Intento de seducción - Cat Schield - E-Book
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Intento de seducción E-Book

Cat Schield

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Beschreibung

London McCaffrey había hecho un trato para vengarse a cualquier precio. El objetivo era uno de los hombres más influyentes de Charleston, pero el impresionante piloto de coches Harrison Crosby se cruzó en su camino como un obstáculo muy sexy. Él desató en ella un torrente de deseo que la atrapó en su propia trama de engaños. ¿Se volverían contra ella esos planes minuciosamente trazados desgarrándoles el corazón a los dos?

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Seitenzahl: 226

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Catherine Schield

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Intento de seducción, n.º 162 - febrero 2019

Título original: Substitute Seduction

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-528-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

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Prólogo

 

 

 

 

 

–Tenemos que desquitarnos de Linc, Tristan y Ryan. Los tres necesitan una lección.

Cuando Everly Briggs decidió que asistiría a un acto que se llamaba «Las mujeres hermosas toman las riendas», indagó quién iba a asistir y se fijó en dos mujeres que le pareció que podían estar dispuestas a participar en su plan para hundir a tres de los hombres más influyentes de Charleston, Carolina del Sur.

Las habían pisoteado a las tres. Linc Thurston había roto su compromiso con London McCaffrey y Zoe Crosby acababa de pasar por un divorcio espantoso, pero lo que Ryan Dailey le había hecho a Kelly, la hermana de Everly, no tenía nombre.

–No sé cómo podría vengarme de Linc sin que saliera escaldada –comentó London mordiéndose el labio pintado de color coral.

–Tiene razón –Zoe asintió–. Hagamos lo que hagamos, acabaremos pareciendo las malas.

–No si cada una… persigue al hombre de otra –replicó Everly con cierta emoción al ver que las otras mujeres mostraban curiosidad–. Pensadlo. Somos unas desconocidas en un cóctel. ¿Quién iba a relacionarnos? Yo persigo a Linc, London persigue a Tristan y Zoe persigue a Ryan.

–Cuando dices «perseguir» –Zoe titubeó un poco–, ¿en qué estás pensando?

–Todo el mundo tiene trapos sucios, sobre todo, los hombres poderosos. Solo tenemos que averiguar cuáles son los peores que tienen ellos y airearlos.

–Me gusta la idea –comentó London–. Linc se merece sentir algo del dolor y humillación que he soportado desde que rompió nuestro compromiso.

–Cuenta conmigo también –añadió Zoe asintiendo con la cabeza.

–Fantástico –Everly levantó la copa, pero solo mostró una parte de toda la alegría que sentía–. Brindo para que paguen.

–Que paguen –repitió London.

–Que paguen –concluyó Zoe.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

La fiesta de celebración del décimo aniversario de la Fundación Dixie Bass-Crosby estaba en su apogeo cuando Harrison Crosby pasó por debajo de la lámpara de cristal de Baccarat que colgaba del altísimo techo del vestíbulo de la mansión reformada. Tomó una copa de champán de la bandeja de una camarera, cruzó el vestíbulo de mármol y columnas y llegó al salón de baile, donde había un cuarteto de cuerdas que tocaba en un rincón.

Hacía treinta años, Jack Crosby, el tío de Harrison, había comprado la histórica plantación Groves, a unos cincuenta kilómetros de Charleston, para que esas cuarenta hectáreas de terreno fuesen la sede central de Crosby Motorsports.

En aquella época, la mansión de 1850 estaba en un estado lamentable y estaban a punto de derribarla cuando Virginia Lamb-Crosby y Dixie Bass-Crosby, la madre y la tía de Harrison respectivamente, pusieron el grito en el cielo. La familia Crosby, en vez de derribarla, metió un montón de dinero para restaurarla minuciosamente y hacerla habitable. El resultado fue una obra de arte.

Aunque Harrison había asistido a docenas de actos benéficos para financiar la fundación familiar, ese torbellino social le aburría. Prefería donar el dinero y ahorrarse todo el boato. Aunque su madre y su tía reivindicaban la fortuna y las relaciones ancestrales de la familia Crosby, él no tenía nada que ver con la élite de Charleston y prefería los caballos de potencia que había debajo del capó de su Ford que los caballos del campo de polo.

Por eso, pensaba limitarse a saludar a su familia, a charlar lo menos que pudiera y a salir corriendo de allí. Solo quedaban tres carreras para terminar la temporada y tenía que concentrarse física y mentalmente para prepararlas.

