La historia de una guerrera - Poly Flowers - E-Book

La historia de una guerrera E-Book

Poly Flowers

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Beschreibung

Ya cansado, miró a sus alrededores y sólo encontró la devastación que dejó a su paso... Una extraña sensación recorría su cuerpo. Parecía una especie de escalofrío. Pero no, debió ser mi imaginación. Aquel ser no se estremecía ante nada ni nadie. El fuego podía consumir su cuerpo, pero jamás su espíritu... Dejó su espada, su fiel aliada, clavada en aquel suelo literalmente empapado en sangre y se detuvo a respirar. Una vez más, el hecho de ver el reflejo de la vida en el filo de mi espada, me provocaba cierto recelo, más aún sabiendo que sujetos como él y yo anduviéramos por ahí sueltos... Un día como hoy, hace ya muchos años, me convertí en la asesina a sangre fría que soy. Pero quizás deba contarte todo desde un principio… Aunque no espero que me comprendas, sólo quiero que sepas que son las cosas de la vida las que terminan convirtiéndote en un monstruo.

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Seitenzahl: 405

Veröffentlichungsjahr: 2018

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LA HISTORIADE UNA GUERRERA

PolyFLOWERS

LA HISTORIADE UNA GUERRERA

Editorial Autores de Argentina

Poly Flowers

La historia de una guerrera / Poly Flowers. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-761-277-6

1. Novela. 2. Novelas de Aventuras. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Para esos seres llenos de luz que a veces se me da por llamar sobrinos…

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo 1 - Lo bueno nunca dura para siempre

Capítulo 2 - “Los carniceros”

Capítulo 3 - En busca de un sitio al que pertenecer

Capítulo 4 - Me llamo Randall. ¿Y tú?

Capítulo 5 - Un nuevo comienzo

Capítulo 6 - La nueva pupila

Capítulo 7 - Castigados

Capítulo 8 - ¿Una pelea?

Capítulo 9 - Lory

Capítulo 10 - Un buen maestro

Capítulo 11 - La daga de dragón

Capítulo 12 - El arquero

Capítulo 13 - El ganador

Capítulo 14 - Intervención

Capítulo 15 - El eco de un beso

Capítulo 16 - El retorno de un monstruo

Capítulo 17 - Un asunto pendiente

Capítulo 18 - La decisión

Capítulo 19 - Una brisa renovadora

Capítulo 20 - En secreto juraban proteger

Capítulo 21 - Buenos recuerdos

Capítulo 22 - El árbol del amor

Capítulo 23 - Un sabio dijo...

Capítulo 24 - Continuar sin mirar atrás

Capítulo 25 - Un encuentro premeditado ~final~

Epílogo - La tempestad en guerra

PRÓLOGO

El mundo donde vivo es un planeta que fue conquistado hace más de tres milenios. Cada ser humano que vino del planeta madre, fue desterrado de ella para cumplir una misión específica: formar nuevas capitales en diferentes mundos.

Sin embargo, no se sabe con exactitud qué sucedió con las distintas expediciones que fueron comandadas desde el planeta Tierra y, a pesar de los siglos, cada ser que carga consigo la huella de la humanidad, no deja de preguntarse cuán bello debió de ser aquel mundo; el cual, a pesar de que sus ancestros hubieran partido desde hacía ya mucho tiempo, aún seguían conservando la añoranza de aquel hogar arrebatado. Aquella imagen melancólica donde dejaban atrás su planeta natal, la Tierra, fue un recuerdo que los marcó a fuego, como un sello imborrable, dejando aquella nostalgia como legado de generación tras generación.

Nadie sabía las causas por las que decidieron llegar a éste planeta. Quizás porque era habitable y sólo querían conquistar nuevos horizontes en el universo. O tal vez la nave se estrelló y quedaron varados en éste sitio.

Fuese cual fuese la verdad, hoy teníamos una realidad muy diferente con la que nuestros antepasados no se hubieran siquiera imaginado. La genética humana que abordó las naves que conquistarían los nuevos mundos, llegó a acarrear consigo la peor de sus plagas. Trayendo personas con sangre de guerreros, la cual una vez que despertó fue casi imposible de manejar y/o de volver a humanizar. Muchos perdían la consciencia y permitían que su sed por la sangre y el olor a muerte los volviera ciegos hasta dejar no más que devastación en donde sea que pusieran un pie.

Los guerreros se habían colado en una civilización nueva que procuraba paz y armonía, que incentivaba el compañerismo y demás valores necesarios para forjar un mundo mejor; una sociedad que carecía de las herramientas para defenderse de sí misma.

Quizás fue la nueva atmósfera del lugar la que terminó despertando a la bestia...

Pero bien es sabido que todo lo bueno tiene algo de malo, y en todo lo malo puedes encontrar algo bueno. No todo es blanco o negro. La vida está llena de grises.

Y dentro de los grises más oscuros estoy yo.

Capítulo 1

lo bueno nunca dura para siempre

Había aprendido en mi hogar que lo más importante para una persona eran su dignidad, su orgullo y su familia. Pero por sobre todo, valorábamos a la familia.

Mis padres, con el tiempo, aprendieron que hubieran dado todo por tener a sus hermanos y padres más cerca de ellos. Pero la vida los había llevado por caminos diferentes y para subsistir debieron separarse y armar su propio clan en otro sitio.

Así es como llegaron al Valle de La Estrella. Fueron las primeras personas que pisaban aquellas tierras fértiles en cientos de años. Se sintieron afortunados al encontrar ése lugar, después de todo, ya no tenían esperanzas y no les quedaba nada más que su propia voluntad de seguir con vida.

Allí, armaron con mucho esfuerzo los cimientos de su primer hogar.

Habían aprendido cuáles plantas eran comestibles y cuáles eran tóxicas e incluso letales. De a poco fueron expandiendo los horizontes de su territorio y descubrieron un hermoso arroyo que les proporcionaría agua durante todo el año. Pero mansa sorpresa se llevaron cuando encontré las termas dentro de las cuevas que había detrás de una montaña muy cerca de nuestra casa.

