La leyenda de Link - Joaquín Ballines - E-Book

La leyenda de Link E-Book

Joaquín Ballines

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Beschreibung

Al mismo tiempo el joven, guiado por Hood, su mentor, pretende recuperar los fragmentos de la trifuerza de la sabiduría para devolvérsela a Zelda en una sola pieza, aunque sospechan que Vaati, la mano derecha del rey tirano Gerudo, posee al menos uno de los fragmentos. En la búsqueda por completar su cometido Link conoce y reúne aliados muy importantes para su pueblo y se ve envuelto en una de las más terribles batallas que Hyrule ha peleado dejando un incierto y desesperante desenlace.

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EPUB
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Seitenzahl: 831

Veröffentlichungsjahr: 2016

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j. i. ballines

la leyenda

de link

en búsqueda de la sabiduría

Editorial Autores de Argentina

Ballines, Joaquín

La leyenda de Link / Joaquín Ballines. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-711-659-5

1. Literatura Fantástica. 2. Novelas de Aventuras. 3. Leyendas Míticas. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Ines Rossano

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Índice

CARTA AL LECTOR

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1-¿UN FINAL FELIZ?

CAPÍTULO 2-SUCIO, EBRIO Y PERDIDO

CAPÍTULO 3-TIEMPO AL TIEMPO

CAPÍTULO 4-EL ENTRENAMIENTO DEL HÉROE

CAPÍTULO 5-CUCCOS Y DEMONIOS

CAPÍTULO 6-EL JOVEN ARQUERO

CAPÍTULO 7-LA OCARINA DEL TIEMPO

CAPÍTULO 8-VAATI

CAPÍTULO 9-ZELDA

CAPÍTULO 10-CAOS

CAPÍTULO 11-CLANES, RAZAS Y SABIOS

CAPÍTULO 12-LA ESTRATEGIA

CAPÍTULO 13-SARIA

CAPÍTULO 14-LA ALDEA KOKIRI

CAPÍTULO 15-DESENTERRANDO HERRAMIENTAS

CAPÍTULO 16-SOSTENIDO

CAPÍTULO 17-EL PODER DE LAS HADAS

CAPÍTULO 18-SALVAJE NATURALEZA

CAPÍTULO 19-LOS INFILTRADOS

CAPÍTULO 20-LA CUEVA SECRETA

CAPÍTULO 21-GIGABARI

CAPÍTULO 22-VILLA KAKARIKO

CAPÍTULO 23-LAS ARMAS SAGRADAS

CAPÍTULO 24-EL TEMPLO DEL BOSQUE

CAPÍTULO 25-LA FLOR SOBRE EL FRAGMENTO

CAPÍTULO 26-EL GRAN ÁRBOL DEKU

CAPÍTULO 27-LLUVIA DE FUEGO

CAPÍTULO 28-DESAFÍO DE MONTAÑA

CAPÍTULO 29-EL TEMPLO DE LA MONTAÑA

CAPÍTULO 30-UN VIAJE INESPERADO

CAPÍTULO 31-ALTAMAR

CAPÍTULO 32-EL TEMPLO DE LOS MARES

CAPÍTULO 33-EL RINOCERONTE DE MAR

CAPÍTULO 34-EL PRECIO DE LA DESOBEDIENCIA

CAPÍTULO 35-DEFENSA Y CONTRAATAQUE

CAPÍTULO 36-UN FINAL INCIERTO

EPÍLOGO-ALGO DE TIEMPO PARA VARIAR

Este libro lo dedico a mi madre Ana María,

quien se tomó el trabajo de corregirlo íntegramente,

y a mi padre Francisco, a ambos por acompañarme en toda mi vida.

Asimismo también lo dedico al resto de mi familia, amigos

y en especial a Gabriel A. Marcovecchio,

mi amigo lector, crítico y corrector,

y a mi querida amiga, compañera,

novia y consejera Ayelén R.Pingitore.

A todos ellos, con todo mi amor y agradecimiento.

CARTA AL LECTOR

Queridos amantes de la aventura y ficción:

Si están leyendo ésto, es porque tienen en sus manos un ejemplar de “La Leyenda de Link, en búsqueda de la sabiduría”.

Mi nombre es Joaquín Ignacio Ballines y soy el autor del libro.

Creo que esta carta es una buena idea para aclarar un par de dudas que posiblemente algún lector tenga respecto a la novela.

Antes de hacer referencia al libro, deseo que conozcan más sobre mi persona.

Yo nací el 25 de marzo de 1987. Crecí y aún vivo en uno de los tantos barrios que tiene la Ciudad de Buenos Aires, en la República Argentina. Al egresar de la escuela media, inicié la carrera de Educación Física. Más adelante, me gradué como Guardavidas en la Cruz Roja.

A medida que fui trabajando en escuelas y clubes fui completando mi maravillosa carrera a través de post-titulos. Así fue como llegué a recibirme de Licenciado en Educación Física y Diplomado en Natación.

Actualmente, sigo trabajando en el rubro docente para el GCBA manteniéndome actualizado profesionalmente mediante cursos que dicta el Ministerio de Educación.

Distante parece el área a la que me dedico respecto de la cátedra de Literatura. Es por ello, que tal vez algunos se pregunten como surge este libro.

Supongo que uno de mis valores más importantes, es ser agradecido. Por lo tanto no puedo dejar de mencionar, que así como me dedico a lo que alguna vez soñé, también en las distintas etapas de mi crecimiento, fui ciertamente acompañado por las Compañías dedicadas a la creación de video-juegos. Recuerdos como los que me dieron los juegos: Star Fox, Kirbyland y varias tiras de Pokémon, quedarán en mi cabeza por siempre siendo quizás esos momentos de diversión los que influyeron en mi futura creatividad literaria.

Es probable que para los creadores de estos juegos, yo sea un número más de la enorme cantidad de seguidores, pero para mí, esos recuerdos en los que entran muchos de la saga de “The Legend of Zelda” que tanto he disfrutado, quedaron en mi memoria contribuyendo al valor agregado que hace que hoy sea quien soy.

