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Una noche de pasión… ¿con su jefe? Por culpa de un malentendido, Pippa Stevenson acabó en la cama de Andreo D'Alessio. Esperaba que su nuevo jefe fuera bajito, gordo y calvo… ¡no aquel dios italiano! La experiencia fue increíble, aunque Pippa acabó muerta de vergüenza. Pero después de esa noche de pasión, Andreo decidió que quería a Pippa para él solo, tanto en la sala de juntas como en su dormitorio. Sin embargo, cuando otros malentendidos amenazaron la relación, Andreo tuvo que encontrar un modo de convencer a Pippa para que pasara de ser su amante… a ser su esposa.
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Seitenzahl: 160
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Lynne Graham. Todos los derechos reservados.
LA AMANTE DEL JEFE, Nº 1515 - julio 2012
Título original: The Italian Boss’s Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0692-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Un equipo había volado a Nápoles para poner al día a Andreo sobre su última adquisición: Venstar.
El ambiente estaba cargado, pues todos los directivos de la empresa creían que su puesto estaba en entredicho. Era por todos conocida la dureza de Andreo D’Alessio en el mundo de los negocios.
–Esto le ayudará a reconocer las caras de los demás cuadros directivos cuando venga a visitarnos –dijo uno de los presentes entregándole con una risa nerviosa un documento en el que figuraban todas las fotografías del personal.
Andreo D’Alessio observó el documento. Sólo había una mujer y se fijó en ella al instante porque no quedaba bien en aquella fotografía. Era muy alta, parecía una tímida jirafa, y llevaba gafas.
Sin embargo, lo que llamó la atención de Andreo fue su melena rizada que parecía necesitar un buen cepillado. También notó que le faltaba un botón en la chaqueta y el bajo de una de las perneras del pantalón estaba descosido.
Se estremeció. El era el epítome de la elegancia y no toleraba que los que trabajaban para él fueran mal vestidos.
–¿Quién es esta mujer? –preguntó.
–¿Qué mujer?
Andreo la señaló en la fotografía.
–¡Ah, Pippa! –exclamó un ejecutivo–. Pippa es la adjunta del director financiero...
–Su cerebro es como una calculadora y sólo piensa en trabajar –apuntó otro–. Hace tres años que no se toma vacaciones...
–Eso no es sano –comentó Andreo con desaprobación–. Los empleados estresados y cansados no rinden bien. Esta señorita va a tener que irse de vacaciones y quiero que el departamento de recursos humanos hable con ella porque no me gusta el aspecto descuidado que tiene.
Los directivos se quedaron con las bocas abiertas y se apresuraron a alisarse las chaquetas para que no dijeran lo mismo de ellos.
¿Pippa vestía mal? Realmente, nunca ninguno de ellos se había fijado el suficiente tiempo en ella como para darse cuenta. Pippa era un prodigio financiero, una trabajadora eficiente y eso era lo que a sus compañeros les importaba.
–No quiero ver a nadie en vaqueros en la oficina –añadió Andreo–. Ir bien vestido implica disciplina e impresiona favorablemente al cliente. Este hombre de aquí debería cortarse el pelo y comprarse una camisa nueva –añadió señalando a otro fotografiado–. Quiero que tengan mucho cuidado con su apariencia física.
En aquel instante, casi todos los presentes decidieron ponerse a régimen, cortarse el pelo y comprarse un traje nuevo.
Andreo, con su más de metro ochenta, era un buen ejemplo a seguir. Era alto, delgado y llevaba un traje impecable de Armani.
Ricky Brownlow sonrió para sí mismo y se dijo que acababa de encontrar la manera de promocionar a su novia por encima de Pippa sin ser criticado.
–Además, quiero que haya más mujeres ejecutivas en Venstar –concluyó Andreo.
Cuando Ricky Brownlow, su superior inmediato, la llamó a su despacho y le dio la noticia, Pippa no pudo evitar una exclamación de sorpresa.
–¿Cheryl... va a ser la nueva directora financiera?
Ricky asintió como si fuera la cosa más normal del mundo.