Vio a su madre y fue a saludarla. Estaba hablando con una joven que no reconoció. Al acercarse, se dio cuenta del error que había cometido. La preciosa rubia que estaba con su madre no llevaba anillo en la mano izquierda y su madre siempre quería endosarle a cualquier mujer que le pareciera aceptable. Ella no entendía que su profesión de piloto le exigía todo el tiempo y energía que tenía… o sí lo entendía y esperaba que una esposa y una familia lo convencieran para que lo dejara todo y sentara la cabeza.

Estaba a punto de desviarse cuando Virginia «Ginny» Lamb-Crosby lo vio y esbozó una sonrisa triunfal.

–Aquí está mi hijo –Virginia alargó una mano para atraerlo–. Sawyer, te presento a Harrison. Harrison, te presento a Sawyer Thurston.

–Encantado de conocerte –Harrison frunció el ceño–. Thurston…

–Soy hermana de Linc Thurston –le explicó Sawyer, quien ya estaba acostumbrada a tener que explicar su relación con el famoso jugador de béisbol.

–Claro…

Su madre intervino antes de que él pudiera decir algo más.

–Sawyer es de la Sociedad para la Conservación de Charleston y estábamos hablando de las visitas por casas históricas que hacen en vacaciones. Quiere saber si este año pensamos abrir la casa de Jonathan Booth. ¿Qué te parece?

Ese era el tipo de sandeces que le espantaban. Ginny Lamb-Crosby haría lo que quisiera independientemente de la opinión de los demás.

–Creo que deberías preguntárselo a papá porque también es su casa –murmuró Harrison mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla.

Harrison hizo un par de comentarios de cortesía, fingió que tenía que decirle algo a alguien y se disculpó. Mientras recorría el salón de baile sonriendo y saludando a los conocidos, se fijó en una mujer muy hermosa que llevaba un vestido azul cielo. El pelo color miel le caía como una cascada sobre los hombros y mostraba un resplandeciente pendiente. La habitación estaba repleta de mujeres hermosas, pero esa rubia de ojos grandes y labios rosas le llamó la atención porque tenía el ceño fruncido, no sonreía ni parecía divertirse. Ni siquiera parecía escuchar a la morena más baja, más rellena y con una belleza más clásica, que la acompañaba.

Parecía interesada por… Siguió su mirada y se dio cuenta de que estaba mirando fijamente a Tristan, su hermano. Eso debería haberlo disuadido. No tendría nada que ver con un descarte de su hermano por nada del mundo. Sin embargo, esa mujer le despertaba algo más que curiosidad. Sentía una necesidad apremiante de comprobar si esos labios eran tan dulces como parecían, y hacía mucho tiempo que no le pasaba algo así.

Dio la espalda a esa belleza y se dirigió hacia donde estaba su tía con un grupo de personas al lado de una pantalla de televisión muy grande que proyectaba el vídeo promocional de la Fundación Dixie Bass-Crosby. La fundación, además de ayudar a familias con hijos enfermos, financiaba programas educativos centrados en la alfabetización. Su tía había donado unos diez millones de dólares.

Aunque estuvo charlando con su tía, su tío y ese grupo de personas, su atención volvió hacia la rubia con el vestido azul. Cuanto más la observaba, más distinta le parecía de las mujeres que solían atraerle. Era igual de hermosa, pero no era una chica chispeante que fuera de fiesta en fiesta. Su madre le daría el visto bueno.

Cuanto más la miraba, más constreñida le parecía. No en un sentido sexual, como si no fuese a reconocer un orgasmo aunque lo tuviese delante de las narices, sino en un sentido que indicaba que toda su vida era como una camisa de fuerza. Podría haberse olvidado de ella de no haber sido por lo interesada que estaba por Tristan.

Tenía que averiguar quién era y fue a buscar a su tío. Bennet Lamb lo sabía todo de todos y se dedicaba a la compraventa de habladurías como otros compraban y vendían acciones, inmuebles u obras de arte. Lo encontró rodeado de gente cerca de la barra.

–¿Tienes un segundo? –le preguntó Harrison mientras miraba alrededor para comprobar que su presa no se había escapado.

–Claro –contestó Bennet.

Los dos se retiraron unos pasos y Harrison le señaló a la mujer que le interesaba.

–¿Sabes quién es?

Bennet miró con un brillo burlón en los ojos en la dirección que le había señalado Harrison.

