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La estrechísima relación personal e intelectual mantenida con Max Scheler (1874-1928) durante más de diez años le permite al autor de estas páginas ofrecer en ellas un testimonio de valor excepcional sobre la filosofía y la personalidad del genial y proteico pensador alemán, al que en la hora de su muerte Heidegger no dudó en calificar como "la más vigorosa potencia filosófica en la Alemania de hoy, no, en la Europa de hoy, y hasta en toda la filosofía actual".
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Seitenzahl: 108
Veröffentlichungsjahr: 2021
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La filosofía y la personalidad de Max Scheler
Serie
opuscula philosophica
65
Dietrich von Hildebrand
La filosofía y la personalidad de Max Scheler
Introducción y traducción de Israel Castillo
Título original: Max Schelers Philosophie und PersÖnlichkeit
© Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2019
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Colección Nuevo Ensayo, nº 39
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN Epub: 978-84-9055-881-2
Depósito Legal: M-270-2019
Printed in Spain
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Introducción
En una autobiografía intelectual publicada poco antes de su muerte1, Dietrich von Hildebrand describe así su encuentro con la filosofía universitaria alemana de comienzos del siglo pasado y, en particular, con la de Max Scheler:
«Llegué con 17 años a la universidad y estudié Filosofía con Theodor Lipps y Alexander Pfänder en Múnich. Las Investigaciones Lógicas de Husserl tuvieron en los alumnos de Lipps un influjo decisivo. También a mí me entusiasmó profundamente la filosofía objetivista, antipsicologista y antirrelativista del primer Husserl. Me parecía una aurora prometedora en medio del letargo de la filosofía en la Alemania de entonces. Por eso fui yo también en el verano de 1909 a Gotinga para doctorarme con Husserl. Pero cuando en 1913 Husserl publicó sus Ideas, vi con gran dolor —como le ocurrió también a Adolf Reinach— que Husserl se habíaapartadototalmente de los grandes descubrimientos en la primera edición de las Investigaciones lógicas y que su filosofía se volvía inmanentista y representaba un transcendentalismo radical. El término ‘fenomenología’, como lo entendía el Husserl tardío y como lo entienden muchos fenomenólogos actuales, no tiene nada que ver con lo que yo denomino fenomenología.
«Por el contrario, dos figuras desempeñaron en mi período de estudio un importante papel, y ello de modo muy diverso: Adolf Reinach y Max Scheler. Conocí a Adolf Reinach en la Pascua del año 1907. En él encontré al filósofo que más me impresionó, por su amor incondicional a la verdad, su fuerza espiritual, su minuciosidad y su claridad únicas. Las conversaciones con él acerca de múltiples cuestiones filosóficas fueron para mí un gran regalo. Él fue luego en Gotinga en 1910 mi único maestro.
«En una fiesta de despedida organizada para el profesor Moritz Geiger, con quien yo había trabado una gran amistad, conocí personalmente, en julio de 1907, a Max Scheler. Ya había escuchado en una ocasión una conferencia suya que no me había entusiasmado demasiado. Pero aquella era la primera vez en la que tuve una conversación larga con él. Estábamos sentados el uno al lado del otro y hablamos durante toda la tarde. Fue increíblemente amable conmigo y me abrió las puertas de su genial espíritu del modo más generoso. Conversamos sobre los más diversos asuntos, no solo filosóficos, sino también sobre literatura, sobre personas, etc. Fue para mí un banquete espiritual y estaba fascinado por su personalidad. Fue una vivencia muy distinta del encuentro con Reinach. La personalidad noble y veraz de Reinach ganó mi infinita atención y despertó mi confianza incondicional en él y en su espíritu como filósofo. Scheler, en cambio, me embriagó con la abundancia y el estímulo de sus pensamientos y la calidez de su personalidad.
