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Más escalofriante que "Perdida", y con más plot twists que "La chica del tren". "Oscura, llena de twists, adictiva", autora best seller Lisa Jewell Un triángulo amoroso se convierte en un triángulo asesino. Louise ha tenido que soportar que su marido, Andrew, que la abandonó hace cuatro años, haya creado una nueva familia. La "otra" es ahora su mujer, pero Louise no está preparada para dejar que Caz disfrute de la vida que una vez fue suya, ni para dejar marchar al hombre que aún ama. Cuando Louise empieza a hurgar en el pasado de Caz, las buenas intenciones de mantener una buena relación entre ambas empiezan a desvanecerse. Mientras cada una de ellas intenta destruir a la otra, descubrirán el espantoso secreto que esconde el hombre con el que ambas se han casado. Y cuando Andrew aparece asesinado durante la celebración de una fiesta familiar, Louise y Caz son las únicas personas que se encuentran junto al cadáver… ¿Cuál lo mató?
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Seitenzahl: 460
Veröffentlichungsjahr: 2021
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LA EX / LA MUJER
TESS STIMSON
Traducción: Carmen Bordeu
“He devorado La Ex / La Mujer, con sus personajes bien planteados, sus verosímiles y complejas relaciones y con un argumento implacable y retorcido que mantiene al lector intentando descubrir quién es el asesino hasta el final del libro. Además, Tess Stimson escribe maravillosamente”.
—Debbie Howells, escritora.
“La Ex / La Mujer es una novela fantástica, compleja, intrigante, rápida, con unos personajes no solo brillantes, sino también convincentes. ¡Me ha encantado!”
—Alex Lake, escritor.
“Una lectura trepidante a través de esta historia de un mortal triángulo amoroso. Tensa, enrevesada, y con un final... ¡sorprendente!”
—Jackie Kabler, presentadora de televisión y periodista británica.
“Un thriller que te mantiene pegada al sillón, que te engancha desde la primera hasta la última página”.
—Maria Eugenia Delso, editora.
Stimson, Tess
La ex / La mujer / Tess Stimson. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Trini Vergara Ediciones, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Carmen Bordeu.
ISBN 978-987-47931-8-8
1. Narrativa Inglesa. 2. Divorcio.. 3. Crímenes.I. Bordeu, Carmen, trad. II. Título.
CDD 823
Título original: One in Three
Edición original: Avon
© 2020 Tess J Stimson
© 2021 Trini Vergara Ediciones
www.trinivergaraediciones.com
© 2021 Motus Thriller
www.motus-thriller.com
España · México · Argentina
ISBN: 978-987-47931-8-8
Para Barbi,mi malvada y genial madrastra.¿Quién hubiera pensadoque tendría tanta suerte dos veces?
CAPÍTULO 1
El presente
LAS DOS ESTAMOS CUBIERTAS DE sangre. Sangre arterial brillante y oxigenada. Mi camisa está empapada. Tengo sangre en la boca, en las fosas nasales; la puedo sentir cuando respiro, puedo paladearla. Salada y metálica, como si hubiera chupado una barra de metal oxidada.
Me hamaco hacia atrás sobre los talones y me quito el pelo de los ojos. La pelea mortal nos dejó a las dos sin aliento, jadeantes. A tres metros de distancia, ella logra sentarse con dificultad; el brazo izquierdo le cuelga inerte a un lado.
El cuchillo yace en un charco de sangre rojo rubí brillante entre ambas. No le quito los ojos de encima ni por un segundo. Ella desliza la mirada hacia el filo del cuchillo y después la vuelve hacia mí.
El teléfono está fuera de mi alcance, dentro de mi bolso junto a la puerta. De todos modos, no tendría sentido llamar a una ambulancia. Él está muerto. Nadie que pierde tanta sangre puede sobrevivir.
Se escuchan gritos afuera. Personas que corren. La Casa de la Playa está separada del edificio principal del hotel, pero el sonido se propaga a través del agua. Alguien escuchó los gritos. La ayuda está en camino.
Ella también se da cuenta. Sosteniendo el brazo dislocado contra su pecho, se vuelve con rapidez hacia la puerta abierta que da a la terraza, sopesando sus posibilidades. Es apenas un primer piso, y abajo hay arena blanda, pero la marea está subiendo y cortando la calzada elevada, y ella no está en condiciones de trepar los peligrosos escalones de los acantilados. De todas maneras, se está quedando sin tiempo; los gritos suenan al otro lado de la puerta.
Se vuelve hacia mí y se encoge de hombros: “No se puede ganar siempre”. Luego se echa hacia atrás, se apoya contra el borde del sillón y cierra los ojos.
El bullicio afuera se intensifica. La puerta tiembla y se astilla. Dos hombres irrumpen en la habitación, seguidos por una marea de rostros blancos. Detecto el espanto en sus ojos cuando registran la horrorosa escena. Uno de ellos se vuelve y cierra la puerta, pero no antes de que un teléfono móvil emita un destello entre el gentío.
Ahora, finalmente, tal vez todos me crean.
CELIA MAY ROBERTSENTREVISTA GRABADA: PRIMERA PARTE
Fecha: 25/07/2020Duración: 41 minutosLugar: Hotel Burgh Island
Realizada por oficiales de policía de Devon y Cornualles
POLICÍA: Esta entrevista está siendo grabada. Soy el detective inspector John Garrett, oficial investigador superior del Equipo de Delitos Graves a cargo de la investigación de la muerte violenta de Andrew Page ocurrida en el Hotel Burgh Island en horas más tempranas del día de hoy. Hoy es sábado 25 de julio de 2020 y mi reloj marca las 3.40 de la tarde. ¿Nombre completo, por favor?
C. R.: Celia May Roberts.
POLICÍA: Gracias. ¿Podría confirmar su fecha de nacimiento?
C.R.: No entiendo qué importancia puede tener.
POLICÍA: Solo para dejar constancia, señora Roberts.
C.R.: Catorce de febrero de 1952.
POLICÍA: Gracias...
C.R.: ¿Quiere saber algo más sobre mí? ¿Cuánto calzo? ¿De qué signo soy? No maté a mi yerno. En vez de desperdiciar el tiempo conmigo debería...
POLICÍA: Señora Roberts, no es mi intención ser grosero, pero la parte de la introducción es importante. Así que lamento tener que interrumpirla.
C.R.: (Inaudible).
POLICÍA: Entiendo que todo esto le resulte molesto, señora Roberts. ¿Quiere una taza de té antes de que continuemos?
C.R.: No, gracias. [Pausa]. Lo siento. No quise ser maleducada. Es solo que... todos queríamos mucho a Andrew. No puedo creer todo esto.
POLICÍA: No se preocupe, señora Roberts. Podemos detenernos cuando sea.
C.R.: En realidad, creo que prefiero hacerlo de una vez y así poder estar con mi hija y mis nietos...
POLICÍA: De acuerdo. Presente aquí conmigo se encuentra la...Sargento detective Anna Perry.
