Julie Jones: 13 cuentos eróticos - Julie Jones - E-Book

Julie Jones: 13 cuentos eróticos E-Book

Julie Jones

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

Disfruta de 13 relatos eróticos de Julie Jones. Esta edición contiene:Terraza con vista panorámicaTodo está en las manosPacienciaEntre los árbolesHotel CaliforniaVértigo y tentacionesSesenta y cuatroPuedes dejarte el sombrero puestoPreestenoNoche de EstrenoAmigos con beneficios - a través de los ojos de JackAmigos con beneficios a través de los ojos de tonyAtarme-

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Seitenzahl: 183

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Julie Jones

Julie Jones: 13 cuentos eróticos

LUST

Julie Jones: 13 cuentos eróticos

Translator: LUST

Cover image: Shutterstock Copyright © 2020, Julie Jones and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726649093

1. E-book edition, 2020 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Terraza con vista panorámica

Su día empezó de la misma manera en que había empezado cada día de ese verano. Abrir las puertas de la terraza y salir, con una taza de café en una mano y una caja de pañuelos en la otra, a esperar. Esperar a que se abrieran las persianas en el departamento que él ojeaba a cada instante. Aún estaban cerradas, pero sabía que muy pronto revelarían un espectáculo maravilloso. Definitivamente, comprar el viejo ático sobre su departamento había sido una de las decisiones más inteligentes de su vida. Es cierto que añadía una espléndida habitación principal a su pequeño hogar en Londres, y podría generar un dinero extra si alguna vez vendía (no necesitaba el dinero, pero tampoco le emocionaba perderlo). Sin embargo, esa no era la verdadera razón por la que el nuevo piso de arriba se había convertido en su lugar favorito en el mundo. No, la verdadera ventaja consistía en poder salir a la terraza, inclinarse un poco sobre la baranda y obtener un panorama completo del interior del departamento que estaba al otro lado del jardín. Y es que su moradora era la mujer más ardiente que había visto. Pues bien, hay que tener en cuenta que había sido un actor bastante famoso durante unos veinticinco años. Así que había tenido tiempo suficiente para estar con muchas mujeres hermosas y no se avergonzaba en absoluto de haberse cogido unas cuantas durante esos años. De hecho, estaba tan orgulloso del hecho que lo mencionaba en su autobiografía. Aunque su madre lo había amenazado con unas nalgadas al leer esa parte, él seguía orgulloso. No tenía segundo nombre, pero "semental" le parecía bastante apropiado. Nick “Semental” Walker sonaba bastante bien.

Las persianas no tardan mucho en despejar la vista y aparece ella, desnuda y en toda su gloria. Largos rizos de cabello rubio enmarcan su precioso rostro, caen sobre sus hombros y llegan justo hasta sus redondos y firmes senos, exhibiendo unos pezones rígidos. La simple imagen de esos senos perfectos lo hace poner duro como una piedra. Aferrado a la baranda con firmeza, se baja los pantalones de forma decisiva y brusca. Mientras su mirada deambula por ese cuerpo tonificado, pronto se encuentra con su sexo gloriosamente afeitado, o depilado con cera al estilo brasileño, estaba muy lejos para saberlo. Siempre le han gustado las mujeres depiladas. Siempre. Lo excita sobremanera una vagina totalmente expuesta, para poder deslizar su lengua en círculos alrededor de un clítoris sonrojado, hinchado, sin vellos de por medio. La idea de lamer esa parte de la anatomía de su vecina casi le hace acabar en el acto. Cierra los ojos, pasa saliva con fuerza y piensa en caballos. Porque odia los caballos. Y pensar en esas criaturas odiosas siempre le ha ayudado a retardar la eyaculación. Esta vez, sin embargo, no funciona como él hubiera deseado, pero al menos su pulso se normaliza un poco y su corazón ya no amenaza con salirse de su pecho como un maldito alienígena. ¿Se atrevería a abrir los ojos? ¿Se atrevería a no abrirlos?