Para dar nacimiento a este libro me inspiré, en ciertos momentos y sucesos aleatorios de varios juegos diferentes; mayoritariamente provenientes de la saga antes nombrada. Sin embargo, las personalidades de los personajes, son inéditas y están basadas en mi familia y amigos.

No pretendo lucrar a través de la trayectoria de la Compañía creadora de los juegos, aunque obviamente los fans encontraran similitudes (para saber más sobre este tema y otros, visita la página web www.laleyendadelink.com).

No obstante, no hace falta haber jugado previamente a alguno de esos juegos para disfrutar y entender la trama del argumento que desarrollo.

Anhelo que esta historia pueda ser traducida y darse a conocer en el mundo, hasta llegar a los ojos de los desarrolladores de video-juegos y éstos la vean tan atractiva como para volcarla en una de sus sagas.

Hoy día sostengo que los video-juegos son, en muchas ocasiones, una herramienta interactiva de aprendizaje si uno se lo propone. En varias oportunidades, he podido relacionar el mundo de la ficción con mi trabajo, recreando secuencias de actividades novedosas para trabajar con mis alumnos. Los videos-juegos son capaces de contar una historia como lo hacen otros géneros literarios como por ejemplo la novela, el cuento o un poema. Asimismo el video-juego agrega contenido audio visual como podría hacerlo una canción, una pintura o película. En otras palabras, para mí, un video-juego es una expresión de arte. Sin embargo, considero que en cierto punto la tecnología puede generar una adicción y a veces una dependencia poco saludable.

Muchas veces he escuchado frases como: “los video-juegos enferman la cabeza”, “el que juega video-juegos se vuelve adicto”, “jugando video-juegos se pierde la vida social”, “por jugar video-juegos evita salir a jugar al parque, perdiendo contacto con la naturaleza” y demás afirmaciones que tienden a culpar a éstos para evitar la responsabilidad de los adultos a la hora de poner un límite y establecer un equilibrio.

Una de mis mayores motivaciones para querer publicar un libro con los nombres de los personajes que creó Nintendo (aparte de hacer de esta manera una suerte de tributo u homenaje); es demostrar en cierta forma, cómo alguien que pasó horas de su infancia y adolescencia jugando con ellos, puede ser tan competitivo como cualquier otra persona. Me gustaría que la gente pensara: “jugó video-juegos, tiene amigos, familia, novia, vida social, educación académica y escribió un libro contando una historia que conmovió a más de uno”

Por eso esta historia tiene como objetivo, además de entretener, unir ideas y expandir horizontes, tanto en la persona no afín a los video-juegos, o a aquella que le cuesta acercarse a la lectura como también a los que fluidamente se dejan transportar en viajes imaginarios.

En este libro las palabras interactúan conservando la dinámica de un videojuego, haciéndolo a mi entender, llevadero y entretenido para el lector.

Espero que leyendo esta historia sientan el mismo placer que yo al escribirla, sabiendo que no será la última sino que es el comienzo de una aventura aún mayor. Deseo que puedan apreciar con su imaginación, los fantásticos escenarios y sumergirse en las emociones de los personajes.

Los invito a descubrir y disfrutar la maravillosa historia de “La leyenda del Link”, el héroe del tiempo.

J.I.Ballines

PRÓLOGO

El género de aventuras es sin lugar a dudas uno de mis favoritos. Nunca nos discrimina por nuestra edad y, si nos encontramos dispuestos, permite que vivamos experiencias que probablemente de otra manera nunca podríamos siquiera atrevernos a imaginar. Cuando somos niños nos ayuda a fantasear con lo que nos gustaría ser, cuando somos adultos nos permite recordar lo que se sentía ser un niño, pero no solo eso, nos traslada hacia otros mundos, hacia parajes extraños en donde no sólo podemos desafiar a todas las leyes de lo natural, lo convencional y lo conocido, sino también experimentar en forma plena todos aquellos valores que apreciamos y rara vez podemos observar en su absoluto esplendor, como la gallardía, la camaradería, la galantería, y todo esto es lo que este libro representa: un viaje, repleto de emociones, de peligros y de risas, en el que podemos adentrarnos y, despreocupadamente, recorrer durante unas buenas horas para tras culminarlo cerrar la tapa de nuestro tomo y sentirnos un poco más osados, un poco más fantásticos.

Cuando mi buen amigo me pidió que lo ayudara con un prólogo para su novela acepté de inmediato. No obstante, con el correr de los días, se me fue haciendo cada vez más difícil escoger el juego de palabras con que arrancar esta pequeña reseña introductoria, para que pudiera ayudar al lector a ingresar a la aventura con aún mayores expectativas y no agobiarlo con vivencias personales, o extensas descripciones que no llevan a ninguna parte. Todas las ideas que se me venían a la mente me parecían igual de buenas y de malas a la vez. No soy un escritor, ni un ensayista, crítico o redactor, y al tener que asumir el rol de éstos, aunque sea por unas breves líneas, me hizo comprender el tremendo peso que se siente el escribir para otros, el poner nuestras ideas en papel y dejarlas expuestas a la interpretación y al juicio de los demás, y he de admitir que por más pequeños que estos párrafos les puedan parecer, me provocaron un gran dolor de cabeza. Finalmente, ya acariciando la fecha límite que se me solicitó para entregar este prólogo, me senté frente a mi computadora y decidí escribir sobre las dos cosas que me parecieron realmente importantes decir, unas palabras acerca de esta novela, y por qué creo que cualquier buen amante del género la encontrará sumamente gratificante.

