Jaque en el viñedo - Ixia Fernández Sánchez - E-Book

Jaque en el viñedo E-Book

Ixia Fernández Sánchez

0,0

Beschreibung

Una hacienda, con sus mayoritarias plantaciones de uvas que producen el exquisito vino Santos Rosales, constituye el centro fundamental donde se desarrollan los acontecimientos de esta novela. La historia, cuyo conflicto se centra en las hermanas Santos Rosales y su padrastro, se remonta tiempo atrás, a una época en que los padres de las muchachas aún vivían y la hacienda florecía en todo su esplendor. Años más tarde, un ambiente enrarecido por la ambición, la desidia, y marcado por turbios negocios, amenaza el patrimonio heredado a través de varias generaciones. Secretos no revelados, pasiones ocultas, infortunios, y la vida en su visión más terrenal, conforman un relato donde la contemporaneidad se entrelaza con el pasado, y la perseverancia, la tenacidad y el valor alcanzan su máxima expresión en el personaje de Joaquina, que le imprime un rumbo inusitado a la obra.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 267

Veröffentlichungsjahr: 2023

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Edición: María R. Núñez

Diseño, cubierta y composición: Rafael Lago Sarichev

© Ixia Fernández Sánchez, 2022

© Sobre la presente edición: Ediciones Cubanas Artex, 2022

ISBN E-book versión EPU: 9789593141819

Queda prohibido todo tipo de reproducción o distribución

del contenido sin la autorización de la Editorial. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Ediciones Cubanas, ARTEX SA

5ta. Ave., esq. a 94, Miramar, Playa, Cuba

E-mail: [email protected]

Telf: (53-7) 204 5492, 204 3586, 204 4132

Índice

Sinopsis

Jaque en el viñedo

Sobre la autora

Sinopsis

Una hacienda, con sus mayoritarias plantaciones de uvas que producen el exquisito vino Santos Rosales, constituye el centro fundamental donde se desarrollan los acontecimientos de esta novela. La historia, cuyo conflicto se centra en las hermanas Santos Rosales y su padrastro, se remonta tiempo atrás, a una época en que los padres de las muchachas aún vivían y la hacienda florecía en todo su esplendor.

Años más tarde, un ambiente enrarecido por la ambición, la desidia, y marcado por turbios negocios, amenaza el patrimonio heredado a través de varias generaciones. Secretos no revelados, pasiones ocultas, infortunios, y la vida en su visión más terrenal, conforman un relato donde la contemporaneidad se entrelaza con el pasado, y la perseverancia, la tenacidad y el valor alcanzan su máxima expresión en el personaje de Joaquina, que le imprime un rumbo inusitado a la obra.

El viñedo

Nueve con treinta en la mañana. Área de cirugía del hospital del centro del condado El Paso.

—Tijeras, por favor, doctor Áreas. Enfermera coloque otro plasma. No contaba con esto. ¡Qué contrariedad! ¡Tan joven, una adolescente esta muchachita! —dice el doctor Anclado en la sala de terapia intensiva, en medio de una riesgosa cirugía que se le hace complicada.

—¿Qué sucede, doctor Diego? —pregunta sorprendida la enfermera, conocedora de la ecuanimidad del doctor en cada una de sus cirugías por más riesgosas que fueran.

—La muchachita que vino por una intervención de mínimo acceso, es decir, como donante para un trasplante de médula, tiene una protuberancia cerca de la columna vertebral media. Me obstruyó el procedimiento al punzar como tenía previsto. Tuve que interrumpir la intervención porque detecté esa protuberancia que me preocupa, contiene una carnosidad con una fisura imperceptible que parece adherida al hueso. Apenas abrí la piel se hizo un pequeño derrame y me temo que pueda ser de cuidado. No sé si en estas condiciones será menester…

—¿Qué le hace dudar, médico? —acota el doctor Áreas que forma parte del equipo de cirugía.

—¡No habrá, ni harétrasplante de médula alguno como pensaba! Tengo al paciente, un niño, su medio hermano, esperando en otra sala por la donación. Cambio de planes, haremos una radiografía de columna vertebral a la muchacha y tomaré una muestra de la carnosidad. Debo saber a qué atenerme antes de proseguir.

—¿Será prudente, doctor Diego? ¿Tiene tiempo de anestesia la muchacha? ¿Alcanzará? —pregunta el doctor Áreas.

