La gran noticia - Chantelle Shaw - E-Book

La gran noticia E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

Su sorprendente secreto estaba en todos los periódicos… ¡Y él iba a reavivar su deseo! Carlos Segarra era una leyenda del tenis, un hombre de negocios y… ¡padre! O eso decían los periódicos. Así que no tenía elección, debía encontrar a la inolvidable mujer de la que hablaban los titulares y pedirle respuestas. Betsy Miller, que había trabajado de ama de llaves en casa de su tía, había decidido ocultarle a Carlos su embarazo. No había podido olvidar la noche que había pasado con el tenista español… ni cómo Carlos había quitado importancia a un encuentro que a ella le había cambiado la vida. Con su vuelta, tanto Betsy como el mundo se preguntaron cuál sería el siguiente titular…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2020 Chantelle Shaw

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La gran noticia, n.º 2947 - agosto 2022

Título original: Housekeeper in the Headlines

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-007-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ES ESO cierto?

–Por supuesto que no.

Carlos Segarra frunció el ceño y juró mientras miraba el periódico que tenía en las manos. La expresión de su padre era de clara decepción. Ya le había dado a lo largo de los años muchos motivos para sentirse defraudado por él, pero aquello era diferente. Era inocente.

–No tengo ningún hijo secreto –le aseguró entre dientes–. Se han inventado esa historia.

Su padre, Rodrigo, sintió que le costaba respirar. Ya le había dado un infarto un año antes y una neumonía lo había llevado al hospital el mes anterior.

–¿Y conoces a la tal Betsy Miller, la supuesta madre de tu hijo?

A Carlos se le hizo un nudo en el estómago al aflorar el recuerdo de unos ojos marrones y una melena del color del caramelo y la miel, de suaves rizos que enmarcaban una cara bonita, ruborizada por la pasión.

Recordó la suavidad de los labios de Betsy y sus gemidos de placer mientras le hacía el amor. Betsy había puesto a prueba su templanza durante semanas y, aquella noche, dos años antes, la noche después de que Carlos hubiese cumplido su sueño de ganar el Campeonato Internacional de Tenis Británico, había perdido completamente el control.

–La conocí en Londres –admitió–, pero no soy el padre de su hijo.

Rodrigo lo miró fijamente.

–¿Estás seguro, al cien por cien?

–Sí.

Carlos estudió la fotografía de Betsy en la portada del periódico. A pesar de que iba vestida con una gabardina amplia y llevaba el pelo oculto bajo un poco favorecedor gorro de lana, sintió que se le aceleraba la sangre en las venas. Le sorprendió que su cuerpo reaccionase así. Nunca se había enganchado a una mujer, mucho menos a un ama de llaves inglesa, nada sofisticada.

–No existe ninguna posibilidad de que el niño sea mío –insistió.

En la fotografía aparecía Betsy con un niño que debía de tener más o menos la misma edad que el sobrino de Carlos. El rostro del pequeño estaba oculto debajo de la capucha del abrigo.

Si Betsy se hubiese quedado embarazada de él, ¿por qué habría esperado hasta entonces para hacerlo público? ¿Por qué no se lo había contado personalmente? Lo más probable era que el periódico le hubiese pagado para que mintiese.

Carlos recordó que las circunstancias habían hecho que se marchase de la casa en la que había estado alojado, en el sudoeste de Londres, sin volver a ver a Betsy después de que hubiesen pasado la noche juntos. No obstante, él no había podido olvidarla y, varias semanas después de su vuelta a España, le había enviado una pulsera de regalo y su número de teléfono junto a una nota en la que le decía que lo llamase si quería volver a verlo. Betsy no le había respondido y él tampoco había intentado ponerse en contacto con ella. Carlos nunca iba detrás de una mujer, no necesitaba hacerlo, pero si Betsy se había quedado embarazada de él, lo normal era que lo hubiese llamado para pedirle, al menos, apoyo económico para criar al bebé.

–Es uno de esos escándalos que tanto les gusta publicar a los periódicos, nada más –le dijo a su padre mientras tiraba el periódico sobre la cama–. Hay mujeres que se acuestan con hombres famosos solo para después ir a contárselo a la prensa.

–Tal vez, si no tuvieses fama de mujeriego, esta mujer no te habría utilizado a ti –le recriminó su padre.

