La casa del recuerdo y del olvido - Filip David - E-Book

La casa del recuerdo y del olvido E-Book

Filip David

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Beschreibung

El sonido constante de un tren que se desplaza por las vías. Un tren que ha contribuido al progreso pero también a la industrialización del mal: desde el traslado de tropas a los campos de batalla hasta la perfecta organización del transporte de inocentes cuyos destinos finales fueron Auschwitz, Treblinka o Sobibor. Albert Weiss es uno de los supervivientes, un testigo del horror, pero la culpa por haber perdido a su hermano pequeño cuando sus padres los salvaron del tren que los llevaba a una muerte segura lo perseguirá toda la vida, así como la pregunta sobre el sentido del mal: ¿Por qué es tan poderoso y por qué es un elemento dominante en nuestro mundo? Albert Weiss ha dedicado su existencia a buscar la respuesta y el significado de su dolor. ¿Debería recordar u olvidar?, ¿abandonar o continuar la búsqueda?, ¿convertirse en otra persona o llegar al final de sus días aceptando ser quien es? En esta impactante obra, galardonada en Serbia con el prestigioso Premio NIN, Filip David explora el misterio de la vida y de la muerte, del mal y del bien. David es un experto en la cábala y la mística pero, sobre todo, es un narrador extraordinario. La casa del recuerdo y del olvido, una de las novelas más emotivas y poderosas de la literatura serbia reciente, recorre el siglo xx, un siglo de dolor y sufrimiento, un siglo cuyo mensaje resuena sin descanso en la oscuridad de la noche.

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TÍTULO ORIGINAL: Kuća sećanja i zaborava

 

 

Publicado por

AUTOMÁTICA

Automática Editorial S.L.U.

Avenida del Mediterráneo, 24 - 28007 Madrid

 

[email protected]

www.automaticaeditorial.com

 

 

© Filip David, 2015. All rights are represented by Fraktura, Croatia.

© de la traducción, Patricia Pizarroso, 2023

© de la presente edición, Automática Editorial S.L.U, 2023

© de la ilustración de cubierta, Federico Yankelevich, 2023

 

Derechos exclusivos de traducción en lengua española: Automática Editorial S.L.U.

 

Este libro se ha publicado con una ayuda del Ministerio de Cultura e Información de la República de Serbia.

 

 

ISBN digital: 978-84-10141-02-5

 

Diseño editorial: Álvaro Pérez d’Ors

Composición: Automática Editorial

Corrección ortotipográfica y de estilo: Samara Ibarra / Automática Editorial

Edición digital: Álvaro López

 

Primera edición en Automática: diciembre de 2023

 

 

 

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización de los propietarios del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluyendo la reprografía y los medios informáticos.

LA CASA DEL RECUERDO Y DEL OLVIDO

FILIP DAVID

TRADUCCIÓN DEL SERBIO Y NOTAS DE PATRICIA PIZARROSO

CONTENIDO

PRÓLOGO

LA CASA DEL RECUERDO Y DEL OLVIDO

RUIDO

PRÓLOGO (del diario de Albert Weiss)