—Estimo que la anestesia aplicada no será suficiente, también necesitaremos más plasma. La adolescente es la donante, ¡mira lo que le vino a pasar!, esta situación, de verdad, no era de esperar. Doctor Áreas, debo asegurarme, trataré de minimizar el riesgo que corre la paciente.

—¿Este no fue el caso que acaba de tomar? —acota el doctor Áreas.

—Así es. Este es un caso que tomé del doctor Hugo, lo reemplacé porque tuvo problemas personales —responde el doctor Diego.

—A pesar de mi experiencia en la práctica médica, esto no lo esperaba —dice el doctor Áreas.

—Qué extraño, ¿en las radiografías que le hicieran antes nadie vio el bulto? ¡Qué raro! —dice el doctor Diego en voz alta—. Sin embargo, doctor Áreas, observe estos rayos x recientes, mire el tamaño que tiene esa carnosidad.

—Por el lugar donde está situada parece de cuidado —corrobora el doctor Áreas.

—¿Se da cuenta que la tumefacción no fue advertida? Sí que compromete la salud, la vida de la muchacha. No sé, pero me voy a arriesgar a extraerla, no puedo permitirme el lujo de dejarla así, a su suerte. No me lo puedo permitir, el doctor Sebastián, mi maestro, no me lo perdonaría. Él nos explicó muy bien lo que nos hace especiales y buenos médicos en esta profesión. Él fue un gran colega para mí. No dejaré sola a la muchacha. Me haré cargo, ya que el padrastro no lo hace como debería.

—Sí, es tan joven. No me explico, doctor Diego, como el padrastro no le pidió al médico que la atiende un profundo chequeo antes de autorizar el trasplante.

—Igual debimos ser más exhaustivos con los exámenes médicos. La muchacha aún no es mayor de edad según consta en su historia clínica. ¿No lo cree así?

—Tal vez debíamos haberlo visto, revisar bien el caso. Se trataba de una donación de hermano a hermano, pero no se pudo realizar. Después le doy más detalles sobre el caso, doctor Áreas, luego si el análisis de la muestra no arroja nada maligno y todos los chequeos están bien, voy a proceder a extraer el bulto, sé que correré riesgos; pero, con mucho cuidado y sin tiempo que perder, haré la cirugía. Le extirparé el tumor, voy a salvar a la jovencita de esta situación a como dé lugar.

—Enfermera, tome esta pequeña muestra, llévela a analizar al laboratorio, dígale al especialista que es urgente, quiero saber lo más pronto posible si no hay malignidad. Esto no lleva espera, si continúa el derrame interno la perdemos, porque observe, doctor Áreas —el doctor Anclado sigue describiendo lo que ve en otras pruebas médicas—, el tumor está lastimado por una fisura, puede que sea séptico e infecte órganos a su alrededor y comprometa el resto del organismo que está sano.

En medio de la cirugía, Diego transpiraba sin detenerse ante las dudas, el inesperado suceso lo había sacado del paso, se sentía sorprendido, no obstante, ante la perplejidad controla el pulso de su mano izquierda (es ambidiestro) como el gran médico que es y procede a ejecutar la cirugía.

—Médico, está sudando frío —dice la enfermera.

—Lo sé, estoy todo transpirado. La situación es difícil.

—Los del laboratorio son rápidos con los análisis por urgencia. Doctor Diego, no se preocupe, enseguida regreso con los resultados de la muestra.

La joven enfermera retrocede, aún dentro del salón, para secar las gotas de sudor que corren por el rostro del médico, mientras Diego, estremecido ante la novedad, pone cuidadosamente en manos de Marianne, la muestra tomada.

Marianne, la enfermera trata de calmarlo, ante la expresión turbada en los ojos de Diego, que se pueden ver lagrimosos en la cara cubierta en más de la mitad del rostro por el tapaboca verde.

—Olvide mi sudor, Marianne, gracias, pero vaya por ello al laboratorio. Ganémosle al tiempo. He de seguir el procedimiento con cuidado, cueste lo que cueste, no se me puede ir la muchacha así, ¡no la voy a perder!

—Sí, enseguida voy, doctor.

Gracias a las nuevas tecnologías que se implementan en el hospital, en menos de treinta minutos, la enfermera regresa a la sala con el análisis de la muestra del tumor adherido, según el doctor Diego Anclado, desde el sacro a la pelvis de la jovencita.

—No son muy malas las noticias, médico. Por lo que arrojó el resultado el tumor es benigno, pero sí de cuidado en su tipo.