Él pensó en el anexo que había hecho construir en su casa de Toledo, en el que todo un equipo de enfermeras cuidaba de Rodrigo para que este no tuviese que ingresar en una residencia. Había tenido la esperanza de que, al ofrecerle un hogar a su padre, tal vez podrían recuperar la buena relación que habían tenido en el pasado. No esperaba que su padre lo perdonase. ¿Cómo iba a hacerlo, si ni siquiera él se perdonaba por el papel que había desempeñado en la muerte de su madre? Pero en los últimos meses había sentido a su padre más cerca y había tenido la esperanza de que su relación volviese a ser cercana. Sin embargo, aquella noticia llegaba en mal momento y Carlos sintió que la falta de confianza de su padre en él se le clavaba entre las costillas cual afilado cuchillo.

Se levantó del sillón en el que estaba sentado, junto a la cama de su padre, y fue de un lado a otro por la habitación del hospital.

–¿Qué vas a hacer? –le preguntó Rodrigo.

–Mi avión está preparado para viajar a Londres de inmediato, en cuanto me marche de aquí.

Era una coincidencia que Carlos hubiese planeado un viaje de negocios a Reino Unido justo en aquel momento. Daba la casualidad de que había pensado en ponerse en contacto con Betsy, para volver a verla y, con un poco de suerte, olvidarla. En esos momentos, tenía claro que debía encontrarla y buscar una clínica en la que hacerse una prueba de paternidad.

Quería respuestas y, cuando tuviese la prueba de que Betsy Miller era una mentirosa, Carlos se prometió en silencio que le haría arrepentirse de haberse burlado de él.

 

 

Junio había sido un mes muy húmedo y la cantidad de agua caída en las últimas veinticuatro horas había hecho que el bonito río que atravesaba el pueblo de Fraddlington, situado en el condado de Dorset, se convirtiese en un furioso raudal y se desbordase durante la noche.

Betsy había colocado bolsas de arena delante de la puerta principal de la casa, pero el suelo de la planta baja estaba cubierto por varios dedos de agua sucia. Por suerte, la cocina, que estaba en la parte trasera, había sido construida en un nivel ligeramente superior y estaba seca.

Sebastian estaba detrás de la barrera que Betsy había colocado entre la cocina y el salón. Tenía casi quince meses y era adorable. Sus ojos marrones, salpicados de motas doradas, eran idénticos a los de su padre, pero Betsy se negó a pensar en Carlos.

–Me temo que vas a tener que quedarte ahí hasta que limpie esto –le dijo a su hijo, inclinándose a darle un beso en el pelo rizado y moreno.

Betsy había alquilado la casa y no tenía ni idea de a dónde iba a ir con Sebastian después de reparar los daños causados por la riada. Sacó una alfombra empapada a la calle y la tiró al jardín, y entonces vio que su vecina estaba hablando con un hombre que tenía un micrófono en la mano.

Betsy volvió a entrar en casa y cerró la puerta, pensando en el periodista que la había abordado a ella varios días, mientras iba por la calle empujando la silla de paseo de Sebastian. De repente, se había dado cuenta de dónde había visto a aquel hombre antes.

Hacía dos años el mismo periodista había ido a casa de su tía, en el sudoeste de Londres, para entrevistar a Carlos Segarra, el ganador del Campeonato Internacional de Tenis Británico de aquel año. Betsy había estado trabajando en casa de su tía como ama de llaves y Carlos había alquilado la casa varias semanas mientras su tía estaba en el extranjero.

Después de pasar la noche con Carlos, Betsy se había despertado tarde al día siguiente y se había encontrado con que estaba sola en la cama.

Volvió a recordar aquella noche. Había sido muy ingenua, se dijo mientras limpiaba el suelo.

Tras haber crecido en el seno del tóxico matrimonio de sus padres y haber vivido su agrio divorcio, había sido escéptica con la idea de enamorarse. En la universidad, había salido con varios chicos, pero nunca había tenido una relación seria porque le daba miedo bajar la guardia y que le hiciesen daño. Y, no obstante, siempre había albergado la esperanza de encontrar a su príncipe azul, que había llegado en forma de tenista, alto, moreno y muy guapo.

Por una vez en su vida, Betsy había bajado la guardia, con Carlos, y había pensado que existía una conexión especial entre ambos. Pero lo cierto era que solo había sido una más para él. De hecho, Carlos le había dicho al periodista que lo había entrevistado aquel día que se trataba solo de una aventura.

