Jules Verne - Obras completas - Julio Verne - E-Book

Jules Verne - Obras completas E-Book

Julio Verne

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Beschreibung

Jules Gabriel Verne (Nantes, 8 de febrero de 1828-Amiens, 24 de marzo de 1905), conocido en los países de lengua española como Julio Verne, fue un escritor, poeta y dramaturgo francés célebre por sus novelas de aventuras y por su profunda influencia en el género literario de la ciencia ficción.Este colección con índice totalmente activo incluye los siguientes 7 libros:- CINCO SEMANA EN GLOBO;- DE LA TIERRA A LA LUNA;- EL CASTILLO DE LOS CÁRPATOS;- EL FARO DEL FIN DEL MUNDO;- LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS;- MIGUEL STROGOFF;- VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO.

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Julio Verne

Jules Verne - Obras completas

JULIO VERNE

- OBRAS COMPLETAS -

ISBN

978-88-98006-97-7

ePubYou

Febrero 2015

 

 

UUID: 978-88-98006-97-7
This ebook was created with BackTypo (http://backtypo.com)by Simplicissimus Book Farm

Indice

CINCO SEMANA EN GLOBO

Capítulo I-X

Capítulo XI-XX

Capítulo XXI-XXX

Capítulo XXI-XL

Capítulo XLI-XLIV

DE LA TIERRA A LA LUNA

Capítulo I-X

Capítulo XI-XX

Capítulo XXI-XXVIII

EL CASTILLO DE LOS CÁRPATOS

PRIMERA PARTE

​SEGUNDA PARTE

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO

Primera parte

Segunda parte

LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS

Capítulo I-X

Capítulo XI-XX

Capítulo XXI-XXX

Capítulo XXXI-XXXVII

MIGUEL STROGOFF

Primera parte

Segunda parte

VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO

Primera parte

Capítulo I-V

Capítulo VI-X

Capítulo XI-XV

Capítulo XVI-XX

Capítulo XXI-XXIV

Segunda parte

Capítulo I-V

Capítulo VI-X

Capítulo XI-XV

Capítulo XVI-XX

Capítulo XXI-XXIII

CINCO SEMANA EN GLOBO

Capítulo I-X

I

El final de un discurso muy aplaudido.

Presentación del doctor Samuel Fergusson.

« Excelsior. » Retrato de cuerpo entero del doctor.

Un fatalista convencido. Comida en el Traveller’s

Club. Numerosos brindis de circunstancias

El día 14 de enero de 1862 había asistido un numero­so auditorio a la sesión de la Real Sociedad Geográfica de Londres, plaza de Waterloo, 3. El presidente, sir Francis M .... comunicaba a sus ilustres colegas un hecho importante en un discurso frecuentemente interrumpi­do por los aplausos.

Aquella notable muestra de elocuencia finalizaba con unas cuantas frases rimbombantes en las que el pa­triotismo manaba a borbotones:

«Inglaterra ha marchado siempre a la cabeza de las na­ciones (ya se sabe que las naciones marchan universalmen­te a la cabeza unas de otras) por la intrepidez con que sus via­jeros acometen descubrimientos geográficos. (Numerosas muestras de aprobación.) El doctor Samuel Fergusson, uno de sus gloriosos hijos, no faltará a su origen. (Por doquier.­¡No! ¡No!) Su tentativa, si la corona el éxito (gritos de: ¡La coronará!), enlazará, completándolas, las nociones disper­sas de la cartografía africana (vehemente aprobación), y si fracasa (gritos de:¡Imposible! ¡Imposible!), quedará con­signada en la Historia como una de las más atrevidas concepciones del talento humano. (Entusiasmo frenético.)»

¡Hurra! ¡Hurra! aclamó la asamblea, electrizada por tan conmovedoras palabras.

¡Hurra por el intrépido Fergusson! exclamó uno de los oyentes más expansivos.

Resonaron entusiastas gritos. El nombre de Fergus­son salió de todas las bocas, y fundados motivos tene­mos para creer que ganó mucho pasando por gaznates ingleses. El salón de sesiones se estremecio.

Allí se hallaba, sin embargo, un sinfín de intrépidos viajeros, envejecidos y fatigados, a los que su tempera­mento inquieto había llevado a recorrer las cinco partes del mundo. Todos ellos, en mayor o menor medida, ha­bían escapado física o moralmente a los naufragios, los incendios, los tomahawk de los indios, los rompecabe­zas de los salvajes, los horrores del suplicio o los estó­magos de la Polinesia. Pero nada pudo contener los lati­dos de sus corazones durante el discurso de sir Francis M .... y la Real Sociedad Geográfica de Londres, sin duda, no recuerda otro triunfo oratorio tan completo.

Pero en Inglaterra el entusiasmo no se reduce a va­nas palabras. Acuña moneda con más rapidez aun que los volantes de la Royal Mint. Se abrió, antes de levan­tarse la sesión, una suscripción a favor del doctor Fer­gusson que alcanzó la suma de dos mil quinientas libras. La importancia de la cantidad recaudada guardaba pro­porción con la importancia de la empresa.