POLICÍA: Señora Roberts, sé que esto es difícil, pero ¿podría decirnos qué...?
C.R.: Caroline lo mató.
POLICÍA: ¿Se refiere a la mujer actual, la señora Caroline Page?
C.R.: Sí.
POLICÍA: ¿Presenció...?
C.R.: Vi a esa mujer de pie junto a él, in fraganti. Había sangre por todas partes. Debería arrestar...
POLICÍA: ¿Había alguien más?
C.R.: Mi hija, pero...
POLICÍA: ¿Louise Page es su hija? ¿La exmujer del señor Page?
C.R.: Sí.
POLICÍA: ¿Qué estaba haciendo ella cuando usted llegó?
C.R.: Estaba en el suelo con Andrew. Tenía su cabeza en la falda.
POLICÍA: A ver, para ser claros, señora Roberts. Usted no vio a Caroline Page apuñalar a su marido. Y no había nadie más allí, salvo su hija y la señora Page, ¿verdad? ¿No vio a nadie entrar o salir de la Casa de la Playa?
C.R.: Había un par de empleados afuera que intentaban evitar que la gente entrara. Y por supuesto, muchas personas llegaron al lugar al mismo tiempo que yo. Todos escuchamos los gritos... se podían oír desde la mitad de la isla. Min estaba ahí, y mi hijo, Luke...
POLICÍA: Pero no había nadie más dentro de la Casa de la Playa cuando usted llegó, salvo las dos mujeres, ¿no es cierto?
C.R.: Ya se lo dije, Caroline...
POLICÍA: Señora Roberts, atengámonos a lo que vio. [Pausa]. ¿Tal vez me pueda decir qué estaba haciendo usted en el Hotel Burgh Island en primer lugar?
C.R.: [Pausa]. Mi marido y yo estábamos celebrando nuestras bodas de oro.
POLICÍA: Felicitaciones.
C.R.: Gracias.
POLICÍA: ¿Habían organizado una especie de reunión familiar?
C.R.: Sí, lo habíamos estado planeando desde el verano pasado.
POLICÍA: ¿Y de quién fue la idea de invitar a su exyerno?
C.R.: Andrew es parte de la familia. Se dio por sentado.
POLICÍA: ¿Y también invitaron a la nueva mujer? ¿Qué dijo su hija al respecto?
C.R.: Se divorciaron hace cuatro años. No es la primera vez que compartían un evento social. Hace unas semanas cenamos todos juntos después de la obra teatral de la escuela. Louise es más fuerte de lo que parece.
POLICÍA: Según su nuera Min, así se llama, ¿verdad?... Nos dijo que ella y su hijo Luke le rogaron que no invitara al señor Page y a su esposa.
C.R.: Louise me dijo a mí que no le importaba.
POLICÍA: Señora Roberts, esto era bastante más que un simple encuentro en una obra escolar, ¿no le parece? Un fin de semana entero en una isla compartiendo una celebración familiar íntima con la mujer que había huido, lo siento, con su marido. Los ánimos estarían caldeados, sin duda.
C.R.: Ya se lo dije, Louise quería que Caroline viniera.
POLICÍA: ¿A pesar del llamado a la policía el mes pasado por un altercado entre ellas?
C.R.: Louise dijo que quería hacer las paces, por el bien de los niños.
POLICÍA: ¿No se le ocurrió que pudiera haber otro motivo por el que su hija querría a su exmarido y a su mujer allí?
C.R.: ¿Cómo cuál?
POLICÍA: Eso es lo que estamos tratando de determinar, señora Roberts. [Pausa]. ¿Tenía usted algún otro motivo para invitar a Caroline Page y a su marido, señora Roberts?
C.R.: (Inaudible).
POLICÍA: ¿Señora Roberts?
C.R.: Por el amor de Dios. Con el diario del lunes todo es más fácil, ¿verdad, inspector?
SIETE SEMANASANTES DE LA FIESTA
CAPÍTULO 2
Louise
TODOS EN LA FAMILIA RECIBEN una invitación formal a la fiesta de mi madre. Papel vitela de grano grueso, tipografía Eduardiana, letras en relieve, todo lo que uno se pueda imaginar. Bella coloca la nuestra en el lugar de honor, sobre la repisa de la cocina, apoyada contra el perro de plastilina que le hizo a Andrew para el Día del Padre cuando tenía cinco años. Andrew llevó el perro a la oficina y se lo mostró a todos con mucho orgullo, convencido de que la niña era una especie de prodigio artístico. No se lo llevó con él cuando se marchó siete años más tarde.
Las palabras en relieve me persiguen por toda la cocina como los ojos de la Mona Lisa. Las ignoro mientras vacío el lavaplatos, abro y cierro los armarios con el ritmo habitual y encuentro alivio en la alineación exacta de la vajilla, los bols apilados ordenadamente y la disposición militar de los cuchillos, los tenedores y las cucharas en sus compartimientos separados. Todo en su lugar.
Todo menos yo.
Bagpuss se escurre entre mis tobillos, impaciente por su desayuno. Echo un poco de alimento balanceado seco en su plato, lo único que tolera en estos días, y le rasco con cariño detrás de las orejas.
—Aquí tienes, Bags. No comas muy rápido.
El viejo y fofo gato artrítico se inclina sobre su comida. Le sirvo agua, me preparo un té y me voy afuera. El aire huele a limpio después de la lluvia tan necesaria de anoche, pero ya promete ser otro día caluroso y atípicamente húmedo para junio. Me acurruco en la silla de mimbre que cuelga del manzano, doblo una pierna para colocar un pie debajo del trasero y empujo el suelo con el otro. Solía odiar las mañanas antes de que Bella y Tolly nacieran, pero en estos días valoro esta preciosa media hora de paz antes de que el mundo despierte. Me reclino y cierro los ojos. Es el único momento que tengo realmente para mí.
La invitación me ha perturbado más de lo que estoy dispuesta a admitir. Mi madre envió una a Andrew y a Caz también, aunque le rogué que no lo hiciera. Ahora tendré que enfrentarlos en mi propio terreno, en el corazón de mi familia.
Cuatro años atrás me las había ingeniado para sortear el día de su casamiento limpiando los armarios de la cocina mientras los imaginaba pronunciando los votos matrimoniales, restregando el suelo del baño mientras los visualizaba cortando el pastel y empujando la desafilada máquina de cortar pasto por el césped de quince centímetros mientras mi mente los veía salir a la pista para su primer baile de casados. Desde entonces, he aprendido a la fuerza a aceptar la presencia de ambos en los actos y las fiestas deportivas escolares. Levanté una coraza a mi alrededor para protegerme. Pero esto es diferente.