Cuando finalmente decide abrirlos, ella ya no está allí. Entró en baño que está al otro extremo de su departamento. Si tan solo hubiera tomado los binoculares antes de subir.... Mejor no. Lo había pensado todo el verano porque sabía que con ellos podría verla en la ducha, pero no podía arriesgarse a ser descubierto. Sabía que nadie podía verlo (era el único que vivía en el último piso del edificio) pero no podía correr ningún riesgo. ¿Nick Walker espiando a su vecina con unos binoculares? Probablemente no sería lo mejor para su carrera. Y realmente no podría culpar a su agente por burlarse de él por el resto de su vida, si se enteraba. En lugar de ello, aprovecha la oportunidad para calmarse mientras ella no está. Sabe que volverá. Después de todo, vive en un departamento tipo estudio. No tiene muchos espacios para escoger además de su habitación/sala de estar. ¿Y si ella decidiera cerrar las persianas? En su celular tiene millones de fotos de desnudos y cuentas VIP en cada sitio porno. No era lo ideal, pero tendría que arreglárselas.

De todos modos, no tiene razón para preocuparse. Poco tiempo después, ella vuelve a aparecer en la ventana. Mientras aparenta estar casualmente en la terraza, observando el cielo, y sin mucho aspaviento, logra sacar su miembro aún rígido del bóxer y luego por el cierre abierto del pantalón. Sujetando su miembro con fuerza, comienza a mover su mano izquierda hacia arriba y hacia abajo. Recuerda fugazmente una broma que un cantante había dicho alguna vez, en un programa de televisión. Debió haber invertido el tiempo de espera más sabiamente. Debió haberse sentado sobre su mano izquierda, mientras ella se duchaba. Para sentir que era ella quien lo tocaba. Para lograr que sus dedos grandes se transformaran, en su mente, en sus manos diminutas y con perfecta manicura.

Su mirada se encuentra una vez más con la belleza en la ventana. Aún tiene la piel húmeda. Las pequeñas gotas de agua hacen que su piel sedosa brille a la luz del sol. La larga cabellera está recogida en un moño alto y despeinado. Como ha hecho cada mañana de este verano, ella vierte un poco de crema en las palmas de sus manos y las frota. Masajea lentamente sus tobillos dejando que la crema blanca hidrate su piel, luego sube por las piernas delgadas hasta llegar a los muslos. Toma un poco más de crema y se dedica a sus brazos. Estira y tuerce sus brazos para poder llegar hasta sus hombros y, de espaldas a la ventana, comienza a frotar crema sobre su trasero perfecto con forma de durazno. Casi como si se estuviera dando placer. Él no puede contenerse, ni pensar en caballos, ni en su madre puede impedir que alcance el clímax. Unos cuantos movimientos frenéticos después, explota en su propia mano. Ve las estrellas y su mente se queda en blanco; todo comienza a dar vueltas y, para no perder el equilibrio, tiene que aferrarse a la baranda con tal fuerza que le duelen los nudillos. Le toma unos instantes recuperarse y, sin levantar la vista, busca a tientas la caja de pañuelos sobre la mesa que tiene al lado. Mientras se limpia las manos, divisa unas gotas de semen en el piso, y se inclina para limpiarlas. Cuando se incorpora de nuevo, mira una vez más hacia la ventana y queda completamente impactado por lo que ve. Ella se dio la vuelta y ahora lo mira fijamente. No hay ninguna posibilidad de malinterpretarlo. Los ojos marrones se encuentran con su mirada azul y él siente las mejillas arder como el fuego. Sabe que se está sonrojado. Ella lo vio. Con suerte solo se dio cuenta de que la miraba, pero no era muy probable. Y ya eso lo hacía ver bastante mal. Ella lo vio. Carajo.

