La Hija del Capitán y Boris Godunov - Aleksandr Pushkin - E-Book

La Hija del Capitán y Boris Godunov E-Book

Aleksandr Pushkin

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Beschreibung

Alexander Sergéyevich Pushkin (1799 - 1837) fue un poeta, dramaturgo y novelista ruso. Fue uno de los primeros escritores de su país. Utilizando un estilo en el que mezclaba el drama, el romance y la sátira. Tuvo influencias sobre Gógol, Dostoyevski, Tolstói y Tiútchev. En esta edición destacan dos grandes obras de Pushkin: La hija del capitán y Boris Godunov. La hija del capitán pertenece a la serie de obras históricas en las que, a diferencia de Boris Godunov o El jinete de cobre, Pushkin no pinta a la sociedad gobernante, sino que toma como héroe principal al líder de la guerra campesina de la época de Catalina II. Boris Godunov es la obra teatral más importante de Aleksander Pushkin, el gran poeta ruso. En sus propias palabras: «... Esta obra mía, escrita en el más severo aislamiento, es el resultado de un trabajo tenaz y de una investigación fiel a la época. Esta tragedia me dio todos los placeres permitidos a un escritor: una inspiración viva, una convicción absoluta de que había empleado todos mis esfuerzos y, finalmente, la aprobación del pequeño círculo que me rodea.»

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Aleksandr Pushkin

LA HIJA DEL CAPITÁN

BORIS GODUNOV

Sumario

PRESENTACIÓN

La obra de Pushkin e sua época

Sobre La Hija del Capitan

Sobre Boris Godunov

LA HIJA DEL CAPITAN

CAPÍTULO I - EL SARGENTO DE LA GUARDIA

CAPÍTULO II - EL GUIA

CAPÍTULO III - LA FORTALEZA

CAPÍTULO IV - EL DUELO

CAPÍTULO V - EL AMOR

CAPÍTULO VI - TIEMPOS DE PUGACHOV

CAPÍTULO VII - EL ASALTO

CAPÍTULO VIII - EL HUÉSPED NO INVITADO

CAPÍTULO IX - LA SEPARACION

CAPÍTULO X - EL SITIO DE LA CIUDAD

CAPÍTULO XI - EL POBLADO REBELDE

CAPÍTULO XII - LA HUÉRFANA

CAPÍTULO XIII - EL ARRESTO

CAPÍTULO XIV - EL JUICIO

BORIS GODUNOV

EL PRÍNCIPE SCHUISKI Y VOROTINSKI

LA PLAZA ROJA: EL PUEBLO

EL CAMPO DE DEVICHE Y EL MONASTERIO DE NOVODEVICHE

LA CORTE DEL KREMLIN: BORIS, EL PATRIARCA Y LOS BOYARDOS

ES DE NOCHE. UNA CELDA DEL MONASTERIO DE CHUDOV (AÑO 1603)

EL RECINTO DEL PATRIARCA

SALA DEL TRONO: DOS GUARDIAS. EL ZAR

UNA POSADA EN LA FRONTERA LITUANA

MOSCU, CASA DE SCHUISKI

EL PALACIO DEL ZAR

KRACOV. LA CASA DE VICHNIEVSKI

EL CASTILLO DE MNICHEK DE SOMBORE

LA FRONTERA LITUANA

LA DUMA DEL ZAR

LLANURA CERCA DE NOVGOROD -SEVERSKI

LA PLAZA DE LA CATEDRAL DE MOSCU EL PUEBLO

SIEVSK

EL IMPOSTOR RODEADO DE LOS SUYOS

EL BOSQUE

MOSCU. EL PALACIO DEL ZAR.

DIALOGO:

LA PLAZA

EL KREMLIN. EL PALACIO DE BORIS

PRESENTACIÓN

Alexander Sergéyevich Pushkin (1799 - 1837) fue un poeta, dramaturgo y novelista ruso. Fue uno de los primeros escritores de su país. Utilizando un estilo en el que mezclaba el drama, el romance y la sátira. Tuvo influencias sobre Gógol, Dostoyevski, Tolstói y Tiútchev.

Pushkin estudió en el Liceo Imperial, siendo entonces cuando escribió su primer poema llamado Ruslán y Liudmila que se publicó en 1820, levantando una gran polémica en aquel tiempo.

Al culminar sus estudios se trasladó a San Petersburgo, formando parte de los intelectuales jóvenes reconocidos. Ingresó a trabajar en el Ministerio de Asuntos Exteriores, involucrándose poco a poco en los movimientos de reforma social.