EL SUEÑO DE ALBERT

CAPÍTULO PRIMERO

CAPÍTULO SEGUNDO

CAPÍTULO TERCERO

CAPÍTULO CUARTO

CAPÍTULO QUINTO

MILAGRO EN AUSCHWITZ

CAPÍTULO SEXTO

CAPÍTULO SÉPTIMO

NOTICIA

CAPÍTULO OCTAVO

CAPÍTULO NOVENO

CAPÍTULO DÉCIMO

CAPÍTULO UNDÉCIMO

CAPÍTULO DUODÉCIMO

TINNITUS

NOTICIA

CAPÍTULO DECIMOTERCERO

CAPÍTULO DECIMOCUARTO

CAPÍTULO DECIMOQUINTO

NOTICIA

CAPÍTULO DECIMOSEXTO

CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO

CAPÍTULO DECIMOCTAVO

EPÍLOGO

EL ORDEN OCULTO

PRÓLOGO

«En los libros se conserva la historia viva del mundo: los tiempos que nos precedieron pero también los actuales y los futuros. Los libros mantienen viva la memoria», afirma Filip David en una entrevista sobre su novela La casa del recuerdo y del olvido. Esta obra, que recoge los destinos individuales de sus cuatro protagonistas —Albert Weiss, Solomon Levi, Miša Wolf y Uriel Cohen— mediante diarios, recortes de periódicos o intercambios epistolares, aborda el Holocausto en Yugoslavia y sus secuelas. En última instancia, se trata de una reflexión sobre el mal, sobre su origen y sus consecuencias.

Tanto los personajes como las historias que se entrelazan en el libro tienen algo del propio Filip David, quien se basó en su vida para escribir esta novela, a la que considera la más personal de su obra, pero en la que se mezclan la realidad y la ficción. ¿Quién es Filip David? Él mismo se define como un escritor serbio de origen judío. Su madre, Roža, de procedencia sefardí, y su padre, Frederik, de ascendencia askenazí, se conocieron en Serbia a principios de los años treinta. En aquel entonces, la población judía de Yugoslavia era de unos 70 000 habitantes. Sin embargo, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la situación cambió.

Poco después de la adhesión de Yugoslavia al Pacto Tripartito en marzo de 1941, algunos oficiales contrarios del ejército dieron un golpe de Estado para derrocar al regente Pablo, que había firmado dicho pacto. Esta acción fue considerada por Hitler como una afrenta personal y lanzó la operación Castigo contra el país. La violenta invasión nazi comenzó con bombardeos sobre Belgrado la mañana del 6 de abril de 1941. Por aquellas fechas, Filip David no llegaba al año de edad, pero pronto aprendería lo que significa tener que ocultarse.

Tras la victoria de las tropas nazis el 17 de abril de 1941, el comandante de la Wehrmacht en Serbia, el oficial de la Luftwaffe Heinrich Danckelmann, confió la administración del país al general serbio Milan Nedić, quien el 29 de agosto asumió el poder del Gobierno de Salvación Nacional. Dos días después de la invasión, comenzó el suplicio para la población judía, como retrata Filip David en La casa del recuerdo y del olvido: se obligó a todos los judíos a registrarse en la comisaría y la mayoría fue llevada a los distintos campos de concentración de Belgrado y alrededores, de manera que en 1942 Belgrado se declaraba judenfrei, es decir, «libre de judíos».

Durante los años de la ocupación pereció el ochenta y cinco por ciento de la población judía de Serbia. Sin embargo, Filip David y su familia consiguieron salvarse del exterminio. Gracias a un amigo de origen alemán, Filip David y su madre fueron escondidos por una familia serbia en el pueblo de Manđelos, mientras que su padre se unió a los partisanos emboscados en los montes de Fruška Gora. Durante la ocupación, ustachas y colaboracionistas serbios solían atacar Manđelos y en una de estas ocasiones, Filip David, su hermano menor Miša y su madre acabaron en un campo del que finalmente fueron liberados. El Gobierno de Milan Nedić fue derrocado en octubre de 1944 por los partisanos de Josip Broz, Tito. El padre de Filip David se encontraba entre los primeros partisanos que entraron en Novi Sad. Poco después, la familia se mudó allí y, finalmente, a Belgrado.

En la capital de Yugoslavia, ahora bajo un régimen socialista comandado por Tito, Filip David estudió Literatura Yugoslava y Comparada en la Facultad de Filología, y Arte Dramático en la Academia de Teatro, Cine, Radio y Televisión. En aquella época fue cuando comenzó a trabar amistad con Danilo Kiš (1935-1989), Mirko Kovač (1938-2013) y Borislav Pekić (1930-1992), la cual se mantendría hasta el fin de sus días. «He recibido mucho de esta relación que teníamos los cuatro. Leíamos lo que escribíamos y lo comentábamos entre nosotros. La amistad era fundamental en nuestra relación», recuerda Filip David. Este cuarteto de las letras yugoslavas, si bien tuvo como referentes a autores nacionales como Ivo Andrić y Miroslav Krleža, tendió a estar más pendiente de la literatura de más allá de sus fronteras: Thomas Mann, William Faulkner, Marcel Proust, Italo Calvino, Franz Kafka o Jorge Luis Borges.

