Kafka en 90 minutos - Paul Strathern - E-Book

Kafka en 90 minutos E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

A pesar de ser un eremita enclenque, indeciso e hipocondriaco, Kafka tenía una fuerza extraordinaria. Desarrolló la inquietante habilidad de observarse a sí mismo, y con él al mundo occidental, con fría objetividad y cultivó este don en sus escritos, donde fue adoptando una forma cada vez más metafórica. Sus obras se cuentan entre las mejores del siglo XX y ejerció en todo el mundo una gran influencia que iba más allá de la literatura. Sus grandes obras de arte son descripciones de sus intentos de huida de una tiranía autoimpuesta. En Kafka en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece un relato conciso y riguroso sobre la vida y obra de Kafka, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha del hombre para entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.

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Siglo XXI

Paul Strathern

Kafka

en 90 minutos

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

A pesar de ser un eremita enclenque, indeciso e hipocondriaco, Kafka tenía una fuerza extraordinaria. Desarrolló la inquietante habilidad de observarse a sí mismo y al mundo occidental con fría objetividad: toda su obra es un intento de huida de la tiranía autoimpuesta y de la decadencia de Occidente. Cultivó este don en sus escritos, donde fue adoptando una forma cada vez más metafórica. Sus obras están entre las mejores del siglo xx y ejerció en todo el mundo una gran influencia que iba más allá de la literatura.

En Kafka en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece un relato conciso y riguroso sobre la vida y obra de Kafka, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha del hombre para entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Kafka in 90 minutes

© Paul Strathern, 2004

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2016

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1833-7

Introducción

El 23 de octubre de 1902, Franz Kafka, de 19 años, asistió a una conferencia organizada en la Universidad de Praga por un compañero estudiante llamado Max Brod. La charla llevaba por título Schopenhauer y Nietzsche, siendo así que Brod insistía en que Nietzsche era un «fraude». Esto fue una provocación para Kafka, quien venciendo su habitual timidez se acercó a Brod tras la conferencia.

Volvieron a casa juntos caminando por las calles de Praga y su debate derivó en discusión. Rápidamente descubrieron que compartían un profundo interés por la literatura y mantenían una actitud ambivalente ante su calidad de judíos. Fue el principio de una amistad que se mantendría durante toda la vida de Kafka e incluso después. Brod fue el más íntimo y único amigo de verdad del autor. De forma totalmente inesperada también se convertiría en su salvador.

Kafka y Brod formaban una pareja incongruente. Kafka era un joven moreno y apuesto, alto y delgado, casi siempre vestido con un elegante traje azul que, en palabras de Brod, «pasaba tan desapercibido y era tan reservado» como él mismo. Brod, por su parte era un jorobado bajito y vivaracho con una gran cabeza que coronaba su cuerpo deformado. Aunque solo era su primer año de universidad ya se había asentado como niño prodigio. Escribía poesía y proclamó que sería escritor; era un buen pianista y compositor y, por aquella época, hablaba siete idiomas. A pesar de su aspecto tan poco atractivo también se había convertido en un mujeriego incansable. Kafka estaba en segundo de carrera pero parecía no tener ni idea de lo que era o quería ser en la vida. Se había matriculado en la universidad para estudiar química pero dejó la carrera en dos semanas. Luego se matriculó en «germanística», un curso general que comprendía lengua, literatura y cultura alemana. Pero le decepcionó la actitud de triunfalismo germano adoptada por sus profesores y también dejó esos estudios. Según Brod,

empezó derecho encantado, porque era la facultad que tenía menos metas fijas y ofrecía el mayor abanico de objetivos; es decir, la facultad que permitía retrasar una decisión lo más posible a alguien que no tuviera preferencias.

Cuando Kafka se refería a sus estudios de derecho se le notaba más desilusionado que nunca. «Intelectualmente me alimentaba exclusivamente de polvo de serrín; un serrín que habían mascado miles de mandíbulas antes que yo.»

Tras licenciarse, Kafka trabajó como asesor legal en una compañía de seguros mientras intentaba escribir por las noches y en su tiempo libre. Cada vez se recluía más y empezó a mostrar una creciente debilidad de carácter. Aparte de indecisión, fue desarrollando todo tipo de dolencias propias de un hipocondríaco, padecía insomnio y una incapacidad crónica para hacerse valer. Pero no todo eran defectos, hacía gala de una fuerza extraordinaria. Desarrolló la inquietante habilidad de observarse a sí mismo con fría objetividad y cultivó ese don en sus escritos, en los que se manifestaba de una forma metafórica cada vez más original. Su obra más característica y reveladora es La metamorfosis, que empieza así:

Cuando una mañana Gregor Samsa se despertó de un sueño lleno de pesadillas se encontró en su cama convertido en un bicho enorme. Se hallaba tumbado sobre su acorazada espalda y, si levantaba un poco la cabeza, veía su barriga ovalada de color marrón, cubierta de surcos longitudinales demasiado prominentes para sostener la colcha, que estaba a punto de resbalarse al suelo. Se le nublaba la vista al contemplar las numerosas y esmirriadas patas, que no tenían nada que ver con las proporciones de sus piernas de antaño.

«¿Qué me ha pasado?», pensó. No había sido un sueño. Su habitación, una habitación normal y corriente de un ser humano, aunque quizá demasiado pequeña, seguía estando allí, entre aquellas cuatro paredes, que a él le resultaban tan familiares, sin haber sufrido ninguna modificación.

