La hija del magnate - Maureen Child - E-Book

La hija del magnate E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Deseo 1660 ¿Matrimonio o fusión?Para Jackson King, magnate de una aerolínea, los negocios siempre triunfaban sobre el amor y consideraba que los bebés estaban mejor cuánto más lejos estuvieran de él. Pero eso fue hasta que la hermosa extraña con la que había compartido una apasionada noche le hiciera saber que era el padre de su pequeña.Pero si Casey Davis pensaba que podía lanzar una bomba como aquélla y simplemente desaparecer, no conocía a Jackson. Un King jamás renegaba de su sangre y estaba decidido a tener a su hija bajo su techo… aunque eso significara casarse con una desconocida.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Maureen Child

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La hija del magnate, DESEO 1660 - junio 2023

Título original: Falling for King’s Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411418317

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Me han dejado plantado –espetó Jackson King al colgar su teléfono móvil.

Dejó su vaso vacío en la barra del lujoso bar en el que se encontraba y le hizo señas a Eddie, el camarero, para que le sirviera más.

–Bueno… –dijo Eddie– es la primera vez que te ocurre, ¿no es así? ¿Estás perdiendo tus habilidades?

Jackson se rió ante aquello y miró para atrás. El bar del hotel Franklin, el único de cinco estrellas que había entre el pequeño pueblo llamado Birkfield y Sacramento, era uno de los mejores del Estado.

Asimismo también estaba relativamente cerca del aeródromo de la familia King, lugar en el que Jackson pasaba la mayor parte de su tiempo. Tenía una suite en el hotel para poder quedarse a dormir allí las noches en las que estaba demasiado cansado como para regresar a su casa.

–Oh, no. Eso jamás va a ocurrir. No ha sido una mujer la que me ha dejado colgado, Eddie –contestó, esbozando una sonrisa burlona–. Ha sido mi primo Nathan. Su ayudante se dirigía hacia la casa que él tiene en las montañas y ha tenido problemas con el coche. Nathan ha ido a ayudar.

–Ah –dijo el camarero, asintiendo con la cabeza–. Me alegra saber que no estás perdiendo tus facultades. Había pensado que quizá era una señal de Apocalipsis o algo parecido.

Jackson pensó que tenía mucha suerte con las mujeres. O, por lo menos, siempre la había tenido. Pero en poco tiempo todo eso terminaría, y al pensar en ello frunció el ceño levemente.

–¿Hay algún problema? –preguntó Eddie.

–Nada de lo que quiera hablar –contestó Jackson.

–Está bien. Ahora mismo te pongo otra copa.

Mientras esperaba, Jackson miró a su alrededor. El bar era muy elegante y tenía una tenue luz que lo hacía muy agradable. Era la clase de lugar en el que un hombre se podía relajar y una mujer podía tomarse una copa sola sin ser molestada. Aunque en aquel momento el lugar estaba prácticamente vacío. Había dos parejas sentadas a unas de las mesas y al final de la barra vio a una mujer que, al igual que él, estaba sola. Instintivamente miró a aquella mujer rubia y sonrió. Ella lo miró de manera taimada y provocó que se le revolucionara la sangre en las venas.

–Es guapísima –comentó Eddie entre dientes mientras le servía a Jackson otra copa de whisky escocés.

–¿Qué?

–La rubia –respondió el camarero–. He visto cómo la mirabas. Lleva ahí sentada más de una hora. Parece que estuviera esperando a alguien.

–¿Sí? –Jackson volvió a mirar a la mujer. Incluso desde la distancia tenía algo que le aceleraba el pulso. Pensó que tal vez el hecho de que Nathan le hubiera dejado plantado era una buena cosa.

–No me imagino que nadie la pueda dejar plantada –dijo Eddie, marchándose para atender a otro cliente.

Jackson tampoco se lo podía imaginar. Aquella mujer era de las que captaban la atención de los hombres. Entonces ella levantó la vista y sus miradas se encontraron. Él tuvo la impresión de que había intuido que la estaba mirando.

Agarró su copa y se acercó a aquella cautivadora joven, la cual le sonrió. La excitación se apoderó de su cuerpo… nunca antes había sentido algo como aquello. Incluso desde la distancia, aquella mujer le estaba afectando de una manera que no podía haberse imaginado.