En el caso de Filip David, su obra está muy influida por Kafka, Borges, Edgar Allan Poe o E.T.A. Hoffmann, pero también por la tradición judía –escritores como los hermanos Singer, y la Cábala y toda la tradición mística hebrea– y los mitos. Aunque publicó algunas narraciones breves en revistas, su primer libro de cuentos, El pozo en el bosque oscuro (Bunar u tamnoj šumi), se publicó por primera vez en 1964. Le siguieron Escritos sobre lo real y lo irreal (Zapisi o stvarnom i nestvarnom, 1969) y El príncipe del fuego. Historias sobre lo oculto (Princ vatre. Priče o okultnom, 1987).

Con este último volumen de cuentos, dedicado a sus tres amigos, comienza otra fase en su escritura, pues a su faceta como escritor de narrativa breve, se suma la de novelista. Sobre este paso del cuento a la novela, Filip David explicaba: «No veo diferencia entre escribir cuentos y novelas. Un tipo de novela que a mí me gusta mucho es la que se conforma a partir de diferentes historias, como Las mil y una noches o El manuscrito encontrado en Zaragoza. Historias que de algún modo extraño están conectadas entre ellas. Me gustan las historias bien contadas». Así, a partir de los años noventa publicó solo novelas: Peregrinos del cielo y de la tierra (Hodočasnici neba i zemlje, 1995), Un sueño de amor y muerte (San o ljubavi i smrti, 2007) y La casa del recuerdo y del olvido (Kuća sećanja i zaborava, Belgrado 2014). Esta última fue galardonada con el Premio NIN, uno de los más importantes de la literatura serbia, que Filip David también dedicó a sus amigos.

Entre 1992 y 1995 Filip David y Mirko Kovač comienzan un epistolario, que posteriormente publicarán con el título El libro de las cartas, 1992-1995 (Knjiga pisama 1992–1995, 1998). En sus misivas, las de David desde Belgrado y las de Kovač en su exilio en Rovinj (Croacia), se deja ver el malestar de los tiempos que corren: la guerra en Croacia, el sitio de Sarajevo o la Serbia de Milošević. Filip David y Mirko Kovač eran contrarios a las políticas del nacionalista serbio Slobodan Milošević y para mostrar su oposición crearon la Asociación de Escritores Independientes, fundada en Sarajevo en 1989 y que reunió a los escritores más importantes de Yugoslavia. También, en 1990, Filip David fue fundador del Círculo de Belgrado, una agrupación de intelectuales independientes. Estas iniciativas supusieron que Mirko Kovač recibiera tantas amenazas que se vio obligado a dejar Serbia y que Filip David fuera despedido de su trabajo en la Radio Televisión Serbia.

El libro de cartas, además de sus reflexiones sobre la política, muestra su vida privada: el recuerdo de sus amigos ya fallecidos Danilo Kiš y Borislav Pekić y de familiares, las dificultades que atraviesan o sus reflexiones sobre su propia identidad. En cuanto a la familia, Filip David menciona algunos datos que después empleará en La casa del recuerdo y del olvido —su conexión familiar con Freud, el matrimonio mixto de sus progenitores y el origen ucraniano de su padre, el ocultamiento en una granja para evitar ser capturados por los nazis o la pérdida de la capacidad del habla de su madre tras el Holocausto— y también sus consideraciones sobre la identidad judía.

