La Gran Niebla - Lara Prodan - E-Book

La Gran Niebla E-Book

Lara Prodan

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Beschreibung

Durante las penumbrosas jornadas de la famosa Gran Niebla londinense de 1952, la Academia de Criminología, situada entre los boscosos valles y colinas de un incipiente invierno en las afueras de la ciudad, recibe hacia el interior de sus impenetrables muros la visita de Harriet Primrose Williams, una elegante, audaz e intrépida agente del MI5, cuya presencia se motiva en favorecer la resolución del insospechado homicidio de una estudiante. La demonología, asumida como resabio de un pasado rematado, comenzará a emerger entre las presunciones de la agente, inundando sus hipótesis bajo la posibilidad del renacer de una antigua Orden medieval sembrada sobre el pedestal de la venganza y el despecho.

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LARA PRODAN

La Gran Niebla

Prodan, Lara La Gran Niebla / Lara Prodan. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4699-9

1. Narrativa. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Este libro está dedicado a mi madre,mi Jane Austen contemporánea.

Playlist para leer La Gran Niebla

INTRODUCCIÓN

Aún corría la sangre de la Edad Media bajo los pies del pecado y la demonología cuando el mundo, un resabio de disparidad y sueños fracturados, se ocultaba bajo la oscuridad reinante de una enceguecedora niebla manipulada por el poder de la Santa Inquisición.

Pobres y vulnerables mujeres, presumidas como herejes y culpabilizadas por el pecado de la brujería, eran retenidas en mazmorras y sometidas a interrogatorios sempiternos hasta aceptar la falsa acusación; tras una serie de tormentos, convalidaban las arbitrarias afirmaciones y se resignaban a un desasosegante destino.

Precedidos por la angustia y el desvelo, un reducido número de familiares cuyas hijas, esposas y madres habían padecido injustamente la pena capital de la hoguera, decidieron formar una alianza erguida sobre la sed de venganza, denominándola bajo el título de la Orden del Maleficarum.

Fue entonces que, a lo largo de agitados años de dolor y escarmiento, en nombre de las consideradas brujas que alguna vez entibiaron sus hogares, los miembros de la Orden se arremetieron en venganza frente a aquellos dueños del poder, aristócratas e integrantes de la realeza, culpables por las vidas descerrajadas como yuyos sin florecer.

La Orden comenzó a acechar las noches de los siglos atávicos, inundando los pasillos palaciegos y transformando su elegancia en lobreguez, extirpándole la libertad a las jóvenes hijas de sangre noble, nacidas del fruto de los acaudalados bárbaros, y matándolas violentamente en una suerte de equilibrio innatural.

Tras siglos de pujas y agonía, lágrimas de padres y juventudes arrebatadas, el rastro comenzó a diluirse hacia las puertas del Iluminismo y, embebido en la claridad y la razón, el pueblo comenzó a olvidar la larga noche que la humanidad había atravesado, permaneciendo casi ningún indicio de existencia de la Orden.

Capítulo I

El arribo a la Academia

5 de diciembre de 1952Castle Combe, Inglaterra.

Me temo que carece de prudencia mi intención de registrar algunos de los eventos que atañen al nuevo caso que nos han asignado al agente Jones y a mí, pero la melancolía de este viernes cristalizado está quitándome sobremanera la voluntad y la sensatez. Incluso desde el resguardo de este Ford con excesivo aroma a cuero nuevo puedo sentir el frío calando mis huesos, y los vidrios empañados permiten vislumbrar solo pequeños retazos del paisaje encumbrado que descansa unos instantes de la nieve.

Mis dedos han de resignar su cauce caligráfico debido a estos recurrentes temblores que las fuertes heladas ayudarán a camuflar.

Ya hemos atravesado Castle Combe y dejado el arroyo atrás, por lo que ahora ascendemos sobre el empinado y sinuoso terreno, hasta arribar al castillo de la Academia de Criminología. Este lugar es realmente lúgubre y penumbroso. Ojalá pudieran ver el signo de interrogación en el pálido rostro del agente Jones.

Nuestra información es escasa, priorizando la confidencialidad del caso. Únicamente estamos al tanto de que venimos a resolver un homicidio.

