La Divina Comedia - Dante Alighieri - E-Book

La Divina Comedia E-Book

Dante Alighieri

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Beschreibung

La Divina Comedia es una obra maestra de la literatura universal escrita por el renombrado autor Dante Alighieri. Este poema épico narra el viaje del autor a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, donde se encuentra con diversas figuras históricas y mitológicas. Escrito en tercetos encadenados, combina elementos de la cultura clásica y la teología cristiana, convirtiéndose en un referente de la literatura medieval. La riqueza simbólica y la profundidad filosófica de la obra la convierten en una lectura obligatoria para aquellos interesados en la historia de la literatura. Dante Alighieri, poeta italiano del siglo XIII, se inspiró en su amor por Beatriz y en su conocimiento académico y político para crear La Divina Comedia. Su profunda comprensión de la teología y la filosofía lo llevó a elaborar un relato complejo y rico en simbolismo. Su experiencia personal y su visión única del mundo se reflejan en cada canto de esta obra magistral. Recomiendo La Divina Comedia a todo aquel que busque sumergirse en un viaje literario lleno de belleza, sabiduría y significados ocultos. Es una obra que desafía al lector a reflexionar sobre la vida, la muerte y el más allá, dejando una huella imborrable en quienes se adentran en sus versos.

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Dante Alighieri

La Divina Comedia

 
EAN 8596547020226
DigiCat, 2022 Contact: [email protected]

Índice

" LA COMMEDIA "
INFIERNO
CANTO PRIMERO
CANTO SEGUNDO
CANTO TERCERO
CANTO CUARTO
CANTO QUINTO
CANTO SEXTO
CANTO SEPTIMO
CANTO OCTAVO
CANTO NONO
CANTO DECIMO
CANTO UNDECIMO
CANTO DUODECIMO
CANTO DECIMOTERCIO
CANTO DECIMOCUARTO
CANTO DECIMOQUINTO
CANTO DECIMOSEXTO
CANTO DECIMOSEPTIMO
CANTO DECIMOOCTAVO
CANTO DECIMONONO
CANTO VIGESIMO
CANTO VIGESIMOPRIMERO
CANTO VEGISIMOSEGUNDO
CANTO VIGESIMOTERCERO
CANTO VIGESIMOCUARTO
CANTO VIGESIMOQUINTO
CANTO VIGESIMOSEXTO
CANTO VIGESIMOSEPTIMO
CANTO VIGESIMOCTAVO
CANTO VIGESIMONONO
CANTO TRIGESIMO
CANTO TRIGESIMOPRIMERO
CANTO TRIGESIMOSEGUNDO
CANTO TRIGESIMOTERCIO
CANTO TRIGESIMOCUARTO
PURGATORIO
CANTO PRIMERO
CANTO SEGUNDO
CANTO TERCERO
CANTO CUARTO
CANTO QUINTO
CANTO SEXTO
CANTO SEPTIMO
CANTO OCTAVO
CANTO NONO
CANTO DECIMO
CANTO UNDECIMO
CANTO DUODECIMO
CANTO DECIMO TERCIO
CANTO DECIMOCUARTO
CANTO DECIMOQUINTO
CANTO DECIMOSEXTO
CANTO DECIMOSEPTIMO
CANTO DECIMOCTAVO
CANTO DECIMONONO
CANTO VIGESIMO
CANTO VIGESIMOPRIMERO
CANTO VIGESIMOSEGUNDO
CANTO VIGESIMOTERCERO
CANTO VIGESIMOCUARTO
CANTO VIGESIMOQUINTO
CANTO VIGESIMOSEXTO
CANTO VIGESIMOSEPTIMO
CANTO VIGESIMOCTAVO
CANTO VIGESIMONONO
CANTO TRIGESIMO
CANTO TRIGESIMOPRIMERO
CANTO TRIGESIMOSEGUNDO
CANTO TRIGESIMOTERCIO
PARAISO
CANTO PRIMERO
CANTO SEGUNDO
CANTO TERCERO
CANTO CUARTO
CANTO QUINTO
CANTO SEXTO
CANTO SEPTIMO
CANTO OCTAVO
CANTO NONO
CANTO DECIMO
CANTO UNDECIMO
CANTO DUODECIMO
CANTO DECIMOTERCIO
CANTO DECIMOCUARTO
CANTO DECIMOQUINTO
CANTO DECIMOSEXTO
CANTO DECIMOSEPTIMO
CANTO DECIMOCTAVO
CANTO DECIMONONO
CANTO VIGESIMO
CANTO VIGESIMOPRIMERO
CANTO VEGESIMOSEGUNDO
CANTO VIGESIMOTERCERO
CANTO VIGESIMOCUARTO
CANTO VIGESIMOQUINTO
CANTO VIGESIMOSEXTO
CANTO VIGESIMOSEPTIMO
CANTO VIGESIMOCTAVO
CANTO VIGESIMONONO
CANTO TRIGESIMO
CANTO TRIGESIMOPRIMERO
CANTO TRIGESIMOSEGUNDO
CANTO TRIGESIMOTERCIO
NOTAS

"LA COMMEDIA"

Índice

UE es pues la Comedia? La edad medieval realizada como arte, a pesar del autor y de los contemporáneos. ¡Y notad qué cosa tan grande es ésta! La edad media no era un mundo artístico, antes lo contrario del arte. La religión era misticismo; la filosofía, escolástica. La primera excomulgaba el arte, quemaba las imágenes, avezaba a los espíritus a desasirse de lo real. La otra vivía de abstracciones y de fórmulas y de citas, aguzando el entendimiento y llevándole a sutilizar acerca de los nombres y de los vacuas generalidades llamadas esencias. Los espíritus eran atraídos hacia lo general, más dispuestos a idealizar que a realizar: y esto es precisamente lo contrario del arte. En los poetas sencillos hallamos la realidad tosca e informe, como en los misterios, en las visiones y en las leyendas. En los poetas doctos encontramos una forma crudamente didascálica o figurativa y alegórica. El arte no había nacido aún. Existía la imagen; pero no la realidad con su libertad y carácter.

Dante toma de los misterios la comedia del alma y hace de esta historia el centro de una visión suya del otro mundo. Toda esta representación no es más que sentido literal; la visión es alegórica, los personajes son imágenes y no personas; todo lo que es activo en su espíritu lo lleva hacia la figura y no hacia lo figurado. Su naturaleza poética, arrastrada a pesar suyo a las abstracciones teológicas y escolásticas, se rebela y puebla su cerebro de fantasmas, obligándolo a concretar, a materializar y a dar forma a lo que es más espiritual e impalpable, aún a Dios mismo. Aquel mundo literal lo hechiza, lo persigue, lo asedia y no descansa hasta que recibe de él su forma definitiva; y ya no es letra, sino espíritu; ya no es imagen, sino realidad; un mundo en sí cabal e inteligible, perfectamente realizado. Visión y alegoría, tratado o leyenda, crónicas, historias, loores, himnos, misticismo y escolástica, todas las formas literarias y toda la cultura de la época están aquí encerradas y animadas en este gran misterio del alma y de la humanidad: poema universal en que se reflejan todos los pueblos y todos los siglos que constituyen la edad media.