Durante la época de Tito, los judíos fueron tratados como víctimas del fascismo y no como víctimas judías, así que la visibilidad que tuvieron en la esfera pública quedaba diluida. Es decir, nunca hubo una verdadera memoria judía. Por eso, cuando comenzaron las tensiones nacionalistas a finales de los ochenta, las diferentes repúblicas que conformaban Yugoslavia se apropiaron de algunos símbolos judíos para mostrar su posición de víctimas dentro del país. También hubo un repunte del antisemitismo, como advirtió Filip David: «Lucho aquí en Serbia, en la antigua Yugoslavia, no como judío sino como ser humano. Creo que el problema del aumento del antisemitismo es el aumento del nacionalismo al comienzo de la destrucción de Yugoslavia».

Por sus orígenes judíos, Filip David recibió varias notas anónimas que lo instaban a marcharse a Israel. Esto lo llevó a investigar más a fondo la tradición judía, tal y como le explica a Mirko Kovač en las cartas. Empezó a estudiar hebreo y a leer textos de Gershom Scholem sobre el misticismo judío y del historiador Sander L. Gilman, obras que analizan el autoodio como un síndrome propiamente judío, así como libros de escritores judíos como Hermann Broch o Isaiah Berlin. Algunas de estas lecturas se dejarán entrever en sus futuras novelas y ensayos, como Mundos en caos (Svetovi u haosu, 2004), en el que cuestiona las tesis de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, reflexiona sobre los escritos de Primo Levi y Jean Améry, pero también analiza la historia judía y vuelve sobre su pasado familiar.

En la década de los dos mil Filip David fue tildado de antiserbio por su trabajo como guionista en la película Cuando amanezca (Kad svane dan, 2012), en la que trata el genocidio judío en el campo de Sajmište, situado cerca de la ciudad de Zemun (Semlin) y separado de Belgrado por el río Sava. En un antiguo recinto ferial erigido en 1936, el comandante en jefe de las fuerzas armadas alemanas en Serbia, Franz Friedrich Böhme, decidió adecuar los pabellones en octubre de 1941 para convertirlo un campo de concentración.

Poco después, Sajmište fue transformado en un campo de extermino con la llegada de los Gaswagen, camiones de cámaras de gas móviles, conducidos por el sargento Wilhelm Götz y el primer teniente Erwin Meyer, ambos miembros las SS y protagonistas de la novela Goetz y Meyer de David Albahari. Actualmente, el campo de concentración de la antigua feria de Belgrado es un barrio de chabolas en el que el olvido parece haber ganado a la memoria. No obstante, Filip David vuelve sobre este campo en La casa del recuerdo y del olvido, sumándose así a las obras de otros escritores serbios de origen judío, como David Albahari, Aleksandar Tišma o su amigo Danilo Kiš.

La novela de Filip David contiene muchos de los temas y recursos que ya habían aparecido en otros textos suyos, como la existencia de varias realidades, la importancia de la música para conectarse con otros mundos, sucesos inexplicables, el insomnio borgiano, aspectos místicos, tradiciones judías, mitos, leyendas y el mal. Sin embargo, aunque esta sea una novela que afronta el Holocausto en Serbia, este «es solo la base o, si se quiere, el marco de una narrativa mucho más amplia sobre la fuerza y el poder de lo que llamamos el mal […]. Solo hablo de destinos humanos a través de los cuales podemos aprender, como dice uno de los personajes de la novela, algo más sobre las “partículas divinas” del mal, pero no lo suficiente para llegar a su esencia», explica sobre su novela David.

Sus cuatro protagonistas, Albert Weiss, Solomon Levi, Miša Wolf y Uriel Cohen pertenecen a distintas generaciones marcadas por el Holocausto: la de los adultos y la de los niños, pero en todos ellos está presente una misma pregunta: «¿Debería recordar u olvidar? ». Pero, ¿acaso pueden olvidar? David pone de manifiesto el peligro que supone el olvido: aunque el recuerdo pueda ser más doloroso que el olvido, es lo que permite que la historia no se diluya, que no haya un revisionismo histórico y pueda ser reinterpretada según intereses e ideologías.

