La cofradía del alma - Gonzalo Carnevalini - E-Book

La cofradía del alma E-Book

Gonzalo Carnevalini

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Beschreibung

Cada obra posee en su interior una parte del alma de su autor. Al abrir un libro nuevo por primera vez podemos notar un aroma muy particular. Así es como huelen las almas. —Comenzaba su clase el profesor. El profesor de literatura, Leonardo Vilavó, lleva una vida apacible con la quietud propia de un hombre de libros. Sin embargo, la aparición de una enigmática joven lo lleva a verse involucrado con una peligrosa cofradía que lo transportará a los límites más extremos para lograr sobrevivir. La poesía de Vilavó despertó el lado oscuro de los cófrades y un nuevo orden quiere imponerse. El espíritu elevado del poeta librará una vertiginosa batalla contra las siniestras interpretaciones de las almas más oscuras. ¿Puede la poesía devorar el espíritu del hombre y condenarlo a los abismos más oscuros del infierno?

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Seitenzahl: 150

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Carnevalini, Gonzalo

La cofradía del alma / Gonzalo Carnevalini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2021.

(Biblioteca de autor)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8346-46-5

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

© 2021, Gonzalo Carnevalini

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus

Todos los derechos reservados

© 2021, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello El guardián literario

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8346-46-5

1º edición: abril de 2021

1º edición digital: abril de 2021

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

Cada obra posee en su interior una parte del alma de su autor. Al abrir un libro nuevo por primera vez podemos notar un aroma muy particular. Así es como huelen las almas. —Comenzaba su clase el profesor.

El profesor de literatura, Leonardo Vilavó, lleva una vida apacible con la quietud propia de un hombre de libros. Sin embargo, la aparición de una enigmática joven lo lleva a verse involucrado con una peligrosa cofradía que lo transportará a los límites más extremos para lograr sobrevivir. La poesía de Vilavó despertó el lado oscuro de los cófrades y un nuevo orden quiere imponerse. El espíritu elevado del poeta librará una vertiginosa batalla contra las siniestras interpretaciones de las almas más oscuras.

¿Puede la poesía devorar el espíritu del hombre y condenarlo a los abismos más oscuros del infierno?

Sobre Gonzalo Carnevalini

Gonzalo Carnevalini nació en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, el 15 de marzo de 1988. Es abogado y músico. Ha participado en diversos talleres literarios y antologías. Ferviente lector de ficción y filosofía. Amante de la teoría psicoanalítica. Autor prolífico de cuentos y relatos.

La cofradía del alma es su primer libro publicado. Actualmente se encuentra trabajando en su próxima novela: Dijo el cuervo.

Instagram: @gonzalo_carnevalini

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Gonzalo Carnevalini1234567891011121314151617

1

El profesor Leonardo Vilavó jamás hubiera podido imaginar que el cuerpo de la mujer tendido sobre la costa de la playa era el último indicio que despojaría a su espíritu de la vacilación. Al menos, un poco. Hubiera querido no verla. Lamentó encender el televisor en ese momento. Lamentó seguir las huellas que esa extraña mujer trazaba para él y lamentó la serie de acontecimientos que, inevitablemente, desencadenaría todo aquello...

 

*

 

—Cada libro posee en su interior una parte del alma de su autor. Al abrir un libro nuevo por primera vez podemos notar un aroma muy particular. Así es como huelen las almas —comenzaba su clase el profesor—. ¡No se rían! Bueno les concedo que parece un poco alocado pero síganme un poco más. Tomen esto provisoriamente ¡Son estudiantes de literatura! Un poco de imaginación...

—Les decía —continuó—, que un libro nuevo tiene un aroma muy particular. Sin embargo, vemos que poco a poco ese aroma tan particular se va perdiendo e, incluso, su cuerpo se va deteriorando. Con el paso del tiempo sus hojas se tornan amarillas y eso es lógico, recuerden que el autor envejece y allí reside una parte de él. Pero el mayor desgaste es propiciado por una especie de lectores muy particulares que, al repasar sus hojas toman una pequeña parte del alma del autor y, a cambio, entregan un pedacito de la suya. En ese trueque el libro se desgasta mucho más aún, pero reverdece el alma del autor. Esta cuestión, sin embargo, entraña un peligro muy considerable y es lo que hace que muchos autores jamás se atrevan a publicar sus obras ¿por qué? Porque él está entregando su alma. Si ningún lector genera un intercambio álmico ¿qué creen que le pasa al autor?

—Disculpe, profesor. Quisiera hacer una pregunta por fuera de eso último...

—Con todo gusto.

—Usted nos dice que el aroma del libro nuevo es en verdad el aroma de las almas, pero que con el paso del tiempo ese aroma se pierde, pues ciertos lectores toman una parte de ella para sí, dando a cambio una parte del alma propia. No entiendo entonces por qué pierden el aroma.