Ella se giró en el asiento, momento que él aprovechó para mirarla más detenidamente. No era muy alta, pero llevaba puestas unas sandalias negras de tacón, y tenía el pelo corto. El vestido que llevaba era de color azul zafiro y tenía un discreto escote que permitía hacerse una idea de que sus pechos eran del tamaño adecuado.

Lo estaba mirando con sus grandes ojos azules y esbozando una sugerente sonrisa.

–¿Está ocupado este sitio? –preguntó él, refiriéndose al asiento que había al lado de ella.

–Ahora sí –contestó la mujer, susurrando.

Entonces él se sentó al lado de aquella seductora rubia.

–Soy Jackson y tú eres preciosa.

Ella se rió y agitó la cabeza.

–¿Siempre te funciona esa táctica?

–Normalmente sí. ¿Qué tal lo estás pasando esta noche?

–Te lo diré cuando me invites a otra bebida.

Jackson pensó que tenía que darle las gracias a su primo por no haber podido aparecer por allí. Le indicó a Eddie que le sirviera otra copa a ella y a continuación volvió a mirarla. De cerca, pudo ver lo azules que eran sus ojos, así como los carnosos y sensuales labios que tenía.

–Entonces… ¿puedo saber cómo te llamas?

–Casey. Me puedes llamar Casey.

–Bonito nombre.

–En realidad, no –contestó ella, encogiéndose de hombros–. Mi nombre completo es Casiopea.

–Bueno, ése es más bonito aún –dijo él, sonriendo.

Ella le devolvió la sonrisa y Jackson pudo jurar que sintió cómo la sangre le hervía en las venas.

–No, no lo es. No cuando tienes diez años y tus amigas se llaman Tiffany, Brittney o Amber…

–Así que decidiste utilizar el diminutivo.

En ese momento Casey miró a Eddie y le dio las gracias en voz baja por servirle otra copa.

–Eso hice –contestó–. Y le tengo que dar las gracias a mi padre. Mi madre adoraba los mitos griegos y por eso me puso este nombre. A mi padre le encantaba el béisbol… y de ahí vino Casey.

Jackson parpadeó, pero al instante se rió al percatarse de la conexión.

–¿Casey Stengel?

–Me sorprende que lo conozcas. La mayor parte de la gente de nuestra generación no sabe quién es.

Jackson se dio cuenta de que estaba disfrutando de aquella conversación y no pudo recordar la última vez que se había divertido hablando con alguien que le atraía tanto sexualmente.

–Por favor, estás hablando con un hombre que todavía tiene guardadas sus viejas fichas de jugadores de béisbol.

Ella levantó la copa y dio un trago a su bebida. Al observar cómo succionaba por la pajita, él sintió que su miembro viril se ponía erecto en un instante. Se le quedó la boca seca y se le aceleró el corazón. No sabía si ella estaba tratando a propósito de volverlo loco de pasión pero, tanto si lo estaba haciendo como si no, el resultado era el mismo.

Observó cómo Casey cruzaba las piernas y cómo lo miraba directamente a los ojos. En ese momento supo que lo estaba haciendo deliberadamente, ya que sus azules ojos estaban como esperando a ver la reacción que causaba. Él mismo había jugado a aquel tipo de juego durante muchos años.

Cuando ella dejó su copa sobre la barra, se lamió el labio superior con la lengua como para asegurarse de que no hubieran quedado gotitas de licor sobre él. Jackson observó el movimiento de su lengua y se excitó aún más.

–Entonces, Casey –dijo despreocupadamente–, ¿qué planes tienes para esta noche?

–No tengo ningún plan –admitió ella–. ¿Y tú?

Jackson bajó la mirada, observó los pechos de aquella mujer y volvió a mirarla a la cara a continuación.

–Hasta hace unos minutos no tenía planeado nada especial, pero ahora se me están ocurriendo un par de ideas.

Casey se mordió el labio inferior como si repentinamente se hubiera puesto nerviosa, pero él no se lo creía. Sus movimientos eran demasiado tranquilos y estaba muy segura de sí misma. Se había propuesto seducirle y lo estaba haciendo muy bien.

