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Después de que el detective privado Art Blakey sea contratado para encontrar a Gisela, la hermana de la seductora Inge Schwartz, los cadáveres comienzan a acumularse a un ritmo alarmante.
Cuando Art descubre un vínculo impactante con el secuestrador, se enreda en una red de mentiras, engaños y pasión. Pronto, Art se encuentra navegando por un laberinto de ex-amantes, mafiosos, reporteros y comerciantes de arte.
¿Podrá estar a la altura de la situación y encontrar a la damisela en apuros... o será que ya es demasiado tarde?
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Derechos de autor (C) 2016 Nick Sweet
Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter
Publicado en 2023 por Next Chapter
Arte de la portada por Cormarcovers.com
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Querido lector
Notas
Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Me dolía la cabeza y la sentía como si tuviera el tamaño de una sandía. Me imaginaba que posiblemente había bebido un poco más de la cuenta la noche anterior, de modo que me incorporé en el lecho y tomé el teléfono. ´¿Hola?´
´¿Hablo con Arthur Blakey, el investigador privado?´ preguntó una voz femenina.
´Soy yo, en efecto´.
´Oh Sr. Blakey, me he enterado de que es usted un experto cuando de hallar personas se trata, ¿verdad?´ Quienquiera que fuese, la dama hablaba con un ligero acento extranjero. Al parecer, alemán.
´Sólo cuando lo logro´.
´¿Lograr qué?´
´Hallarlos´.
´No se trata de ninguna broma, Sr. Blakey´. Al parecer, no compartía mi especial sentido del humor. Mucha gente no lo hace, cosa que jamás me ha importado mucho.
´Nunca dije que lo fuera´.
Se tranquilizó por un momento y mientras aguardaba lo que iba a decir a continuación, pude imaginarme cómo era, o al menos eso creí. Supuse que era una bella morena. A menudo lo son, especialmente en mi imaginación. No necesariamente morena, pero sí bella. No sabría explicar por qué, pero suelen ser así. Podría decirse que soy un optimista por naturaleza. Quizás haya que serlo si es que uno pretende durar mucho tiempo en este tipo de trabajo. Uno se acostumbra a ver numerosas cosas desagradables al trabajar como investigador privado y no puede permitirse el lujo de involucrarse demasiado en ello. Los aspirantes a detectives deberían saber que la capacidad de olvidar y de apartarse de las cosas es imprescindible en este trabajo.
De todos modos, como decía, me la imaginé como una guapa morena, aunque mas bien remilgada y correcta y un tanto anticuada; y ahora mismo trataba de imaginarme cómo se vería su frente al verse surcada por una expresión adusta. A continuación dijo, ‘¿Podría pedirle que encontrara a alguien?’
‘Sin duda podría intentarlo.’
‘Le estaría muy agradecida si lo hiciera.’
Su tono de voz del viejo mundo me sonó ligeramente divertido, o quizás así me habría sonado si mi cabeza no me hubiera estado doliendo tanto. El culpable debe de haber sido ese último trago o los dos últimos, no lo sé. En cualquier caso, lo cierto es que eran ellos los responsables de impedir ese pequeño orden del que mi cerebro parecía no poder gozar en este momento, que me hacían sentir un golpeteo incesante cuyo ritmo frenético parecía surgido de una batería ejecutada por algún skinhead. ‘Le sugiero que no se apresure a darme las gracias,’ le dije. ‘No soy barato.’
‘¿Cuánto?’
‘Trescientos euros diarios más gastos,’ respondí. ‘Y otros mil si encuentro a quién sea que tenga que buscar, la mitad por adelantado.’
‘¿Qué ocurre si no la encuentra?’
‘Se le reembolsarán los quinientos.’
‘Ya veo…bien, me parece razonable,’ respondió ella. ‘¿La encontrará, entonces?’
‘¿Encontrar a quién?’
‘A mi hermana Gisela, Sr. Blakey… Verá usted, ella ha desaparecido.’
‘Necesito un apellido.’
‘Schwartz.’
‘¿Y usted es?’
‘Inge,’ respondió. ‘Inge Schwartz.’
‘¿Dónde está ahora?’
‘Estoy en la calle fuera de su oficina…la puerta está cerrada con llave.’
‘Ah sí, me han avisado,’ dije. ‘Si pudiera usted regresar en aproximadamente una hora, entonces la recibiré.’
‘¿Por qué tanto tiempo?’
‘Hay un hombre al que he estado persiguiendo y estoy a punto de atraparlo, pero él está armado con una pistola y’
‘Cielos santo…¿quiere que llame a la policía?’
‘No, puedo arreglármelas.’
‘Pero suena como si este hombre fuera peligroso.’
‘Puedo ocuparme de él,’ le dije. Además, debería haber agregado que a algunos policías de Bardino no les agrado mucho, y ellos me gustan mucho menos a mí. Pero decidí reservar este último pensamiento para mí mismo. Por otra parte, lo que le dije sobre perseguir a un hombre armado era tan sólo una broma. No porque no me dedique a perseguir hombres armados en gran escala, cosa que sí hago; tan sólo no lo estaba haciendo en ese momento. Lo que estaba haciendo era permanecer sentado en mi cama, acabando de despertar. ‘De acuerdo, si quiere ir a mi oficina dentro de aproximadamente una hora, la veré allí entonces,’ le respondí y colgué.
Miré mi reloj. Eran poco más de las diez y media, algo que quizás algunas personas no consideren una hora apropiada para estar todavía en la cama pero, cuando no estoy trabajando, para mí suele ser normal. Acababa de resolver con éxito un intrincado caso de asesinato y había obtenido dinero suficiente como para poder vivir tranquilo durante los próximos dos meses, motivo por el cual no me urgía hallar nuevos clientes. Lógicamente, si un caso conveniente se cruzaba en mi camino, tanto mejor; caso contrario, nada podría evitar que durmiera hasta tarde y pudiera disfrutar de un poco de calma.
