La construcción de la feminidad bíblica: Cómo se convirtió la subyugación de las mujeres en doctrina cristiana - Beth Allison Barr - E-Book

La construcción de la feminidad bíblica: Cómo se convirtió la subyugación de las mujeres en doctrina cristiana E-Book

Beth Allison Barr

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Beschreibung

Este libro traslada la conversación sobre la feminidad bíblica más allá de la gramática griega y al ámbito de la historia de la iglesia, antigua, medieval y moderna, para mostrar que esta creencia no está ordenada divinamente, sino es un producto de la civilización humana que continúa infiltrándose en la iglesia. La feminidad bíblica, la creencia de que Dios diseñó a las mujeres para ser esposas sumisas, madres virtuosas y alegres amas de casa, impregna el cristianismo norteamericano. Desde decisiones sobre carreras hasta roles en iglesias locales y las dinámicas de relaciones, esta creencia moldea la vida cotidiana de las mujeres evangélicas. Sin embargo, la feminidad bíblica no es bíblica, dice Beth Allison Barr, historiadora de la Universidad de Baylor. Surgió de una serie de momentos históricos claramente definibles. Las percepciones históricas de Barr brindan contexto para las enseñanzas contemporáneas sobre los roles de las mujeres en la iglesia y ayudan a avanzar la conversación. Entrelazando su historia como esposa de un pastor bautista, Barr arroja luz sobre el movimiento #ChurchToo y los escándalos de abuso en círculos Bautistas del Sur y el mundo evangélico en general, ayudando a los lectores a comprender por qué la feminidad bíblica tiene más que ver con estructuras de poder humanas que con el mensaje de Cristo.

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Seitenzahl: 420

Veröffentlichungsjahr: 2024

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George Orwell dijo: “Para controlar el futuro, hay que controlar el pasado”. La incapacidad de la Iglesia para comprender su propia historia a través de las experiencias de las mujeres perjudica nuestra propia comprensión del cristianismo. “La construcción de la feminidad bíblica” es un profundo examen histórico del impacto del patriarcado desde la perspectiva de las mujeres cristianas. Sin este libro no podemos conocernos plenamente a nosotros mismos ni a nuestra fe”.

—Mimi Haddad, presidenta de CBE International.

“La construcción de la feminidad bíblica” causará conmoción en el cristianismo evangélico conservador. El convincente desafío de Barr al patriarcado y al complementarismo está compuesto por un poderoso testimonio personal, un sólido manejo de la teología y las cuestiones bíblicas que se encuentran en el centro del debate sobre el papel de la mujer en la Iglesia, y la comprensión de un historiador de cómo el pasado puede influir en el presente. Este libro cambia las reglas del juego”.

—John Fea, profesor de la Universidad Messiah.

“En este oportuno y valioso volumen (escrito con valor y aplomo), Barr muestra que la “feminidad bíblica” es más una construcción sociohistórica que una propuesta bíblica. Confío en que este libro, profundamente personal y deliberadamente provocador, se lea de forma extensa y cuidadosa. Sobre todo, espero que lo lean las personas de círculos evangélicos protestantes patriarcales que se sientan tentados a descartarlo inmediatamente”.

—Todd D. Still, profesor de la Universidad de Baylor, Seminario Truett.

“La construcción de la feminidad bíblica” es una contribución excepcionalmente reflexiva y valiosa a los debates de la religión estadounidense contemporánea. Barr combina un enfoque autobiográfico con una ejemplar erudición textual e histórica; todo ello presentado con una escritura admirablemente lúcida. El libro resultante es a la vez convincente y conmovedor”.

—Philip Jenkins, autor de Fertilidad y fe: La revolución demográfica y la transformación de las religiones del mundo

“Nunca he vivido en el mundo del complementarismo, pero he visto de cerca el daño que ha hecho a muchos estudiantes y sus iglesias. El agudo relato de Barr sobre su propio viaje hace que su explicación de la bancarrota de las interpretaciones complementaristas de la Biblia y la historia de la Iglesia sea urgente y convincente. Parafraseando su conclusión: ¡Es hora de que termine esta farsa!”.

—Beverly Roberts Gaventa, profesora de la Universidad de Baylor.

“Barr sacude nuestros superficiales fundamentos históricos al revelar cuánto de la llamada feminidad “bíblica” es un reflejo de la cultura en vez de ser un reflejo de Cristo. A través de su propio y desgarrador viaje de exclusión en su comunidad de fe, demuestra la temeridad que necesitamos para vivir la simple pero perturbadora verdad de que todas las mujeres y los hombres son creados a imagen de Dios”.

—Jemar Tisby, director general de The Witness Inc.; autor del superventas del New York Times “El color del compromiso”.

“Este libro es distinto a todo lo que he leído hasta ahora. Basándose en su extensa investigación sobre la historia del cristianismo, Barr pone en duda todo lo que creías saber sobre el cristianismo y el género”.

—Kristin Kobes Du Mez, profesora de la Universidad Calvin; autora de Jesús y John Wayne

“La construcción de la feminidad bíblica” ha conseguido en un solo volumen lo que muchos otros libros de los últimos años solo han conseguido en parte: demostrar que la llamada feminidad bíblica no es realmente bíblica. Aunque Barr explora y analiza la historia de la Iglesia y la teología en este libro, que ha investigado a fondo, el resultado no es un aburrido tomo académico. Entrelaza la narrativa personal para recordar a los lectores la humanidad de este asunto. He esperado toda mi vida adulta un libro como este, y me emociona que por fin haya llegado”.

—Jonathan Merritt, escritor colaborador de The Atlantic; autor de Cómo aprender a hablar de Dios desde cero

“Me encanta cómo el profundo conocimiento de Barr sobre la historia eclesiástica medieval contribuye al debate de las mujeres en la Iglesia. Aunque no estoy completamente de acuerdo con el argumento de Barr, coincido con ella en la necesidad de reconocer las diferentes maneras en que las mujeres han liderado en la historia de la Iglesia y deberían hacerlo ahora. Coincido con ella en que Cristo llama a las mujeres de su iglesia a enseñar. Y coincido con ella en que el llamado “complementarismo” no es la única opción, ni siquiera una buena opción, para quienes defienden la autoridad de las Escrituras. Me alegro de que lo haya escrito”.

—Aimee Byrd, autora de Recuperarse de la masculinidad y feminidad bíblicas y No mujercitas.