Como les iba diciendo, poco a poco fueron encontrando los recursos y dándoles forma para que pudieran estar a salvo y confortados. Los inviernos eran duros y el frío castigaba mucho, pero la leña nunca les faltó, porque aprendieron a cortar con cuidado las plantas que la madre naturaleza les había preparado para ellos. Por suerte la leña no era problema y siempre podían contar con la leche y carne de alguna cabra que se paseaba por allí y que al final esos mismos animales terminaban por criar su propia cabrada muy cerca de nuestras tierras.

Así, fue como mis padres trajeron al mundo a mi hermano mayor... Si alguna vez desearon un hermano ideal, les aseguro que ése era él. Siempre estaba atento a todo en su entorno, nunca se le escapaba ningún detalle. Jamás me falló siendo sangre de mi sangre, jamás, ni aún en su último aliento.

Con el nuevo integrante de la familia mi padre tuvo más chances de poder transmitir sus enseñanzas de caza. Si bien mi madre había aprendido lo suficiente de sus padres, su esposo había hecho grandes aportes a sus conocimientos sobre la causa. Y aunque le gustaba la caza, prefería ser quien preparara la comida, ya que ahí ella era realmente una especialista.

Mi hermano tenía cinco años para cuando yo nací. Y según mi padre, desde el momento en que me cargó por primera vez, fue quien más cuidado tuvo sobre mí. Siempre sobreprotector, pero eso no evitaba que me enseñara todo lo que él había aprendido. Incluso los trucos que había desarrollado para la caza que ni nuestro padre sabía. Eran instintos que se desarrollaban por sí solos, mi padre tenía el suyo, pero mi hermano y yo compartíamos el mismo. Podíamos percibir la cercanía de nuestra presa gracias a que nuestros sentidos eran más aguzados de lo normal. Mi padre, en cambio, podía seguir un rastro a kilómetros teniendo no más que una simple pisada e incluso con una pequeña rama partida podía decirte en fracción de segundos qué dirección había tomado y hacia dónde tramaba ir.

Cuando tuve dos años, llegaron un par de gemelas a nuestra familia. Mi madre había quedado bastante delicada tras aquel parto doble, pero poco a poco fue retomando su vitalidad tan característica.

Las gemelas eran como la parte de su vida que le llenaba el alma. Mi hermano mayor y yo nos centrábamos más en las tareas de caza y recolectar alimentos, explorar y construir, por lo que mi madre las educaría pura y exclusivamente para que la ayudasen en todo lo que concerniera a su ciencia culinaria. Había pasado todo su embarazo hablando de ello y nos causaba mucha emoción la llegada de otro integrante a la familia, pero cuando vimos que en realidad eran dos... Pues entonces la emoción se duplicó, fue maravilloso. Yo sólo tenía dos años, mi hermano siete y ellas habían pasado a ser el tesoro de la familia.

En una ocasión tuvimos la oportunidad de que nuestro padre nos enseñara técnicas de combate. Habíamos quedado fascinados. Él no quería que lo viéramos aplicándolas con una destreza tan impecable, mucho menos que las aprendiéramos. Pero ¿cómo no querer saber más sobre su entrenamiento como guerrero al verlo en acción cuando le hizo frente a aquel oso voraz que casi nos mata en una de nuestras salidas? Claro que después entendimos las razones, fue casi en el acto cuando la fascinación pasó a ser pena.

Fue así cómo aprendimos lo básico de un espadachín. Sólo quería que supiéramos eso, después de todo no era necesario saber aquella clase de técnicas en nuestro hogar. Mis padres habían encontrado el lugar perfecto para comenzar una nueva vida, ajenos al mundo violento y sin sentido en el que se había convertido su pueblo natal.

Así llegamos a éste punto...

Un día, cuando salí de bañarme de aquellas termas que orgullosamente había descubierto, me preparé para irme y así ayudar en la mudanza. Como todos los años, desde que había descubierto aquel lugar, todos los inviernos nos mudábamos allí cerca para estar en un lugar más cálido y agradable, de manera que no resultara tan insoportable pasar el frío invernal. Debía admitir que la idea había sido una genialidad. Teníamos agua caliente para bañarnos y estábamos más cómodos que nunca en aquel sitio, porque ya no hacía falta tener una gran fogata para mantener el lugar cálido y agradable. En cambio, cuando llegaba la primavera nos íbamos preparando para la mudanza porque ésa era la mejor época para estar en la casa del valle, allí mismo cultivábamos maíz, trigo, algodón y unas cuantas hortalizas para poder subsistir.

Mi hermano me había dicho que no me preocupara. Como era mi cumpleaños dijo que podía ayudar más tarde, después de aquel baño. Todos sabían cuánto adoraba las termas. Era mi lugar favorito (podía estar allí todo el día sin que me diera cuenta).

Una vez que salí de la cueva busqué con la vista la casa del valle, habían prendido ya la chimenea. Debía apurarme si quería brindar un poco de ayuda en arreglar la casa, así como también para abastecerla con todos los víveres necesarios. Decidí llevar la ropa que había preparado mi madre y algunos utensilios como las filosas dagas que todos usábamos para cazar, con excepción de las mellizas que todavía eran “muy pequeñas”, eso según mi madre, ya que con ocho años no podían salir por ahí a cazar. Las quería acostumbrar a quedarse con ella y a hacer cosas menos peligrosas como hacer ropa y preparar una deliciosa cena, cosas esenciales que ella sabía hacer a la perfección. Pero todos sabíamos que era en cierta forma mentira, pues yo había salido a cazar por primera vez cuando tuve siete, claro que no fui quien liquidó a la presa, simplemente me limité a encontrarla y con la ayuda de mi padre y de mi hermano la rodeamos. Pero mi madre en defensa decía que yo era un caso único, uno particular y misterioso. Todos reíamos ante su comentario, incluso ella misma. Era nuestra broma privada, de hecho, todas lo eran...