—Unas pocas yardas más, estimados, y entre la maleza podrán apreciar la magnificencia del castillo de la Academia. —Dijo el avejentado conductor con orgullo, jugando arrítmicamente con el embrague y el acelerador.

—Perfecto, gracias. —Contestó el agente Jones, colocándose el sombrero sobre su incipiente calvicie y calentando ambas manos con su aliento.

Una parte de mí sabe que diciembre está comenzando y prometí volver con mi familia para las fiestas, pero hacer eso implicaría lidiar con una situación que aún no estoy preparada para afrontar.

Ahora, no haré más que concentrar mis energías en resolver el caso.

El vehículo se detuvo y, por primera vez, la agente Williams elevó la mirada de su escrito, conteniendo la respiración frente a la imponente estructura que los esperaba a unas pocas yardas de distancia.

De aspecto medieval, un prominente castillo de paredones altos como fuertes de combate los recibía en medio de aquel clima desolador. Algunas enredaderas espigadas subían hasta la cúspide de los torreones, brindándole cierto atisbo de dejadez y abandono.

Ambos agentes se bajaron del vehículo y abrieron sus paraguas negros en combinación con sus pilotos y botas de lluvia, avanzando sobre el embarrado suelo hasta el portón de argollas doradas.

El vehículo se retiró con el rugir de su motor ni bien el conductor los vio ubicarse sobre el descansillo y, en medio de una breve pausa, ambos agentes se miraron entre sí con expresión de incertidumbre.

—¿Qué estaba escribiendo, agente Williams? —Le preguntó Jones a la mujer, abriendo con inocencia sus pequeños ojos azulados, luego de tocar la puerta.

—Acerca del calvario que será volver a trabajar con usted. —Respondió Williams, apáticamente, mientras encendía un cigarrillo. Jones dejó escapar una sonrisa, acostumbrado al talante del humor de su compañera.

Las puertas se abrieron tras unos instantes y ambos cerraron los paraguas frente al descomunal, aunque acogedor, salón que los recibía.

—¿Scotland Yard? —Inquirió la mujer que los atendió, de camisa amarillenta, lentes cuadrados y cara de pocos amigos.

—No. Somos agentes especiales de la corona. Se nos asignó el caso por interés directo de la familia real. —Respondió Williams, sacudiendo el paraguas y dejándolo sobre el balde junto a la puerta. Su aspecto era elegantísimo, de estatura alta y una fuerte mirada de ojos color café; su cabello se encontraba recogido en un rodete bajo formal, y algunos mechones despeinados caían sobre sus orejas, cubriendo su agraciado y experimentado rostro, enmarcado por el uso de un fuerte labial color rubí.

La mujer que los había atendido no pudo distraer su atención del fino y desafiante traje gris de gabardina de tres piezas que usaba la agente.

—Tenemos que hablar con el director Alfred Benjamin Thomas. —Interrumpió Jones, leyendo el arrugado papel que acababa de extraer del bolsillo interno de su piloto.

—Sí, por supuesto. —Reaccionó la mujer—. Síganme.

Atravesaron con cautela el afable y amplio salón, alternante entre características medievales y victorianas, adornado por alfombras y paredes oscuras que servían de lienzo para la atávica mueblería y los ventanales neogóticos.

Subieron unas escaleras angostas, ornamentadas a los lados por pinturas artísticas de óleo sobre lienzo, hasta que arribaron a la oficina del director.

Al ingresar, un hombre alto, levemente avejentado, de cabello entrecano y ojos claros, los recibió con una cálida sonrisa.

—¡Adelante, por favor! —Los invitó a pasar al despacho, ofreciéndoles los dos asientos frente a lo que era un mayúsculo escritorio de caoba.

—Permiso. —Dijo Jones, educadamente.

—No puedo expresarles el agradecimiento que siento por su presencia, complaciente para todos aquellos que habitamos el castillo de la Academia. Estimábamos que Scotland Yard estaría ocupado, especialmente por la enrevesada situación que atañe a Londres en estos momentos, pero los hechos han sido lo suficientemente graves como para requerir de su visita.

—No somos el Scotland Yard. —Interrumpió Williams—. Mi compañero es Arthur Stephen Jones —lo señaló con un leve gesto de cabeza— y mi nombre es Harriet Primrose Williams. Ambos somos agentes especiales de la corona.