“La construcción de la feminidad bíblica” es un viaje al corazón, a veces doloroso y a veces alegre, de la propia historia de Barr, pero también a las habitaciones secretas de una doctrina cristiana conservadora de la “feminidad bíblica” que no es más bíblica que las túnicas del coro, los sermones de introducción, nudo y desenlace, o el nacionalismo cristiano. El número de interpretaciones teológicas erróneas presentes en el complementarismo evangélico que expone Barr son demasiadas para contarlas. No podía dejar de leer este libro”.

—Scot McKnight, profesor del Northern Seminary.

La construcción de la

Feminidad

Bíblica

CÓMO SE CONVIRTIÓ LA SUBYUGACIÓN DELAS MUJERES EN DOCTRINA CRISTIANA

Beth Allison Barr

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 Viladecavalls

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© Copyright 2021 por Beth Allison Barr.Publicado originalmente en inglés bajo el título The Making of Biblical Womanhood por Brazos Press, una división de Baker Publishing Group, Grand Rapids, Michigan, U.S.A.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».

© 2024 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA FEMINIDAD BÍBLICA

ISBN: 978-84-19779-25-0

eISBN: 978-84-19055-86-6

Vida cristiana

Intereses de las mujeres

Para las mujeres a las que he enseñado;

para las mujeres a las que he guiado;

para las mujeres y hombres evangélicos dispuestos a escuchar;

esto es para ti.

Pero, sobre todo, esto es para mis hijos:

Elena y Stephen.

Espero que seáis libres de ser todo

lo que Dios os ha llamado a ser.

Índice

Agradecimientos

Prólogos

Elisabeth Salazar

Lidia Rodríguez

Introducción

1.El comienzo del patriarcado

2.¿Y si el concepto bíblico de feminidad no viene de Pablo?

3.Nuestra memoria medieval selectiva

4.El coste de la Reforma para las mujeres evangélicas

5.Cómo eliminaron a las mujeres de la Biblia inglesa

6.Santificar la subordinación

7.Hacer de la feminidad bíblica una verdad evangélica

8.¿No es hora de liberar a las mujeres?

Biografía de la autora

Agradecimientos

LAS PERSONAS DE MI VIDA han hecho posible este libro.

Estoy muy agradecida a mis editores y al equipo de Brazos Press, durante la edición original en inglés. Katelyn Beaty creyó en este proyecto y me guió cuando más falta me hacía. Melisa Blok me mostró dónde debía decir más y me ayudó a saber cuándo había dicho suficiente. Este libro es infinitamente mejor gracias a vosotras dos. Ha sido un placer trabajar con Brazos Press de principio a fin. Gracias.

No podría haber completado este proyecto sin el apoyo de mis compañeros de Baylor. Larry Lyon, decano de la Escuela de Posgrado de Baylor, me dio espacio para escribir a pesar de ser una decana asociada recién llegada. Barry Hankins, director del departamento de historia de Baylor, me dio libertad para centrarme en este libro antes que en otros proyectos. Comprendió su importancia y me apoyó. Gracias Barry. Y, por supuesto, mis compañeras del grupo de escritura Kara Poe Alexander, Leslie Hahner y Theresa Kennedy me ayudaron a perfeccionar las habilidades que necesitaba para escribir este libro. Durante diez años han escrito conmigo. Durante diez años me han hecho mejorar. Leslie, gracias por el concepto de metamorfosis.

Durante los últimos veinte años, he contado con la ayuda de archiveros de todo el Reino Unido. Por muchos de los manuscritos a los que se hace referencia en estas páginas, agradezco especialmente la ayuda y la paciencia del personal de la sala de lectura de la Biblioteca Británica de Londres, la Biblioteca Weston de Oxford y el personal de la biblioteca y los archivos de Longleat House en Warminster. También estoy agradecida al Instituto de Louisville y su apoyo financiero para este proyecto.

Mis amigos Kim y Brandon, Karol y Mike, Jennifer y Chris, Donna y Todd, y David, mi compañero de Baylor, me han acompañado durante algunos de los días más difíciles de 2016 y 2017. Me ayudasteis a sanar y a ganar perspectiva sin amargarme. La Conferencia sobre Fe e Historia me proporcionó una valiosa comunidad después de perder la comunidad de mi iglesia. Ha sido un privilegio servir como su presidenta. Out of Sorts, de Sarah Bessey, me ha reconfortado el alma en el momento justo pese a no conocerla a ella personalmente. Este libro simplemente no existiría sin mi comunidad de Anxious Bench. Christopher Gehrz, Kristin Kobes Du Mez, Philip Jenkins, David Swartz y Andrea Turpin me dieron la confianza (profesional, personal y espiritual) que necesitaba para escribir las entradas del blog que se convirtieron en este libro. John Turner, fuiste tú quien me dio la idea del título. También estoy agradecida a Patheos por concederme, como a todos sus autores, los derechos intelectuales de mis artículos.

Este libro es para todos mis alumnos. Pero es especialmente para Lynneth, Liz y Anna. Estuvisteis conmigo en ese terrible fin de semana de 2016. Me disteis el valor que necesitaba para ser más valiente de lo que nunca creí que podría ser. Y Tay, tú empezaste este viaje conmigo. Me alegro mucho de poder mostrarte cómo termina. Gracias también a Katherine y Liz por toda su ayuda editorial.

Este libro también es para la profesora que me dio una oportunidad en 1997. Judith, me diste ojos para ver desde un punto de vista diferente y las herramientas para hacer algo al respecto. Aspiro a ser para mis alumnos la mentora que tú siempre has sido para mí. Por último, pero no por ello menos importante, este libro es para mi familia, que me ha acompañado a cada paso del camino. Para mis padres, Kathy y Crawford Allison, que siempre han luchado por mí. Su fe y su amor constantes me fortalecen. Por mi marido, Jeb, que siempre ha luchado a mi lado. Si hubiera más pastores con la integridad y la fe de mi marido, la iglesia sería un lugar muy diferente. Y para mis hijos, Stephen y Elena: vosotros sois la razón por la que sigo luchando por un mundo cristiano mejor. Me llenáis de alegría y renováis mi esperanza cada día.

Prólogos

Elizabeth Salazar-Sanzana

Para algunos esta obra llega a tiempo y, para un grupo no menor, llega fuera de tiempo. “La construcción de la feminidad bíblica. Cómo se convirtió la sujeción de las mujeres en doctrina cristiana” es de aquellos libros que me hubiera gustado leer en mi juventud; habría sido argumento seguro para enfrentar muchas incitaciones bíblicas, desprecios y discriminación en los años de estudio, liderazgo eclesial y docencia. El desafío de Barr no solo deconstruye los argumentos del patriarcado para la sumisión de la mujer, sino que hace un llamado claro a escuchar la voz del Espíritu para una misión integral, liberadora.