Normalmente le gustaba ser él quien llevara la voz cantante, pero aquella noche estaba encantado de hacer una excepción. Deseaba a aquella mujer más que respirar…

–¿Por qué no me permites invitarte a cenar en el restaurante del hotel? Así podríamos conocernos un poco mejor.

Casey sonrió, pero su corazón estaba en otra parte. Miró a su alrededor, como para asegurarse de que nadie les escuchaba, y entonces contestó:

–No estoy de humor para cenar, gracias.

–¿De verdad? –preguntó Jackson, intrigado–. ¿Entonces qué?

–En realidad, he deseado besarte desde el momento en el que te he visto.

–Pues yo creo que tenemos que tratar de conseguir lo que queremos –comentó él.

–Claro que sí –murmuró ella.

La voz de Casey estaba entrecortada y Jackson pudo sentir la tensión que reflejaba. Una tensión que él también compartía. En todo en lo que podía pensar era en besarla. Ya no le interesaba la cena; lo único que quería saborear era a aquella mujer.

–La pregunta es… –comenzó a decir en voz baja– si crees o no en hacer exactamente lo que quieres.

–¿Por qué no lo descubrimos? –sugirió ella, acercándose a él.

Jackson hizo lo propio, deseoso de saborear a aquella rubia que en cuestión de minutos le había llevado a un estado de salvaje necesidad, estado en el que jamás se había encontrado antes.

Los labios de ambos se encontraron y, en ese instante, la electricidad se apoderó de ellos. No había otra manera de describirlo. Jackson sintió el fuego que le quemó por dentro y se entregó a él. Al mover su boca sobre la de ella, casi se le derritió la sangre en las venas.

La fragancia a lavanda de Casey le embriagó y le nubló la mente. Pero se dijo a sí mismo que no debía llevar aquello demasiado lejos tan rápido, ya que quería disfrutarlo, deleitarse con ello. Y, para lograrlo, necesitarían ir a un lugar más privado que la barra de un bar. Pero cuando fue a romper el beso, ella lo agarró por el pelo y lo mantuvo donde estaba.

Casey abrió más la boca y lo invitó a un incitante beso. Lo agarró con tanta fuerza del pelo que le arrancó varios cabellos.

Jackson se echó para atrás y emitió una pequeña risotada.

–¡Vaya!

–Lo siento –se disculpó ella, ruborizada. Apartó la mano de la cabeza de él y se mordió el labio inferior–. Supongo que has conseguido sacar mi lado más salvaje.

Él pensó que ella estaba haciendo lo mismo con él. Lo único que quería en aquel momento era poseer a aquella excitante rubia. Nunca antes había deseado a ninguna mujer tan desesperadamente.

–Me gusta lo salvaje –dijo, reposando una mano en la rodilla de Casey. Entonces introdujo los dedos por debajo del corto vestido de ella y acarició su desnuda piel–. ¿Cómo de salvaje eres tú?

Casey respiró profundamente, agarró su bolso y metió la mano dentro de él como si estuviera buscando algo. Entonces volvió a cerrar el bolso, levantó la vista y lo miró a los ojos.

–Umm… –comenzó a decir–, quizá esto haya sido un error.

–Creo que estás equivocada –contradijo él, disfrutando al ver que ella daba un pequeño salto cuando le acarició el muslo–. Me parece que lo que ocurre es que esta noche te sientes un poco salvaje. Yo desde luego que sí.

–Jackson…

–Bésame de nuevo.

–Hay gente a nuestro alrededor –le recordó Casey.

–Hace un segundo eso no te preocupó.

–Pero ahora sí –aseguró ella.

–Ignóralos –ordenó él. Normalmente no le gustaba tener público, pero en aquel momento no le podía importar menos la gente que había a su alrededor. No quería darle la oportunidad a Casey de recapacitar y recobrar la cordura. Necesitaba besarla de nuevo.

Ella levantó la vista y lo miró a los ojos. Jackson pudo ver que estaba vacilando, por lo que se acercó de nuevo a besarla mientras subía la mano por su muslo…

Casey respiró profundamente y en pocos segundos se olvidó de todos sus prejuicios, tal y como él había esperado. Sus lenguas comenzaron a acariciarse en un erótico juego y, cuando Jackson la acarició todavía más arriba del muslo, suspiró y se estremeció.

