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¿ESTÁS BUSCANDO UN AMOR? Nosotros lo hacemos posible. Cuando una farmacia que afirma vender amor abre las puertas en un barrio residencial, pronto se levanta la curiosidad y la sospecha entre los vecinos. Pero debe haber un secreto en la "poción de amor" que venden sino ¿cómo se explica que la hermosa farmacéutica esté casada con un hombre tan feo que parece salido de un cuadro de Fernando Botero? Mientras seguimos las repercusiones de la inauguración de la farmacia y la llegada de los primeros clientes, conoceremos a los peculiares personajes: un casamentero que piensa que el trabajo no tiene nada que ver con el amor, un empleado público que busca esposa para complacer a sus padres y un chico enamorado de la madre de su novia. La farmacia del amor de la familia Botero reflexiona sobre las expectativas que ponemos en las relaciones, la complejidad de los lazos que formamos a lo largo de la vida y lo que puede suceder si usamos al amor como remedio.
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Seitenzahl: 418
Veröffentlichungsjahr: 2025
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En la pequeña farmacia de la familia Botero, el amor es el ingrediente principal. Cada botella contiene más que simples remedios: son fórmulas que curan el corazón y prometen resolver cualquier problema sentimental.
Al fin y al cabo, aunque no se puede medir en gotas o gramos, no hay mejor medicina que una dosis diaria de amor.
¿ESTÁS BUSCANDO UN AMOR?
Nosotros lo hacemos posible.
Cuando una farmacia que afirma vender amor abre las puertas en un barrio residencial, pronto se levanta la curiosidad y la sospecha entre los vecinos. Pero debe haber un secreto en la “poción de amor” que venden sino ¿cómo se explica que la hermosa farmacéutica esté casada con un hombre tan feo que parece salido de un cuadro de Fernando Botero?
Mientras seguimos las repercusiones de la inauguración de la farmacia y la llegada de los primeros clientes, conoceremos a los peculiares personajes: un casamentero que piensa que el trabajo no tiene nada que ver con el amor, un empleado público que busca esposa para complacer a sus padres y un chico enamorado de la madre de su novia.
La farmacia del amor de la familia Botero reflexiona sobre las expectativas que ponemos en las relaciones, la complejidad de los lazos que formamos a lo largo de la vida y lo que puede suceder si usamos al amor como remedio.
이선영 Lee Sun-Young
Nació en Seúl. Se graduó en escritura creativa en la Universidad de Hanyang y tiene una maestría por la Universidad de Dankook. Es autora de varios libros exitosos en Corea del Sur, entre ellos, Mil años de silencio (천년의 침묵), una novela ambientada en la Antigua Grecia por la que ganó el premio Korea New Wave.
Es considerada una de las mejores escritoras contemporáneas de su país y su obra transita entre los más diversos géneros.
Foto de la autora: © Lee Sun-Young
Nota
Los personajes, sucesos, escenarios, etc. de esta novela son completamente ficcionales y no tienen ninguna relación con la realidad.
«No hay otro remedio para el amor que amar más».
Henry David Thoreau
Una farmacia metida en medio de una zona residencial antigua puede parecer, un poco, un sinsentido. Acentuado, todavía más, por la completa ausencia a su alrededor de los centros de salud hoy tan comunes en todos lados. Pero podemos decir que su nombre es aceptable por lo franco y lineal de su denominación: Farmacia Amor.
Un depósito de unos sesenta metros cuadrados. Había sido construido hace ya muchos años para ser alquilado a un distribuidor de productos alimenticios. Como renta, ellos recibían dos millones de wones a modo de garantía y trescientos mil wones de alquiler mensual. Después, cambiaron dos o tres veces de inquilino –siempre del mismo rubro– y, a la larga, el galpón fue usado hasta el último rincón y el lugar terminó hecho un asco. Este depósito es el que se remodeló para montar la farmacia.
Al salir de la zona residencial y del mercado tradicional, luego de atravesar la avenida de ocho carriles, se encuentra el casco urbano claramente delimitado. Allí, edificios de gran altura se elevan en hilera y, frente a ellos, un edificio con centros de salud y farmacias en todos sus pisos. La zona que conecta el casco antiguo de casas residenciales con el casco urbano es la de la calle Amor de la avenida Infinito.
–Quién ignora que ese es un buen lugar. La cosa es cómo se mantiene entre la garantía, el depósito y, además de eso, el alquiler de millones de wones al mes. No, esto es justo lo que necesitamos. En el sótano, el laboratorio. Y en la planta baja, el lugar de ventas.
Mientras decía esto, el rostro de la señora Han dibujaba una sonrisa de satisfacción. Dentro de esa sonrisa yacía la confianza plena en que Hyoseon se sumaría al proyecto. Pero por más que las cosas fueran como sostenía ella, ¿qué era esto de abrir una farmacia con la refacción de una vetusta propiedad de cuarenta a cincuenta años de antigüedad? Hyoseon sacudía la cabeza de un lado a otro en señal de desaprobación.
Y será por el entusiasmo de la señora Han, pero su papá se veía también todo emocionado. Al ser un caballero tan tosco y quedado, no hacía nunca ningún tipo de demostración, pero, sin embargo, uno podía saber lo que le pasaba al observar el brillo rozagante de sus cachetes –regordetes como nalgas de bebé– bajo sus gafas de carey. Tal vez esto fuera algo que el papá anhelaba más que ella. Lo único que ella hizo fue darle grandes empujoncitos a su rezagado y lento padre.
La farmacia ya había terminado de ser remodelada y, digamos, empezaba a lucir digna. Hyoseon pasaba por la puerta de vidrio a la vuelta del trabajo cuando justo fue interceptada por la señora Han, que limpiaba el piso con los brazos arremangados. Al atravesar la puerta corrediza, le lanzó un trapo y ordenó a Hyoseon que limpiara los estantes.
–¡No tenemos más que esto en donde depositar nuestra confianza!
La señora Han llevaba una expresión solemne en el rostro como si se encontrara en medio del montaje de un escuadrón secreto.
–¿Esto de verdad te parece que va a funcionar?
–Por supuesto. Solo falta que te sumes y será un éxito garantizado.
Quién sabe de dónde sacaría esa confianza.
–¿Yo, por qué?