Se quitó los guantes de goma y, de repente, sintió una punzada de desesperación al mirar a su alrededor. Ya tenía bastantes preocupaciones sin tener que pensar en aquel periodista que rondaba por el pueblo. Estaba segura de que la recordaba de dos años antes, y el hecho de que sintiese curiosidad por Sebastian la inquietaba.

Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta. Debía de ser alguien de los servicios de emergencia. Miró hacia la cocina y vio a Sebastian sentado en su mantita de juegos. Volvieron a llamar y ella fue a abrir. A través del cristal vio una figura alta y sintió que se le aceleraba el corazón.

–Hola… –balbució al abrir y encontrarse con Carlos.

De repente, se le cortó la respiración. No podía ser él. Carlos no sabía dónde vivía y no tenía ningún motivo para querer buscarla.

A Betsy se le había olvidado lo guapo que era. Aunque no hubiese podido olvidarse de él, el Carlos Segarra de carne y hueso era mucho más impresionante que el recuerdo que solía atormentarla en sueños.

Estudió su rostro masculino: los pómulos marcados, la mandíbula cuadrada, oscurecida por una sombra oscura y una boca que podía ser sensual o cruel, pero que en esos momentos estaba tan seria que a Betsy se le cayó el alma a los pies.

Dado que era guapo, una leyenda del deporte y tenía fama de mujeriego, aparecía con frecuencia en las revistas del corazón. Y Betsy se odiaba cada vez que sucumbía a la tentación de comprar alguna en la que aparecía en la portada como «el hombre más sexy de España». Se había sentido irresistiblemente atraída por él nada más verlo dos años antes, y en esos momentos descubrió que el efecto seguía siendo el mismo.

No eran solo sus ojos los que la hacían pensar en un gato salvaje. Tenía un cuerpo esbelto y musculoso, pulido hasta la perfección física, que lo había convertido en un gran atleta. En el circuito del tenis se le conocía como «el Jaguar». Por su velocidad en la pista y su impredecibilidad. No se podía saber cómo piensa un jaguar y lo mismo ocurría con Carlos Segarra.

Betsy tragó saliva y miró su elegante traje gris. Llevaba los bajos de los pantalones mojadas y los zapatos de piel marrones cubiertos de barro.

–Deberías haberte puesto botas –le dijo, mordiéndose el labio al darse cuenta de que era una forma extraña de saludarlo–. ¿Qué haces aquí?

Él arqueó las cejas.

–Acabo de llegar a Inglaterra, no sabía que las inundaciones hubiesen afectado a esta zona.

Su voz hizo que Betsy se estremeciese. Sintió que se le aceleraba el pulso y se llevó una mano al cuello para ocultarle la traicionera reacción de su cuerpo.

Carlos la recorrió con la mirada, bajando de la amplia camiseta a los desgastados pantalones deportivos. Se había puesto aquella ropa vieja sabiendo que iba a ensuciarse. Él miró sus botas manchadas de barro y apretó los labios. Betsy se resistió a la tentación de quitarse el pañuelo que se había puesto para cubrirse el pelo. Estaba hecha un desastre, pero se aseguró que no le importaba lo que Carlos pensase de ella.

–Ha salido en la prensa. Me sorprende que no te hayas enterado –comentó, mirando el periódico que Carlos llevaba debajo del brazo–. Tal vez habrías podido salvar el traje.

–Me da igual el traje –replicó él–. ¿Estás intentando hacerte la graciosa?

Ella lo miró con sorpresa.

–¿Qué quieres decir?

Él le dio el periódico y entró en la casa sin esperar a ser invitado.

–Vaya… –murmuró, mirando a su alrededor.

Había una marca marrón en mitad del sofá color crema y un olor muy desagradable en toda la habitación.

–Supongo que va a ser muy caro reparar todos los daños. ¿Es ese el motivo por el que lo has hecho? –le preguntó.

–¿Qué he hecho? No te entiendo –le respondió, retrocediendo bajo su letal mirada.

Era evidente que Carlos estaba furioso. Tuvo un mal presentimiento.

Miró la portada del periódico, que era de los más amarillos que había, y leyó el titular: ¡El hijo secreto de Carlos Segarra!

Había una fotografía de Betsy, delante de la casa, con Sebastian en brazos. No era una imagen muy nítida y su hijo llevaba puesta la capucha del abrigo, así que casi no se le veía la cara.

Betsy pensó de inmediato en el periodista que la había ayudado a llevar las bolsas de arena hasta la casa.