Sin bajar la mirada, ella regresa a su tarea, esparciendo crema lentamente por sus senos perfectos copa D. Oh sí, él está seguro. Puede adivinar la talla de sostén de cualquier mujer sin equivocarse. Ella es una 32 D. Sin dudas. Una 32 D que se está acariciando. Captura su pezón derecho entre los dedos pulgar e índice y comienza a estimularlo. Pellizcándolo de vez en cuando. Baja su otra mano lentamente en dirección al estómago plano, pasando por el ombligo y justo antes de llegar a la cadera, se desvía hacia el muslo. Lo acaricia de arriba a abajo con los mismos movimientos rítmicos con que él se acaba de masturbar. Ella lo sabe. Ah, vaya que lo sabe. Carajo. Y entonces ocurre. Su mano baja por un muslo y al llegar al sexo, lo palmea con suavidad. Con la mirada fija en él, con los ojos fijos en los suyos. Un cosquilleo familiar recorre sus partes bajas. Su pene está volviendo a la vida. Con rapidez.

Ella por su parte, baja una mano hasta su vagina, extiende los dedos índice y medio y los desliza sobre su clítoris; luego sube por su vientre, su cuello, su barbilla y finalmente los mete en su boca. Los succiona con fuerza, mientras se aprieta los senos con la otra mano. De pronto se detiene, aparta la mano de su pecho y la golpea contra la gran ventana panorámica. Se lame los dedos una vez más, separa las piernas, escupe en su mano y empieza a frotar su clítoris con la palma.

Su pene se mantiene firme. Bajo ninguna circunstancia se volvería a ablandar, y es imposible meterlo a la fuerza dentro de sus ajustados jeans sin causar daño permanente a su órgano más preciado. Entonces, ¿qué otra cosa podía hacer? Asegurándose de que sus movimientos sean visibles sobre la baranda, también se escupe en la palma y pone manos a la obra en su propio miembro. La punta ya está empapada y si echara un vistazo, vería la cabeza hinchada del miembro prominente con venas gruesas y el prepucio deslizándose hacia arriba y hacia abajo. Pero no se atrevía a apartar la vista del espectáculo en directo frente a él. Ha visto espectáculos en directo antes, sus amigos le han pagado bailes privados muchas veces - cada vez que visita Ámsterdam, realmente - ha estado en bares de striptease, ha estado con putas (sí, hasta él ha pagado por sexo), pero nada como esto. Lo tiene completamente hipnotizado. Cazador cazado. Desearía ser capaz de bajarse los pantalones un poco más para llegar hasta las bolas. O mejor aún, escupirse en un dedo para insertarlo en su propio culo. Y sí, es lo suficientemente listo para saber que uno o dos dedos dentro del culo no te hacen gay (no que le importara, por supuesto) sino que intensifican el orgasmo. En su estado, no puede soltar la baranda. Así que acelera sus movimientos e imagina que logra meter su dedo allí. Fantasea con embestirla desde atrás ferozmente, mientras el dedo de ella es el que se desliza en su culo para llevarlo al clímax.

