos y procesos ideológicos y políticos globales, como la emergencia de Estados Unidos como potencia mundial, la Guerra Fría, el deshielo soviético y la irrupción del Tercer Mundo, se entrecruzan de modos nunca lineales con el contexto argentino, dentro del cual el peronismo ocupará —como gobierno, movimiento de masas, hecho cultural y motivo ideológico— el centro de la escena. Como se ve, no se trata solo de una cronología política; también en el mundo específico de las ideas y de la vida intelectual se produjeron modificaciones profundas, aunque con sus propias lógicas y temporalidades. Establecer las relaciones entre ambos procesos para iluminar la historia de los intelectuales comunistas argentinos es uno de los objetivos que guiaron la investigación que dio origen a estas páginas.

Dado que se ocupa de los vínculos que los intelectuales mantuvieron con la institución partidaria y de las funciones que se les asignaron y cumplieron en ella, el libro aborda una porción de la historia del PCA, aquella referida a sus figuras y políticas de y sobre la cultura. En tanto analiza el modo en que los intelectuales comunistas produjeron discursos sociales, intervinieron en la vida pública y participaron en instituciones, publicaciones, redes y espacios de sociabilidad que los convocaron como creadores, productores culturales, profesionales o artistas, también considera a una franja del campo intelectual argentino, aquella que ocuparon los que se identificaron con el comunismo como militantes orgánicos, simpatizantes o compañeros de ruta. Se trata de una historia de los intelectuales comunistas que presta particular atención tanto a las características sociales y culturales del espacio cultural partidario, a sus estructuras de participación y a los itinerarios de los intelectuales que se comprometieron con él, como a los clivajes políticos de ese compromiso y a los discursos y las representaciones que esos intelectuales elaboraron sobre su misión y su lugar en la estructura que los albergaba. Atiende, al mismo tiempo, el modo en que el partido les otorgó a sus “trabajadores intelectuales” diversas funciones y definió el contorno de su actividad pública de acuerdo con coyunturas precisas, que matizaron o modificaron la percepción sobre el rol que aquellos debían o podían desempeñar en su interior y en relación con el campo cultural más amplio.1

En su recorrido, el libro espera complejizar las visiones centradas en la postulación de una institución partidaria monolítica, autorregulada y trascendente para las prácticas de sus dirigentes y militantes, así como discutir la reducción del problema del compromiso intelectual partidario a un mero antiintelectualismo. Por eso, evitará plantear la relación entre los intelectuales y el partido como entidades dotadas de una identidad precedente que entra en conflicto para resolverse bajo la forma de la sumisión de los primeros al segundo. Esa perspectiva encuentra en la dimensión teleológica del compromiso con la causa soviética la explicación a una creencia que, en nombre de la Razón, habría permitido que seres formados en el espíritu crítico justificaran o pretendieran ignorar un sistema totalitario y criminal y aceptaran someterse a un papel accesorio dentro de partidos que solo les ofrecían la obediencia a una doctrina burda y esquemática.2 Por el contrario, aquí se intentará ubicar el problema de los intelectuales comunistas en el nudo de múltiples contextos, dentro de los cuales la tensión permanente entre cultura y política, que es parte constitutiva de la figura del “intelectual de partido” —aquel que “tiene como tarea principal ilustrar o defender la doctrina y/o la línea ideológica del espacio al que ha decidido unirse”—, produjo formas organizacionales, discursivas y representaciones diversas.3 Aun constreñido por las lógicas de funcionamiento y la interferencia constante de la institución partidaria en un período donde las batallas ideológicas de la Guerra Fría estimularon una concepción del trabajo creador como función de la propaganda política, el espacio cultural comunista estuvo lejos de ser un plano homogéneo y sin accidentes. En el marco de una cultura política codificada por una ideología redentorista (un proyecto revolucionario universalista encarnado en la Revolución Rusa y la instauración de la URSS) y una doctrina esquemática y autosuficiente (el marxismo-leninismo soviético), unificada sobre una identidad y un sistema de pertenencia institucional rígidamente estructurado (el partido de la clase obrera) y expresada en un lenguaje áspero y propagandístico, los intelectuales comunistas podían presentarse y ser presentados como un colectivo disciplinado y carente de matices.4 Sin embargo, la pertenencia a mundos sociales y culturales largamente sedimentados, la pervivencia de tradiciones y afinidades personales e intelectuales, las disputas generacionales, las jerarquías y lógicas disciplinares y los diferentes modos de concebir la “ortodoxia” e interpretar la dirección del partido en los asuntos que les concernían indican que estos tramitaron de maneras diversas la voluntaria cesión de autonomía que caracteriza su condición de intelectuales de partido. Obligado a moverse en un espacio permanentemente tensionado entre valores e intereses casi siempre contradictorios —aquellos que provienen de las lógicas del campo intelectual y aquellos que provienen de las demandas político-partidarias—, el intelectual comunista es un personaje entre dos mundos propenso a la paradoja. Para ponerse al servicio de una causa universal y trascendente, acepta la dependencia de una autoridad exterior, no intelectual, que le demanda un compromiso total y frente a la cual debe legitimarse. Sin embargo, en tanto mantiene su identidad como intelectual, debe actuar en el mundo de la cultura sin renunciar por completo a sus lógicas específicas y, por consiguiente, asociarlas a la idea de que la misión que le confiere su posición se cumple, o solo puede cumplirse, en el marco de una organización que le otorga a su práctica un sentido y una dirección no puramente intelectual y, en consecuencia, la libera del individualismo, el elitismo y la alienación del mundo capitalista. En conclusión, los diversos modos en que los intelectuales comunistas gestionaron su aspiración a obtener, no sin padecimientos, una “autonomía siempre relativa” e integraron las demandas políticas a sus prácticas intelectuales obligan a establecer distinciones en el interior de un espacio erróneamente revestido de rasgos monolíticos.

¿De qué hablamos, entonces, cuando nos referimos a los intelectuales comunistas en este período? En primer lugar, este libro toma distancia del criterio sustancialista mediante el cual el propio partido definía a los intelectuales; esto es, como un grupo social particular caracterizado por realizar trabajos intelectuales y que, por lo tanto, incluía una amplia gama de actividades y profesiones, desde los artistas y escritores hasta los abogados, los ingenieros y los médicos.5 Adoptar este punto de vista nos hubiera obligado a emprender una investigación diferente, capaz de dar cuenta de realidades muy diversas sin que ello significara precisar con justicia la propia política del partido, que no era una y la misma para cada una de las categorías que englobaba bajo el término “trabajadores intelectuales”. Nuestro criterio, por lo tanto, fue político-cultural antes que sustancial o socioprofesional, por lo que comprendimos por intelectuales comunistas a aquellos que, dotados de un capital cultural específico, intervinieron en el debate público a través de sus obras, sus escritos y sus tomas de posición. En consecuencia —y aunque su estudio resulte imprescindible para una historia social de la cultura comunista—, aquellos que, ejerciendo profesiones intelectuales, actuaron fundamentalmente en el ámbito político, comunitario, gremial o en la esfera de su actividad experta (aun cuando esta fuera puesta al servicio de las necesidades partidarias, como los abogados) no fueron considerados como objeto de esta investigación, como así tampoco los artistas, que formaron parte de un espacio y unos circuitos que, aun compartiendo ciertos datos relativos a la producción simbólica y el compromiso, tuvieron lógicas muy acusadas.