Abrí este texto con una de estas dos metas, con una mención a lo que opino sobre las historias de aventuras, y, como ya esbocé antes, es justo lo que este libro es, una posibilidad para que seamos héroes en perpetua pugna por el bien, para que combatamos contra el mal a espada y escudo, para que salvemos al mundo una vez más. A lo largo de las páginas que están a punto de leer podrán comprobar lo que les acabo de decir, cuando vayan sumergiéndose en la narrativa y teniendo sus propias batallas, haciendo nuevos amigos y descubriendo con cada paso y con cada salto un vasto y sorprendente mundo en el que la acción nunca faltará, manteniéndolos en vilo desde el primer hasta el último capítulo. El lector de aventuras habitual podrá encontrar todos aquellos elementos que hacen a este singular género: el suspenso, el romance, la odisea, y la sucesión de acontecimientos que nos obligan a pasar de episodio en episodio sin poder frenar a tomar un descanso, ya que el deseo por saber cómo se desencadenará la trama, en la que cual telaraña hemos sido atrapados, va incrementando con cada oración que completamos, con cada nuevo evento que absorbemos, y nos compele a continuar con la lectura.

Por último es mi afán personal el que puedan disfrutar de esta historia de la misma forma en que lo hice yo en su momento al leerla, que puedan ingresar en el mundo que se les plantea y, como un personaje más, participar capítulo a capítulo en su propia épica.

Morkos

ESTA ES LA HISTORIA QUE PASARÁ “HACE MUCHOS AÑOS” Y QUE YA PASÓ “DESPUÉS”, ES EL RELATO QUE COMIENZA AL FINAL Y TERMINA AL PRINCIPIO, ES LA AVENTURA DE QUIEN FUE UN HÉROE EN UN FUTURO Y LO SERÁ EN UN PASADO, ESTA ES LA LEYENDA DE LINK DE HYRULE.

CAPÍTULO 1

¿UN FINAL FELIZ?

En una granja al sur de Hyrule, se encontraba una pequeña casa, junto a un arroyo que desciende del lago Hylia y al otro lado de la casa una cerca con varias aves de corral. Los cuccos cacareaban y picoteaban el suelo en busca de gusanos, la tierra estaba fértil, luego de una semana de mucha lluvia. Había salido el sol y se veían algunas pocas nubes esponjosas, propias del buen clima. Una brisa agradable y cálida soplaba desde el norte acariciando el pasto de la viva llanura. Los árboles, parecían susurrar la paz y la calma que sobreviene después de la tormenta.

—El clima es perfecto, desearía poder quedarme un poco más —dijo un pequeño hombre con algo de edad, mientras rascaba su canosa barba y contemplaba los caballos de la granja por la ventana.

—Yo también… —respondió una señora, apenas más petisa que el hombre, rubia con varias canas y de un hermoso pelo lacio que dejaba asomar sus puntiagudas orejas por los costados.

Ambos sonrieron y junto a sus ojos se formaron unas pequeñas arrugas. Unas marcas que la alegría había dejado grabada en su piel y que llegaron luego de varios años de felicidad. No había temor en sus rostros, simplemente esperanza.

Sin embargo, sí había algo de preocupación en el joven, un poco más alto que aquella pareja. Éste se hallaba sentado a los pies de una escalera angosta y crujiente de nogal, que llevaba al ático de la posada.

El hombre giró hacia el muchacho.

—No estés preocupado, todos sabemos que darás lo mejor de ti y no sientas miedo a equivocarte, pues equivocándote aprenderás. —El viejo, sabio, hizo una breve pausa y miró al costado del joven—. Además, te has vuelto muy bueno con eso —agregó mientras señalaba un arco fabricado con madera proveniente del propio Deku, un árbol legendario, guardián del bosque de los kokiris, cuya corteza era fuerte como el roble y flexible como el sauce.

Esta fina arma estaba unida por las puntas con un cordón bastante fino pero muy resistente.

—Aparte has mejorado mi diseño de flechas —dijo el hombre de barba canosa.

El joven sonrió.

—Si no fuera por la cuchilla que te obsequiaron las gerudo y que luego me diste a mí, no podría hacer ninguna flecha que valiese la pena.

—Sin embargo yo no te di la imaginación para crearlas, así que no puedes negar tu propio mérito—. El viejo rascó su barba como si éste fuera un gesto común en él y agregó—: Si hubieses visto por qué las gerudo me la dieron te sorprenderías. Aparte el esfuerzo y la práctica de todos estos años solo afirman tu valía —dijo dándole una palmada en la espalda— Lo haremos bien, no hay por qué temer, está en tu naturaleza, ya verás que será divertido—. Sonrió y murmuró por lo bajo, aunque fue perfectamente audible por todos—: Hasta por ahí consigas novia —y comenzó a reír.

El joven sonrió tímidamente y la señora se cruzó de brazos mandando una mirada de regaño pero con simpatía al hombre mayor.

Tanto el hombre de mayor edad como el joven vestían túnicas largas con capuchas. La túnica del viejo era de un color gris oscuro, aunque parecía que en otro momento hubiese sido negra. La del joven era marrón oscura. Ambas lisas y sin detalles, la mejor manera de pasar desapercibido si llegaras a ser un viajante que necesita ocultarse. Ambos tenían mochilas abultadas, había desde prendas de vestir hasta bolsas de cuero con diversas herramientas. Entre la túnica y la mochila, bien pegado a la espalda llevaban un escudo que se veía ligero pero resistente. El del viejo tenía infinidad de marcas de golpes, flechas, lanzas y cuantas cosas filosas se pudiesen imaginar. Mientras que el escudo del joven relucía por lo nuevo que se encontraba. Sólo se veían unos magullones propios del entrenamiento. Del cinturón de los hombres colgaban varios artilugios. El joven llevaba un frasco que el hombre le había dado ese mismo día lleno de un líquido amarillento muy espeso, un frasco vacío, una bolsa de tela cargada de lo que parecían piedras brillantes de colores y una espada antigua. El viejo tenía una espada, un candil, un frasco vacío y dos bolsas de telas. Una vacía, a modo de bolsillo y una llena.

Tanteando la bolsa llena y mirando al muchacho el viejo preguntó—: ¿Cuántas rupias llevas en la tuya?

—Catorce verdes, cuatro azules, dos amarillas, una roja y una púrpura —contestó el chico.

—Genial, o sea que llevas… —dijo el viejo empezando a sumar.

—Ciento veinticuatro rupias verdes —lo interrumpió el muchacho.

—Más que suficiente por si tienes alguna emergencia —conjeturó el viejo.