–¿Maribelle Gates? Se prometió hace poco con Beau Shelton. Es de buena familia. Consiguieron conservar la fortuna a pesar de algunos consejos desastrosos de Roland Barnes.

Harrison maldijo para sus adentros el verbo «prometerse». ¿Por qué estaba tan interesada en Tristan si no estaba libre? Quizá estuviese engañando a su prometido… Siguió preguntando para que su tío no pensara que le interesaba una mujer prometida.

–¿Y la morena?

–Maribelle Gates es la morena –Bennet comprendió adónde quería llegar su sobrino y sacudió la cabeza–. Ya, te interesa la rubia. Esa es London McCaffrey.

–London… –paladeó su nombre y le gustó su sabor–. Su nombre me suena.

–Estuvo prometida con Linc Thurston durante dos años.

–Acabo de conocer a su hermana.

Harrison volvió a observar a London mientras su tío siguió hablando.

–Él rompió hace poco el compromiso. Nadie sabe por qué, pero se rumorea que se acuesta con su empleada doméstica –explicó Bennet con una sonrisa maliciosa.

Harrison hizo una mueca de desagradado. Miró a la esbelta rubia y se preguntó qué tornillo habría perdido Linc para dejarla escapar.

–No parece de los que persiguen a la empleada doméstica…

–Nunca se sabe.

–¿Y por qué está todo el mundo convencido de que se acuesta con ella?

–«Convencido» es mucho decir. Digamos que es una conjetura. Linc no ha salido con nadie desde que rompió con London. Nadie ha rumoreado nada sobre otro… idilio y, según he oído, es una viuda joven con un hijo pequeño.

Harrison dejó a un lado la habladuría y volvió a centrarse en la mujer que le interesaba. Cuanto más aventuraba Bennet sobre los motivos de Linc para que rompiera con London, menos le gustaba que ella mostrara interés por su hermano. Ella se merecía algo mejor. Tristan siempre había tratado mal a las mujeres, como lo demostraba su comportamiento durante el reciente divorcio de su esposa desde hacía ocho años. No solo la había engañado desde que se casaron, también había contratado a un abogado matrimonialista sin escrúpulos y Zoe había acabado casi sin nada.

–Si lo que quieres es salir con alguien, me gustaría proponerte…

Harrison no escuchó a su tío y siguió dándole vueltas en la cabeza a London McCaffrey.

–¿Está saliendo con alguien en este momento? –preguntó Harrison interrumpiendo lo que estuviese diciendo su tío.

–¿Ivy? No lo creo.

–No –Harrison se dio cuenta de que no había estado prestando atención a su tío–. London McCaffrey.

–No te acerques a ella –le advirtió Bennet–. Su madre es de lo peor. Fue un personaje de la alta sociedad de Nueva York que cree que tener mucho dinero, y quiero decir mucho dinero, le abrirá las puertas de lo más selecto de Charleston. Sinceramente, esa mujer es una amenaza.

–No me interesa salir con su madre.

–London es igual de arribista. ¿Por qué si no crees que persiguió a Linc Thurston?

–Evidentemente, no crees que estuviese enamorada de él –contestó Harrison en tono irónico.

Sabía muy bien lo elitista que podía llegar a ser la vieja guardia de la alta sociedad de Charleston. Su propia madre había defraudado a su familia al casarse con un hombre de Carolina del Norte que solo tenía sueños y ambición. Él no había entendido los matices de la relación de su madre con su familia y, además, le había dado igual. Lo único que había querido toda su vida había sido retocar coches y conducir deprisa.

Su padre y su tío habían sido mecánicos antes de invertir en la primera tienda de repuestos de automóviles. Cinco años después, los dos tenían una cadena de tiendas por todo el país. Si bien Robert «Bertie» Crosby, su padre, era feliz llevando el timón y dirigiendo el crecimiento de la empresa, Jack, su tío, intentó cumplir el sueño de pilotar coches de carreras.

Para cuando él tuvo edad de poder conducir, su tío ya había conseguido que Crosby Motorsports fuese un equipo ganador. Tristan, como sus hermanos mayores, había entrado en la empresa familiar para no ensuciarse las manos, pero él adoraba cada mancha de polvo y grasa que le adornaba la piel.

–Lo persiguió porque sus hijos llevarían el apellido Thurston –siguió su tío.

Harrison lo meditó. Era posible que London lo hubiese catalogado por su posición social, pero también era posible que hubiese estado enamorada. En cualquier caso, no lo sabría con certeza si no llegaba a conocerla.