¿Cheryl Long? ¿La morena aquella que no paraba de reírse y que actualmente era su ayudante se iba a convertir en su jefa? Aquella bomba hizo que Pippa se estremeciera. Ella llevaba tres meses haciendo ya las labores de directora financiera y tenía serias esperanzas de que la mantuvieran en aquel puesto.
Lo cierto era que no tenía ni idea de que Cheryl lo hubiera solicitado siquiera.
–He pensado que era mejor que te lo dijera yo y no que te enteraras por recursos humanos –dijo Ricky como si se hubiera saltado las normas para hacerle un favor.
–Pero si Cheryl no tienen la cualificación precisa y lleva sólo dos meses en el departamento... –protestó Pippa.
–La sangre fresca hace que la compañía se mantenga alerta y renovada –dijo Ricky mirándola con desaprobación y haciéndola enrojecer.
Pippa volvió a su mesa diciéndose que podría haber aguantado que un candidato mejor preparado que ella le arrebatara el puesto. ¿No sería que era una mala perdedora? Se dijo que era obvio que Cheryl Long debía de tener talentos que ella no había sabido apreciar.
La gente que estaba hablando a su alrededor animadamente le recordó que aquella noche se había organizado una fiesta de bienvenida en honor de Andreo D’Alessio. Nunca le habían gustado las fiestas y menos las de trabajo.
Sin embargo, no podía permitirse el lujo de no ir, pues no quería que la gente creyera que le había sentado mal que le dieran el puesto al Cheryl.
Cheryl iba a ser su jefa. Pippa tragó saliva. ¿Qué habría hecho mal? ¿Y por qué no se lo habían dicho para que pudiera remediarlo? Cheryl iba a ser su jefa. ¿Cheryl? ¿La misma Cheryl a la que Pippa había tenido que llamar la atención en varias ocasiones porque se tomaba demasiado tiempo para ir a comer y porque su trabajo no siempre estaba a la altura de las circunstancias? ¿La misma Cheryl que se pasaba el día charlando y ligando? Sí, esa Cheryl que, casualmente, hoy no estaba en la oficina porque se había tomado el día libre...
Cuanto más lo pensaba, menos se lo podía creer.
Ella siempre había sido la mejor de la clase, desde preescolar hasta la universidad, siempre se había esperado mucho de ella y fracasar la sumía en una profunda agonía y la obligaba a hacer repaso de sus fallos.
–Ojalá le gustara más la vida social. Así, tendríamos una fotografía mejor –estaba comentando Jonelle–. Tendremos que esperar a esta noche para ver si su extraordinaria reputación es cierta...
–Por lo visto, cuentan que a su última novia le compró unas esposas de diamantes –rió su acompañante.
No hizo falta que Pippa preguntara de quién estaban hablando, pues la fama de Andreo D’Alessio como playboy internacional y mago de los negocios estaba muy bien documentada.
No pudo impedir hacer una mueca de desprecio. Si algún día, a un hombre se le ocurría regalarle unas esposas de diamantes, lo mandaría a hacer caída libre sin paracaídas. Claro que era imposible que un hombre le hiciera semejante regalo a ella.
Por suerte, no solía atraer a ese tipo de pervertidos. El mero hecho de escuchar a otra mujer fascinada por que un hombre la tratara como a un juguete sexual para divertirse la hacía sentir náuseas.
–Me apuesto el cuello a que está estupendo –comentó Jonelle.
–Yo creo que será más bien bajito y gordo, como su padre –intervino Pippa con deliberada ironía–. Por eso precisamente no le gustarán las fotografías, prefiere que la gente crea que es mucho más alto y mucho más guapo de lo que realmente es.
–Puede que el pobre ya esté harto de que lo persigan porque es millonario –lo defendió Jonelle.
–No lo perseguirían si no lo fuera –se burló Pippa.
A media mañana, la llamaron al departamento de recursos humanos y por segunda vez se le informó de que no iba a ser directora financiera. Lo cierto era que le sorprendía bastante que Ricky Brownlow hubiera tenido la amabilidad de ponerla en antecedentes.