Las rupias eran la forma que los mercaderes de Hyrule tenían para comerciar con otros pueblos vecinos y para ponerles precio a casi todas las cosas dentro del pueblo. Dado que había varios colores de rupias establecieron un valor para cada una dependiendo de su rareza y dureza. Generalmente una rupia siempre tiene el mismo tamaño por ser una piedra preciosa que se astilla en contacto con el aire y las deja casi uniformes. Las más comunes son las verdes, porque por lo general se encuentran en la superficie y no requiere gran trabajo hallarlas. Es por eso que el valor está basado en ellas. Las azules, le siguen superando el valor cinco veces; las amarillas, valen lo que dos azules; las rojas, lo que dos amarillas y las púrpuras valen no más ni menos que cincuenta rupias verdes. En alguna que otra ocasión el joven había visto rupias de otros colores como naranja y plata pero desconocía su valor, aunque intuía que no debía ser menor de cientos de rupias verdes, por su rareza.

El viejo sostenía un retrato en su mano izquierda, parecía contemplarlo con nostalgia.

—Lo mejor de ésto es que volveré a ver a los chicos y pase lo que pase seremos libres de nuevo… —exclamó esperanzado.

—Es más, si todo sale bien, organizaré un banquete cuando vuelva… y hasta por ahí invite a alguien —dijo con sarcasmo mientras reía a carcajadas mirando a la mujer, quien rio con él. El joven también rio, aligerándose un poco su tensión y nerviosismo.

—Así me gusta muchacho, es hora de reír, pronto estaremos comiendo un manjar —y acariciando su barba continuó—: Es más, si te desempeñas bien, te haré una de esas tortillas de huevo que tanto te gustan. Eso sí, los huevos los vas a sacar tú a los cuccos… —agregó mirando por la ventana a un recinto lleno de aves—. Yo no me meto en ese corral ni por todas las rupias del mundo… Esas aves no me caen bien, tienen fama de agresivas —y una vez más estalló en carcajadas.

Aunque no lo demostraba podría decirse que el viejo estaba igual de nervioso que el joven, pero no era el momento para acobardarse y mucho menos para que el muchacho sintiera tales preocupaciones. Por eso, el viejo disimulaba mostrándose tan tranquilo.

—Bueno, es tiempo, voy a extrañarte linda —dijo el hombre abrazando a la mujer.— No te preocupes confío en el muchacho, él me traerá de regreso, lo sé… lo presiento. Al fin estaremos libres de todo… en especial, de esa maldita piedra con agujeros.

La mujer abrazó fuerte al viejo y apoyó su mentón en el hombro.

El viejo le susurró al oído—: ¿Lo ves?

—¿Qué cosa? —preguntó la mujer.

—Un final feliz —contestó el viejo en un tono de voz casi inaudible.

—¿Un final feliz? —repitió la mujer. Sonrió y con la vista perdida en la ventana que estaba detrás del hombre, le dijo con la voz más fuerte, de manera que el joven sentado a los pies de la escalera pudiera escuchar.

—Por supuesto que lo veo. No estoy preocupada, sé que volverás en una pieza. Es más, ya lo puedo ver… Tu regreso triunfal a caballo junto al chico… que ya no es tan chico, —y luego de una breve pausa agregó—: Sé que me extrañarás y sé que eso te hará fuerte cuando lo necesites, pero yo, no puedo decirte que te extrañaré porque sé que nunca estaré lejos de ti. Lo que sí puedo decir, es que tienes mi amor, mi corazón, y a donde vayas o donde estés, te acompañarán… los acompañarán —dijo mientras dejaba de abrazar al viejo para abrazar al muchacho—, Los acompañará a ambos y espero que les ilumine el camino. —Una lágrima se escapó de sus ojos y cayó sobre el hombro del joven, pero solo el hombre de la canosa barba lo notó. La mujer se secó sus ojos con el pulgar antes de dejar de abrazar al joven. Parecía que ambos le ocultaban al muchacho sus preocupaciones, aunque no estaba mal, era necesario. Lo único que importaba en ese momento era creer. Creer que por más complicada que pareciera la situación, sería posible. Arriesgada, pero factible. Y por más difícil que se viera se podría lograr. Solo había que seguir un sendero, uno angosto y oscuro, pero no imposible. Un camino, uno solo… único.

Ambos hombres se miraron, la mujer juntó sus manos y las dejó caer. El viejo tomó un cofrecito rojo con bordes dorados y de la bota, sacó una llave minúscula. Lo abrió e irónicamente sacó una llave más grande con un grabado similar a una calavera con cuernos. Al costado de esta, había una brújula extraña con unas marcas puntiagudas por debajo.

El joven lo miró—: ¿Y eso? ¿Qué es? —le preguntó al viejo sorprendido por el objeto.

El veterano sonrió y le dijo—: Esto evitará que nos perdamos. Te enseñaré a usarla en el camino, no te preocupes, aprenderás rápido. —El viejo quitó una alfombra que se hallaba a sus pies, no muy grande, pero lo suficiente como para tapar una puerta trampa en el suelo, con una cerradura poco común. La abertura era de piedra y difícilmente se hubiese abierto sin la llave.

—Bueno muchacho, sígueme con cuidado, por un rato no veremos nada. —Usó la llave y entonces la puerta trampa se abrió. Varios escalones hacia abajo se vislumbran por la luz del propio cuarto, pero no descendieron más de diez pasos, que ésta ya los había abandonado completamente.

La mujer viéndolos alejarse por la escalera de piedra caracol gritó—: ¡Los veré pronto, mucha suerte!

El joven no dijo nada, pero pensó: «Eso espero».

Como si el viejo hubiese escuchado el pensamiento del muchacho comentó—: Pueden quitarte todo menos la esperanza campeón —y reprodujo un sonido nasal como conteniendo la risa.

Luego de lo que parecían tres pisos a oscuras, el viejo se detuvo. El joven que poco veía entre tanta oscuridad chocó suavemente contra su espalda. A lo lejos, se escuchó un sonido de aleteo que estremeció al muchacho.