A la luz del Evangelio, la autora, revisa cuidadosamente el pasado, la historia contada y aquella que es memoria subversiva para los ojos que nunca han leído el pasado con ojos de inclusividad. La lectura del pasado la va confrontando con el presente, pero mirando el futuro con propuestas bíblicas teológicas que encantan, provocan inquietud y hacen descubrir la puerta de la jaula del pensamiento y praxis normalizado de violencia en nuestras comunidades de fe.

La base de la educación cristiana, de la mayoría de las iglesias evangélica, es la experiencia personal de fe y sus vivencias cotidianas. Esta apreciada universidad de la vida, como suele llamársela, es justamente la opción metodológica, el hilo conductor de la obra. En esto la autora logra decir, sin soltar la erudición de sus dichos, verdades que dejan al lector o lectora en clara posición de reconocer lo que Dios, en su amor y propuesta de vida en abundancia, ha revelado en Jesucristo. El discurso recurrente del amor que liberta al ser humano, en las iglesias cristianas descritas por la autora, no es acompañado con gestos concretos que consideren a la mujer otro ser humano en dignidad, sino más bien, siguen dándole más realce a Aristóteles, que la definió inferior como ser humano.

Este libro, en su primera parte, nos invita a caminar por el pasado, con el claro objetivo de deconstruir el agobio del presente. El texto es la travesía que enfrenta la autora y muchas de las que caminamos entre la vida eclesial y la academia, directamente a las relaciones sociales de las mujeres en la comunidad de fe, permeada por todas las inequidades sociales propias de la actualidad.

Para entender la propuesta de Barr, es fundamental comprender lo que se ha considerado como autoridad en la Iglesia y más específicamente la autoridad concedida a la Biblia como Palabra de Dios a través de la historia de la Iglesia. Para los primeros cristianos, la autoridad se limitaba a lo que ellos conocían como la Escritura (Torá), las enseñanzas de Jesús y los Apóstoles como primeros testigos.

Desde la era apostólica hasta llegar a nuestros días, la autoridad de las Escrituras ha sido desarrollada en clara relación con el poder. Si fuera el poder de Dios, sería fácil trabajar en unidad, pero se trata del poder de mando jerárquico. Incluso se entrevé, en los escritos críticos de la autoridad de la iglesia que, hasta la Reforma Protestante, la autoridad dogmática de la Escritura, la tradición de la iglesia, los concilios y sus dogmas, y la propia jerarquía de la iglesia estaban a un mismo nivel, tanto así que poco se distinguía una de otra. Sin embargo, a todas se les daba importancia de autoridad. Para los cristianos provenientes de la Reforma protestante, se reconoce desde la pre-Reforma los esfuerzos por colocar a la Biblia como autoridad final. De la misma manera, se entendía entre los apóstoles, una autoridad en las palabras de Jesús en su ministerio. Es decir, la autoridad va a estar en constante apelo en las diferentes etapas de la Iglesia cristiana, esto va a constituirse en la base del discurso bíblico que la autora nos plantea. No es posible entender los actuales conflictos de interpretación sin considerar los planteamientos de la autoridad bíblica al respecto del liberalismo, la neo ortodoxia y del fundamentalismo. Es decir, para lograr seguir el ritmo de los escritos de la autora es necesario tener este trasfondo en que se desarrolla la autoridad de la Biblia, y cómo de forma asociada es legitimadora de la autoridad eclesial masculina.

No se debe equivocar la mirada de Barr al respecto de entender la Biblia como Palabra de Dios, esto no lo discute. Su planteamiento es similar a lo propuesto por todas las Sociedades Bíblicas, que las diferentes traducciones de la Biblia son interpretaciones. Y es a partir de lecturas parcializadas y sesgadas traducciones que se explica la eliminación de las mujeres de la Biblia inglesa y de otras traducciones. Se santifica la subordinación como parte de la verdad del Evangelio y de estas interpretaciones se hace de la feminidad bíblica una verdad cristiana.

La lectura es dinámica, pues la autora confronta su reflexión constantemente con la historia de vida de muchas mujeres que iluminaron el escrito. No es fácil hacerlo desde un contexto tan específico como el de la autora, pero es su afán el plasmar la deconstrucción patriarcal y del complementarismo.

No obstante que la autora hace referencia directa a las traducciones específicas del inglés, no impide que logremos entender las dificultades que se enfrentan a la hora de confrontar la historia de la Iglesia y los conceptos bíblicos de feminidad en nuestras propias traducciones al español.

Barr nos hace caminar por lo que reconoce e identifica como los comienzos del patriarcado y lo que han sido los textos bíblicos que se han leído sesgadamente desde su contexto. En América Latina, que es desde donde me sitúo, el protestantismo se colocó en la tradición bíblica paulina y en la tradición heredada de la Reforma Protestante, por lo que es de extrema apreciación el desarrollo que hace la autora de este trasfondo. Es fundamental entender que la crítica realizada tiene su fundamentación suficiente para deconstruirla, aunque en algunos momentos podría parecer de menciones someras, es suficiente ayuda para quien quiera seguir esta línea de investigación, establecer una mayor profundidad y llegar a las conclusiones similares o mayores que las dadas en esta obra.

La gran pregunta que Beth Barr hace sobre liberar a las mujeres, la responde a través de la falta de evidencias a favor de la subordinación de la mujer. Mirar el evangelio a la luz de los textos utilizados nos ayuda a reconocer la voz de Dios, nos ayuda a escuchar el silbo apacible del Espíritu, que un día bautizó a los gentiles en casa de Cornelio, sin separar a mujeres de hombres. Suelo decir que toda herejía tiene base bíblica, como una manera de advertir que no porque tenga una porción preciada de la Palabra de Dios escrita es una verdad al respecto de posturas religiosas alejadas del Evangelio: no porque diga “señor-señor” entrará al Reino, sino el que hace la voluntad de Dios.

Podemos decir que en el “afán y la ansiedad” de poder colocan a la mujer en sumisión, ignorando lo que Jesucristo hizo en la cruz por toda la humanidad, sin discriminar a nadie. En este actuar se desprecia la obra soteriológica en equidad que vemos en Gálatas 3:28 y Hechos 2. A lo largo de la historia, la evidencia muestra al patriarcado vencido por el Espíritu Santo en más de una vez, liberando a las mujeres para el multifacético ministerio cristiano, así como lo hizo Jesús en su ministerio. Esto también lo podemos encontrar a través de la propia historia de la Iglesia en nuestro continente.