Cuando le había preguntado al director de recursos humanos si tenía alguna queja sobre su trabajo, el hombre se había apresurado a asegurarle que no.
–Y eso no se puede decir de todo el mundo que ha sufrido lo que usted ha sufrido hace poco –dijo el hombre.
Obviamente, se refería al fallecimiento del padre de Pippa la primavera pasada.
–Fue una suerte que tuviera el trabajo para mantener la cabeza ocupada.
–¿Se da usted cuenta de que no se ha ido de vacaciones en varios años?
–Sí... –contestó Pippa encogiéndose de hombros.
–Me han dicho que tiene usted que disfrutar de, por lo menos, tres semanas a partir del mes que viene.
–¿Tres semanas? –exclamó Pippa.
–También me han autorizado para que le ofrezca la posibilidad de tomarse entre seis y doce meses sabáticos.
–¿Habla usted en serio? –preguntó Pippa completamente desconcertada.
El jefe de departamento se apresuró a recordarle que había ingresado en la universidad directamente del colegio y que se había unido a la plantilla de la empresa a los pocos días de terminar la carrera.
–Además, trabaja usted muchas horas.
–Me gusta lo que hago.
–Aun así, estoy seguro de que va usted a disfrutar de sus vacaciones y no olvide considerar la posibilidad del año sabático.
Pippa se preguntó si la razón por la que no le habían dado el ascenso era porque sus compañeros la veían como a una mujer estresada. ¿Estaría irritable? ¿Sería que sus conocimientos de gestión no eran tan buenos como ella creía? ¡Tenía que haber alguna razón por la que no le hubieran concedido el ascenso!
En cualquier caso, el tema de las vacaciones no había sido una posibilidad si no algo que le había llegado impuesto desde arriba. ¿Por qué ahora y no antes? ¿Temían acaso sus superiores que no fuera capaz de adaptarse a la nueva estructura jerárquica del departamento?
Habiendo perdido la fe en sus capacidades, Pippa se concentró en el trabajo durante la hora de comer y cuando, a las tres de la tarde, levantó la mirada vio que en la oficina no quedaba nadie.
–¿Dónde se ha ido todo el mundo? –le preguntó a Ricky Brownlow sorprendida.
–Se han ido pronto para arreglarse para la fiesta y tú deberías hacer lo mismo.
A Pippa no le gustaba nada dejar algo sin terminar, pero recordó lo de las vacaciones impuestas, una bonita lección de que en realidad no era indispensable, y decidió irse a casa.
Al llegar a la salida del edificio, se dio cuenta de que estaba lloviendo a todo llover y de que se había dejado el abrigo arriba. Demasiado impaciente para esperar al ascensor, decidió subir por las escaleras.
Estaba llegando su despacho cuando oyó la voz de Ricky Brownlow.
–Cuando estuve en Nápoles, Andreo D’Alessio dejó muy claro que le gustaba rodearse de mujeres sensuales y bien vestidas –estaba diciendo en tono defensivo–. Miró horrorizado a Pippa y me di cuenta de que jamás sería una buena ejecutiva a sus ojos. Por eso, he elegido a Cheryl. Es cierto que está menos cualificada, pero es mucho más presentable...
Pippa se quedó de piedra.
–Pippa Stevenson es una empleada excelente –contestó una voz que ella identificó rápidamente, la de otro alto directivo.
–Estoy de acuerdo, pero no es guapa. Y no tiene personalidad –añadió Ricky en un tono que a Pippa le llegó al alma–. Para ser sincero, no creo que quedáramos muy bien si ignoráramos las preferencias del señor D’Alessio y le pusiéramos delante a Pippa el primer día.
Sobrecogida por lo que acababa de escuchar y temerosa de que la descubrieran espiando, Pippa salió de puntillas por el pasillo sin el abrigo.
Por fin se había enterado de por qué le habían dado el puesto a Cheryl y no a ella. Ricky Brownlow lo había dejado muy claro. Cheryl era extremadamente atractiva y gustaba a los hombres. Sus curvas y su belleza le habían dado el puesto, no su preparación.