Entonces el veterano se dirigió al joven.

—Llegamos a la entrada, pásame el frasco que te dije que trajeras.

El joven tanteó su cinturón, sacó un frasco y se lo entregó.

—Muy bien, a ver cómo era esto… —dijo el viejo hablando solo.

En eso la habitación se iluminó. El joven advirtió para qué había usado el frasco su compañero. No era ni más ni menos que aceite y lo estaba vertiendo en una especie de farol al mismo tiempo que le explicaba:

—Lo bueno de este farol es que con solo ponerle el aceite y girar este engranaje se prende instantáneamente —señaló éste mostrando la perilla del artefacto al muchcho—. Aparte, gracias al aceite que usamos, la lámpara arderá un poco más de lo normal y nos guiará por el camino correcto. —Y sonriendo agregó—: cortesía de una tribu de gorons.

—Claro —dijo el muchacho con sarcasmo—, como si yo supiera de lo que me estás hablando.

El canoso hombre volvió a sonreir.

—Los gorons, los habitantes de la montaña que te conté que conocí en mi años de juventud.

—¿Y, cómo se supone que nos va a guiar en la dirección correcta? —indagó intrigado el muchacho.

El viejo comenzó a caminar.

—¿Notas estos destellos de luz, diferentes en esas piedras, en particular? —preguntó señalando la pared. El joven asintió con la cabeza—. Bueno, solo el camino a la cámara del tiempo posee estas rocas brillantes. Pero solo brillan con la iluminación correcta, es decir, la generada a través de este aceite especial.

El joven se quedó en silencio y el hombre de la canosa barba volvió a hablar.

—Fue construido por los sabios, bueno, no por ellos mismos precisamente, pero sí por algunos hombres de varios pueblos y razas para protegerlos en caso de que corrieran peligro… En fin, el peligro pasó y todo fue abandonado. Yo, que conocía el lugar, pensé que sería un buen sitio donde encon… —de repente, el aleteo se hizo presente de nuevo. Esta vez se escuchó mucho más nítido. El joven abrió los ojos y empuñó el arco.

El hombre sonrió.

—Es un buen reflejo, al menos no te agarrarán con la guardia baja… —le dijo al muchacho que había tensado la cuerda y cargado una flecha en ella—, pero como te venía contando, este lugar abandonado me pareció un buen sitio para encontrarme con una vieja amiga, en caso de emergencia… —No había terminado de hablar, cuando llegaron a una arcada que dividía el pasillo de la habitación. El cuarto no tenía ninguna puerta más que por la que podían entrar. En el centro del salón circular había una mesa y un par de sillas como para pasar el rato. Sobre una de las sillas se hallaba un bicho extraño. El joven no pudo evitar poner cara de asombro. Una mezcla entre sorpresa y asco se reflejaba en su rostro. El viejo lo miró y le hizo un gesto sugiriéndole que no fuera tan alevoso.

—¡Ucayaya, vieja amiga! —exclamó el mayor de los hombres.

—Sabía que vendrías a tiempo… El tiempo siempre fue lo tuyo —dijo la extraña criatura mientras sonreía.

El joven no paraba de ver atónito al espécimen de medio metro parado sobre sus dos patas de cucco, cubierto de plumas hasta la mitad del torso con dos alitas desplumadas por naturaleza y un cuello largo de cisne que desembocaba en una cabeza casi humana. Ésta no tenía orejas, su nariz era puntiaguda y sus dos ojos eran rojos perlados. La nuca de la criatura se extendía en punta hacia atrás y unos aros rosas y turquesas se le formaban casi llegando al final.

Entonces el viejo se dio vuelta hacia el joven

—Ella es Ucayaya. Es una uca. Raza que habita en Celestia, las islas aéreas que se ven en los cielos de Hyrule en ciertas épocas del año.

—Ho-ho-hola, ¿señorita? —dijo el joven.

—Señora en todo caso querido —dijo Ucayaya sonriendo—. Ya hace muchos años desgraciadamente— y esbozando una sonrisa aún más amplia agregó—, hasta mi hijo ya está crecido.

—Hablando de eso. ¿Cómo está Ucanene? —preguntó el hombre más crecido.

—Grande y bobo, te diría como cualquier madre, —y con cara de orgullo agregó—: pero es bastante bueno, me ayuda mucho y realmente somos muy felices. En fin… ¿Están listos? —preguntó la uca.

—Nacimos listos —dijo el viejo afirmando con la cabeza y sonriéndole al muchacho.

—Pues vamos —dijo la señora alzando sus alas desplumadas.

El viejo tomó con su mano un ala y miró al joven al mismo tiempo que le hacía un gesto, para que éste hiciera lo mismo. El muchacho tímidamente siguió los pasos del veterano y sujetó al extraño ser por su otra ala. En eso, el joven notó que su visión empezó a distorsionarse pero no había nada en sus ojos. De hecho, a la uca y al viejo los podía ver con mucha claridad. Era todo lo demás lo que parecía esfumarse.

No pasaron más de cinco segundos cuando todo empezó a ponerse normal nuevamente. Aunque había algo raro, la mesa ya no estaba, tampoco las sillas. En su lugar había una piedra grande circular con una bolsa de tela. El cuarto parecía hermético. No estaba ni la arcada por la que habían entrado. El salón no tenía entradas ni salidas, el techo y el piso estaban sellados El chico sintió una leve sensación de aprisionamiento y las paredes parecían volvérsele encima. El viejo lo notó y le puso una mano en el hombro.

—Todo está bien… Este cuarto, es el cuarto más abierto del mundo. No te lleva a donde quieras, sino a “cuando” quieras. —Entonces, acercándose a la roca central que se veía como un altar pequeño, sacó de la bolsa de tela, una piedra con varios agujeros y mirando a su amiga dijo—: Gracias, Ucayaya, de otra manera la Ocarina no hubiera estado segura.

—No es nada —respondió ésta—. Nunca podría pagar todo lo que alguna vez hiciste por mí…

Entonces el viejo la interrumpió.