Debido a su protagonismo esgrimiendo textos a favor de los literatos radicales, fue proscrito a Siberia. No obstante, por intervención de sus protectores su destierro se cambió a Yekaterinoslav (lo que hoy viene siendo Dnipropetrovsk). Fue entonces que se agravó su salud, siendo acogido por la familia del general Rayevski, con quienes se dirigió al Cáucaso y Crimea.

Impactado por aquellos lugares escribió el poema El cautivo del Cáucaso (1821). Posteriormente fueron a Chisináu, Besarabia, donde escribió los poemas Gabrielada (1821). Luego hilvanó Los hermanos bandoleros (1822), La fuente de Bajchi Sarái (1823). Del mismo modo los poemas La daga, La guerra y Eleutheria. También escribió su obra cumbre; una novela en verso llamada Eugenio Oneguin.

Luego se embelesó con la hija del general Voronstov, pero se le ocurrió escribir un epigrama en su contra, lo que motivó que lo vuelvan a desterrar y darle arresto domiciliario a Pushkin en la finca de su padre. Despidiéndose de Odesa con el poema Al mar (1924).

Durante aquel tiempo escribió el drama histórico Boris Godunov (1825), basado en la tragedia de dicho zar. Además, escribió el poema El conde Nulin (1825), e hilvanó el poema Los gitanos (1827).

Tras el fallecimiento del zar Aleksandr I fue sucedido por Nicolás I, quien permite al escritor volver a Moscú donde tuvo mucho éxito. En Moscú conoció a Natalia Goncharova, yéndose a vivir a su finca paterna Bóldino, y fue entonces que escribió Historia de la aldea Goriújino, El caballero avaro, El convidado de piedra, Banquete durante la peste y La casita de Kolomna.

Llegó a casarse con Natalia (1831), y realizó su ingreso a la Cancillería de Asuntos Exteriores, ganando 5000 rublos. Fue elegido integrante de la Academia Rusa (1833).

Debido a un duelo con el militar francés Georges d’Anthés, quien tenía una actitud irrespetuosa con su esposa, Pushkin fue herido con una bala en el pecho, que le causó la muerte en 1837. El Gobierno hizo que su cuerpo fuera sepultado en la hacienda de su madre, con la presencia de familiares y amigos. Teniendo el zar el gesto de cancelar sus deudas.

La obra de Pushkin e sua época

La gran Revolución Francesa conmovió los cimientos de la historia universal.

La promoción de una nueva clase capaz de desalojar el poder feudal, alentó a todos los luchadores de la libertad aun en los rincones más apartados del mundo.

Pero el desarrollo desigual de la economía y la vida social y política de los países recogía de diferente manera las enseñanzas de los enciclopedistas, mejor dicho, los pueblos tenían distintas posibilidades para poder aplicar en su patria las consignas republicanas y los lemas de la Convención.

Durante el reinado del zar Aleksandr I, Rusia era un país de clase feudal aun muy poderosa. El desarrollo capitalista era incipiente. La burguesía no era la clase capaz de tomar en sus manos las riendas del país.

El eco ruso de los movimientos revolucionarios de la Europa Occidental se concretó en el movimiento así llamado, de los decembristas.

Rechazada la invasión napoleónica, estremecida Rusia en su sentimiento nacional, comprendió que su régimen interno estaba muy lejos de las conquistas obtenidas en otros países de Europa.

Parte de la nobleza rusa arruinada, secundada por otros elementos progresistas, crearon sociedades revolucionarias secretas.

«La Liga del Norte» y «La Liga del Sur» agruparon a hombres como Rileiev, poeta y amigo de Pushkin, y oficiales como Trubeskoi y Kajovski.

El programa de ambas ligas coincidía en la lucha por la abolición de la servidumbre y en la necesidad de limitar los poderes del zar en la dirección del país. El criterio decididamente republicano era mucho más débil en estas asociaciones secretas que el que conciliaba con la existencia de la monarquía limitada por leyes constitucionales.

La influencia de los republicanos ingleses alentó el golpe de Estado contra Aleksandr I, que se redujo más bien a un limitado motín palaciego que terminó con el asesinato de Aleksandr I en complicidad con su propio hijo Nicolás I.

El 14 de diciembre de 1825 las fuerzas militares que participaban en las ligas secretas, apoyadas por varios regimientos, a los que se unieron los siervos y artesanos, marcharon a la insurrección.

Traicionado por algunos de sus jefes en el momento decisivo de la lucha, al hallarse sin dirección, el movimiento fue sofocado por las fuerzas de Nicolás I.

Los motines que estallaron en aquellas semanas en algunas ciudades de Rusia y de Ucrania sufrieron el mismo desenlace. Sofocada la insurrección, Nicolás I comienza la represión contra sus participantes, y cinco de sus principales dirigentes fueron ahorcados, entre ellos Pestel, Rileiev y otros.