—¡A Dios gracias!, voy a continuar con la cirugía, está en mis manos librar de ello a la muchacha ahora mismo. Pinzas, por favor, doctor Áreas, voy a terminar con esto de inmediato, retiraré de una vez el bulto —y dirigiéndose a sus asistentes—: ¿Ya tiene el segundo plasma en vena?

—Sí, médico.

—Vigilen el oxígeno, la tensión y la anestesia por favor, necesito que continúe dormida.

Al cabo de dos horas y cuarto había concluido la cirugía.

—Listo, ya concluimos la cirugía y quitamos felizmente el inoportuno tumor, pongámosle otro plasma más para asegurarnos que todo esté bien. Gracias a Dios santo, hemos eliminado un problema futuro para ella. Me siento más aliviado.

El doctor Diego retira el paño verde de su cara, se dirige a higienizar sus manos seguido por el doctor Áreas y comenta:

—Cuando no se es doliente, se arriesga todo. Era de esperar, la muchachita no es querida por su padrastro. Este hombre es una mala persona, no es de buen augurio tener este tipo de gente cerca.

—¿Cómo dice?

Marianne pregunta al doctor a un metro de distancia, sin entender a ciencia cierta el comentario que hiciera Diego al médico Áreas.

—Nada enfermera, comentarios míos, son cosas que solo deduzco y yo me entiendo.

—Perdón, doctor, creí que…

—No es nada. Pongámosle un antibiótico de última generación a la jovencita, porque la cirugía ha sido algo complicada. Sin embargo, un éxito en el último momento, creo que con la medicación que apliquemos, estaremos aún más tranquilos.

El doctor Diego Anclado, con mil incertidumbres en su cabeza, sale de la sala consternado, pensando en la adolescente, y comenta a sus colegas acerca del imprevisto y la resistencia de la paciente.

—Voy por un café, cualquier eventualidad estoy en consulta de guardia de cirugía. No obstante, a ratos estaré dándole vueltas a la muchachita —le dice Diego a la enfermera asistente.

La enfermera Marianne queda a cargo de suministrar el antibiótico a Joaquina, con otra medicación analgésica indicada por el doctor. Sin embargo, apenas diez minutos de aplicar lo indicado, sale de la sala, donde Joaquina debía recuperarse lentamente, y muy asustada y aturdida grita:

—La paciente convulsiona, ¡corran! ¡Vayan por el doctor Diego, por favor!

—Doctor Anclado, doctor Diego Anclado, le solicitan por urgencia en la sala cinco, por favor —repiten desde un alta voz en la recepción del hospital.

El doctor Diego y el doctor Áreas se encuentran en consulta de urgencias del hospital.

—¿Qué sucederá, doctor Áreas? Es la sala donde se encuentra Joaquina —dice el doctor Diego preocupado.

Marianne se dirigía a la consulta por el médico, pero el doctor Diego ya subía la escalera hacia la sala y corría por el pasillo, ante la llamada por el alta voz. El doctor Áreas, le sigue hasta la sala.

—La paciente convulsiona, no sé, médico; todo ha sido de momento —explica agitada la enfermera Marianne al médico.

—Déjeme ver. ¿Qué ocurre ahora con la muchacha, por Dios? ¡Ventilación, Marianne!

El médico entra como una saeta a la habitación de Joaquina. Todos se colocan a ambos lados de la cama donde se encuentra la niña, Marianne le pone oxígeno por indicación del doctor Anclado. La paciente es auscultada nuevamente por el doctor, quien sin duda decide indicar antihistamínico, más otra medicación que calma las convulsiones; después, experto en la materia, el médico asegura:

—Se trata de una alergia. Por los síntomas y la erupción en piel, un rechazo al medicamento que le indiqué. No había manera de saber, son imprevistos. Vamos a tratarla con esteroides, además. Esto se va a resolver de una vez o me quito el nombre.

Como pidiera el especialista, le aplicaron los tratamientos y reconstituyentes a la muchacha de inmediato. Joaquina en pocas horas quedó totalmente restablecida.

En las afueras del salón estaba Ulises, el padre de Arturito y padrastro de la jovencita, quien ve a la enfermera y al doctor Áreas salir de sala. La joven enfermera lleva consigo un estuche de inyectables y otros remedios.

Ulises de inmediato les pregunta:

—¿Y Joaquina? ¿Y mi hijo Arturito? ¿Cómo salió la cirugía?