—Como yo tampoco podría pagar tu gran amistad.

La uca sonrió.

—¡Suerte! Aunque no creo que la necesites, después de todo, el joven que te acompaña parece bastante preparado —exclamó la uca mientras le dirigía una mirada de confianza al muchacho. Éste sonrió y ella continuó diciendo—: Adiós amigos, me verán pronto —y se desvaneció nuevamente.

El joven miró preocupado al viejo. La única manera de salir del salón se acababa de esfumar aleteando sola.

Fue entonces cuando el viejo volvió a dirigirse al muchacho.

—Tómame de los hombros —pidió el veterano y se llevó la piedra a la boca.

El hombre de barba canosa que sostenía con las palmas y pulgares el viejo y rústico instrumento, movió rápidamente los ocho dedos restantes como calentando las articulaciones. Luego, colocándolos estratégicamente tapando algunos orificios comenzó a soplar por el único agujero que sobresalía hacia arriba y un sonido salió del otro extremo.

Nuevamente el joven se sintió extraño. Otra vez su visión era borrosa pero de manera diferente. Las cosas vibraban y de un momento a otro una roca gigante desapareció de la pared como si fuera chupada por ella, dejando a la vista un túnel muy oscuro. Mientras tanto, el viejo siguió soplando y moviendo los dedos. Unas maderas que se encontraban en el piso, las cuales el joven anteriormente no había visto, se elevaron y se engancharon a la pared. Algo de humo comenzó a bajar desde ningún lado hacia una de las maderas y ésta se prendió fuego. Pronto las demás hicieron lo mismo y toda la pieza se iluminó. Al poco tiempo un hombre apareció, entró en el cuarto caminando hacia atrás. Todo era tan extraño que el joven no entendía nada. Era como si estuviese viendo todo en reversa. De un momento a otro el hombre dejo de caminar para atrás y se dio vuelta para empezar a mover los labios como si estuviera diciéndoles algo a ellos.

El viejo dejó de soplar, y el joven escuchó la voz grave del hombre que se encontraba parado frente a ellos.

—Ya era hora, síganme —dijo este.

El viejo comenzó a seguir al hombre sin titubear. El joven simplemente les siguió la corriente, qué más podía hacer.

—Pronto llegaremos. Espero que las túnicas que llevan sean abrigadas, tenemos varios pasos antes de llegar a la cabaña. Afuera llueve a cántaros y el viento sopla demasiado fuerte—. Mirando de reojo a sus nuevos compañeros, el extraño hombre agregó—: Sin olvidar que es de noche y la temperatura ha bajado bastante el día de hoy.

El viejo sonrió. Puso una firme mano en el hombro mientras seguían caminando y le contestó.

—Gracias Astor. No existe la forma de pagar todas las cosas que has hecho por mi familia, por Hyrule… y mucho menos por mí.

El hombre se rio para sus adentros dejando ver su sonrisa y replicó.

—Ya lo has hecho… ¿o te has olvidado la cantidad de huevos de cuccos que te hice traer?

Ambos estallaron en carcajadas que retumbaron por todo el apenas iluminado pasillo de piedra.

El joven, que venía muy atento, concentró su atención en el extraño sujeto. Ese tal Astor con el que el viejo hablaba. El hombre tenía mucha ropa, era difícil distinguir si era un poco gordo o demasiado robusto. De cualquier manera, nadie podría caminar a su lado en ese pasillo. Llevaba una lámpara idéntica a la que usaron para bajar antes de encontrarse con Ucayaya, como si él también supiera qué piedras seguir. De hecho, el lugar no era el mismo pero el modo de moverse dentro de él, parecía serlo. Si bien el joven no veía bien el rostro de Astor, pudo apreciar que llevaba un morral. Especie de cartera masculina de cuero marrón que le caía justo a la altura de la cintura. Sus pensamientos fueron brevemente interrumpidos cuando Astor volteó hacia él.

—¿Qué pasa con este muchacho? —y cambiando su mirada hacia el viejo continuó—: No me digas que también lo pusiste a juntar huevos de cucco y le comieron la lengua —Astor sonrió y miró nuevamente al joven como para darle el pie a que este dijera algo.

El joven sonrió tímidamente y contestó.

—Perdón, señor, hola… mi nombre es…

—Ya sé quién eres muchacho —interrumpió Astor —. Cuando tú te compraste tus primeros pantalones, yo ya los había hecho bermudas —dijo a carcajadas—. Aparte no tienes que por qué disculparte, solo estaba jugando contigo —hizo una breve pausa y continuó—: Presiento que sigues asombrado por el viajecito… Entiendo que no muchos pueden viajar de la manera en que tú lo has hecho. Me imagino que estarás cansado… No te preocupes, cuando lleguemos a la cabaña dormirás bien.

—¿Falta mucho para eso? —agregó el joven simplemente para seguir la conversación.

—No, de hecho, llegamos al final de esta parte del camino. Seguiremos por aquí arriba —dijo señalando un túnel circular con una escalera de mano.

—Pero lo harán ustedes primero… Si yo me atoro, alguien tendrá que tirar desde arriba —explicó mientras reía.

El viejo subió primero, luego el joven y Astor subió al final. Cuando salieron, el muchacho notó que acababan de salir de un aljibe que parecía abandonado. A lo lejos se veía una cabaña, una casucha y un granero un poco más alejado de las otras dos edificaciones. Los tres hombres caminaron a paso ligero.

—Derecho hacia la cabaña —indicó el robusto hombre mirando hacia atrás y al hacerlo dejó ver el tupido bigote lleno de agua por la lluvia.

Los tres se apresuraron y pronto estaban dentro de la cabaña. Mientras los hombres más grandes en edad colgaban sus túnicas en un perchero de pie y se sacaban las botas, el joven contempló la cabaña. Ésta estaba iluminada con varias velas que mostraban el hermoso marrón roble que tenían sus paredes y el techo. Sus muebles se encontraban brillantes, muy bien lustrados. Al costado del joven había un cajón con varias herraduras de caballo. A sus pies, una alfombra cuadrada que ocupaba toda la habitación. Enfrente, al fondo, una chimenea con varios troncos que ardían en su interior y una mesita rodeada de sillones bajos muy mullidos. Todo era muy reconfortante. Astor, quien ya estaba de entrecasa con unas pantuflas que dejaban ver los dedos de los pies, nuevamente interrumpió sus pensamientos.