—Muy buena pregunta. El caso es que el alma del lector no pervive en el libro, sino que va en busca del autor y con él permanece hasta el fin de sus días. Solo queda en el libro una pequeña marca que simboliza el breve estadio de esa alma. Un estadio fugaz, pero que, sin embargo, deja su huella para siempre y eso pertenece al lector.

—Gracias.

—Ahora bien ¿de dónde saqué esta teoría que tanta gracia les hace?... ¿Nadie? Repasen un poco, recuerden las últimas clases... autores que vimos... ¿Nada? Bueno, verán: me la acabo de inventar para ustedes...

 

El curso reía a coro ante el profesor Vilavó. Era de esos profesores que se dan el lujo de jugar. Pero siempre con un propósito. Era un ajedrecista que pensaba sus movimientos con antelación y siempre estaba dos o tres pasos adelante en esos juegos.

—Calma, chicos. Atiendan bien a lo que quiero decirles —el profesor adoptó una postura comprometida con su audiencia.

Lo que yo quiero que ustedes se lleven el día de hoy en esta clase, es la conciencia de la responsabilidad de la lectura. Hay algo de cierto en lo que les dije y es esto: hay autores que dan su alma y hay también lectores que dan la suya. Yo quiero que ustedes sean esa clase de lectores y, en algún tiempo, ¿por qué no también esa clase de autores?

Bien, quiero que para la próxima clase cada uno de ustedes escriba un ensayo de doce páginas sobre esta cuestión. Quiero que reflexionen, que piensen y desarrollen qué es para ustedes dar el alma. Se lo envían a Juan. Buena semana.

 

—Quisiera saber, Juan, quien era la alumna que hizo la pregunta, es la primera vez que la veo en este curso. De hecho, es la primera vez que la veo en esta Facultad.

—No estoy seguro, profesor.

—Trata de averiguarlo. Recordá corregir los trabajos y enviarme las notas.

—Claro, profesor. Hasta mañana.

 

*

 

La mujer recorría lentamente todos los pasillos de la inmensa biblioteca pública. Cada día. Nadie sabía su nombre, pues nunca se registró para tomar prestado algún libro. Solo entraba y repasaba con su vista volumen por volumen. Luego se la veía tomar uno y sentada en los escritorios pasaba sus páginas con mucho cariño. Al tiempo lo dejaba en su estante, y se iba.

 

*

 

—Profesor, hay algo que quisiera comentarle. Los alumnos inscriptos en el curso son 72. Sin embargo, he recibido 73 correos. Conjeturo que la mujer que intervino en su clase, no es una alumna regular. Con todo, hay algo más curioso aún. El correo que, asumo ha de ser de ella, fue enviado sin nombre desde una casilla de correo electrónico bastante particular: lamarcadelalma.

—Bueno, es por demás curioso, Juan, y ¿leíste su trabajo?

—Sí... bueno, en verdad... no era lo que podemos llamar “un trabajo”, era una especie de mensaje encriptado para usted.

—¿Qué decía?

—Son números, profesor, véalo usted mismo:

 

975-54-672-6046-0

 

*

 

El profesor Vilavó pasó horas en su estudio tratando, vanamente, de dilucidar el mensaje misterioso. Hubiera querido tener en su biblioteca algún manual de criptografía, pero, fiel a sus artes, su biblioteca atestada de obras literarias, con sus poetas del siglo de oro español, entre otros tantos, no sería de mucha ayuda en su cometido. Sin embargo, decidió intentarlo y pasearse entre sus seiscientos cuarenta y dos volúmenes, al menos —se dijo— para despejar la mente.

Al poco tiempo desistió de su empresa y tomó una vieja edición de “El peregrino en su patria”. Siempre le había gustado la prosa y los versos del poeta. No podía comprender por qué a sus alumnos les resultaba tan tediosa su lectura cuando, para él, era alimento del espíritu.

Llevó el libro a su estudio y comenzó a hojearlo. Se detuvo primero en su ficha técnica. Creía el profesor que los datos de imprenta de un libro no debían pasarse por alto jamás. Tenía para sí que, esa información eran sus datos de nacimiento. No era información de la que podía prescindir el lector comprometido. Él solía llamar a esto en sus clases como “el certificado de nacimiento” del libro. Sus alumnos reían e intercambiaban miradas cómplices entre sí antes las ocurrencias del profesor.

La fecha de impresión justificaba el color de sus páginas y esa editorial quien sabe si existiría aún.

De un momento a otro se quedó pasmado. Apretó con un golpe su dedo índice contra el papel y llevó el libro a su rostro para comprobar su hallazgo. ¡Lo tengo! —gritó.