Al entender que existió una serie amplia de gradaciones en las formas que adoptó la estructura de adhesión de los intelectuales al comunismo de acuerdo tanto al tipo de profesiones intelectuales como a la función que el partido les otorgó según el campo en el que les tocaba actuar, este libro pone el foco en la figura del escritor-intelectual o, dicho de otro modo, en los “intelectuales creadores” en el ámbito de la literatura y el ensayo cultural. A diferencia de otros ámbitos disciplinares, como el de la medicina y los saberes psiquiátricos, donde un sector de la intelectualidad comunista logró articular el ejercicio de un saber experto y una práctica profesional autónoma (incluso económicamente) con las demandas de la lucha ideológica y el partidismo cultural que caracterizaron la política intelectual del comunismo internacional desde 1946, en el ámbito cultural-literario esta operación encontró múltiples dificultades, y los comunistas no fueron capaces de generar obras relevantes o disputar un espacio de reconocimiento y legitimidad más allá del círculo partidario.6 Esto es importante porque, a pesar de que en el período aquí estudiado la proyección social antes reservada al representante del arte literario se extendió al universitario, el sabio o el experto, la figura del escritor-intelectual, a través de Sartre y el sartrismo, continuó vigente como la referencia matricial del intelectual moderno y tuvo un particular peso en Argentina, donde la literatura gozó de una prolongada centralidad en el campo intelectual.7 Dentro de la propia tradición comunista, la literatura fue objeto de una particular atención por parte de las autoridades políticas, y los escritores disfrutaron de un reconocimiento tan inusitado como el rigor con el que se controlaba su producción artística y su función en la construcción de una imagen prestigiosa de la cultura soviética y el mundo socialista. Dado que para los comunistas —retomando una idea que no nació con ellos, sino que puede rastrearse en todos los discursos sobre el arte social que produjo el movimiento socialista desde fines del siglo XIX—8 constituía una evidencia que la literatura y el arte eran herramientas útiles en la obra de emancipación del proletariado y el pueblo, les otorgaron a sus producciones un alto valor pedagógico y promovieron una estética de la representación basada en la accesibilidad y transmisibilidad de un mensaje progresista y esperanzador. Los escritores y artistas revolucionarios eran, por lo tanto, aquellos capaces de asumir conscientemente que su obra solo alcanzaría un sentido auténtico cuando, despojada del envilecimiento que le inflige el mundo burgués, fuera capaz de ponerse al servicio de una causa cuya realización también albergaba la promesa de restituir el arte a su función verdadera, sustrayéndolo de la lógica mercantil y restableciendo sus lazos con la totalidad del mundo social.9 El “realismo socialista” soviético, que desde los primeros años de la década de 1930 hasta bien entrados los años sesenta pretendió regir la vida artística en el mundo comunista, codificó esta idea de la funcionalidad social del arte en una estética que redujo el trabajo creador a un conjunto de fórmulas esquemáticas y propagandísticas, y legitimó la concepción del rol dirigente del partido tanto en el ámbito ideológico como en los aspectos formales de la producción artístico-literaria.10

En el espacio del comunismo intelectual argentino, los escritores fueron la categoría dominante, aunque no exclusiva, a lo largo del período estudiado en este libro. Como veremos en el primer capítulo, fueron escritores y artistas provenientes del anarquismo y de las vanguardias estéticas, muchos de ellos de origen inmigrante, los primeros compañeros de ruta del comunismo vernáculo. Durante la etapa antifascista, si bien el espectro de adhesión al partido se amplió considerablemente hacia otras categorías, será en el ámbito literario donde se organice una densa red de sociabilidad política y cultural que estructurará tanto una identidad ideológica perdurable como un circuito de vocaciones intelectuales ligadas a la escritura. Los escritores serán las figuras más numerosas a lo largo de las décadas de 1940 y 1950 en buena parte de las iniciativas partidarias en materia político-cultural: desde los frentes de masas como el Movimiento por la Paz, pasando por las organizaciones culturales que los comunistas impulsaron a nivel nacional y regional, hasta las páginas del órgano intelectual más importante que tuvo el comunismo, la revista Cuadernos de Cultura. En el reverso, los escritores fueron un constante foco de problemas para la institución partidaria pues, al contrario de otras profesiones intelectuales cuya funcionalidad política o gremial era más evidente o inmediata, aquellos carecían de una tarea específica más allá de disponer su nombre para la batalla ideológica y cultural. Por esta razón, consideramos que, mediante el prisma de la figura del escritor-intelectual, es posible iluminar con mayor nitidez las tensiones que se produjeron entre la voluntad de intervención pública de los intelectuales comunistas en la disputa por la definición de interrogantes largamente transitados (la cultura nacional, las tradiciones culturales, las funciones de la crítica) y los límites impuestos por las lógicas y demandas de la institución partidaria. A lo largo de este libro, nos ocuparemos de varias figuras que, circunscriptas por este recorte, se destacaron en diversos momentos u organizaciones de la vida partidaria. No se trata, hay que advertirlo, de una prosopografía de todos los intelectuales comunistas ni de todos sus escritores, pues solo se ha considerado un conjunto de nombres, aquellos que se juzgaron representativos para abordar tanto formas diversas de adhesión y compromiso como ciertos problemas y debates político-culturales.

El PCA careció de una figura relevante en el campo literario. A diferencia de otros partidos latinoamericanos, el argentino no contó con firmas equivalentes a Pablo Neruda, Jorge Amado o Nicolás Guillén, quienes fueron capaces de dotar de prestigio a las posiciones comunistas en el campo de la cultura, articulando su compromiso político con una popularidad conquistada por la escritura inspirada. Por el contrario, los escritores comunistas argentinos ocuparon espacios marginales tanto en el campo intelectual nacional como en el propio espacio transnacional del comunismo, cuyas tribunas raramente les estaban reservadas. En el ámbito del ensayo cultural, Héctor P. Agosti constituyó una excepción, puesto que gozaba de un reconocimiento genuino en los círculos de la intelectualidad progresista, la que advertía en él un par de méritos probados “a pesar” de ser un comunista y detrás de las concesiones que su escritura debía rendir a las exigencias de su condición. Aun así, en el campo artístico-literario es posible verificar con mayor claridad el “sistema de compensaciones” que Jeannine Verdès-Leroux analizó para evaluar la figura del “intelectual de partido”. Este, afirma, a diferencia del “intelectual autónomo”, carece de un nombre propio, de una formación universitaria legítima o de una práctica artística reconocida por los “tribunales burgueses” y, en consecuencia, debe su prestigio, su poder y sus privilegios únicamente a la institución partidaria, que premia su disciplina y su celo doctrinario con una amplia gama de gratificaciones y oportunidades culturales: un vasto conjunto de revistas y editoriales en las que promueve su participación, un circuito internacional de traducción y circulación de obras, una buena crítica acorde con el “espíritu de partido”, la posibilidad de viajar y participar en eventos internacionales, etcétera.11