–En pos de la economía de nuestro hogar, claro.
¿Nuestro? ¿Desde cuándo para ella esta familia estuvo involucrada con el nosotros?
De la boca de Hyoseon se escapó un resoplido con un «ay, Dios» mientras suspiraba.
–¿Y qué carajos quieres de mí?
–Lo que digo es que aprovechemos y le saquemos el jugo a tu diploma.
Como decía la señora Han, Hyoseon se había recibido de musicoterapeuta. Trabajaba en un centro de salud público con un contrato temporal de un año. Porque, a pesar de haber elegido una carrera que suponía un futuro promisorio, la realidad de un contrato fijo era muy remota. Con cada encuentro frente a un paciente, Hyoseon se enfrentaba a sus secretas heridas personales, lo que le solía provocar muchas reflexiones acerca de esta ocupación. Aprendió que el tratamiento psicoterapéutico comenzaba por admitir las heridas propias. Quizá era ella quien realmente debía recibir tal tratamiento. La empatía de una persona sana por las dolencias de un enfermo es tan difícil como pasar un camello por el ojo de una aguja. Y, entonces, desde ese punto de vista, ¿podríamos decir que Hyoseon fuera algo así como un camello que atravesó el ojo de una aguja?
Sea como fuere, descreía de las palabras de la señora Han, eso de sacarle el jugo al diploma de musicoterapeuta y utilizarlo para gestionar la farmacia. Pero por más que entrase en una trifulca de palabras terminaría en el mismo disco repetido de siempre. Hyoseon finalizó el trapeado así nomás y se dirigió directo al sótano que tan rimbombantemente había sido nombrado como Laboratorio Amor por la señora Han.
Desde la época en que Hyoseon era todavía una mocosa, el sótano ya había sido el laboratorio de su papá. Esta casa la compraron junto con la señora Han cuando se casaron, como se dice ahora, de romperse y juntar hasta lo último del alma. Dicen que en aquel tiempo, la casa ya tendría unos quince o dieciséis años de construida, así que los cálculos nos llevan a que debería de tener, aproximadamente, unos cincuenta años de antigüedad. Y, en ese entonces, en las casas de estilo occidental de la época, era imprescindible disponer de una sala de calderas donde se almacenaran las briquetas de carbón. Así que, al continuar por la planta baja uno podía bajar unos escalones y encontrar el sótano, de algo más de sesenta metros cuadrados. Luego de deshacerse de toda la acumulación en ese depósito de briquetas –antes repleto de un sinfín de artículos de todo tipo–, este espacio se convirtió naturalmente en el territorio del papá. Del mismo modo que el altillo era el espacio de Hyoseon y la planta baja, la residencia de la señora Han. En la familia, así como sucedía con la vivienda, nada se mezclaba; así como el aceite que flota sobre el agua.
Cada vez que Hyoseon veía a su papá y a la señora Han juntos, se le venían a la mente los personajes mitológicos de Afrodita y Hefesto. Hefesto era un afortunado dios que tuvo la suerte de poseer a Afrodita, diosa de la belleza. Él no tenía ni el semblante ni la presencia, pero, aun así, había sido nombrado Dios de los Herreros gracias a su especial destreza manual. A diferencia de Hefesto, que se aisló del mundo y se enfrascó en su propio trabajo, Afrodita era una descarriada. Quizá la historia de La bella y la bestia también se haya inspirado en este mito como idea base, quién sabe. Estas no eran más que puras ideas de Hyoseon. ¿A partir de qué proceso habrá terminado una mujer bella como ella por unirse a su papá, la Bestia? ¿Con qué artificio esta bestia habrá conquistado a aquella bella mujer?
Sin duda, a juzgar por edad y apariencia, debió de haber sido amor a primera vista, del papá por la señora Han. Ella suele arremeter contra el pasado de la pareja con el uso de la difusa e inquietante palabra «Yaro». Esta palabra, que suena como al acecho de una conspiración, por lo perturbadora y oscura, de seguro tuvo una influencia –no menor– en el nacimiento de Hyoseon.
Su padre, que ya pisaba los sesenta años, se había salteado toda la elegante mediana edad para deteriorarse sin escalas y tomar un inconfundible aspecto de abuelo. Y, aunque culpemos la escasa cabellera y su barriga entrada en carnes a la edad, ya desde su juventud estuvieron presentes tanto esos ojos rasgados dignos de hacer huir y dejar en llantos a un ojal, como el tabique nasal profundamente hundido y sus labios gruesos.
A la confianza infundada en la propia apariencia, de la que sufren algunos hombres, se la llama síndrome crónico masculino de príncipe, esto era algo de lo que el papá de Hyoseon se encontraba excluido. «Pero si Hyoseon no se parece en nada a mí» era la frase preferida de entre todos los elogios que su papá le hacía. «¿Cómo que no se parecen?, si es tu calco», acotaba la señora Han para arruinar el momento.
Para Hyoseon era un cincuenta y cincuenta. De chica, ella y su papá sí eran dos gotas de agua; sin embargo, gradualmente con los años la cosa comenzó a ladear para el lado de la señora Han. «El dicho tradicional dice que los vástagos de un noble (yangban) siempre superarán al padre». Al bajar al sótano vio de espaldas a su papá que apoyaba el trasero sobre el taburete. Normalmente, el papá de Hyoseon era callado y aquella frase, soltada así de repente, tenía un sentido profundo. Eran palabras que no coincidían con los valores que él compartía –un ser que toda la vida se consideró a sí mismo, por sobre todas las cosas, un científico–. Es por esa razón que sonaba a testimonio de amor. Como dicen por ahí, incluso un erizo considera hermosa a su propia cría.
Hoy, sus hombros estrechos parecían estar un tanto más caídos que de costumbre. Debía haber sentido la presencia de otro ser en el lugar, pero su papá no se inmutó. Había sido profesor de Biología y, desde que dejó el trabajo en el colegio, se puso a enseñar matemáticas y ciencias a estudiantes de primaria y secundaria en un instituto de apoyo escolar. La mayor parte de sus ingresos se destinaban a los fondos de investigación, así que se podría afirmar que fue la señora Han –que es farmacéutica– la que mantuvo el hogar. A pesar de todo, el papá, al que la edad ya lo vencía, había sido despedido del instituto hacía unos años. Y para colmo de males, en la gran farmacia donde la mujer trabajaba habían reducido el personal, así que ella había quedado desempleada desde hacía ya algunos meses, también. Aduciendo que estaba harta de enviar currículums a farmacias, declaró que abriría su propio local. «No como pharmacy, sino como drugstore».