Más este mundo artístico, nacido de una contradicción entre la intención del poeta y su obra, no es acabadamente armónico, no es poesía pura. La falsa conciencia poética perturba la obra de aquella espontaneidad genial, y pone en ella un no sé qué de inseguro y de no acabado, una mezcla y crudeza de colores. El pensamiento, en su desnudez escolástica; o exornado con imágenes que sin embargo no bastan a vencer su abstracción, tiene demasiada importancia. Sus figuras alegóricas recuerdan en ocasiones a los monstruos orientales más que a la serena belleza griega: lo mismo las entidades abstractas que los personajes conscientes y libres. A menudo, preocupado por el segundo sentido que tiene en mientes, agrega pormenores extraños a la imagen, lo que perturba y distrae al lector, interrumpiéndole el libre vuelo de la fantasía. La presencia constante de otro sentido que aligera la representación y a veces la penetra, menoscaba la claridad y la armonía. Aún el estilo, enmarañado de cuando en cuando con asuntos lejanos y sutiles pierde su claridad y se torna confuso y turbio. No es un templo griego sino una catedral gótica, llena de vastas sombras, en donde pugnan elementos contrarios, que no han sido bien armonizados. A veces es tosco; otras, delicado. En ocasiones, poeta docto y en otras, popular. Ora pierde de vista a la verdad y se entrega a sutilezas, ora la intuye rápidamente y la expresa con sencillez. Ya es un cronista burdo, ya un pintor acabado. Cuándo se pierde en cuestiones abstractas; cuándo, en medio de ellas, hace germinar la vida. Aquí desciende a cosas pueriles, allá se remonta a excelsitudes sobrehumanas. Al ocuparse en un silogismo brilla la luz de una imagen; mientras teologiza estalla la flama del sentimiento. En ratos os halláis ante una fría alegoría y repentinamente sentís a la carne estremecerse con ella. Su credulidad nos hace hoy sonreír; luego su audacia nos llenará de asombro. Fué un pequeño mundo donde se reflejaba toda la existencia de entonces.

Los elementos contrarios que fermentaban en una sociedad en estado aún de formación contendían en él, sin que se diera cuenta de ello. Si miráis sus aspiraciones encontraréis que en ellas todo es armonía. Filósofo, piensa en el reino de la ciencia y de la virtud; cristiano, contempla el reino de Dios; patriota, suspira por el reino de la justicia y de la paz; poeta, sueña una forma toda luz, proporción y armonía, lo bello stile; su autor es Virgilio. Mientras más grande era la barbarie y la ignorancia, mayor su aspiración hacia un mundo armónico y concorde. Mas el poeta se halla rodeado por esta burda realidad, por esas formas discordes; se apesadumbra y le falta la serenidad del artista y saca de su fantasía un mundo del arte, en gran parte realizado, pero donde se encuentra aún las asperezas de una materia domeñada imperfectamente.

Penetremos en este mundo, mirémoslo e interroguémoslo. Porque un argumento no es tabula rasa, donde podamos escribir a nuestro antojo, sino mármol entallado, que tiene en sí mismo su concepto y las leyes de su desarrollo. La virtud mayor del genio consiste en entender su argumento, ser uno con él, apartando todo lo que le sea extraño. Es necesario apasionarse por él, vivir dentro de él, constituirse en su alma o su conciencia. De modo semejante el crítico en lugar de imponerse reglas abstractas y juzgar con el mismo criterio la Comedia y la Ilíada, la Gerusalemme y el Orlando Furioso, debe estudiar el mundo creado por el poeta, interrogarlo, indagar su naturaleza que contiene forzosamente su poética o sean las leyes orgánicas de su formación, su concepto, su forma, su génesis, su estilo. ¿Qué cosa es el otro mundo?

Es el problema del destino humano resuelto, la explicación del misterio del alma, el fin de la historia del hombre, el mundo perfecto, lo eterno presente, la inmutable necesidad. En la naturaleza ya no ocurre el accidente; en el hombre ya no hay libertad. La naturaleza está predeterminada y fijada por una lógica preconcebida según la idea moral. Lo real y lo ideal se vuelven idénticos; la apariencia y la sustancia son una misma cosa. El hombre ya no tiene libre albedrío: está ahí fijo e inmóvil como la naturaleza. Toda acción ha cesado; se ha roto todo vínculo que une a los hombres en la tierra; patria, familia, riquezas, dignidad, costumbres. No existe sucesión ni desenvolvimiento, ni principio, ni fin; falta la narración, el drama. El individuo desaparece en el género. El carácter, la personalidad no tiene modo de manifestarse. Eterno dolor, gozo eterno, sin eco, sin variación, sin contraste ni grado. No hay epopeya porque falta la acción; no hay drama porque falta la libertad; la lírica es la inmutable y monótona expresión de una sola aria; queda la existencia en su inmóvil manera de ser, la descripción de la naturaleza y del hombre.

¿Qué cosa es, pues, el otro mundo—con relación al arte? Visión, contemplación, descripción: una historia natural.

Más en esta visión penetra la leyenda o el misterio porque dentro está representada la comedia o redención del alma en su peregrinaje desde lo humano a lo divino, da Fiorenza in popol giusto e sano. Tiene pues la apariencia de un drama que se desarrolla en el otro mundo, y sus actores son Dante, Virgilio, Catón, Estacio, el demonio, Matilde, Beatriz, San Pedro, San Bernardo, la Virgen, Dios; drama alegórico como lo es la comedia del alma, Commedia dell'anima. Digo apariencia de un drama, porque la santificación no nace del obrar sino del contemplar, y Dante contempla, no obra, y los otros adoctrinan, enseñan. El drama, en consecuencia, se desvanece en la contemplación.

Así concebido, este mundo era el de los misterios y las leyendas y se convertía en mundo teológico-escolástico en manos de los doctos. Dante lo ha realizado, lo ha hecho existir en el arte; ha creado esa naturaleza y ese hombre. Y si su mundo no es perfectamente artístico, la falta no es de él sino que aquel mundo en donde el hombre es naturaleza y la naturaleza, ciencia, y del cual se ha desterrado a lo accidental y a la libertad, los dos grandes factores de la vida real y del arte.

Si Dante hubiera sido fraile o filósofo, apartado de la vida real, se habría encerrado en esas formas y en esa alegoría sin salir de ellas. Mas Dante, al entrar en el reino de los muertos lleva consigo todas las pasiones de los vivos, y las preocupaciones terrenas. Descuida ser un símbolo o una figura alegórica, y es Dante, la más potente individualidad de aquel tiempo, en la cual está compendiada toda la vida de la época, con sus abstracciones, sus éxtasis, sus pasiones impetuosas, su refinamiento y su barbarie. A la vista de un ser viviente y al oír sus palabras, las almas renacen por un instante, sienten de nuevo la antigua vida, se tornan hombres; en lo eterno vuelve a aparecer el tiempo; en el seno de lo porvenir, vive y se mueve Italia, y más bien aún, la Europa de aquel siglo. Así la poesía abarca toda la vida, cielo y tierra, tiempo y eternidad, lo humano y lo divino; y el poema sobrenatural conviértese en humano y terreno, con la marca del hombre y del tiempo. Reaparece la naturaleza terrenal como oposición o parangón o remembranza. Reaparece el accidente y el tiempo, la historia y la sociedad en su vida exterior e interna; apunta la tradición virgiliana con Roma por capital del mundo y con la monarquía preestablecida; y dentro de este marco magnífico, pasa ante nuestros ojos la historia de la época: Bonifacio VIII, Roberto, Felipe el hermoso, Carlos de Valois, los Cerchi y los Donati, la nueva Florencia y la antigua, la historia de Italia, y la historia de Dante, sus iras, sus odios, sus venganzas, sus amores, sus predilecciones.