Volví a colocar mi móvil sobre la mesa de noche y me rasqué la cabeza mientras me preguntaba qué podría estar pasando por las mentes de dos agradables y jóvenes hermanas alemanas al viajar a lugares como Bardino y olvidarse de llamar o de escribir a casa. Todavía tenía este pensamiento rondando en mi cabeza cuando salí de mi habitación, me dirigí al pasillo, pasé por el living-room o salon de estar más bien pequeño y finalmente doblé hacia la izquierda e ingresé en la cocina. A través de la ventana, el cielo sobre las montañas, a la distancia, se veía de un azul celeste brillante, como suele ocurrir en esta época del año, un clima con el que Bardino parecía haber sido bendecido y que propiciaba que gente de toda Europa llegara hasta estos lares en tren de vacaciones o bien para establecerse para siempre. En lo que a mí respecta, hacía algunos años había seguido a alguien hasta este lugar del mundo como parte de una investigación, y de alguna manera me había apegado al lugar o bien el lugar se había apegado a mí; y aunque sabía a ciencia cierta que mis vacaciones no durarían para siempre, tampoco podría decirse exactamente que me había afincado. Me gustaba el lugar, sin embargo, y eso bastaba para mí. Tal como yo lo veía, Bardino tenía algunos motivos para que así fuera: primero y principal, siempre había crímenes suficientes como para mantenerme tan ocupado como yo quisiera durante todo el año, y siempre disponía de las playas para poder relajarme, desde la primavera hasta fines de otoño, entre un caso y otro.
Recorriendo la cocina con la vista, no pude dejar de apreciar la botella vacía de Chivas junto a la panera, como testigo presencial de mis excesos de la noche anterior. Suponía que realmente debía de sentirme avergonzado o apenado o algo por el estilo, un hombre que, como yo, había alcanzado la estupenda edad de los treinta años y que, por ende, debiera ser más consciente. Pero jamás he sido uno de esos que se sienten culpables o que se castigan excesivamente por tales cosas, de modo que me olvidé de ello y me preparé una taza de café negro bien fuerte.
El café tenía buen sabor. Habría tenido mejor sabor aún si le hubiera agregado una pizca de brandy, para obtener lo que los españoles denominan carajillo*1; pero no habría sido de gran ayuda para mi jaqueca, por lo que decidí ejercer un pequeño auto-control y rechacé la idea. Atravesé la pequeña sala de estar con la taza en la mano y salí al balcón, que era incluso más pequeño. Si con esto estoy dando la impresión de que mi departamento es pequeño debo decir que nada puede ser más cierto. Pero es lo suficientemente grande para mí. Además, está ubicado en un bonito sector del pueblo*, justo al sur del Barrio López, que es un selecto conglomerado de viviendas que fueron construidas en los años sesenta o setenta en el tradicional estilo 100% blanco. El lugar es un laberinto de angostas callejas de adoquines que se entrecortan entre sí, y dos plazas* en el conurbano, una de las cuales posee un pequeño restaurante con sillas desplegadas en una terraza. En el extremo del laberinto cercado de casas blancas que es el Barrio Lopez, hay una extensa hilera de tiendas y bares, además de restaurantes que ofrecen mariscos y pescado fresco a un precio razonable. Uno de ellos, El Piripi, es especialmente bueno, siempre que a uno no le importe sentarse a comer al aire libre con un mantel de papel desechable sobre la mesa. En el caso de que alguien decidiera sentarse afuera de El Piripi, podría acceder a una visión perfecta de la hilera de departamentos al otro lado de la calle que delimita el comienzo del barrio* conocido como el Bocanazo. Este pequeño barrio está conformado por varias calles paralelas, cada una de las cuales cuenta con bloques de departamentos idénticos a lo largo de los mismos. Los departamentos fueron construidos por los pescadores, en la época en que Bardino era poco más que una apacible aldea de pescadores. Actualmente, el Bocanazo está lleno de europeos orientales, africanos, y gente de todas partes que tienen una cosa en común: no tienen ni un centavo. Los únicos españoles que todavía viven en el barrio son aquellos a quienes la suerte les ha sido esquiva y no pueden darse el lujo de mudarse a una zona mejor. Si desde donde yo vivo uno se desplaza en otra dirección, es decir hacia el sur, podremos acceder a tres o a cuatro de las calles que conducen hacia la rotonda, como se la denomina, para salir a la Calle Zaragoza, y desde allí sólo queda un trecho razonablemente corto hacia el paseo marítimo.
Mientras bebía mi café, me senté y miré hacia el jardín compartido, y pude escuchar el gorjeo de los pájaros. A continuación comencé a cavilar sobre mis finanzas, como suelo hacerlo en una mañana en la que no estoy trabajando. Mi primer deseo fue poder tener un poco más de dinero en mi cuenta bancaria, y acto seguido anhelé poder tener mucho más dinero en ella. Supongo que podría decirse que soy un tipo de hombre bastante común en ese sentido.
Luego comencé a preguntarme acerca de la tal Inge Schwartz, y caí en la cuenta de que la curiosidad estaba empezando a carcomerme. De modo que acabé mi café, regresé a mi habitación, abrí el guardarropa y elegí ponerme un traje de verano color beige y una camisa de seda azul oscuro.
Salí de mi departamento rumbo a mi oficina, que estaba a tan sólo unos pocos minutos de distancia, sobre la Calle Veracruz. La entrada es angosta, flanqueada por una relojería por un lado y una zapatería para damas por el otro. Abrí la puerta y subí las escaleras. Y mientras lo hacía, se me ocurrió que realmente ya era hora de buscar una oficina más espaciosa. Algo relacionado con el hecho de tener que subir más y más escalones para llegar a una oficina de este tipo no parecía encuadrar bien, lo que parecía explicar el motivo por el cual los apostadores solían golpear a mi puerta bajo la errónea impresión de que estaban a punto de ingresar a una casa de dudosa reputación. Siempre podía uno percatarse de ello al percibir la mirada de consternación y desaliento en sus rostros, pues al abrirles la puerta, en lugar de toparse con alguna mujer joven bien vestida o, por el contrario, ligera de ropas y de moralidad más ligera todavía, se encontraban cara a cara conmigo. No porque mi apariencia sea desagradable, al menos en mi opinión. Dejando toda modestia de lado, me encanta creer que soy un tipo de hombre bastante bien parecido. Mido 1,88 cm, tengo un cuerpo atléticoy delgado, cabello castaño corto, mandíbula cuadrada, y, bueno, convengamos en que la nariz es casi igual de cuadrada, pero lo primero que me dicen las mujeres que conozco, bueno, no siempre, pero en ocasiones, es que tengo los ojos azules más tiernos y más honestos del mundo. Me dicen que sólo tienen que mirarme a los ojos, y de inmediato se sienten seguras. Que no es, por cierto, la forma en que quiero que me perciba ninguno de los tipos de mala vida a los que he hecho referencia. Por el contrario, a dichos individuos prefiero otorgarles el beneficio de la mirada dura que he perfeccionado para ese propósito, con la cual suelo intimidarlos.