—¿Agentes especiales?

—Pertenecemos al MI5. Nuestras funciones son puntuales, pero nos han solicitado asistir en el presente caso.

El director pareció tomarse un instante para procesar la información.

—¿Por qué la corona se interesaría en este caso? —Inquirió, finalmente.

—Determinados miembros de la familia real han asistido a esta Academia para abordar sus estudios de posgrado. —Prosiguió Williams—. Podemos decir, simplemente, que la corona tiene cierto apego emocional y desea garantizar la solución efectiva de los problemas que se presenten. Scotland Yard puede encargarse de los homicidios de los pobres, asumimos.

—Fuertes palabras. —Pareció atragantarse con una repentina tos—. Más no podría estar más que agradecido, de todas formas. —Volvió a sonreír el director.

—Necesitamos que nos detalle los hechos con extrema precisión, director Thomas. —Volvió a hablar la agente.

—Por favor. —Acotó Jones, mirando de reojo a su compañera, como si fuera habitual.

—Sí, claro. Vayamos al grano. —El director apoyó los codos sobre la mesa y su expresión se ensombreció levemente, a lo que le siguió una breve pausa—. Estamos consternados por los hechos que acontecieron en el día de ayer. —Levantó la mirada con gravedad—. Una estudiante… Una excelente estudiante, si me permiten, ha fallecido. Las condiciones de su muerte se han presentado bajo circunstancias que resultan complejas de adjetivar. Solo se me ocurre subsumirlas bajo el término de “desesperantes”. —Se echó hacia atrás en el respaldo de su asiento en medio de un clima de circunspección—. Su nombre era Amber Birdwhistle.

—¿Cómo la mataron? —Lo apuró Williams.

—La pobre chica fue… fue quemada, incinerada.

—¿Viva?

El hombre pareció amedrentarse por la pregunta, aunque retomó la conversación inmediatamente.

—Pues… no lo sabemos. —Inhaló profundamente, con angustia.

—¿En dónde?

—La encontramos en medio del campus.

—¿Dónde es eso, particularmente?

—La Academia está compuesta por cuatro grandes edificaciones, antiguos fuertes y, en el centro, se expande un gran espacio de aire libre y naturaleza.

—¿Está usted diciendo que incineraron a una alumna en medio de un espacio abierto, a la vista de todos los estudiantes?

—Eso me temo. Fue por la noche, de todas maneras, y puede haber escapado al ojo público.

—Discúlpeme… —Intervino Jones, acercándose un poco hacia adelante— ¿el cadáver sigue ahí?

—Me temo que no sabíamos qué hacer, no podíamos moverlo. —Respondió con incomodidad—. Estábamos esperando a Scotland Yard.

—Perfecto. —Dijo Williams— Accionaron con prudencia.

—¿Pero lo ocultaron de alguna manera de los estudiantes? —Insistió Jones.

—Las estudiantes. —Lo corrigió—. Sí, edificamos una suerte de tienda alrededor de la escena. No puedo garantizar que ninguna de las alumnas haya visto algo, de todas formas. Los rumores corren como el viento en esta Academia.

—¿Qué clase de cursos se dictan aquí? —Cambió de tema la agente Williams.

—De posgrado y de investigación. Recibimos alumnas de intercambio, también.

—Bien. Esto es lo que haremos. —Se puso de pie la mujer, seguida por Jones—. Debido a la gravedad del hecho, inspeccionaremos la escena ahora mismo y llamaremos a Londres para incorporar más agentes al caso, ya que aún no sabemos si el homicida continúa en las cercanías del lugar, y su búsqueda debe ser prioridad, en caso de que se repitan los eventos. —Meditó unos momentos—. Es importante asegurar la zona, también. Por la noche deberá haber toque de queda, nadie saldrá de su habitación.

—Por supuesto, agente. —El director también se puso de pie—. Pero me temo que será imposible traer a gente de Londres hoy mismo. También es imposible ir allí.

—¿Cómo es eso? —Preguntó Jones, desconcertado.

—¿No oyeron las noticias? —Ambos agentes cruzaron miradas y volvieron a enfocarse en el hombre—. Una terrible y densa niebla oscura rodeó la ciudad de Londres. No se puede divisar ni el empedrado de las calles. —Explicó—. Dicen que los hospitales se están atiborrando debido a los accidentes ocasionados; los médicos y enfermeros están saturados de labor.

