La fe rompida - Lope de Vega - E-Book

La fe rompida E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

La fe corrompida es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo. -

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Lope de Vega

La fe rompida

 

Saga

La fe rompidaCopyright © 1916, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617566

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Elenco

LUCINDA ALBERTO LAURINO VILLANOS AURELIO FELISARDO FLORIBERTO LISARDA ORANTEO TEBANO VIRENO CELIO FIDENO LIRENO PAJE NICANDRA ARCANO ELPINO DORISTO CORIDON MARINERO FLORIPA HÉCTOR ROSINDO LEONCIO GELIO GOBERNADOR CLORINARDO

Acto I

(LUCINDA, de cazadora, con venablo, y ALBERTO, villano.)

LUCINDA

Si preguntare por mí,

Alberto amigo, dirás

que al monte subo, y no más.

 

ALBERTO

Riñiráme.

 

LUCINDA

¿Por qué a ti?

 

ALBERTO

5

Sabiendo que sola vas.

 

LUCINDA

Sola voy tan bien guardada

como de él acompañada;

que la vergüenza del ser,

en la que es noble mujer,

10

es la guarda más honrada.

 

ALBERTO

Verdad es, señora mía,

que tu varonil valor

te excusa de compañía.

A darla el Cielo a tu amor

15

se sirva y se llegue el día.

 

LUCINDA

Agora no lo deseo.

 

ALBERTO

Perdona, que no lo creo;

que la mujer sin varón

no alcanza tal perfección

20

como después del empleo.

Y esto echaráslo de ver

en el amor que al marido

cobra después la mujer,

no habiéndole conocido

25

hasta llegarle a tener.

 

LUCINDA

Este tiempo en que me veo

huye de que intento feo

mi casto ejercicio venza,

ni está bien a mi vergüenza

30

decirte que le deseo.

Y como sé que es la cosa

que mi padre menos piensa,

no me tiene cuidadosa.

 

ALBERTO

Hace a tu hermosura ofensa

35

y hasta la envidia celosa.

Pero quiérome partir.

 

LUCINDA

Esto le puedes decir.

 

ALBERTO

Líbrete Dios de las fieras.

 

(Vase ALBERTO.)

LUCINDA

Cuando de un hombre dijeras,

40

era más forzoso huir.

Flechas de Amor, de plomo y de oro puro,

arco trocado con la muerte fiera,

falsa imaginación, dulce quimera,

libro dorado y en la letra oscuro.

45

Blando, ofendido, y sin ofensa duro,

y castigado, convertido en cera;

Etna con fuego dentro y hielo fuera,

gigante, aunque rapaz, y dios perjuro.

Yo soy aquella que he tenido en poco

50

flechas, arco, quimera, Etna, gigante

con libre y arrogante pensamiento.

Amor, pues con injurias te provoco,

labra mi corazón como diamante;

pero no tienes sangre, que eres viento.

55

¿Qué gente es ésta que suena?

Pues ¿cómo en esta montaña

de tanta aspereza llena?

Pero paréceme extraña

y de mi ejercicio ajena.

60

Quiérome aquí retirar,

y, aunque no los oiga hablar,

ver el camino que llevan

entre estas peñas, que prueban

cubrir con su sombra el mar.

 

(Entren FELISARDO, padre de ARCADIA; TEBANO, ORANTEO, LIRENO, caballeros.)

FELISARDO

65

¡Que no parece un cazador siquiera!

 

TEBANO

Todos fueron, señor, en seguimiento

de aquella libre y perseguida fiera.

 

ORANTEO

Ellos la siguen y ella sigue al viento,

y el viento queda tan atrás del paso,

70

que le engendra mayor su movimiento.

 

FELISARDO

Pues ¿qué habemos de hacer? ¡Extraño caso!

 

LIRENO

Que aguardes mejor tiempo.

 

TEBANO

(Ya deseo

dejar de todo punto el campo raso.

 

LIRENO

No hay que aguardar; haz señas a Oranteo.

 

TEBANO

75

Ya me ha entendido.)

 

FELISARDO

¿Qué venís hablando,

que de saber lo que es traigo deseo?

Tanto me enoja el murmurar, que cuando

las fuentes veo enturbio sus corrientes

porque me pesa el verlas murmurando.

80

Ellas, entre las guijas transparentes,

suenan por las alhombras de estos prados,

y vosotros, hablando entre los dientes.

A no ser caballeros tan honrados,

y mis vasallos, como sois, tuviera

85

recelos, de sospechas engendrados.

 

TEBANO

Príncipe, el alma, que tu pecho altera

te ha dicho la verdad en profecía.

 

FELISARDO

¿Qué es eso? ¿Cómo habláis de esa manera?

Retiraos de mi lado y compañía.

90

Haceos allá, villanos atrevidos.

 

TEBANO

La espada empuña.

 

LIRENO

¡Loca valentía!

 

ORANTEO

Todos los tres estamos ofendidos

de tus injurias, Felisardo loco.

 

FELISARDO

Y todos sois traidores fementidos.

95

No porque solo estoy tengáis en poco

la sangre y el valor que me acompaña.

 

TEBANO

A más cólera y furia me provoco.