El doctor Áreas y la enfermera Marianne le explican a Ulises que ambos se encuentran fuera de peligro, pero Joaquina en sala de terapia intensiva aún, a la espera del tiempo requerido, y que después de la cirugía irían a recuperación. Y el médico Áreas argumenta:

—Señor Ulises, el doctor manda a decir que el niño está estable, no hubo trasplante. Al niño lo chequeamos por su enfermedad crónica, la leucemia, se le cambió el tratamiento y parece que va a evolucionar mejor. Si todo sale como se espera, pronto trasladarán de sala a la jovencita. La adolescente tuvo sus complicaciones por un imprevisto, y tuvimos que operar, después le explicará el doctor Diego acerca del asunto, no se preocupe. Le repito, el niño está estable, no hubo trasplante. Solo quedará esperar por la evolución de ambos en casa.

—¿Cómo que Arturito por el momento se encuentra estable, doctor? Me explica mejor —insiste Ulises sin saber con exactitud, qué quiere decir el médico Áreas.

—Como le digo, el seguimiento se hará en casa, principalmente al niño Arturito, al que se le realizará un exhaustivo seguimiento, pues sabemos que tiene una enfermedad crónica que demanda ahora más cuidados. Recientemente tuvo desmayos, algo que no tenía antes, por eso lo vigilamos, aunque lo notificamos como estable. Claro, a la joven Joaquina habrá que proporcionarle cuidados también, porque fue riesgosa la operación que se le realizó. Luego, podemos decir que en pocos de días ambos estarán en casa.

—Me deja usted algo tranquilo entonces, doctor, gracias.

—Haremos visitas para seguir su evolución,que por supuesto les realizarán posteriormente en casa. Es muy importante para la mejoría. Desde luego, con mayor prontitud las dirigidas al niño, por su condición de salud.

—¿Cuándo podré hablar con el doctor Diego? Por favor, dígame, médico.

—En un rato, tranquilo, el doctor Diego Anclado más tarde le explicará. Eso será, más menos en un par de horas, porque se encuentra atendiendo otro caso por urgencia.

—El médico Diego nos dijo que después hablaría con usted personalmente —dice la enfermera.

—Ok, enfermera. Gracias, doctor Áreas —Ulises extiende la mano para agradecerles y se dirige al exterior del centro hospitalario a fumar un Montecristo.

En una semana los pacientes fueron dados de alta; aunque Arturito está débil, se manifiesta con una leve mejoría. Ulises mostró su desacuerdo por no haberle hecho el trasplante al niño, restándole importancia a la situación de Joaquina.

—No me explico por qué para Arturito no hay posibilidad de un tratamiento que lo cure —comenta Ulises en la sala frente a todos.

—¡Ay, Ulises!, los médicos nos han dicho toda la verdad. Esa intervención no hubiera servido de mucho por las patologías asociadas que presenta Arturito. Solo nos queda darle mucho cariño a nuestro hijo —dice Dalia.

A Ulises solo le importaba Arturito, muchos afirman que fue al único que él quiso en esta vida. Unos días después se vio a Joaquina, paseando más saludable que nunca por las afueras de la hacienda.

La finca Santos Rosales

La finca Santos Rosales, agraciada por su terruño, enaltecida por los más jugosos racimos de uvas que se hayan visto en la región. Una inmensa parcela exhibe su mayor privilegio: el viñedo.

Además de sus enormes hectáreas con sembrados de uvas, en otras hectáreas menos extensas se cultivan guanábanas, guayabas, piñas y arándanos, así como plátanos —segundo mejor cultivo de la hacienda—, cacao, café y otras hortalizas. Tierra bien singular con relación a otras estancias de su alrededor. Su explanada se observa marrón, verde multicolor y clara como cada porción de sus cultivos. A su entrada, una mansión hermosa bordeada por una muralla, con un vergel pleno de violetas, lirios blancos, azucenas, robustas palmeras de coco, arecas y rosas de distintos matices.

Ya en su interior, bien distinguidos, diversos cultivos de verduras y hortalizas, como calabazas y lechugas. Entre otras de sus producciones, excelentes cultivos de cereal y fresas. Extensos kilómetros de tierra a lo largo y ancho de la hacienda son propiedad de Santos Rosales, algunos listos para ser cultivados.

A su extrema derecha, en sus diferentes gamas, se extienden divinos naranjales y apetitosas sandías, todas sembradas y cosechadas por laboriosos hombres de la zona, incluso descendientes de hacendados que laboraban para sus dueños. Muchos, agradecidos de trabajarla y de las bondades de sus tierras.