Esta insurrección del mes de diciembre del año 1825 quedó en la historia con el nombre de «movimiento decembrista». A pesar de su corta duración y de la desvinculación de sus jefes con las más amplias masas campesinas -las más interesadas precisamente en la abolición de la servidumbre-, este movimiento dejó una repercusión para las generaciones ulteriores que ahondaron y ampliaron su programa.

Aleksandr S. Pushkin fue el poeta de los decembristas y representó, por su comprensión de las fuerzas renovadoras de Rusia, el ala izquierda de este movimiento. Se suele decir que los decembristas miraban con recelo a los jacobinos, temiendo un movimiento similar en Rusia. Esta apreciación no le llega al gran poeta ruso, que amó y cantó la lucha revolucionaria campesina de vuelo y violencia, como el movimiento de Emelian Pugachov o de Dubrovski y que no se sometió ni se dejó comprar jamás por los halagos de Nicolás I.

Pushkin fue el poeta más genial de su época. Y al afirmar esta verdad corriente, tal vez asome esta pregunta: ¿cómo es que en su obra no ha hallado eco la lucha contra la invasión napoleónica?

Pushkin tenía trece años en 1812, y su adolescencia y juventud, inevitablemente sintieron el estremecimiento de esta conmoción nacional. Sin embargo, en su vastísima obra no encontramos la pintura de estos acontecimientos, como podría esperarse. Este problema ha sido poco encarado por la crítica literaria rusa. Sólo cabe decir que como poeta de la defensa nacional rusa contra toda invasión extranjera, Pushkin aparece en múltiples obras históricas. Además, el espíritu anti-absolutista del decembrismo alienta en toda su obra.

Pushkin fue el primer gran escritor ruso y el creador de su literatura. Analizando brevemente sus obras principales, comprenderemos mejor las múltiples facetas de su genio.

Sobre La Hija del Capitan

La hija del capitán pertenece a la serie de obras históricas en la que, a diferencia de Boris Godunov o de El jinete de cobre, Pushkin no pinta la sociedad dominante, sino toma como héroe principal al caudillo de la guerra campesina de la época de Catalina II.

El personaje principal de La hija del capitán es Emelian Pugachov, jefe inteligente, fuerte y valeroso, conductor de cosacos, campesinos y siervos en contra de la injusticia reinante. Más de cincuenta mil campesinos adheridos a sus guerrilleros, transforman este movimiento en una de las principales insurrecciones del pasado ruso que abarcan vastas regiones de Rusia. El Volga es nuevamente teatro de lucha por la libertad. Río maravilloso, cuna secular de los caudillos del pueblo ruso.

El gigante cosaco es derrotado por las fuerzas zaristas después de largos meses de lucha heroica; condenados a muerte los cabecillas del movimiento y torturados millares de sus participantes, la reacción trata de conducir por otros caminos el problema agrario.

Pushkin entrega su simpatía más ardiente al gran jefe campesino y le dota en su obra de los rasgos característicos de su talento primitivo, salvaje, audaz y emprendedor, levantando de esta manera las calumnias de los historiadores o esbirros gubernamentales, que le atribuyen rasgos criminales y monstruosos. Pushkin reivindica la gloria de Emelian Pugachov, cantada por su pueblo eternamente.

Pushkin comprende perfectamente la justa defensa de Pugachov en favor de los siervos, los oprimidos y explotados. La ausencia de una clase obrera poderosa, su existencia incipiente, determinan inevitablemente el fracaso de este auténtico movimiento popular revolucionario de las masas campesinas.

Es maravillosa la descripción de la muerte del caudillo y evidente también la solidaridad de Pushkin con el pueblo que llora la muerte de su defensor.

El idioma de Pugachov es de un sabor insuperable, por los matices y la frescura de sus giros. Pushkin no pierde la ocasión para poner en boca de Pugachov proverbios, refranes y relatos populares, cuyo valor artístico, literario y humano valen de por sí toda la obra, si no tuviera otros méritos.

Una vez más, y más abiertamente que otras, Pushkin se manifiesta ligado a las raíces del pueblo y canta su epopeya.

La guerra campesina de Pugachov ha sido y será un tema inagotable para el arte.

Debió ser precisamente después de la revolución de octubre otro gran poeta, Vasilio Kamenski, compañero de armas de Vladimiro Maiacovski, el que volviera sobre el tema, dedicándole una epopeya en verso.

La pintura, la música y el cinematógrafo fueron iluminando, a través de los años otros aspectos de la eclosión libertaria deI pasado, siguiendo la ruta iniciada por Pushkin.