Aunque no sea la intención de este libro explicar el compromiso de los intelectuales con el comunismo estableciendo una analogía entre posiciones marginales del campo intelectual y posiciones políticas favorables al partido, el dato no puede soslayarse.12 En efecto, una de las funciones principales del espacio cultural comunista y sus instituciones fue actuar como instancia de legitimación de sus propios intelectuales, lo que puede verificarse con solo repasar quiénes publicaban en las editoriales ligadas al partido o el sistema semicerrado de reseñas de su prensa y sus publicaciones especializadas. Este mecanismo fue más fluido en ciertas fracciones del campo literario y artístico a las cuales se les ofrecía, con mayor vigor si respondían a los cánones estéticos esperables, tanto un respaldo crítico como un mercado y un público. En el mismo sentido, Ricardo Pasolini ha señalado el modo en que las instituciones culturales animadas por comunistas al calor de la batalla antifascista facilitaron el ingreso a la carrera de escritor de figuras marginales cultural y geográficamente.13 Esta dependencia de la institución partidaria facilitó que las dirigencias se sintieran en particular atraídas por intervenir y legislar en cuestiones literarias y artísticas, como lo demuestran las polémicas sobre el “realismo socialista” y la “herencia cultural” que se sucedieron desde fines de la década de 1940.

El mundo cultural de los comunistas argentinos fue un espacio estructurado en una amplia red de instituciones, editoriales, publicaciones periódicas y emprendimientos asociativos que tuvieron un impacto y ocuparon un lugar en el campo intelectual, y generaron una imagen acerca del “aparato cultural” del PCA que logró imponerse sobre su mediana producción teórica y creativa. Fue, también, uno de los elementos a través de los cuales se construyó el relato del “peligro” comunista, largamente extendido en la vida política argentina. En 1956, por ejemplo, la revista nacionalista Esto Es afirmaba, no sin alarma, que la “poderosa organización” del PCA controlaba, además de sus organizaciones oficiales, más de cuarenta asociaciones culturales, profesionales y comunitarias, y editaba 16 publicaciones, sin contar una abundante masa de boletines y periódicos mimeografiados. Según los cálculos del redactor, la prensa periódica comunista lanzaba a la calle unos doscientos mil ejemplares semanales. Si a esto se sumaban las publicaciones procedentes del exterior, se llegaba al exorbitante número de un millón de ejemplares por mes.14 A lo largo de estas páginas, analizaremos algunas instituciones y emprendimientos de este entramado en cuyo interior los intelectuales interpretaron de modos diversos y a menudo complejos la obediencia política que el partido les demandaba. Esto se manifestó tanto en el debate público como en sus producciones culturales y textos políticos y teóricos, de acuerdo con contextos locales e internacionales precisos que es necesario restituir.

En efecto, también en el ámbito de la cultura los partidos comunistas deben ser analizados atendiendo a su doble carácter de miembros del movimiento comunista internacional y actores de la vida política de sus respectivos países. La dimensión internacional de la adhesión de los intelectuales al comunismo es clave para comprender las lógicas del compromiso de un grupo particularmente sensible a las ideas del mundo y sobre el cual tuvieron un peso determinante acontecimientos globales como la Revolución Rusa, las dos guerras mundiales, la guerra civil española, la Guerra Fría, la Revolución Cubana, verdaderos “eventos catalizadores” de identidades y sensibilidades generacionales, políticas y culturales.15 Es importante además evaluar de qué modo los intelectuales gestionaron ese fenómeno “sociológicamente único”, al decir de Perry Anderson, que desde la creación de la Internacional Comunista (IC o Comintern, por su nombre en ruso) en 1919 y al menos hasta la disolución de la Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros (Cominform, por su nombre en ruso) en 1956, hizo del comunismo un espacio internacional articulado por la disciplina y la lealtad a un único centro ideológico, simbólico y político, dando lugar a modos diversos de relación entre el sistema de creencias que aseguraba la adhesión incondicional a la URSS y la dimensión nacional y social de cada partido.16 Sin embargo, la cuestión de la dependencia del centro moscovita es particularmente relativa en el caso del mundo intelectual. Observado desde el punto de vista de sus lógicas intelectuales y culturales, en el período analizado en este libro el mundo cultural comunista se organizó a partir de la existencia de múltiples centros, aunque jerarquizados, y de otras tantas periferias, relacionadas de manera desigual con esos centros. Lejos de la unilateralidad y la homogeneidad, el espacio transnacional del movimiento comunista se constituyó sobreimprimiéndose con tradiciones locales previas y reproduciendo las lógicas a partir de las cuales cada cultura nacional elaboraba su propia condición provinciana o metropolitana. Los intelectuales comunistas argentinos se vincularon al centro simbólico y político alojado en Moscú de maneras que es necesario evaluar en su especificidad. Participaron, por supuesto, del sistema de circulación y consagración que ofrecía, y fueron traducidos a diversas lenguas; viajaron, ejercieron funciones de diplomacia cultural y publicaron en editoriales tanto soviéticas como europeas y latinoamericanas. Sin embargo, en términos de la recepción de las codificaciones teóricas y doctrinarias en materia cultural, el centro fue París, y no Moscú. El comunismo francés, potente en términos organizativos y políticos, era débil en términos teóricos, y ocupó un espacio marginal respecto a la omnipresencia del sartrismo en ese mundo intelectual. No obstante, para los comunistas argentinos, o al menos para la generación que participaba, por herencia y formación, de la francofilia propia de las elites culturales argentinas, aquel país constituía el centro de referencia para procesar los mandatos culturales soviéticos. París actuó como un centro intermediador entre Moscú y la periferia comunista, y los intelectuales comunistas argentinos fueron “ortodoxos” a la francesa, como lo veremos en muchos de los debates y las polémicas analizados en los sucesivos capítulos. Una vez rota la unidad del mundo comunista, la cuestión de los centros y las periferias se complejizó perceptiblemente con la emergencia de China como rival de la URSS desde fines de la década de 1950, situación que se advierte con claridad en el caso del Movimiento por la Paz que estudiaremos en el capítulo IV. Pero para el recorrido que propone este libro es crucial el caso italiano. Como observaremos en detalle en el último capítulo, al tratar el caso de la revista Pasado y Presente, el surgimiento de Italia como un centro político-intelectual del marxismo europeo, amparado, precisamente, en la teorización del policentrismo que llevará adelante el Partido Comunista Italiano (PCI) de la mano de Palmiro Togliatti, convierte el mundo cultural peninsular en un nuevo prisma desde el cual observar el derrotero del proyecto emancipador que aún podía albergar el comunismo y, al mismo tiempo, en una vía de comprensión de la situación peronista y de modernización de los lenguajes marxistas. Este desplazamiento político y geocultural se articulará con un cambio morfológico del espacio intelectual comunista que, aunque presentado como una ruptura generacional, fue una importante consecuencia de la inserción de muchos jóvenes intelectuales comunistas en nuevos circuitos culturales facilitados por su paso por las aulas universitarias. Para estos, Moscú deja de ser un centro no solo en un sentido político inmediato, sino también en un sentido estrictamente cultural: dotados de un mayor capital intelectual, pudieron prescindir de la legitimación alternativa que ofrecía el mundo comunista y abrirse al sistema de referencias provisto por un espacio político-intelectual novedoso, aunque no central en términos académicos, como el italiano. En definitiva, a lo largo de los siguientes capítulos la dimensión transnacional del comunismo será considerada menos como una perspectiva necesaria que como una cualidad intrínseca del objeto que se estudia.