Así se integra la vida; el otro mundo sale de su abstracción doctrinal y mística; cielo y tierra se confunden; síntesis viviente de esta inmensa comprensión, Dante es espectador, actor y juez. La vida, contemplada desde el otro mundo adquiere nuevas actitudes, sensaciones e impresiones. El otro mundo visto desde la tierra, se reviste de sus pasiones e intereses. Y resulta de todo una concepción originalísima, una naturaleza nueva y un hombre nuevo. Son dos mundos omnipresentes, en reciprocidad de acción, que se suceden, se alternan, se cruzan, se compenetran, se explican y se iluminan mutuamente, en perpetua vuelta. Su unidad no reside en un protagonista, ni en una acción, ni en un fin abstracto y extraño a la materia; está en la misma materia; unidad interior e impersonal, viviente, indivisible; unidad orgánica cuyos instantes se suceden en el espíritu del poeta, no como agregación mecánica de partes separables, sino compenetrados e identificados como en la vida. Esta unidad enérgica y armoniosa se halla en la naturaleza misma de los dos mundos, materialmente diversos, pero que no constituyen sino una misma cosa en la unidad de la conciencia. Cielo y tierra son términos correlativos; no es posible el uno sin el otro. Lo puramente real y lo puramente ideal son dos abstracciones; cada cosa real lleva consigo su ideal; todo hombre porta su infierno y su paraíso; todo hombre encierra en su pecho a los dioses del Olimpo: el escéptico puede negar el infierno, pero no suprimir la conciencia. Puesto que estos dos mundos son la vida misma en sus dos aspectos, en el seno de esta unidad se desenvuelve el dualismo más vivaz, mejor dicho, antagonismo: el otro mundo hace de los cuerpos sombras; sombras son los afectos, las grandezas y las pompas; mas en esas sombras aún se estremece la carne, se agita el deseo, resuenan las imprecaciones terrenales que llegan hasta la tranquila bóveda del cielo. Los hombres con sus pasiones, vicios y virtudes quedan eternizados como estatuas, en la misma actitud y expresión de odio, de desdén y de amor en que han sido sorprendidos por el artista; pero mientras el otro mundo hace de la tierra algo eterno, transportándola a su centro y poniéndole delante la imagen de lo infinito, descubre lo vano y la nada; los hombres son los mismos en un escenario distinto, que es su ironía. Esta unidad y dualidad que salen del fondo mismo de la situación brilla a la luz del día en las más variadas formas; a veces en un apóstrofe, en un discurso, en un gesto, en una acción; ya en la naturaleza, ya en el hombre; en esta unidad queda comprendida la mayor variedad, y no es fácil encontrar una obra artística cuyos límites sean tan precisos y tan vastos. Nada hay en el argumento que constriña al poeta a preferir a tal personaje, a cierta época o acción; él escoge toda la historia, todos los aspectos bajo los cuales aparece la humanidad; y puede abandonarse libremente a sus iras y opiniones e intercalar en el plan general fines particulares sin que la unidad se dañe. Todo esto da a su universo una acabada realidad poética, y es patente en la permanente unidad, todo lo que surge del ser humano, del libre albedrío y de lo casual y el moverse con vario juego todos los contrastes y lo necesario unido con el libre albedrío y el destino con la casualidad.

En resumen, ¿qué clase de poesía es ésta? contiene materia épica y no es epopeya; hay una situación lírica y no es lírica; posee una trama dramática y no es drama. Trátase de una de aquellas construcciones gigantescas y primitivas, verdaderas enciclopedias, biblias nacionales; no de un género más bien que de otro, sino de un todo que contiene en embrión toda la materia y todas las formas poéticas, el germen de todo desarrollo ulterior. Por lo tanto ningún género de poesía sobresale y es explicado; el uno entra en el otro y se perfecciona en él de la misma manera que los dos mundos se identifican y no se puede decir: aquí está uno de ellos y allá el otro; así los diversos géneros están unidos de manera que nadie puede señalar los confines que los dividen y aún menos decir: esto es absolutamente épico y esto, dramático.

Es el contenido universal del cual todas las poesías no son más que fragmentos; el poema sacro; la eterna geometría y la eterna lógica de la creación encarnada en los tres mundos cristianos; la ciudad de Dios, en la que se refleja la ciudad del hombre con toda su realidad de determinado lugar y época; la esfera inmóvil del mundo teológico, en la cual alientan tempestuosamente todas las pasiones humanas.

La idea que anima esta vasta construcción y le infunde vida y la desarrolla, es el concepto de la salvación, el camino que lleva al alma del mal al bien, del error a la verdad, de la anarquía a la ley, de lo múltiple a lo uno. Es el concepto cristiano y moderno de la unidad de Dios sustituída a la pluralidad pagana. Si este concepto fuera solamente algo exterior, explicado en su abstracción doctrinal, como pensamiento, o presentado en forma alegórica, la imagen no bastaría para engendrar una obra de arte. Pero el concepto no es sólo externo sino interno; no es únicamente del significado y la ciencia de aquel mundo, obra de filósofo y de crítico, sino principio activo, como en el hombre y en la naturaleza, que construye y forma ese mundo y le da una historia y un desarrollo. Este principio activo puede llamarse en su abstracción lo verdadero o el bien, o la virtud, o la ley; como realidad viva y activa es el espíritu, que tiene por contrario a la materia o la carne, donde se halla como en prisión o como en un vasello de donde se esfuerza por salir. Así, pues, la vida es un antagonismo, una batalla entre el espíritu y la carne, entre Dios y el demonio. Su historia es la victoria progresiva del espíritu, su conciencia y albedrío, bajo las formas en que vive sutilizándose, descorporificándose, idealizándose hasta Dios, espíritu absoluto, la Verdad, la Bondad, la Unidad, el último Ideal. La concepción dantesca, el espíritu que anima su mundo es, pues, la progresiva disolución de las formas, un constante ascender desde la carne al espíritu, la emancipación de la materia y del sentido mediante la expiación y el dolor, el choque entre lo satánico y lo divino, el infierno y el paraíso. Homero transporta a los dioses a la tierra y los materializa; Dante transporta a los hombres al otro mundo y los espiritualiza. La materia no es más que apariencia; lo que sólo existe es el espíritu; los hombres son sombras; las acciones humanas se reproducen como fantasmas en el dominio de la memoria; la tierra misma es un recuerdo que fluctúa como una visión; lo real, lo presente es el espíritu infinito; todo lo demás es vanita che par persona. Todo se va acrisolando progresivamente; el velo se torna cada vez más transparente; el Infierno es la sede de la materia, el dominio de la carne y del pecado; lo terrenal no solamente es remembranza sino presente; el castigo no logra modificar los caracteres y las pasiones; el pecado y lo terreno se perpetúan en el otro mundo y se inmovilizan en esas almas incapaces de arrepentimiento; pecado eterno, pena eterna. En el Purgatorio cesan las tinieblas y brilla el sol, la luz de la inteligencia, el espíritu; lo mundano es un penoso recuerdo que el penitente procura olvidar; y el espíritu, separándose de lo corpóreo, tiende a la completa posesión de sí, a la salvación. En el Paraíso la persona humana desaparece y todas las formas se desvanecen y se elevan en la luz; a medida que se asciende, y mientras más se idealiza esta gloriosa transfiguración hasta llegar a la presencia de Dios, el espíritu absoluto, la forma se desvanece y no persiste más que el sentimiento:

....Tutta cessa
Mia visione, ed ancor mi distilla
Nel cuor lo dolce che nacque da essa.
Cosi la neve al sol si disigilla;
Cosi al vento nelle foglie lievi
Si perdea la sentenzia di Sibilla.