Sobre Boris Godunov

Boris Godunov es una de las obras principales de Pushkin y preferidas por él. En uno de los borradores de la introducción a la tragedia, el poeta dice:

«... Esta obra mía, escrita en el aislamiento más severo, es el fruto de un trabajo tenaz, e investigaciones fieles a la época. Esta tragedia me ha dado todos los placeres permitidos al escritor: una viva inspiración, una absoluta convicción de que he utilizado todos mis esfuerzos y, por último, la aprobación del pequeño círculo que me rodea.»

El tema de ella se desarrolla a fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, y por sus intenciones es grandiosa y de múltiples facetas.

La sociedad feudal de esta época, con sus leyes y reales caracteres humanos, aparece personificada en sus personajes principales. El objetivo que mueve las acciones de Godunov es la toma del poder y su afirmación total. Este es el incentivo que mueve a Shuiski, a Basmanov y a la hermosa Marina Mnishek. Pushkin subraya los rasgos a veces positivos de su personaje principal, pero que mueren o son mutilados por un deseo terrible, egoísta y apasionante de poder. La pasión del poder transforma también a Otrepiev en un aventurero que defrauda las esperanzas del pueblo, siendo por último un arma en manos de los pan-polacos.

Los apetitos de poder aparecen en la tragedia como enemigos de los intereses del pueblo, pues, como dice el poeta por intermedio de uno de los personajes, es «realmente sólo una figura histórica aquella que interpreta los intereses del pueblo y cumple su voluntad». El amor ficticio de Boris Godunov al pueblo no pasa inadvertido

por éste, que termina por odiarlo. Las fuerzas reales del pueblo, los campesinos de su tiempo, son las figuras que determinan los acontecimientos.

La influencia de Shakespeare en el gran poeta ruso dio sus gloriosos frutos. Boris Godunov es, a juicio de Gorki, como del gran crítico Belinski, el mejor drama clásico ruso.

Sin embargo, esta obra genial escrita en 1825 apareció publicada recién en 1831 con varios cortes y alteraciones impuestas por la censura. Su representación en el teatro estuvo prohibida hasta el año 1870, así que el autor no tuvo la satisfacción de verla, aunque no hubiera sido mucha, pues de veintitrés escenas que componen la obra le suprimieron siete, además de otros cortes arbitrarios. El director de escena presentó un melodrama superficial, quitándole la envergadura arquitectónica de un gran drama universal. El fracaso de su estreno, desde luego, no tuvo nada que ver con el autor. La crítica fue negativa y virulenta hasta el año 1907, cuando el Gran Teatro de Artes de Moscú representó la obra con la dignidad que caracterizó siempre su labor.

La música genial de Mussorgski reveló en la ópera del mismo nombre la veracidad grandiosa del tipo creado por Pushkin.

Para siempre quedarán en la literatura rusa como joyas inolvidables el monólogo de Pimen, que todo estudiante ruso repite de memoria. Inmortal es también el monólogo del zar Boris Godunov y sus notables consejos postumos de soberano. Resumen la sabiduría de una casta cuando dice «la costumbre es el alma del gobierno». Pero sus palabras adquieren un tono trágico cuando, antes de morir, viendo que lo rodean y quieren rasurarlo esperando su muerte, exclama ante los súbditos aterrorizados: «¡Todavía soy el zar!»

Cabe destacar el empeño que tiene Pushkin de presentar a uno de sus antepasados poniendo en boca del zar Boris esta frase, que define las relaciones de Pushkin con el gobierno: «Me repugna esa familia rebelde de los Pushkin».

En los últimos treinta años, en el período soviético sobre todo, la teatralización, la escenificación de Boris Godunov adquirieron mayor fidelidad a los manuscritos del autor. Las deformaciones de los escenaristas del tiempo del zar no transmitían la fuerza ni la rebeldía del pueblo que aparece en vigorosas escenas. Sin mutilaciones de ninguna especie, siguiendo fielmente las indicaciones de Pushkin, completada la obra con otras anotaciones de sus borradores inéditos, el pueblo en masa aparece como actor en la tragedia, dándole el carácter que los falsos pushkinistas han ocultado o suprimido.

LA HIJA DEL CAPITAN

CAPÍTULO I - EL SARGENTO DE LA GUARDIA

Si mañana pudiera ser capitán de la guardia...

No hay necesidad; que sirva en el ejército.

¡Bien dicho! Que sepa lo que es bueno...

¿Y quién es su padre? Kniazhmin Mi padre, Andréi Petróvich Griniov, de joven sirvió con el conde Münnich y se jubiló en el año 17... con el grado de teniente coronel.