La casa del recuerdo y del olvido es un testimonio del Holocausto en Serbia y en el corazón de Europa, una novela sobre el origen del mal, pero también sobre las personas que se enfrentan a él. Filip David plantea numerosos interrogantes, si bien su obra es ante todo una oda al recuerdo, pues «Nada de lo que ha sucedido en algún lugar desaparece, de una forma u otra todo permanece registrado para siempre».

 

Patricia Pizarroso Acedo, noviembre de 2023

LA CASA DEL RECUERDO Y DEL OLVIDO

FILIP DAVID

TRADUCCIÓN DEL SERBIO Y NOTAS DE PATRICIA PIZARROSO

 

«Y finalmente, que siendo todo el mundo ­o ­cualquiera, aparecerá ante nosotros como no siendo Nadie en particular. Y ello nos devuelve a la primera de sus artimañas, que era la de hacernos dudar de su propia existencia».[1]

Denis de Rougemont, La parte del diablo

 

«De pronto descubres que no existes. Que estás partido en mil pedazos, y que cada pedazo tiene su ojo, su nariz, su oído... Un sinfín de fragmentos...».[2]

Liudmila Ulítskaya, Gentes de nuestro zar

 

«Solo hay dos formas de vivir la vida. Una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo fuera un milagro».

Albert Einstein

[1] De Rougemont, D. (1984). La parte del diablo. Traducción de Carlos Pujol. Editorial Planeta.

[2] Traducción propia.

RUIDO

Ese ruido… Surge a menudo. El tren en movimiento. Las ruedas del tren en movimiento. Al principio no era capaz de determinar de dónde venía el ruido. Me despertaba en mitad de la noche. Me levantaba, abría las ventanas e intentaba descubrir el origen del ruido. En vano. No había en los alrededores ni vías ni una estación de tren.

Me tapé los oídos con las manos y metí la cabeza bajo la almohada. No me ayudó. Persistente. Monótono. El ruido no cesaba.

Chucu-chucu-chucu-chuu-chucu-chucu-chuu.

Me vestí, salí de casa y vagué por las calles desiertas para escapar lo más lejos posible del monótono sonido del tren en movimiento.

El ruido me seguía. Estaba conmigo, en mí, indestructible. Me volvía loco.

Chucu-chucu-chucu-chuu-chucu-chucu-chuu.

De repente se detuvo. Pero sabía que volvería. Cada vez más fuerte, más persistente, más insoportable.

PRÓLOGO(del diario de Albert Weiss)

En el que cuenta un encuentro fortuito en el que se plantea si nuestro destino está predeterminado, explica qué es un daimón y llega a conclusiones sobre algunos conceptos erróneos de la vida.

A comienzos de 2004 participé en un encuentro internacional en el Hotel Park de Belgrado bajo el nombre de «Crímenes, reconciliación, olvido», que organizaba la Unión Europea. La reunión discurrió, como muchas otras de este tipo, en una atmósfera principalmente académica. La mayor parte del tiempo se fue en un intento vano de definir cuál es la naturaleza del mal y determinar su esencia filosófica, teológica y humana. Llamamos «el mal» a muchas cosas: desde desastres naturales y enfermedades hasta muertes violentas, guerras y crímenes. Pero cuando la palabra se refiere solo al crimen, se repite básicamente el relato sobre la banalidad del mal, teoría desarrollada por Hannah Arendt tras los juicios de Eichmann en Jerusalén. Muchos de los ponentes subrayaron cómo la señora Arendt, tras este descubrimiento, pudo por fin dormir tranquila con la creencia de que un crimen de la magnitud del Holocausto nunca más se iba a repetir y, de que si ocurría, sería algo metafísico, externo a la comprensión humana. En el Hotel Park, durante la presentación de las distintas ponencias, observé en la última fila a un señor que escuchaba todo con mucha atención, pero que no pertenecía al grupo de los participantes.