Comprender la “compleja dialéctica” entre los determinantes nacionales e internacionales obliga también a matizar la dimensión puramente teleológica de la adhesión de los intelectuales a la idea comunista y, en consecuencia, a considerar que los contextos nacionales, la posición efectiva de los partidos en cada sociedad y sistema político, así como las particularidades de los grupos dirigentes, fueron elementos que en buena medida determinaron las posibilidades del compromiso de los intelectuales y las formas que este adoptó en diversas coyunturas. En este sentido, es posible afirmar que, mientras mayor es la marginalidad de la institución partidaria respecto al sistema político y el movimiento social, mayor es también su propensión a enfatizar las pretensiones de autarquía, de mundo aparte y, por lo tanto, a devenir una institución defensiva y autoritaria. En el caso del PCA, sometido desde los años treinta a constantes persecuciones y condiciones de ilegalidad, este cerramiento defensivo no colaboró con su capacidad de atraer fracciones del mundo intelectual, pues la pertenencia al partido no pocas veces costaba la carrera, el puesto de trabajo, cuando no el exilio o la cárcel, mientras que en pocas ocasiones aportaba un prestigio suplementario. Pero además, dado que la relación con el mundo de los trabajadores y la capacidad para otorgar a fragmentos de ese mundo una identidad social y política constituye un factor fundamental de la posibilidad de los partidos obreros de interpelar otras categorías sociales, particularmente los intelectuales, el comunismo argentino debió enfrentarse al hecho de que desde 1945 un movimiento al que caracterizaba como “fascista y reaccionario” le disputara con éxito la adhesión de los trabajadores.

En efecto, durante sus primeras dos décadas de existencia, el PCA fue una corriente de peso en el proletariado industrial argentino y un actor importante en el mundo del trabajo y la sociabilidad obrera.17 La llegada del peronismo al poder lo redujo a una marginalidad política y sindical de la que no logró recuperarse y desde entonces, convertido en un partido con ascendente sobre todo en las clases medias, halló su principal espacio de gravitación en el campo de la cultura y la batalla ideológica. Durante los años peronistas, esta situación, fatal para un partido de clase, no supuso, sin embargo, que los intelectuales le restaran apoyo. La combinación entre el prestigio del movimiento comunista internacional tras la salida de la Segunda Guerra y la certeza, ampliamente compartida en el mundo de la cultura, acerca del carácter de “experimento fascista” que revestía el gobierno comandado por Juan Domingo Perón se tradujo en el respaldo de numerosos intelectuales y artistas, algunos de los cuales decidieron ingresar a las filas partidarias como una extensión de su militancia antifascista, cuyos tópicos y sensibilidades perduraron en la interpretación de la nueva realidad. Sin embargo, no debe olvidarse que fueron intelectuales comunistas de gran prestigio y gravitación partidaria los que más prontamente se vieron interpelados por la ascendencia que tenía Perón entre las masas obreras y emprendieron la revisión de sus lealtades comunistas, como fue el caso de Rodolfo Puiggrós, Elías Castelnuovo, Manuel Sadosky, Cora Ratto y Carlos Dujovne. Esta particularidad se hizo más evidente luego del golpe militar que derrocó al gobierno en septiembre de 1955. Una vez abierta la “situación revisionista” de la experiencia peronista en el seno de las izquierdas, la gravitación puramente ideológica y cultural del PCA fue objeto de cuestionamiento en el propio ámbito de las clases medias ilustradas que pretendía interpelar. Estas comenzaron a preguntarse en virtud de qué títulos, que no fueran los del “buen uso de la doctrina”, los comunistas se arrogaban la representación política de la clase obrera.18

El comunismo, en efecto, no fue ajeno al proceso de contestación generacional e impugnación ideológica que tuvo al espacio liberal, y con este a las izquierdas “tradicionales”, como centro de una profunda mutación de la identidad política de los intelectuales, cuya relectura del peronismo fue acompañada de un notable proceso de modernización cultural y una apertura hacia nuevos horizontes teórico-políticos, donde el marxismo podía articularse con el existencialismo, el nacionalismo y, Revolución Cubana mediante, la lucha armada. En este libro, el conflicto entre las nuevas promociones intelectuales y las elites políticas que hasta ese momento detentaban el monopolio del saber marxista será analizado también en el marco de un proceso global, común a la mayoría de los partidos comunistas de Occidente: el surgimiento de un nuevo tipo de intelectual profesional dentro del partido y de nuevos saberes, disciplinas y regiones teóricas en el marco de un acelerado proceso de modernización cultural. La emergencia, junto al intelectual de partido, de una nueva especie, el intelectual en el partido, dispuesto a reclamar un rol específico en la elaboración de la estrategia teórica y política de la organización, si bien no fue una particularidad argentina, supuso en este caso el cierre abrupto de un capítulo crucial de la historia del comunismo y sus intelectuales en el país.19 De modo concomitante a este cambio morfológico, el impacto de la Revolución Cubana traerá consigo una reformulación de los discursos sobre el intelectual, que también impactará sobre los comunistas. Si desde los primeros años de la década de 1950 el partido flexibilizó los tonos típicos del antiintelectualismo y el obrerismo aceptando otorgar a los intelectuales un lugar específico en las estructuras organizativas, aunque subordinado política e ideológicamente, la politización que tuvo a Cuba como horizonte de apertura y pertenencia y la agudización de los debates sobre la función del intelectual, que terminaron delineando los contornos de la figura del “intelectual revolucionario”, convirtieron a los intelectuales comunistas en objeto de una impugnación que los asociaba a las elites liberales en la misma poltronería y vocación por mantener sus prerrogativas qua intelectuales.20