Creo que una de las conclusiones más relevantes que la autora nos entrega es que a pesar de que el patriarcado cambia las reglas constantemente, las mujeres siempre han encontrado una manera de predicar y enseñar la Palabra de Dios. Solo agregaría lo que ya nos sugiere su autora a lo largo del desarrollo de su obra: que las mujeres han encontrado la manera de hacer frente al patriarcado, porque el Espíritu Santo de Dios vence al pecado y con esto vence todo aquello que somete y oprime al otro u otra. El patriarcado no es solo pecado contra las mujeres, si lo fuera bastaría con levantar la bandera con respecto al género, sino que es el pecado movido por la discriminación por clase social, por etnia, es multifacética, es el daño ecológico a la tierra que se hace en nombre de esta visión androcéntrica-patriarcal y adulto-céntrica.

Esta es una obra muy recomendable para toda biblioteca pastoral. Es fácilmente leíble y termina siendo una gran historia de vida con un final feliz. Un libro que no solo se felicita a quien lo escribe, sino que se agradece a Clie, pues son quienes dan el espacio para ser publicado y aportar a los diálogos teológicos y pastorales. Estos aportes ayudan y promueven debates necesarios para la reconstrucción de una eclesiología que plasme lo que es el Reino de Dios y su justicia para todos.

Dra. Elizabeth Salazar-Sanzana

Teóloga pentecostalCatedrática de Teología SistemáticaComunidad Teológica Evangélica de Chile

Lidia Rodríguez Fernández

¿Es posible justificar y realizar una investigación erudita partiendo de experiencias traumáticas? En esta obra, Beth Allison Barr nos demuestra que no solo es posible, sino que es, más aún, necesario. Porque lo que está en juego es, por un lado, la necesidad de limpiar el texto bíblico del polvo que siglos de interpretaciones sesgadas han depositado sobre él, sojuzgando a las mujeres; por otro lado, la necesidad de terminar con la legitimación religiosa de la desigualdad entre hombres y mujeres que ha conducido a todo tipo de abusos en el seno de la Iglesia cristiana. El “¡basta ya!” del capítulo 8 y la llamada a dejar atrás el complementarismo teológico no deja lugar a dudas sobre el objetivo último del libro.

Barr no disimula el tono combativo y, en ocasiones, apasionado de su trabajo, que se nutre de su propia biografía: la relación opresiva que sufrió a manos de un novio, el despido de su marido como pastor de jóvenes por sus opiniones sobre el papel de la mujer en la iglesia o la actitud irrespetuosa de algunos alumnos en la universidad donde ejerce como docente. Ello se suma a múltiples testimonios de mujeres evangélicas norteamericanas que la llevaron a cuestionarse la veracidad de lo que había aprendido y asumido durante años como “bíblico” y como voluntad divina perpetua para las mujeres.

La primera de las razones para leer el libro que tiene entre las manos es que las experiencias narradas se asemejan, con toda probabilidad, a las vivencias de miles de mujeres evangélicas en otros contextos geográficos. El patriarcado cristiano (así es como lo denomina Barr) sigue siendo en la actualidad el sistema de creencias, valores y prácticas que legitima bíblicamente un modelo de feminidad fundamentado sobre la teología de la complementariedad. Enseñada todavía en la mayoría de las congregaciones evangélicas, en nuestro entorno sigue permitiendo y justificando abusos de poder similares a los que denuncia Barr.

Además, la trayectoria personal de la autora también puede ser la de sus lectores hoy. Barr reconoce que necesitó tiempo para tomar conciencia de una realidad injusta ante la que permaneció durante años ciega y callada, hasta que decidió denunciar dicha realidad escribiendo este libro. Esperamos que su lectura contribuya, a su vez, a formar las conciencias y a esclarecer la voluntad de Dios para la humanidad y Su Iglesia, “lo que Dios os ha llamado a ser”, por emplear las palabras de la autora en la dedicatoria a su hija Elena y su hijo Stephen.

La segunda de las razones que hacen de este libro un título de interés es su capacidad para divulgar el conocimiento académico. Aunque el mundo universitario lleva décadas poniendo sobre la mesa los argumentos que Barr desgrana en los diferentes capítulos, faltaba un texto en lengua castellana que combinara la erudición propia de una profesora universitaria con un lenguaje accesible para quien no está familiarizado con los estudios exegéticos especializados. Los argumentos no son novedosos, pero Barr pone al alcance de sus lectoras y lectores dos ámbitos de investigación necesarios para deconstruir la “feminidad bíblica” o, dicho de otro modo, la teología de la complementariedad.

En primer lugar, varias secciones están dedicadas a los debates hermenéuticos y exegéticos en torno a textos polémicos que desafían las lecturas literalistas de la Biblia, incluyendo un apartado dedicado a la inerrancia bíblica en el capítulo 7. En el caso del corpus paulino, la autora resalta en varios lugares la importancia del contexto histórico, religioso y cultural para interpretar adecuadamente los textos problemáticos, como Colosenses 3:18-19, Efesios 5:21-33 y 1 Corintios 14:34-35. En diferentes capítulos, Barr revisa las figuras bíblicas de las hermanas Marta y María, María Magdalena, Febe y Junia(s), para mostrar la importancia del ministerio de las mujeres en los orígenes del cristianismo y el modo en que fueron relegadas en la historia posterior, hasta el punto de que muchas traducciones bíblicas convirtieron a Junia en un apóstol varón, entre otros sesgos de traducción citados por la autora.

En segundo lugar, la historia y el modo en que las mujeres fueron borradas de la misma ocupa un lugar importante en su argumentación. Reivindica varias figuras femeninas de la Edad Media (Margery Kempe, Christine de Pizan, Genoveva de París y Brígida de Kildare, entre otras), al tiempo que critica el papel secundario que la Reforma protestante concedió a las mujeres, empezando por Katharina von Bora. Siguiendo el hilo de la memoria, Barr muestra cómo entre los siglos XVIII-XIX las ideas de modestia, piedad, pureza, sumisión y domesticidad consagraron definitivamente la subordinación de las mujeres evangélicas. Barr concluye su investigación histórica reivindicando a las mujeres que desarrollaron algún tipo de ministerio en los albores del siglo XX en el contexto de las iglesias bautistas del Sur. Esperamos que la lectura de esta obra contribuya a despertar nuestro interés por las mujeres cristianas que contribuyeron a lo largo de la historia al crecimiento de la Iglesia en nuestro entorno más próximo, cuya memoria también ha sido borrada en demasiadas ocasiones.