A decir verdad, esa investigación en la que estaba absorto su padre arrastraba las críticas de la señora Han desde hacía ya largo rato. «¡A la mierda con esa maldita investigación interminable que no da ni un centavo!» era una de las frases del repertorio que suele refunfuñar la mujer.
Afortunadamente, el laboratorio no estaba envuelto en un velo de secretos ni se trataba de una fortaleza impenetrable. Aunque se tratara del bastión del papá de Hyoseon, no fue un territorio prohibido para ella, por lo que de pequeña solía frecuentarlo a menudo. Para aquella niña, el laboratorio era un espacio de fantasía que alimentaba su imaginación. Un lugar donde parecía que unos ojos de ranas de cientos de años podían juntarse con las cejas blancas de un tigre y unirse a una energía misteriosa para desplegar un mundo mágico. Hyoseon alguna vez pensó también si su papá, en vez de biólogo, no sería químico. Y estaba y no estaba en lo cierto. La especialidad del papá era la Bioquímica. Para hablar sin saber sabiendo, es la disciplina donde la Biología y la Química entran en contacto.
Sea como fuere, sin importar ese tipo de cuestiones, en la época en que Hyoseon iba y venía del laboratorio, absorbía las cosas así tal cual las veía debido a su edad. Mundos de magia y fantasía podían hilvanarse con el paisaje del laboratorio lleno de elementos. Pero al llegar a la pubertad, a medida que el conflicto con la señora Han se profundizaba, el laboratorio desapareció de su atención. Después de eso, la investigación de su papá cambió en boca de la señora Han a «Yaro», una palabra que no es ni coreana ni japonesa, una palabra de origen incierto que sale de la nada. ¿Cuál será la conexión entre la investigación bioquímica –por la que el papá lo había apostado todo– y ese «Yaro»? Su papá también lo sabía, la investigación a la que había dedicado toda su vida estaba siendo vapuleada con una palabra mezquina e instigadora.
En un tiempo, la investigación había arrojado algunos breves resultados concretos. Es decir, aunque más no sea algo trivial, si nos fijamos en el pequeño número de patentes que se obtuvieron. Se habían vendido cosas con cierta utilidad, productos como repelentes de mosquitos para el verano y esponjas deshumidificadoras a modo de artículos de primera necesidad para las temporadas de lluvia. Sin embargo, su papá era muy consciente de que no se había sumergido dentro de esta investigación en reclusión solo para obtener patentes de tan triviales artículos de uso personal.
Hyoseon se acercó al papá que se encontraba absorto en ese «Yaro» tan mentado por la señora Han. Sobre una bandeja empujada hacia un recodo había una olla de alpaca y un envase de arroz instantáneo. Al parecer, esa era la cena de su papá. Para la señora Han, que siempre fue de madera para las tareas del hogar, no había mejor excusa que abrir una farmacia.
–¿Vuelves del trabajo?
Su papá se dio la vuelta. No intentó persuadirla como la mujer. Porque sabía que iba a reaccionar y oponerse si se colocaba del lado de ella. Si tuviéramos que medir el afecto que le tenía a Hyoseon, estaría bastante a la par de la señora Han. Solo que el padre no solía soltarle palabras hirientes como sí lo hacia ella. Y él, simplemente, era indiferente. Pero Hyoseon había escuchado una historia. Dicen que la señora Han había dejado a la niña al cuidado de un centro infantil apenas cumplidos sus dos años de edad. Y que, al día siguiente, su papá había ido directo a buscarla para traerla de vuelta. Será que como padres tendrían una mínima conciencia, que ninguno de los dos dijo ni mu al respecto, pero esta historia del pasado llegó a sus oídos y algo había allí.
–Papá, ¿tú me quieres decir que tu cena será nada más que arroz instantáneo? Al parecer ahora, con la excusa de la apertura de la farmacia, ya ni prepara la cena.
–Déjala en paz. Tu mamá debe de estar bastante ocupada, a las corridas de un lado a otro. Pero tú te ves un poco cansada. ¿Qué tal el trabajo, todo bien?
–Todo trabajador temporal lo pasa así, qué sé yo. El trabajo es pesado, la paga una miseria y no hay ninguna garantía de futuro.
Los pequeños ojos del papá, mientras la miraba fijamente, brillaron resplandecientes como esquirlas de cristal reflejando la luz del sol.
–De ser así, entonces, ¿por qué no piensas seriamente la propuesta de trabajo que te propone mamá?
Antes que Hyoseon pudiera replicar nada, su papá tomó rápidamente el control de la conversación. Y dio el ejemplo de cómo Hitler consiguió incitar al pueblo alemán a través de la música de Wagner, porque dicen que no hay nada mejor que la música para conmover y mover los corazones de las personas. Tomar como ejemplo a un dictador para acomodar el foco hacia la música no hacía más que mostrar las intenciones ocultas de su papá, pero decidió callarse y seguir de largo. Sus palabras tampoco estaban del todo equivocadas.
La música es también el sonido de una especie y una de las poderosas fuerzas de energía cósmica. Por eso la música puede contribuir a la creación del universo al mismo tiempo que destruir una ciudad. A su vez, posee el poder de influir en la mente y el cuerpo de un individuo. El cambio en el estado de ánimo de las personas cuando escuchan música se debe a la influencia de sustancias químicas como la serotonina, las endorfinas, la dopamina y la adrenalina liberadas por el cerebro. Y la conclusión a la que ha llegado su padre es que esas sustancias creadas a través de la música tienen profunda correlación con la energía sexual. Hyoseon lo sabe también, la música no es ajena a la investigación de su padre. Probablemente, el papá se encontraba en tentativas de persuasión como la señora Han.