No obstante, los apostadores a los que acabo de mencionar deberían pensarlo bien antes de llamar a mi puerta, ya que tanto mi nombre como la naturaleza de mi trabajo aparecen escritos en letras negras y doradas sobre el marco de vidrio esmerilado de la puerta:
ARTHUR BLAKEY
INVESTIGADOR PRIVADO
Pero como las escaleras son oscuras, algunas personas parecen tener dificultades para descifrar la escritura. O tal vez lo que realmente ocurre es que, en su afán por ingresar al lugar, donde creen que su amada Miss Flimsy los está esperando, deciden pasarlo por alto.
Realmente no deberían tomarse tan a la ligera estas cuestiones, porque en este momento el de las prostitutas constituye un serio problema en Bardino. Para ser precisos, no todas las chicas que están en esta profesión lo hacen por su voluntad; lo lamentable es que muchas de ellas están siendo obligadas a prostituirse por mafias relacionadas con el tráfico de personas. Pero esa es otra historia.
Me alegré de haber sido lo suficientemente precavido la noche anterior como para cerrar la puerta con llave, a pesar de mis excesos con la bebida, de modo que saqué mi llave, abrí y entré. El escritorio de roble sólido estaba en ese estado de perfección ordenado que generalmente sólo tienen aquellos muebles que no han sido usados jamás, y detrás de él, las persianas parcialmente cerradas mostraban una habitación veteada de sombras. De este lado del escritorio había dos sillas rectas, mientras que del otro lado estaba mi confortable silla giratoria. Me senté en mi silla y me puse a girar en ella mientras aguardaba la llegada de Inge Schwartz.
Finalmente, pasados unos minutos, ella llegó.
Ni bien abrí la puerta para dejarla entrar, me dí cuenta de que me había equivocado de medio a medio con Inge Schwartz: para empezar, no sólo no era una guapa morena sino que, en realidad, era rubia.
‘¿Supongo que le gustaría pasar?’ le dije.
‘Supone bien.’
Una vez que hubo entrado cerré la puerta e hice un gran esfuerzo para no mirarla de arriba abajo demasiadas veces. Debo confesar que lamentablemente no lo logré en absoluto, porque era sumamente atractiva. Además, ella era consciente de ello. Debo admitir que tengo una debilidad por las rubias bonitas pero, para que se me entienda mejor, no era la rubia bonita promedio a la que solemos estar acostumbrados. Lo que intento decir es que bonita*1 no es exactamente el término que quiero utilizar; ni siquiera se aproxima, en realidad. Será mejor que sea cuidadoso, entonces. Después de todo, no quisiera que mi prosa empalagosa pudiera llegar a dar una mala impresión de mi persona. Para empezar, supongo que ya es bastante incómodo que un policía privado quiera hablar sobre uno de sus casos; pero déjenme decir que yo tengo mis razones, mas bien personales, para hacerlo. Quizás más adelante comparta algunos de ellos, o tal vez no. Ya veremos.
¿Pero dónde había quedado? Ah sí, la joven. Iré al grano, entonces: su cabello era rubio miel, pulcramente cortado por una mano experta, piel morena, ojos azules achinados, labios pintados de un rojo carmesí, una estructura ósea que habría hecho que Rodin arrojara su cincel a un lado, junto con una figura que era esbelta en todos y cada uno de los lugares correctos y menos delgadapara nada delgada en absolutotambién en todos los lugares correctos, y lucía un vestido de lino color fucsia combinado con una chaqueta color crema del mismo material y zapatos negros a la medida. Por primera vez en m vida, la realidad había superado mi imaginación y me había propinado un fuerte golpe en los pantalones, si entienden lo que digo. Lo que quiero decir con esto es que se trataba de una monada que lucía mucho mejor todavía de lo que la voz embriagadora que yo había escuchado a través de la línea telefónica temprano en la mañana me había hecho imaginar.
Se quitó el abrigo y me lo entregó como si yo fuese el portero de algún lugar elegante. La ropa olía a su perfume. Chanel No 5, si no me equivoco. El mismo que solía usar Marilyn. Me refiero a Monroe, no a Manson. No porque yo tenga algo contra este último, como se comprenderá; es tan sólo que jamás llegué a estar tan cerca de él como para verificar su perfume. Ni como para querer hacerlo, por así decirlo. Si alguien quisiera pasarse de sarcástico, bien podría sugerir que soy demasiado joven como para haber tenido siquiera la posibilidad de haber conocido de cerca a la otra Marilyn como para haber llegado apenas a sentir su aroma, en cuyo caso no tendría más remedio que admitirlo. Sin embargo, es algo que he imaginado muchas veces en el pasado. Y puedo asegurarles que mi imaginación puede llegar a ser un instrumento muy agudo cuando se pone en marcha.
A continuación ella dijo lo siguiente, ‘He traído algo para usted.’ Abrió su cartera, una pulcra y auténtica Kelly, sacó un sobre papel Manila tamaño A3 y me lo alcanzó.
Eché una mirada en su interior. Alcancé a ver un buen fajo de billetes, además de una foto y un trozo de papel. Saqué el fajo de billetes y lo barajé rápidamente.
‘Está todo allí, la cantidad que me pidió,’ dijo. ‘Cuéntelo si lo desea.’
Lo conté rápidamente y lo deslicé en el bolsillo superior de mi chaqueta. A continuacoón saqué la fotografía y le eché un vistazo. Era la foto de una joven de unos diecicocho años aproximadamente. ‘Parece una versión un poco más joven suya,’ le dije.
‘No somos tan iguales, Sr. Blakey.’
Por un instante estuve casi tentado de decirle que dejara de lado el uso de Señor y tan sólo me llamara Art, abreviatura de Arthur, como todos los que conozco; pero lo pensé mejor y en cambio le dije, ‘¿Cuándo fue tomada esta fotografía?’
‘Hace dos o tres años…es la única que pude hallar de ella.’