Uno de los miembros de la sociedad interpeló al presidente para saber si el doctor Fergusson seria pre­sentado oficialmente.

El doctor está a disposición de la asamblea res­pondió sir Francis M...

¡Que entre! ¡Que entre! gritaron todos . Bueno es que veamos con nuestros propios ojos a un hombre de tan extraordinaria audacia.

Acaso tan increíble proposición dijo un viejo co­modoro apoplético no tenga más objeto que embau­carnos.

¿Y si el doctor Fergusson no existiera? preguntó una voz maliciosa.

Tendríamos que inventarlo respondió un miem­bro bromista de aquella grave sociedad.

Hagan pasar al doctor Fergusson dijo sencilla­mente sir Francis M...

Y el doctor entró entre estrepitosos aplausos, sin con­moverse lo más mínimo.

Era un hombre de unos cuarenta años, de estatura y constitución normales; el subido color de su semblante ponía en evidencia un temperamento sanguíneo; su ex­presión era fría, y en sus facciones, que nada tenían de par­ticular, sobresalía una nariz asaz voluminosa, a guisa de bauprés, como para caracterizar al hombre predestinado a los descubrimientos; sus ojos, de mirada muy apacible y más inteligente que audaz, otorgaban un gran encanto a su fisonomía; sus brazos eran largos y sus pies se apoyaban en el suelo con el aplomo propio de los grandes andarines

Toda la persona del doctor respiraba una gravedad tranquila, que no permitía ni remotamente acariciar la idea de que pudiese ser instrumento de la más insignifi­cante farsa.

Así es que los hurras y los aplausos no cesaron hasta que, con un ademán amable, el doctor Fergusson pidió un poco de silencio. A continuación se acercó al sillón dispuesto expresamente para él y desde allí, en pie, diri­giendo a los presentes una mirada enérgica, levantó ha­cia el cielo el índice de la mano derecha, abrió la boca y pronunció esta sola palabra:

¡Excelsior!

¡No! ¡Ni una interpelación inesperada de los señores Dright y Cobden, ni una demanda de fondos,extraordi­narlos por parte de lord Palmerston para fortificar los peñascos de Inglaterra, habían obtenido nunca un éxito tan completo! El discurso de sir Francis M... había que­dado atrás, muy atrás. El doctor se manifestaba a la vez sublime, grande, sobrio y circunspecto; había pronun­ciado la palabra adecuada a la situación: «¡Excelsior!»

El viejo comodoro, completamente adherido a aquel hombre extraordinario, reclamó la inserción «íntegra» del discurso de Samuel Fergusson en los Proceedings of the Royal Geographical Society of London.

¿Quién era, pues, aquel doctor, y cuál la empresa que iba a acometer?

El padre del joven Fergusson, denodado capitán de la Marina inglesa, había asociado a su hijo, desde su más tierna edad, a los peligros y aventuras de su profesión. Aquel digno niño, que no pareció haber conocido nunca el miedo, anunció muy pronto un talento despejado, una inteligencia de investigador, una afición notable a los trabajos científicos; mostraba, además, una habilidad poco común para salir de cualquier atolladero; no se apuró nunca por nada de este mundo, ni siquiera a la hora de servirse por vez primera en la comida del tene­dor, cosa en la que los niños no suelen sobresalir.

Su imaginación se inflamó muy pronto con la lectu­ra de las empresas audaces y de las exploraciones marí­timas. Siguió con pasión los descubrimientos que seña­laron la primera parte del siglo XIX y soñó con la gloria de los Mungo Park, de los Bruce, de los Caillié, de los Levaillant, e incluso un poco, según creo, con la de Sel­rik, el Robinsón Crusoe, que no le parecía inferior. ¡Cuántas horas bien ocupadas pasó con él en la isla de Juan Fernández! Aprobó con frecuencia las ideas del marinero abandonado; discutió algunas veces sus planes y sus proyectos. Él habría procedido de otro modo, tal vez mejor; en cualquier caso, igual de bien. Pero, desde luego, jamás habría dejado aquella isla de bienaventu­ranza, donde era tan feliz como un rey sin súbditos... No, ni siquiera en el caso de que le hubieran nombrado primer lord del Almirantazgo.

Dejo a la consideración del lector si semejantes ten­dencias se desarrollaron durante su aventurera juventud lanzada a los cuatro vientos. Su padre, hombre instrui­do, no dejaba de consolidar aquella perspicaz inteligen­cia con estudios continuados de hidrografía, física y me­cánica, acompañados de algunas nociones de botánica, medicina y astronomía.

A la muerte del digno capitán, Samuel Fergusson te­nía veintidós años de edad y había dado ya la vuelta al mundo. Ingresó en el cuerpo de ingenieros bengalíes y se distinguió en varias acciones; pero la existencia de sol­dado no le convenía, dada su escasa inclinacion a man­dar y menos aún a obedecer. Dimitió y, ya cazando, ya herborizando, remontó hacia el norte de la península in­dia y la atravesó desde Calcuta a Surate. Un simple pa­seo de aficionado.

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

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