Para el público cristiano de lengua castellana, este libro nos ofrece una serie de cuestiones clave que iluminan el desarrollo histórico, el razonamiento teológico y las terribles consecuencias que el concepto de feminidad bíblica ha tenido y sigue teniendo para las mujeres evangélicas… y en consecuencia para la Iglesia misma. Dios quiera que el deseo de cada una y cada uno tras la lectura de este libro sea el mismo que ha guiado a Barr en la redacción del mismo: “luchar por un mundo cristiano mejor”.

Lidia Rodríguez Fernández

Licenciada en Literatura Española y doctora en Teología BíblicaProfesora de Antiguo Testamento en la Universidad de DeustoPastora de la Iglesia Evangélica Española en Bilbao

Para más información sobre este libro:

Introducción

NUNCA QUISE SER una activista.

Yo formaba parte de una iglesia que pertenecía a la Convención Bautista del Sur en un pequeño pueblo de Texas. En esta iglesia se predicaban las funciones divinamente ordenadas de las mujeres. Desde los sermones hasta las lecciones de la escuela dominical, pasando por los consejos de maestros bien intencionados, en todas partes se llamaba a las mujeres a desempeñar papeles secundarios en la iglesia y la familia, con énfasis en el matrimonio y los hijos. Una vez recuerdo haber escuchado hablar a una mujer desde detrás del púlpito de nuestra iglesia. Era soltera, misionera y, tal y como me explicó un adulto, solo estaba describiendo sus experiencias. Lo único que hizo esta racionalización fue reforzar la rareza de esa mujer. Una mujer soltera detrás del púlpito era aberrante, la norma la conformaban las mujeres casadas detrás de sus maridos.

James Dobson estaba en todas partes, hasta en las ondas de radio con una emisión periódica. Recuerdo haber hojeado de adolescente su libro “Amor para toda la vida”. Aprendí que la biología predeterminaba mi debilidad física y mi inestabilidad emocional, atrayéndome hacia mi complemento masculino divinamente creado. Dobson escribió para fortalecer los matrimonios, ofreciendo ayuda a los cónyuges que se ven separados por sus diferencias naturales: “Muéstrame un marido tranquilo y reservado y te mostraré una esposa frustrada”, escribió. “Quiere saber qué piensa, qué pasó en su trabajo, cómo ve a los niños y, sobre todo, qué siente por ella. El marido, en cambio, considera que hay cosas que es mejor no decir. Es una lucha clásica”.1 En unas pocas frases, Dobson me inculcó cómo era un hogar cristiano normal: un padre que vuelve de su trabajo en una oficina al hogar gestionado por su mujer y sus hijos. Los pasajes bíblicos seleccionados, respaldados por las notas de mi Biblia de estudio, se entretejían con sermones, estudios bíblicos y devocionales que creaban una imagen perfecta del apoyo bíblico a la subordinación femenina. Las mujeres habían sido creadas para desear a sus maridos y dejarles gobernar (Génesis); las mujeres debían confiar en Dios y esperar al marido perfecto (Rut); las voces de los hombres eran públicas, mientras que las voces de las mujeres eran privadas (1 Corintios, 1 Timoteo); cuando las mujeres tomaban el mando era o bien pecaminoso (Eva) o porque los hombres no habían hecho su trabajo (Débora). La posición de la mujer era de apoyo y secundaria, a menos que tuviera que asumir temporalmente el liderazgo cuando los hombres no pudieran hacerlo. Esta era mi forma de entender la feminidad bíblica: Dios diseñó a las mujeres principalmente para ser esposas sumisas, madres virtuosas y amas de casa alegres. Dios diseñó a los hombres para liderar en el hogar como esposos y padres, y en la iglesia como pastores, ancianos y diáconos. Creía que esta jerarquía de género estaba ordenada divinamente. Elisabeth Elliot escribió una famosa cita: “la feminidad recibe”. Las mujeres se entregan, ayudan y responden, mientras que los maridos proporcionan, protegen y toman la iniciativa. Una mujer bíblica es una mujer sumisa.2

Ese fue mi mundo durante más de cuarenta años. Hasta que, un día, dejó de serlo.

Ese día dejé la iglesia porque no podía soportarlo más. Más de tres meses antes, el 19 de septiembre de 2016 (a la misma hora en que mi primera estudiante de doctorado defendía oralmente sus exámenes de calificación y su prospecto de disertación), despidieron a mi marido de su trabajo como pastor de jóvenes. Llevaba más de veinte años ejerciendo esa labor; los últimos catorce habían sido en esa iglesia. De repente, silenciosa y dolorosamente, le dijeron que se marchara con un mes de indemnización. Algunos amigos, a los que estaremos siempre agradecidos, se enteraron de lo ocurrido y lucharon por nosotros. Consiguieron retrasar la pérdida de empleo durante tres meses, lo suficiente para que pudiéramos preparar a los jóvenes y hacer la transición del ministerio; también nos aseguraron cinco meses más de indemnización por despido. Nos dieron espacio para respirar.

El día que salí de la iglesia, un domingo de diciembre casi tres meses después, la enormidad de lo que nos estaba sucediendo finalmente se hizo real para mí.

Me puse delante de una mesa que alguien había colocado en el vestíbulo. Tenía una foto de mi familia, con una cajita a un lado y una declaración enmarcada al otro. No recuerdo lo que decía la declaración enmarcada, tal vez era un versículo de las Escrituras o algo sobre el agradecimiento de la iglesia por nuestro ministerio. Había rotuladores junto a una pila de papel. La gente podía escribir notas de despedida y meterlas en la caja.

Sé que la mayoría de las personas que nos escribieron notas eran sinceras. La mayoría lamentaba sinceramente nuestra marcha, desconcertada por las circunstancias. Algunos estaban molestos y enfadados. Algunos estaban conmocionados por la falta de transparencia de la iglesia. Algunos anticipaban con tristeza la pérdida de nuestra estrecha amistad. Estoy agradecida por las palabras que dejaron estas personas, sinceras en su despedida.

Pero no creo que el espíritu de la caja, la razón por la que se montó la mesa, fuera solo para estas personas. Era para mantener las apariencias. La mesa, cuidadosamente decorada, controlaba la narración sobre nuestra marcha. Ayudó a transmitir que nuestra marcha fue una buena decisión que habían tomado los pastores, que estaban cuidando de su rebaño. Después de todo, ofrecer un foro público para despedirse era lo que se hacía cuando los pastores se iban. Cuando se marchaban a nuevos trabajos o para volver a la universidad o para ser misioneros. Sin embargo, lo que nos ocurría no era ninguna de esas cosas. Mi marido fue despedido después de desafiar a los dirigentes de la iglesia por la cuestión de las mujeres en el ministerio.