Si bien iba algo cargada, podía ver por dónde caminaba. Conocía el camino de memoria, lo recorría al menos unas veinte veces al día, muchas veces porque nos olvidamos algo en la otra casa o porque tenía que monitorear y verificar que el cultivo estuviera bien, que no se nos fuera algún chivo del corral; para ir de caza, para ir a pescar salmones. Pero otras veces, en cambio, simplemente lo hacía por diversión, para entretenerme y despabilarme. Si bien cada día tenía lo suyo, todos eran diferentes al anterior y eso lo hacía emocionante. Siempre teníamos alguna cosa por hacer, algún lugar que conocer, buscarle la solución a algo, buscar nuevas aventuras y resolver misterios. Prender fogatas con mi hermano y sorprender a la familia contando historias de terror en medio de una noche estrellada con la luna llena apareciéndose en mitad de la escena.

Los paisajes más hermosos los he visto allí y los he vivido en carne propia. Pero como todos saben, lo bueno nunca dura para siempre.

Iba caminando el descenso desde la cueva de la montaña hacia el valle donde mi familia aguardaba mi llegada.

La fogata ya estaba prendida, seguramente ya habrían acomodado la mayor parte de la casa, me sentí una egoísta por haberme quedado dormida en las termas y no haber ido antes a ayudarlos. Fue muy desconsiderado de mi parte, lo acepto. Al ir rezongando conmigo misma, no me había percatado que el humo se había hecho muy intenso y, sobretodo, demasiado denso y oscuro. No se parecía a la humareda desapercibida que solíamos hacer, justamente, para evitar llamar la atención y atraer gente indeseada.

Fue entonces cuando ya faltando unos cincuenta metros entré en pánico. Quedé perpleja, estaba hipnotizada por mis sentidos que estaban completamente alerta. Trataban de indicarme algo, un detalle del que habían estado intentando alertarme desde hacía un buen rato, y que hice caso omiso hasta que ya fue demasiado tarde.

Me detuve en medio de la caminata sólo para averiguar qué me estaba sucediendo, al fin podía reconocer la extraña impresión que me bombardeaba. Era la misma sensación que tenían mis presas frente a mi instinto cazador.

Es que... acaso... ¿Estaba a punto de ser la presa de alguien?

Recuerdo qué loca me pareció la pregunta cuando me la formulé a mí misma. Pero entonces, vi la imagen más cruel y devastadora de todas.

En el preciso momento en que mis ojos fueron testigos de aquella escena, mi corazón fue apuñalado con una daga tan filosa como metafórica, aunque el dolor fue tan literal y profundo como ninguna otra persona se pueda siquiera imaginar.

Mis hermanas, mis gemelas... ¿Qué hacían con sus vestidos nuevos empapados en sangre?

Mis hermanas estaban muertas, yacían a unos escasos metros delante de mí. Sólo pude ponerme de rodillas frente a ellas e inspeccionar su estado... Sus heridas habían sido mortales. Las habían atravesado de par en par dejando varios de sus órganos vitales expuestos, probablemente murieron en el acto al desangrarse rápidamente.

Como si estuviese entrando en estado de shock sólo miré hacia adelante al escuchar una voz carrasposa diciendo a todo volumen “¡Acá hay una que vale la pena!

Su aspecto desagradable me dio entender que nada bueno podía esperar de él. Según lo que aprendí de mi madre, su aura negra no anunciaba buenas noticias.

Lo miré aún aturdida por la partida de mis hermanas. Ellas aún estaban allí sentadas, esperando sólo un beso de despedida que nunca más les podría dar. Se desvanecieron en el acto tan pronto como aquel sujeto empezó a correr en mi dirección como una bestia.

De no ser porque mi hermano lo detuvo de un solo golpe con su espada, atravesándolo de par en par, entonces, hubiera corrido la misma suerte que nuestras queridas hermanas.

Mi hermano estaba malherido, su frente estaba llena de sangre y tenía varios cortes ya sea en el rostro como en gran parte de su cuerpo. Él se detuvo a verme desde su lugar sólo para comprobar que estuviera físicamente bien, porque anímicamente ambos estábamos devastados. A su espalda vino un segundo sujeto... y lo atacó. Mi hermano mayor murió en el acto y fue entonces que, cuando al caer, me dejó al descubierto el crudo escenario que le había robado el aliento.

Mis padres estaban tirados en el suelo, completamente inmóviles y ausentes de vida. Por las heridas que vi en sus cuerpos, mi padre corrió la misma suerte que mi hermano, murió a causa de un cobarde que lo atacó de espaldas mientras estaba desprevenido. Mi madre tenía las muñecas malheridas, al parecer habían irrumpido en la casa y la capturaron, matándola al ahorcarla con sus sucias manos frente a mi hermano, quien logró zafarse de sus captores al verme llegar al lugar y así salvarme...

Todo eso se me pasó por la cabeza, en un breve instante contemplé, a modo de película, lo que había vivido mi familia durante mí ausencia.

Los dos sujetos que faltaban llegaron a la escena del crimen. Al parecer no les había caído bien la idea de que mi hermano liquidara a uno de los suyos. Ahora tenía frente a mí a tres personas cuyas auras no hacían más que demostrarme que no eran personas, sino más bien unos salvajes.

Ni siquiera los animales tenían tal comportamiento, matar por nada. Al menos ellos sí respetaban la vida de sus presas. Porque las comían para conservar la suya, pero una vez satisfechos esa necesidad del cuerpo, no jugaban con sus presas, no las mataban ni aún pasándoles por al lado. Hasta ellos tienen más respeto por la vida que el mismísimo ser humano.

“Ahora entiendo a que se refería ese estúpido, tiene buen ojo al parecer. Bueno, tenía. Jajaja!” “Esas dos eran muy pequeñas y la otra muy vieja, pero ella... Hmmm, es carne fresca” “Yo me encargo de ella.”

Sus comentarios sonaban tan repugnantes como sus alientos.

Sin embargo, yo seguía atónita. No podía procesar toda la información.

Mi hermano de tan sólo quince años se despedía de mí dejando su sombra volcada en el suelo. Mis padres no se irían hasta el final... Permanecieron allí frente a sus cuerpos, ya prácticamente ajenos, y aguardaron abrazados en silencio.