 

*

 

—Hemos revisado sus trabajos. En líneas generales todos han captado muy bien la consigna. Por otro lado, hemos recibido un correo innominado, con un pseudónimo bastante particular ¿Alguno de ustedes sabe a qué me refiero? Silencio total ¿no? Bien, Juan les va a leer las notas. Si alguien me necesita voy a estar una hora en la sala de profesores para cualquier consulta o duda que quieran realizarme. Hasta pronto.

 

El profesor Vilavó encendió la computadora de la sala de profesores y accedió al portal de la biblioteca pública. Ingresó al buscador y filtró: búsqueda por ISBN. Tipeó: 975-54-672-6046-0. Un resultado. Tomó su abrigo y salió en camino a la biblioteca pública.

 

—Buenas tardes, quisiera consultar por un ejemplar. Revisé en la página y apareció disponible.

—Dígame... —el bibliotecario contestaba sin apartar los ojos del ordenador.

—El libro es “El deseo del mar”. Figura autor anónimo, eso llamó bastante mi atención.

—Ah, pero no debería, de hecho, hay centenares de novelas, poemas y cuentos de autores anónimos... Las mil y una noches por ejemplo...

—Lo sé. Es que justamente esas obras anónimas pertenecen a una época particular, siglos atrás y este libro, según los datos que provee su portal, es bastante actual. Observé que ustedes cuentan con la primera edición impresa y es del año 2012.

—Efectivamente. Tenemos varias ediciones de “El deseo del mar” entre ellas, la primera tirada del libro. Se comenta que lo escribió una mujer, pero nadie sabe los motivos que la llevaron a ocultarse en el anonimato.

—Quisiera verlo, por favor. La primera edición. Aquí tiene el número preciso de identificación.

—Un momento por favor ¿es usted socio?

—Efectivamente.

—Aquí lo tiene, puede usted conservarlo durante siete días, cumplido el plazo puede renovarlo por otros siete más...

—Comprendo. Lo llevo.

 

*

 

—Juan, tengo algo. El mensaje que recibimos era la referencia a un libro. “El deseo del mar”, tengo el ejemplar en mi casa, esta noche lo voy a leer. Lo cierto es que esta cuestión es muy extraña...

—Bueno, profesor. Le alegrará saber que tenemos otro mensaje en la bandeja de correos. Otra vez lamarcadelalma.

—¿Qué dice?

—“47-2. Por favor, profesor”

—Más enigma. Pero creo saber a qué se refiere. Ni bien lo confirme, te llamo.

 

El profesor tomó el ejemplar en la página 47 y fue al segundo párrafo. Rezaba:

 

¿Qué hace al mar tempestuoso? Los sabios tienen dicho que el mar se alimenta de deseos y pasiones. Son esos deseos y pasiones que nunca llegan a puerto. Esos que nunca jamás llegan a su destinatario. Por cualquier razón, el mar los absorbe y ellos arremolinan en sus aguas, chocando entre sí, golpeándose unos con otros. Estos deseos y pasiones le dan su bravura. Si el ser humano fuera capaz de cumplir sus deseos y encauzar sus pasiones, el mal sería calmo y templado como las aguas de un pantano.

 

El profesor repasó el párrafo tantas veces que, sin pretenderlo, ya lo había grabado en su memoria.

Ya a punto de cerrar el libro para reflexionar en sus palabras observó al lado del párrafo una extraña marca. Parecía ser una marca propia del desgaste sufrido en sus lecturas. Sin embargo, no pudo dejar de observar.

Era algo así como una especie de círculo diminuto, deforme y cubierto por una aureola amarillenta como de humedad. Lo curioso es que el libro no parecía haber sufrido la humedad. Estaba bien conservado. Sin embargo, ahí estaba la marca.

Esa misma noche leyó el libro completo, de principio a fin. Tenía algo que hacía que no pudiera dejarlo, era casi hipnótico para él. Al finalizar lo apoyó sobre su mesa de estudio y se quedó en absoluto silencio. Esa noche no durmió.

 

*

 

—Buenos días ¿me recuerda? “El deseo del mar”. Ayer retiré el ejemplar... —dirigió el profesor.

—Claro que sí ¿qué tal se lleva con él?

—Magnífico. Quisiera hacerle una pregunta ¿podría consultar en la ficha quien ha retirado este libro antes que yo? —El profesor miraba hacia los costados como si su pedido fuera, en algún punto, reprochable.

—¿Se puede saber para qué?

—Es simple curiosidad... —aventuró.

—Pues, su curiosidad se hará un poco más grande al saber que en la ficha del libro solo figura usted. Nadie ha retirado este libro antes, pero, sin embargo, puedo asegurar que aquí, al menos hasta que usted lo retiró ayer, ha sido leído días tras día. Siempre la misma mujer. Dígame usted que parece un lector avezado ¿cuánto tiempo se necesita para concluir una obra? Esta mujer parece no acabar nunca. Con mis compañeros hemos pensado que ha de tener algún tipo de problema, pues su actuar no es muy común que digamos...