 

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El debate sobre los intelectuales en las sociedades modernas es tan vasto y complejo como el conjunto de definiciones acerca de qué es un intelectual. No es la ausencia de respuestas a este último interrogante, ha dicho Tulio Halperin Donghi, sino la variedad de ellas lo que crea la dificultad para la empresa de su desciframiento.21 Este libro se inscribe en una historia de los intelectuales tal como fue definida desde la década de 1980 por el historiador francés Jean-François Sirinelli y su escuela, y retomada en Argentina por Carlos Altamirano; esto es, como un enfoque que se distancia de la historia de las ideas en sus dominios clásicos para reintroducirla en el terreno de la historia social y política de los actores de la cultura y sus prácticas culturales. Se trata de un abordaje que pretende escapar de las visiones normativas acerca de lo que “deber ser” un intelectual, para interesarse en aquello que efectivamente es, de acuerdo con contextos múltiples y a partir de ciertos elementos fundamentales: la reconstrucción y el análisis de itinerarios y trayectorias, de redes y espacios de sociabilidad y de tradiciones intelectuales y afinidades generacionales.22 Una historia de los intelectuales así concebida ya no solo se interesa por los textos canónicos y las grandes figuras, sino también por los procesos materiales e intelectuales de mediación cultural y, por eso, se nutre de los estudios de recepción y circulación de ideas, del floreciente campo de los estudios sobre la historia del libro y la edición y de los enfoques biográficos preocupados por figuras laterales o marginales a los centros de consagración cultural. Esta investigación se apoya, al mismo tiempo, en ciertas herramientas de la sociología de los intelectuales desarrollada por Pierre Bourdieu y recuperada en algunos estudios modélicos sobre el espacio cultural comunista, puesto que toma en cuenta la relación entre el conjunto de disposiciones sociales que caracterizaron el perfil de ciertos intelectuales comunistas y las posiciones que estos ocuparon en el interior de la estructura partidaria y en el campo cultural más general. Sin reducir las elecciones políticas e ideológicas a cuestiones de estrategia y disputa entre dominantes y dominados, un análisis de estas características permite complejizar una relación que de otro modo corre el riesgo de fluctuar entre una explicación subjetivista, que considera el compromiso de los intelectuales con el comunismo como un acto de pura convicción y entrega de sí, y una imagen de la institución partidaria como un mecanismo ciego de imposiciones y órdenes arbitrarias.

Este libro es, además, un ejercicio de historia de las izquierdas, un espacio de indagación que, aunque aún es difícil considerar como un campo o subcampo disciplinar sometido a criterios comunes y consensos amplios, ha experimentado un notable crecimiento y profesionalización en las últimas décadas, tanto en Argentina como en América Latina. Dentro de este panorama en general auspicioso, la suerte del PCA no ha sido aquella reservada al best seller. No es desacertado afirmar que, de todas las experiencias partidarias u organizaciones políticas de la izquierda argentina, la comunista es la que ha merecido menor atención, constituyendo un caso paradigmático de desajuste entre una organización que tuvo un peso relevante en ciertos sectores de la vida social argentina —desde el movimiento obrero en las décadas de 1930 y 1940 hasta importantes sectores culturales e intelectuales en las dos décadas siguientes— y la escasa proporción de trabajos dedicados a estudiarla. Esta situación se ha revertido solo en parte con la publicación de algunos estudios recientes, los que han supuesto un avance sustancial para construir una base de conocimientos empíricos e hipótesis de trabajo. En la mayoría de los casos, se trata de investigaciones que fundamentalmente prestan atención a la relación del PCA con el movimiento obrero y el mundo laboral, a la dilucidación de los momentos fundacionales del partido, a la recuperación de tramos parciales de su historia institucional o a los vínculos con el movimiento comunista internacional.23 Existen también trabajos sobre períodos recientes, como los dedicados al espinoso tema del “apoyo táctico” del PCA a la dictadura militar de 1976, o los que abordan las posiciones del partido frente a acontecimientos de política internacional.

En materia cultural, solo el “período antifascista” ha sido objeto de un estudio atento a los mecanismos de construcción de una densa red cultural comunista y de una identidad política perdurable para sus intelectuales.24 En algunos casos, la atención ha sido puesta en grupos profesionales y/o campos disciplinares, como la psiquiatría y la historiografía, aunque desde un punto de vista monográfico o en el contexto de investigaciones más extensas o centradas en los objetos disciplinares, con la excepción de los trabajos ya mencionados dedicados a la recepción y circulación, en el comunismo argentino, de la neuropsicología soviética y el vínculo de la cultura comunista con el psicoanálisis.25 Algunas figuras importantes del comunismo intelectual argentino han merecido mayor atención, como Aníbal Ponce, Rodolfo Puiggrós y Ernesto Giudici.26 Desde el campo de la crítica literaria y el análisis cultural, escritores y emprendimientos editoriales y culturales vinculados al espacio comunista han dado lugar a ensayos perdurables, aunque solo lateralmente dedicados al problema de los vínculos entre el partido y sus intelectuales.27 En el mismo sentido, pueden mencionarse los trabajos que se han ocupado del problema del realismo literario, desde el didactismo pedagógico de los escritores de Boedo hasta el regionalismo narrativo que caracterizó cierta franja de la literatura escrita por comunistas durante las décadas de 1940 y 1950. La relación entre arte y comunismo ha sido analizada de manera particular para el período comprendido entre las décadas de 1920 y 1940, y con la atención puesta en las revistas y publicaciones periódicas o en ciertos grupos artísticos.28

En definitiva, el problema de los intelectuales en la cultura comunista carece aún de investigaciones de largo aliento, al punto que en los más recientes balances historiográficos sobre la izquierda no merece ni una mención específica, con la excepción de los trabajos dedicados a la “nueva izquierda intelectual”, como los libros de José María Aricó sobre la experiencia de Pasado y Presente y el itinerario de Gramsci en América Latina y de Néstor Kohan sobre la revista La Rosa Blindada.29 Esta selección es sintomática de una perspectiva recurrente: la historia del comunismo intelectual argentino ha sido evaluada desde el punto de vista de las disidencias y las rupturas, un énfasis que ocluyó el estudio de la propia formación partidaria.30 En efecto, son numerosas las investigaciones que, intentando dar cuenta de diversos aspectos de la cultura y la política argentinas durante los años posteriores al derrocamiento de Juan Domingo Perón, han mencionado el comunismo como un actor central de espacio cultural de las izquierdas, aunque enfatizando el hecho de que el monolitismo dogmático, el antiintelectualismo crónico y la inveterada adhesión a las directivas moscovitas de las dirigencias partidarias lo ubicaron lejos de ser un “partido de ideas”. Desde este punto de vista, el vínculo entre el partido y sus intelectuales se reduce a una ecuación sencilla: la obediencia a las direcciones partidarias o la expulsión a las filas de los “renegados” o “ideólogos pequeñoburgueses”. La solicitud de fidelidad y las constantes interferencias del partido sobre el rumbo del trabajo cultural habrían sometido a los intelectuales, en palabras de José María Aricó, a un “mandato incumplible”, y los habrían obligado a una permanente marginalidad en las decisiones sobre los asuntos que constituían su propio campo de trabajo.31 Investigaciones académicas recientes han cuestionado este tipo de interpretaciones, señalando que tanto el prisma del “monolitismo” como el del “seguidismo” soviético son erróneos e insuficientes para pensar el problema de los intelectuales comunistas. En general centradas en la figura excluyente de Héctor P. Agosti, constituyen avances fundamentales, tanto en la reconstrucción empírica de tramos fundamentales de la vida partidaria de los que el autor de Nación y cultura fue protagonista, como en la apertura de nuevos horizontes interpretativos sobre quien parece condensar todas las contradicciones del típico “clerc” comunista.32