Yo los contemplaba, pero ellos no se percataron de que podía verlos, parecían más bien preocupados por el curso que tomarían las cosas.

Sin embargo, una mota de esperanza se asomó en sus rostros llenos de amargura. Al parecer mi suerte había cambiado. Al menos así lo habían pensado. Fue entonces, cuando del rostro empapado en lágrimas de mi madre y la pena que embargaba a mi padre; salió de ellos el más humilde adiós, y lamentando tener que irse tan temprano se desvanecieron de la faz de la tierra.

Cuando caí en la cuenta de que mis manos estaban empapadas en sangre, descubrí los cuerpos mutilados de mis hermanas.

Aquellos sujetos comenzaron a acercarse a mí, pero algo los detuvo.

“¿Osos? ¿Qué hacen aquí?” “No lo sé, pero vámonos. No vale la pena.” “Carajo, ya te voy a volver a encontrar mocosa, quédate tranquila, eso te lo juro. Después de que tu familia sea devorada por los osos vendré por lo que quede de tu cuerpo, si es que me dejan algo estos carniceros”

La promesa de ése último sujeto me marcó a fuego. Así los llamaría... Los carniceros.

Los osos me rodearon pero para su sorpresa no iban por mí sino por ellos. Estos escaparon a toda velocidad, robándose mi fiel caballo, ése que con ayuda de mi padre había domado. Era muy veloz al igual que el de mi hermano... que también había sido hurtado. Como escaparon a galope, los osos no pudieron seguirle el ritmo por mucho tiempo, sólo lo suficiente como para espantarlos.

Los osos volvieron a mi dirección y lentamente se fueron sentando junto a mí para contemplar los cuerpos de mis hermanas. Nosotros cinco habíamos pasado muchas tardes juntos. Aquel cachorro de oso junto a su hermana se habían acostumbrado a que yo trajera a mis propias “cachorras” para jugar.

Pero hoy, yo estaba igual que ellos el día en que perdieron a su madre a causa de nuestro padre. Así es, aquella vez que lo vimos usar sus técnicas de guerrero por primera vez, fue para defendernos de la madre de ésos cachorros. Lo que no sabíamos, era que ella había salido a atacarnos por miedo a que fuéramos a herir a sus hijos. Su instinto maternal se ligó una muerte repentina dejando a aquellos cachorros sin su madre y sin ningún sustento que les asegurara su supervivencia. Así fue como pasaron a formar parte de nuestra familia...

Nosotros nos encargábamos de alimentarlos, al menos al principio, y después les enseñamos a cazar salmones tal y como habíamos visto que hacía su mamá meses atrás al incidente. Claro que, al fin y al cabo, fueron ellos los que terminaron enseñándonos a nosotros.

Hoy estaban junto a mí en el momento más difícil de mi vida. Viendo los cuerpos deshechos de mis seres queridos, cuya sangre estaba esparcida por todos lados. Ellos eran los únicos seres en todo el planeta que yo conocía y supieran el dolor por el que mi corazón estaba atravesando. Así como una vez mi familia y yo nos quedamos junto a ellos enterrando a su madre, ellos compartían mi dolor viendo que esta vez me tocaba a mí ser quien tuviera que despedirse de un ser amado.

En parte, ellos también sufrirían la perdida. Tal como extrañarían los regaños de mi padre por los chirridos que hacían, como a las mañanas de cazas junto a mi hermano, la comida extra que les proporcionaba mi madre que les resultaba más bien un postre, también extrañarían los juegos y las risas de mis mellis... con quien pasábamos tardes y tardes juntos...

Bastó poner la última roca sobre la tumba de mi familia para que al fin me levantara del suelo para contemplar el trabajo realizado. Los había enterrado en nuestro lugar favorito, “El mirador”, como lo bautizamos nosotros. Era la cima de una de las montañas que rodeaba el valle, y que permitía tener una vista panorámica de todo el lugar. No era difícil llegar y gracias a la carroza pude llevarlos casi sin problemas.

Entonces, me descubrí completamente sola.

Cuando vi lo que había terminado de hacer me quise morir.

Fue como si me sacara el piloto automático de una vez por todas y ahora fuera yo misma de nuevo.

Rompí en llanto y lloré sin poder evitarlo. Así pasaron los días y no bajé al valle ni siquiera para tomar agua. Los osos se cansaron de traerme peces que no comía mientras yo seguía sollozando como el primer día.

Una noche supe que me había quedado sin lágrimas. Simplemente no pude llorar más. Mi alma seguía empañada por la pena pero algo nacía en mí. Algo nuevo e inexplorado. Era una esencia que nunca antes había conocido.

Era el concepto de “Venganza” que mis padres no querían que aprendiera a ejercer. Pero a veces es necesario comprender que no puedes cambiar el curso del río por más que quieras...

Los oseznos estuvieron conmigo esa mañana en el mirador, vieron que de mis ojos no emergían más lágrimas pero descubrieron una mirada que nunca antes había tenido. Una vacía y sin expresión. Esa misma que me caracterizaría por mucho tiempo.

Uno de ellos me lengüeteó la cara, supongo que para que cambiara la expresión, pero sin éxito. Me levanté de aquel lugar, donde se secó mi última lágrima, y me marché en completo silencio.

Los osos me siguieron un momento, sabían que me iría.

De pronto, entendí cuál sensación los apresaba. Qué sentimiento tan sutil y cruel.

Me di media vuelta. Me habían dejado de seguir unos cuantos metros pero aún así se quedaron observando a lo lejos.

Los miré detenidamente. Ellos eran todo lo que me quedaba deése mundo.

Corrí hacia ellos y ellos me recibieron. Los abracé intensamente con todo el amor que me quedaba y se los entregué, porque si existía alguien que lo cuidaría bien, entonces, ésos eran ellos.

Ellos cuidarían lo único bueno que quedaba de mi vida...

Al terminar nuestro abrazo grupal, besé sus hocicos con cariño y les dije adiós.

Adiós amigos míos.

Simplemente, adiós.