Tal vez porque son las bodas de oro de mis padres, un hito que soñaba alcanzar con Andrew. O porque mamá era el último reducto de resistencia contra Caz, y la invitación finalmente la saca del congelador. O tal vez solo necesite unas horas más de sueño. Me quedé despierta hasta las dos de la mañana corrigiendo los exámenes de mitad de año de mis alumnos de Medios de Comunicación. Habría terminado antes si hubiera dejado pasar errores de ortografía y gramática, pero a pesar de haber descendido de las alturas de escribir una columna semanal en la calle Fleet, todavía tengo mis estándares.
El sol atraviesa el horizonte y una franja de luz dorada cae sobre mi rostro. Andrew tenía razón, pienso, mientras abro los ojos y contemplo las colinas ondulantes. A pesar de las dudas iniciales, he terminado por amar este lugar.
Todavía puedo verlo de pie sobre la pared de piedra baja del jardín el día que conocimos la casa por primera vez, hace casi diecisiete años, con los brazos bien abiertos y una expresión feliz en su rostro mientras describía con entusiasmo nuestra vida aquí. Un lugar donde nuestra hija recién nacida crecería sana y segura, con el viento en su cabello y el césped entre los dedos de los pies. En ese entonces, yo me resistía a dejar Londres; no por mi columna en el Daily Post, que podría haber escrito desde cualquier lugar, sino porque la ciudad me hacía sentir viva, conectada, como si tuviera el mundo a mi alcance. Odiaba la idea de renunciar a todo para instalarme en un lugar en ruinas y en medio de la nada que requeriría un gran esfuerzo económico. Pero Andrew lo había deseado tanto, y en aquellos días, le habría dado todo lo que pidiera. Nunca se me ocurrió que terminaría viviendo aquí sin él.
El teléfono suena en el bolsillo de mi bata y me sobresalta. Lo tomo y deslizo un dedo hacia la derecha; el rostro de mi cuñada aparece en la pantalla.
—¿Te estás por acostar o recién te levantas? —pregunto. Me pongo de pie y regreso a la cocina.
—Acabo de terminar un doble turno en el hospital —dice—. Llegué a casa hace un par de minutos.
Se ve tan descansada como si acabara de llegar de quince días en Hawái. Con cuarenta y siete años, es apenas cuatro años más grande que yo, pero a juzgar por la imagen en el diminuto recuadro de FaceTime, yo podría pasar por su madre. Mi cabello castaño opaco necesita con urgencia unos reflejos y mis ojos azules lucen apagados.
—¿Una noche tranquila? —pregunto y apoyo el teléfono en la mesada de la cocina.
—Un choque múltiple en la M23. De terror —responde Min con anticipación. Su imagen se mueve de arriba abajo mientras camina hacia el estudio. Apoya el teléfono y sacude un sobre frente a la pantalla—. ¿Adivina qué encontré en el felpudo de entrada?
Amo a Min. Es graciosa e inteligente, y hace muy feliz a mi hermano Luke. Pero no tiene límites, y ya sé dónde terminará esto.
—Antes de que preguntes, sí, Andrew y Caz están invitados —afirmo y coloco otra bolsita de té en mi taza vacía—. Mamá quiere reunir a toda la familia para su gran día. Y ya sabes cuánto adora a Kit.
—Entiendo lo de Kit, pero ¿por qué Celia la invitó a ella?
—Porque Andrew no vendría sin ella.
Min parece indignada.
—Esa mujer debería tener la decencia de no aparecer —retruca—. Para ser sincera, no puedo creer que Andrew tenga las agallas para ir.
—Puedes llamarla por su nombre, sabes. Tampoco es Voldemort.
—No tienes por qué pasar por esto, Lou. No te conviertas en una mártir. Podrías plantarte y decirle que no a Celia.
No voy a morder ese anzuelo. Nadie le dice que no a mi madre, ni siquiera Min.
No es que no aprecie la lealtad de mi cuñada. Nunca hubiera sobrevivido los meses espantosos que siguieron a la partida de Andrew si no hubiera sido por ella, en particular con una niña de doce años traumatizada y un bebé recién nacido a quienes cuidar. El más pequeño de los cuatro hijos varones de Min todavía usaba pañales en esa época, pero ella siempre estaba ahí cuando yo la necesitaba. Min llevaba a Bella a la escuela aquellas mañanas en que yo no podía salir de la cama, se aseguraba de que yo comiera y me ayudó con los desgarradores trámites del divorcio: a encontrar un abogado decente, guardar la ropa de Andrew en cajas, retomar el trabajo. Me escuchaba con paciencia mientras yo sollozaba dentro de una copa de vino y trataba de entender lo que había sucedido. Y cuando parecía estar a punto de ahogarme en la desesperación, ella me dio la dosis precisa de amor y firmeza que necesitaba para empezar a vivir de nuevo.
Lo que más le cuesta aceptar es mi necesidad de dejar atrás el pasado de una vez y perdonar a Andrew. Su constante hostilidad hacia él es casi tan agotadora como la serena negación de mi madre a aceptar que él nunca regresará.
Andrew me rompió el corazón. Pero han pasado cuatro años. Y si no dejo ir el resentimiento, terminará por consumirme. Sigue siendo el padre de Bella y Tolly, y ellos lo aman.
No importa lo que piense Min, no soy una mártir ni me dejo pasar por encima. He aprendido a tolerar la presencia tóxica de Caz en mi vida. ¿Qué opción tengo? Es la mujer del padre de mis hijos. Y la madre de su medio hermano. De una manera perversa, me guste o no, eso la convierte en familia.
—Por favor, Min, olvídalo —le pido con cansancio—. Es solo un fin de semana en mi vida. Supongo que podremos atravesarlo sin matarnos unos a otros.
—Tenemos casi siete semanas —responde Min, en un vertiginoso cambio de táctica—. Hay una dieta maravillosa, te va a encantar. Una combinación de la dieta paleo y la de los grupos que cuentan las calorías; vas a perder cinco kilos sin darte cuenta. Te prestaría algo mío para que te pusieras, pero eres demasiado alta...
Escucho unos pasos pequeños arriba y cierro la puerta de la cocina para que nadie me escuche.
—No estoy tratando de competir con Caz, Min. Ya no tengo chance. Tiene veintinueve años y el aspecto de una modelo, mientras que yo tengo los pechos casi en el ombligo y arrugas hasta en las orejas. Podría hacer dieta hasta el final de mis días y jamás tendría sus pómulos. —Dejo escapar un suspiro—. Aprecio que quieras levantarme el ánimo, pero aunque me sometiera a un cambio de imagen como hacen las celebridades, no serviría de nada. ¿Qué sentido tendría destruir la familia de Kit ahora?
—Volvería a juntar a tu familia.
—No. No lo haría.
El ceño fruncido de Min cubre toda la pantalla.
—Eres demasiado buena.
Vuelvo la vista hacia la invitación sobre la repisa. Andrew y yo teníamos un trato. Un trato que no incluía aceptar invitaciones a la celebración de las bodas de oro de mis padres ni acercarse al resto de la familia, para el caso. Un trato que él ha roto, a pesar de que le dije que habría consecuencias.
—En realidad, Min —digo y volteo la invitación bocabajo—. No soy tan buena.