—¿Vas a colgar eso? ¿O quieres dormir con toda la túnica empapada? —le dijo sonriendo y estirando el brazo para recibir el abrigo del muchacho.

—Ah, sí. Quiero decir no. Es decir. Sí, quiero colgar esto y no, no quiero dormir con la túnica empapada —el joven rio a causa de su confusión.

El viejo que había estado callado, parecía expectante.

De repente, como quien no quiere la cosa, soltó a modo de secreto—: No va a venir… ¿No? —refiriéndose a una cuarta persona.

—No, le di la noche libre —contestó Astor— Y si llegara, no vendría precisamente aquí… Iría a la casucha que está al lado. Hace tiempo que duerme ahí, como si ese fuera su hogar y no éste.

—Y bueno, eventualmente todos crecen —afirmó el viejo.

Luego, agregó mientras apretaba su bolsillo izquierdo, tanteando la piedra agujereada—: El tiempo no es algo que podamos manejar a la ligera. Además eso no significa que no te quiera, créeme, lo conozco mejor que nadie. Astor se acercó y abrazó al viejo.

Al joven le pareció ver que los ojos de Astor se llenaban de lágrimas, tal vez estaba emocionado, pero el bigote era tan grande y tupido, que lo distraía y no le dejaba apreciar el resto de sus facciones. Aparte ya se había dado cuenta que su duda estaba resuelta… Era mitad “un poco gordo”, mitad “muy robusto”.

—¡Bueno! Este es el comienzo de una aventura. Antes de que ponerse a charlar de planes, estrategias y cosas totalmente aburridas, vamos a brindar con este vino que acabo de hacer con mis propios piecitos —exclamó Astor mientras movía los dedos del pie.

En ese momento, el joven notó que los pies de Astor tenían prácticamente el tamaño de sus antebrazos.

—Y también tengo un manjarcito, del último cucco que me picoteó. —Astor rio y sirvió en la pequeña mesita que se hallaba junto al fuego, tres copas de vino y unas rodajas de pechuga de cucco con queso de cabra.

Los tres se sentaron en los sillones junto a la mesa, brindaron y contemplaron el fuego.

Luego de varios segundos en silencio, el viejo comenzó a hablar dirigiéndose al muchacho.

—En fin, toda esa mochila que trajiste cargada de cosas te será útil en su debido momento. Por eso, ahora mismo voy a explicar con lujo de detalles cómo llevaremos a cabo lo que probablemente sea la mayor hazaña de Hyrule —dijo el veterano.

El joven asintió con la cabeza y comenzó a escuchar.

Afuera la lluvia azotaba con fuerza. Los cuccos estaban resguardados en lo que parecía una casita en miniatura. Las vacas, cabras y los caballos estaban refugiados en una especie de establo que se encontraba dentro del granero. Pese a la tormenta, la noche parecía muy segura y, dentro de esa cabaña, tal vez la más importante de las historias acerca de Hyrule, estaba siendo programada cual juego de ajedrez.

CAPÍTULO 2

SUCIO, EBRIO Y PERDIDO

Dos hombres jóvenes con casi la misma edad y no más de diez centímetros de altura de diferencia se encontraban caminando colina arriba. A su izquierda y atrás, el sol se escondía tras un cerro cercano. Lentamente el claro del día se tornaba rojizo. Las nubes, cada vez se veían menos porque la oscuridad iba ganando el inmenso cielo, aunque algunos huecos entre ellas dejaban ver las primeras estrellas de la noche, brillando incesantemente e iluminando con luz tenue a los caminantes en su andar.

El rocío empezaba a humedecer el pasto.

—Amo el olor a hierba mojada —dijo el más alto de los dos.

—Bueno, ya somos dos —le contestó su compañero— me genera nostalgia… a pesar de no recordar nada de mi infancia —agregó.

—Qué increíble, ¿no? Cómo los olores quedan grabados. Incluso en tu caso que perdiste la memoria en esa batalla, un olor, te hace sentir como si viajaras en el tiempo —dijo el más alto mirando el firmamento.

—¡Qué increíble el tiempo!, parece uno solo, siempre lineal y se vuelve tan maleable gracias a los recuerdos —añadió el más petiso.

Ambos parecían ser de la infantería de Hyrule, aunque no vestían sus prendas clásicas y su armadura. Quien los viera de afuera presentiría que eran dos soldados en su día libre.

—Amigo mío ya casi llegamos —aseguró el joven de mayor estatura.

—¿En serio? —rio el colega— pensé que no tenías ni idea a donde estábamos yendo. Después de caminar casi dos horas, supuse que estabas perdido y no me lo querías decir —continuó riendo.

—Ja, ja, ja —rio irónicamente el primero en hablar. Y agregó—: ¿Alguna vez te llevé por mal camino?

—No sé si malo campeón —lo adjetivó cariñosamente el más petiso—, pero me has llevado por varios caminos que no estuvieron del todo… cómo decirlo… tranquilos. Y aunque no lo recuerde te conocí de niño, así que, más de un camino problemático nos vincula.

—Bueno, “campeón” —contestó imitando con sarcasmo a su amigo—. Cuando te convertiste en soldado de Hyrule, sabías que te ibas a topar con varios “dilemas” a resolver en tu camino —agregó como minimizando sus andanzas juntos—. De cualquier manera estamos muy cerca. ¿Ves la luz en esa casuchita a lo lejos? Ahí vamos.

El más pequeño asintió con la cabeza y preguntó:

—Y ¿a quién vamos a ver ahí?

