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Si bien Frédéric Bastiat (1801-1850) no hizo contribución original alguna a la economía y no hay ley o análisis específico que le puedan ser atribuidos (incluso Marx lo calificó de «economista pigmeo»), nadie lo ha superado aún en la gracia, ironía y concisión en la defensa de la propiedad privada, los mercados libres y el gobierno limitado. Frente a los profetas de la sociedad justa fundada en un sistema que institucionaliza, a través de la ley, el despojo, Bastiat despliega con amenidad, elegancia y las palabras justas el contundente argumento de que la mayor justicia es no cometer injusticias y proclama que, lejos de levantar sistemas que legalicen el pillaje, hay que ocuparse de la libertad. Estudio preliminar de Carlos Rodríguez Braun
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Seitenzahl: 142
Veröffentlichungsjahr: 2021
Frédéric Bastiat
La Ley
Estudio preliminar de Carlos Rodríguez Braun
Estudio preliminar, por Carlos Rodríguez Braun
Vida y obra
Armonía y complejidad
Valor, propiedad y renta de la tierra
La Ley
Conclusión
La Ley
Créditos
La posteridad no fue muy amable con el autor de este libro. Bastiat es reconocido, eso sí, en tanto que publicista. J. A. Schumpeter dice de él que fue «el más brillante periodista económico de todos los tiempos», pero lo excluye del campo de los analistas1. Otro tanto hace Mark Blaug, para quien Bastiat es grande como divulgador y polemista, pero es un teórico «de tercera categoría» –y en los manuales y textos de historia del pensamiento económico Bastiat es habitualmente ignorado o reducido a mero «vulgarizador»–2. Destacados estudiosos, pues, secundan la afilada pluma de Marx, que descalificó así a Bastiat: «Economista pigmeo [...] el representante más pedestre y por lo tanto más cabal de la apologética economía vulgar»3. Como ha sido reivindicado por la liberal escuela austriaca de economía, algunos de cuyos miembros disfrutan negando a Adam Smith y los clásicos británicos el pan y la sal en tanto que antecedentes4, cabría aducir que ello se debe más al liberalismo militante de Bastiat que a sus aportaciones intelectuales. No cabe dudar que fue un batallador liberal vigoroso y diestro, pero en la profesión de los economistas abundan los que opinan que no fue nada más que eso, «un escritor lúcido pero no un pensador profundo», como sentenció Alfred Marshall5. Es un diagnóstico discutible: Bastiat interesa no sólo en tanto que divulgador, porque tuvo tesis económicas claras y finas intuiciones políticas. R. F. Hébert ha señalado que, aunque ha llamado poco la atención hasta hoy, el campo de la teoría política es el lugar de la contribución más original de Bastiat; y Francisco Cabrillo apunta que hay en sus obras «una visión sorprendentemente moderna del papel que la ley y el Estado desempeñan en la vida econ11ómica» y una anticipación del análisis económico del derecho y las instituciones6. Esto se detecta con nitidez en el presente libro, que analizaremos después de dar cuenta de la biografía de Bastiat y del resto de sus trabajos.
Claude Frédéric Bastiat nació en Bayona el 30 de junio de 1801 y murió en Roma, ciudad donde está enterrado, el 24 de diciembre de 1850. Huérfano a los diez años, vivió con sus abuelos paternos en Mugrón y tuvo desde joven problemas de salud. No terminó el colegio y en 1818 volvió a Bayona a trabajar en una empresa exportadora de su familia. Siete años más tarde muere su abuelo y Bastiat hereda la propiedad familiar en Mugrón, que sería su residencia. A lo largo de su vida ocupó diversos cargos públicos y emprendió negocios, sin demasiado éxito, pero su gran impacto social lo tuvo en tanto que economista.
Bastiat publicó mucho en poco tiempo. Su primer ensayo, sobre los aranceles en Inglaterra y Francia, apareció en el Journal des Économistes en octubre de 1844, y él murió apenas seis años después. Si en ese breve período alcanzó tanta influencia se debió a su gran habilidad expositiva, pero también a su formación, puesto que durante un cuarto de siglo había estudiado por su cuenta en profundidad y recibido la influencia de Smith y los clásicos, de J. B. Say –el principal discípulo francés de Smith– y también de Quesnay, Destutt de Tracy, Charles Comte, Turgot y otros autores. Bastiat se movió en el mundo de los economistas franceses seguidores de Say, como Charles Dunoyer y Joseph Garnier, Gilbert Guillaumin, Adolphe Blanqui, Michel Chevallier y Henri Baudrillart, a los que se sumaron algunos extranjeros como Louis Wolowski y Gustave de Molinari. Hay que recordar que Francia, país que identificamos con el intervencionismo, la burocracia, los impuestos y las regulaciones, albergaba entonces a ilustres liberales, y un contemporáneo de Bastiat, Molinari, planteó la primera teoría anarcocapitalista7; asimismo, los liberales franceses fueron pacifistas y antiimperialistas, en grado quizá más intenso que sus colegas británicos8.