Las veladas después de los encuentros en el espacioso comedor del hotel transcurrieron entre interesantes conversaciones, en un ambiente bastante más relajado, porque la mayoría de nosotros nos conocíamos de cuando habíamos vivido en una patria común y compartíamos recuerdos parecidos y amistades. Casi de manera anecdótica, se contaban historias sobrecogedoras de delincuentes, asesinos y atracadores que salían de prisión y marchaban al frente, de vecinos que se masacraban entre sí con el despertar del fanatismo religioso y el nacionalismo. El mal se explicaba ya fuera por un pasado criminal o por estupidez, por haber recibido una mala educación, por falta de carácter, por tener una mentalidad tradicional o por la manipulación de los políticos, es decir, por todo lo que es inherente a la naturaleza humana y no lo que es ajeno a ella. En todas estas historias había una interpretación común del mal como algo demasiado simple, vulgar, algo realmente banal y explicable.

—Comprender significa también justificar —se opuso una voz al tono general de la conversación—. Estas son las palabras de un gran escritor que había experimentado la enorme magnitud del mal y el crimen. Y que dijo que había que inventar un nuevo lenguaje para hablar del mal, porque con esta forma de hablar y pensar no se podía expresar la profundidad del mal.

Durante un instante reinó el silencio. Reconocí a ese extraño de la última fila de la sala de conferencias.

—Vengo sin invitación a este tipo de reuniones para escuchar todas las interpretaciones posibles en un intento de comprender la naturaleza y el poder de un crimen contra el cual no tenemos defensa, ante cuya fuerza fatal somos impotentes.

Quizá en otro lugar estas palabras podrían haber parecido inapropiadas, incluso tragicómicas, pero el hombre hablaba con calma, con una confianza en sí mismo que resultaba hipnótica, lo que provocó que el rumor de fondo se detuviera un momento al menos y el público comenzara a escucharlo con atención. Continuó:

—Me gustaría que la explicación fuera tan sencilla como se ha escuchado hoy en algunas ponencias: que el mal y el crimen son obra exclusiva de tipos criminales, de ideologías homicidas, de gente manipulada y de fanáticos fervientes. Si pudiera convencerme de lo que creía Hannah Arendt, tal vez yo también dormiría tranquilo. Pero mi sueño es algo horrible, una pesadilla ininterrumpida, porque tales afirmaciones no han sido probadas ni fundamentadas, solo nos engañan en nuestras ilusiones de que hemos controlado el crimen dándole un rostro puramente humano.

El camarero trajo en ese momento una nueva ronda de bebidas y la atención inicial se disipó. Los participantes de la reunión volvieron a armar jaleo y, como suele suceder en este tipo de reuniones, alguien hizo una broma inapropiada a costa de ese hombre a quien nadie había invitado y no escucharon la diatriba que acababa de comenzar. Entonces, ese hombre se volvió hacia mí, por ser el que estaba más próximo a él, resuelto a encontrar al menos un oyente para su historia.