CAPÍTULO 3
Caz
CUANDO LLEGO AL CHELSEA POTTER, Angie ya estaba apretujada en nuestro rincón habitual. El pub está atestado y las personas salen en tropel a la calle. Me abro paso a los codazos; me lleva varios minutos llegar hasta ella.
—Más te vale que sea un doble —le advierto con tono lúgubre, mientras me entrega un gin-tonic.
Angie levanta su ceja con el piercing, mientras yo bebo el trago de una sola vez.
—¿Un día difícil?
—Una semana difícil, y recién es martes. —Me deslizo sobre el taburete que me había reservado y apoyo mi teléfono sobre el bar por si acaso llame Andy—. No vas a creerlo. Tina Murdoch va a ser mi enlace en la cuenta Univest.
Angie silba.
—Estás bromeando. ¿Cómo diablos logró eso?
—Su carrera se fue para arriba desde que nos dejó y se unió a Univest. —Le hago señas al barman para que me traiga otro trago. Me aparto el cabello rubio y largo lejos del rostro, lo retuerzo y lo aseguro con un clip plateado—. Lo que no puedo entender es por qué Patrick lo aceptó. Después de que ella nos saboteó la campaña publicitaria de Tetrokek, una esperaría que él no la dejara acercarse ni a cien metros del edificio.
Angie estira la mano hacia un bol de pistachos.
—Si él está de acuerdo, no hay nada que puedas hacer. ¿Crees que podrás trabajar con ella?
—Hasta ahora no. Ha rechazado todas las ideas que presenté, y ya me esquivó y fue a quejarse con Patrick. Insiste en contratar a un asesor de relaciones públicas externo. Creo que casi estoy deseando que Patrick me saque de la campaña y se la dé a otro.
—No, no lo estás.
—No, no lo estoy. —Frunzo el ceño y miro mi trago—. No voy a permitir que Tina gane, pero si esto sigue así, una de las dos va a terminar en un cajón.
Tina Murdoch, mi pesadilla. La última vez que trabajamos juntas casi me hizo despedir. Lo más irónico es que ella fue quien me dio la gran oportunidad en la publicidad cuando me promovió para una campaña importante durante mi primer año en Whitefish. Se consideraba mi mentora y hacía mucho alarde de apoyar la “sororidad” y ayudar a las mujeres jóvenes a subir en el escalafón laboral. Más tarde me presentó a Andy en un evento de recaudación de fondos para la Sociedad Real para la Prevención de la Crueldad contra Animales cuya campaña había estado a cargo de Whitefish... aunque Andy no se acuerda de ese primer encuentro. Pero cuando él y yo pasamos a ser una pareja oficial, mi relación con Tina se fue a pique enseguida. Sospecho que ella también le había echado el ojo, pero sea lo que sea lo que le molestó, desde entonces me la tiene jurada.
Todavía no terminé la presentación para Univest, y obviamente no la he presentado, pero Tina insiste en tener un plan promocional escrito, los detalles de la plataforma publicitaria y un desglose del presupuesto completo por territorio y formato multimedia, todo para fin de mes. Es imposible, y lo sabe. Nolan, nuestro director creativo, está amenazando con renunciar y el resto de los creativos están a punto de sublevarse. Aunque, como señaló Andy fríamente anoche cuando terminé de despotricar, siempre están a punto de sublevarse.
Angie choca su copa con el mía.
—Al diablo con eso. Ya casi es viernes.
—Sí, al diablo.
Abre otro pistacho y tira la cáscara en el bol.
—¿Vas a estar en la ciudad este fin de semana? El sábado por la noche toca una banda muy buena en Borderline.
Hago una mueca.
—No puedo. Nos vamos a Brighton.
—¡Joder! ¿Otra vez?
—Nos tocan los chicos este fin de semana.
—¿No pueden venir para aquí? Mi hermana podría cuidarlos por la noche.
—Louise no los deja. —Me estiro para tomar el bol de pistachos—. Dice que son demasiado pequeños para viajar solos en tren. Es ridículo. Bella tiene dieciséis años. A su edad, yo estaba viajando a dedo a Creta. —Suspiro—. Y además apenas cabe un alfiler en el apartamento, así que imagínate tres niños. Kit tiene que compartir la cama con Tolly y Bella termina en el sofá y con sus cosas desparramadas por todas partes. Al menos en Brighton tienen su propia habitación.
—Dios mío, no sé cómo lo aguantas.
—No tengo demasiada opción. Son los hijos de Andy.
Angie me fulmina con la mirada y sus cejas a la moda amagan con desaparecer dentro de su cabello negro con puntas turquesas. Hemos sido mejores amigas desde la primaria en Dagenham y me conoce más que nadie, incluido Andy. Nos distanciamos un poco durante nuestros años universitarios, cuando yo estaba en Bristol y ella estudiaba moda en Saint Martins, pero hemos sido inseparables desde que regresé a Londres. No podríamos ser más diferentes. Yo soy ambiciosa y resuelta, mientras que Angie nunca piensa más allá de la próxima ronda de tragos. Su idea de una manicura es hacharse las uñas con un cuchillo Stanley. Pero conoció a mi madre antes del accidente, entiende de dónde vengo y lo que he tenido que hacer para llegar adonde estoy. Aparte de Andy y Kit, ella es mi única verdadera familia.
Angie sabe que los hijos nunca formaron parte de mi plan, mucho menos tres. Pero Louise hizo una jugada extraordinaria cuando se quedó embarazada de Tolly. Y casi le salió bien.
—Hablando de Roma —me lamento cuando se enciende la luz de mi teléfono—. La Bruja Mala del Oeste.
—¿Qué quiere?
—Solo Dios sabe —digo con tono ligero, pero ya siento el usual nudo de tensión en el estómago—. Es temprano para sus habituales barbaridades. Tal vez adelantó la hora del vino.
—Ignórala, Caz. Mándala directamente al buzón de voz.
Quiero hacerlo, pero me gana la culpa habitual. Cuando eres la otra mujer, lo eres para siempre. No importa si Louise no es razonable, ni que ella haya sido la razón por la que Andy terminó con su matrimonio y no yo. De alguna manera, siempre estaré en deuda con ella.
—Va a seguir llamando sin parar. Es mejor dejar que se saque las ganas. ¿Me cuidas el bolso, por favor? —Me levanto del taburete y me dirijo al fondo del pub, cerca de los baños, donde hay menos ruido—. Hola, Louise.
—Es la tercera vez que llamo —exclama con voz brusca—. Deberías tener el teléfono prendido. Nunca se sabe lo que puede pasar.
La presión en mi pecho se intensifica. Respira, me digo a mí misma.
—Lo tenía prendido...
—Bueno, ya no importa. No tengo tiempo para enseñarte a ser una buena madre. Estoy segura de que se han olvidado, pero el sábado es la obra de teatro de Bella. Me pidió que los llamara y me asegurara de que Andrew vendrá.