Desde entonces vivió en su aldea de la provincia de Simbirsk, donde se casó con la joven Avdotia Vasílevna Yu., hija de un indigente noble de aquella región. Tuvieron nueve hijos. Todos mis hermanos murieron de pequeños. Me inscribieron de sargento en el regimiento Semionovski gracias al teniente de la guardia, el príncipe B., pariente cercano nuestro, pero disfruté de permiso hasta el fin de mis estudios. En aquellos tiempos no nos educaban como ahora. A los cinco años fui confiado a Savélich, nuestro caballerizo, al que hicieron diadka mío porque era abstemio. Bajo su tutela hacia los doce años aprendí a leer y escribir en ruso y a apreciar, muy bien instruido sobre ello, las cualidades de un lebrel, Entonces mi padre contrató para mí a un francés, monsieur Beaupré, que fue traído de Moscú con. la provisión anual de vino y de aceite de girasol. Su llegada no gustó nada a Savélich. «Gracias a Dios — gruñía éste para sus adentros — parece que el niño está limpio, peinado y bien alimentado. ¿Para qué gastar dinero y traer a un musié, como si los señores no tuvieran bastante gente suya?»

En su patria Beaupré había sido peluquero — luego fue soldado en Prusia y después llegó a Rusia pour étre ,«Outchitel», pero sin comprender bien el significado de esta palabra. Era un buen hombre, aunque frívolo y ligero de cascos en extremo. Su debilidad principal era su pasión por el bello sexo; no pocas veces sus efusiones le valían golpes que le hacían quejarse días enteros. Además, no era (según su propia expresión) «enemigo de la botella», es decir (hablando en ruso), le gustaba beber más de la cuenta. Pero, en vista de que en casa el vino se servía sólo en la comida y no más de una copa, y generalmente se olvidaban del preceptor, mi Beaupré no tardó en acostumbrarse al licor ruso, y hasta llegó a preferirlo a los vinos de su país, por ser aquél mucho más sano para el. estómago. En seguida hicimos buenas migas y, aunque según el contrato tenía que enseñarme — francés, alemán y todas las ciencias», prefirió que yo le enseñara a chapurrear el ruso y luego cada uno se dedicó a sus cosas. Vivíamos en amor y compañía. Yo no deseaba otro mentor. Pero pronto nos separó el destino, y fue por lo siguiente:

Un día la lavandera Palashka, una moza gorda y picada de viruelas, y Akulka, la tuerta que cuidaba de las vacas, se pusieron de acuerdo y se arrojaron a los pies de mi madre confesando su vergonzosa debilidad y quejándose entre sollozos del musié, que había abusado de su inocencia. A mi madre no le gustaban esas cosas, por lo que se quejó a mi padre. Él hacía justicia rápidamente. En seguida mandó llamar al granuja francés. Le dijeron que musié estaba dándome una clase, Entonces mi padre se dirigió a mí habitación. A todo esto, Beaupré estaba durmiendo en la cama con el sueño de la inocencia. Yo estaba muy ocupado. Es de saber que habían adquirido para mí, en Moscú, un mapa geográfico. Estaba colgado en la pared sin ninguna utilidad y hacía tiempo que me tentaba con su tamaño y buena calidad del papel. Decidí fabricar una cometa y, aprovechando el sueño de Beaupré, puse manos a la obra. Mi padre entró precisamente en el momento en que yo estaba pegando una cola de estropajo al cabo de Buena Esperanza. Al ver mis ejercicios de geografía, mi padre me tiró de una oreja; luego se acercó corriendo a Beaupré, le despertó con bastante poco miramiento y le reprochó su descuido. Beaupré, confundido, quiso incorporarse, pero no pudo; el pobre francés estaba completamente borracho, Era demasiado. Mi padre le levantó de la cama por las solapas, le echó de la habitación a empujones y aquel mismo día le despidió, con gran satisfacción de Savélich. Así terminó mi educación.

Yo hacía vida de niño, persiguiendo las palomas y jugando al paso con los hijos de nuestros criados. Entre tanto cumplí dieciséis años, y entonces cambió mi destino.

Un día de otoño mi madre estaba haciendo dulce de miel en el comedor y yo, relamiéndome, miraba la espuma que se levantaba. Mi padre, junto a la ventana, leía el «Almanaque de la Corte», que recibía todos los años. Este libro ejercía sobre él una gran influencia; nunca lo leía sin un interés especial y su lectura le producía un fuerte acceso de bilis. Mi madre, que conocía de memoria sus manías y costumbres, siempre trataba de meter el desdichado libro lo más lejos posible y, gracias a ello, a veces el «Alma — naque de la Corte. no caía en sus manos durante meses enteros. Pero, cuando, por casualidad, lo encontraba, ya no lo soltaba durante horas y horas.