Este libro está organizado con un criterio al mismo tiempo cronológico y temático, pero se comprende mejor como un mosaico donde pequeñas piezas van agregándose a lo largo de los capítulos hasta lograr una composición de conjunto. Aunque en su título el libro anuncie una historia de los intelectuales comunistas argentinos, el espacio geográfico y cultural del que se ocupa es sobre todo Buenos Aires, por razones más operativas que analíticas. Futuras investigaciones darán cuenta de los alcances y las limitaciones de este estudio al extender la mirada hacia un espacio nacional más vasto y complejo.

El primer capítulo tiene como objetivo brindar un panorama general del mundo intelectual del comunismo argentino en los años previos al período que abarca la investigación, es decir, entre los años que van desde la fundación del PCA en 1918 hasta el ocaso del movimiento antifascista en los primeros años de la década de 1940. Poniendo la atención en un grupo de revistas político-culturales y los intelectuales que las animaron, se busca reponer, a grandes trazos, los diversos modos que adoptó el compromiso de los intelectuales argentinos con el comunismo en este período, desde el deslumbramiento con la revolución de 1917 y la solidaridad con el experimento soviético, pasando por los intentos de crear un arte proletario en la etapa de “clase contra clase”, hasta la formación de una sensibilidad antifascista ligada a la defensa de la cultura liberal desde mediados de la década de 1930, cuando el comunismo internacional propició la creación de frentes populares.

En el segundo capítulo se estudian las políticas culturales del comunismo y el proceso de reconfiguración de su espacio intelectual a partir de 1945, cuando el fin de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo el inicio de la Guerra Fría conformaron un escenario internacional en el que el enfrentamiento ideológico y el endurecimiento de la disciplina partidaria en los ámbitos artísticos, culturales y científicos fueron puestos en primer plano. Se analiza el proceso de profesionalización del espacio intelectual comunista argentino como parte de un movimiento general en el que los partidos comunistas occidentales buscaron definir la acción de sus intelectuales en el “terreno de las ideas” combatiendo las tendencias “obreristas” y dotándolos de estructuras de participación específicas.33 Se observa allí el modo en que esta situación impactó en muy distintos niveles, desde las polémicas, rupturas y expulsiones en torno a la literatura realista o el arte figurativo hasta la conformación de organizaciones y frentes por especialidad y la diversificación y extensión del trabajo editorial y las publicaciones periódicas.

El tercer capítulo está dedicado a reconstruir el impacto de los motivos ideológicos del antiimperialismo entre los intelectuales comunistas argentinos, que reverdeció durante los años de Guerra Fría, en el mismo momento en que el partido se enfrentaba al surgimiento del peronismo como fenómeno político de masas. Bajo este foco y en función de esos dos procesos concomitantes, se estudia el episodio de acercamiento al gobierno de Juan Domingo Perón que se produce en los últimos meses de 1952 y que es asociado al nombre de su principal impulsor, el entonces secretario de Organización Juan José Real, y las consecuencias que tuvo tanto en la reestructuración interna del espacio cultural comunista como en el lugar que este ocupaba en la geografía del campo intelectual argentino. También analizaremos las lecturas comunistas sobre el imperialismo en el ámbito de la cultura, la figura del “cosmopolitismo” y el modo en que, en este contexto, los escritores comunistas comenzaron a preocuparse por temas como el idioma, el territorio y la literatura nacional, particularmente la gauchesca. Estos cambios fueron acompañados por el impulso de organizaciones locales, continentales e internacionales que buscaron ordenar el trabajo intelectual en torno a la defensa de las culturas nacionales y los contenidos pacifistas y antiimperialistas.

El cuarto capítulo está dedicado a la reconstrucción de las alternativas latinoamericanas del Movimiento por la Paz, la iniciativa frentista más importante del comunismo internacional de posguerra. A través de los itinerarios de algunas de sus figuras principales, como Ernesto Giudici, María Rosa Oliver y Alfredo Varela, intentaremos dar cuenta de las diferentes funciones que los intelectuales asumieron en la articulación de un discurso que combinaba la defensa de la URSS como baluarte del progreso y la paz y los motivos antiimperialistas y nacionalistas que sustentaron el discurso comunista desde fines de la década de 1940. El capítulo analiza las dificultades y los obstáculos que el llamado pacifista de los comunistas encontró en el contexto argentino, atravesado por la dicotomía entre peronismo y antiperonismo, y el modo en que las redes del pacifismo soviético propiciaron el encuentro de los intelectuales latinoamericanos con una nueva geografía político-cultural: el Tercer Mundo.

El quinto capítulo se ocupa de la figura de Héctor P. Agosti para estudiar a través de ella los debates políticos, ideológicos y culturales de la década de 1950. En el contexto de las revelaciones del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, donde se denunciaron los crímenes del estalinismo y el culto a la personalidad, del proceso de desestalinización que se profundizó desde entonces, de la progresiva emergencia de China como un rival de la URSS en el mundo comunista, de la teorización del policentrismo y, finalmente, del trauma que en este marco supuso la invasión a Hungría a fines de 1956, los intelectuales comunistas argentinos debieron enfrentarse además a la crisis abierta por el fin de la experiencia peronista y sus consecuencias, casi cismáticas, sobre el campo político e intelectual. En este período, la figura de Agosti se vuelve central, y es en relación con estas coordenadas que son analizadas sus intervenciones sobre el problema de los intelectuales, la cultura y la cuestión nacional, así como el movimiento de renovación partidaria que intentó bajo la tutela de Antonio Gramsci.