Mierda. Me había olvidado por completo.
—Por supuesto que no nos hemos olvidado —miento—. Tenemos muchas ganas de ir.
—Es a las siete. Pero tendrán que estar un poco antes si quieren conseguir buenos asientos.
—Perfecto. Estaremos ahí un rato antes.
—Min y yo planeamos llevarlos después a The Coal Shed para celebrar —agrega Louise—. Una invitación especial, ya que es su primer gran papel.
Menos mal que no tenía dinero. The Coal Shed es uno de los restaurantes más caros de Brighton. Louise se lo pasa torturando a Andy para que le aumente la cuota alimentaria de los chicos, a pesar de que ella trabaja a tiempo completo. Parece creer que a nosotros nos sobra. La única razón por la que podemos darnos el lujo de tener dos casas es porque yo ya tenía el apartamento de Fulham mucho antes de conocerlo a Andy. Jamás podríamos costearlo ahora. Y la casa de Brighton está hipotecada al máximo. Andy gana un buen sueldo como presentador de Las noticias de la tarde de INN, pero no es la cantidad de dinero que Louise parece creer. Después de todo, estamos hablando del cable. Con el dinero que le da para ella y los niños, se queda casi con dos tercios del salario de Andy.
De pronto me doy cuenta de que es el fin de semana de Andy con sus hijos. Nada me gustaría más que un fin de semana a solas con Andy y Kit, pero él se pondría muy molesto y me culparía a mí.
—Lo siento, Louise, pero este fin de semana nos toca a nosotros —respondo con cortesía—. Creo que Andy ya hizo planes para llevarlos a cenar afuera.
—Bueno, ¿los puede cambiar, no?
—Hace dos semanas que no los ve —le recuerdo—. Quiere pasar tiempo con ellos.
—¿Y a ti que te importa? Ni siquiera son tus hijos —grita Louise, abandonando toda pretensión de buena educación—. Bella es mi hija. ¡Yo soy la que tengo que llevarla a cenar afuera en su gran noche! Si no fuera por ti, la pasaría con sus dos padres.
—Louise, por favor...
—Llamaré a Andrew. Tendría que haber hablado con él en primer lugar. No sé en qué estaba pensando. Necesito hablar con el dueño del circo, no con el mono.
—Pues hazlo —replico y corto la conversación.
Tengo el estómago revuelto y un sabor ácido en la garganta. Ya es bastante malo tener que lidiar con Tina en el trabajo, pero al menos puedo mantenerla fuera de mi vida privada. Sin embargo, no hay manera de escapar de la ex de Andy. Han pasado más de cuatro años desde que se separaron, pero Louise no da señales de seguir adelante con su vida. En todo caso, está empeorando. Los comentarios maliciosos, los juegos mentales, la manera en que envenena a Bella y a Tolly en mi contra, todo el tiempo haciendo sentir culpable a Andy... solo tiene que chasquear los dedos para que él aparezca corriendo. Y después están los llamados. A veces solloza en la línea y me ruega que deje que él “vuelva a casa” con ella; otras veces grita y me maltrata hasta que soy yo la que se echa a llorar y corta el teléfono. Es muy inteligente y solo me llama cuando sabe que Andy está en la oficina o fuera de la ciudad por trabajo. Sabe que yo no le voy a contar nada, porque quedaría como una perra celosa.
Y lo peor es que se hace la buenita. El otro día, Andy incluso comentó lo bien que nos llevamos las dos. Después de todo lo que le hizo a él, a nosotros, todavía no tiene idea de quién es ella realmente.
Descubro con sorpresa que de pronto tengo la vista nublada. Estoy tan cansada de esta lucha constante, de las incesantes batallas por el dinero y los chicos. Si hubiera tenido alguna idea de que esto iba a ser así, lo habría pensado dos veces antes de aceptar casarme con Andy.
No, no lo habría hecho. Sería capaz de caminar sobre brasas calientes por mi marido. Louise es una jodida, pero no voy a dejar que me afecte. Estoy cansada, eso es todo. Tomo mi bolso, busco un billete de veinte y lo dejo sobre el bar.
—Lo siento mucho, Angie. Me tengo que ir. Louise tiene ganas de pelear y yo me había olvidado por completo de que este sábado es la obra escolar de Bella. Voy a tener que trabajar esta noche o nunca lograré hacer todo para el lunes.
—No te preocupes —dice ella y se encoge de hombros—. Te entiendo. Nos vemos la semana que viene, ¿te parece?
Le doy un beso en la mejilla.
—Eres un verdadero sol.
—Lo sé. —Sonríe—. ¿Ves esa linda chica vestida de verde junto a la ventana? Me ha estado mirando desde que llegué. Me estás haciendo un favor.
Angie me sopla un beso y yo avanzo entre la multitud de gente y salgo a la calle. Ni siquiera he dado diez pasos cuando mi teléfono vuelve a sonar.
—Andy, lo siento —suspiro—. No debería haberle cortado a Louise. Había tanto ruido en el pub... pensé que sería más fácil...
—¿Dónde diablos estás?
—Caminando hacia la estación del metro. Llegaré a casa en treinta minutos...
—Se suponía que recogerías a Kit a las cinco —responde Andy con tono cortante.
Me detengo en la calle.
—Dijiste que tú lo buscarías.
—Dije que lo intentaría —aclara con voz seca—. Quedamos en que tú lo recogerías si no volvíamos a hablar, ¿recuerdas? Y te dejé un mensaje de voz diciéndote que no iba a llegar. ¿No escuchas los mensajes?
—Ay Dios, lo siento mucho...
—Estaba en medio de una entrevista cuando me llamó la chica que lo cuida. Vamos a tener que volver a grabar todo de nuevo. Dice Greta que esta mañana te recordó que debías ser puntual porque ella tenía una clase por la tarde.
—¿Kit aún está con ella?
—Le pedí a Lili que lo buscara. Se quedará con ella y los mellizos hasta que llegues a casa.
Mientras detengo un taxi, me siento la peor madre del mundo.
—Perdóname, Andy. Tendría que haber revisado el teléfono. Honestamente pensé que tú...
—No es a mí a quien debes pedir perdón. Dice Greta que no podrá seguir cuidándolo si no somos puntuales para recogerlo —agrega, y escucho que alguien en el fondo lo llama por su nombre—. Mira, tengo que cortar y volver a hacer la entrevista. Tendrás que hablarlo con Greta. Y si decide no seguir cuidándolo, tendrás que conseguir a otra persona.
Me subo al taxi, le doy la dirección de mi casa al conductor y me quedo mirando con fijeza por la ventana, mientras el vehículo toma por King’s Road. Andy no mencionó que esto jamás habría sucedido en tiempos de Louise, por más caótica que hubiera sido su semana, pero no necesitaba hacerlo. Los dos sabíamos que eso era lo que estaba pensando.