— Como decía, mí padre estaba leyendo el «Almanaque de la Corte» encogiéndose de hombros de vez en cuando y repitiendo a media voz: «¡teniente general! ¡Era sargento en mi compañía!... ¡Caballero de ambas órdenes rusas!... Parece que fue ayer cuando nosotros dos ... » Por fin mi padre tiró el «Almanaque» al sofá y se quedó absorto en un pensamiento profundo que no presagiaba nada bueno.

De pronto se dirigió a mi madre:

 — Avdotia Vasílevna, ¿cuántos años tiene Petrusha?

 — Ya ha cumplido dieciséis — contestó mi madre — Petrusha nació el mismo año en que la tía Nastasia Guerásimovna se quedó tuerta y, además...

 — Bueno — interrumpió mi padre — ya es hora de que empiece su servicio. Ya está bien de correr por los cuartos de las criadas y de subirse a los palomares.

La idea de una próxima separación sorprendió tanto a mi madre, que dejó caer la cuchara en la cacerola y le corrieron lágrimas por la cara. En cambio, seria difícil describir mi entusiasmo. La idea deL servicio iba unida para mí a la idea de la libertad y de los placeres de la vida de Petersburgo. Ya me veía oficial de la guardia, lo cual me parecía el máximo de la felicidad humana.

A mi padre no le gustaba cambiar de intención ni aplazar su cumplimiento. Quedó decidido el día de mi partida. La víspera, mí padre anunció que pensaba darme una carta para mi futuro jefe y pidió papel y pluma.

 — No te olvides, Andréi Petróvich — dijo mi madre de saludar de mi parte al príncipe B., y dile que no deje a Petrusha sin protección.

 — ¡Qué tontería! — contestó mí padre frunciendo el entrecejo — ¿Por qué crees que voy a escribir al príncipe B?

 — ¿No habías dicho que ibas a escribir al jefe de Petrusha?

 — ¿Y eso que viene que ver?

 — Que el jefe de Petrusha es el príncipe B: Petrusha está inscrito en el regimiento Semionovski.

 — Está inscrito! ¿Y qué me importa que esté inscrito? Petrusha no irá a Petersburgo. ¿Qué puede aprender sirviendo en Petersburgo? A gastar dinero y a divertirse. No, que sirva en el ejército, que sepa lo que es el trabajo, que huela a pólvora y sea un soldado y no un tunante. ¡inscrito en la guardia! ¿Dónde está su pasaporte? Tráemelo.

Mi madre buscó mi pasaporte, que tenía guardado en una caja junto a la camisa con que me había bautizado, y se lo dio a mi padre con mano temblorosa. Mi padre lo leyó detenidamente, lo puso en la mesa y empezó la carta.

La curiosidad me devoraba. ¿Adónde me mandaría, si no era a Petersburgo? No quitaba el ojo de la pluma de mi padre, que se movía, para mi desesperación, con bastante lentitud. Por fin la terminó, metió la carta en un sobre con el pasaporte, cerró éste, quitóse los anteojos, me llamó y me dijo:

 — Aquí tienes una carta para Andréi Kárlovich, mi viejo amigo y camarada. Vas a Oremburgo a servir a sus órdenes.

¡Todas mis brillantes esperanzas se derrumbaban? En lugar de la alegre vida de Petersburgo, me esperaba el aburrimiento en una región remota y oscura. El servicio, que hacía un minuto había despertado mi entusiasmo, ahora me parecía una verdadera desgracia. ¡Pero no había nada que hacer! A la mañana siguiente trajeron a la puerta de casa una kibitka de viaje y colocaron en ella una maleta, un pequeño baúl, en el que se introdujo todo lo que hacía falta para el té, y varios bultos con bollos y empanadillas, últimas muestras de los mimos caseros. Mis padres me bendijeron. Mi padre me dijo:

 — Adiós, Piotr. Sé fiel al que hayas jurado fidelidad; obedece a tus superiores; no persigas sus favores; no busques trabajo, pero no lo rehúyas tampoco, y recuerda el proverbio: «Cuida la ropa cuando está nueva y el honor desde joven. — Mi madre, entre lágrimas, me pedía que cuidara mi salud y ordenaba a Savélich que vigilara al niño. Me pusieron un tulupde conejo y encima un abrigo de piel de zorro. Emprendimos el camino, yo sentado en la kíbítka junto a Savélich y llorando amargamente.