—¿Una mujer? ¿Sabe usted su nombre?

—No, nunca se registró. Solo viene a leer y se va. Así cada día.

—¿En qué momento del día viene? Sería importante para mí encontrarla. Si usted puede precisar un poco más sus hábitos tal vez pueda coincidir con ella ¿haría eso por mí?

—No creo que haga falta porque allí está.

El bibliotecario señaló hacia el sector sur de la inmensa biblioteca y allí estaba. Una mujer recorriendo los anaqueles. Distraída y calma. Parecía no enterarse del resto del mundo.

—Es ella. Es la alumna que intervino en mi clase.

—¿Cómo dice?, ¿la conoce?

—No aún, pero espero hacerlo.

El profesor fue hacia ella y posó su mano sobre el hombro de la mujer generando un breve espasmo en su cuerpo, que culminó al momento en que giró su cuello y vio el rostro del profesor Vilavó.

—Es usted. Usted estuvo en mi clase la semana pasada. Usted me hizo una pregunta sobre el alma de los libros. Luego mandó un correo encriptado que me hizo llegar a un ejemplar de “El deseo del mar” y, aquí estamos ahora. Le ruego una explicación, por favor.

—Así es profesor, está usted en lo cierto.

—Dígame su nombre y porque está jugando conmigo.

—Sepa profesor que bajo estas circunstancias mi nombre es lo que menos importa. Y, por otro lado, nadie está jugando con usted. Yo solo necesitaba que alguien como usted lea ese libro.

—¿Y por qué tanto misterio? ¿Por qué no solo se acercó a mí y me pidió que lo lea? ¿Usted escribió ese libro?

—No, profesor. Ese libro lo escribió mi madre.

—¿Quién es su madre? ¿Por qué se oculta en el anonimato?

—Insisto profesor en que esas preguntas no son las importantes. Por otro lado, usted me pregunta por el misterio y la forma escogida. A eso puedo responder sin problemas, aunque es en vano, pues usted mismo lo sabe. De hecho, es usted quien lo dijo en su clase.

—¿Qué es lo que yo dije?

—Usted habló sobre cierto tipo de lectores que obran con un modo de lectura muy peculiar generando intercambios álmicos reflejos en el libro. Mi madre cree lo mismo, solo que, además, ella cree necesario el encauzamiento del deseo y la pasión. Si leyó el pasaje que le indiqué sabrá que, si esos deseos y pasiones no impactan en el libro, no se genera el intercambio álmico y se van al mar. Para que su alma atraviese el libro, yo necesitaba antes generar en usted un deseo ferviente que lo dirija. No podía correr riesgos, profesor. No es que dude de usted, de ser así no lo habría escogido, solo que no hay tiempo que perder y no podía correr riesgos. Mi madre está muriendo.

—¿Por qué yo? ¿Usted me conocía antes de ir a mi clase?

—Su fama lo precede, profesor. He leído su libro de poemas. En él usted revela a todas luces que clase de lector es.

—¿Usted leyó mi libro? Eso es más raro aún. Creí que nadie lo leería jamás. Además ¿solo eso?, ¿solo por leer mi libro? —se extrañó el profesor.

—No sea modesto, profesor. Mi madre y yo lo hemos leído. Mi madre es como usted y... mi madre lo conoce.

—En verdad me cuesta mucho creer todo esto, si he de serle sincero. Y, a decir verdad, sigo sin entender qué papel tengo yo en todo esto ¿quién es su madre?

—Yo creo que si lo entiende profesor ¿tiene aquí el libro? Muéstremelo por favor.

El profesor abrió su morral y entregó el libro a la misteriosa mujer.

—Mire, página 47. Esta marca es mía, profesor. Mire a su lado.

El profesor se quedó pasmado al ver al lado de la extraña marca que había observado, una marca de igual tamaño, pero de diferente figura. Esta más que un círculo era algo así como una suerte de virgulilla, recubierta por una aureola similar.

—Esta marca es de mi alma, profesor, y a su lado está la suya. Lo ha hecho muy bien.

Cada día vengo y repaso las hojas de este ejemplar, esperando ver alguna nueva marca y jamás sucede. Mi madre se muere y necesita cuanto antes de estos intercambios, profesor. Su alma está muy cansada ya. Sin lectores de su tipo pierde su pasión y, usted ya bien sabe qué pasa con las pasiones que no llegan a puerto.

—Se las lleva el mar...

—Exacto.

—Esto no puede ser cierto ¿cómo espera que crea esto? ¿Se supone que debo creer que yo ayudé a su madre?