«En los años siguientes asistí sobre todo a las lecciones magistrales y seminarios de Scheler, que constituyeron para mí un gran disfrute. Mi amistad con él crecía cada vez más y pasé con él incontables tardes en cafés sumidos en conversaciones filosóficas. Scheler nunca era aburrido. Cada comentario que hacía era interesante, y muchos de ellos eran profundos y verdaderos. A él le debo inspiraciones inmensas. Pero yo no aceptaba sin más sus ideas sin ningún tipo de crítica. Al contrario, le contradecía con frecuencia y teníamos fuertes discusiones. Scheler vivía de ocurrencias. Lo que se le ocurría —y se le ocurrían muchísimas cosas— lo escribía. Frente a sus intuiciones mantenía una actitud acrítica. No avanzaba nunca hasta llegar a una confrontación de esas intuiciones con lo dado —en una elaboración lenta, progresiva e inapelable de lo dado. Por este motivo se encuentran en sus escritos incontables contradicciones, como por ejemplo en El formalismo de Kant y la ética material de los valores. Pero, como he dicho, todas sus intuiciones eran interesantes y estimulantes, a veces geniales, y, sin embargo, a menudo estaban en contradicción con el ser, llegando a ser erróneas e incluso peligrosas. Él mismo disfrutaba de sus ocurrencias y su amor a la sabiduría no era de tal índole que, frente a ellas, tuviera una actitud crítica y se confrontara con el ser en un esfuerzo tenaz. Cuando en 1920 le dije que había encontrado numerosas contradicciones en su obra sobre ética me dijo: «¡qué pena que no me lo hayas dicho antes, justo ayer salieron los pliegos de imprenta para la nueva edición!». Pero la pregunta acerca de si se le habían escapado errores filosóficos no pareció turbarle lo más mínimo. En él la pasión por filosofar y desplegar su genial y rico espíritu era más fuerte que el amor último y reverencial a la verdad.
«Lo contrario era el caso de Adolf Reinach, quien investigaba el ser del modo más esmerado y que estaba motivado exclusivamente por un amor ardiente a la verdad.
«Agradezco muchísimas cosas a Scheler, pero no fui su discípulo —ni en lo relativo a la manera y al método del filosofar, ni en lo que toca al contenido de su filosofía. Mi estrecha amistad con Scheler se prolongó desde 1908 hasta 1921. Le quería muchísimo y creo que en aquel tiempo él me consideraba su mejor amigo. También pertenecen a mis más valiosos recuerdos incontables situaciones y vivencias juntos. En tres breves escritos sobre él he intentado hacer justicia a esta figura trágica, desgarrada y extraordinaria».
He aquí a disposición del lector de lengua española esos tres breves escritos, que constituyen sin duda un valioso testimonio de índole filosófica y biográfica acerca de la figura de uno de los más importantes filósofos germanos que conoció el siglo XX: se trata de Max Scheler (1874-1928). Y quien da este testimonio es Dietrich von Hildebrand (1889-1977), filósofo alemán también, con el que Scheler mantuvo una estrecha relación durante casi tres lustros. Los textos que aquí se ofrecen traducidos forman parte de la obra titulada La Humanidad en la encrucijada2, una recopilación de ensayos y conferencias de Hildebrand publicada en 1954 por su discípula Karla Mertens, que también llevó a cabo posteriormente la publicación de la edición alemana en diez volúmenes de las obras reunidas de quien había sido su maestro.3
En la biografía de Dietrich von Hildebrand escrita por su segunda esposa, Alice von Hildebrand, ésta subraya también la profunda huella que la personalidad de Scheler dejó en el joven filósofo: «Aquella tarde de julio de 1907 [momento en el que ambos se conocieron] tuvo una importancia decisiva para el desarrollo filosófico e intelectual de Dietrich von Hildebrand. Haber conocido a Scheler fue sin duda uno de los acontecimientos intelectuales más importantes de su vida.»4 Y no sólo en lo que concierne al ámbito intelectual y filosófico fue determinante el encuentro del joven von Hildebrand con Scheler, sino que también en el plano religioso supuso para él un notorio impulso que le llevaría siete años más tarde a ser acogido en el seno de la Iglesia católica. Su esposa nos cuenta al respecto: «Sobre todo fue el pensamiento de Scheler, aún impregnado de catolicismo, al que Dietrich agradeció que se le abriera el camino hacia la Iglesia, así como haber llegado a la convicción de que ésta había recibido y conservado la plenitud de la verdad revelada».5
El primero de los textos, de los tres sin duda el de índole más propiamente filosófica, se titula «Max Scheler como filósofo moral». En él Hildebrand pretende hacer un breve balance del alcance y significación de la ética de Scheler y mostrar cuáles son los elementos nuevos y decisivos de la misma, la cual, a pesar de algunos errores que nuestro autor no deja de reconocer, ha significado la reintroducción y profundización filosófica del «resplandeciente y gran reino de los valores morales.»6 Según Hildebrand, uno de los mayores logros del pensamiento ético de Scheler ha sido desbancar a la ética kantiana y poner de manifiesto muchas de sus carencias e insuficiencias. A los que han querido ver en la ética de Scheler una mera «crítica inmanente» de la moral kantiana, Hildebrand responde que la aportación ética de Scheler «...desvela verdades positivas de un modo tan claro y luminoso que a través de ella se manifiesta teórica e inequívocamente no solo la falsedad de las tesis kantianas, sino que verdaderamente se abren los ojos de los individuos para todo lo que el hechizo de la ética kantiana había sepultado. Pues incluso entre los que niegan teóricamente la ética kantiana hay muchos que están condicionados por este autor en todo su ethos y que perciben el mundo de lo moral en tinte kantiano».7
Asimismo, en este primer texto Hildebrand hace notar los motivos por los que, según él, los elementos más originales y genuinos de la ética scheleriana son desconocidos y malinterpretados: la causa de esta ignorancia es el desconocimiento generalizado del significado del concepto «valor». En este punto Hildebrand ofrece al lector algunas breves disquisiciones de extraordinaria enjundia filosófica acerca de este concepto y su significado para la ética. Asimismo, esta reflexión está acompañada de una breve mención del papel capital que desempeña la intuición evidente, tal y como la entiende la fenomenología, en el conocimiento filosófico.