Bastiat, junto con Say, fue el economista más leído en castellano en España y en América Latina. Véanse qué tempranas traducciones españolas de textos suyos9: Sofismas económicos (1847); Cobden y la Liga (1847); Propiedad y ley (1851); Armonías económicas (1858); Capital y renta (1860) y Cuestiones económicas (1860)10. Hubo asimismo traducciones al inglés, italiano y alemán.
Su artículo de 1844 llevó a Bastiat a relacionarse con Richard Cobden, el líder de la liberal Escuela de Manchester, sobre el que redactaría la monografía que acabamos de mencionar, y a participar en las actividades políticas que, después de su muerte, conducirán a la supresión de las barreras arancelarias francobritánicas con el Tratado Cobden-Chevallier de 1860. Bastiat, que sería llamado «el Cobden francés», organizó la Asociación Francesa del Libre Comercio y fue director de su publicación semanal, Le Libre Échange11.
Autor de numerosos ensayos y panfletos, Bastiat, además de La Ley, publicó Sofismas económicos, en 1845, y Armonías económicas en 1850. Concibió éste como la contrapartida de aquél: los Sofismas criticaban, mientras que las Armonías construían. Pero el segundo es un libro incompleto, que se interrumpe tras el capítulo 10 y, como señala G. B. Huszar, está en parte organizado sobre textos de conferencias sin pulir12. A la hora de valorarlo, o no minusvalorarlo, es importante recordar el poco tiempo que tuvo Bastiat para escribir. Aunque quepa coincidir con Henry Hazlitt o Francisco Cabrillo en que las ambiciones de su autor en las Armonías no estaban fundadas, y dañaron su reputación ulterior13, las circunstancias de su breve vida como autor sostienen la opinión de Hayek, que en el prólogo a la edición en lengua inglesa de los Ensayos de Bastiat, de 1848, conjetura que sólo la muerte le impidió llegar a ser un teórico de mucho más relieve14.
Dos claves del pensamiento de Bastiat son, por un lado, que todos los intereses legítimos son armónicos, y por otro lado, que la sociedad es algo sumamente complejo y que no admite soluciones simples y mecanicistas. En ambos casos es heredero de Adam Smith, mal que les pese a los austriacos más antismithianos.
Algunos autores han reducido el armonismo de Bastiat a una visión angelical de la naturaleza humana, a «la imagen optimista de que los intereses de clase coinciden natural e inevitablemente, de modo de promover el desarrollo económico»15. Esto entronca con la usual caricatura anárquica del liberalismo clásico que lo retrata como una doctrina ingenua que niega el marco institucional y confía ciegamente en mecanismos milagrosos tipo «mano invisible» que se traducen en una homogeneidad mágica de los intereses. Por extendida que esté, no deja de ser una caricatura. Ni Adam Smith ni los clásicos creyeron en esa abstracción, sino en una concordia dependiente de las leyes y la justicia: sólo en ese contexto cabe hablar de armonía16.
La posición de Bastiat es la misma: todos los intereses legítimos son armónicos. La importancia de esto radica en que si son armónicos, entonces la solución del problema social es la libertad, pero si no lo son, como sostenían los antiliberales, entonces la solución es la coacción, y, como la libertad sólo tiene una forma y la coacción muchas, la política se centrará en elegir «entre las infinitas formas de la coacción, cuál es la buena»17.
Pero la libertad en absoluto significa confiar en que todos los intereses humanos son siempre armónicos, porque en realidad, como era la lengua para Esopo, las personas pueden seguir su interés para hacer el bien pero también para hacer el mal, cuando «en vez de apelar a su propio trabajo, recurren los hombres con harta frecuencia al trabajo ajeno». Así, el mismo interés que puede dar lugar a la propiedad, puede darlo a la expoliación:
El interés personal crea todo aquello en que la humanidad basa su vida y su desarrollo; a su vez, estimula el trabajo y da origen a la «propiedad». Pero al mismo tiempo introduce en el mundo esas injusticias que, según su forma, adoptan nombres diversos y que se resumen en una palabra: «expoliación». [...] Por el origen común de la propiedad y de la expoliación se explica la facilidad con que Rousseau y sus discípulos pudieron calumniar y trastornar el orden social. Bastaba con mostrar el «interés personal», pero sólo por una de sus caras.