Comienza a sentirse mareado, una mezcla entre confusión, excitación y la sangre que fluye de una cabeza a la otra. Inclinándose aún más sobre la baranda, la mira con voracidad. Observa como su pecho asciende y desciende a una velocidad impresionante cuando sus dedos separan los labios y se deslizan dentro de la vagina, exponiendo el clítoris por completo. Siempre le ha fascinado una mujer que disfruta ser cogida. No se le dificulta el jugueteo previo, hacerle sexo oral o meterle los dedos a una mujer. Es perfectamente capaz de causar orgasmos colosales a cualquier mujer, pero hacer que acabaran simplemente con penetrarlas con su miembro colosal, era alucinante. Ella empieza a menear sus caderas al ritmo de sus dedos y él la imita, moviendo sus caderas mientras se masturba. Puede notar que ella está cerca del orgasmo. Sí, se ha cogido suficientes mujeres para saber cuándo fingen un orgasmo y cuando están próximas a acabar (genuinamente) por la sensación de sus vaginas apretando su pene. Desea estar allí con ella sólo para escucharla gimiendo. Gimiendo porque él la embiste como si no hubiera un mañana. Gimiendo porque la estaba llenando por completo. Cambia la posición de su mano, con movimientos largos, fuertes y a una velocidad astronómica que lo llevaba cada vez más cerca del éxtasis. Cuando ve que todo su cuerpo se estremece de placer, placer que ella misma se está dando, se empuja a sí mismo al maldito éxtasis y es glorioso. Acaba musitando «Carajo», entre dientes. Chorro tras chorro de semen blanco cae sobre los cojines nuevos de la tumbona, sobre sus pantalones Gucci, sobre sus babuchas. Probablemente tendrá que echarlo todo a la basura, pero no le importaba en absoluto. Ordeña las últimas gotas de leche de su pene con suavidad, y deseando que ella se siente sobre su rostro en lugar de sobre un cojín aterciopelado, levanta la vista de nuevo.

Ahora acaricia su seno izquierdo. Perezosamente. Cuando sus miradas se encuentran ella se lleva los dedos, los mismos que hace unos segundos había insertado profundamente en su vagina, a la boca. Saborea sus propios jugos. Le guiña un ojo, esbozando una sonrisa pícara, se despide con la mano y cierra las persianas. Dejándolo con un desastre de semen encima. Y eso le encanta.

Todo está en las manos

 

“Manos,” declaré francamente.

“¿Manos?” preguntó Jim, pude detectar ambos diversión y sorpresa en su voz. “Las manos son increíblemente sexi.”

“¿En serio?”

“Absolutamente, en especial manos de pianista. Dedos largos y delgados. Son el cielo. Ah”, respiré, y por una fracción de segundo, volví́ a mi fantasía favorita de toda la vida, incluyendo un piano y unos dedos tocándome, preferentemente por cuyas manos acababa de imaginar y describir. “¿Cómo estas?” insistió́ Andy, levantando su regordete puño.

“Por favor, Andy, ¡tú no eres un pianista!” exclamé.

“Puedo tocar.”

“Eres un baterista, por Dios. Estoy segura de que tienes otros talentos, como mantener un ritmo duro y constante, pero esas manos no asemejan a mi descripción ni un poco.”

Mi observación acerca del ritmo duro trajo algunas risas. Yo siempre era ligeramente sarcástica y picante, tanto sobria como ebria, pero con un poco de ron corriendo por mis venas, mis chistes golpeaban ocasionalmente por debajo del cinturón, por así́ decirlo. Creo que a los hombres les gusta eso de mí, sienten que soy uno de ellos, que después del trabajo voy a por un trago con ellos, como si fuera una más del grupo.

“Bueno, entonces dame un ejemplo, porque no lo puedo entender”, dijo Jim. “Miller”, declaré simplemente. La imagen del más que caliente compositor con las manos más sexis otra vez saltando frente a mis ojos.

“¿Miller?, ¿como el Miller que escribió́ la partitura de la obra que vamos a presentar el próximo mes? ¿Qué tiene que ver él con todo esto?”

“Andy, ¿eres lento? Porno de manos. Porno puro de manos. Sus manos son perfección sensual y absoluta y lo juro por Dios, Andy, que le dejaría hacerme básicamente cualquier cosa con esas manos. Esas increíbles, maravillosas manos.”Asentí́ ligeramente soñada, empiné lo que quedaba de mi trago y azoté mi vaso contra la mesa para enfatizar mi punto.

“¿Te refieres a estas?” dijo una voz detrás de mí y unos pocos segundos después, el hombre de cuyas manos había estado hablando lascivamente puso dichas extremidades junto a las mías sobre la mesa.