CAPÍTULO 4
Louise
—¿LE HICISTE ACORDAR A PAPÁ de lo de mañana, no? —me pregunta Bella. Pongo el plato de espaguetis frente a Tolly y le alcanzo un pan tostado con queso a Bella. Hasta que cobre mi sueldo a fin de mes, es esto o frijoles horneados.
—Ya te dije, cariño. Tu papá estará afuera todo el día haciendo una nota. Lo llamé, pero me respondió el buzón de voz. Así que le dejé un mensaje y le avisé a su secretaria.
Bella se deja caer en una silla de la cocina y arrastra las mangas largas de su suéter negro a través del plato mientras empuja la comida con recelo. No la culpo por ser tan desconfiada: ningún queso puede ser tan amarillo.
—¿Hay salsa inglesa?
Le paso la botella.
—Tienes que llamarla a Caz y decirle que le haga acordar —agrega y cubre la comida con la salsa—. Si no, se va a olvidar.
—Hablé con ella ayer y se lo recordé. Papá no se va a olvidar, cariño.
—¿Y te dijo que vendrían?
—Me lo prometió.
Bella me fusila con su mirada.
—La trataste bien, ¿no, mamá?
Vacilo. Soy educada con Caz cuando tengo que serlo, pero Andrew y yo somos los que arreglamos las visitas de fin de semana de los chicos. Haber levantado el teléfono voluntariamente para pedirle a ella que se asegure de que el padre de mi hija no se olvide de la obra de teatro escolar me despertó sentimientos oscuros que pensé que ya tenía superados. Tal vez no fui tan amable como debería haberlo sido.
—Por supuesto —respondo.
—¿Por qué no la llamas de nuevo ahora? ¿Solo para estar seguras?
—Claro que sí. —Desconecto mi teléfono móvil del cargador sobre la mesada—. Asegúrate de que Tolly coma las salchichas y los espaguetis. Volveré en un minuto—. Salgo de la casa y me dirijo al huerto, donde puedo estar segura de que nadie me escuchará; camino de un lado a otro entre los frijoles anchos con el teléfono en la mano. Cada llamada a Caz la siento como una capitulación, como si cediera una parte del precioso terreno familiar, una vez más. Pedirle su cooperación legitima su papel en la crianza de mis hijos. Pero Bella necesita que su padre esté presente en la obra. Nuestro divorcio la sorprendió en su peor momento, en plena adolescencia; todas sus relaciones futuras con los hombres seguirán el modelo establecido por su relación con su papá. Y no quiero que crezca buscando atención y con carencias porque él le falló.
Mis uñas dejan medialunas en las palmas de mis manos. Esta mujer ni siquiera conoció a mi hija durante sus primeros doce años de vida. Destruyó la familia de mi hijo antes de que él pronunciara su primera palabra. Y, sin embargo, ahora tiene un reclamo legítimo sobre ellos, una mitad de sus preciosas y cambiantes infancias. He aceptado el hecho de que ella se haya quedado con mi marido, pero la idea de que haga de madre de mis hijos me golpea en mi punto más débil. Busco el número y, para mi alivio, la llamada se desvía directamente al buzón de voz. Corto sin dejar mensaje. Todavía estoy furiosa porque será ella quien celebre la gran noche de mi hija, pero me recuerdo con firmeza que esto no se trata de mí. Andrew estará allí con Bella, y eso es todo lo que importa.
Cuando regreso a la cocina, Bella se ha ido para arriba y ha dejado su plato con el pan tostado con queso intacto sobre la mesa. Tolly se arrastra por el suelo, mientras trata de darle sus salchichas a Bagpuss.
—Déjalo en paz —lo regaño. Rescato al gato y lo deposito sobre el viejo sillón cubierto de pelos junto a la puerta trasera—. Se va a enfermar si come eso.
—Yo me voy a enfermar si como eso —responde Tolly.
—Es un hot dog, no son salchichas. A ti te gustan los hot dogs.
—No, no me gustan. Parecen pitos.
—¡Bartholomew!
Tolly emite una risita nerviosa y se tapa la boca con sus manos rollizas y con hoyuelos, típicas de los primeros años de vida; sus ojos castaños brillan traviesos. Trato de no reírme, pero es imposible. Él se pone de pie y se lanza sobre mí a toda velocidad. Caemos hacia atrás en el sillón, riendo, y Bagpuss se corre de un salto. Mi pequeño se acurruca en mi regazo y acaricio su mata indomable de rizos rojizos, llena de un amor abrumador por mi hijo. Tolly, mi inesperado y glorioso bebé de otoño que llegó casi en el límite, justo antes de que yo cumpliera cuarenta.
No había esperado tener otro hijo después de las complicaciones que sufrí con mi primer embarazo. Había perdido dos bebés antes de quedar embarazada de Bella, y después rompí aguas en la semana treinta y cinco. Al cabo de setenta y dos horas de contracciones incesantes y de drogas y exhortaciones a pujar, jadear, respirar, hacer un intento más, finalmente me llevaron al quirófano para una cesárea de emergencia que deberían haberme hecho dos días antes. Bella nació lo más bien, una bebé saludable de dos kilos ochocientos; ni siquiera tuvieron que llevarla a cuidados intensivos de neonatología. Pero yo había perdido mucha sangre y tanto pujo y esfuerzo me habían desgarrado por dentro. “No más bebés”, me advirtió el obstetra. Aunque tampoco había demasiadas probabilidades de que ocurriera.
Tenía una bebé hermosa y sana en mis brazos, y cada vez que me entristecía por todos los niños que nunca tendría, solo tenía que mirar esos profundos ojos azules para sentirme desbordaba de gratitud por lo que sí tenía.
Y entonces, cinco años atrás, no me vino la regla. No le presté demasiada atención en ese momento. El Post se encontraba en mitad de una reestructuración importante —o sea, despidos—, mientras intentaba competir, como cualquier otra institución de medios tradicional, con fuentes de noticias en línea, y con todo lo que estaba ocurriendo en mi vida, mis niveles de estrés estaban por las nubes. Pero al mes siguiente tampoco me vino y de pronto no podía tolerar el olor de los huevos. De la noche a la mañana, pasé de ser Olivia de Popeye a tener la silueta de Jessica Rabbit. Me habían arrojado una cuerda salvavidas milagrosa, justo en el momento en que pensaba que me había ahogado.
Supe desde un principio que las posibilidades de un embarazo exitoso estaban en mi contra. Mi edad y mis antecedentes no eran un buen augurio. Cuando llevaba diez semanas, empecé con pérdidas. Mi obstetra insistió en que dejara de trabajar e hiciera todo el reposo posible. Dejar el Post había sido un riesgo, incluso por unos pocos meses, en un momento en que se estaban recortando muchos puestos y ávidos jóvenes profesionales independientes estaban dispuestos a trabajar por la mitad del salario y sin beneficios; pero no lo dudé. Lo único que importaba era el bebé. Y, de algún modo, logré mantener a Tolly a salvo. Llegué al segundo trimestre y luego al tercero. Todo iba bien. El bebé parecía sano y todos los escaneos y los estudios eran normales. Y así llegó la semana treinta y cinco, la treinta y seis y la treinta y siete.