–Marchémonos de aquí –susurró él una vez logró dejar de besarla.

–No puedo.

–Sí que puedes –aseguró Jackson–. Tengo una habitación en el hotel.

–Oh… –Casey negó con la cabeza–. Probablemente no sea buena idea.

–Créeme, es la mejor idea que he tenido en todo el día –dijo él, sacando de su cartera un billete de cien dólares y dejándolo sobre la barra del bar. Entonces se metió la cartera en el bolsillo y la tomó a ella de la mano–. Ven conmigo.

Casey lo miró de nuevo e, incluso bajo aquella tenue luz, él pudo vislumbrar algo parecido a la necesidad reflejado en sus ojos. No iba a rechazarlo y permitió que la sacara del bar.

Jackson la dirigió deprisa hacia los ascensores, ya que no quería darle la oportunidad de que cambiara de idea. Cuando llegaron, presionó el botón y las puertas de uno de los ascensores se abrieron. Entonces introdujo a aquella misteriosa mujer dentro y, antes incluso de que las puertas se cerraran, la echó contra la pared y la besó. Le acarició la lengua con la suya y sintió que se rendía ante él y que lo abrazaba por el cuello.

La besó apasionadamente y le acarició un pecho. Incluso por encima del vestido pudo sentir lo endurecido que tenía el pezón. Comenzó a incitarlo con el pulgar y oyó que ella gemía.

Cuando las puertas se abrieron al llegar a la última planta del hotel, Jackson se apartó de ella a regañadientes y vio que Casey tenía el pelo alborotado, los ojos vidriosos y los labios hinchados. La deseaba con desesperación.

La guió hacia la suite que ocupaba, abrió la puerta y la metió dentro. Cerró la puerta tras ellos y, en un instante, ella estaba de nuevo en sus brazos.

No hubo vacilación ni torpeza; era como si hubieran estado acariciándose el uno al otro durante toda una eternidad. No hubo juegos, sólo necesidad, deseo. Una salvaje pasión se apoderó del ambiente.

Jackson le bajó la cremallera del vestido y se lo deslizó por los hombros. Casey no llevaba sujetador y pudo observar que sus pechos eran preciosos, del tamaño perfecto. Tenían un aspecto tan tentador que no esperó ni un segundo más…

Los cubrió con sus manos e incitó sus endurecidos pezones mientras oía cómo ella gemía. Entonces agachó la cabeza para saborear un pezón y después el otro, tras lo cual supo que necesitaba más de ella.

Casey lo tenía agarrado estrechamente por los hombros.

–Necesito más –murmuró él, incitando uno de sus pezones con la lengua–. Todo…

En ese momento le bajó completamente el vestido y la ayudó a quitárselo. Ella le quitó la chaqueta y la corbata a él. A continuación le desabrochó los botones de la camisa. Jackson le acarició su maravilloso cuerpo como si quisiera memorizar cada curva.

Ella le acarició el pecho y él se apresuró a quitarse el resto de la ropa. Entonces tomó en brazos a Casey y la colocó sobre la primera superficie apropiada que encontró; no podía esperar más. Tenía que poseerla, estar dentro de ella. Tenía que saber cómo era estar rodeado por su calor.

–Ahora –susurró ella cuando la puso sobre el enorme sillón que había en el salón de la suite. Separó las piernas para él y le tendió los brazos–. Ahora, Jackson. Necesito…

–Yo también –admitió él, deseoso de hacerle saber cuánto le afectaba. Quería que ella supiera que desde el momento en el que le había sonreído en el bar había estado deseando aquello.

A continuación dejaron de hablar y todo lo que tuvieron que decir lo dijeron sus cuerpos por ellos. La penetró con fuerza y ella gimió. Le exigió silenciosamente que la explorara más profundamente, más rápidamente…

Y él lo hizo.