‘¿Cuántos años tiene su hermana ahora?’
‘Veintiuno.’
Al mirar la fotografía estuve a un tris de decirle que su hermana era una hermosa joven, pero refrené mi lengua a tiempo.Saqué la hoja de papel y la miré con detenimiento. Había sido arrancada de un block para cartas, por lo que no debería haberme sorprendido descubrir que se había escrito una carta en él. Lo que sí me sorprendió, en cambio, fue la naturaleza de la carta propiamente dicha. No soy grafólogo, pero el amplio garabato en forma de araña me pareció decididamente infantil, más parecido al que un adolescente de trece años podría producir que el tipo de escritura que uno podría esperar de un adulto, inclusive de uno muy joven; pude observar, asimismo, que ninguna de las íes estaba acentuada, lo que podría sugerir una ausencia de autoestima por parte del escritor. Estaba, además, el contenido de la carta. Se parecía más a una carta escrita y enviada por una adolescente desde un campamento de verano, donde su mayor preocupación era la agitación provocada por su primer romance, y bajo ningún punto de vista la carta de una mujer joven que había venido a vivir en Barsino y que posteriormente le hubiese quizás imprimido un vuelco equivocado a su vida y hubiera abandonado todo contacto. En resumen, de la escritura se desprendía una inocencia rayana en la infantilidad absoluta que se me ocurrió un tanto extraña, sobre todo porque la fecha que aparecía en la parte superior de la página era junio de este año.
‘Tome asiento, por favor,’ le dije, y la señorita Schwartz se ubicó obedientemente en una de las dos sillas rectas. Ella cruzó elegantemente la pierna sobre su rodilla, alisó su vestido, mientras su pie se movía rítmicamente al compás de alguna música imaginaria que pudiera estar sonando o no dentro de su mente. Por la expresión de su cara, sin embargo, la música parecía ser lo último que pudiera preocuparla en ese momento.
‘¿Esta carta es la última noticia que tuvo de ella?’ le pregunté mientras me sentaba en mi silla giratoria acolchada.
Ella asintió mientras se mordía el labio inferior, y por un terrible momento pareció estar a punto de estallar en lágrimas. Sin embargo, inclusive mientras esto estaba ocurriendo, seguí pensando si debería dar crédito a lo que estaba viendo. Si, en otras palabras, pudiera suponer con seguridad que lo que estaba viendo, o lo que se me permitía ver, era realmente ‘de verdad’.
Respiré hondo, inflé mis mejillas lo mismo que un pez globo, y volví a concentrar mi atención en la carta. Habiendo tomado nota del domicilio local en la parte superior de la página, le pregunté a la señorita Schwartz si había incursionado por el lugar para verificar si su hermana aún vivía allí. Respondió afirmativamente, mientras cerraba sus ojos, como si estuviera agobiada por intensas emociones. La persona que residía allí actualmente, explicó, le dijo que Gisela había abandonado el lugar hacía un par de semanas. A dónde había ido y por qué fue algo que el hombre no supo decirle. Tampoco pudo decirle cuándo era probable que regresara. Todo lo que pudo decirle fue que había abandonado su trabajo y se había marchado de la ciudad.
Calculé que esa dirección, que dicho sea de paso no quedaba muy lejos, en el Bocanazo, sería mi puerto de escala. A continuación le pregunté a la señorita Schwartz si ella y Gisela se habían criado juntas y con los mismos padres y que, de ser así, ¿de dónde eran? ‘Sí,’ fue la espuesta a mi primera pregunta, y ‘Hamburgo en Alemania’ fue la réplica a la segunda pregunta. Yo jamás había estado en la ciudad y, más allá de su ubicación geográfica, sabía menos que nada sobre dicho lugar.
‘¿Entonces tomará el caso?’
‘Tomé su dinero, ¿no es así?’
‘¿Cree usted que podrá hallar a mi hermana, Sr. Blakey?’
‘Muy probablemente…¿pero qué ocurre si ella no quiere que la encuentren?’
‘¿Qué diablos quiere decir con eso?’
‘Imagine que ella se ha enamorado de algún rudo y afortunado joven y se ha ido a vivir con él. Pero no quiere que papi la encuentre.’
‘Papi murió el año pasado, lamentablemente.’
‘Digamos mami, entonces.’
‘Ella murió hace tres años.’
‘Lo siento.’
‘No lo lamente.’
‘¿Tiene usted otros hermanos?’
Negó con la cabeza y suspiró, para luego morderse delicadamente el labio inferior. ‘Es impropio de ella; me refiero al hecho de que no haya escrito ni haya llamado.’
‘¿Tuvo alguna pelea con Gisela?’
‘No.’
‘¿Cómo describiría su relación con ella?’
‘Éramos bastante diferentes.’
‘Sólo que son iguales.’
‘Parecidas, pero no iguales,’ me corrigió.
En eso tenía razón: si bien la joven de la fotografía se parecía a la mujer con la que yo estaba hablando, e indudablemente tenía algo de maravilloso por derecho propio, su mirada carecía de la pureza clásica de la de su hermana mayor. ‘¿Debo suponer, entonces, que no se llevaban bien?’
‘Jamás dije eso.’
‘No, pero no es que haya dicho usted mucho.’
‘Yo siempre he sido la más sensata de las dos, Sr. Blakey, mientras que Gisela simplemente hace lo que más le place.’
‘Y eso le molesta, ¿verdad?’
‘Deje de poner palabras en mi boca,’ dijo. ‘Como sea, poco importa la relación entre nosotras, si lo único que quiero es que usted la encuentre ¿no es así?’
‘Podría tener mucha importancia,’ retruqué, ‘en el caso de que hayan tenido alguna pelea y ella hubiera decidido no hablar nunca más con usted.’
‘Puedo asegurarle que no es así.’
‘¿Y qué tal si lo que para usted no importa, a Gisela sí pudiera importarle?’
‘No, pero aún si ese fuera el caso igualmente quisiera que usted la encuentre, tan sólo para saber que ella está bien.’
Saqué mi Parker y comencé a hacerla girar entre mis dedos. Siempre me gusta tener una Parker a mano para dicho propósito, en parte porque el hecho de hacerla girar entre mis dedos me permite hacer algo con mis manos, y en parte porque siempre he creído que una Parker le confiere a su poseedor un cierto aire de inglés con clase e impresiona debidamente a sus clientes. ‘¿Qué estaba haciendo Gisela en Bardino?’