¿De dónde diablos salió, asustándonos de esa manera? Acababa de terminar mi cuarto cóctel Tortuga y la mayor parte del sentido común, que soy conocida por tener, había salido por la ventana. No diría que estaba ebria, no todavía, pero iba en esa dirección. Mis mejillas se estaban tornando rojas y mi comportamiento era un poco desatinado.

“Aquí tienes tu ejemplo, Andy. ¿Por qué no examinas el mejor espécimen que hay a la redonda mientras yo voy a esconderme en el bar por un rato?” dije, dejando cinco, no, seis hombres sonriendo burlonamente ante mi vergonzosa situación. ¿Porno de manos, Ellie? ¿En serio? ¿Estás loca? Me regañé a mi misma mientras caminaba hacia el bar. Pediría un quinto Tortuga y lo tomaría entero para darme valor y volver a la mesa. Después me dirigiría a casa y me las ingeniaría para reportarme enferma mañana.

 

Había mucha gente en el bar y me tomó algo de tiempo empujarme entre la multitud hasta llegar a la barra. Desafortunadamente, terminé en una esquina sobrevista, y los baristas simplemente pasaban de largo sin notarme. Temía que no lograra pedir mi cóctel, la escena que acababa de ocurrir en la mesa se repetía en mi cabeza. ¡Jesús! Me dije a mí misma, toda la situación era horriblemente vergonzosa. Estaba tan agobiada con mi vergüenza que apenas noté la persona que venía detrás de mí. Mi mente registró la presencia de un cuerpo bastante cerca del mío, pero asumí que era otro pobre idiota que esperaba en mi misma zona para pedir. Me incliné cerca de la barra cuando de pronto dos brazos serpentearon mis hombros y un par de manos se posicionaron sobre la barra a cada lado mío; dos grandes manos con dedos largos y delgados. Alguien se acercó a mi oído y susurró:

“¿Dijiste porno de manos?”

No había margen de error para identificar a quién pertenecían esas manos y esa voz. Empecé a balbucear nerviosamente, mi cabeza encarando las filas de botellas en el muro detrás del bar y mis ojos, viendo de reojo sus manos.

 “Señor Miller, caballero, lo siento mucho. Estuve fuera de lugar con mi comentario, qué pena, no se cómo puedo disculparme por ese comportamiento tan inapropiado, yo...”

“Paul. Por favor, y suficiente con las disculpas. De verdad, no hay nada de qué avergonzarse.” Me detuvo, su suave voz susurrando directo a mi oído. Sentí escalofríos de arriba a abajo de mi espalda. “Paul..., de verdad, yo...”

“Suficiente.” Interrumpió otra vez mis vociferaciones. “Lo que dijiste allí...”

“Estuvo fuera de lugar, lo sé.”

“Por el contrario, me parece bastante halagador.” Se acercó aún más, sus labios rozando mi lóbulo.

“Y para serte honesto, un poco excitante.”

 Giré mi cabeza hacia él y lo miré fijamente.

 “¿Eleonor, cierto?” me preguntó. Asentí ligeramente, estupefacta. El hecho de que haya notado, registrado y recordado mi nombre era, de por sí, abrumador.

 “Y bien, Eleonor, ¿qué tal si tomamos otro trago?”

Asentí otra vez antes de voltear a seguir tratando, en vano, de captar la atención de uno de los baristas. Paul, ¿se supone que tengo que llamar a este increíble hombre por su primer nombre?, no se movió ni un centímetro de mí. Se quedó allí, sus brazos aún alrededor mío, sus manos tendidas sobre la barra.

 “Entonces, ¿qué debería pedir?” pregunté titubeante.

 “Lo que sea que estés tomando, obviamente tienes buen gusto.” Ahora solo me estaba tentando. Me empezaba a quedar descaradamente claro que no iba a dejar ir lo que acababa de pasar en la mesa. Bueno, dos pueden jugar ese juego.