 

FELISARDO

¿Para aquesta traición a la montaña,

para matar, traéis a vuestro Rey, cobardes?

100

¿Y tú, primo, el autor de aquesta hazaña?

 

ORANTEO

Pásale el pecho, pásale, y no aguardes

sus vanas y fantásticas razones.

Habla con otro tiempo en sus alardes.

 

TEBANO

Pues aquí no le guardan escuadrones,

105

por su estipendio y paga conducidos,

para que diga retos y blasones.

 

FELISARDO

Tener las armas ciegas y, advertidos,

pensad en lo que hacéis, y juntamente

decidme por qué estáis de mí ofendidos.

 

ORANTEO

110

Historias pide agora que le cuente.

Calla ya, Tebano.

 

TEBANO

¡Muera!

 

LIRENO

¡Muera!

 

(LUCINDA llegue con el venablo.)

LUCINDA

¡Oh, vil, cobarde y mal nacida gente!

 

ORANTEO

¿Qué es esto, cielos? ¿Esn mujer o fiera?

 

LUCINDA

¡Fueran, villanos!

 

LIRENO

¿Si es favor del Cielo?

 

TEBANO

115

Ya no puedo esperar.

 

LUCINDA

¿Huís? Espera.

 

FELISARDO

Herido me han, y a no venir, recelo

que me dieran la muerte, que, tres hombres,

era forzoso en un desierto suelo.

 

LUCINDA

¡Huid, cobardes!

 

FELISARDO

Déjalos, no asombres

120

sus pechos viles con tu voz divina;

y porque sólo aguardo que te nombres,

no te adoro por diosa, aunque se inclina

a tu valor mi pecho, y, por el suelo,

besar tus pies mi boca determina.

125

Si eres Diana, que la adora Delo,

o la guerrera Palas, dime agora

cómo bajaste de tu esfera y cielo.

 

LUCINDA

Ése, gentil mancebo, sólo adora;

ése te dio la vida que agradeces

130

a aquesta humana y pobre cazadora.

Porque debe de ser que lo mereces

de tal manera, que guardó tu vida.

 

FELISARDO

Si al Cielo he de adorar, cielo pareces.

Dame esas manos, que es razón que pida

135

manos que me han librado de la muerte,

obligación y deuda conocida.

Y no quieras que esté sin conocerte

tanto tiempo, señora, y sin pagarte.

Dime quién eres; tu valor me advierte.

 

LUCINDA

140

¿Qué te aprietas el brazo?

 

FELISARDO

En esta parte

pienso que tengo una pequeña herida.

 

LUCINDA

¡No lo supiera entonces, que, por Marte,

que los siguiera hasta quitar la vida!

Pero podré curarte. Ven conmigo.

 

FELISARDO

145

No te canses, señora, que te pida

que me digas quién eres mientras sigo

el resplandor de aquellos ojos bellos

si, como dices, tengo de ir contigo,

porque ya en la prisión de tus cabellos

150

me lleva Amor y obligación atado,

y, aunque de voluntad, me voy con ellos.

 

LUCINDA

Pues mientras que salimos de este prado,

oye quién soy; pero con un concierto:

que a lo mismo te juzgues obligado.

 

FELISARDO

155

Soy muy contento.

 

LUCINDA

Pues advierte.

 

FELISARDO

Advierto.

 

LUCINDA

Sobre estas altas montañas,

las plantas de cuyos riscos

lavan Ladón y Primanto,

claros y apacibles ríos;

160

éstas que ves coronadas

de verdes hayas y pinos,

pálidos bojes y fresnos,

cornicabras y quejigos,

donde sombrosos castaños

165

y poco ojosos membrillos

cubren aquel manso arroyo

que cercan juncos y lirios,

estánn, caballero noble,

en el más alegre sitio

170

unas casas, aunque viejas,

sobre cimientos antiguos.

Es dueño de ellas un hombre

no tan noble como rico,

porque en esto se aventaja

175

a todos los de su oficio.

No es tan rudo que la mano

pone al arado ni al trillo,

ni tiene callos en ellas

de su rústico ejercicio,

180

porque sustenta cien hombres

que en todo este gran distrito

le sirven y llaman dueño,

de su sueldo entretenidos.

Estos llevan los ganados

185

de sus vacas y novillos

por esas dehesas verdes,

con las hondas y los silbos.

Aquéllos van por los montes

con el manchado cabrío,

190

que, trepando por las peñas,

hacen más altos sus picos;

las cabras verás colgando

de los cogullos de espinos,

y también, por otra parte,

195

de sus tetas los cabritos.

Otros llevan las ovejas

por romeros y tomillos,

y otros el negro ganado

que abre el suelo con su hocico.

200

Estos siembran, éstos aran

entre el otoño y estío;

éstos derriban la fruta

por los árboles subidos,

desnudas hasta las hojas,

205

peros, cermeñas, membrillos,

guindos, cerezos, manzanos,

serbas, albérchigos, priscos.

¿Qué dirás de lo que cogen

al tiempo que reina Virgo

210

de pan, que cubre esas eras,

y grandes trojes de trigo?