—La primera vez que pensé en la naturaleza del crimen fue de niño, cuando me enfrenté al horror incomprensible, injusto o sin sentido, como quiera llamarlo, de la muerte. Ya sabe, alguien vive toda su vida sin ver a un hombre muerto, y, sin embargo, otro se asfixia por la presencia constante de la muerte tanto en la vigilia como en el sueño. Tenía diez años cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial. Vivía con mis padres en una pequeña ciudad de provincias que había sido ocupada por los alemanes. A nuestra casa se mudó una familia de origen alemán. Tenían un hijo un poco mayor que yo. Empezamos a pasar tiempo juntos. Un día me dijo que mi padre había sido arrestado y que lo iban a ejecutar por la tarde junto a los demás detenidos. Se lo conté a mi madre y me dijo que eran cosas de niños, y que a mi padre lo dejarían en libertad. Pero mi nuevo amigo me cogió del brazo: «Yo nunca miento. Se lo he oído decir a mi padre. ¡Vamos y lo verás!». Me llevó hasta el patio de la antigua fábrica y nos escondimos detrás de un terraplén. No tuvimos que esperar mucho. Los alemanes colocaron dos metralletas y acto seguido sacaron de los barracones a un grupo de personas con las manos atadas. Entre ellos reconocí a mi padre. Allí, ante nuestros propios ojos, dispararon. Vi que mi padre caía al suelo. Era un hombre fuerte, alto, en la flor de la vida, sin problemas de salud. La muerte sin sentido de mi padre me persiguió durante toda mi infancia y juventud. Sí, aquel fue el sentimiento más horrible: comprender que un crimen así ocurre sin sentido ni motivo, que la muerte le puede llegar a cualquiera elegido al azar entre miles, alcanzado por casualidad en la calle. Y ni siquiera conocía a sus asesinos, ni ellos lo conocían a él. Fue una muerte completamente absurda, un crimen horrible. Desde ese día me quedé mudo, perdí la capacidad del habla, me llevó mucho tiempo empezar a hablar de nuevo, gracias a la atención y al empeño de mi madre y al cuidado y al amor de mi hermana pequeña.

El ruido en la mesa aumentaba a medida que iban llegando nuevas botellas de vino. Todos se habían olvidado del huésped a quien nadie había invitado, excepto yo, que, por curiosidad y decencia, escuchaba su confesión.

—Ahora, al verlo en retrospectiva, me queda claro que este trágico suceso marcó mi futuro, que fue un estigma, la «letra escarlata» que señalaría para siempre mi vida. ¿Sabe?, esto es lo que yo intentaba mostrarles, a quienes tratan desde una perspectiva teórica asuntos como el crimen y el castigo, las víctimas y los verdugos: que todo eso no se puede comprender en su totalidad mediante la razón, ni mediante las emociones, que hay algo que va más allá. Los antiguos griegos denominaban a esa fuerza, «el guía que va con nosotros y que nos llama», «el daimón».

Mi interlocutor se detuvo un momento.

—En cada hombre habita un ser misterioso, incomprensible, inhumano, inmaterial, que dirige su destino. Mi madre fue llevada a uno de los campos de exterminio y terminó allí sus días sin haber visto las caras de sus asesinos. Y esa muerte fue anónima. Como la muerte violenta de mi hermana el día de la liberación a manos de un combatiente lunático que sufrió un ataque de nervios y comenzó a matar a todo el que se le acercaba. No hace mucho tiempo, también perdí a mi hija. La mató un francotirador en Sarajevo. No se puede hablar aquí de la banalidad del crimen, mi señor, sino de un daimón, que para unos es un ángel de la guarda y para otros, juez y ejecutor. Se trata de la acción de algo poderoso e intocable, algo que no podemos explicar. Estoy convencido de que cada individuo, cada familia, naciones enteras, tienen sobre ellos esta fuerza misteriosa llamada daimón. Esta los guía, los salva o los destruye. Entonces, ¿es posible hablar de la banalidad del mal, cuando todas estas muertes, las muertes de mis seres queridos, pero también las muertes de muchos otros, aunque ejecutadas por la mano del hombre, son en realidad obra de asesinos sin rostro, verdugos anónimos que no conocen a sus víctimas? A diferencia de la señora Hannah Arendt, cuya tesis sobre la banalidad del mal aceptan aquí, estoy convencido de que el mal es cósmico, irracional, imparable. Pecado, castigo, perdón, consuelo: todas las discusiones al respecto carecen de sentido y son falsas.

Vi cómo afloraban lágrimas en la comisura de sus párpados. Se las enjugó con la mano. Quería decirle algo, expresar mis condolencias tardías, pero me quedé callado. Y él parecía avergonzado después de todo lo que había dicho. Se levantó, dio media vuelta sin despedirse y se fue. Ni siquiera llegué a preguntarle su nombre; en realidad ni nos presentamos.