En la semana treinta y ocho, estaba dejando a Bella en la escuela cuando me desplomé en el medio del patio. De no haber sido por la rápida intervención de otro padre, un médico que reconoció los signos de preeclampsia, es muy probable que Tolly y yo hubiéramos muerto.
No recuerdo demasiado los siguientes diez días. Tengo algunos recuerdos vagos del viaje en ambulancia al hospital, las sirenas y las luces, y de Andrew, pálido, que corría por el pasillo mientras me llevaban en camilla al quirófano y luego me tomaba la mano con tanta fuerza que pensé que me rompería los dedos. Me hicieron una cesárea de urgencia y Tolly nació bien y a salvo, pero los médicos habían tenido que luchar mucho para estabilizarme, puesto que la presión arterial se me había disparado y la sangre se negaba a coagular correctamente. En un punto, mis órganos comenzaron a fallar y los médicos les dijeron a mis padres y a Andrew que se prepararan para lo peor. Andrew hasta la llevó a Bella para que se despidiera. No puedo imaginar lo que habrá sido para ella, una niña de doce años frente a la posibilidad de perder a su madre.
Lo primero que vi cuando recuperé la conciencia fue el rostro de Andrew. Estaba completamente dormido en la silla junto a mí, con la cabeza apoyada sobre su suéter que hacía las veces de almohada. Todavía me sostenía la mano, como si nunca la hubiera soltado. Estaba demacrado y con el cutis gris, como si le hubieran pasado diez años desde la última vez que lo había visto.
Abrió los ojos cuando me moví.
—¿Louise?
Si alguna vez había tenido alguna duda de que me amara, desapareció en ese instante. Lo había visto llorar solo dos veces: cuando murió su madre y cuando nació nuestra hija.
—No trates de hablar —me advirtió con ansiedad. Se puso de pie de un salto, sirvió un vaso de agua de la jarra junto a la cama y lo llevó a mis labios—. Tuvieron que intubarte. Te va a doler la garganta por un tiempo.
—¿El bebé...?
—Está perfecto. Está en casa con Min. Lo ha estado cuidando mientras yo estuve aquí contigo. —Se sentó en la cama a mi lado y me tomó la mano otra vez, con cuidado de no tocar la sonda que tenía colocada en el dorso—. Pensé que te había perdido —confesó con voz ronca por la emoción—. Mi Dios, Lou, no vuelvas a hacerme esto nunca más. No podría soportar perderte. Te amo tanto.
La habitación se había llenado repentinamente de médicos que verificaban mi historia médica, los monitores y los tubos intravenosos, hacían ajustes y escribían en sus iPads con el ceño fruncido por la concentración. Yo me había reclinado contra las almohadas, mientras ellos iban de un lado a otro a mi alrededor y sonreían con agotamiento cuando Andrew me besaba la parte posterior de los dedos. Nuestro hijo estaba a salvo. Nuestros hijos no tendrían que crecer sin una madre. Nuestra familia había sobrevivido y lo que habíamos pasado juntos nos haría más fuertes que nunca. Todo iba a estar bien.
Una semana después, Andrew me dejó.
CAPÍTULO 5
Caz
MI TACÓN DERECHO SE PARTE cuando salgo de la escalera mecánica en Sloane Square. Me voy hacia adelante y agito los brazos mientras trato de mantener el equilibro.
—¡Mierda!
La marea de viajeros no muestra ninguna compasión. Me hago a un lado con dificultad para evitar que me pasen por encima, apoyo una palma contra la pared y doblo la rodilla para mirar el tacón. Está totalmente jodido. Aunque hubiera una zapatería cerca, que no la hay, y tuviera tiempo para esperar a que lo arreglaran, que no lo tengo, el tacón no se despegó, se partió por la mitad. No hay forma de arreglarlo. Son mis zapatos cómodos de M&S, con los que de hecho puedo caminar. Ahora voy a tener que pasarme el resto del día tambaleándome con mis tacones aguja de diez centímetros que guardo en la oficina para los eventos nocturnos con Andy.
Me vuelvo a colgar el bolso del hombro y avanzo a los tropiezos por King’s Road. Ni siquiera he tomado el primer café y mi día ya es un desastre. Primero la invitación, que alguien dejó caer en el felpudo esta mañana como una enorme montaña de mierda, y ahora esto.
Maldita Celia Roberts. Probablemente me echó alguna especie de maleficio vudú a través de la invitación que incluyó plumas de gallina y sangre de vírgenes.
AJ me está esperando con ansiedad en la recepción. Se me pone a la par mientras deslizo mi tarjeta por el molinete de cromo de acceso y nos dirigimos a los elevadores.
—¿Dónde has estado?
De mal humor, le pego un golpe seco al botón del elevador.
—Dios santo, ni siquiera son las ocho. ¿Dónde está el incendio?
—Patrick está haciendo todo lo que puede para contenerlo. Te enterarás cuando llegues a la sala de conferencias.
—No estoy de humor para juegos, AJ.
—Tina Murdoch está aquí.
Levanto los ojos de golpe.
—Es broma. La reunión con el cliente es la semana próxima.
—Tina la adelantó. —Baja la mirada hacia mi zapato—. ¿Qué te pasó?
—¿No lees Vogue? Los tacones desiguales serán el hit de la próxima temporada. No creerías las influencias que tuve que tocar para conseguir estos.
—¿En serio?
Amo a AJ, aunque nunca tuvo muchas luces. Pero esta mañana se lo ve más distraído de lo habitual, y de pronto advierto que tiene los ojos sospechosamente irritados.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—Sí, claro —se apresura a responder.
—AJ...
—Wayne y yo discutimos un poco. Nada importante en realidad. Desacuerdos de pareja. Vamos, será mejor que nos demos prisa. Patrick nos está esperando.
Arriba, la oficina tiene el aire desierto del Mary Celeste. Todo el mundo está ya reunido en la sala de conferencias vidriada al otro lado del patio interno. Patrick me ve mientras me estoy cambiando los zapatos en el escritorio y me hace un gesto para que me una a ellos. Odio las oficinas abiertas.
AJ deposita una carpeta en mis manos y nos apresuramos a entrar en la sala de conferencias. Cuando Patrick me asignó esta campaña, nunca se me ocurrió que terminaría trabajando para Tina. Varios años atrás, cuando ella todavía pertenecía a Whitefish, estuvo a punto de hundir mi carrera. Yo era subgerente de marca para Tetrotek, un cliente grande, y habíamos trabajado meses con una nueva presentación para ellos. Dos días antes de nuestra presentación, una agencia publicitaria rival, JMVD, hizo una presentación prácticamente calcada de la nuestra, palabra por palabra. Se dio por hecho que nosotros éramos los plagiadores, así que Tetrotek se quedó con JMVD y hubo una investigación interna en Whitefish para encontrar el origen de la filtración.