Aquella misma noche llegué a Simbirsk, donde pensaba pasar un día para comprar varias cosas, tarea que encargué a Savélich. Me instalé en una hostería. Desde por la mañana, Savélich se fue de compras. Aburrido de mirar por la ventana a una callejuela sucia, me dediqué a recorrer todas las habitaciones. M entrar en la sala de biliar, vi a un señor alto, de unos treinta y cinco años, con un largo bigote negro, en bata, con el taco en una mano y una pipa entre los dientes. Estaba jugando con el mozo, que al ganar se tornaba una copa de vodka y al perder se metía a cuatro patas debajo de la mesa. Me puse a observar el juego. A medida que proseguía, los paseos a cuatro patas iban siendo más frecuentes, hasta que por fin el mozo se quedó debajo de a mesa. El señor pronunció varias palabras fuertes a modo de oración fúnebre y me propuso jugar una partida. Rehusé diciendo (que no sabía. Por lo visto, esto le pareció extraño. Me miró con cierta lástima, pero nos pusimos a hablar. Me enteré de que se llamaba Iván Ivánovich Surin, que era capitán del regimiento de húsares, que se encontraba en Simbirsk reclutando soldados y que vivía en la hostería. Surín me invitó a comer con él lo que hubiera, corno soldados. Accedí con gusto. Nos sentarnos a la mesa.

Surin bebía mucho y me hacia beber diciendo que había que acostumbrarse al servicio, me contaba anécdotas militares que me hacían retorcer de risa, y cuando nos levantarnos de la mesa éramos ya muy amigos. Entonces se ofreció a enseñarme a jugar al billar.

 — Es indispensable — me dijo — para los que somos militares. Por ejemplo, llegas en una marcha a un pueblecito. ¿Qué vas a hacer? No va a ser todo pegar a los judíos. Quieras que no, tienes que ir a una hostería a jugar al billar; y para eso hay que saber hacerlo.

Yo quedé completamente convencido y me dediqué al aprendizaje con gran aplicación. Surin me animaba con voz fuerte; se sorprendía de mis rápidos progresos y al cabo de varias lecciones me propuso que jugáramos dinero, no más de un grosh, no por ganar, sino sólo por no jugar de balde, lo cual, según él, era una de las peores costumbres. También accedí a ello, y Surin pidió ponche y me convenció de que lo probara, repitiendo que había que acostumbrarse al servicio y que sin ponche no hay servicio. Le hice caso. Entre tanto, nuestro juego seguía adelante. Cuanto más sorbía de mi vaso, más valiente me sentía. A cada instante las bolas volaban por encima del borde de la mesa; yo me acaloraba, reñía al mozo, que contaba según le parecía, constantemente subía la apuesta... en una palabra, me portaba como un chiquillo recién liberado de la tutela familiar. El tiempo pasó sin que me diera cuenta. Surin miró el reloj, dejó el taco y me anunció que yo había perdido cien rubios. Esto me azoró un poco: mi dinero lo guardaba Savélich. Empecé a disculparme, pero Surin me interrumpió:

 — ¡Por favor! No te preocupes. No me corre ninguna prisa, y mientras tanto vamos a ver a Arinushka.

¿Qué iba a hacer? El final del día fue tan indecoroso corno el principio. Cenamos en casa de Arinushka. Surin me servía vino constantemente, repitiendo que había que acostumbrarse al servicio. Al levantarme de la mesa, apenas podía tenerme en pie. A medianoche Surin me llevó a la hostería.

Savélich nos recibió en la puerta y se quedó boquiabierto a ver las inequívocas señales de mi celo por el servicio.

 — ¿Qué te ha pasado, señor? — preguntó con voz acongojada — ¿Dónde te has puesto así? ¡Dios mío de mi vida, nunca te había pasado nada igual!

 — ¡Cállate, viejo chocho! — pronuncié con dificultad — Estarás borracho; vete a la cama... y acuéstame.

Al día siguiente me desperté con dolor de cabeza, recordando vagamente las peripecias del día anterior. Mis pensamientos fueron interrumpidos por Savélich, quien entró en mi habitación con una taza de té.

 — Pronto empiezas, Piotr Andréyevich — dijo moviendo la cabeza — pronto empiezas a divertirte. ¿A quién habrás salido? Ni tu padre ni tu abuelo han sido unos borrachos; de tu madre no hay ni que hablar: en su vida no ha probado otra cosa que kvas .

¿Y quién tiene la culpa? El maldito musié. No hacía más que ir a ver a Anripievna: Señor, Vodka por favor. ¡Ahí tienes el je vous príe!. Mucho bien te ha hecho el hijo de perra! Y todo por hacer outchitel a ese descreído, ¡como si el señor no tuviera bastante gente suya!