—Dios mío… —Exclamó Jones.

—Es muy reciente, comprendo que desconozcan el asunto. Suspendimos las salidas de la Academia hasta que la niebla se disipe. Estaremos resguardados en el castillo en cuanto no sea seguro salir. Londres está cerca, y no sabemos si la niebla comparecerá aquí.

—¿Ustedes tienen registro de todo el que sale o entra?

—Por supuesto.

—Existe la posibilidad de que hayan encerrado al homicida en la Academia, y tenemos que aprovechar esa oportunidad. —Acotó Williams.

El director permaneció unos segundos bajo un semblante de perplejidad, sin comprender la tranquilidad mediante la cual la agente mencionaba esas palabras.

—Podemos ofrecerles cómodas habitaciones aquí, en la Academia, en el sector de los docentes y preceptores. Pueden quedarse el tiempo necesario. —Ofreció finalmente, despertando de su propio estado de espanto.

—¿Nos está diciendo que no podemos salir? —Inquirió la agente.

—Me temo que no hacia Londres. No encontrarán transporte que acceda a llevarlos. Pueden alojarse en Castle Combe, el pueblo a poca distancia, pero sería un honor alojarlos aquí. Estoy seguro de que todo pasará pronto, tal vez mañana mismo se esfume la niebla. Estamos esperando algún mensaje del ministro.

—Dudo que Churchill sepa algo sobre la niebla. —Exclamó Jones.

—Aceptaremos los cuartos. —Sentenció Williams—. Y necesitaré conocer el lugar en su totalidad, especialmente si por el momento seremos solo dos agentes en semejante inmensidad.

—Por supuesto, les enviaré una estudiante que les servirá de guía y referencia para lo que necesiten.

—Eso será perfecto. —Asintió.

Sin mediar innecesarias palabras, dos habitaciones contiguas, amplias y elegantes le fueron asignadas a cada agente por separado en una de las atalayas del castillo, posibles baluartes de un pasado bélico.

Al igual que en el resto de aquella ciudadela de entornos boscosos e invernales, los dormitorios se ornamentaban por grandes espejos antiguos, manchados por la erosión del tiempo como salpicaduras de acuarela negra; las cortinas, oscuras y pesadas, escondían ventanas que permitían observar, a unas cuantas yardas de distancia, el pueblo aledaño que se encontraba colina abajo, y las camas de doble plaza se vestían de mullidos acolchados.

De todas maneras, cierta pesadez invadía las alcobas, incluso a pesar de lo inmaculadas y desempolvadas que se vislumbraban en su pulcritud; se trataba quizá de la oscuridad que proyectaban las cortinas o la carencia de correntadas de aire.

Luego de pasados unos minutos que los agentes usufructuaron para cambiarse la ropa húmeda por prendas secas y acicalarse un poco, Williams distribuyó sus pertenencias dentro de los muebles del cuarto y guardó su diario de registros bajo la almohada de plumas sobre la cama.

Ni bien terminó de acomodarse, alguien tocó la puerta con suavidad.

—Enseguida. —Respondió Williams, avanzando con calma y abriendo la manija para asomarse discretamente.

—Buenos días. —Habló una joven desde el otro lado de la puerta. Tenía el cabello oscuro, casi negro, extendido hasta por debajo de las orejas en un descansar algo despeinado, contrastando con la palidez de un rostro casi violáceo aunque agraciado, de destacables ojos verdes. Su contextura era delgada, y vestía una camisa blanca desajustada.

—¿Sí? —Inquirió Williams, aún asomada por el espacio entreabierto de la puerta.

—Mi nombre es Sara Sallow. Puede decirme Sally. —Levantó la mano en un respetuoso saludo. Su voz resonaba melodiosamente sobre el eco del pasillo desierto.

—¿Y qué la trae por aquí, Sara Sallow? —Preguntó con desconfianza.

—¿Es usted la agente Williams?

—Así es.

—Me dijeron que le sirviera de guía.