Mientras conversaban le dio la espalda, sacó el portaobjetos debajo del microscopio con un set de alfileres y lo colocó sobre un pedacito de vidrio. Las puntas de los dedos de su padre exudaban delicadeza. Las células en el portaobjetos no se veían a simple vista pero seguramente se movían serpenteantes. Una vez, el papá raspó células de la boca de la pequeña Hyoseon con un hisopo de algodón. Las movedizas células se sacudían con un patrón de ondas. Para los ojos de la pequeña era algo maravilloso, pero también le dio miedo. No podía creer cómo esas cosas que parecían bichos podían estar dentro de su boca.
Su padre había querido que siguiera sus pasos y se convirtiera en bioquímica. Llegó hasta el tercer intento de examen, pero fue rechazada una y otra vez, así que no pudo seguir la carrera de Ciencias e Ingeniería que su padre tanto había anhelado. Pero él no perdía las esperanzas. Y deseó que siguiera alguna carrera corta como Ciencias Sanitarias o Especialista en Patologías Clínicas. Finalmente, Hyoseon desvió su interés hacia la música para destrozar cruelmente las expectativas de su padre. Si tomamos en cuenta también que su madre estudió Farmacia, es evidente que ella era una mutación. Aunque, por otro lado, bien podría ser una venganza por parte de ella hacia su padre y la señora Han.
–La señora Han te mandó a endulzarme los oídos, ¿no?
–¿Cómo que «señora Han» a tu mamá? ¿Cuándo vas a cambiar esa mala costumbre?
El papá tenía el ceño fruncido con arrugas profundas alrededor de sus ojos y una escarcha plateada se había posado sobre sus cejas.
–Pero si desde hace un montón la llamo así. Papá, ¿a ti qué te gustó tanto de la señora Han? ¿Lo linda que era?
–Y otra vez con lo de «señora Han». ¿Y a ti qué te gusta tanto de Seunggyu?
El contraataque de su papá es bastante fuerte. De tan solo pensar en Seunggyu, a ella le tiraba el cuello.
–Debe de ser como dices tú, papá, probablemente sea un efecto hormonal del cerebro.
La hormona del amor es similar a las sustancias que se liberan al escuchar música, como la dopamina, la feniletilamina, la oxitocina y la endorfina.
–Sí, a la larga todo termina por ser solo hormonas. El problema es que a ti te aumenta la cantidad de dopamina, pero Seunggyu no la secreta por ti. Cuando aumenta la dopamina esta le da lugar a la feniletilamina, una especie de sustancia estimulante que cuanto más alto es su nivel, tanto más te excitas. ¿Qué quiero decir con esto? Que cuando un hombre se enamora, se va encendiendo, se calienta. Porque lo acompaña un deseo sexual.
–Si es como tú dices, papá, entonces, ¿por qué Seunggyu viene a casa tan seguido?
Hyoseon también lo sabe, aunque Seunggyu vaya y venga todas las veces que quiera, nunca le ha tocado ni un pelo a ella. No le interesaba la teoría del papá sobre las hormonas, pero parecía estar de acuerdo en la conexión entre el amor y ese calor. De hecho, cada vez que lo miraba a Seunggyu, todo su cuerpo se encendía.
¿Hasta qué punto habrá llegado el amor entre papá y la señora Han?
Su padre, que solía dedicarse a enseñar terminologías celulares tales como núcleo y mitocondria o ribosoma, seguramente haya sido un solterón avejentado sin nada demasiado especial. Pero puede que las chispas que se encienden entre un hombre y una mujer no tengan nada que ver ni con las apariencias ni con la edad. Este hombre tan seguro de la composición del cuerpo humano en sus veintinueve bioelementos también era un ser con un fuerte deseo sexual y, cuando dos jóvenes se entienden, el instinto omite cualquier causalidad. Si tomamos el nacimiento de Hyoseon como resultado de aquello, entonces el amor entre ambos quedaba demostrado, pero ¿y «Yaro»? ¿Qué será? La long-long-story de la señora Han y su padre era un misterio que no terminaba de resolverse.
–¿Y te le declaraste a Seunggyu?
–¿Qué, solo valen las confesiones verbales? ¿Piensas que él no se da cuenta de que yo lo amo?
–Justamente eso es lo que hace la dopamina o la feniletilamina. Durante este momento también se producen moléculas de proteínas que activan las funciones reproductivas. Porque la hormona que promueve la ovulación, cuando se libera un óvulo de los ovarios, es de una sustancia similar. La causa del interés desemedido de los adolescentes por el sexo es, también, por esta hormona que los impulsa con toda vigorosidad…
El papá no había mencionado a Seunggyu para escuchar las preocupaciones amorosas de Hyoseon, sino que lo hizo para dar algunas vueltas antes de ir al grano.
–Bien sabes que tu papá ha investigado sustancias con efectos similares durante mucho tiempo…
Hyoseon también lo sabe bien, abrirán la farmacia para que la sustancia que su padre investigó por tanto tiempo pueda ser producida y comercializada por la señora Han. Y, como indica claramente el nombre de la farmacia, la esencia de esa sustancia es el amor.
–¿Qué caranchos es esa sustancia?, ¿un estimulante de la libido? –Su papá sacudió la cabeza lentamente.
–Besopeptina –respondió brevemente.
¿Se tratará esto de la verdadera naturaleza del «Yaro» del que habla la señora Han?
–El primer estudio fue un éxito. Por eso en su momento llamó la atención.
Fue en la época en que Hyoseon había ingresado al Departamento de Música Aplicada, y se sentía culpable por no cumplir con las expectativas de sus padres, por lo que no prestaba atención a las cosas de la casa. Aun así habían quedado algunas escenas en su memoria. Las palabras «Medical Center», tan difíciles de recordar, o cuando personas de un centro de investigación en biotecnología vinieron en busca de su papá. Entre ellos había también extranjeros con particulares colores de ojos y de pelo.
–Era una sustancia que movía la parte del cerebro relacionada al amor. Podríamos llamarlo algo así como Viagra mental, tal vez. Y pude realizar ensayos clínicos con el apoyo del Medical Center. Era una nueva droga que imbuía de estabilidad psicológica y confianza a las personas que se quejaban de ansiedad por las citas y relaciones sexuales. La besopeptina, que estimula la actividad cerebral sexual, también tenía una excelente utilidad como tratamiento para la disfunción sexual y la depresión.
–¿Pero entonces por qué no seguiste?