–¿Por qué te interesa tanto? –le preguntó Bennet sacándolo del ensimismamiento.

–No lo sé.

No podía decirle a su tío que le intrigaba y le preocupaba el interés de London por su hermano. Durante los dos últimos años, había estado muy preocupado por el constante deterioro de su matrimonio con Zoe. Aun así, no había hecho caso de los rumores sobre las aventuras de su hermano aunque reconocía que Tristan tenía un lado oscuro y una tendencia a ser despiadado. Le remordía la conciencia que Zoe hubiese desaparecido del mapa después haberse separado de Tristan. Al principio, no había querido meterse en lo que parecía que iba a ser un divorcio muy desagradable, pero le habría gustado ser un cuñado mejor.

–¿Sabes a qué se dedica London? –le preguntó a su tío para volver al asunto que le ocupaba.

–Tiene una empresa de organización de todo tipo de festejos –contestó Bennet con un suspiro.

–¿Ha organizado este?

Harrison estaba empezando a tener una idea.

–No. Casi todo lo había hecho Zoe…

Bennet tampoco estaba cómodo al hablar de su exsobrina política.

–Creo que voy a presentarme a London McCaffrey –comentó Harrison.

–No te sorprendas si no le interesas.

–La mitad de mi pedigrí es muy aceptable –replicó Harrison guiñándole un ojo.

–Ella no se conformará con eso.

 

 

London McCaffrey estaba con Maribelle Gates, su mejor amiga, y no dejaba de mirar al hombre alto e imponente al que se había propuesto hundir en los próximos meses. El exmarido de Zoe Crosby era muy guapo, pero sintió un escalofrío al ver su mirada gélida y el gesto mordaz de sus labios. Según lo que había investigado sobre él, sabía que había sido implacable con su esposa y que la había dejado sin casi nada después de ocho años de matrimonio.

Tristan Crosby, además de haber engañado a Zoe durante su matrimonio, había falseado pruebas para demostrar que la infiel había sido ella y que había incumplido el contrato prematrimonial. Zoe había tenido que gastarse decenas de miles de dólares para rebatirlo y se había gastado lo estipulado en el convenio de divorcio. Un convenio que se basaba en la información sobre la situación económica de su marido y que indicaba que estaba hipotecado y muy endeudado.

El abogado de Zoe sospechaba que Tristan había constituido sociedades pantalla en el extranjero que le permitían ocultar dinero y no pagar impuestos. No era nada raro ni ilegal, pero era difícil seguir el rastro de esos documentos.

–Caray, ese hombre no está nada mal cuando se arregla –comentó Maribelle sin disimular lo impresionada que estaba–. Además, ha estado mirando hacia aquí desde que llegó –le dio un codazo a London–. Sería fantástico que le interesaras…

London dejó escapar un suspiro de desesperación y se giró hacia su amiga para repetirle por enésima vez que no se le pasaba por la cabeza tener una relación amorosa. Entonces, comprobó que se trataba de Harrison Crosby, el hermano pequeño de Tristan.

Era el favorito de los circuitos de carreras gracias a su cuerpo largo y esbelto y a su atractivo rostro, pero para ella era poco más que un niño bien. Zoe le había contado que a su excuñado le gustaban los coches veloces, las mujeres guapas y todo lo que les gustaba a los machitos del sur.

–No es mi tipo –replicó London antes de volver a concentrarse en su objetivo.

–Cariño, yo te quiero –Maribelle arrastró las palabras el estilo sureño–, pero deberías dejar de ser tan melindrosa.

London sintió que el resquemor se adueñaba de ella, pero no lo demostró. Desde que su madre le dio una bofetada por armar jaleo durante la fiesta de su sexto cumpleaños, había decidido que tenía que aprender a disimular sus sentimientos si quería sobrevivir en la familia McCaffrey. A los veintiocho años, era casi imposible saber lo que sentía.

–No soy melindrosa, soy realista.

Él no era el hermano Crosby que le interesaba y no iba a dedicarle ni un segundo de su tiempo.

–Eso es lo malo –se lamentó Maribelle–. Siempre eres realista. ¿Por qué no te dejas llevar alguna vez y te diviertes?