Este concepto comprende todo lo que se puede saber y toda la historia; no sólo construye y desarrolla el mundo dantesco sino que lo halláis siempre vivo en el camino intelectual e histórico de la vida, bajo todas las formas, en todos los problemas que se presentan al poeta, en religión, en filosofía, en política, en moral; y así se concreta y cumple en todas las direcciones de la vida. En religión, es el camino de la letra al espíritu, del símbolo a la idea, del Viejo al Nuevo Testamento; en la ciencia, el tránsito de la ignorancia y del error a la religión y de la razón a la revelación; en moral, el paso del mal al bien, del odio al amor mediante la expiación; en política, la senda que conduce de la anarquía a la unidad. Sometido a las condiciones de espacio y de tiempo, vuélvese historia; tal hombre, tal pueblo, tal siglo. En religión, está ante la Iglesia Romana, ante el papado, que el poeta quiere emancipar de los intereses y pasiones terrenales y retornar a su fin espiritual; en filosofía, encuentra la ciencia vulgar y la ciencia de la verdad en el paraíso; en moral, os halláis delante de las pasiones, las discordias, las culpas y los vicios de la edad bárbara de la cual os sentís poco a poco alejados en vuestro camino hacia el sumo bien; en política, es la Italia anárquica y ensangrentada que el poeta aspira a traer a la paz y concordia en la unidad del imperio. De este modo un mismo concepto anima el todo, en la forma, en el pensamiento y en la historia. Pero comprensión más vasta y concorde no había salido jamás de mente humana. Algunos encuentran en la Comedia el otro mundo, considerando lo demás como una intrusión, casi como una profanación; Edgard Quinet se siente choqué de ver como las pasiones del poeta le siguen hasta el paraíso; otros descubren en él un mundo político que no es más que una representación figurada. Llaman a este poema religioso o político, didascálico o moral; lo reducen a querellas de católicos y protestantes, a disputas de güelfos y gibelinos. No miran desde la cumbre del monte sino desde la llanura y toman por el todo lo que encuentran en la línea recta del camino. Cada uno se forja un pequeño mundo y dice: este es el mundo de Dante. Y el mundo de Dante contiene en sí todos esos mundos. Es el mundo universal de la edad media realizado en el arte.

FRANCESCO DE SANCTIS.

(Tomado de la STORIA DELLA LETTERATURA ITALIANA, Volume I.)

INFIERNO

Índice

CANTO PRIMERO

Índice

la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva obscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago, al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió nunca nadie vivo. Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continué subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista, sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para augurar bien de aquella fiera de pintada piel. Pero no tanto que no me infundiera terror el aspecto de un león que a su vez se me apareció: figuróseme que venía contra mí, con la cabeza alta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el aire parecía temerle. Siguió a éste una loba que, en medio de su demacración, parecía cargada de deseos; loba que ha obligado a vivir miserable a mucha gente. El fuego que despedían sus ojos me causó tal turbación, que perdí la esperanza de llegar a la cima. Y así como el que gustoso atesora y se entristece y llora con todos sus pensamientos cuando llega el momento en que sufre una pérdida, así me hizo padecer aquella inquieta fiera, que, viniendo a mi encuentro, poco a poco me repelía hacia donde el sol se calla. Mientras yo retrocedía hacia el valle, se presentó a mi vista uno, que por su prolongado silencio parecía mudo. Cuando le vi en aquel gran desierto:

—Piedad de mí—le grité—quienquiera que seas, sombra u hombre verdadero.

Respondióme:

No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos y ambos tuvieron a Mantua por patria. Nací "sub Julio," aunque algo tarde, y vi a Roma bajo el mando del buen Augusto en tiempo de los dioses falsos y engañosos. Poeta fuí, y canté a aquel justo hijo de Anquises, que volvió de Troya después del incendio de la soberbia Ilión. Pero, ¿por qué te entregas de nuevo a tu aflicción? ¿Por qué no asciendes al delicioso monte, que es causa y principio de todo goce?

—¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que derrama tan ancho raudal de elocuencia?—le respondí ruboroso. ¡Ah!, ¡honor y antorcha de los demás poetas! Válganme para contigo el prolongado estudio y el grande amor con que he leído y meditado tu obra. Tú eres mi maestro y mi autor predilecto; tú solo eres aquél de quien he imitado el bello estilo que me ha dado tanto honor. Mira esa fiera debido a la cual retrocedía; líbrame de ella, famoso sabio, porque a su aspecto se estremecen mis venas y late con precipitación mi pulso.

—Te conviene seguir otra ruta—respondió al verme llorar—, si quieres huír de este sitio salvaje; porque esa fiera que te hace prorrumpir en tales lamentaciones no deja pasar a nadie por su camino, sino que se opone a ello matando al que a tanto se atreve. Su instinto es tan malvado y cruel, que nunca ve satisfechos sus ambiciosos deseos, y después de comer tiene más hambre que antes. Muchos son los animales a quienes se une, y serán aun muchos más hasta que venga el Lebrel[1] y la haga morir entre dolores. Este no se alimentará de tierra ni de peltre, sino de sabiduría, de amor y de virtud, y su patria estará entre Feltro y Feltro. Será la salvación de esta humilde Italia, por quien murieron de sus heridas la virgen Camila, Euríalo y Turno y Niso. Perseguirá a la loba de ciudad en ciudad hasta que la haya arrojado en el infierno, de donde en otro tiempo la hizo salir la envidia. Ahora, por tu bien, pienso y veo claramente que debes seguirme: yo seré tu guía, y te sacaré de aquí para llevarte a un lugar eterno, donde oirás aullidos desesperados; verás los espíritus dolientes de los antiguos condenados, que llaman a gritos a la segunda muerte; verás también a los que están contentos entre las llamas, porque esperan, cuando llegue la ocasión, tener un puesto entre los bienaventurados. Si quieres, en seguida, subir hasta ellos, te acompañará en este viaje un alma más digna que yo, te dejaré con ella cuando yo parta; pues el Emperador que reina en las alturas no quiere que por mediación mía se entre en su ciudad, porque fuí rebelde a su ley. El impera en todas partes y reina arriba; arriba está su ciudad y su alto solio: ¡Oh! ¡Feliz el elegido para su reino!

Y yo le contesté:

—Poeta, te requiero por ese Dios a quien no has conocido, que me hagas huír de este mal y de otro peor; condúceme adonde has dicho, para que yo vea la puerta de San Pedro y a los que, según dices, están tan desolados.

Entonces se puso en marcha, y yo seguí tras él.

CANTO SEGUNDO

Índice

L día terminaba; la atmósfera obscura de la noche invitaba a descansar de sus fatigas a los seres animados que existen sobre la tierra, y yo solo me preparaba a sostener los combates del camino y de las cosas dignas de compasión, que mi memoria trazará sin equivocarse. ¡Oh Musas!, ¡oh alto ingenio!, venid en mi ayuda: ¡oh mente, que escribiste lo que ví!, ahora aparecerá tu nobleza.