–Uno que participó en un ensayo clínico estaba enamorado, pero no era correspondido; terminó por acosar a la chica y ella lo denunció, y al ser acusado me responsabilizó por ello.
A Hyoseon se le vino a la mente, también, cuando de la comisaría llamaron a su padre como testigo.
–¿Y por qué volviste a la investigación?
–Decidí cambiar de opinión. Me di cuenta de que mi investigación podría darle al menos una pequeña sensación de felicidad a las personas. Por supuesto que tu mamá fue la que me convenció. Hagamos de cuenta que una persona empezó a enamorarse. Así como tú de Seunggyu. Si él tomara de la sustancia de mi investigación, ¿no crees que habría grandes chances de amarte mucho más? ¿No sería para ti, sin ninguna duda, la cosa más feliz que pudiera suceder que te quiera, además de físicamente, con el corazón?
Hyoseon se vio atraída por las palabras de su padre. Si lograba recibir el amor de Seunggyu, no le importaría que fuera gracias al «Yaro». Puede que esta idea sí se venda como pan caliente entre las personas que padecen de amores no correspondidos. Esta idea salió de la cabeza de la señora Han que, como decía su papá, es un perro viejo sobre cuestiones mundanas.
–Solo tienes que hacer lo que hiciste hasta ahora. Abrazar los corazones de las personas a través de la música. Porque mirar dentro de las mentes de las personas es también propiedad de la sustancia que estudié.
Había ido al laboratorio del padre a negarse tenaz y rotundamente al plan si más no fuera por la señora Han. Pero, antes de darse cuenta, ya tenía un pie adentro. Las mejillas regordetas del papá se habían llenado de un resplandor rosado. Al parecer, él también se había dado cuenta de que Hyoseon ya tenía un pie adentro.
Fue al mismo instante del «ay, no». No tenía idea de que su cuerpo pudiera reaccionar tan rápido. El cuerpo de Hana se encuentra atado a la cama. ¡Carajo! Esa sensación de estar dentro de un largo –muy largo– túnel era realmente una mierda. Todo culpa de la musicoterapeuta esa.
En el instante en que la musicoterapeuta ingresó a la habitación del hospital, a Hana se le cerró el pecho. Le asqueaba la gente con ganas de meterse a escudriñar su cabeza. Tuvo la misma resistencia que con la neuropsiquiatra. ¿Cómopodrían, ellos, leerme?
Apenas entró, la musicoterapeuta se presentó y extendió su mano. ¿Había dicho que su nombre era Choe Hyoseon? El dorso de su rechoncha mano no mostraba ni una delgada vena. De golpe le entró el deseo de querer tomarla. Por un instante recordó al chico. Ese muchacho afeminado de piel blanca y perfectamente bella. Hana también había deseado tomar sus manos. No, más posiblemente lo que ella hubiera querido es que él tomara las suyas. Esto, antes que la consideración del muchacho –la de mantener la boca cerrada, a pesar de conocer su secreto– le hiriera el orgullo.
La terapeuta le dijo que realizarían cinco sesiones de musicoterapia. Le atrajo esa palabra: música. Hana cantaba trot de manera asombrosa. Y no solo trot. Si se tratara de una balada, pasaría, también, con la balada; si dijéramos canción folclórica, podía también con la canción folclórica; y, si pop, entonces pop. Sea cual fuere, ella podía siempre con cualquier canción mientras encontrara el tono adecuado. Su capacidad para el canto era motivo de gran orgullo para sí misma. Aunque sus padres solo se entusiasmaran con el tema «estudios» y no prestaran ninguna atención a sus talentos.
Ella tenía una expresión cálida. Era en extremo mejor que la idiota hija de puta con cara de lince de la neuropsiquiatra. Y que se tratara de una terapia musical había puesto el interés de Hana bien arriba. Podríamos decir que la sensación era como la de descubrir un finísimo rayo de luz que había logrado filtrarse después de haber estado atrapada en un profundo y oscuro túnel. Hasta podría ser el presagio de que algo bueno estaría por suceder.
Cuando se trata de la vida, si miras las cosas de manera positiva, todas son buenas y, si las miras de manera negativa, todas son malas. Esto es lo que la mamá tenía por costumbre decirle continuamente a su papá. Aunque siempre, al repetirle estas palabras, Aechun usara un lenguaje ordinario y vulgar. Hana también lo sabe, su madre es anormalmente mayor que su papá. Y que, por eso, cada vez que se dirige a él lo trata como si fuera un niño. De hecho, odiaba que Seri le lanzara esas sonrisitas suaves a su padre, pero de tomar en cuenta la edad, le calzaba mejor que su propia madre. La verdad que Usik, también, está loco. No entiendo cómo se dejó atrapar por una mujer que podía tener la edad de su tía. La escuchó una vez a Seri hablar sola, mientras chasqueaba la lengua. Esa manera de hablar, como con menosprecio hacia su madre, le resultaba verdaderamente una mierda. No puede decir ni mu cuando la tiene delante de ella. ¿Acaso, será que Seri lo sabe, también? El mismo secreto que ese chico conocía. El talón de Aquiles para Hana. Ni en sueños pensó que aquello se convertiría en un boomerang que fuera a regresar de esta manera.
–Mírate, tan pequeña que pareces un chihuahua –le dijo la terapeuta mientras la miraba fijamente. Se le había cruzado por la mente la cabeza de un cachorro con forma de triángulo invertido y ojos bien redondos. Los esfuerzos de la terapeuta, para lograr que de alguna manera Hana hablara, eran dignos de elogio. Comparado con la neuropsiquiatra, que daba una impresión incisiva y nerviosa, ella le resultaba mucho más tolerable.
–Y ahora que te veo mejor, creo que te pareces a esa cantante… ¿Quién era?
La terapeuta ladeó la cabeza. ¿Dice que me parezco a una cantante?Me gusta esta terapeuta, eh. Ya que estábamos, esperaba que nombrara una cantante idol. Hana quería escuchar el nombre de una de las integrantes de Twice, que alguna vez le gustaron, pero, de repente, en vez de eso, la terapeuta comenzó a decir esto y lo otro sobre una cantante de la chanson francesa. No era una idol del k-pop, pero tampoco estaba mal que fuera una cantante francesa. Movió los hombros henchida de confianza. Recordó lo que el chico le había dicho, que pruebe convertirse en una cantante idol. En ese momento pasó algo extraño, incluso para Hana. De su boca, zas, se escaparon unas palabras.