Me sentía avergonzado. Me volví de espaldas y dijo a Savélich:

 — Vete; no quiero té.

Pero no era fácil parar a Savélich cuando se ponía a sermonear.

 — Ya vez, Piotr Andréyevich, ya ves lo que es la bebida. Te pesa la cabeza, no puedes comer. Un hombre que bebe no sirve para nada... Toma salmuera de pepino con miel, y lo mejor para despejarte es una copita de licor. ¿Quieres que te lo sirva?

En aquel momento entró un chico y me dio una carta de Surin. La abrí y leí lo siguiente:

Querido Piotr Andréyevich, ten la amabilidad de mandarme con este chico los cien rubios que me debes desde ayer. Me hace mucha falta ese dinero.

Queda a tu disposición.

Iván SURIN

No había nada que hacer. Adopté una actitud indiferente y, dirigiéndome a Savélich, quien era «guardián de mi dinero, mi ropa y todos mis asuntos», le ordené que diera al chico cien rubios.

 — ¿Cómo? ¿Para qué? — preguntó sorprendido Savélich.

 — Se los debo — contesté con toda la frialdad posible.

 — ¡Se los debes! — repuso Savélich, cada vez más sorprendido — ¿Y cuándo has podido dejárselos a deber? Aquí hay algo que no está claro. Digas lo que digas, no pienso dárselo.

Pensé que si en aquel momento decisivo no llegaba a dominar al obstinado viejo, en el futuro me sería muy difícil liberarme de su tutela; por lo que, mirándole con arrogancia, le dije:

 — Soy tu señor y tú eres mi criado. El dinero es mío. Lo he perdido porque me ha dado la gana. Haz el favor de no ser impertinente y cumple lo que te mandan.

Savélich quedó tan perplejo al oír mis palabras, que se limitó a sacudir las manos mirándome fijamente.

 — ¿A qué esperas? — grité enfadado.

Savélich se echó a llorar.

 — Hijo mío, Piotr Andrévich — pronunció con voz temblorosa — no me hagas morir de] disgusto. Haz caso de] viejo: escribe a ese bandido y dile que todo fue una broma, que nunca hemos tenido ese dinero. ¡Cien rubios! ¡Dios misericordioso! Dile que tus padres te han prohibido jugar a todo lo que no sea a las nueces.

 — Cállate de una vez — le interrumpí severamente — dame ahora mismo el dinero o te echo a la calle.

Savélich me miró con gran tristeza y fue en busca de mi deuda. Me daba pena el pobre viejo, pero quería liberarme y demostrar que ya no era un niño. Mandamos el dinero a Surin. Savélich se apresuró a sacarme de la dichosa hostería. Volvió con la noticia de que los caballos ya estaban preparados. Con la conciencia intranquila y un mudo arrepentimiento salí de Simbirsk sin haberme despedido de mi maestro y seguro de no volver a verle.

CAPÍTULO II - EL GUIA

Tierra nueva, tierra desconocida, No he venido aquí por mi propio pie, Ni he traído mi caballo fiel, Han sido mí valor y bravura, Más la embriaguez quiénes me han vencido. (Canción antigua).

Durante el viaje mis pensamientos no fueron agradables. El dinero perdido era bastante considerable en aquel tiempo. No podía dejar de reconocer que mi comportamiento en la hostería de Simbirsk fue estúpido y me sentía culpable ante Savélich. Todo esto me atormentaba. El viejo iba sentado en el pescante volviéndome la espalda, callado, suspirando de vez en cuando. Quería hacer las paces con él cuanto antes, pero no sabía cómo empezar. Al fin le dije:

 — Ya está bien, Savélich; hagamos las paces; ya sé que tengo la culpa. Ayer me porté mal y te ofendí sin razón. Te prometo que en adelante seré más sensato y te obedeceré, No te enfades, hagamos las paces.

 — ¡Ay, Piotr Andréyevich! — respondió con un hondo suspiro — Estoy enfadado conmigo mismo: yo tengo la culpa de todo. ¿Qué iba a hacer? El diablo me confundió: se me ocurrió ir a casa de la mujer del sacristán a ver a mi comadre. Por algo dicen: «En casa de la comadre, como en la cárcel.» ¡Qué desgracia! ¿Qué dirán los señores? ¿Qué dirán, cuando sepan que el niño se ha dado a la bebida y al juego?

Para consolar al pobre Savélich le di palabra de no volver a disponer de mi dinero sin su permiso. Poco a poco se fue calmando, aunque de tarde en tarde gruñía moviendo la cabeza:

 — ¡Cien rublos! ¡Se dice pronto!