‘Ella jamás volvió a ser la misma después de que murieran nuestros padres.’ Su frente se arrugó como una oruga espiralada. ‘Como verá, ella estaba muy apegada a ellos.’
‘Era de esperarse, ¿no es así?’ le dije.
‘Si, pero lo que quiero decir…’ Se interrumpió, aferrando su cartera Kelly como si temiera que alguien fuera a robársela y a salir huyendo con ella y, viéndola, me pregunté si realmente estaba tan molesta como aparentaba, o si simplemente estaba actuando. Era difícil decirlo. Pero ciertamente no podía recordar haber visto jamás a ninguna joven como esta Inge Schwartz. En primer lugar, habría que andar mucho para poder encontrar a alguien que fuera tan hermosa como ella, y cuando pudiéramos hallar una así, lo más probable sería que ella no fuera más que una persona remilgada. Aunque ya había empezado a preguntarme si sus modales tan formales y correctos no serían otra cosa que una pantalla. Era imposible de saber. Sí podía asegurarse que no era el estereotipo de la rubia tonta que uno se imagina. Me refiero a esa manera negligente de estilo ultra feminista que Marilyn perfeccionara en Some Like It Hot. Bueno, Inge Schwartz no lo tenía. En realidad, su actitud era todo lo opuesto a esa manera despreocupada de Marilyn. Lo menos que puedo decir es que este asunto me intrigaba; tanto que ya estaba empezando a interesarme sobremanera en el hecho de trabajar para ella, aunque mas no fuera para poder llegar al fondo de lo que fuera que estuviera ocurriendo aquí. O tal vez mi interés radicaba en llegar a conocer a fondo a la mujer misma, aun cuando no lo hubiera admitido, incluso a mí mismo, ni en un millón de años. Y aún así podría decirse que lo estoy haciendo, y alguien hasta podría preguntarse de qué estoy hablando y porqué me contradigo tanto, lo que podría darle la razón a ese alguien. Lo sé, lo sé…pero tengo mis propias razones para contar esta historia, y tal vez Inge Schwartz sea una de ellas.
Me senté y esperé a que completara su frase. Al parecer le estaba costando, de modo que seguí jugando un poco más con mi Parker y giré en mi silla un par de veces más. Me encanta girar en mi silla mientras hablo con los clientes. Uno de los motivos por los cuales me gusta tanto es porque yo puedo hacerlo y mis clientes no. Las sillas rectas carecen de esa condición de giro incorporado, y así es como a mí me gusta. Muéstrenme un investigador privado que quiera lograr que sus clientes se sientan cómodos y les mostraré a un hombre a punto de perder su licencia. ‘La noto un tanto preocupada, Sra. Schwartz.’
‘Soy señorita.’
‘Discúlpeme, Señorita Schwartz,’ respondí. ‘¿Puedo alcanzarle un vaso con agua?’
Ella declinó mi ofrecimiento con un leve movimiento de la cabeza.
‘¿Algo un poco más fuerte, tal vez?’
‘Todavía es tempano,’ respondió, y me miró con esa expresión que la directora de una costosa escuela privada podría reservarse para un joven que se hubiera atrevido a entrar a hurtadillas por la noche en el dormitorio de las jóvenes alumnas.
‘Me estaba diciendo lo íntimamente ligada que Gisela estaba con sus padres…’
‘Así es, ella estuvo deprimida por un tiempo luego de que ellos murieran. Más tarde, a medida que se sintió más animada, ella vino a Bardino con el propósito de conseguir algún empleo.’
‘¿Qué clase de empleo?’
Se encogió de hombros. ‘Camarera o algún empleo similar en algún hotel, según creo.’
‘¿Pudo conseguir algún trabajo finalmente?’
‘Creo que no…no que me haya dicho, al menos.’
‘¿Tenía mucho dinero?’
‘Probablemente haya tenido algo de dinero.’
‘¿A cuánto le llama usted algo?’
‘Bueno, no lo sé exactamente,’ respondió. ‘¿Pero qué tiene que ver con todo este asunto, me pregunto? Quiero que encuentre a mi hermana, no que escriba un libro sobre ella.’
‘Me doy cuenta de eso.’ sonreí, pero no debería malinterpretárseme. Mi sonrisa es más barata que goma de mascar. Inge Schwartz se ruborizó y apartó su mirada. Me pregunto si su rubor era real, o si tan solo formaba parte de su actuación. Me pregunto qué era más falso, su rubor o mi sonrisa. Hasta me pregunté por un momento si no seríamos almas gemelas. Guisantes de una misma vaina, como quien dice. Ciertamente no tendría ningún prurito en subirme a una vaina con esta mujer, téngase por seguro. Me propiné un golpecito figurado en los nudillos. Debería saber muy bien que no debo mezclarme sexualmente con mis clientes. Hice girar mi Parker un par de veces más, para agregar, ‘Pero cuanto más pueda decirme sobre el paradero y el estilo de vida de Gisela, tanto más sencillo será poder hallarla.’
‘Bien, ya le dije todo lo que tenía para decirle.’ Se puso de pie como si un resorte la hubiera eyectado de la silla. ‘No quiero seguir sentada aquí aprovechándome de su tiempo, Sr. Blakey, cuando usted ya debería andar por allí tratando de hallar a Gisela.’
Acto seguido, giró sobre sus talones y se dispuso a marcharse. Intenté no mirar su trasero mientras se daba la vuelta, pero lamentablemente no lo pude evitar. Como si se hubiera percatado de ello, se detuvo al llegar a la puerta y me lanzó una mirada acusadora por encima del hombro. ‘Ni bien la encuentre me lo hará saber, ¿no es así?’
‘¿Cómo espera que pueda hacerlo, si no me ha dado ningún número donde pueda llamarla así como tampoco ninguna dirección donde pueda contactarla?’ le dije.
‘Oh claro, ¡qué tonta soy!…mejor le doy el número de mi teléfono móvil.’ Me dio el número y mi Parker tuvo algo más qué hacer que girar entre mis dedos.
‘¿Y dónde se está hospedando en estos momentos?’
‘En el hotel Las Palmeras.’
‘¿Tiene un número de habitación, o ha ocupado todo el hotel?’