Al escuchar la noticia sobre el chico, su lengua se había solidificado por el impacto; sin embargo, esos labios que permanecieron absolutamente cerrados –como pegados con pegamento–, ahora se habían abierto. Sucedió todo en un segundo: la lengua comenzó a moverse y al abrirse los labios soltaron una articulación. La terapeuta, que la observaba, también quedó perpleja. Ella sabía que Hana tenía afasia. Pero fingió no estar al tanto y continuó su charla sobre la cantante de chanson. La cantante, que disfrutó de su apogeo bajo el nombre artístico de Gorrión, era considerada una leyenda de la chanson. Sin embargo, aunque se tratara de una gran cantante, se decía que había tenido una infancia desafortunada. De madre callejera y padre circense, fue criada por su abuela paterna madama y pasó su infancia con sus «hermanas» del prostíbulo. Su vida estuvo llena de vicisitudes tal como si se tratara de una película. Rápidamente, Hana centró su atención en la historia de la terapeuta.
–La cantante no había podido ir a la escuela y creo que tampoco pudo llevarse bien con los chicos del colegio. Si lo ponemos en términos locales, es como cuando en nuestro país te condenan al ostracismo.
La expresión en el rostro de Hana se tornó un poco extraña, por lo que la terapeuta decidió continuar con cuidado al mismo tiempo que la estudiaba.
–Por casualidad, ¿a ti también te acosaron en la escuela?
¿Pero qué dice esta? Las palabras tocaron los detonadores de la niña para encender la mecha y quemar sus fusibles en un instante. Acto seguido, todo oscureció. La cabeza de Hana salió volando cual bombardero. Los gritos de la terapeuta y el sonido de la silla al desplomarse se sentían lejanos y confusos, como un zumbido. No es su culpa. Ciento por ciento culpa de la terapeuta. Ella no tendría que haberle contado la historia de la cantante esa, Gorrión. Era psicoterapeuta, pero parecía tener la capacidad no solo de atravesar los pensamientos de las personas, sino también el poder de penetrar en sus vidas. Porque, si uno lo pensaba bien, el historial personal de los padres de la cantante, una prostituta y un hombre de circo, se sentía algo familiar. Sus padres tampoco estaban en condiciones de presentarse orgullosamente ante los demás.
La madre de Hana es casamentera. Siendo buenos, podríamos decir que dirige una agencia matrimonial, pero es una casamentera que trabaja de forma yamae. En la agencia matrimonial donde trabaja Seri, a esas personas se les dice mánager de parejas. Ni ganas tenía ella de verla cuando se pavoneaba con sus tarjetas de presentación, pero es cierto que se ve más guay que su madre.
Su padre, mucho más joven que su madre casamentera distaba de lo ordinario, al igual que ella. Y el encuentro entre ambos consistía, también, en sí mismo, en un relato impactante. Una historia familiar así de vergonzosa fue la que Hana le reveló al muchacho. Con la intención de acercarse un poco más a él.
A diferencia de Hana, aquel era un niño extremadamente normal. Un poco gordito y de tez particularmente pálida –lo que provocaba una sensación de pulcritud–, tenía el estilo del típico estudiante modelo que no llama la atención. Este chico que, tanto por apariencia como por calificaciones, se ubicaba en un rango medio-alto –y que también parecía estar en una categoría media en cuanto a entorno familiar– se le había metido en la cabeza. Sentía cómo suaves y esponjosas pompas de jabón crecer dentro de ella, y que su rostro comenzaba a arder. Estaba segura de que había llegado el amor predestinado.
Aunque iban a una escuela mixta, las clases de varones y mujeres estaban separadas, lo que hacía todo aún más frustrante, ya que no podían verse con frecuencia. Aprovechando que el club de canto era mixto, convenció al muchacho para anotarse juntos. El niño sonrió y obedeció sin decir palabra. La sonrisa del muchacho le dio luz verde. El solo hecho de poder presumir de sus dotes de canto frente a él la hizo estallar de alegría. Se veían una vez a la semana en el salón del grupo de canto y, aunque no se acercaron, tampoco se distanciaron. Hana, que estaba ansiosa, tomó una decisión. Recordó lo que dijo Seri una vez, acerca de que el alcohol era un catalizador de amor. Destapó una botella de soju en el salón de canto. El muchacho, de quien esperaba una curda, se encontraba sobrio y lúcido, pero ella, en cambio, había quedado toda dada vuelta. Así, Hana le reveló la historia de sus padres, historia que era considerada por ella casi un secreto de Estado. El muchacho la escuchaba en silencio con los labios bien cerrados en línea recta. No olvidó la confesión que hizo: «Eres el primero al que le cuento esto». En un momento, sintió el brazo del chico rodeando uno de sus delicados hombros. Al pasar la borrachera, el arrepentimiento se apoderó de ella como el arrastre de una baja marea. No había nada más vergonzoso para ella que el muchacho supiera su talón de Aquiles. Entonces se distanció del chico, lo que a su vez le hacía temer que revelara su secreto.
Por ese secreto, también, odiaba completar las encuestas de contexto social y familiar en la escuela. Hana pensaba que sus maestros le dedicarían miradas de lástima patética a causa de la marcada diferencia de edad entre sus padres y la vida diaria que llevaban.
Cada nuevo año escolar intentaba cambiar la mirada de los maestros del salón luciéndose a través del canto y el baile delante de todos los compañeros. De base, temas de idols como BTS, Twice, PM, etc., aunque tampoco tenía ninguna dificultad en manejar inclusive hasta el trot más sofisticado.
–Aechun, para mí, la niña no tiene cabeza para el estudio. Háganla cantante.
Seri también se lo había reconocido. A pesar de ser una desgraciada, de a momentos decía cosas que tenían sentido.
–¡Pero cállate! ¿Cuál te parece a ti que es la razón por la que Usik y yo vivimos juntos? Nuestras vidas se centran solo en Hana. Vamos a hacer que estudie mucho. ¿Sabes por qué no le di un hermano menor? Lo hice para poder jactarnos con orgullo de la buena crianza que le daremos a ella.