Otros, en anchos lagares,

de los preñados racimos

pisando mil uvasn hinchen

215

cubas de oloroso vino.

Este, en efecto, es mi padre,

no por la riqueza altivo,

sino humilde labrador

en traje compuesto y limpio.

220

Es cuerdo, honrado y brioso

y liberal con amigos;

que, como el rey en su casa,

es en la suya servido.

No ha hecho otra cosa mala

225

si no es a mí, porque os digo:

esto y el tenerme amor

es en mi padre delito.

Este me tiene de suerte

que no hay gala ni vestido

230

en la invención de la corte

que no rompa en mi cortijo.

Con sedas, telas y perlas

piso los bosques sombríos,

porque, como aquí me veis,

235

la caza y las fieras sigo.

La saya a la media pierna,

para correr suelta, visto,

y esta montera en la frente,

dejando fuera estos rizos.

240

Este vaquero que veis

con esta pretina ciño;

algunas veces con daga

y otras veces con cuchillo.

Soy, por deciros verdad,

245

reina de este paraíso,

porque aquestos verdes campos

son más que campos Elíseos.

Tráenme los labradores

la fruta en blancos cestillos,

250

las almendras en sus ramas,

los pájaros en sus nidos;

avellanas en sus hojas,

castañas en sus erizos;

hasta las liebres pequeñas

255

y los conejuelos, vivos.

Suelo salir cuando el alba

de aljofarado rocío

ensarta en las piedras perlas,

que abrasa de envidia Cintio,

260

y volver cuando se ausenta

el rostro descolorido

entre nubes, que parecen

cornerinas y zafiros.

Traigo a veces, con mi gente,

265

muerto el ciervo fugitivo,

el jabalí colmilludo

y el oso, que al oso embisto.

Yo os doy palabra, señor,

que, después que sé que vivo,

270

no he dicho tales palabras

a ningún hombre nacido.

No quiero que agradezcáis

lo hecho, sino lo dicho,

y, porque aquesta es mi casa,

275

perdonad si no prosigo.

 

FELISARDO

Huélgome de conoceros,

y estimo el haber mostrado

de hacerme merced cuidado;

pero de satisfaceros

280

no hay tiempo, habiendo llegado.

Después os diré quién soy.

 

LUCINDA

Bien está. Curaros quiero.

 

FELISARDO

Mil gracias por ello os doy.

 

(AURELIO, padre de LUCINDA, ALBERTO y otros.)

AURELIO

(¿Lucinda y un caballero?

285

A darle mis brazos voy.)

 

FELISARDO

(¿Este es tu padre?

 

LUCINDA

Sí, él es.)

 

AURELIO

¡Hija!

 

LUCINDA

Mi padre y señor,

aqueste hidalgo que ves

es perdido, y cazador.

 

FELISARDO

290

Dadme, señor, esos pies.

 

AURELIO

Alzaos, hijo, y en buen hora

seáis venido a esta casa,

que ya es vuestra desde ahora,

donde, aunque es pobre y escasa,

295

una alma espléndida mora.

¿Sois de la ciudad?

 

FELISARDO

Sí soy.

 

AURELIO

¿Cazando, en fin, os perdistes?

 

FELISARDO

Y ahora también lo voy,

que a la merced que me hicistes

300

aqueste nombre le doy;

porque truje voluntad

y por ser agradecido

a vuestra mucha piedad,

con el alma la he perdido,

305

ganando vuestra amistad.

 

AURELIO

¡Qué cortesano! ¡Qué honrado!

 

LUCINDA

Viene herido, padre mío.

 

AURELIO

¿Herido?

 

FELISARDO

No os dé cuidado.

Pensélo, y fue desvarío.

310

Basta aqueste lienzo atado.

 

AURELIO

¿Hola?

 

ALBERTO

¿Señor?

 

AURELIO

Partid luego

y aderezad una cama.

 

FELISARDO

Que no lo mandéis os ruego.

 

AURELIO

Haced oficio de dama,

315

hija, y pedildo.

 

FELISARDO

(Estoy ciego.)

 

LUCINDA

Suplícoos, señor, que entréis

a descansar y curaros.

 

FELISARDO

Basta que vos lo mandéis,

que debo a esos ojos claros

320

la vida que ya sabéis.

(¿Esto hay en una montaña

a diez leguas de mi corte?

¡Cosa, por el Cielo, extraña!

Mas es muy conforme al norte

325

y estrella que me acompaña.

Antojado estoy, por Dios,

de la bella cazadora.

¿Qué es lo que hablarán los dos?)

 

LUCINDA

(Es la más sabia pastora.

330

Mi padre, llamadla vos,

que tiene aceites y ungüentos

y hierbas de gran virtud.

 

AURELIO

Digo que voy por los vientos.)

 

FELISARDO

¿Qué es esto?

 

LUCINDA

Vuestra salud

335

y mis nuevos pensamientos.

 

FELISARDO

¿Fuese vuestro padre?

 

LUCINDA

Fuese

a llamar a quien os cure.

 

FELISARDO

¡Que tal merced mereciese!

 

LUCINDA

Que la vida me procure

340

no es mucho, cuando lo hiciese.