Yo comencé:

—Poeta, que me guías, mira si mi virtud es bastante fuerte antes de aventurarme en tan profundo viaje. Tú dices que el padre de Silvio, aun corruptible, pasó al siglo inmortal y pasó sensiblemente. Si el adversario de todo mal le fué favorable, debióse a los grandes efectos que de él debían sobrevenir; y el por qué no parece injusto a un hombre de talento; pues en el Empíreo fué elegido para ser el padre de la fecunda Roma y de su imperio: el uno y la otra, a decir verdad, fueron establecidos en favor del sitio santo en donde reside el sucesor del gran Pedro. Durante este viaje, por el que le elogias, oyó cosas que presagiaron su victoria y el manto papal. Después el Vaso de elección fué transportado hasta el cielo para dar más firmeza a la fe, que es el principio del camino de la salvación. Pero yo ¿por qué he de ir?, ¿quién me lo permite? Yo no soy Eneas, ni San Pablo: ante nadie, ni ante mí mismo, me creo digno de tal honor. Porque si me lanzo a tal empresa, temo por mi loco empeño. Puesto que eres sabio, comprenderás las razones que me callo.

Y como aquel que no quiere ya lo que quería, y asaltado de una nueva idea, cambia de parecer, de suerte que abandona todo lo que había comenzado, así me sucedía en aquella obscura cuesta; porque, a fuerza de pensar, abandoné la empresa que había empezado con tanto ardor.

—Si he comprendido bien tus palabras—respondió aquella sombra magnánima—, tu alma está traspasada de espanto, el cual se apodera frecuentemente del hombre, y tanto, que le retrae de una empresa honrosa, como una vana sombra hace a veces retroceder a una fiera, cuando se introduce en la obscuridad. Para librarte de ese temor, te diré por qué he venido, y lo que vi en el primer momento en que me moviste a compasión. Yo estaba entre los que se hallan en suspenso, y me llamó una dama tan bienaventurada y tan bella, que le rogué me diera sus órdenes. Brillaban sus ojos más que la estrella, y empezó a decirme con voz angelical, en su lengua: "¡Oh alma cortés Mantuana, cuya fama dura aún en el mundo y durará mientras su movimiento se prolongue! Mi amigo, que no lo es de la ventura, se ve tan embarazado en la playa desierta, que en medio del camino el miedo le ha hecho retroceder; y temo (por lo que he oído de él en el Cielo) que se haya extraviado ya, y que yo haya acudido tarde en su socorro. Vé, pues, y con tus elocuentes palabras, y con lo que se necesita para sacarle de su apuro, auxíliale tan bien, que yo quede consolada. Yo soy Beatriz, la que te hace marchar; vengo de un sitio adonde deseo volver: amor me impele, y es el que me hace hablar. Cuando vuelva a estar delante de mi Señor, le hablaré de ti bien y con frecuencia." Calló entonces, y yo repuse: "¡Oh mujer de virtud única, por quien la especie humana excede en dignidad a todos los seres contenidos bajo aquel Cielo que tiene los círculos más pequeños! Tanto me place tu orden, que si ya te hubiera obedecido, creería haber tardado: no tienes necesidad de expresarme más tus deseos. Mas dime: ¿por qué causa no temes descender al fondo de este centro desde lo alto de esos inmensos lugares, adonde ardes en deseos de volver?" "Puesto que tanto quieres saber, te diré brevemente, respondióme, por qué no temo venir a este abismo. Sólo deben temerse las cosas que pueden redundar en perjuicio de otros; pero no aquellas que no inspiran este temor. Por la merced de Dios, estoy hecha de tal suerte, que no me alcanzan vuestras miserias, ni puede prender en mí la llama de este incendio. Hay en el Cielo una dama gentil,[2] que se conduele del obstáculo opuesto al que te envío, y que mitiga el duro juicio de la justicia divina. Ella se ha dirigido a Lucía[3] con sus ruegos, y le ha dicho: "Tu fiel amigo tiene necesidad de ti, y te lo recomiendo." Lucía, enemiga de todo corazón cruel, se ha conmovido e ido al lugar donde yo me encontraba, sentada al lado de la antigua Raquel. Y me ha dicho: "Beatriz, verdadera alabanza de Dios, ¿no socorres a aquél que te amó tanto, y que por ti salió de la vulgar esfera? ¿No oyes su queja conmovedora? ¿No ves la muerte contra quien combate sobre ese río, más formidable que el mismo mar?" En el mundo no ha habido jamás una persona más pronta en correr hacia un beneficio ni en huír de un peligro, que yo, en cuanto oí tales palabras. Descendí desde mi dichoso puesto, fiándome en esa elocuente palabra que te honra, y que honra a cuantos la han oído." Después de haberme hablado de este modo, volvió llorando hacia mí sus ojos brillantes, con lo que me hizo partir más presuroso. Y me he dirigido a ti tal como ha sido su voluntad, y te he preservado de aquella fiera que te cerraba el camino más corto de la hermosa montaña. Pero ¿qué tienes?, ¿por qué te suspendes?, ¿por qué abrigas tanta cobardía en tu corazón?, ¿por qué no tienes atrevimiento ni valor, cuando tres mujeres benditas cuidan de ti en la corte celestial, y mis palabras te prometen tanto bien?

Y así como las florecillas, inclinadas y cerradas por la escarcha, se abren erguidas en cuanto el Sol las ilumina, así creció mi abatido ánimo, e inundó tal aliento mi corazón, que exclamé como un hombre decidido:

—¡Oh! ¡Cuán piadosa es la que me ha socorrido! ¡Y tú, alma bienhechora, que has obedecido con tal prontitud las palabras de verdad que ella te ha dicho! Con las tuyas has preparado mi corazón de tal suerte, y le has comunicado tanto deseo de emprender el gran viaje, que vuelvo a abrigar mi primer propósito. Vé, pues; que una sola voluntad nos dirija: tú eres mi guía, mi señor, mi maestro.

Así le dije, y en cuanto echó a andar, entré por el camino profundo y salvaje.

CANTO TERCERO

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OR mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mi se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!"

Vi escritas estas palabras con caracteres negros en el dintel de una puerta, por lo cual exclamé:

—Maestro, el sentido de estas palabras me causa pena.

Y él, como hombre lleno de prudencia, me contestó:

—Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la dolorida gente, que ha perdido el bien de la inteligencia.

Y después de haber puesto su mano en la mía con rostro alegre, que me reanimó, me introdujo en medio de las cosas secretas. Allí, bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos, de suerte que al escucharlos comencé a llorar. Diversas lenguas, horribles blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, voces altas y roncas, acompañadas de palmadas, producían un tumulto que va rodando siempre por aquel espacio eternamente obscuro, como la arena impelida por un torbellino. Yo, que estaba horrorizado, dije:

—Maestro, ¿qué es lo que oigo, y qué gente es ésa, que parece doblegada por el dolor?

Me respondió:

—Esta miserable suerte está reservada a las tristes almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio: están confundidas entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que sólo vivieron para sí. El Cielo los lanzó de su seno por no ser menos hermoso; pero el profundo Infierno no quiere recibirlos por la gloria que con ello podrían reportar los demás culpables.

Y yo repuse:

—Maestro, ¿qué cruel dolor les hace lamentarse tanto?

A lo que me contestó:

—Te lo diré brevemente. Estos no esperan morir; y su ceguedad es tanta, que se muestran envidiosos de cualquier otra suerte. El mundo no conserva ningún recuerdo suyo; la misericordia y la justicia los desdeñan: no hablemos más de ellos, míralos y pasa adelante.