Pippa sintió un nudo de humillación en el estómago, tragó saliva y se controló para no llorar. Era injusto. Aquel puesto era suyo, había trabajado muy duro para conseguirlo. No era justo que la juzgaran por su aspecto físico. Debería demandar a la empresa por tratarla así.
Sin embargo, cuando se imaginó ante un tribunal repitiendo las espantosas palabras que le acababa de oír a Ricky Brownlow, se dio cuenta de que no tenía valor para hacerlo.
¿Sería cierto que era tan fea? Obviamente, Ricky jamás creería que, cuando tenía quince años, una agencia de modelos le había ofrecido un jugoso contrato.
Por supuesto, su padre se había mostrado indignado ante la posibilidad de que su hija se embarcara en una carrera que él consideraba de poca monta. Sin embargo, ella había ido a escondidas a la agencia y se había dejado maquillar y vestir.
Se había quedado con la boca abierta ante el cambio que se había operado en su cuerpo. Había pasado de ser la larguirucha de la clase a una belleza.
Sin embargo, cuando el fotógrafo había intentado flirtear con ella, había huido de la agencia y había vuelto a casa convencida de que todo lo que contaba su padre sobre la corrupción del sector de la moda era cierto.
¿Por qué no volver a operar aquel cambio en ella? Podría ir a la fiesta realmente guapa para dejar a Ricky Brownlow y al idiota de Andreo D’Alessio con la boca abierta.
¿Cómo era capaz un hombre de negocios de anteponer la belleza a los conocimientos?
Pippa sacó el teléfono móvil del bolso y llamó a su amiga Hilary, que era peluquera.
–¿Te has dejado por fin llevar por la tentación? ¿Estamos en Navidad y yo no me enterado?
–Voy a salir esta noche y es muy importante –contestó Pippa.
Hilary era encantadora y le aseguró que no había ningún problema, que se fuera inmediatamente para la peluquería.
Pippa tomó el metro para llegar al local de su amiga, que estaba situado en Hounslow. Mientras se tambaleaba en el pasillo del vagón, la tristeza se apoderó de ella.
Se alegró de que su padre no estuviera vivo para verla fracasar, claro que jamás había conseguido cumplir las expectativas de su progenitor, su padre jamás se había sentido orgulloso de ella.
Recordó aquellas horribles vacaciones en Francia de hacía seis años, cuando su madre se había matado en un accidente de coche y su padre había quedado en una silla de ruedas.
Siempre había estado mucho más unida a su madre que a su padre, que era un hombre muy duro y exigente. Martin Stevenson había soñado siempre con que su hija fuera doctora, pero, después del trágico accidente, Pippa decidió que no quería estudiar la carrera de medicina.
Aunque siempre fue la mejor de su clase en la carrera de ciencias económicas y cuando volvía a casa lo cuidaba con cariño, su padre nunca le había perdonado que no estudiara medicina.
Desde aquel trágico verano, no había vuelto al país donde había nacido su madre, Francia. Incluso había puesto una excusa para no ir a la boda de Tabby, una amiga que se había casado con un francés.
¿No habría llegado ya el momento de que superara la muerte de su madre y de que fuera a visitar a su amiga al maravilloso castillo que la familia de Christien tenía en Bretaña? Su amiga la había invitado muchas veces y, tal vez, ahora que tenía vacaciones...
Al llegar a la peluquería, su amiga Hilary la recibió encantada, pero pronto se dio cuenta de que le ocurría algo. Cuando Pippa le contó que no le habían dado el puesto, le sirvió un coñac.
–Así que quieres dejarlos a todos con la boca abierta esta noche en la fiesta de la empresa, ¿eh?
–Ojalá –contestó Pippa tomándose el coñac a pesar de que nunca bebía.
Tenía el estómago vacío y el alcohol la hizo sentirse como si tuviera el cerebro embotado.
–Eres tan guapa, que no hace falta que te arregles mucho para conseguirlo –insistió su amiga a sabiendas de que el bestia de su padre la había tratado tan mal, que había terminado con su autoestima.