“Entonces, que sean cócteles Tortuga, pero te lo advierto, te hacen decir cosas tontas.” Dije, sonando bastante mas confiada de lo que me sentía.

“¿Ah, sí?”

“Ah sí, Paul. Como bien sabes, después de escuchar, mejor dicho, entrometerte en nuestra conversación.” ¡Dios mío! Mary Eleonor Parker, ¡pero qué arrogante!, pensé por dentro. Después sonreí pensando en la expresión ‘Dios Mío’.

“Así que, ¿dijiste porno de manos?” Preguntó.

“Ajá...”

“Y dejarías que te hiciera ‘básicamente cualquier’ cosa con estas manos?” Todo lo que pude responder fue otro movimiento discreto de mi cabeza afirmando.

“Interesante. Muy interesante.” reflexionó.

No supe qué decir, así que solo mantuve la mirada fija en el barista, quien aparentemente me seguía ignorando por completo. Paul levantó lentamente su mano izquierda y con su delgado dedo índice, trazó una línea imaginaria desde mi muñeca hasta la curva de mi brazo. Cada uno de los vellos de mi cuerpo se erizaron de inmediato y la piel donde había dibujado su pequeño camino se tornó sensible.

 “¿Algo como eso tal vez?... ¿O como esto?” Movió su mano hacia mi mejilla y la apretó delicadamente. Tomó mi lóbulo entre su pulgar e índice y lo acarició lentamente. Estaba enterrada donde me había parado, no podía mover un músculo, aunque hubiera querido. Mi cuerpo entero se irguió cuando pasó sus dedos por mi oído y los arrastró a través de la línea de mi mandíbula hasta mi barbilla, bajando por un lado de mi cuello y, después de una breve pausa, acariciando mi clavícula, siguiendo los botones de mi blusa.

Con una sorpresiva fuerza, desfajó el dobladillo de mi blusa de dentro de mis pantalones y deslizó su mano bajo la tela de seda.

“¿Paul?” susurré, “¿Qué estas haciendo?”

El ignoró por completo mi pregunta, y en vez de cesar sus insinuaciones, como cualquier otro hombre haría, empezó a dibujar círculos en mi ombligo con su dedo medio. La suave punta de su dedo se sentía tersa y cálida contra mi piel. Una sensación bastante familiar de ligera excitación comenzó a erigirse dentro de mi cuerpo y no pude evitar apretar los músculos de mi torso fuertemente.

 “¿Nada?” dijo otra vez, moviendo su mano hacia abajo, buscando el botón de mis pantalones.

¡Dios! No podía estar sucediendo. ¿De verdad estaba haciendo eso? En el momento en el que desabrochó mi botón, el barista finalmente hizo contacto visual conmigo y vino. Yo me congelé al instante, pero Paul parecía completamente inmutado por el hecho de que estaba pidiendo cócteles y al mismo tiempo estaba apretando la costura de mi ropa interior dentro de mis vaqueros. En cuanto el barista nos dio la espalda para comenzar sus mezclas, Paul pasó la mano por mi sexo y dio un paso más cerca de mí, presionando su cuerpo contra el mío. Agradecí a Dios por las luces tenues que había en la habitación, por la esquina sobrevista en la que estábamos y por las malditas manos de Paul Miller haciéndomelo.

A través de el borde de mi ropa interior, trazó la línea de mis labios mayores, casi haciendo que me viniera en el momento. Debió haber sentido la descarga de corriente que corrió por mi sistema cuando me tocó, tenía que haberla sentido, porque solo unos segundos después echó a un lado mi ropa interior y apretó con su mano los pequeños mechones de pelo, enmarcando mi entrada lentamente, separando el vello lo suficiente para alcanzar mi ruborizado conjunto de nervios debajo de él. En el instante en el que la punta de su dedo hizo contacto con mi pungente clítoris, mi cuerpo entero se estremeció otra vez; el placer intenso era casi demasiado.