–¡Qué chistosa eres! ¿Hubo siquiera chances de que Hana tuviera un hermano menor? Incluso para robar una estrella hay que primero poder mirar al cielo. –Seri es realmente odiosa. Supongo que tocarla a mamá donde le duele la ayuda a calmarse.
–¡Cierra la boca! ¿Sabes que de hecho eres tú el perrito que, sin sentido, le ladra a las gallinas sobre el techo, verdad?
La madre de Hana no es de quedarse y recibir ataques sin más. Seri le lanzó un gañido y a continuación siguió despacio con sus puñales, ahora, hacia Hana.
–Nuestro Usik, quiero decir, tu papá, ¿cómo anda estos días?
–¿Qué dice…? –Hana le devolvió una mirada punzante.
–Que si tu mamá y tu papá no andan peleando.
–¿Acaso mis papás son luchadores?
–¡Dios mío! Mírala a esta. Pero si ya hubo cientos de peleas entre tu mamá y tu papá.
–¿Cuándo?
–¡La otra vez, el otro día!
–¡No me hagas reír! ¿Qué año, qué mes, a qué hora, en qué minuto? Seri, te pido un favor: ¡deja de entrometerte en nuestra familia y concéntrate en tu curro!
–¡Ay, pero Diosito, Diosito! ¿Es tan difícil hablar de manera un poco más elegante? ¿Cómo que «tu curro»? Tan grasa. Puedes decirlo mejor. ¡Mánager de parejas!
Seri hizo el gesto con la mano como si le tirara la nuca. Aunque no se sintiera nada agradable, Hana sabía que ella tenía razón. Las peleas entre sus papás eran, de primera, contiendas cuerpo a cuerpo y eran tan sangrientas que incluso podían terminar con patrulleros de policía. Quizá por eso se enojaba aún más con ella.
Lo realmente gracioso es que cuando se trataba de asuntos sobre Hana, ambos padres compartían la misma opinión, como si se tratara de una pareja hecha en el cielo.
La razón de las peleas era siempre el padre. Cada vez que su papá, en vez de estar modosito en su hogar, volvía de pasarse varios días deambulando fuera, su madre se enojaba de la raíz hasta la punta. Lo mejor siempre es refugiarse antes de la tormenta. Así que se metía rápidamente en su habitación y cerraba la puerta. No hacía falta verlo para saberlo, su mamá iría a tomar a su papá del pescuezo. Su madre, a quien apodaron Silueta Park, portaba un bajo vientre indudablemente considerable en comparación con su delgado padre. El impulso causado por la energía que emanaba desde su abdomen precipitó la caída impotente del hombre.
–¡Quién es el tipejo de esta vez! –La voz de altos decibeles de su mamá resonó estentórea por la sala de estar hasta llegar a la habitación de Hana. «Cuál tipejo» en lugar de «cuál zorra» era una frase que le resultaba familiar.
La vigilancia de la mamá hacia su papá no era simplemente una forma enérgica de controlar un esposo más joven. Por supuesto que Hana lo sabía. Sabía que su mamá amaba a su papá diez veces más que él a ella. Sabía que el padre, al que le gusta el alcohol y la gente, luchaba por liberarse de las garras de su madre. Y que su madre, por su lado, temía no poder mantener apresado al padre entre sus manos. Su madre estaba sedienta del cariño de su padre. Lo cual tampoco significaba que su papá hubiera, alguna vez, tenido problemas de mujeres.
–Mamá, ¿sabes qué?
Hana quería darle un verdadero consejo sobre la condición de necesitada que portaba la madre.
–¿Qué? Mira que yo lo sé todo excepto lo que no sé.
Aunque Aechun presumía de haber descifrado todo sobre el amor y el matrimonio entre los hombres y las mujeres del planeta, ante Hana perdía diez de cada diez veces. No, bueno, fingía perder. Será que así es el amor incondicional de una madre.
–Que tienes un caso grave de celotipia, mamá.
–Sí, puede que tengas razón. Pero también es cierto que tu padre tiene los ojos puestos en otro lado.
Pensó que estaría ciento por ciento de acuerdo, porque su mamá había estado bien receptiva a las palabras de Hana, pero Aechun fue inesperadamente firme. ¿Sería esto la evidencia de que el problema de celotipia era efectivamente grave? Debería estar celosa de «una zorra», pero el alcance de los celos se había extendido a «un tipejo». Ha pasado mucho tiempo ya desde el inicio de las discusiones del «tipejo» de sus padres.
¿Pero será acaso que esta riña entre ambos estaba ya saliéndose del curso esperado?
–¿Me estás diciendo que hiciste qué ahora? ¿Y que hiciste qué con tu miembro? Pero este loco bastardo ha pirado. Estás dándote atracones de alcohol y haciendo desmadres otra vez. ¿Te parece que puedes comportarte así según tu antojo?
Cuando la madre empieza a insultar al padre, significa que esa pelea de pareja concluye el estado de «alarma» para pasar a la etapa «grave».
–Sí, hice lo que se me dio la gana, ¿y qué? ¿Qué vas a hacer? Y yo que pensé que te gustaría. Ya que nunca podría hacer nada más por ahí afuera. Tú tampoco tendrás que tomarte la molestia de vigilarme. Y yo, también, estaré feliz de no tener que estar bajo esa insoportable vigilancia tuya.
La voz de su padre era tranquila, pero en ella podía sentirse una cizaña bien apretada y concentrada. Si dijo miembro, entonces… ¿Se podría referir a otra cosa que no fuera el miembro viril? Y si dice que le hizo alguna cosa, entonces… Incluso Hana, una estudiante de secundaria, lo había entendido. Pero ¿y qué? No hubo nunca chances de que sus papás pudieran darle un hermano menor. Por otra parte, si esto llevaba a cero las posibilidades de que su padre le trajera un medio hermano de otro lado, no era en absoluto problema. Hana escuchó muy atentamente cada sonido proveniente de la sala de estar.