A medida que pasaban los años, fue creciendo el odio que se profesaba Kafka a sí mismo. Incapaz de entregarse a su trabajo o de dejarlo, empezó a padecer una debilitante anorexia y su hipocondría derivó en enfermedades reales. Siguió escribiendo a pesar del enorme coste psicológico que suponía, pero no superó el fracaso. Su amigo Brod, en cambio, iba de éxito en éxito, escribiendo una novela al año, adquiriendo fama internacional y disfrutando de múltiples aventuras amorosas pese a haberse casado. Como hablaba checo, una lengua que los habitantes germanoparlantes de Checoslovaquia despreciaban, pudo defender al escritor checo Jaroslav Hašek, y hacer publicidad a su mejor pieza cómica, El buen soldado Švejk, precursor de Trampa-22, pero centrado en el ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial. Los conocimientos musicales de Brod le permitieron asimismo publicitar la obra del compositor Leoš Janáček, poco conocido entonces, al que hoy se considera el mejor compositor checo de su generación. Brod nunca olvidó a su buen amigo Kafka, aunque sus esfuerzos por promocionar su obra fueran en vano. A pesar de su éxito y de la inmejorable opinión que Brod tenía de sí mismo, empezaba a sospechar, y lo diría públicamente, que la obra de su neurótico y tímido amigo era mejor que la suya; afirmaba, de hecho, que era mejor que cualquier cosa que se estuviera publicando en lengua alemana. Era muy generoso con un escritor totalmente desconocido que vivía en un páramo provincial en uno de los mejores periodos de una literatura alemana, que contaba a la sazón con figuras como Thomas Mann, Rainer Maria Rilke, Hermann Hesse y Bertolt Brecht. En 1922 Kafka se había vuelto patológicamente reservado y era presa del miedo. Desesperado con su vida, sus escritos y su autodestructiva forma de ser, se consideraba destinado a «una batalla de aniquilación». Concluía: «Mis garabatos […] solo son la materialización del horror. […] habría que quemarlos». En ese estado de ánimo, con su cuerpo sucumbiendo a la tuberculosis, escribió a Brod:

Querido Max, puede que esta vez ya no me levante. Tras un mes de pulmonía, es bastante probable que esto desemboque en una neumonía, y aunque la escritura sea poderosa no va a evitar que se presente…

A continuación envió a Brod «mi última voluntad y testamento en relación con todo lo que he escrito». De toda su obra solo consideraba «válidas» una docena de piezas publicadas. Pero no debían reimprimirse nunca y habría que permitir que «desaparecieran completamente». En cuanto al resto:

Todo lo demás que he escrito (en revistas, artículos, manuscritos o cartas) debe recuperarse, pedirse a sus destinatarios y quemarse sin excepción, preferiblemente antes de ser leído (dejaré que eches un vistazo, me encantaría que lo hicieras, pero no debe verlo nadie más). Te pido que quemes todo lo antes posible.

Dos años después Kafka murió de tuberculosis con solo 40 años. Brod se halló ante un dilema. Creía profundamente en la obra de Kafka, pero había hecho una promesa solemne a su querido amigo. Afortunadamente para la posteridad, Brod decidió romperla.

Pero eso no era todo. Al final Brod logró que se publicaran las obras de Kafka una tras otra. Y una tras otra pasaron prácticamente desapercibidas. A continuación Brod se tomó la molestia de escribir una larga y detallada biografía de su gran amigo que se publicó en Praga en 1937. Un año después los nazis invadieron Checoslovaquia y durante la Segunda Guerra Mundial, la cultura judeoalemana de Europa Central (Mitteleuropa) desapareció en el Holocausto. Brod logró escapar a Israel, donde tras la guerra siguió publicando sin descanso la obra de Kafka mientras seguía escribiendo la suya propia. El resultado no dejaría de ser irónico. Cuando Brod murió, en 1968, dejó tras sí una obra de 75 largos libros, literalmente miles de artículos, poemas y ensayos. Pero por entonces ya habían caído en el olvido. Max Brod solo obtuvo fama internacional por su biografía de Franz Kafka, sus incansables alabanzas y la promoción de su amigo muerto hacía tiempo.

Vida y obra de Kafka

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883 en Praga, por entonces una ciudad provinciana del Imperio austrohúngaro.

Praga, como Dublín y Alejandría, otras dos ciudades provinciales de la periferia europea, albergaría a un número desproporcionado de grandes escritores del siglo xx. Aparte de Kafka vivieron en Praga el poeta alemán Rilke, el dramaturgo Franz Werfel y Hašek. En Alejandría vivirían el poeta italiano Giuseppe Ungaretti, el futurista Emilio Marinetti y el poeta griego C. P. Kavafis, mientras que en Dublín se establecieron George Bernard Shaw, Oscar Wilde, James Joyce y Samuel Beckett. Ha habido grandes capitales que no han arrojado tantos magníficos escritores. Al parecer este fenómeno se debió a la existencia de una cultura provincial independiente con minorías que tenían inquietudes intelectuales. En el caso de Praga, la clase media, compuesta mayoritariamente por la minoría germanoparlante, se mantenía al margen de la población checa nativa. Kafka estaba aún más marginado al ser un judío perteneciente a esa comunidad. El antisemitismo se extendió por todo el Imperio austrohúngaro, sobre todo entre la población germanoparlante, de ahí que siempre se perciba en la vida y obras de Kafka una fuerte sensación de alienación pseudorracial.