Este despojo puede adoptar la forma del robo, la violencia, el engaño y el fraude, que es misión imprescindible del marco institucional combatir, y el hecho de que no lo haga, o lo ampare, será el tema central de La Ley, el despojo legal y aceptado:
Existe una expoliación que se ejerce no sólo con la anuencia de la ley, sino con el consentimiento y hasta con el aplauso de la sociedad. Ésta es la expoliación que puede alcanzar proporciones enormes, capaces de alterar la distribución de la riqueza en el cuerpo social, paralizar por mucho tiempo la fuerza de nivelación que hay en la libertad, crear la desigualdad permanente de las condiciones sociales, abrir el abismo de la miseria y derramar por el mundo un diluvio de males que algunas mentes superficiales atribuyen a la propiedad18.
Lejos, por tanto, de aceptar Bastiat que los intereses son automáticamente armónicos, insiste en denunciar los intereses que se alejan de la defensa de la propiedad y buscan usurparla, los que apuntan a la expoliación, y que se traducen en fenómenos que condena: la guerra, la esclavitud, el imperialismo. Pero los socialistas conciben que también los intereses legítimos son antagónicos, y de ahí que recomienden la intervención política para armonizar artificialmente todos los intereses sociales, lo que es imposible de lograr y peligroso de intentar. La igualdad en la sociedad no puede ser como la de los caballos en el hipódromo, a los que se carga con pesos distintos para lograr que todos pesen lo mismo. Es habitual utilizar un argumento similar para impedir la libre competencia, protestando contra la «competencia desleal» de los países pobres. Bastiat no habría aceptado el razonamiento: a su juicio, la comparación con el hipódromo es inválida porque allí la carrera es un medio y a la vez un fin, y no hay más interés por parte del público que la carrera en sí; pero, se pregunta, si en vez de hacer correr caballos en un circuito para comprobar cuál es más veloz se tratara de llevar una noticia importante y urgente, ¿tendría sentido poner obstáculos a los caballos mejores? Eso se hace con el proteccionismo, olvidando el cometido de la economía, que es el bienestar de los ciudadanos. Y el cometido del socialismo se logra paradójicamente con la libertad y la propiedad:
En todo tiempo ha habido corazones honrados y benevolentes, hombres como Tomás Moro, Harrington o Fénelon, que, al presenciar el espectáculo de las miserias y las desigualdades humanas, buscaron un refugio en la utopía «comunista». Y por más que parezca extraño, sostengo que el régimen propietario tiende cada vez más a hacer realidad esa utopía [...] la propiedad es esencialmente democrática.
El argumento de la generalización del progreso es también el de la igualdad:
El principio de la propiedad contribuye al desarrollo de la igualdad entre los hombres. Ese principio establece un «fondo común» que se va acrecentando con cada progreso humano [...] Todos los hombres son iguales ante un coste «aniquilado», ante una utilidad que ha dejado de ser remunerable. Todos los hombres son iguales ante esa parte del precio de los libros desaparecida gracias a la imprenta [...] No negaré la desigualdad, las miserias ni los sufrimientos. ¿Quién podría hacerlo? Pero digo: lejos de ser el principio de la propiedad el que las engendró, esas calamidades son imputables al principio opuesto: al principio de la expoliación [...] ¿Ha de sorprendernos que exista desigualdad entre los hombres si el principio igualitario, la propiedad, ha sido tan poco respetado?19.
Para Bastiat no estaba estableciéndose en su tiempo «la causa democrática e igualitaria de la propiedad», sino la realidad de los abusos, los privilegios de empresarios y profesionales, el control de los precios, los impuestos, los aranceles, etc., todo debido precisamente a que el Estado alimenta los intereses no armónicos de la sociedad, al ser la «ficción» mediante la cual todos aspiramos a vivir a costa del prójimo, lo que anima una dinámica de difícil freno entre las dos manos de la política, la fuerza que quita bienes y libertades, y la amabilidad que confiere ayudas y prerrogativas. La conversión del Estado en un dispensador de privilegios potencia los peores intereses y es dañina para la sociedad libre, aunque su control, como había pensado también Tocqueville, es arduo:
Después de considerar que todos los hombres sin excepción son capaces de gobernar el país, los declaramos incapaces de gobernarse a sí mismos. [...] ¿Adónde nos conducirá la ilusión de que el Estado es un personaje poseedor de una fortuna inagotable e independiente de la nuestra? [...] Al pueblo se le hace creer que, si hasta un punto ha llevado la peor parte de la carga, la República tiene medios para lograr que, si aquélla se acrecienta, su peso acabará recayendo en los ricos. ¡Funesta ilusión! No puede evitarse que, a la postre, se reparta el peso entre todos, incluidos los pobres. [...] Creo que entramos en una senda en que, con formas muy suaves, muy sutiles, muy ingeniosas y adornadas con los bonitos nombres de «solidaridad» y «fraternidad», la expoliación va a alcanzar un desarrollo cuyas proporciones pueden ser incalculables. [...] El Estado no puede dar a sus ciudadanos más de lo que previamente les haya quitado. Los únicos efectos de este intermediario son, en primer lugar, un gran desperdicio de energías y, después, la completa destrucción de la «equivalencia de los servicios», porque cada cual procurará entregar lo menos que pueda a las arcas del Estado y sacar de ellas lo más posible, con lo cual el Tesoro público será un mero objeto de pillaje. ¿No vemos ya hoy día algo de eso? ¿Qué sector social no solicita los favores del Estado? Dejando aparte la innumerable especie de sus propios agentes, la agricultura, la industria, el comercio, las artes, los teatros, las colonias, la navegación, lo esperan todo de él. [...] Cada cual le reclama una prima, una subvención, un estímulo y, ante todo, la «gratuidad» de ciertos servicios, como la enseñanza [...] ¿Y por qué no pedir al Estado la gratuidad de todos los servicios?