Cada movimiento de ella conseguía alimentar su necesidad. Cada caricia, cada jadeo, cada gemido y suspiro estaban logrando que llegara a un estado de pasión que nunca antes había experimentado. Y quería más…

Cuando sintió que se estaba aproximando al clímax, la miró a los ojos y observó cómo el placer se reflejaba en su cara. Oyó cómo gritaba y sintió cómo temblaba su cuerpo. Entonces ella lo abrazó por las caderas con las piernas mientras gritaba su nombre.

Jackson sintió que su cuerpo explotaba de placer y se veía invadido por la salvaje tormenta que ella acababa de experimentar…

Casey se despertó en medio de la noche. Le dolía el cuerpo, pero tuvo que admitir que se sentía estupendamente. Había pasado mucho tiempo desde que había practicado el sexo y ya casi se había olvidado de lo maravilloso que era.

Pero la culpa comenzó a apoderarse de ella, que no era de las mujeres que se acostaban con un tipo una sola noche. Nunca antes había hecho algo parecido y estaba tratando de asimilarlo.

La luz de la luna se colaba por las puertas francesas que poseía el dormitorio, puertas que ella suponía daban a una terraza.

Se preguntó a sí misma qué había hecho. Entonces se dio la vuelta en la cama y observó al hombre que dormía a su lado. Estaba tumbado bocabajo, tapado hasta las caderas por el edredón. Casey tuvo que contenerse para no apartarle su oscuro pelo de la frente.

No había planeado practicar el sexo con él, aunque lo que habían compartido no se podía describir como simplemente sexo. El sexo era algo sólo biológico o, al menos, así había sido para ella antes de aquella noche. Pero lo que había compartido con Jackson iba más allá de todo lo que había experimentado antes. Incluso en aquel momento, cuando habían pasado horas desde que la hubiera acariciado por última vez, su cuerpo todavía estaba alterado.

No quería una relación seria. Había conseguido lo que había ido buscando mientras habían estado en el bar, pero no comprendía cómo había terminado acostándose con él.

Lo único de lo que estaba segura era de que se tenía que haber marchado hacía mucho tiempo. Era mejor que lo hiciera antes de que él se despertara y tratara de impedírselo. Con mucho cuidado, se bajó de la enorme cama y vio cómo Jackson se movía mientras dormía. Pudo ver un poco de piel de éste justo debajo de su cintura y se forzó a apartar la vista. No necesitaba que le tentaran para quedarse; aquello no era parte de su plan. Ya había llegado demasiado lejos, había permitido que sus hormonas y su necesidad borraran cualquier pensamiento racional.

De puntillas, como un ladrón desnudo, se apresuró a salir al salón de la lujosa suite y buscó su ropa bajo la tenue luz que había. Pero no se atrevía a encender la luz, ya que no quería correr el riesgo de despertarlo. No quería que la tentara a volver a sus brazos, a su cama.

–Eres una idiota –susurró, incapaz de creer que hubiera terminado en una situación como aquélla. Normalmente tenía mucho más cuidado, incluso era comedida.

Cuando por fin vio su vestido, lo agarró, se lo puso y subió la cremallera trasera con torpeza. No encontró sus medias, que parecían haber desaparecido. Tomó sus sandalias y buscó su bolso, el cual encontró en el suelo, medio metido debajo del sofá en el que había estado con Jackson. Tragó saliva con fuerza y se dirigió a la puerta principal, desde la que miró para atrás una última vez. Todo aquello era tan diferente a su vida real que se sintió como Cenicienta al final del baile. La magia se había acabado, así como el hechizo.

Había llegado el momento de regresar al mundo real.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–Su nombre es Casey, es rubia y de ojos azules.

–Bueno… –dijo su ayudante, Anna Coric– por lo menos eso nos da alguna pista. ¿Has dicho que tiene los ojos azules?

–Muy graciosa –comentó Jackson sin ningún humor. Cuando se había despertado aquella mañana, se había percatado de que estaba solo y, si no hubiera podido oler la leve fragancia a lavanda que ella había dejado impregnada en su piel, si no hubiera encontrado unas sensuales medias en el salón, hubiera podido convencerse a sí mismo de que las horas que había pasado con aquella misteriosa mujer nunca habían ocurrido.

Se preguntó por qué demonios se habría marchado sin decirle ni una sola palabra.