Yo había sido vista almorzando con un director de negocios de JMVD dos veces el mes anterior; almuerzos a los que Tina me había pedido personalmente que asistiera, y que después negó haber hecho. Me tendió una trampa a propósito para que la culpa recayera sobre mí y así vengarse porque se había enterado de mi relación con Andy. Patrick estuvo a punto de despedirme, y me llevó mucho tiempo y esfuerzo recuperar mi reputación y su respeto.
—Ok, Caz —declara Patrick mientras yo tomo asiento—. ¿Por qué no empiezas por darnos un panorama general de la situación actual de la campaña?
—Bueno, todavía es temprano —balbuceo. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con el equipo creativo. Vuelvo la mirada hacia Nolan Casey, nuestro director creativo, en busca de ayuda, pero él está deliberadamente mirando para otro lado—. Una vez que tengamos una idea más clara de qué es lo que Univest quiere...
—Pero tú eres la directora de cuentas —me interrumpe Tina con tono suave—. Tu deber es decirme qué quiero.
Es suficiente.
—Como todos saben, Univest ha marcado unos cuantos goles en contra últimamente —comienzo con voz clara y nítida—. El asunto con los talleres clandestinos en India captó mucha atención de los medios. Y después, el escándalo con el champú sin parabenos y la retirada del suavizante de ropa orgánico...
—Todo eso fue antes de que yo me convirtiera en directora de marketing, por supuesto —aclara Tina irritada.
—Lo que hay que hacer ahora —prosigo— es restablecer la confianza. Cuando JMVD tenía la cuenta, su política era ignorar estos desastres de RR. PP. y enfocarse en la calidad de las marcas, pero creo que era un error. Deberíamos reconocer el elefante en la habitación, disculparnos y seguir adelante.
—¿Disculparnos?
Patrick le hace un gesto a Tina para que se calme.
—Déjala terminar.
AJ me da un codazo y abro la carpeta que me dio. Tomo una serie de gráficos y diagramas circulares brillantes y los apoyo sobre la extensa mesa de haya. No tengo ni idea de qué se supone que deben mostrar, ya que no he tenido tiempo de leerlos, pero nadie los mira, nunca lo hacen.
—No son el único conglomerado que ha quedado atrapado en un linchamiento digital como este. Pero cuanto más lo ignoren, peor será el problema —digo y doy un golpecito a los gráficos, como si todo estuviera allí frente a nosotros—. Después de que Barclay se disculpó con sus clientes por el papel que había desempeñado en el escándalo de la manipulación de la tasa Libor, la cuestión se esfumó. Toyota, Goldman Sachs, hasta Facebook, todos han usado la disculpa corporativa como una manera de resolver problemas de marca y todos se han recuperado con rapidez.
—No estoy de acuerdo —opina Tina—. Si nos disculpamos, lo único que haremos es enfocar la atención en el tema y darle permanencia. Nuestras marcas son líderes. Tenemos que enfocarnos en las fortalezas y dejar que estas distracciones desaparezcan por sí solas.
¿Cómo es posible que esta mujer haya terminado al frente de la división de marketing de una de las compañías internacionales más grandes del país? Sería incapaz de reconocer una tendencia de mercado aunque le explotara en su tonta cara confabuladora.
—Ya no existen marcas líderes —retruco con sequedad—. Tus clientes se están muriendo y la próxima generación no conoce la lealtad de marca. Las redes sociales han modificado el panorama. La era en que un medio específico dominaba un único tema se terminó. Las marcas necesitan sostener una conversación con sus clientes 24/7 para ganar su lealtad. Y el cimiento de toda relación es la honestidad.
Le sostengo la mirada, como desafiándola a contradecirme. Las dos sabemos que no estamos hablando de publicidad.
—Por esto mismo convoqué a Caz —interviene Patrick—. Tú y yo somos de otra generación, Tina. Tenemos que pensar como piensan estos chicos.
Ella se pone roja y creo que AJ está a punto de ahogarse con su café helado con caramelo. Durante la próxima hora y media la conversación gira en círculos, pero Tina está en el lado perdedor y lo sabe perfectamente. Desafiar su importancia para la próxima generación fue una movida inteligente de Patrick. Hay una razón por la que él es el CEO, aunque a los cincuenta es una curiosidad arqueológica en el mundo de la publicidad. Conoce a las personas, y de esto se trata este juego.
Pero mi victoria es pírrica. Puedo haber ganado la batalla, pero todavía tengo que trabajar con Tina. Va a cuestionarme con uñas y dientes cada presentación que haga, por principio. Los próximos seis meses de mi vida serán una pesadilla. De solo pensarlo me duele la cabeza.
Patrick acompaña a Tina hasta el elevador. Yo busco dos cápsulas de paracetamol en mi escritorio y me las tomo sin agua. Luego voy al baño y me encierro en un cubículo. Amo mi trabajo; he trabajado mucho para llegar adonde estoy. Empecé en esta agencia hace cinco años, sin saber prácticamente nada de publicidad, ya que había pasado los primeros tres años de mi carrera en RR. PP. Pero escuché y aprendí; durante los primeros dos años trabajé dieciséis horas por día los siete días de la semana y no me tomé vacaciones. Servir a los clientes es un trabajo muy exigente; los jefes de las agencias quieren facturar más; los creativos quieren más tiempo, aprobaciones rápidas y cambios mínimos; los clientes quieren todo ayer. A pesar del fiasco de Tetrotek, Patrick me ha confiado alguno de los clientes más importantes de la compañía. Me niego a permitir que Tina Murdoch sabotee todo lo que he conseguido con tanto esfuerzo.
Abro la puerta del cubículo y me sobresalto cuando la veo apoyada contra los lavabos, esperándome.
—¿Qué quieres? —le pregunto con frialdad.
—Te quiero fuera de esta cuenta.
Abro el grifo.
—Eso no va a suceder. Ya escuchaste a Patrick. Quiere que me ocupe de esto.
Se estira hacia adelante y cierra el grifo.
—Podrás tener a Patrick comiendo de tu mano, pero no me engañas. Aléjate de esta cuenta o lo lamentarás.
Me inclino sobre el lavabo mientras Tina se marcha del baño con un portazo. El corazón me late con fuerza. Practico la respiración que me enseñó mi terapista para tratar de calmarme. No debo dejar que Tina me altere. Sé lo que estoy haciendo y soy buena en lo que hago. Puedo manejarlo.
Mi pulso finalmente se desacelera, me enderezo y aparto el cabello de mi rostro. AJ está esperándome afuera del baño cuando salgo, y decido mentalmente que la semana que viene me haré el tiempo para llegar al fondo de lo que le está pasando. Es el hombre más leal que conocí, y se merece un poco de amabilidad. No podría competir mano a mano con Tina Murdoch si no tuviera a AJ para cuidarme la espalda.
—¿Y? —pregunta, mientras yo me dirijo con paso enérgico a mi escritorio—. ¿Tienes algún plan?
Siempre tengo un plan.