Se agolparon varias imágenes en mi cabeza. El mensaje que recibí de mi marido el 19 de septiembre: “La reunión no ha ido bien”. El quebrantamiento y la confusión de los que trabajaban con nosotros en el ministerio de jóvenes, personas a las que forzaron a dejar de servir en ese ministerio debido a su amistad con nosotros. Las caras de los jóvenes aquella horrible noche cuando nos vimos obligados a decirles que nos íbamos sin contarles toda la verdad. Las sombras de los ancianos que montaban guardia alrededor de la sala, observando cómo les decíamos a los jóvenes que nos íbamos. Las lágrimas devastadoras de mi hijo cuando se enteró de que nunca estaría en el grupo de jóvenes de su padre. El oscuro jardín de Virginia en el que di vueltas y vueltas una noche, reprimiendo a duras penas la ansiedad mientras mi papel de organizadora de una conferencia dejaba a mi marido solo en Texas para enfrentarse a una de las semanas más duras de su vida.

Podía sentir los afilados bordes de la pena, la rabia y la justa indignación que surgían dentro de mí.

Así que me fui. Salí por las puertas de la iglesia. Pasé por delante de la gente que estaba en el vestíbulo, incluidos los que habían estado hablando conmigo junto a esa mesa. Pasé por delante de uno de los ancianos que intentó hablar conmigo. Salí por las puertas de la iglesia y me dirigí directamente a mi coche. Dejé atrás esa mesa y su historia cuidadosamente preparada. Dejé atrás la narrativa, propagada por mi iglesia, mayoritariamente blanca y de clase media alta, de que todo estaba bien y que todo estaría bien porque Dios lo había ordenado así. Conduje directamente a casa.

Entonces abrí mi portátil y me puse a escribir. Las palabras simplemente fluyeron.

Se juntaron diferentes piezas de mi vida y todo adquirió un nuevo enfoque.

Durante toda mi vida adulta he servido en el ministerio con mi marido, permaneciendo en iglesias complementaristas incluso aunque cada vez me causaba más escepticismo la idea de que la “feminidad bíblica”, tal y como se nos había enseñado, coincidiera con lo que la Biblia enseñaba. Me decía a mí misma que tal vez las cosas cambiarían, que yo, como mujer que enseñaba y tenía una carrera, estaba dando un ejemplo positivo. Me repetía a mí misma que el complementarismo (la visión teológica de que las mujeres son creadas divinamente como ayudantes y los hombres como líderes) no era misógino en su raíz. Me repetía que ninguna iglesia era perfecta y que la mejor manera de cambiar un sistema era trabajando desde dentro. Así que me quedé en el sistema, y me mantuve en silencio.

Permanecí en silencio cuando a una mujer que trabajaba en una iglesia de la Convención Bautista del Sur le dieron un salario menor porque no había sido ordenada. Esa mujer había asistido al seminario junto a mi marido. Irónicamente, la razón por la que no había sido ordenada era porque la iglesia era Bautista del Sur.

Permanecí en silencio cuando una mujer recién casada, cuyo trabajo incluía el seguro médico familiar, renunció a ese trabajo después de asistir a un retiro con mujeres de nuestra iglesia, un retiro que contó con un orador de línea complementarista dura que convenció a esta mujer de que el lugar apropiado para ella era el hogar. Su decisión, por lo que he oído, causó tensiones en la familia y problemas económicos. Dejó de venir a la iglesia. No tengo ni idea de lo que le pasó. Permanecí en silencio cuando, después de que nuestro pastor predicara sobre los roles de género, un matrimonio dio su testimonio. La esposa animaba a las mujeres a aceptar verbalmente lo que sugerían sus maridos, aunque estuvieran muy en desacuerdo. Dios honraría su sumisión.

Me mantuve en silencio cuando no se me permitió enseñar en la escuela dominical porque en la clase había chicos adolescentes. Dirigí los debates con un permiso especial cuando no había nadie más disponible.

Me quedé en silencio.

No fue hasta ese domingo, tres meses después de lo peor, que me di cuenta de la dura verdad. Al permanecer en silencio, me había convertido en parte del problema. En lugar de marcar la diferencia, había sido cómplice de un sistema que utilizaba el nombre de Jesús para oprimir y perjudicar a las mujeres.

Y la verdad más dura de todas era que mi responsabilidad era mayor que la de la enorme parte de la gente de nuestra iglesia, porque yo sabía que la teología complementarista era errónea.

Al mirar aquella mesita, me di cuenta de que la mayoría de la gente de nuestra iglesia solo conocía las opiniones teológicas que compartían los líderes desde el púlpito. Igual que yo solo habían escuchado una narrativa de la feminidad bíblica en la iglesia, muchos evangélicos de las iglesias complementaristas solo conocen lo que les cuentan: lo que se les enseña en el seminario, lo que leen en las notas de sus traducciones de la Biblia, lo que aprenden en la escuela dominical sobre la historia de la Iglesia en libros de historia escritos por pastores, no por historiadores.

Mi angustia aquella mañana provenía tanto de mi vergüenza como de mi dolor.

La verdad es que yo sabía que la teología complementarista (la feminidad bíblica) estaba equivocada. Sabía que se basaba en un puñado de versículos leídos fuera de su contexto histórico y utilizados como lente para interpretar el resto de la Biblia. La cola mueve al perro, como comentó una vez Ben Witherington. Eso significa que las suposiciones y prácticas culturales relativas a la mujer se infieren del texto bíblico, en lugar de leer el texto bíblico dentro de su propio contexto histórico y cultural.3 Muchas pruebas textuales e históricas refutan el modelo complementarista de la mujer bíblica y la teología que lo sustenta. A veces me sorprende que esta batalla todavía se esté librando.

Como historiadora, también sabía que las mujeres han luchado contra la opresión desde el principio de la civilización. Sabía que la feminidad bíblica, en lugar de parecerse a la libertad ofrecida por Jesús y proclamada por Pablo, se parece mucho más a los sistemas no cristianos de opresión femenina de los que hablo cuando enseño acerca de los mundos antiguos de Mesopotamia y Grecia. Como cristianos, estamos llamados a ser diferentes del mundo. Sin embargo, a menudo nos parecemos a los demás en el trato que damos a las mujeres. Irónicamente, la teología complementarista afirma que defiende una interpretación sencilla y natural de la Biblia, mientras que en realidad defiende una interpretación que ha sido corrompida por nuestro impulso humano pecaminoso de dominar a otros y construir jerarquías de poder y opresión. No puedo pensar en nada menos parecido a Cristo que jerarquías como estas.

Mientras miraba la pantalla de mi ordenador e intentaba entender por qué esa mesa del vestíbulo me había molestado tanto, me di cuenta de la dura verdad de por qué había permanecido en iglesias complementaristas durante tanto tiempo.