El último capítulo tiene como objetivo recomponer algunos momentos de la recepción de la cultura italiana en el país y analizar el modo en que la experiencia de la izquierda comunista italiana impactó en los debates intelectuales del comunismo argentino e introdujo un nuevo orden de problemas estéticos y políticos y articuló un espacio de contestación política y generacional que se manifestó a través de un conjunto de revistas político-culturales de vocación modernizadora. En este contexto, el capítulo aborda el caso específico de la publicación cordobesa Pasado y Presente y el modo en que el proceso de recepción de la obra de Antonio Gramsci iniciado por Agosti se articuló con un cambio morfológico del espacio intelectual comunista —y del campo intelectual en general— y derivó en la ruptura que marcará el inicio del ocaso del comunismo intelectual en el país.

 

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Este libro tiene su origen en la tesis de doctorado que presenté en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata en 2013, algunos de cuyos tramos fueron publicados en libros y revistas especializadas. Mi primer agradecimiento es, entonces, para el organismo público que hizo posible que pudiera dedicarme largos años a la investigación sobre la que se asienta este volumen: el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Desde 2006, cuando comencé a esbozar lo que a lo largo de estos años se ha convertido en el tema casi excluyente de mis preocupaciones académicas, muchas personas me brindaron su apoyo. En este breve espacio, espero rendirles el debido aunque nunca suficiente reconocimiento. En primer lugar, a Horacio Tarcus. De sus saberes, de su voluntad hercúlea y de sus inveteradas obsesiones, aprendí no solo un modo de pensar y estudiar las izquierdas, sino también la pasión por los libros, las revistas y los archivos. A su cercanía le debo el conocimiento de un mundo que ahora es parte de mi vida. A Mariano Plotkin, quien dirigió mi investigación doctoral con dedicación y, sobre todo, paciencia con mis tiempos y elecciones, recordándome siempre que la única tesis buena es aquella que se termina. A Carlos Altamirano, quien demostró un temprano interés por mis trabajos, los leyó y comentó con enorme entusiasmo y me realizó sugerencias siempre generosas, inteligentes y precisas. Tuve también el honor de tenerlo como jurado de mi tesis doctoral junto a dos grandes historiadores cuya lectura rigurosa me resultó decisiva, Andrés Bisso y Ricardo Pasolini.

Desde que este libro era apenas un proyecto, fue leído y discutido con atención y rigurosidad en espacios diversos. En primer lugar, en la maestría de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella, donde encontré a grandes maestros en una disciplina que todavía no me pertenecía del todo. Entre ellos, Darío Roldán fue para mí un apoyo y un aliciente decisivo, aunque sospecho que él no lo sabe hasta ahora. Luego, en el grupo Saberes del Estado y Elites Estatales, que funciona en el Instituto de Desarrollo Económico y Social, mi primer lugar de trabajo, a cuyas autoridades y personal también agradezco. Finalmente, en el Seminario de Historia Intelectual y Recepción de Ideas del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas de la Universidad Nacional de San Martín (CeDInCI/UNSAM), al que me une un vínculo afectivo e intelectual difícil de mensurar. Algunos de sus históricos y nuevos integrantes tuvieron un rol decisivo en la elaboración de tramos sustanciales de esta investigación y asumieron el trabajo de leer los originales con una dedicación a veces excesiva. Entre estos últimos se encuentran Emiliano Álvarez, Martín Bergel, Adrián Celentano y Martín Ribadero, además de Natalia Bustelo, Mariana Canavese, Vera Carnovale, Alejandro Dujovne, Laura Fernández Cordero, Lucas Fernández Rubio, Karina Jannello, Alejandra Mailhe, Margarita Merbillhaá y Ezequiel Saferstein. También quiero agradecer a otros espacios a los que fui invitada a discutir avances de esta investigación: el Taller de Historia Intelectual, organizado desde hace ya varios años por el Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes y el Programa de Historia y Antropología de la Cultura de la Universidad Nacional de Córdoba; el Seminario de Historia de las Ideas, los Intelectuales y la Cultura “Oscar Terán” del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani de la Universidad de Buenos Aires, a cuyos integrantes y organizadores agradezco en la figura siempre atenta y generosa de Adrián Gorelik; por último, el Seminario Intelectuales, Política y Cultura de Izquierda en Argentina y América Latina, y en especial a José Casco y Mariano Zarowsky, dos de sus principales impulsores.

Esta investigación no hubiera podido realizarse sin un gran trabajo de fuentes y archivos, y en este sentido mi reconocimiento mayor es para el CeDInCI, una de las instituciones más importantes de América Latina en lo que hace a la preservación, catalogación y difusión de la cultura de izquierdas. A todo su equipo, mi agradecimiento por su tarea y por los años compartidos. Dos becas me permitieron explorar bibliotecas y archivos del exterior: una del programa Secyt-Ecos, que me facilitó una larga estadía en París, y otra del Department of Rare Books and Special Collections de la Princeton University Library, donde pude consultar archivos de comunistas argentinos que se encuentran disponibles en Estados Unidos. También agradezco a los responsables del Archivo Histórico del PCA y del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti; y a la asistencia de Federico Schujman y Manuel San Román. Algunas personas me ayudaron con su tiempo y sus recuerdos a través de largas entrevistas que afrontaron con paciencia y entusiasmo: Roberto Raschella, Horacio Crespo, Héctor Schmucler, Isidoro Gilbert y dos grandes hombres que ya no están, Juan José Manauta y Francisco Delich. También Alicia García Gilabert me facilitó testimonios y documentos valiosos.

Amigos y colegas me brindaron su apoyo en momentos imprescindibles y en las múltiples tareas y necesidades, también emocionales, que supone investigar y escribir durante largos años, algunos de ellos incluso antes de que esta aventura comenzara: Ana Clarisa Agüero, Adriana Arpini, Alejandra Ciriza, Martín Cortés, Diego García, Bruno Groppo, Claudia Gilman, Dainis Karevops, Ricardo Melgar Bao, Pilar Pineyrúa, Martía Cristina Tortti y la recordada Olga Ulianova. Un reconocimiento especial es para mis colegas de la Red Iberoamericana de Estudios sobre Comunismo, Mercedes Saborido, Laura Prado Acosta y Luciano Nicolás García, interlocutores imprescindibles. Finalmente, mi agradecimiento es para Clara Bressano, sin cuyo apoyo todo hubiera sido menos alegre.

Desde hace casi diez años, Joaquín Vitali acompaña mi vida y mi trabajo. Él vio nacer esta investigación como una idea y la alimentó con amor y paciencia mientras construíamos un hogar y una familia. Este libro también le pertenece.