Capítulo 2

“Los Carniceros”

Tomé la daga con que solía ir a cazar y cargué en mi cintura la espada de mi hermano. Y así, sin más, me marché de aquel lugar al que una vez llamé hogar.

En mi mente transitaba por calles peligrosas por las que nunca antes había andado. Exploraba un nuevo sentimiento que mi naturaleza repelía y sin embargo, aún así, le daba suficiente cabida como para entrar.

Caminé alejándome de todo lo que conocía. Llegué a los límites de nuestro territorio y entonces, sin inmutarme seguí avanzando hacia mi cometido. Ya no pertenecía a aquel lugar. Ya no era la misma persona que hace una semana atrás. Ahora era una especie de ente ambulante con un camino fijo.

Usé mis técnicas de rastrillaje, podía oler a la distancia aquella esencia animal que me resultaba sumamente conocida. Fue el rastro que seguí por días sin descanso alguno. Caminé, escalé, nadé, y seguí avanzando a como diera lugar. No me detuve ante nada, hasta que finalmente, al cuarto día, los encontré.

Fue entonces cuando me invadió el olor nauseabundo de aquellos sujetos que terminaban ahogando la esencia de mi fiel caballo, que resultó presa de aquellos asesinos.

Así era. Había encontrado a “Los Carniceros”...

Me quedé oculta tras un árbol, nunca se arrepentirían tanto de haber elegido un bosque para pasar la noche.

Aguardé en silencio, contemplando y estudiando cuidadosamente a mis enemigos. Mi fiel compañero fue el único en percatarse de mi presencia en aquel lugar. A penas me sintió cerca, comenzó a olfatear con más fuerza, quería saber cuál era realmente mi ubicación. Me acerqué a su rango de visión. Cuando lo vi no lo podía creer, lo habían dejado desahuciado. No lo habían alimentado lo suficiente como para reponerse de todo lo que habían recorrido. Le habían estado exigiendo el máximo esfuerzo y lo habían dejado muy malherido al golpearlo con una especie de varilla. Inhumanos. Unos bárbaros totales.

La locura que llevaba conmigo se triplicó y fui presa de la ira. Se habían metido con mi familia, con mi hogar y con mi fiel corcel...

— ¿Qué mierda hace ella acá? — preguntó asqueado aquel sujeto empapado en sudor.

— No lo sé. Pero yo me encargo. No se nos va a escapar por segunda vez.

— No. — negó una tercera voz, y ambos sujetos se voltearon a ver con sorpresa a quien parecía ser el jefe de la cuadrilla. Ninguno de los dos se negó e hicieron esa expresión que decía “lo dejamos en tus manos”.

Después, lentamente, se dirigió hacia mí; supe con exactitud lo que estaba haciendo. Me estaba evaluando, estudiaba mis movimientos y el modo en que reaccionaba frente a ellos. Sin embargo, mi rostro era una roca. No me moví ni vacilé ni por un instante. Carecía de cualquier tipo de expresión. Un semblante que mostraba plenamente la ausencia de vitalidad. Era un cuerpo ambulante sin un alma que cuidar, sin un corazón que valiera la pena destrozar.

— Así que no te devoraron los osos...

Curiosa forma de empezar una conversación. Mi mirada se fijó en sus ojos, ya no estaba analizando la situación, solo esperaba el instante clave que me revelaría la siguiente tarea a realizar.

Su rostro demostraba que era el más viejo de los tres. Su olor era nauseabundo, me daban ganas de vomitar. Aún tenía el olor a sangre de mi familia en su cuerpo. Era un hedor repugnante. No podía saturar mis papilas olfativas de ninguna forma y por ende me resultaba más difícil respirar. Ambos nos contemplamos en el más cortante de los silencios.

— Te dije que te iba a encontrar. — me recordó el carnicero.

Lo miré carente de expresión. Al parecer, le comenzó a divertir nuestro encuentro.

— ¿No tienes lengua? ¿O es que a caso no te da gusto verme? Después de todo, para eso viniste— se acercó demasiado, hice un paso hacia atrás. —. Si quieres puedo contarte qué le hice a tu madre. También puedo decirte cómo tu hermano manchó con su maldita sangre mi ropa. Hasta incluso puedo decirte cómo estos dos inútiles mataron a tu padre y a tus dos hermanitas. Puedo decirte más cosas. Incluso puedo enseñarte...— de un segundo para otro, el sujeto cayó desplomado en el piso. Había sido tumbado casi en el acto.

— ¡Franco! — exclamaron sus dos acompañantes, esos que al parecer habían sido los responsables de las muertes de mis mellis y la de mi propio padre.

— ¿Dónde está la mocosa? — preguntó uno de ellos.

Los caballos comenzaron a inquietarse. La pobre fogata que habían encendido se apagó misteriosamente. Nadie podía ver nada e hicieron un silencio total sólo para escuchar las pisadas de su misteriosa visitante.

Uno de ellos, le pidió al otro que encendiera su antorcha, así lograron convertir la oscuridad absoluta en penumbra. Cuando la primera llamarada iluminó sus rostros, saltaron de sorpresa al verme parada frente a ellos. Dándome el tiempo suficiente para liquidarlos uno por uno. Por primera vez había usado la espada y todas mis habilidades para matar a un ser humano. Aunque para mí, sólo se trataban de unas bestias. Unos verdaderos carniceros.

La antorcha cayó al suelo cerca de la fogata ya extinta. Las aves volaron alto al oír cómo sucumbían los cuerpos de aquellos sujetos que caían como piedra.

Entonces, me descubrí sola. Nuevamente me encontraba rodeada de cadáveres. Dos nuevos cuerpos mutilados. Esperen. ¿Había dos solamente? ¿Dónde estaba el jefe del grupo? Lo busqué con la mirada ante mi segundo de vacilación. ¿Cómo no me había percatado de su ausencia? ¿A dónde se había metido? Por un instante la sangre se me heló de espanto al sentir el filo frío de una espada posada sobre mi cuello.

Permanecí inmóvil, estaba siendo cazada. Pero lo peor que se podía hacer en ésas circunstancias era mostrar debilidad.