Porque estaba cómoda.

Porque de verdad pensé que podía marcar la diferencia. Porque temía que mi marido perdiera su trabajo. Porque me daba miedo alterar la vida de mis hijos. Porque amaba la vida del ministerio de jóvenes.

Porque quería a mis amigos.

Así que, por el bien de la juventud a la que servíamos, por la diferencia que mi marido marcaba en su trabajo, por la seguridad financiera, por nuestros amigos con los que compartíamos risas, cariño y experiencias vitales, y por nuestra comodidad, elegí quedarme y permanecer en silencio.

Tenía buenas razones. Pero me equivoqué.

Me encontraba en la misma posición que aquellos que estaban al corriente del consejo que le dio Paige Patterson, expresidente de un seminario, a una presunta superviviente de una violación, diciéndole que no denunciara el delito y que perdonara a su violador. En lugar de denunciar, guardaron silencio y permitieron que siguiera en el poder.4 Era igual que los miembros de la iglesia de Rachael Denhollander, que se resistieron a apoyarla. En lugar de defenderla cuando denunció el encubrimiento de abusos sexuales por parte de Sovereign Grace Churches, un grupo ministerial al que estaba afiliada su iglesia, su familia eclesiástica le dio la espalda. Como dijo en su declaración: “Mi defensa de las víctimas de agresiones sexuales, algo que para mí era importante, me costó mi iglesia y nuestros amigos más cercanos”.5 Me había convertido en algo parecido a los miembros de la iglesia de Andy Savage que, en respuesta a su confesión de agresión sexual como antiguo pastor de jóvenes, le dieron una ovación en pie.6 Me había convertido en alguien como los miembros de la iglesia de Mark Driscoll que escuchaban, domingo tras domingo, cómo predicaba sobre misoginia y masculinidad tóxica desde el púlpito.7 Era otra más de tantos miembros bienintencionados de la iglesia que han aconsejado a las mujeres que perdonen a sus violadores mientras enseñan simultáneamente la culpabilidad femenina en la violación.8 Aunque la culpa del abuso recae principalmente en el abusador, los que se mantienen al margen y no hacen nada también comparten la culpa. Los cristianos silenciosos como yo han permitido que tanto la misoginia como el abuso campen a sus anchas en la Iglesia. Hemos permitido que permanezcan intactas enseñanzas que oprimen a las mujeres y que son contrarias a todo lo que hizo y enseñó Jesús.

Una vez que mi marido estaba predicando sobre la integridad, sacó un ejemplo de la película “Quiz Show: El dilema”, de 1994. El protagonista, Charles Van Doren, se deja corromper por la fama y el éxito. Hace trampas para ganar el concurso, semana tras semana. Cuando finalmente se descubre su engaño y tiene que confesar a su padre lo que ha hecho, este, un respetado profesor de la Universidad de Columbia, se enfrenta a él con estas contundentes palabras: “¡Tu nombre es mío!”. Al permitirse ser cómplice de un sistema corrupto, Charles Van Doren se había avergonzado no solo a sí mismo, sino también a su padre.

“¡Tu nombre es mío!”.

Porque soy cristiano, porque llevo el nombre de Cristo, su nombre es mi nombre. Los cristianos como Paige Patterson son culpables por lo que han hecho. Pero como Patterson lo hizo en nombre de Jesús, y porque otros cristianos se quedaron callados, su culpa es también nuestra culpa. Yo era consciente de esto.

Y esa mañana mis lágrimas confesaron mi culpa ante Dios. Tomé una decisión allí, frente a la pantalla de mi portátil. Como mi esperanza está en Jesús, no iba a renunciar a su iglesia. Salí de mi iglesia ese día, pero no me fui de la iglesia en sí misma. No me estaba rindiendo.

Esto significaba que ya no podía guardarme para mí lo que sabía. Este libro es mi historia.

Es la verdad que he recogido de mi estudio de la Biblia, de mis experiencias como esposa de pastor y de mi formación como historiadora cuya investigación se centra en las mujeres en la historia de la Iglesia medieval y moderna temprana.

Este libro es para la gente de mi mundo evangélico.9 Las mujeres y los hombres que todavía conozco y amo. Es a ti a quien me dirijo. Y es a ti a quien le pido que me escuche.

Escucha no solo mis experiencias, sino también las pruebas que presento como historiadora. Soy una historiadora que cree en el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. Una historiadora que aún se identifica con la tradición evangélica, concretamente como bautista.

Confieso que lo que me llevó al límite fueron las experiencias de mi vida, mi exposición personal a la fealdad y el trauma infligido en el nombre de Jesús por los sistemas complementaristas. No puedo seguir observando en silencio cómo las jerarquías de género oprimen y dañan en nombre de Jesús tanto a las mujeres como a los hombres. Pero lo que me llevó a este extremo no fue la experiencia, sino la evidencia histórica. Fueron las pruebas históricas las que me mostraron cómo se construyó la feminidad bíblica, ladrillo a ladrillo, siglo a siglo.

Eso es lo que me hizo cambiar de opinión.

Quizá también cambie la tuya.

1. James Dobson, Love for a Lifetime: Building a Marriage That Will Go the Distance (1987; repr., Colorado Springs: Multnomah, 1998), 63. Ver también Kristin Kobes Du Mez, Jesus and John Wayne: How White Evangelicals Corrupted a Faith and Fractured a Nation (Nueva York: Liveright, 2020), 83.

2. Elisabeth Elliot, Let Me Be a Woman: Notes to My Daughter on the Meaning of Womanhood (1976; repr., Carol Stream, IL: Tyndale, 2013), 50.

3. Ben Witherington dijo esto en una conferencia que dio en la universidad de Baylor en el marco de un simposio que ayudé a organizar junto con el Instituto para el Estudio de la Religión (ISR, por sus siglas en inglés) en septiembre de 2013. El Simposio se titulaba “Las mujeres y la Biblia”, y Kristin Kobes Du Mez también fue una de las participantes. Whiterington ha hecho esta afirmación en múltiples ocasiones, incluido su propio blog: Ben Witherington, “The Eternal Subordination of Christ and of Women”, Ben Witherington (blog), 22 de marzo de 2006, http://benwitherington.blogspot.com/2006/03/eternal-subordination-of-christ-and-of.html.