Maribelle, por amabilidad o compasión hacia su amiga, no dijo nada sobre el último intento fracasado de London para subir en la escala social de Charleston. Ya había oído bastante de su madre. Cuando London empezó a salir con alguien de una de las familias más antiguas de Charleston, su madre lo había recibido como la victoria social que había estado persiguiendo desde que se casó con Boyd McCaffrey, consejero delegado de una cadena de restaurantes, y había abandonado su adorada Nueva York para irse a Connecticut. Más tarde, cuando el padre de London aceptó un empleo mejor y se mudaron a Charleston, la situación de Edie Fremont-McCaffrey empeoró considerablemente.

Cuando llegaron, Edie dio por supuesto que sus relaciones en Nueva York, su fortuna y su estilo serían más que suficientes para que la flor y nata de Charleston le abriera las puertas de par en par. Sin embargo, acabó dándose cuenta de que el apellido y los ancestros importaban más que algo tan vulgar como el dinero.

–No es que no quiera divertirme –replicó London–, es que no sé si me interesa el tipo de diversión de Harrison Crosby.

¿No parecería el tipo de mojigata aburrida que había dejado que el guapo y rico Linc Thurston se le hubiese escapado entre los dedos? Se le encogió el corazón. Aunque ya no creía que estuviese enamorada de Linc, había estado dispuesta a casarse con él. Sin embargo, ¿lo habría hecho? No tenía nada claro qué relación tendrían en ese momento si no se hubiese roto el compromiso.

–¿Cómo sabes qué tipo de diversión le gusta a Harrison Crosby? –le preguntó Maribelle para devolver a London al presente.

Se mordió el labio inferior porque no podía explicarle a su amiga que había estado investigando a la familia Crosby. Solo había tres personas que sabían el plan que habían trazado para vengarse de los hombres que las habían agraviado. Lo que Everly, Zoe y ella estaban haciendo no tenía por qué ser ilegal, pero si las descubrían, la represalia podría ser atroz.

–Es piloto de coches –contestó London como si eso lo explicara todo.

–Y es impresionante…

London pensó en todas las fotos que había visto de él. Tenía el pelo moreno y rizado y barba incipiente, llevaba vaqueros y camiseta o el mono azul de piloto con anuncios de patrocinadores desde los pies a la cabeza, lucía la sonrisa y la seguridad en sí mismo de quien sabía que todo le salía bien.

–Será si te gustan desaliñados y rudos –añadió London, a quien no le gustaban así.

–A mí me parece elegante y refinado…

Él tono de Maribelle le picó la curiosidad y desvió lentamente la mirada en su dirección.

El Harrison Crosby de las fotos no se parecía en nada a ese hombre con un traje gris oscuro hecho a medida que le resaltaba la amplia espalda y las estrechas caderas. Sus hormonas reaccionaron con una intensidad inusitada. Estaba perfectamente afeitado y tan elegante que podría haberse bajado de una pasarela. Había desdeñado al chico duro vestido con el mono de piloto y no había captado al atractivo de un hombre seguro de sí mismo.

–Efectivamente, no está nada mal cuando se arregla –reconoció London desviando la mirada para que él no la sorprendiera mirándolo.

–Viene hacia aquí –dijo Maribelle con la voz destemplada.

A London se le aceleró el pulso mientras se deleitaba con su elegancia.

–Domínate –murmuró London, aunque no supo si se lo dijo a su amiga o a sí misma.

–Buenas noches –él tenía una voz grave y profunda como el ronroneo de un gato–. Soy Harrison Crosby, sobrino de Dixie Bass-Crosby.

–El número veinticinco –London se quedó boquiabierta por el tono casi infantil de Maribelle–. Esta temporada estás haciendo una segunda mitad muy buena. Yo soy Maribelle Gates.

Él esbozó media sonrisa muy sexy.

–¿Sigues las carreras? –le preguntó Harrison.

London, mientras él tenía esos ojos azules como el mar clavados en Maribelle, lo miró con espanto. Su cuerpo estaba reaccionando a su cercanía de una manera muy desconcertante.

–Sí –contestó Maribelle–. Mi prometido y yo somos muy aficionados.

London empezó a sentirse como la tercera en discordia mientras su mejor amiga hacía alarde de unos conocimientos asombrosos sobre las carreras de coches. Si bien habían sido amigas íntimas desde que se conocieron en el exclusivo colegio privado al que habían ido, siempre había habido algunas diferencias entre las dos.

Las dos eran de familias adineradas, pero la de Maribelle tenía la categoría social que le había permitido entrar en los círculos que habían cerrado las puertas a London y su familia. Ambas eran hermosas, pero Maribelle siempre había tenido que luchar contra su peso y eso había hecho que se sintiera menos segura sobre su aspecto. Sin embargo, la mayor diferencia era que London siempre había sido la que había tenido más éxito a pesar de su falta de posición social… hasta ese momento.