‘Número cuatrocientos veintitres,’ me dijo. ‘Y deje su sarcasmo de lado, por favor’ Por un instante me clavó su mirada de directora enojada; acto seguido sacudió la cabeza y cubrió sus párpados, como si cavilara acerca de lo que podrían pensar los tipos de mi clase sobre ella. ‘Llámeme tan pronto como sepa algo.’
‘Será un placer.’
Sus ojos, tan fríos y hermosos como el coral, me recorrieron por un momento como si estuviera debatiéndose entre darme algún tipo de despedida o no, aunque debe de haberlo pensado mejor pues abrió la puerta y se marchó, dejando atrás tan sólo un sutil aroma a Chanel No.5 y mil y una preguntas sin responder.
Encontré el Porsche donde lo había dejado más temprano y me dirigí hacia el Bocanazo, me estacioné en la parte trasera del gran complejo deportivo y caminé hasta el bloque de departamentos donde Gisela Schwartz había estado viviendo. Tenía cuatro pisos de alto y por cierto nada para destacar, lo que muy bien podría explicar el porqué la chica Schwartz no había llamado a casa. El edificio, como los demás, estaba diseñado de manera tal que tenía una inclinación de cuarenta y cinco grados hacia la calle; las paredes estaban pintadas de blanco y cada departmento tenía su propio balconcito.
El barrio* parecía estar bastante calmo en este momento, lo que era algo de esperar a esta hora. Sin embargo, a menudo las cosas solían animarse un poco aquí después del anochecer. Permítaseme brindar un pequeño ejemplo al respecto. Si Bardino era una familia con mala reputación, entonces podría decirse que el Bocanazo era su oveja negra. Según la versión oficial que los medios seguían fomentando, el conjunto de la nación se estaba hundiendo debido a la recesión, aun cuando en realidad todo el mundo sabía que los banqueros, los políticos y la clase empresaria estaban todos en buena posición y probablemente les estaba yendo mejor que nunca; no obstante, era indudablemente cierto que los ciudadanos comunes se estaban viendo obligados a ajustarse los cinturones. Y ni hablar de la escasez de trabajo, que había obligado a los residentes de Bardino a buscar otros medios que les permitieran asegurarse su subsistencia, y dónde podía ser más cierto este problema que entre los pobladores del Bocanazo. Entonces, ¿qué hacía una joven perteneciente a una fina familia alemana viviendo en un basural como éste? En eso pensaba mientras ingresaba al edificio.
Podía escuchar todo tipo de ruidos a medida que subía las escaleras: una mujer gritándole a su hijo, que a continuación debía de haber recibido una bofetada porque un instante después comenzó a llorar. Un hombre vociferando en algún dialecto árabe; y un poco más allá, otro hombre gritando a voz en cuello en un idioma que bien podría haber sido ruso. Además del griterío, una buena variedad de aromas provenientes de las cocinas me hacían sentir como si estuviese haciendo un paseo relámpago a través de una serie de destinos turísticos de pesadilla.
Según la información que me habían dado, Gisela Schwartz vivía en el departamento 4D, en la planta superior. Hice sonar el timbre pero nadie vino a abrir, así que volví a bajar y me encaminé hacia mi Porsche, a continuación conduje hasta el frente del edificio, me detuve y aguardé al volante. Como ese era el único camino de entrada y de salida del edificio, comencé a vigilar, ya que sería prácticamente imposible que no pudiera verla desde allí en el caso de que apareciera.
Esperé durante dos horas, y para entonces el sol de septiembre se estaba tornando abrasador. Una mirada a mi Swatch me indicó que estaban a punto de dar las 2 a.m., que vendría a ser la hora del almuerzo en esta parte del mundo, para quienes tienen el dinero suficiente como para darse el lujo de una comida abundante. Si bien soy un tipo delgado y mas bien atlético, con el físico de un futbolista profesional, aun así me encanta comer bien, y mi estómago estaba empezando a poner en marcha una obertura mezcla de hambre e inquietud general. Afortunadamente, había un pequeño bar restaurante en la esquina siguiente, y se me ocurrió que, aun si me sentara afuera del bar, podría tener una visión perfecta de la puerta del edificio. De modo que me dirigí hacia allí y me ubiqué en una de las varias mesas y pedí un bocadillo con jamon serrano*1, un plato de aceitunas y una botella fría de Cruzcampo. El mozo asintió y dijo ‘Muy bien’*; a continuación saqué la fotografía de mi bolsillo y la sostuve frente a sus ojos. ‘¿Reconoce a esta joven?’ le pregunté.
Miró la foto, me la sacó de la mano y la observó detenidamente. ‘Se parece a la joven que vive en aquel edificio de allá.’ Apuntó un dedo rechoncho en dirección al edificio ubicado al otro lado de la calle. ‘Sólo que aquí, en la fotografía, luce más joven, ¿no?’
‘La foto fue tomada hace dos o tres años.’
‘Sip, es ella.’
‘¿Qué sabe de ella?’
‘Me dijo que era alemana,’ dijo. ‘Sin embargo, habla sin acento extranjero.’
‘Habla como un lugareño, ¿no es así?’
El mozo sacudió la cabeza. ‘No, no como nosotros aquí; es más culta.’ A menudo me ha llamado la atención la rapidez con que los lugareños se denigran a sí mismos por el mal uso del idioma español.
‘¿Todavía vive en ese edificio al otro lado de la calle?’
‘Eso creo.’
‘¿Cuándo la vio por última vez?’
‘Hace un par de semanas.’ Se encogió de hombros. ‘Tal vez más.’
‘¿Me puede decir algo más sobre ella?’
‘No, estimo que no.’
‘¿Pero ella suele venir aquí?’
‘A veces, a desayunar, sip.’ Me dirigió una penetrante mirada de soslayo. ‘¿Puedo preguntarle el por qué de este interrogatorio, si no le molesta?’ me dijo. ‘¿Es usted policía o algo por el estilo?’
‘Tan sólo un amigo.’ Le sonreí y volví a guardar la foto en mi bolsillo.
Los ojos del hombre esbozaron apenas un mero brillo, mientras que el resto de su rostro siguió tan imperturbable como el agua de un estanque, y comentó, ‘Es muy perspicaz.’ A continuación se volvió y entró al café, para atender mi pedido.