4. Sarah Pulliam Bailey, “Southern Baptist Leader Paige Patterson Encouraged a Woman Not to Report Alleged Rape to Police and Told Her to Forgive Assailant, She Says”, Washington Post, 22 de mayo de 2018, https://www.washingtonpost.com/news/acts-of-faith/wp/2018/05/22/southern-baptist-leader-encouragged-a-woman-not-report-alleged rape-to-police-and-told-her-to-forgive-assailant-she-says. Ken Camp, “Southern Baptists Deal with Fallout over Paige Patterson”, Baptist Standard, 25 de mayo de 2018, https://www.baptiststandard.com/news/baptists/southern-baptists-deal-fallout-paige-patterson.

5. “Read Rachael Denhollander’s Full Victim Impact Statement about Larry Nassar “, CNN.com, 30 de enero de 2018, https://www.cnn.com/2018/01/24/us/rachael-denhollander-full-statement/index.html. Véase también la entrevista de Morgan Lee con Denhollander: “My Larry Nassar Testimony Went Viral. But There’s More to the Gospel Than Forgiveness”, Christianity Today, 31 de enero de 2018, https://www.christianitytoday.com/ct/2018/january-web-only/rachael-denhollander-larry-nassar-forgiveness-gospel.html.

6. Ed Stetzer, “Andy Savage’s Standing Ovation Was Heard Round the World. Because It Was Wrong”, Christianity Today, 11 de enero de 2018, https://www.christianitytoday.com/edstetzer/2018/january/andy-savages-standing-ovation-was-heard-round-world-because.html.

7. Ruth Graham, “How a Megachurch Melts Down”, The Atlantic, 7 de noviembre de 2014, https://wwwhttps://www.theatlantic.com/national/archive/2014/11/houston-mark-driscoll-megachurch-meltdown/382487.

8. Jen Pollock Michel, “God’s Message to #MeToo Victims and Perpetrators”, Christianity Today, 18 de enero de 2018, https://www.christianitytoday.com/women/2018/january/gods-message-to-metoo-victims-and-perpetrators.html.

9. Evangélico es un término discutido. Aunque me gustaría argumentar que lo evangélico se refiere principalmente a creencias teológicas compartidas (el hecho de que nos centramos en la Biblia y el énfasis que hacemos en la conversión y la evangelización), no puedo. “Evangélico” se ha convertido en una identidad (y sobre todo en una identidad conservadora blanca), no solo en un conjunto de creencias teológicas compartidas. Como escribe Kristin Kobes Du Mez, “para los evangélicos blancos conservadores, la “buena nueva” del evangelio cristiano se ha vinculado inextricablemente a un compromiso firme con la autoridad patriarcal, la diferencia de género y el nacionalismo cristiano, y todo ello está entrelazado con la identidad racial blanca”. Du Mez, Jesus and John Wayne, 7. Véase también Thomas S. Kidd, Who Is An Evangelical? (New Haven: Yale University Press, 2019).

UNO El comienzo del patriarcado

EN MAYO DE 2019, Owen Strachan, expresidente del Consejo sobre la Masculinidad y Feminidad Bíblicas, escribió un ensayo titulado “Orden divino en una era caótica: Sobre las mujeres que predican”. Fue directamente al grano, citando Génesis 1:1: “En el principio, Dios hizo los cielos y la tierra”. El argumento de Strachan siguió con confianza: Dios creó un orden divino en el que los maridos gobiernan a sus esposas, y este orden se estableció al principio de la creación.

El hombre es creado primero en el Antiguo Testamento y es, según el Nuevo Testamento, cabeza de su esposa. Adán se constituye en el líder de su hogar, se le otorga autoridad en él, autoridad que se va configurando a la manera de Cristo a medida que se desarrolla la historia bíblica. De acuerdo con la base del liderazgo doméstico del hombre, este está llamado a proporcionar liderazgo espiritual y protección a la iglesia (1Ti 2:9-15). Los ancianos predican, enseñan y pastorean el rebaño de Dios, solo los hombres son llamados al cargo de anciano, y solo los hombres que sobresalen como cabezas de sus esposas e hijos deben ser considerados como posibles candidatos a ancianos (1Ti 3:1-7; Tit 1:5-9).1

Los hombres lideran. Las mujeres siguen. La Biblia nos lo dice.

Durante un tiempo, yo también lo creí. El eco de esta frase resonó por todas partes durante mis años de adolescencia y juventud. Lo escuché en una conferencia de Bill Gothard, a la que me invitaron algunas personas de la iglesia Bautista del Sur de mi pequeña ciudad. Lo decían los líderes de estudios bíblicos en mi universidad. Lo decían los presentadores de las emisoras de radio cristianas. Lo decían las notas de mi Biblia de estudio. Lo escuché en casi todas las ceremonias de boda a las que asistí, dicho en voz alta y clara mientras cada predicador leía Efesios 5. La jefatura masculina era un zumbido familiar en el fondo de mi vida: las mujeres estaban llamadas a apoyar a sus maridos, y los hombres a dirigir a sus esposas. Era una verdad inequívoca ordenada por la inerrante Palabra de Dios.

Pero para mí era una historia demasiado conocida.

Los argumentos cristianos sobre la jefatura masculina me preocupaban ya en mis primeros años de formación como historiadora. Veréis, los cristianos no fueron los únicos en argumentar que la subordinación de la mujer es el orden divino. Históricamente hablando, los cristianos entraron bastante tarde en el juego del patriarcado. Podemos afirmar que los patrones de género de nuestras vidas son diferentes de los que se asumen en la cultura dominante, pero la historia en realidad es diferente. Permitidme que os muestre hasta qué punto el patriarcado cristiano imita el patriarcado del mundo no cristiano, voy a hacerlo utilizando las fuentes de la historia mundial sobre las que he estado enseñando durante más de dos décadas.

¿Qué es el patriarcado?

En primer lugar, hablemos del patriarcado.

No hace mucho, los evangélicos hablaban mucho del patriarcado. Russell Moore, actual presidente de la Comisión de Ética y Libertad Religiosa de la Convención Bautista del Sur, declaró que el patriarcado es una palabra mejor que el complementarismo para definir la jerarquía de género cristiana conservadora. Le dijo a Mark Dever, pastor de la Iglesia Bautista de Capitol Hill en Washington, DC, que, a pesar de su apoyo al complementarismo, odia la palabra en sí misma: “Prefiero la palabra ‘patriarcado’”, dijo Moore.2 Moore expuso un argumento similar en un artículo anterior, en el que advertía que el abandono evangélico de la palabra patriarcado era una capitulación ante la presión social secular. Para Moore, esta no era una buena razón para dejar de usar la palabra. Como escribe, “debemos recordar que ‘evangélico’ también es un término negativo en muchos contextos. Debemos permitir que sean los propios patriarcas y apóstoles, y no los editores de la revista Playboy, los que definan la gramática de nuestra fe”.3