Me fundí de valor, pero por alguna razón supe que mi rostro seguía ausente de expresión.

Sentí su respiración entrecortada sobre mi nuca. Estaba furioso, su sangre lo revelaba a gritos.

— Tienes suerte que tu apariencia no demuestre tus habilidades, pequeña comadreja. De lo contrario no los habrías tomado desprevenidos tal y como lo hiciste. Debo decir que me sorprendió el modo en que procediste. No vacilaste, no hiciste ningún movimiento en falso y simplemente los mataste. Realmente maravilloso. Lástima que cometiste un grave error: dejarme vivo. — escupió sangre en el suelo y se restregó los labios con los harapos que tenía en su hombro.

Después sobrevino el golpe en la cabeza que me dejó con una terrible migraña. Caí de bruces al suelo y por más que lo intenté, no pude reincorporarme.

El carnicero se me acercó cojeando de un pie y mi cuerpo entró en alerta. Me arrastré por el suelo hasta encontrarme con un árbol con el cual me ayudé a ponerme de pie. Pero no alcancé a cumplir mi cometido que para entonces él ya me había alcanzado, estiró el brazo y me revoleó por el suelo, me resistí con todas mis fuerzas y luché hasta casi no respirar.

— Apuesto a que no has querido ni probar bocado de ningún alimento desde que te encontramos en el valle, seguramente porque te recordaba a tu estupidita familia. Deberías madurar. — concluyó luego de chistar acentuando su negativa.

Me sujetó del cuello con fuerzas, recordé cómo la habían herido a mi madre del mismo modo, en un instante de revelación, me percaté de que llevaba conmigo la daga.

Escabullí una de mis manos hacia mi cintura mientras con la otra forcejeaba con aquel cobarde para que me dejara libre.

Entonces, encontré la daga y cuando estaba por clavársela en el abdomen, me detuvo con su mano derecha.

Mi única escapatoria había sido bloqueada.

Presionó con fuerza mi muñeca y me vi obligada a dejar caer la daga a causa del dolor. El hecho de que quisiera defenderme lo enfureció aún más por lo que me tomó del cabello y comenzó a arrastrarme por la tierra, el dolor era insoportable, tanto que me chirriaban los dientes. Me estaba llevando al fuego, ahí donde había caído la antorcha y había reavivado un poco la fogata.

La desesperación comenzó a acelerarme el pulso con fuerza.

Fue entonces cuando encontré una rama y mis manos tuvieron acceso a ella. La tomé y comencé a revolearla en el aire hasta que en una de esas le di en las pantorrillas, haciéndolo caer de rodillas. Ahí traté de levantarme, pero él me retuvo sujetando mi ropa y entonces comenzó a golpearme ferozmente.

Una vez más, caí al piso. Ahora malherida y toda ensangrentada. Había sacado su espada y así comenzó a practicar cortes conmigo.

Me defendí como pude, evadí cuanto fui capaz y golpee a más no poder. Cualquier animal habría caído a esa altura de la caza, pero él no. Pero supongo que como yo tampoco caía eso le generaba más adrenalina a su juego. Ambos éramos cazadores experimentados y podíamos ver hasta dónde podía llegar nuestra presa. Pero nunca habíamos encontrado a otro cazador con el que medirnos mano a mano.

— Me aburrí. Ya voy a matarte. — sentenció él.

Y así se acercó corriendo velozmente, como una fiera lista para el impacto final.

Por mi parte, permanecí estupefacta unos segundos, y en el momento que creí oportuno, actué.

A dos pasos de distancia, me tiré a un costado y rodé lo más que pude para acercarme a mi espada y tenerla bajo mi dominio.

Ahora sí estábamos a mano. Ahora podríamos medirnos con la misma vara.

Luego, el sonido de nuestras espadas chocándose fue más que inminente.

Avancé dos pasos haciéndolo retroceder, pero el contrarrestó con su fuerza y debí evadir su puño que iba directo a mi cara.

Me pegó una patada y salí dando tumbos en el aire. Pese a andar rengo usaba bien sus piernas. Su equilibrio a la hora de la batalla era impecable.

Para cuando quise recobrar el aliento ya lo tenía sobre mí con una mirada cínica llena de discordia. Entonces escuché cómo la piel de mi cuerpo se desgarraba y sentí cómo comenzaba a emanar mi sangre, como queriéndoseme escapar.

Pude evadir su puñalada, pero no totalmente. Al menos había evitado que fuera en el sitio dónde él quería dar el golpe certero. Una puñalada en el corazón era más difícil de curar que otra en el abdomen. Mientras su sonrisa se inmiscuía y dejaba entrever sus dientes cubiertos de sangre, contemplé mi momento oportuno para contraatacar. Estaba eufórico por su ataque casi certero pero igual de efectivo.

Bastó una fracción de segundo de su distracción para que pudiera reaccionar, y entonces, lo hice. Simplemente atravesé su corazón de par en par con el filo de mi espada. Sus ojos se tornaron como platos. No se perdonaba haber sido tan estúpido, hasta él mismo se daba cuenta de su espantoso desliz. Se quedó duro unos instantes, no podía hacer mucho teniendo mi espada atravesada en el cuerpo. Tras estar segura que ya no había más carne por cortar, la retiré de un tirón, como si con ello dejara implícito en el aire que no quería que su sangre la impregnara con su sucia presencia.

Lo miré fijamente hasta que me vi reflejada en sus ojos y vi que en mi rostro magullado habían un par de cortaduras y varios raspones, y al igual que mi adversario, estaba cubierta de tierra. Él por su parte, no emitió más movimientos que el de sujetarse el pecho con fuerza. Cayó de rodillas, estaba moribundo, próximo a morir. Esta vez tendría éxito en ello. No dejaría cabos sueltos como la última vez, y por esa razón, me quedé hasta que exhaló su último aliento.

— Aunque no lo creas, tú y yo no somos tan diferentes. — me refregó con osadía. Mientras sus palabras pasaban a ser algo inentendible hasta para él mismo.

— Te equivocas... Al menos yo no estoy muerta.