Mientras le miraba el pelo, Hilary le preguntó si quería también que la maquillara.
–Si no te importa...
–¿Cómo me va a importar? Maquillar a una persona con una estructura ósea tan buena como la tuya es un placer –sonrió Hilary.
Pippa suspiró y se tomó otro vaso de coñac.
–Me voy a tener que dar mucha prisa si quiero llegar a casa y cambiarme de ropa –comentó.
–No te va a dar tiempo. Ya llegas tarde –contestó Hilary llevándola a su casa, situada en la acera de enfrente, y entrando en la habitación de su hermana pequeña.
–¡No pensarás robarle la ropa a tu hermana!
–Emma ya no se pone estas cosas porque dice que son de mayores... ya sabes cómo son las adolescentes. Así que te puedes poner lo que tú quieras.
–No sé si este estilo me va mucho –murmuró Pippa.
–Venga, Pippa, atrévete –la animó Hilary–. Eres joven y te puedes poner lo que te dé la gana porque tienes un cuerpo maravilloso. Con este vestido, no se te ve nada –añadió mostrándole uno color turquesa.
Para Pippa, cualquier vestido que dejara los hombros al descubierto ya era demasiado atrevido. Sin embargo, su amiga estaba siendo tan amable con ella, que no se atrevió a decirle que no.
En cuanto eligieron unas sandalias doradas con poco tacón, debido a su altura, Hilary le indicó a Pippa que pasara al baño a ducharse antes de que empezara la transformación.
Dos horas después, cuando Pippa se había cambiado las gafas por las lentes de contacto, Hilary la dejó mirarse al espejo.
–Estás espectacular y como digas lo contrario me voy a enfadar.
–No parezco yo... –contestó Pippa mirando atónita su reflejo.
–Sin ánimo de ofender, te diré que eso es porque jamás te peinas ni te maquillas y sueles ir mal vestida.
Pippa sintió que se le saltaban las lágrimas, pero no parpadeó. Entre otras cosas, porque la cantidad de máscara que llevaba en las pestañas se lo impedía.
–Gracias –dijo tragando saliva–. No parezco una perdedora y eso significa mucho para mí.
Andreo D’Alessio estaba aburrido y de muy mal humor.
Él no había pedido que se celebrara una fiesta en su honor y no le apetecía nada asistir a ella. No le gustaban las sorpresas y no le parecía que las fiestas sorpresa tuvieran nada que ver con el mundo los negocios.
Una de las cosas que más le molestaba era tener que soportar a empleados aduladores considerablemente borrachos.
Con la excusa de tener que atender una llamada telefónica, había salido de la celebración y estaba avanzando por el vestíbulo cuando vio a la impresionante pelirroja. Era tan guapa, que se quedó clavado en el sitio.
La sedosa cabellera color canela le caía sobre los hombros y enmarcaba su rostro ovalado de perfecta simetría. Tenía ojos claros como el cielo del verano y una boca de labios carnosos que llevaba pintada de color rosa y que resultaba tentadora.
Se hubiera fijado en ella en cualquier caso porque era muy alta para ser mujer. A pesar de su altura, llevaba tacones. Era perfecta para él.
Sus voraces hormonas masculinas se apoderaron de él y Andreo se dio cuenta de que quería acostarse con aquella mujer.
Pippa miró a su alrededor y se preguntó si alguien la reconocería. Con el pelo alisado y sin gafas estaba muy diferente. La cantidad de hombres que la habían mirado en el vestíbulo del hotel se lo había dejado claro.
Por desgracia, se sentía expuesta y vulnerable con aquel vestidito. No estaba acostumbrada a que los hombres la miraran y había sido tímida toda su vida. Vestida con un traje de chaqueta pantalón y hablando sobre temas relacionados con el trabajo, se sentía bien rodeada de hombres.
Sin embargo, no era el caso.
Estaba a punto de entrar en la sala donde se iba celebrar la fiesta cuando se hizo el silencio, pues alguien, un hombre, iba a dar un discurso. Pippa decidió entonces quedarse donde estaba hasta que hubiera terminado.