Un error de Bastiat en este terreno fue concluir que como esto no iba a ser posible, la gente lo comprendería y ello atenuaría las reivindicaciones: «Dentro de poco no pedirán al Estado más servicios que aquellos que son de su competencia: justicia, defensa nacional, obras públicas, etc.». Es evidente que no cayó en la cuenta de las potencialidades legitimadoras de la democracia a la hora de extender la coacción política e incentivar los intereses no armónicos, pero en todo caso situó en el abuso de la propiedad privada la raíz del mal:
No es la propiedad la que debe responder de la desoladora desigualdad que constatamos en el mundo, sino su principio opuesto, la expoliación. Que es la que ha desencadenado en nuestro planeta las guerras, la esclavitud, la servidumbre, el feudalismo, la explotación de la ignorancia y la credulidad públicas, los privilegios, los monopolios, las restricciones, los préstamos públicos, los fraudes mercantiles, los impuestos excesivos y, por último, la guerra al capital y la absurda pretensión de vivir y desenvolverse cada uno a expensas de todos20.
Es decir, la armonía depende de la ley; ésta debe defender la libertad y la propiedad, no vulnerarlas, como lo hará si potencia nuestros peores intereses: si no interviene la política y la legislación, orientaremos nuestros intereses para beneficiarnos a nosotros mismos y a los demás, pero si podemos emplear el aparato institucional y jurídico en nuestro provecho y a expensas del prójimo, lo haremos y nos dedicaremos al expolio. Por tanto, la única diferencia entre el «buscador de rentas» merced al proteccionismo que bloquea la competencia y el asaltante de caminos es que los actos del primero han sido convertidos en legales21. El único grupo cuyos intereses no cabe conciliar con los de los demás es el de los impostores o ladrones cuya vida estriba en violar la propiedad ajena: todo puede ser conciliado, pues, menos la coerción y la libertad.
La armonía no quiere decir que el mercado satisface todas las aspiraciones de todos en cada momento, ni tampoco que los miembros de la sociedad actúen siempre en avenencia, lo que es imposible en órdenes sociales complejos, sino que sus intereses están en armonía porque no violan la propiedad ajena y porque la producción cooperativa siempre es más productiva que la producción aislada, lo que Ludwig von Mises llamó, en relación con David Ricardo, la división del trabajo y la cooperación, «ley de asociación»22. Nótese que la imagen antiliberal del mercado como «selva» es la opuesta: se aduce que no hay manera de conciliar libremente los intereses de trabajador y empresario, productor y consumidor, propietario e inquilino, deudor y acreedor, nacional y extranjero, etc., y por eso debe interponerse la política. La armonía se pierde con el intervencionismo, que crea ganadores y perdedores, y estimula a todos a utilizar el Estado y la ley pervirtiéndolos, en su beneficio. El final es el socialismo, o la generalización del despojo universal y la injusticia social. Bastiat no defiende al mercado sólo ni principalmente con argumentos de eficiencia, sino, precisamente, porque plantea un orden con intereses no antagónicos; es un liberal más iusnaturalista que utilitarista. Manifiesta Hayek:
Bastiat tenía mucha razón al tratar la libertad de elección como un principio moral que jamás debía ser sacrificado ante consideraciones de conveniencia, porque quizá no haya ningún aspecto de la libertad que no sería abolido si el respetarlo dependiese sólo de la posibilidad de señalar el daño concreto que su supresión ocasionaría23.