Tan pronto como me oyó hablar sus ojos parecieron entender algo que solo se puede saber al experimentar la muerte.

Finalmente, cayó vencido al suelo.

Después, la fogata terminó sucumbiendo y entonces, sobrevino la penumbra de la noche. Pero no me importó, a esa altura del partido mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad.

Capítulo 3

En busca de un sitio al que pertenecer

Pasé días perdida en un bosque, pero me adapté con bastante rapidez. Había encontrado muchas hierbas medicinales que colaboraron con la sanación de mis heridas y cortes, localicé un par de arroyos que me permitieron mantenerme limpia y así evitar futuras infecciones. Avancé colina arriba, había llegado a territorios desconocidos y me daba curiosidad, debía saber cómo se debía ver el panorama desde la cima de aquellas montañas. Subí con cuidado por lo que, para mi gusto, iba lento pero tampoco podía sobre exigirme, aún no estaba al cien por ciento de mi capacidad.

Habían pasado unos ocho días desde el casi fatal encuentro con “los carniceros”. Había liberado a mi caballo y a los demás corceles, los cuales galoparon libres como no lo habían hecho en mucho tiempo. Mi fiel corcel permaneció a mi lado hasta la mañana siguiente, comió y bebió todo lo que necesitaba y cuando el sol nos iluminó el rostro, ambos partimos por rumbos diferentes. Mientras yo me alejaba de nuestras hermosas tierras, él se iría a conquistar nuevas praderas junto a los de su misma especie.

Pasar la noche a mi lado fue su forma de expresar su gratitud, en comparación con el resto de los caballos, los cuales prácticamente salieron disparados tan pronto como les había retirado las sogas que los aprisionaba. Pero él estaba acostumbrado a no tener cuerdas que lo apresaran y dañaran. Supongo que se había dado cuenta de cuán afortunado había sido al estar junto a mi familia en aquel valle, allí no éramos violentos, sino todo lo contrario. Siempre intentábamos ser quienes se adaptaran a la naturaleza de los demás seres vivientes. Después de todo, el ser humano es un simple visitante en este planeta, debería ser quien respete mejor las reglas de la naturaleza.

Comencé a recorrer el bosque y aunque las noches eran frías y un tanto aterradoras, fueron perdiendo su aspecto fantasmagórico a medida que descubría la causa de los ruidos extraños y les encontraba un motivo coherente al aspecto de las plantas como por causa del viento, la lluvia y/o alguna tormenta que terminó quemándolas como consecuencia de algún rayo. Las ramas de los árboles siempre hacían ruidos escalofriantes hasta que al final me terminé acostumbrando a ellos. Así como a los tantos insectos que eran responsables de los sonidos más tenebrosos que hubiera escuchado. Los movimientos sorpresivos de los arbustos eran a causa de animales, ya sean pequeños o grandes, que salían echados por alguna serpiente cercana.

Tenía la sensación de que caminaba por un sendero abandonado. Podía ver las pisadas pero eran demasiado viejas. Sin darme cuenta, las había estado siguiendo por un largo trecho, por lo que decidí avanzar por el mismo camino para ver hasta dónde llegaban.

Al cabo de dos días, me encontré con una gran muralla que estaba invadida por una enredadera que lo camuflaba perfectamente con el resto de la vegetación. Al parecer, había llegado a una especie de monasterio.

Lo recorrí unos metros a la redonda, pero parecía no haber una entrada a kilómetros. Opté por atravesar el muro y dejar de darle vueltas.

Escalé uno de los árboles que había crecido a la par de la muralla, era un castaño de lo más hermoso. Sus ramas no alcanzaban a tocar la muralla pero sí me acercaban lo suficiente como para dar un salto y alcanzarla. Prácticamente eso fue lo que hice. Me subí y simplemente llegué hasta la cima del muro.

Desde allí, contemplé los misterios que aquella muralla milenaria ocultaba al resto del bosque.

Al parecer, sólo había más bosque. Pero no quise apurarme a sacar conclusiones y decidí analizar el lugar desde aquel sitio.

Allí pude dilucidar un esquema casi preciso del lugar. Era verdad, en una porción había una gran población de árboles, pero no alcanzaban a ser el inmenso bosque que había allí fuera. Pero era suficientemente denso como para que yo pudiera ocultarme allí si sucediese algún imprevisto.

Seguí analizando y entonces visualicé una gran residencia hecha de piedra que se levantaba varios metros por el aire. Nunca había visto una casa de tales dimensiones. Su arquitectura era impecable, realmente era digna de ser admirada.

Salía humo claro de una chimenea, pero también de otros sectores. El lugar era bastante amplio. Debía ir a investigar más de cerca si quería saber a qué se debía el humo. Pero fuera como fuera, el lugar estaba habitado y debía ser precavida.

Tomaría todos los recaudos necesarios, no dejaría que me vieran. Nadie debía saber de mi existencia, mucho menos que estaba en aquel lugar.

Lo último que se podía ver desde ése ángulo, era un amplio patio de arena. Rodeado de piedras de grandes dimensiones tales como las que formaban parte de las murallas.

De un salto me interné en la nueva masa boscosa y desde ése punto, procuré contemplar mejor la situación. Habían herramientas extrañas dispersas en el suelo, por lo que no quise andar por allí debido a la impresión desagradable que me generaban. De ese modo, sólo pasaba de rama en rama y así entre las alturas iba llegando a la gran casona que había en el centro del recinto.

De repente, escuché un bramido casi ensordecedor para mis oídos que rompían con la fachada silenciosa con que me había recibido. Me detuve en seco en la rama de un nogal y permanecí en completo silencio para evaluar las circunstancias. Si mis sentidos no me fallaban, aquel sonido provenía de un lugar muy cercano a mi ubicación. Pasee la mirada y entonces encontré una de las tantas herramientas que había visto antes y que ahora estaba sujetando a una presa. ¡Qué manera más cobarde de ir por tu comida! Era un antílope muy joven… Por esa razón no me agradaban esas objetos, podían dañar lo que sea que les pasara cerca. En mi hogar, no tomábamos nada que no fuéramos a comer y aprovechar completamente, ni tampoco tomábamos a presas tan pequeñas, tratábamos de cazar a animales ya maduros que hubieran tenido la oportunidad de vivir lo suficiente como para tener una buena experiencia para llevarse de ésta vida.