Era un hermoso día y los afanosos rayos de sol le daban a Bocanazo un tostado regular. Me sequé una gota de sudor de la nariz mientras me sentaba y vigilaba la entrada al edificio al otro lado de la calle.
El hombre regresó y colocó la cerveza y el bocadillo de jamón en frente de mí. Me observó. ‘¿Está metida en algún problema?’ me preguntó, entrecerrando sus ojos marrones con una expresión desconfiada.
‘No, no que yo sepa…tan sólo la estoy buscando.’
‘¿Dijo que era amigo de ella?’
‘Así es.’
El hombre daba la impresión de no saber si creerme o no, por lo que le obsequié la sonrisa más brillante y más honesta que pude y él asintió, al parecer no muy convencido del todo. ‘Olvidó traerme las aceitunas,’ le dije.
El hombre volvió a ingresar al local, regresando minutos más tarde con las aceitunas en un platito. Probé la cerveza, le dí un mordisco a una aceituna, antes de abocarme a mi bocadillo de jamón. Mientras comía no despegué la vista del edificio del otro lado de la calle. El jamón curado tenía un sabor sumamente delicioso y el pan estaba fresco. Tomé otro trago de cerveza*. Esos primeros tragos de cerveza fría son realmente incomparables en un día caluroso.
En ese momento, un Mercedes azul marino dobló la esquina ronroneando y se detuvo afuera del edificio, justo al lado de donde había estacionado mi auto. Ahora bien, si uno se encuentra en la terraza de un café en esta parte del pueblo*, ver aparecer un Mercedes no parecería ser nada del otro mundo. Pero ocurre que el Bocanazo no está en las afueras del pueblo*, y no se suele ver este tipo de automóviles muy a menudo, hasta donde yo sé. Pero en el caso de que algo así ocurra, eso se debe solamente al hecho de que el auto está en camino hacia algún otro lugar, hacia el paseo marítimo, o hacia algún otro destino donde vive gente que no está en bancarrota. Pero aquí estaba este Mercedes atravesando la calle donde yo estaba sentado, un poco más allá de mi Porsche.
Interesante, pensé, al tiempo que sacaba mi iPhone y tomaba una foto del conductor mientras se bajaba del auto. Dejé un billete de cinco euros debajo del plato y me puse en camino. Tomé una foto de la placa del Mercedes y otra del auto mismo, y a continuación comencé a seguir al sujeto hacia el edificio de departamentos y empecé a subir los escalones de piedra.
Para no estar demasiado cerca del hombre, empecé a caminar más despacio y lo dejé llegar hasta el final de la escalera antes de comenzar a subir el tramo final. Me tomé mi tiempo para subir y, mientras me aproximaba al rellano de la escalera, ví que el hombre estaba llamando a la misma puerta a la que yo había llamado anteriormente. Y no estaba teniendo más suerte que yo, lo que no me sorprendió. No me quedaba otra solución que inventar una excusa para permanecer en el piso superior, por lo que saqué mi billetera y la dejé caer de modo tal que su contenido se esparciera por todo el lugar. Esa fue la excusa perfecta para que pudiera agacharme a recoger todas mis tarjetas de crédito y las volviera a colocar ordenadamente dentro de mi billetera. Mientras lo hacía, el hombre al que estaba siguiendo dejó de llamar a la puerta, y cuando se volvió pude verle bien la cara. Medía 1,78 cm, mas bien enjuto, cabello marrón corto peinado con gel hacia atrás, pálido, traje rayado negro, camisa blanca y zapatos negros acordonados. Su ropa olía a dinero y a la buena confección que lo acompaña. En otras palabras, este tipo no encajaba en el Bocanazo.
Podría ser el novio de Gisela Schwartz, pensé. Pero al parecer estaba próximo a los cuarenta, por lo que la palabra novio no parecía la adecuada en este caso. Amante, entonces. Pero, desde luego, sólo estaba haciendo conjeturas.
Por un breve instante se me ocurrió la idea de abordarlo y preguntarle cuál era su relación con Gisela Schwartz; pero acabé por desechar la idea tan pronto como se me había ocurrido. Dejé que se alejara un poco antes de seguirlo escaleras abajo, y para cuando estuve de nuevo en la calle, ya él estaba tras el volante de su Mercedes.
Corrí hacia mi Porsche, me subí y salí en su persecución. Mi tarea se vio facilitada por el hecho de que el individuo conducía sin prisa alguna por el Bocanazo; mas luego aceleró un poco, mientras salía de la ciudad y se dirigía hacias las colinas. Era fácil seguirlo a una distancia discreta, sin revelar mi juego al principio, pero luego se complicó a medida que el tránsito comenzó a disminuir. Y antes de que pudiera cerciorarme de si se había dado cuenta o no de que lo estaba siguiendo, salió de la carretera y enfiló hacia una granja aislada.
Seguí de largo y me estacioné en un bosque arbolado y detuve el motor. Mirando hacia abajo se podía apreciar la línea costera. Desde esa distancia todo lucía bastante apacible. Era el tipo de lugar ideal para que las familias vinieran a disfrutar de unas vacaciones relajantes. Disfrutar de un tiempo en la playa y broncearse. Bueno, eso por un lado, pero por otro lado el lugar también tenía lo suyo. No en vano se la conoce como la Costa del Crimen.
Me bajé del Porsche, activé la alarma automática, y me encaminé hacia el bosque de pinos; más adelante, el terreno que conducía a la granja a la que el hombre a quien seguía debía de haber ido, se inclinaba hacia arriba. Ví su Mercedes. Había conducido a lo largo de un sendero de polvo por espacio de aproximadamente trescientos metros y se había detenido en un pequeño antepatio; lo vi apearse del auto e ingresar en la casa. No miró a su alrededor, por lo que intuyo que no pudo percatarse de mi presencia.
Hacía calor y podía sentir el sudor corriendo por mi espalda mientras caminaba por el seco terreno en dirección a la vivienda. Vista desde afuera no parecía ser la gran cosa. Tan sólo una especie de casilla rectangular color caramelo, con dos amplias ventanas a ambos lados de la puerta principal, ambas protegidas con rejas de hierro negro, y un techo inclinado con tejas rojas. El lugar contaba con un pequeño jardín, separado por una cerca del sendero pedregoso por el que yo circulaba. Pasé por encima de la cerca y escruté la propiedad, antes de seguir mi camino, agazapado, en dirección a la entrada de autos donde había visto ingresar al Mercedes.