La hacienda tiene una razón principal de existir, su apetecido viñedo, fuente de un excelente vino: el Santos Rosales, delicado y de sabor exquisito, especial entre otros de su variedad. Elaborado en una bodega situada a buen recaudo, propiedad de la familia, después de buenas colectas de sus finas uvas, de las más jugosas, que suscriben su excepcionalidad. Sin embargo, la cosecha del vino, con el nuevo supuesto representante, ya tiene un tratamiento diferente con relación al negocio de antaño de los Santos Rosales, principal fuente de ingreso y riqueza para sus patrones, demandado por importantes empresarios y distinguidos comerciantes.

En la región, algunos especulan, fuera y dentro de la comarca, que con el nuevo gerente han variado sus destinatarios a diferencia de antaño. En la actualidad el privilegiado vino ya no es, como antes, para mercadear con comerciantes y hacendados habituales. Solo algunos compradores antiguos han quedado como clientes de Jorge Miguel Santos Rosales, hijo primogénito de la familia.

El comercio del notable vino ha cambiado de tal forma, que ya ni los proveedores de insumos, ni de la levadura que demanda la producción son los mismos, pocos quedan de los grandes clientes que acostumbraban a comercializar con ellos el vino y otras de sus producciones. Excepto algunos importantes negocios que han quedado al cuidado de Jorge Miguel Santos Rosales, el abundante vino es destinado a nuevos comerciantes, con los cuales Ulises negocia a su vil capricho, en desproporcionadas transacciones y en cantidades significativas.

La bodega permanece desde siempre en un lugar conveniente de la hacienda, atesorando el licor secretamente, debajo del claro río San Jorge. Allí, en esa bodega subterránea, se mantiene a buen resguardo el legítimo vino, degustado siempre por especiales enólogos y sumilleres.

El vino Santos Rosales, todavía exitoso en comercialización por su fino y distinguido sabor, ha sufrido cambios en su promoción y venta, porque Ulises resguarda y canjea gran parte de este, sin que sus dueños legítimos se den cuenta de ello. Es así como Ulises extrae sin autorización el vino, para uso exclusivo de una partida de escurridizos inconscientes.

El vino es el producto que caracteriza a la comarca El Paso, apreciada también por lo versátil de su productivo terruño. En el condado, la actual producción general de la hacienda Santos Rosales se encuentra ausente de los establecimientos de varios comerciantes, debido a que resulta extraño encontrar sus excelentes productos en venta en los distintos mercados. Incluso el vino —su principal producto— en ocasiones es exhibido en estrechos marcos de ventas. El excelente producto se ha visto en sitios impensables, incluso fuera de jurisdicción y del país, y hasta en trueques y comercios eventuales lo han querido desacreditar, por lo que los tradicionales consumidores le echan de menos. Raras veces sale a la venta para la región un lote muy pequeño del vino Santos Rosales y otras de las producciones de esta hacienda, por lo que no siempre es asequible para todo consumidor. Los mejores clientes y de siempre se preguntan por qué no se vende el vino en igual valor y cantidad que antes si es apreciable la cosecha de uvas en sus campos, y es perceptible que aún sus tierras gozan de buena salud, dado su provechosa cosecha.

A raíz de la singular situación, algunos clientes celosos rumoran que ya la hacienda Santos Rosales no forma parte de los más grandes y excelentes proveedores como antes. Trabajadores y dueños saben de algunos de sus actuales negocios, así como las diferentes actividades comerciales que se le atribuyen, pero desconocen de últimas, sus desvíos y malversaciones, así como las desvergonzadas actividades comerciales que Ulises, su representante, realiza.

Años después

Años después, una mañana de marzo, conversan las hermanas Santos Rosales, que llevan el apellido de su abuelo materno. Ambas, hijas de los finados esposos Dalia Santos Rosales y Sebastián del Río. Las muchachas habían quedado bajo el cuidado de Jorge Miguel Santos Rosales, primer hijo del matrimonio, y hermano de las gemelas Santos Rosales, entonces representante mayoritario de los negocios junto a Ulises, el viudo de Dalia, madre de las jóvenes. Jorge pronto otorgó a Joaquina, la menor de las hijas de los Santos Rosales, firma de representación en su ausencia de la hacienda. Virtudes, la entonces monja, una de las gemelas, hizo dejación de todo a sus hermanos, tan pronto como tomó los hábitos.