El pobre animalito gemía de dolor, su pata trasera era presa de una pieza metálica que la hacía casi perecer del dolor. Me apiadé del animal cuya suerte no era para nada grata. Tras ver que nadie corría hacia su dirección y que todo permanecía igual que antes, decidí descender hasta donde él se encontraba.

Al verme, la criatura entró en pánico. Pero por más que hubiera deseado, no podía huir sin dejar la mitad de su cuerpo tirado. Hice una reverencia con la cabeza. Eran animales muy fáciles de convencer. Cedió ante mi muestra de respeto y se tranquilizó, digamos que tampoco le quedaba otra, y sin más remedio, se echó en el suelo entregándose a su suerte. Pude contemplar el dolor que le causaba tener su pata apresada. Me fui acercando más y más. Hasta que me hice visible en el reflejo de sus ojos, tan profundos como hermosos. Le mostré mis manos y a medida que avanzaba en dirección a su pata iba tocando su lomo para que supiera por dónde iba. Llegué a sus cuartos traseros y entonces me acerqué a la trampa en la que había caído.

Para su suerte, la herida no era más que superficial. Lo difícil sería más bien retirar la trampa, pero la herida cicatrizaría con el tiempo y luego él volvería a dar brincos por doquier. Me volví a su hocico y le ofrecí unas frutas dulces que traía conmigo, sabía que no las iba a rechazar y que se entretendría comiéndolas mientras yo procedía a sacar su pata del metal que la envolvía. Para cuando terminó de comer las frutas yo ya me había acercado para ofrecerles otras más. En ese ínterin le apliqué agua de mi cantimplora y cubrí la herida con una mezcla de hierbas medicinales que tenía preparada, para que de ese modo no se le infectara la herida y le diera tiempo a cicatrizarse efectivamente. Su rechazo al agua fue casi en el acto pero me dio tiempo suficiente para aplicar una buena dosis de mi mezcla medicinal. Así lo tuve de patas frente a mí, quedándonos a la expectativa de lo siguiente que haría el otro.

Incliné un poco la cabeza, había algo en aquel gesto que hacía que entrara en confianza con el instinto de aquel animal. Él relajó los músculos y entonces, suavemente se marchó de la escena sin dar brincos llamativos ni nada por el estilo, se retiró pacíficamente hasta que lo perdí de vista.

De un salto me subí a la copa del árbol y de allí retomé mi investigación. Exploré casi todo el bosquejo y entonces percibí a la distancia la figura cada vez más imponente del monasterio.

Llegué a los extremos de la cortina de árboles y permanecí allí camuflada entre tanto follaje verde.

Pero entonces, me tomó por sorpresa un aroma en particular. Sólo lo había percibido hacía algún tiempo, era una deliciosa fragancia para mi olfato. No podía evitarlo y seguí mis instintos. Me aventuré al entrar a aquel lugar y empecé a buscar mi objetivo.

Entré a las calles empedradas que recorrían distancias cortas y que todas terminaban uniéndose siempre. Avancé a hurtadillas y todo parecía marchar bien, hasta que de pronto, un grito me sacó de mis cabales haciendo que pegara un salto extravagante.

— ¡Vamoooos! ¡Ya se nos hizo muy tardeee! — exclamó aquel jovencito que corría apresuradamente seguido de otros tres chicos.

Me oculté tras unos arbustos y permanecí en silencio mientras ellos ignoraban mi tan cercana presencia.

Eran los primeros muchachos que veía en mi vida además de mi hermano. Ellos incluso eran más pequeños que él. Seguramente a él le habría gustado conocer a más personas de su edad.

La pena embargó mi alma, nuevamente sentía cómo me invadía aquel recuerdo y dejaba mi rostro sin expresión.

El hecho de haber vengado sus muertes no me había dejado satisfecha. Había demasiados sentimientos encontrados como para que pudieran aplacarse.

Con el corazón hecho trizas trataba de seguir adelante y encontrarle forma coherente a las cosas de la vida. Porque aunque la respetara, ella me había arrebatado lo más valioso que tenía. No entendía la razón de tal incordiosa desdicha, pero era el papel que me habían dado… por alguna u otra razón así era.

Decidí seguir a aquellos niños que pasaron corriendo. Debían ir a algún lugar, quería saber a dónde.

Así que los seguí sigilosamente para que nadie sospechara de mi presencia. Debía ser una sombra muy desapercibida.

Cuando llegué al lugar del encuentro, vi decenas de niños entrenando. Podía ver cómo practicaban arduamente las técnicas básicas que una vez mi padre nos había enseñado a mi hermano y a mí, sólo en un par de ocasiones. Y a lo lejos se podían ver a otros adiestrándose con sus respectivas espadas. Otros tantos con arcos y flechas, algunos con boomerangs y otros con dagas. Decidí seguir explorando y me encontré con amplios salones donde al parecer había monjes meditando, y en otros tantos estaban enseñando. Estos últimos los vi desde la copa de un árbol, pues adentrarme dentro del edificio todavía no formaba parte de mis planes.

Encontré otro patio donde varios sujetos estaban adiestrando su físico mediante entrenamientos muy rigurosos, usando pesas en sus pies y manos, para aligerar sus propios pesos en particular. Vi a muchos de ellos haciendo volteretas que nunca en mi vida creí que una persona pudiera hacer, muchas se asemejaban bastante al movimiento de varios animales al momento de atacar y cazar a sus presas.

Al final del recorrido encontré lo que sería más bien un patio de recreación, allí habían unos cuantos frutales y un verde espectacular, realmente de lo más agradable. Permanecí allí unos instantes sólo para respirar el aire puro que sólo podía ofrecer ése lugar. Pero entonces, sobrevino de nuevo aquel aroma que me llamaba con urgencia.

No podía hacer nada al respecto, me entregué a la misi