Y yo, fijándome más, vi una bandera que iba ondeando tan de prisa, que parecía desdeñosa del menor reposo: tras ella venía tanta muchedumbre, que no hubiera creído que la muerte destruyera tan gran número. Después de haber reconocido a algunos, miré más fijamente, y vi la sombra de aquel que por cobardía hizo la gran renuncia[4]. Comprendí inmediatamente y adquirí la certeza de que aquella turba era la de los ruines que se hicieron desagradables a los ojos de Dios y a los de sus enemigos. Aquellos desgraciados, que no vivieron nunca, estaban desnudos, y eran molestados sin tregua por las picaduras de las moscas y de las avispas que allí había; las cuales hacían correr por su rostro la sangre, que mezclada con sus lágrimas, era recogida a sus pies por asquerosos gusanos.

Habiendo dirigido mis miradas a otra parte, vi nuevas almas a la orilla de un gran río, por lo cual, dije:

—Maestro, dígnate manifestarme quiénes son y por qué ley parecen ésos tan prontos a atravesar el río, según puedo ver a favor de esta débil claridad.

Y él me respondió:

—Te lo diré cuando pongamos nuestros pies sobre la triste orilla del Aqueronte.

Entonces, avergonzado y con los ojos bajos, temiendo que le disgustasen mis preguntas, me abstuve de hablar hasta que llegamos al río. En aquel momento vimos un anciano cubierto de canas, que se dirigía hacia nosotros en una barquichuela, gritando: "¡Ay de vosotras, almas perversas! No esperéis ver nunca el Cielo. Vengo para conduciros a la otra orilla, donde reinan eternas tinieblas, en medio del calor y del frío. Y tú, alma viva, que estás aquí, aléjate de entre esas que están muertas." Pero cuando vió que yo no me movía, dijo: "Llegarás a la playa por otra orilla, por otro puerto, mas no por aquí: para llevarte se necesita una barca más ligera."

Y mi guía le dijo:

—Carón, no te irrites. Así se ha dispuesto allí donde se puede todo lo que se quiere; y no preguntes más.

Entonces se aquietaron las velludas mejillas del barquero de las lívidas lagunas, que tenía círculos de llamas alrededor de sus ojos. Pero aquellas almas, que estaban desnudas y fatigadas, no bien oyeron tan terribles palabras, cambiaron de color, rechinando los dientes, blasfemando de Dios, de sus padres, de la especie humana, del sitio y del día de su nacimiento, de la prole de su prole y de su descendencia: después se retiraron todas juntas, llorando fuertemente, hacia la orilla maldita en donde se espera a todo aquel que no teme a Dios. El demonio Carón, con ojos de ascuas, haciendo una señal, las fué reuniendo, golpeando con su remo a las que se rezagaban; y así como en otoño van cayendo las hojas una tras otra, hasta que las ramas han devuelto a la tierra todos sus despojos, del mismo modo los malvados hijos de Adán se lanzaban uno a uno desde la orilla, a aquella señal, como pájaros que acuden al reclamo. De esta suerte se fueron alejando por las negras ondas; pero antes de que hubieran saltado en la orilla opuesta, se reunió otra nueva muchedumbre en la que aquéllas habían dejado.

—Hijo mío—me dijo el cortés Maestro—, los que mueren en la cólera de Dios acuden aquí de todos los países, y se apresuran a atravesar el río, espoleados de tal suerte por la justicia divina, que su temor se convierte en deseo. Por aquí no pasa nunca un alma pura; por lo cual, si Carón se irrita contra ti, ya conoces ahora el motivo de sus desdeñosas palabras.

Apenas hubo terminado, tembló tan fuertemente la sombría campiña, que el recuerdo del espanto que sentí aún me inunda la frente de sudor. De aquella tierra de lágrimas salió un viento que produjo rojizos relámpagos, haciéndome perder el sentido y caer como un hombre sorprendido por el sueño.

CANTO CUARTO

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NTERRUMPIO mi profundo sueño un trueno tan fuerte, que me estremecí como hombre a quien se despierta a la fuerza: me levanté, y dirigiendo una mirada en derredor mío, fijé la vista para reconocer el lugar donde me hallaba. Vime junto al borde del triste valle, abismo de dolor, en que resuenan infinitos ayes, semejantes a truenos. El abismo era tan profundo, obscuro y nebuloso, que en vano fijaba mis ojos en su fondo, pues no distinguía cosa alguna.

—Ahora descendamos allá abajo, al tenebroso mundo—me dijo el poeta muy pálido—: yo iré el primero; tú el segundo.

Yo, que había advertido su palidez, le respondí:

—¿Cómo he de ir yo, si tú, que sueles desvanecer mis incertidumbres, te atemorizas?

Y él repuso:

—La angustia de los desgraciados que están ahí bajo, refleja en mi rostro una piedad que tú tomas por terror. Vamos, pues; que la longitud del camino exige que nos apresuremos.

Y sin decir más, penetró y me hizo entrar en el primer círculo que rodea el abismo. Allí, según pude advertir, no se oían quejas, sino sólo suspiros, que hacían temblar la eterna bóveda, y que procedían de la pena sin tormento de una inmensa multitud de hombres, mujeres y niños. El buen Maestro me dijo:

—¿No me preguntas qué espíritus son los que estamos viendo? Quiero, pues, que sepas, antes de seguir adelante, que éstos no pecaron; y si contrajeron en su vida algunos méritos, no es bastante, pues no recibieron el agua del bautismo, que es la puerta de la Fe que forma tu creencia. Y si vivieron antes del cristianismo, no adoraron a Dios como debían: yo también soy uno de ellos. Por tal falta, y no por otra culpa, estamos condenados, consistiendo nuestra pena en vivir con el deseo sin esperanza.

Un gran dolor afligió mi corazón cuando oí esto, porque conocí personas de mucho valor que estaban suspensas en el Limbo.

—Dime, Maestro y señor mío—le pregunté para afirmarme más en esta Fe que triunfa de todo error;—¿alguna de esas almas ha podido, bien por sus méritos o por los de otros, salir del Limbo y alcanzar la bienaventuranza?

Y él, que comprendió mis palabras encubiertas y obscuras, repuso:

—Yo era recién llegado a este sitio, cuando vi venir a un Sér poderoso, coronado con la señal de la victoria. Hizo salir de aquí el alma del primer padre, y la de Abel su hijo, y la de Noé; la del legislador Moisés, tan obediente; la del patriarca Abraham, y la del rey David; a Israel, con su padre y con sus hijos, y a Raquel por quien aquél hizo tanto,[5] y a otros muchos, a quienes otorgó la bienaventuranza; pues debes saber que, antes de ellos, no se salvaban las almas humanas.

Mientras así hablaba, no dejábamos de andar; pero seguíamos atravesando siempre la selva, esto es, la selva que formaban los espíritus apiñados. Aun no estábamos muy lejos de la entrada del abismo, cuando vi un resplandor que triunfaba del hemisferio de las tinieblas: nos encontrábamos todavía a bastante distancia, pero no a tanta que no pudiera yo distinguir que aquel sitio estaba ocupado por personas dignas.

—Oh tú, que honras toda ciencia y todo arte, ¿quiénes son ésos, cuyo valimiento debe ser tanto, que así están separados de los demás?

Y él a mí:

—La hermosa fama que aún se conserva de ellos en el mundo que habitas, les hace acreedores a esta gracia del cielo, que de tal suerte los distingue.