Si bien Hildebrand no duda en poner de manifiesto los más importantes logros de la ética scheleriana, no es menos cierto que discute igualmente, haciendo gala de una fina honradez intelectual, aquellos aspectos del pensamiento ético de Scheler que le parecen más criticables y carentes de fundamento. En este sentido, resulta de gran interés su crítica a la postura de Scheler respecto al concepto de deber8. No pasará inadvertido al lector atento que, años más tarde, el filósofo moral polaco Karol Wojtyla retomaría esta misma crítica en su importante trabajo sobre la posibilidad que tiene la ética de Scheler de fundar una ética cristiana.9
A pesar de ello, y en línea con su vehemente crítica a la ética kantiana, Hildebrand admite que, aunque incorrecta e insuficiente, la inadmisión y el rechazo por parte de Scheler de la comprensión kantiana del deber ha producido un fruto indirecto: ha puesto todavía más de relieve la urgente necesidad de superar la falsificación del ethos que ha supuesto el concepto kantiano de deber.10
En el segundo de los textos que ofrecemos al lector Hildebrand se ocupa de la convulsa relación de Max Scheler con el mundo de ideas católico. Ante la marea de opiniones acerca de su vinculación al catolicismo y la relevancia que este hecho llegó a adquirir en su modo de hacer filosofía, Hildebrand intenta realizar un balance equilibrado del influjo indudable que ejerció el ideario católico sobre su pensamiento, sin dejar de mostrar al mismo tiempo las múltiples sombras y puntos de desencuentro entre la filosofía de Max Scheler y el catolicismo. El eje central de este segundo texto lo hallamos en una constatación a la que Hildebrand concede enorme importancia a la hora de esclarecer la compleja relación de Scheler con el mundo de ideas católico: se trata del abismo insalvable que existe entre el pensamiento de Scheler antes y después del año 1922, fecha que Hildebrand no duda en determinar como el comienzo de una «decadencia filosófica» que ya no presentaría retroceso alguno hasta su súbita muerte en 1928. En este enclave decisivo de la biografía del muniqués se produce su ruptura definitiva con la Iglesia católica y un vuelco progresivo en gran parte de sus ideas y concepciones filosóficas centrales. Ante tal acontecimiento, Hildebrand se pregunta: «¿Fue dicho giro una configuración consecuente de tendencias ya latentes y que existían con anterioridad, o se da en su filosofía una ruptura y un vuelco total?».11 Al modo de ver de Hildebrand, parece indudable que en la filosofía temprana de Scheler hallamos ya esbozados de algún modo elementos que después de 1922 pasarán al primer plano de su reflexión filosófica y que serán la causa del mencionado giro en su pensamiento. Asimismo Hildebrand constata que este cambio radical es de índole no solo material; es más bien su modo de hacer filosofía, su aproximación a los fenómenos, lo que se transforma y entra en abierta contradicción con la propuesta filosófica defendida por Scheler en el período anterior a 1922.12
El valioso testimonio de Hildebrand en este segundo capítulo se aproxima a las posibles causas de los continuos movimientos espirituales y religiosos en la vida de Scheler, de modo especial en lo que se refiere a sus vaivenes existenciales dentro y fuera de la Iglesia católica, que lo configuraron como un pensador brillante e intuitivo como pocos, pero en algunos momentos no carente de una cierta incoherencia y superficialidad.
El tercer y último texto, dedicado a la personalidad