Joaquina, desde muy pequeña, se complacía en merodear las tierras; había aprendido bastante de agronomía y como gustaba mucho de las plantaciones de frutos, su tío Jorge tuvo confianza en la joven para dejarle a cargo la empresa mientras él no estuviese.

Las hermanas Joaquina y Elia se encuentran en la habitación de trabajo y costura de Elia. Las jóvenes establecen una singular plática de hermanas entre los quehaceres en la habitación. La mayor de las jóvenes, Elia, amante de los diseños del buen vestir y de otras artesanías, suele coser variadas costuras por encargo de Ulises. Joaquina, la menor, por complacencia y gracia emprendedora, se encarga de las cuestiones de negocio de agricultura y pecuaria, lo que comenta todo el tiempo con su hermana Elia. Ella es la apoderada por su tío Jorge, para secundar a Ulises en todos los negocios de la hacienda, principalmente el vino Santos Rosales.

En medio de la charla de las muchachas, dice la joven Joaquina a su adorada hermana Elia, al tiempo que se acerca a la ventana:

—¡Hermana, la cosecha de uvas está en su punto! No obstante, ¡mira, Elia, hermana! Después que terminaron con la uva, todavía hay gente trabajando en la huerta, trabajan y recogen aún sandías, piñas, naranjas, y por el otro surco, tomates, verduras y leguminosas también. Estos jornaleros bregan con gusto y lo dan todo. De veras les gusta lo que hacen.

—Algunos lo hacen porque les gusta el trabajo, otros por necesidad, pero lo hacen bien. Es lo que importa. ¡Estás contenta, Joaquina! A tu manera, hermana, contemplas a gusto el fruto de tu empeño y dedicación al trabajo, y claro que a los negocios también.

—A pesar de los rumores, sí, hermana, la gente y la tierra lo agradecen. La campiña se ve tan verde y tan llena de color, que me desborda el alma. Estoy en éxtasis, Elia. Lo que me llama la atención es como, a esta hora, ¡todavía hay tanto gentío en los surcos trabajando! Observa desde aquí, de la terraza se puede ver, debieron descansar a las doce por la hora del almuerzo, retomar el trabajo a las dos y terminar sobre las cinco. Son más de la seis de la tarde. ¿Se hicieron cambios?¡Ah, estoy segura!, ¡eso ha de ser cosa de Ulises!

—¡Para, hermana! No te apresures, te precipitas muy rápido, chica. Aguarda, ¿no están recogiendo la cosecha, que es prioridad, porque ya entra el mes? Es época de colecta, Joaquina. ¿No es así? Tal vez van a terminar más tarde hoy. Quién sabe.

—Nada de eso, Elia. No creo. No fui advertida de ello. Hay un ambiente y un caminar extraño en los surcos, hermana. Un vaivén, un corretaje poco común. Fíjate. ¡Observa a través de la ventana a tu izquierda! Ven. ¡Mira! ¡Es Ulises con sus cambalaches inoportunos! ¡Míralo tú misma!

—¿Tú crees, Joaquina?

—¡Observa! ¡Asómate! ¡Ven aquí, para que veas! ¿Ves?, a la derecha, para que veas con tus propios ojos, hermana. De derecha a izquierda, la gente trabaja como si fuera de mañana y como arañas. ¡Cuánta energía! Segura estoy que Ulises les pagó extra.

Elia se para junto a Joaquina, y ambas miran por el amplio ventanal de su cuarto, de donde mejor se aprecian los surcos.

—¡Ah sí! Es verdad lo que dices, ¡parecen olas!, algunos van y vienen, depositan la recogida en las cestas. Quizás es como te digo, van a terminar tarde y por eso no han ido a merendar, Joaquina. La carreta de la merienda está intacta. ¿No ves? Ahí va tu gente con Robin.

—Mira, mi gente de siempre guardan en el almacén del Blanquizal, pero esta vez hay quienes con disimulo desvían la cosecha y la llevan detrás de la colina. Han de ser la gente de Ulises, los peleles del burro y ¡mira que lo es! ¡Qué atrevido es, hermana! Él piensa que estoy para la reunión de hacendados, ¡mira como lo atrapé! A todas estas, ni sé si Ulises estará usando el producto adecuado para el cuidado y fertilización de esos cultivos.

—¿Piensas que no sea el producto de fertilización indicado? ¿Tan descuidado anda ya Ulises?