En el ida y vuelta de la discusión apareció una palabra extraña. ¡Cómo que castración química! ¿Acaso está diciendo que lo de su papá no había sido una vasectomía? En resumen, sentía como si le hubieran hecho ¡boing! con un chipote chillón en la tapa de la cabeza. Y no podía dejar de pensar que la combinación de dos palabras tan familiares como «castración» y «química» le resultara tan extraña. ¿Significa esto que su padre estuvo involucrado en un delito sexual? Para ella, una cosa así nunca podría relacionarse con su padre al que veneraba tanto. Aunque fuera el mismo que, con su pequeña apariencia, desencadenara el instinto maternal e interés de una mujer como Seri, ¿sería capaz de algo así? Definitivamente no podía ser ese el caso. Tipejo, miembro, alcohol, hacer desmadres, por antojo. Y las palabras cruciales «castración química» fueron la clave que le permitieron darse cuenta de los hechos.
Esa mañana ya estaba pesarosa porque sus papás se habían peleado una vez más, pero al llegar a la escuela, la esperaban noticias aún más impactantes: la muerte del muchacho. Y esta, además, acompañada por la palabra suicidio.
–Hana, tú también lo conoces, ¿no es cierto? Compañero tuyo de secundaria. Me dijeron que fue marginado y acosado desde ese entonces, ¿verdad? Y al parecer eso continuó incluso después, también, en la preparatoria.
Ahí mismo, luego de escuchar esta noticia de la persona mejor informada sobre todo lo que pasa en los alrededores de la avenida Infinito, perdió el conocimiento. La primera persona en tallar la letra escarlata sobre él no había sido otra que Hana. Y el detonante que llevó a ese resultado absurdo no había sido otro que el secreto soltado por ella bajo los efectos del alcohol. La letra escarlata tallada sobre el muchacho había sido un fragmento de roca demasiado grande para que él –que había sabido ser tan gentil y bueno con ella– pudiera soportarlo.
A partir de ese día, se metió en lo profundo de un túnel. La vida matrimonial atípica de su mamá y papá, y, en particular, su nacimiento, que tuvo lugar a pesar de los deseos de su padre. Hasta ese entonces, había fingido tenazmente que no le importaba nada de eso a su alrededor. Pero toda esa obstinación se desplomó de una sola vez. De haber sido posible, hubiera deseado drenar toda su sangre y lavarla. El remordimiento de haber llevado a la muerte a su primer amor la arrastró como un tsunami. Un día, en una recaída, se cortó con un cúter.
La sangre del mismo color que fluía de la muñeca de Hana también corría por los ojos de su terapeuta. Cuando Hana vio la tinta roja, se puso aún más frenética.
La terapeuta que terminó patas para arriba fue llevada de inmediato a la sala de emergencias y a ella pudieron amarrarla gracias a la fuerza de unas musculosas enfermeras. Su papá llegó de inmediato. Caminaba nerviosamente con la mirada intranquila. Aun así, era mejor que estuviera él antes que su madre. De estar con ella, su progenitora derramaría una mitad de maldiciones y otra mitad de quejas. Diría cosas como: «¡Oye, maldita sinvergüenza! Esa doctora seguro que casi pierde la vista. ¿Cómo pudiste –qué rencor guardado podrías tener contra la terapeuta para dejarla de esa forma–, cómo? Di alguna cosa, larga ya. Cómo saber nada si mantienes la boca así cerrada. Eres mi única hija, Hana, pero realmente me matas». A su lado, el padre estaría sudando la gota gorda en un intento por bajar las emociones de la madre. De hecho, incluso cuando sus peleas eran intensas, de ellas emanaba una emoción extraña, de ternura. Por eso, si uno los veía de afuera, el aspecto de esta pareja no daba ningún indicio de nada en particular.
Al parecer el padre aún no había ido a la sala de emergencias donde la terapeuta recibía los primeros auxilios.
–Hana, escucha. No sé si ir ahora a ver a la terapeuta, ya que está siendo tratada en la sala de emergencias. Pero quiero ir luego, cuando pase un tiempo. Iré al centro de salud o a su casa. La verdad es que tú también deberías ir a disculparte y venir conmigo, pero está difícil ya que de todos modos eres una paciente convaleciente, también. ¿Al menos mamá y papá deberían disculparse, no te parece?
Su papá tenía razón. ¿Qué podría decirle Hana? ¿Pedirá una indemnización? O, quizá, algo así como una compensación formal por daños psicológicos, inclusive. Lo de Hana había sido una reacción del momento, pero ahora estaba llena de preocupaciones. El papá también se veía preocupado.
–Hana, tú solo relájate y tómatelo con calma.
No entiendo cómo nuestra Hana pudo terminar así con esta enfermedad mental.
Simplemente le frotó la espalda y suspiró. A ella le habían dicho que escucharía canciones o chansons francesas durante las consultas restantes, pero muy probablemente ese tren ya había partido. Y bueno, tal vez, no estaba a la altura de esas canciones francesas, tampoco. Los trot y ppongiak eran más indicados para ella. Después de cometer el acto, Hana se volvió más reacia aún a salir del oscuro túnel.
De por sí no había ningún letrero y, al no haber ningún letrero, era natural que no se viera tampoco ningún nombre comercial. Así que todos llegaban del boca en boca o de preguntar aquí y allá. Ese era el know how de negocios que Park Aechun había sabido cultivar durante décadas. El hombre que llamó hoy fue evitativo.
–Este, disculpe. ¿Hablo con la agencia matrimonial de… Silueta Park?
A Aechun le había ofendido el «Silueta Park». Al parecer esta llamada llegaba a través de alguien más. Y era claro que ese alguien había mencionado su apodo humillante. No podía creer que todavía se les diera por llamarla con un sobrenombre de hace tanto, pero era innegable que cuando le pusieron Silueta, transitaba su momento de esplendor. Aechun, que estaba algo entrada en carnes, supo que entre sus clientes la llamaban «la casamentera Silueta Park». Y si Seri, también, se refería a ella como Silueta Park, pues ya lo hemos dicho todo.
–Sí, así es. Dígame.
La persona al otro lado de la línea debió sentirse intimidada por su tono brusco, porque pronunció algunas palabras y colgó rápidamente, luego de decir que volvería a llamar más tarde. A juzgar por sus balbuceos y falta de confianza, se trataba de un hombre tímido. Aechun dedujo que debía de ser un hombre en edad casadera lleno de preocupaciones y apurado por sus padres, pero, a su vez, sin persona alguna para noviar. Debido a que su trabajo era tratar con gente, de algún modo también se había convertido en algo así como una «chamana lectora de personas