—Ah, claro. —Abrió la puerta casi abruptamente mientras agarraba el abrigo sin demora—. Lléveme al campus. —Hizo que girara media vuelta al empujarla levemente del hombro y comenzaron a caminar escaleras abajo en función de la impulsividad de Williams.

—¿Es usted un agente secreto? —Inquirió la muchacha, mientras tanto, con cierta curiosidad y sin dejarse abrumar por la agilidad de la mujer.

—No sea ridícula.

—Perdón… Escuché que el homicida puede volver a matar, ¿usted lo cree?

Williams no se encontraba con el humor adecuado para dar clases particulares.

—Yo no creo cosas, las pruebo y las verifico.

—Por supuesto, claro.

—¿Este lugar es solo de mujeres?

—Sí, señora.

—Agente Williams es mejor.

—Sí, agente Williams.

—¿Y es completamente pupilo? ¿O algunas estudiantes vuelven a sus hogares?

—Es completamente pupilo, especialmente debido a la lejanía del lugar.

—¿Y qué hay de ese pueblo que atravesé al llegar? Castle Combe.

—Es un pueblo pequeño, no llega a los cuatrocientos habitantes. Debería dejarme llevarla allí, tienen un bar espléndido y quizá le sirva para su investigación. —Se entusiasmó la joven, al mismo momento en el que debió sujetarse rápidamente del barandal para no resbalarse.

—Por el amor de Dios, te vas a matar. —La sujetó del brazo, tuteándola involuntariamente.

—Perdón, no quise asustarla. Este lugar está muy resbaladizo durante esta época.

—No vi a nadie caerse.

—¿Escuchó lo que está pasando en Londres? —Cambió de tema.

—Sí, escuché.

—Nunca vi que pasara nada igual. Dicen que es el carbón que se está usando en gran cantidad debido al frío. Eso le da el color a la niebla. Es toda una gran casualidad.

—¿Casualidad?

—Por lo que pasó aquí. —Volteó a mirarla, sin dejar de avanzar—. Quemaron a una chica. Todo se siente oscuro, triste y desolador. Hay un gran silencio en la Academia.

Finalmente, terminaron de bajar las escaleras de piedra fría y arribaron a una amplia galería que, hacia el final de su extensión, permitía vislumbrar, mediante un magnífico arco de arquitectura gótica, la salida hacia el centro del campus, una inmensidad de pasto verde de casi trescientas yardas al cuadrado, parecido a una gran plaza central.

En el corazón y a la distancia se extendía la blanca tienda improvisada que el director Thomas les había mencionado previamente a los agentes.

Avanzaron bajo la tenue nieve que comenzaba a reemplazar a la niebla, cayendo de a copos tímidos y tiñendo paulatinamente al paisaje albugíneo.

A pesar de que caminaba con decisión, Williams no pudo evitar que sus ojos quedaran atrapados por la majestuosidad del lugar, especialmente apreciándola desde el núcleo en el que andaban.

—Disculpe, agente Williams. ¿Puedo ir a buscar mi abrigo? Salí directo del aula a buscarla a usted y me estoy muriendo de frío. —Dijo Sally, a medio andar.

—No me pida permiso, no soy su profesora. Vaya. —Le ordenó, continuando su camino.

La muchacha partió trotando hasta el edificio cercano en donde residían las aulas, abrazándose a sí misma.

Williams continuó avanzando y, al arribar a la tienda, corrió la tela de plástico de la carpa e ingresó en el recinto.

La primera imagen, como una fotografía, se impregnó en los recovecos más inaccesibles de su memoria. A pesar de su comprobada experiencia y una cuota justa de situaciones que podían quitarle el aire, la agente sintió su sangre bajar hasta los pies. Sus manos se petrificaron a los lados de su cuerpo y no se oyó ni su propia respiración.

Una gran pesadumbre inundó su corazón.

Sobre un pedestal de troncos negros y carbonizados, simulando una figura de piedra esculpida, se erguía una gran tabla de madera en posición vertical, la cual sostenía, entre sogas calcinadas, el cuerpo incinerado de una joven, o lo que quedaba de él.

Williams retrocedió un paso y pensó en ir a buscar a Jones, pero primero enfocó su atención en la parte superior de la tabla que, a pesar del ennegrecimiento, dejaba entrever un pequeño símbolo, similar a la letra “M”.