–¿Te importa si te tomo una fotografía? –le había preguntado–. Estoy escribiendo un artículo acerca de las inundaciones para la prensa local y al editor le gusta que la historia tenga contenido humano.

Ella no se había podido negar, después de que el hombre la hubiese ayudado. Este le había preguntado qué edad tenía Sebastian y había comentado que era muy moreno de piel, pero ella estaba segura de no haber dicho nada que le hubiese podido hacer pensar que Carlos Segarra era el padre de su bebé.

–No tengo ni idea de cómo ha llegado esta historia a los periódicos –le respondió con voz temblorosa–. Nunca le he contado a nadie que Sebastian era tuyo.

Carlos resopló.

–Por supuesto que lo sabes. ¿Cuánto te han pagado por esta basura en la que se me acusa de haber abandonado a mi hijo?

–Yo no…

Carlos hizo un gesto brusco, de impaciencia, con la mano, y ella se quedó callada.

–Anoche me enteré de que se iba a publicar la historia en la prensa británica. Era demasiado tarde para intentar evitarlo. Al parecer, el periodista responsable se llama Tom Vane y piensa que debe ajustar cuentas conmigo porque me acusa de ser el culpable de que lo despidiesen de su puesto como periodista deportivo. Escribió un montón de mentiras acerca de los motivos de mi retirada y yo me quejé al periódico para el que trabajaba.

–No sé cómo se llama el periodista –murmuró ella–. Estuvo rondando por el pueblo un par de días y me dijo que trabajaba para un periódico local. Me resultó familiar y recordé que lo había visto en una ocasión en casa de mi tía, en Londres.

Carlos apretó la mandíbula.

–¿Esperas que te crea? –le preguntó en tono ácido–. Es evidente que te has puesto de acuerdo con él. Supongo que te habrá prometido que te iban a pagar una fortuna si decías que soy el padre de tu hijo, pero no te saldrás con la tuya. Quiero una prueba de paternidad. Y, cuando tenga la prueba de que el niño no es mío, te denunciaré por difamación.

Betsy había intentado imaginarse muchas veces cómo reaccionaría Carlos si le decía que tenía un hijo. Sebastian crecía muy deprisa y ya estaba desarrollando una personalidad descarada. A ella le entristecía pensar que su padre no lo conociese. Y eso le había hecho pensar que tal vez debía haberle dado a Carlos la oportunidad de decidir si quería involucrarse en su crianza, pero había visto una entrevista de este en la televisión en la que decía que no tenía ningún deseo de formar una familia. Así que Betsy había imaginado que no se interesaría por su hijo. Además, no habría sabido cómo ponerse en contacto con él cuando se había marchado a España.

Suponía que podía haber intentado contactarlo a través de su empresa, pero no lo había hecho porque su mayor miedo había sido que Carlos sí se interesase por su hijo y decidiese quitárselo. Betsy sabía lo que era verse metida en una batalla por la custodia de un hijo. Sus padres habían luchado por la suya y ella se había sentido dividida entre ambos. Así que había decidido evitarle a Sebastian todo aquel sufrimiento.

En esos momentos, se sintió aliviada al ver la reacción de Carlos, que le confirmaba que no quería saber nada de su hijo, pero la acusación de haber filtrado ella la noticia a la prensa, la enfureció.

Por un momento, pensó en decirle que Sebastian no era su hijo. Pensó que, tal vez, así se marcharía y la dejaría en paz. No obstante, si Carlos cumplía con su amenaza de demandarla, antes o después la verdad saldría a la luz.

Así que alzó la barbilla y miró a Carlos a los ojos.

–Una prueba de paternidad demostrará que estoy diciendo la verdad. Sebastian es hijo tuyo.

 

 

A Carlos le sorprendió la vehemente respuesta de Betsy, pero se recordó que tenía que defender la historia que había contado a la prensa.

–Pasamos una noche juntos y utilicé protección las dos veces que tuvimos sexo –le dijo–. Sinceramente, sería un milagro que te hubieses quedado embarazada.

Ella asintió.

–No sé cómo ocurrió, pero estoy de acuerdo en que nuestro hijo es un milagro.

Atravesó la habitación en dirección a la cocina y extendió los brazos hacia el otro lado de la barrera.

–¿Verdad, cariño? Eres el pequeño milagro de mamá.

Carlos se puso tenso al ver cómo el niño caminaba con torpeza hacia los brazos que Betsy le tendía. Ella lo levantó en el aire y se lo sentó en la cadera.