Entonces oí una voz que decía: "¡Honrad al sublime poeta; regresa su sombra, que se había separado de nosotros!" Cuando calló la voz, vi venir a nuestro encuentro cuatro grandes sombras, cuyo rostro no manifestaba tristeza ni alegría. El buen maestro empezó a decirme:

—Mira aquel que tiene una espada en la mano, y viene a la cabeza de los tres como su señor. Ese es Homero, poeta soberano: el otro es el satírico Horacio, Ovidio es el tercero y el último Lucano. Cada cual merece, como yo, el nombre que antes pronunciaron unánimes; me honran y hacen bien.

De este modo vi reunida la hermosa escuela de aquel príncipe del sublime cántico, que vuela como el águila sobre todos los demás.

Después de haber estado conversando entre sí un rato, se volvieron hacia mí dirigiéndome un amistoso saludo, que hizo sonreír a mi Maestro; y me honraron aún más, puesto que me admitieron en su compañía, de suerte que fuí el sexto entre aquellos grandes genios. Así seguimos hasta donde estaba la luz, hablando de cosas que es bueno callar, como bueno era hablar de ellas en el sitio en que nos encontrábamos. Llegamos al pie de un noble castillo, rodeado siete veces de altas murallas, y defendido alrededor por un bello riachuelo. Pasamos sobre éste como sobre tierra firme; y atravesando siete puertas con aquellos sabios, llegamos a un prado de fresca verdura. Allí había personajes de mirada tranquila y grave, cuyo semblante revelaba una grande autoridad: hablaban poco y con voz suave. Nos retiramos luego hacia un extremo de la pradera; a un sitio despejado, alto y luminoso, desde donde podían verse todas aquellas almas. Allí, en pie sobre el verde esmalte, me fueron señalados los grandes espíritus, cuya contemplación me hizo estremecer de alegría. Allí vi a Electra con muchos de sus compañeros, entre los que conocí a Héctor y a Eneas; después a César, armado, con sus ojos de ave de rapiña. Vi en otra parte a Camila y a Pentesilea, y vi al Rey Latino, que estaba sentado al lado de su hija Lavinia; vi a aquel Bruto, que arrojó a Tarquino de Roma; a Lucrecia también, a Julia, a Marcia y a Cornelia, y a Saladino, que estaba solo y separado de los demás. Habiendo levantado después la vista, vi al maestro de los que saben,[6] sentado entre su filosófica familia. Todos le admiran, todos le honran: vi además a Sócrates y Platón, que estaban más próximos a aquél que los demás; a Demócrito, que pretende que el mundo ha tenido por origen la casualidad; a Diógenes, a Anaxágoras y a Tales, a Empédocles, a Heráclito y a Zenón: vi al buen observador de la cualidad, es decir, a Dioscórides, y vi a Orfeo, a Tulio y a Lino, y al moralista Séneca; al geómetra Euclides, a Tolomeo, Hipócrates, Avicena y Galeno, y a Averroes, que hizo el gran comentario. No me es posible mencionarlos a todos, porque me arrastra el largo tema que he de seguir y muchas veces las palabras son breves para el asunto. Bien pronto la compañía de seis queda reducida a dos: mi sabio guía me conduce por otro camino fuera de aquella inmovilidad hacia una aura temblorosa, y llego a un punto privado totalmente de luz.

CANTO QUINTO

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SI descendí del primer círculo al segundo, que contiene menos espacio, pero mucho más dolor, y dolor punzante, que origina desgarradores gritos. Allí estaba el horrible Minos que, rechinando los dientes, examina las culpas de los que entran; juzga y da a comprender sus órdenes por medio de las vueltas de su cola. Es decir, que cuando se presenta ante él un alma pecadora, y le confiesa todas sus culpas, aquel gran conocedor de los pecados ve qué lugar del infierno debe ocupar y se lo designa, ciñéndose al cuerpo la cola tantas veces cuantas sea el número del círculo a que debe ser enviada. Ante él están siempre muchas almas, acudiendo por turno para ser juzgadas; hablan y escuchan, y después son arrojadas al abismo.

—¡Oh, tú, que vienes a la mansión del dolor!—me gritó Minos cuando me vió, suspendiendo sus terribles funciones—; mira cómo entras y de quién te fías: no te alucine lo anchuroso de la entrada.

Entonces mi guía le preguntó:

—¿Por qué gritas? No te opongas a su viaje ordenado por el destino: así lo han dispuesto allí donde se puede lo que se quiere; y no preguntes más.

Empezaron a dejarse oír voces plañideras: y llegué a un sitio donde hirieron mis oídos grandes lamentos. Entrábamos en un lugar que carecía de luz, y que rugía como el mar tempestuoso cuando está combatido por vientos contrarios. La tromba infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino a los espíritus; les hace dar vueltas continuamente, y les agita y les molesta: cuando se encuentran ante la ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los llantos y los lamentos, y las blasfemias contra la virtud divina. Supe que estaban condenados a semejante tormento los pecadores carnales que sometieron la razón a sus lascivos apetitos; y así como los estorninos vuelan en grandes y compactas bandadas en la estación de los fríos, así aquel torbellino arrastra a los espíritus malvados llevándolos de acá para allá, de arriba abajo, sin que abriguen nunca la esperanza de tener un momento de reposo, ni de que su pena se aminore. Y del mismo modo que las grullas van lanzando sus tristes acentos, formando todas una prolongada hilera en el aire, así también vi venir, exhalando gemidos, a las sombras arrastradas por aquella tromba. Por lo cual pregunté:

—Maestro, ¿qué almas son ésas a quienes de tal suerte castiga ese aire negro?

—La primera de ésas, de quienes deseas noticias—me dijo entonces—, fué emperatriz de una multitud de pueblos donde se hablaban diferentes lenguas, y tan dada al vicio de la lujuria, que permitió en sus leyes todo lo que excitaba el placer, para ocultar de este modo la abyección en que vivía. Es Semíramis, de quien se lee que sucedió a Nino y fué su esposa y reinó en la tierra en donde impera el Sultán. La otra es la que se mató por amor y quebrantó la fe prometida a las cenizas de Siqueo. Después sigue la lasciva Cleopatra. Ve también a Helena, que dió lugar a tan funestos tiempos; y ve al gran Aquiles, que al fin tuvo que combatir por el amor. Ve a París y a Tristán....

Y a más de mil sombras me fué enseñando y designando con el dedo, a quienes Amor había hecho salir de esta vida. Cuando oí a mi sabio nombrar las antiguas damas y los caballeros, me sentí dominado por la piedad y quedé como aturdido. Empecé a decir:

—Poeta, quisiera hablar a aquellas dos almas que van juntas y parecen más ligeras que las otras impelidas por el viento.

Y él me contestó:

—Espera que estén más cerca de nosotros: y entonces ruégales, por el amor que las conduce, que se dirijan hacia ti.

Tan pronto como el viento las impulsó hacia nosotros, alcé la voz diciendo:

—¡Oh almas atormentadas!, venid a hablarnos, si otro no se opone a ello.

Así como dos palomas, excitadas por sus deseos, se dirigen con las alas abiertas y firmes hacia el dulce nido, llevadas en el aire por una misma voluntad, así salieron aquellas dos almas de entre la multitud donde estaba Dido, dirigiéndose hacia nosotros a través del aire malsano, atraídas por mi eficaz y afectuoso llamamiento.