1 La definición de los intelectuales como un tipo particular de trabajadores está asociada a la figura de “proletariado intelectual” que surge, en el contexto de los debates de la Segunda Internacional, de la pluma de Karl Kautsky y que constituirá la base de todas las interpretaciones posteriores que tendieron a considerar a los intelectuales en el marco de su ubicación en la estructura social y resolvieron su interpelación en términos gremiales o corporativos. Para Kautsky, el desarrollo capitalista hacía aumentar el número de individuos dedicados a actividades intelectuales como producto de una división del trabajo en el interior de las clases dominantes, que tendía a delegar en grupos no directamente ligados a la explotación capitalista nuevas funciones profesionales y burocráticas. Pero el capitalismo, observaba, al mismo tiempo que hacía crecer estos “estratos intermedios”, era incapaz de absorberlos completamente, con el resultado de que se generaba una superproducción de intelectuales cuyas condiciones de vida no eran muy diferentes a las de las clases trabajadoras. Véase “La inteligencia y la socialdemocracia”, en Max Adler, El socialismo y los intelectuales, México, Siglo XXI, 1980, pp. 244 y ss. El tema de la “superproducción de intelectuales” como motivo ideológico en Europa desde el siglo XVII es analizado con maestría por Roger Chartier en “Espacio social e imaginario social. Los intelectuales frustrados del siglo XVII”, en El mundo como representación, Barcelona, Gedisa, 1995, pp. 165-180.

2 Véase François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1995. Para un balance de la historiografía europea sobre el comunismo y un punto de vista crítico respecto del paradigma totalitario y la idea de unicidad del mundo comunista, véanse los ensayos incluidos en la primera parte de Michel Dreyfus, Bruno Groppo, Claudio Ingerflom et al. (dirs.), Le Siécle des communismes, París, L’Atelier y Ouvrières, 2004. En el mismo sentido se ubican los trabajos reunidos en Elvira Concheiro, Horacio Crespo y Massimo Modonessi (coords.), El comunismo. Otras miradas desde América Latina, México, UNAM-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2007.

3 Gisèle Sapiro, “Modelos de intervención política de los intelectuales. El caso francés”, en Prismas, núm. 15, 2011, p. 143.

4 Para una definición de “cultura política”, véanse Serge Berstein, “La culture politique”, en Jean-Pierre Rioux y Jean-François Sirinelli (dirs.), Por une histoire culturelle, París, Seuil, 1997, pp. 371-386 [trad. esp.: Para una historia cultural, México, Taurus, 1998], y Marc Lazar, “Cultures politiques et partis politiques en France”, en Daniel Cefaï (dir.), Cultures politiques, París, PUF, 2001, pp. 169-189.

5 Sobre la definición “sustancialista” y “nominalista” de los intelectuales, véase François Dosse, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual, Valencia, PUV, 2007, p. 19.

6 La coyuntura política de la Guerra Fría y la exigencia de un partidismo extendido a todos los ámbitos de la creación artística y la investigación científica dieron como resultado el establecimiento de un grupo activo y cohesionado de psiquiatras comunistas, que logró articular la recepción de saberes científicos soviéticos con la conformación de un “enfoque psicológico y psiquiátrico válido científica y políticamente” y con capacidad y vocación para disputar y generar espacios institucionales dentro del “campo psi” argentino. Puesto que las teorías psicofisiológicas de Pavlov eran consideradas como un fiel exponente del materialismo dialéctico soviético, el establecimiento de una psiquiatría comunista que las tomaba como referencia principal les otorgó a sus cultores un aval científico y partidario que extendió su legitimidad más allá de los ámbitos disciplinares y los convirtió en “intelectuales genéricos del marxismo”. Seguimos aquí las conclusiones del libro de Luciano Nicolás García, La psicología por asalto. Psiquiatría y cultura científica en el comunismo argentino (1935-1991), Buenos Aires, Edhasa, 2016. Sobre la recepción del psicoanálisis entre los comunistas, véase además Hugo Vezzetti, Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la Guerra Fría, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016.

7 Sobre Sartre y la emergencia de una ideología de escritor después de 1945, véanse Michel Winock, Le Siècle des intellectuels, París, Seuil, 1999, p. 485 [trad. esp.: El siglo de los intelectuales, Barcelona, Edhasa, 2010], y Ana Boschetti, Sartre y “Les Temps Modernes”, Buenos Aires, Nueva Visión, 1990, p. 110. Sobre la sacralidad del cultor del arte literario desde el siglo XVII, véase Paul Bénichou, La coronación del escritor. Ensayo sobre el advenimiento de un poder espiritual laico en la Francia moderna, México, Fondo de Cultura Económica, 1981. La influencia de Sartre y el sartrismo en el campo intelectual argentino de la década de 1960, así como sus cruces con la cuestión peronista y los motivos nacionalistas y antiimperialistas, fueron analizados de un modo que sigue siendo indispensable por Oscar Terán en Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina 1956-1966, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1993.

8 Véase Marc Angenot, El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010, pp. 95-128.

9 Sobre la función del arte y la literatura en el pensamiento socialista y la tradición marxista, véanse Donald Drew Egbert, El arte y la izquierda en Europa. De la Revolución Francesa a Mayo de 1968, Barcelona, Gustavo Gili, 1981, pp. 78-119, y Adolfo Sánchez Vázquez, Estética y marxismo, vol. 1, México, Era, 1970, pp. 17-73.

10 Sobre el realismo socialista como estética y doctrina del arte soviético, véanse Henri Arvon, La estética marxista, Buenos Aires, Amorrortu, 1970, pp. 83-98; Régine Robin, Le Réalisme socialiste. Une esthétique impossible, París, Payot, 1986, y Adolfo Sánchez Vázquez, Estética y marxismo, op. cit., pp. 60-64.

11 Jeannine Verdès-Leroux, Au service du parti. Le Parti Communiste, les intellectuels et la culture, 1946-1956, París, Fayard y Minuit, 1983, pp. 19 y 20.

12 Para una crítica a esta interpretación, véase Frédérique Matonti, Intellectuels communistes. Essai sur l’obéissance politique. La Nouvelle Critique, 1967-1980, París, La Découverte, 2005, p. 8.

13 Ricardo Pasolini, “El nacimiento de una sensibilidad política. Cultura antifascista, comunismo y nación en la Argentina: entre la AIAPE y el Congreso Argentino de la Cultura, 1935-1955”, en Desarrollo Económico, vol. 45, núm. 179, 2005, pp. 403-433, y La utopía de Prometeo. Juan Antonio Salceda, del antifascismo al comunismo, Buenos Aires, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2006.

14 Daniel Luján, “El comunismo local se prepara para tomar posiciones políticas”, en Esto Es, núm. 114, febrero de 1956, pp. 4-7.

15 Jean-François Sirinelli, “Effets d’âge et phénoménes de generation dans le milieu intellectuel français”, en Les Cahiers del’IHTP, núm. 6, 1987, pp. 5-18.

16 Perry Anderson, “La historia de los partidos comunistas”, en Rafael Samuel (ed.), Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 156-159.

17 Véase Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.

18 Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, p. 68.

19 Un ejemplo paradigmático de esta mutación morfológica del mundo intelectual comunista es el de Louis Althusser. Véase Frédérique Matonti, Intellectuels communistes, op. cit.

20 Véase Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 143-231.

21 Tulio Halperin Donghi, El espejo de la historia,