–Este es Sebastian.

Lo dijo como si se sintiese orgullosa, y lo miró con tanto amor mientras le sonreía que Carlos sintió que se le encogía el pecho. Mucho tiempo atrás su madre también le había sonreído así.

Apartó aquel recuerdo de su mente y estudió al niño, que tenía los ojos marrones y muy grandes, y el pelo oscuro rizado. Le recordó a su sobrino. Miguel, el hijo de su hermana, tenía dos años, así que supuso que era algo mayor que el hijo de Betsy, y que esta debía de haberse quedado embarazada alrededor de dos años antes.

–Es tuyo –le aseguró ella en voz baja–. Tiene casi quince meses. Nació el diecisiete de abril, exactamente nueve meses después de que nos acostásemos. Y, antes de que sugieras que pude haberme acostado con otro hombre te diré que no es así. Era virgen y no me he acostado con nadie más desde entonces.

Carlos pensó que aquello era imposible.

Tenía el corazón tan acelerado como durante una competición. Que aquel niño se pareciese a su sobrino no demostraba nada. Sebastian podía haber heredado los ojos marrones de su madre.

Pero cuando Betsy se acercó con el niño en brazos, Carlos descubrió que el color de los ojos del niño era exactamente igual al de los suyos.

De repente, sintió algo parecido a pánico. No era posible que tuviese un hijo. Se había pasado toda su vida adulta evitando responsabilidades.

Pensó en dos años antes. Había estado en la cima de su carrera, hasta entonces, la copa dorada del torneo de Londres se le había escapado siempre. No obstante, había sido la victoria que más había deseado, ya que había querido dedicársela a su madre.

Había alquilado una casa en Londres, cerca del club de tenis, donde había entrenado varias semanas antes del comienzo del torneo, pero su determinación de evitar cualquier distracción se había visto puesta a prueba al conocer a aquella atractiva joven.

–Soy el ama de llaves, Betsy Miller –se había presentado ella, sonriendo con timidez.

Él había fruncido el ceño al verla.

–No se preocupe, le prometo que no se va a enterar de que estoy en casa.

El rubor rosado que había teñido su tez pálida le había llamado la atención. Y pronto se había dado cuenta de que el ama de llaves, no solo le parecía atractiva, sino también muy sexy.

No era muy alta y su constitución era más bien esbelta que delgada. Carlos había posado la mirada en la curva firme de sus pechos antes de bajarla a la estrecha cintura y la suave curva de sus caderas.

Después, había vuelto a llevar los ojos a su rostro y se había dado cuenta de que se había ruborizado todavía más y lo había mirado con interés. Él no solía sentirse intrigado por ninguna mujer, pero Betsy había tenido algo que había despertado su hastiada libido.

–Yo no estaría tan segura –había murmurado él–. No pasas en absoluto desapercibida, Betsy Miller.

Carlos se maldijo y se obligó a volver al presente y a aquella casa inundada. La mujer que tenía delante parecía el personaje de una novela de Dickens, con aquella ropa vieja y el pelo oculto debajo de un pañuelo, pero, a pesar de no llevar maquillaje y de no ser tan elegante y glamurosa como sus otras amantes, su belleza natural y su sensualidad innata prendieron una llama en su interior.

Para su sorpresa, Carlos sintió que su cuerpo cobraba vida. «¿Por qué ella?», se preguntó, furioso. Había pasado una época difícil después de haber ganado el premio a la mejor empresa responsable y había tenido la libido por los suelos. De hecho, no se había acostado con ninguna otra mujer después de ella.

Darse cuenta de aquello no hizo precisamente que le mejorase el humor.

–Nunca antes me ha fallado un preservativo, pero, aunque existiese la más minúscula posibilidad de que eso ocurriese, ¿por qué no me avisaste cuando te enteraste de que estabas embarazada?

–No lo supe hasta varias semanas después de que te hubieses marchado a España. Vi que te entrevistaban en televisión, poco después de que anunciases que te retirabas del tenis. Había habido rumores de que querías casarte con tu novia, la modelo Lorena López, y formar una familia.

Carlos dejó escapar una carcajada.

–Solo tuve una aventura con Lorena, pero se terminó antes de que viniese a Inglaterra para prepararme para el campeonato. Siempre le dejé claro que no iba a casarme con ella, pero no lo aceptó y le contó a la prensa que estábamos prometidos.

Betsy asintió.