—¡Oh sér gracioso y benigno, que vienes a visitar enmedio de este aire negruzco a los que hemos teñido el mundo de sangre! Si fuéramos amados por el Rey del universo, le rogaríamos por tu tranquilidad, ya que te compadeces de nuestro acerbo dolor. Todo lo que te agrade oír y decir, te lo diremos y escucharemos con gusto mientras que siga el viento tan tranquilo como ahora. La tierra donde nací está situada en la costa donde desemboca el Po con todos sus afluentes para descansar en el mar. Amor, que se apodera pronto de un corazón gentil, hizo que éste se prendara de aquel hermoso cuerpo que me fué arrebatado de un modo que aún me atormenta. Amor, que no dispensa de amar al que es amado, hizo que me entregara vivamente al placer de que se embriagaba éste, que, como ves, no me abandona nunca. Amor nos condujo a la misma muerte. Caína[7] espera al que nos arrancó la vida.

Tales fueron las palabras de las dos sombras. Al oír a aquellas almas atormentadas, bajé la cabeza y la tuve inclinada tanto tiempo, que el poeta me dijo:

—¿En qué piensas?

—¡Ah!—exclamé al contestarle—; ¡cuán dulces pensamientos, cuántos deseos les han conducido a doloroso tránsito!

Después me dirigí hacia ellos, diciéndoles:

—Francisca, tus desgracias me hacen derramar tristes y compasivas lágrimas. Pero dime: en tiempo de los dulces suspiros ¿cómo os permitió Amor conocer vuestros secretos deseos?

Ella me contestó:

—No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria; y eso lo sabe bien tu Maestro. Pero si tienes tanto deseo de conocer cuál fué el principal origen de nuestro amor, haré como el que habla y llora a la vez. Leíamos un día por pasatiempo las aventuras de Lancelote, y de qué modo cayó en las redes del Amor: estábamos solos y sin abrigar sospecha alguna. Aquella lectura hizo que nuestros ojos se buscaran muchas veces y que palideciera nuestro semblante; mas un solo pasaje fué el que decidió de nosotros. Cuando leímos que la deseada sonrisa de la amada fué interrumpida por el beso del amante, éste, que jamás se ha de separar de mí, me besó tembloroso en la boca: el libro y quien lo escribió fué para nosotros otro Galeoto; aquel día ya no leímos más.

Mientras que un alma decía esto, la otra lloraba de tal modo, que, movido de compasión, desfallecí como si me muriera, y caí como cae un cuerpo inanimado.

CANTO SEXTO

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L recobrar los sentidos, que perdí por la tristeza y la compasión que me causó la suerte de los dos cuñados, vi en derredor mío nuevos tormentos y nuevas almas atormentadas doquier iba y doquier me volvía o miraba. Me encuentro en el tercer círculo; en el de la lluvia eterna, maldita, fría y densa, que cae siempre igualmente copiosa y con la misma fuerza. Espesos granizos, agua negruzca y nieve descienden en turbión a través de las tinieblas; la tierra, al recibirlos, exhala un olor pestífero. Cerbero, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fauces de perro contra los condenados que están allí sumergidos. Tiene los ojos rojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que clava en los espíritus, les desgarra la piel y les descuartiza. La lluvia les hace aullar como perros; los miserables condenados forman entre sí una muralla con sus costados y se revuelven sin cesar. Cuando nos descubrió Cerbero, el gran gusano abrió las bocas enseñándonos sus colmillos; todos sus miembros estaban agitados. Entonces mi guía extendió las manos, cogió tierra, y la arrojó a puñados en las fauces ávidas de la fiera. Y del mismo modo que un perro se deshace ladrando al tener hambre, y se apacigua cuando muerde su presa, ocupado tan sólo en devorarla, así también el demonio Cerbero cerró sus impuras bocas, cuyos ladridos causaban tal aturdimiento a las almas que quisieran quedarse sordas. Pasamos por encima de las sombras derribadas por la incesante lluvia, poniendo nuestros pies sobre sus fantasmas, que parecían cuerpos humanos. Todas yacían por el suelo, excepto una que se levantó con presteza para sentarse, cuando nos vió pasar ante ella.

—¡Oh, tú, que has venido a este Infierno!—me dijo—; reconóceme si puedes. Tú fuiste hecho, antes que yo deshecho.

Yo le contesté:

—La angustia que te atormenta es quizá causa de que no me acuerde de ti; me parece que no te he visto nunca. Pero dime, ¿quién eres tú, que a tan triste lugar has sido conducido, y condenado a un suplicio, que si hay otro mayor, no será por cierto tan desagradable?

Contestóme:

—Tu ciudad, tan llena hoy de envidia, que ya colma la medida, me vió en su seno en vida más serena. Vosotros, los habitantes de esa ciudad, me llamasteis Ciacco. Por el reprensible pecado de la gula, me veo, como ves, sufriendo esta lluvia. Yo no soy aquí la única alma triste; todas las demás están condenadas a igual pena por la misma causa.

Y no pronunció una palabra más. Yo le respondí:

—Ciacco, tu martirio me conmueve tanto, que me hace verter lágrimas; pero dime, si es que lo sabes: ¿en qué pararán los habitantes de esa ciudad tan dividida en facciones? ¿Hay algún justo entre ellos? Dime por qué razón se ha introducido en ella la discordia.

Me contestó:

—Después de grandes debates, llegarán a verter su sangre, y el partido salvaje arrojará al otro partido causándole grandes pérdidas. Luego será preciso que el partido vencedor sucumba al cabo de tres años, y que el vencido se eleve, merced a la ayuda de aquel que ahora es neutral. Esta facción llevará la frente erguida por mucho tiempo, teniendo bajo su férreo yugo a la otra, por más que ésta se lamente y avergüence. Aun hay dos justos, pero nadie les escucha: la soberbia, la envidia y la avaricia son las tres chispas que han inflamado los corazones.

Aquí dió Ciacco fin a su lamentable discurso, y yo le dije:

—Todavía quiero que me informes, y me concedas algunas palabras. Dime dónde están, y dame a conocer a Farinata y al Tegghiaio, que fueron tan dignos, a Jacobo Rusticucci, Arigo y Mosca, y a otros que a hacer bien consagraron su ingenio, pues siento un gran deseo de saber si están entre las dulzuras del Cielo o entre las amarguras del Infierno.

A lo que me contestó:

—Están entre almas más perversas; otros pecados los han arrojado a un círculo más profundo: si bajas hasta allí, podrás verlos. Pero cuando vuelvas al dulce mundo, te ruego que hagas porque en él se renueve mi recuerdo: y no te digo ni te respondo más.

Entonces torció los ojos que había tenido fijos; miróme un momento, y luego inclinó la cabeza, y volvió a caer entre los demás ciegos. Mi guía me dijo:

—Ya no volverá a levantarse hasta que se oiga el sonido de la angélica trompeta; cuando venga la potestad enemiga del pecado. Cada cual encontrará entonces su triste tumba; recobrará sus carnes y su figura; y oirá el juicio que debe resonar por toda una eternidad.

Así fuimos atravesando aquella impura mezcla de sombras y de lluvia, con paso lento, razonando un poco sobre la vida futura. Por lo cual dije:

—Maestro, ¿estos tormentos serán mayores después de la gran sentencia, o bien menores, o seguirán siendo tan dolorosos?

Y él a mí:

—Acuérdate de tu ciencia, que pretende que cuanto más perfecta es una cosa, tanto mayor bien o dolor experimenta. Aunque esta raza maldita no debe jamás llegar a la verdadera perfección, espera ser después del juicio más perfecta que ahora.