—No. Es que estoy segura que no lo hace. Hoy se debió hacer el aplique del humus. No veo, hermana, recipiente de fertilizante alguno con estampa verde. Están los carmelitas, que él dice que los trajo un amigo del sur, pero los que se descargaron del barco, por envío de Juan David, no los veo por ningún lado. No, ¡si es que este asno de mierda! no deja de ser el capataz de nuestra penitencia.

—¡Ay, caramba, Joaquinilla! ¡Qué negligente anda Ulises!

—¿Cómo iremos a limpiar su basura? Ahora tengo que intentar salvar el cultivo.

—¿Cómo lo haremos, hermana? ¿En qué te puedo ayudar ahora mismo?, me tienes a mí y a la gente en la hacienda, que trabaja con decoro y nos quiere.

—Sé bien que él se las trae; con tal de hacer dinero, hace porquerías de negocios. Pero me jode lo que hace mal y al descaro, ¿tú no ves el mal que él hace ahora? Luego, espera, Elia. Tú, ¡calladita! Ahora no diré nada. Por eso y todo lo demás, personalmente quedé a cargo de la caballeriza con Robin, Luis Rangel, que ayuda, y Juan David. ¡Ay, hermana, si yo te digo a ti! ¡Con él todo últimamente es porquería!

—Estás muy ofuscada. Calma, hermana.

—No puedo. ¡Con él, la vida en la hacienda es una mierda! ¡No escarmienta el estúpido ese! Ahora mismo será mejor que no me exalte porque voy a provocar líos, me voy a enfadar por gusto y aún me faltan cosas por esclarecer con él, sobre todo de sus sucios caprichos.

—Qué bueno sería que Juan David estuviera más con nosotras en la hacienda. ¿Cierto?

—Nuestro primo, y ahijado de papá, es muy buen empresario para ser tan joven, bastante noble y preocupado por nosotras que nos ha salido. Un chiquillo grandulón. Como le gusta que le digamos chiquillo, él dice que somos sus muñequillas de esponja, nos trata como niñas, como si él fuera tan mayor de edad. ¡Bah!

—No creas, nos lleva años. Juan David es mayor que nosotras, el primo es casi nueve años mayor que nosotras, hermana. Ojalá estuviera siempre, lo quiero como a un hermano; luego, tal como tío, sus visitas son cuando él puede. Tiene su propio negocio de ganado, café y cacao en su hacienda y lleva también aquí el negocio de esos mismos productos. Gracias a Dios que él es quien lo lleva, muy bien que lo hace. Todo un empresario en Isla Flaca y mejor no le puede ir, como dijo papá y predijeron Sor Virtudes y nuestra madre.

—Así mismo, ya he conversado con él para crear condiciones y nos ayude con sus conocimientos empresariales. ¿No lo recuerdas, hermana? A hacer la lechería que pretendemos poner aquí. Nosotros tenemos buen ganado para ello, además, me gustaría hacer una fábrica de productos lácteos y sus derivados, con todo lo que lleva ese tipo de empresa.

—Sería magnífico. Ojalá lo lográsemos, Joaquina. Habría que invertir capital, pero sería genial con su ayuda. Creo que no podíamos pensar en nadie mejor que en Juan David y, claro está, en Luis Ra y Robin para ayudar, que también son buenos emprendedores.

—Luis Ra. El caballero más galante de la región, como tú dices.

—Sí que lo es. Y trabajador que es tu Luis Rangel. Pero hablando del primo, lo mejor de Juan David es que él está al tanto de nosotras, casi siempre Juan David visita a Sor Virtudes, pero a nosotras también nos atiende bien, nos da la vueltecita a fin de mes sin falta.

—Claro, viene además por lo del café y el cacao, el que se produce aquí, y tío le encargó que él llevase como negocio en común, pero también nos cuida, nos envía gente preparada y nos presta técnicos, además, como también hace tío Jorge. La verdad es que es muy generoso de su parte.

—Como me hubiera gustado tener un hermano como Juan David.

—Un hombre como él pero aquí con nosotras, acorde con nuestros intereses, al pie del cañón, que ahora estuviese y trabajase en la hacienda con nosotras. Mira los campos, Elia; observa, hermana.

—Ya parece que van a terminar, Joaquina. Veo a Ulises cerrar la reja.

—Ya, cambiemos de tema. Será mejor, hoy no quisiera desgraciarme el día por sus cosas.

—Parecen que llevan la merienda a casa porque vaciaron la carretilla.

—¡Ah, mira, Joaquina! Por ahí viene Sor Virtudes.