–¡Oh! –exclamó Maribelle como si se hubiese dado cuenta de repente de que había marginado a London–. He sido muy grosera al monopolizarte. Te presento a London McCaffrey.

–Encantada de conocerte.

Sin embargo, estaba muy molesta por la falta de interés de él y no lo decía del todo en serio.

–Lo mismo digo –Harrison miró alternativamente a las dos mujeres–. Parece que lo sabéis todo sobre mí… ¿Qué hacéis vosotras?

–Yo estoy organizando la boda –contestó Maribelle con una risita absurda.

London tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco y Harrison esbozó una sonrisa condescendiente.

–Me imagino que es un trabajo muy… arduo.

London se mordió el labio inferior para no resoplar en tono de burla.

–Yo tengo una empresa que organiza festejos –explicó London en un tono bastante agresivo.

Sintió que se le acaloraban las mejillas al oír su propio tono. ¿De verdad estaba compitiendo con su amiga prometida por un hombre que ni siquiera le interesaba?

–¿Estás organizando su boda?

London miró a su amiga mientras negaba con la cabeza.

–No.

–¿No es tu… especialidad? –preguntó él demostrando perspicacia.

–Organiza sobre todo actos benéficos y corporativos –intervino Maribelle con una sonrisa tan dulce que fue como una puñalada en el corazón de London.

–Vaya, es una pena –London sintió un hormigueo en las manos cuando Harrison la miró a los ojos–. Mi hermano cumple cuarenta años el mes que viene y quería organizarle una fiesta. Sin embargo, no sé ni por dónde empezar. Supongo que no te gustaría ayudarme…

–Yo…

Su primer impulso fue rechazarlo, pero había estado buscando la manera de entrar en la órbita de Tristan y organizar su cumpleaños sería un paso enorme en esa dirección.

–No suelo organizar festejos personales, pero me encantaría reunirme contigo para hablar del asunto –terminó ella.

London sacó una tarjeta del bolso y se la entregó a él.

–London McCaffrey –leyó él–. Propietaria de ExcelEvent. Te llamaré –entonces, esbozó una sonrisa arrebatadora–. Encantando de conoceros a las dos.

London no pudo apartar la mirada de su espalda durante unos segundos. Cuando volvió a mirar a Maribelle, su amiga tenía una sonrisa burlona.

–¿Qué te había dicho? Necesitas divertirte un poco.

–Es un trabajo –London recalcó cada palabra para que Maribelle no interpretara mal la reunión–. Está buscando a alguien que le organice la fiesta de su hermano y por eso le he dado la tarjeta.

–Claro –los ojos color avellana de Maribelle dejaron escapar un destello–. Lo que tú digas, pero creo que lo que necesitas es que alguien te haga olvidar lo que pasó entre Linc y tú y, en mi no muy modesta opinión, él –señaló la figura que se alejaba– es el hombre perfecto para ese cometido.

Todo lo que ella había leído sobre Harrison decía que le gustaba hacerse el duro y que la relación sentimental más larga le había durado poco más de un año. Ella había decidido que su próximo idilio sería con un hombre serio, alguien con quien tuviese muchas cosas en común.

–¿Por qué lo crees? –le preguntó London sin poder entender el razonamiento de su amiga–. Que yo sepa, es como Linc: un atleta con todas las mujeres que quiera a su disposición.

–Es posible que esté buscando la mujer indicada para sentar cabeza… –Maribelle había cambiado de opinión sobre los hombres y el amor desde que había empezado a salir con Beau Shelton–. ¿No puedes darle una oportunidad?

London suspiró. Maribelle y ella habían tenido esa conversación infinidad de veces, siempre que su amiga intentaba endosarle a uno de los amigos de Beau. Si aceptara, quizá Maribelle dejara de incordiarle.

–No estoy preparada para salir con nadie.

–No lo plantees así –replicó Maribelle–, tómatelo como si pasaras el rato con alguien.

Como ella ya estaba pensando lo que tenía que hacer para que Harrison la llevara hasta Tristan, podía prometer eso sin ningún problema.

–Le daré una oportunidad a Harrison Crosby si así dejas de darme la tabarra –concedió London disimulando la satisfacción por matar dos pájaros de un tiro.

Capítulo Dos