Todavía agazapado, apuré mi paso hacia la parte trasera de la casa, y me encaramé al reborde de piedra que rodeaba la vivienda. Miré a través de la ventana trasera pero no pude ver nada de interés, de modo que caminé de puntillas a lo largo del reborde, luego me detuve al lado de la ventana siguiente y me detuve con la frente presionada contra la pared y escuché. Los pájaros gorjeaban sin cesar y un auto se desplazaba por la carretera, y entonces escuché una voz. Era una profunda voz masculina pero no pude entender lo que decía. Me asomé por la ventana y ví de perfil al hombre al que había estado siguiendo. Tenía un teléfono presionado contra su oído.
En ese momento, sentí un fuerte golpe en la parte posterior de mi cabeza.
Cuando me desperté, estaba tendido en el piso y me dolía la cabeza. Al tocarme la parte posterior, palpé el gran bulto que se había formado allí. Al hacerlo, me pregunté donde estaba y quién me había golpeado. Quienquiera que haya sido, ya se había marchado hacía rato. Al mirar hacia arriba pude ver un elevado techo pintado de blanco atravesado por gruesas vigas de madera, mientras que el piso de baldosas era endemoniadamente duro. A continuación pude ver a un hombre sentado sobre un sofá estilo Laura Ashley. El individuo no parecía estar muy animado que digamos. Mas bien parecía estar muerto, lo que no me sorprendió en lo absoluto ya que le habían disparado en la frente y había sangre por todas partes.
Me incorporé y revisé los bolsillos del sujeto muerto. Encontré su billetera y dentro de ella su tarjeta de identificación o carné de identidad*1*. La miré bien. El hombre se llamaba Juan Ribera. Saqué una libreta y un bolígrafo y escribí su nombre y su número de identificación de extranjeros (NIE). No encontré ninguna otra cosa de interés en su billetera, de modo que la devolví a su lugar.
Decidí usar el teléfono que estaba en un rincón de la habitación para llamar a la policía local. ‘Hay un tal Juan Ribera sentado en el sofá de su sala de estar,’ le dije al hombre que respondió el llamado.
El oficial contestó, ‘Me alegro mucho. ¿Podemos hacer algo por él? Tal vez le gustaría que le enviemos un poco de champagne junto con algunos pinchos*.’
‘No creo que pueda disfrutarlos,’ respondí. ‘Pero el forense tal vez sí lo haga cuando llegue.’
‘Entiendo…en ese caso, ¿tal vez podría indicarnos dónde lo podemos encontrar?’
Le di las señas del sujeto, y el oficial quiso saber quién era yo. Tal como yo lo veo, hay personas que parecieran disfrutar del hecho de hacer preguntas ingenuas. Colgué y salí de la casa. Antes de regresar al auto, escuché las sirenas de la policía. Quienquiera que me hubiera golpeado debía de haberlos llamado. No cabían dudas de que se había propuesto hacerme cargar a mí con el crimen. Al parecer, yo debería llegar antes de que la policía se hiciera presente y así me atraparían. Supongo que era mi día de suerte y debía aprovecharlo al máximo.
Me escondí en una zanja al lado del camino, y desde allí pude observar cómo la policía subía cuesta arriba y luego bajaban de sus patrulleros y entraban en la casa. A continuación me apresuré a desandar el camino hacia mi Porsche, me subí y partí tan discretamente como pude.
Regresé a Bardino y estacioné afuera de Las Palmas, el gran hotel en el centro del pueblo* con vista al mar. Al entrar, el opresivo aire del interior sacudió inmediatamente mis sentidos. Me dirigí hacia la barra de recepción. El hombre detrás de ella estaba ocupado con su computadora. Lo más probable es que estuviera fraguando su impuesto a los réditos, como lo haría cualquier habitante de Bardino que se preciara de tal. La mejor manera de pasar desapercibido delante de un habitante de Bardino es comportarse como si uno quisiera hacerle una pregunta o pedirle que nos haga algún favor. Es una maniobra que he logrado perfeccionar a lo largo de estos años. Cualquier habitante de Bardino de pura cepa puede detectarlo a una milla de distancia por lo que, al darse cuenta de que queremos que nos haga algún tipo de favor, de inmediato comenzará a actuar como si fuéramos invisibles. Por lo tanto, una vez conseguido mi objetivo y tras haber colocado sobre mis hombros una capa de invisibilidad, me subí al ascensor, y posteriormente caminé a lo largo del pasillo alfombrado hasta la habitación 423.
Llamé a la puerta pero, al parecer, no había nadie del otro lado, de modo que recurrí a las ganzúas que siempre llevo conmigo donquiera que vaya y tras un breve forcejeo conseguí abrir la puerta. Ingresé en puntas de pie, tan sólo por si su ocupante estuviera durmiendo o tomando una duchae inmediatamente pude comprobar que la habitación estaba vacía. Eché una rápida mirada en el baño, para asegurarme de que estaba completamente solo, antes de comenzar a hurgar en los cajones de uno de los gabinetes de la cabecera de la cama. Encontré el pasaporte de un tal Mark Wellington, un tipo feo con cara de bull-dog con una mirada soñolienta. Revisé los cajones de los gabinetes del otro lado de la cama. No había ningún pasaporte a nombre de Inge Schwartz. Nada, en realidad, que pudiera sugerir que una mujer estuviera ocupando la habitación. Sobre la cama había una revista de boxeo, además de un leve aroma a humo de cigarro.
Con que, pensé, Inge Schwartz me tendió una trampa y yo caí como un chorlito. Había habido algo respecto de aquella mujer que no me había gustado desde el primer momento en que posé mis ojos en ella, combinado con todo aquello que sí debería ser atractivo en ella. Había un sinfín de cosas que debía confesar, al menos a mí mismo. La pregunta del millón era, entonces, la siguiente: ¿cuál era el juego de esa mujer? ¿Y con quién estaba jugando?
Aparte de mí, claro está.
Odio que me tomen por bobo. Lo odiaba cuando de niño, en la escuela, Wendy Merrill me dejaba plantado, y lo odiaba también ahora. Quizás lo odiara aún más en la actualidad, porque se suponía que todos estos años pasados deberían haberme vuelto un poco más inteligente.