Los Santos Rosales concibieron su pequeña bodega de vinos, como patrimonio familiar desde sus comienzos. Ello le había enriquecido de tal manera, que aún la familia es considerada la más acaudalada del territorio. La legendaria bodega de vino Santos Rosales, no obstante a las sobrevenidas arbitrariedades, se mantiene facturando grandes sumas de dinero en otras tierras. Jorge Miguel, sabiéndole descuidado, no le da participación a Ulises de sus fuentes de ingreso y consigue cotizarlo, además, por grandes empresas trasnacionales, demandantes del producto, que ha aportado por su excelencia, valor agregado a otras industrias de sus intereses.

De últimas, cuando Jorge Miguel no está en la hacienda, toda negociación se realiza con la presencia de la joven Joaquina y bajo el auspicio y mandato de Ulises. Este último había sido esposo de Dalia, una de las gemelas.

Ulises es un pariente lejano que se ha encargado de cambiar las estrategias de venta y negocio de la hacienda a su manera y antojo, sin contar con la familia. Este, después de un tiempo de matrimonio, creyó oportuno hacer ver que su tonta primilla y esposa no podía hacerse cargo de los negocios de la hacienda, como lo hiciera su finado esposo Sebastián, por cuestiones de salud, y mucho menos del elegante y legendario producto de la hacienda: el vino. Luego, después que muriera su esposa Dalia, su prepotencia fue mayor.

Años atrás. Virtudes Santos Rosales, hermana gemela de Dalia Santos Rosales, da a luz a Juan David, en las afueras de la ciudad

Virtudes y Sebastián, esposo de Dalia, conversan en las afueras de la comarca.

—Sebastián solo te pido…

—¡Calla, Virtudes! No tienes que pedir ni explicar nada. No eres culpable. ¿Qué íbamos a saber nosotros que sucedería algo así?

—Es que todos los días de este mundo me pregunto: ¿Por qué a mí?, Sebastián, ¿por qué yo? —Virtudes se enjugaba los ojos.

—No tienes por qué sentirte avergonzada, ni preocupada. No sabíamos. Así es. Cosas del destino. No lo pongas en duda, Virtudes, siempre vendré a verlos. No solo seré el padrino del niño a la vista de todos, sino su tutor, eso porque tú lo decidiste así. Solo tú no quieres que digamos que soy el padre en voz alta, por mí lo dijese todo, al final es mi primer heredero varón. Me haré cargo de él de todas formas, como padrino, así lo quieres; comprendo, prejuicios de sociedad. En el norte, donde estudié medicina, una situación así no sería tan dramática. En fin, lo haremos a tu modo.

—Es que no quiero, Sebastián, que mi hermana Dalia sufra decepciones por mi culpa, no deseo que jamás se entere de semejante disparate, pudiera hacerle daño. Ella no debe saber jamás de esta relación, la quiero demasiado y lo sabes mejor que nadie, es mi hermana gemela. ¡Qué caos! ¡Dios mío! Perdóname, señor.

—No entiendo por qué te culpas. ¿Qué disparate cometiste, Virtudes? Fue tan solo una confusión. No tuviste intención. Además, a escondidas como llevábamos la relación, no podíamos saber. ¿Cómo saber? Si tú estabas en casa de tus padrinos, la mayor parte de tiempo.

—Está decidido, me voy al convento. Haré votos.

Sin embargo, aun cuando las palabras que salían de la boca de Virtudes eran de gran dureza, se escuchaban dulces.

—¿Y el niño? —pregunta Sebastián.

—Irá conmigo de todas formas. Allí acogen a niños sin amparo filial y hasta huérfanos. Mi padre sabe de lo ocurrido, y para mi suerte, me comprende. Él conoce personas importantes de la región y permitirán que el niño esté bien cerca de mí, estará conmigo en el convento, entrará en el hogar de allí donde cuidan niños huérfanos. A decir verdad, hasta que no crezca más, no pienso darle detalles de su origen familiar, y todo lo sabrá a mi modo. Escojo tratarlo como monja, sí, a la que todos llaman madre, sin que el niño ni nadie sepa. Que sienta el afecto del lugar, mío y de Dios. Luego, cuando sea mayorcito, le diré la verdad.

—¿No crees que te equivocas en dar tal paso? Después…

—No por ahora, Sebastián. Si aceptas ser el padrino te lo agradeceré, de momento prefiero que no sepa de nosotros. Es muy pequeño, puede adaptarse bien porque estará en igual condición que los demás niños y con mi presencia.