El compañero de mayor talla contestó riendo:

—Inicialmente, no vamos a ver a nadie. Bueno, tal vez unos cuantos borrachos de la zona, después de todo es un bar muy concurrido… Tal vez hasta te invite unas cervezas, creo que me sobran una cuantas rupias del viaje anterior —dijo el hombre más alto tanteando su bolsillo—. Luego, esperaremos a un “viejo amigo” que nos dará unas instrucciones y según lo que nos diga veremos qué hacemos. De cualquier manera, sé que te sorprenderás.

—Ah, claro. Todo muy arreglado. O sea, que si ese “viejo amigo” no aparece… nos pintamos de colores, porque veo que no tienes ni la mínima idea de cómo sigue nuestro viaje… ¡muy organizado lo tuyo, genio! —el más pequeño rio burlándose cariñosamente de su amigo, pero algo interrumpió su jocosa charla.

—Un momento, yo conozco este lugar.

—Veo que tu memoria a corto plazo está intacta, pensaba que el alcohol de este bar podría haberla afectado —agregó riendo el más alto.

—Ja, ja, ja —esta vez el hombre más petiso fue quien rio irónicamente—. Puede que el alcohol haya nublado mi memoria algunas veces —y, sonriendo pícaramente agregó—, son más las veces que vine a este bar, que las que no recuerdo… Es solo que nunca había venido por este camino… De hecho nunca entré por la puerta de atrás.

—Bueno, es como dicen: “siempre hay una primera vez para todo” —dijo el otro joven.

—Mientras no sea la última. Después de todo, éste es un lugar para hombres de verdad —intentó decir el hombre más petiso antes de ser interrumpido.

—¡Ay por favor!, lo que hay que escuchar. Deja de hacerte el “hombre rudo” —dijo sarcásticamente el joven más alto—. ¿Qué crees? ¿Acaso por no bañarte en una semana eres más malo que yo? Eso no te hace más hombre, solo te hace más sucio.

—Bueno, perdón señorita “no-eructo-nunca-por-que-no-sé” —se burló el petiso.

—Sé cómo hacerlo, pero tú no me escuchas, porque simplemente no me parece apropiado en público —concluyó el joven más alto.

—Eso me huele a mentira. Es como la historia del árbol que se cae en el bosque… ¿acaso hizo ruido el árbol?... Pues no se sabe por qué nadie estuvo cerca para escucharlo… —el más petiso hizo una pausa y agregó—: ¿Hoy vas a eructar para mí? —dijo poniendo una cara de enamorado como si aquello fuera romántico y se echó a reír a carcajadas.

Ambos jóvenes entraron al bar. El más alto pidió dos cervezas en la barra y se sentaron en una mesa al fondo, a la cual la luz se negaba llegar. Esa noche, era una noche libre. Por un rato se podían olvidar de todos los problemas que azotaron, azotaban y azotarían a Hyrule. Esa noche, ambos, podían ser dos simples amigos compartiendo unas cervezas en un bar. Riendo, con lo que costaba en esa época, para alguien comprometido con la causa. Recordando anécdotas, con lo difícil que eran las buenas anécdotas en esos tiempos.

Pese a que la iluminación de la mesa de los jóvenes no era buena, el resto del bar en líneas generales parecía alegre y muy iluminado. Las paredes tenían sus años. En varios lugares se veían algunos agujeros rellenados, revocados con barro y piedra. La barra, tenía lo mismo que la de todos los bares de Hyrule: unos ceniceros llenos de tabaco quemado de las pipas, recipiente con maníes, varias marcas líquidas circulares, de vasos recientemente apoyados y los borrachos habituales, que simplemente estaban. Al fondo del bar había dos mesas de Loop. Un juego muy viejo y común en la zona. Las mesas de Loop son circulares, de dos metros de diámetro, forradas con cuero de vaca, pintado de color negro y con una elevación en el medio como si fuera un chichón con un agujero justo en el centro. En todo el contorno interno de la mesa se hallaban trece perlas del tamaño de un puño de ostras gigantes del fondo de “La Gran Bahía”. Un sitio muy conocido por los hylianos. Una de las perlas era de color blanco, propio de sí mismas; y de las otras doce restantes, seis estaban coloreadas de un dorado brillante, mientras que las otras seis, de color plata. La pintura era especial, dado que dejaba ver, el brillo de la perla. Parecía un juego muy atractivo para el hombre alto sentado en la parte oscura del bar.

—Te invito un partido —dijo el hombre petiso.

—No sé jugar —contestó su amigo acongojado.

—Vamos, es muy fácil. ¿Ves esos palos que están ahí? —insistió el primero.

—Sí —afirmó el otro.

El joven de baja talla empezó a explicar—: Bueno, con esos palos, tienes que pegarle a la perla blanca, para embocar una de las perlas de colores en el centro del chichón.

—¿Chichón? —preguntó el más alto.

—Sí, chichón. Así se llama la saliente que está en el medio de la mesa y tiene un agujero. Ves que las perlas están alrededor del chichón… bueno, así arranca el juego. Le pegas a una y si embocas primero, ese será tu color. Luego, las perlas se irán moviendo en la cancha y la gracia, es que el primero en embocar todas las perlas de su color gana —el petiso se entusiasmaba cada vez más mientras explicaba. Hacía tiempo que no jugaba ese juego.

—¿Y cuando juega el otro? —cuestionó el amigo.

—Si embocas, sigues. Si no embocas, le toca al otro. Si no tocas ninguna, son dos tiros para el otro. Si tocas una del otro, son tres tiros para el otro y si embocas la blanca, pierdes el partido. Vamos, verás que sobre la marcha aprenderás rápido —dijo el más bajo poniéndose de pie.

Ambos se levantaron y se acercaron a la mesa. Con un gesto, el joven experimentado le avisó al cantinero que querían jugar. El ayudante del cantinero se acercó con una llave pequeña y sacó las perlas de un cajón, al que caían luego de ser embocadas en el agujero central. Entre los tres ubicaron las perlas en la mesa y el ayudante del cantinero cerró el cajoncito. Luego con un gesto cordial les dijo:

—Si necesitan algo más caballeros, me avisan, ¿sí?

Los jóvenes asintieron con la cabeza y agradecieron.

Pasaron cinco partidos, dos cervezas más, nueve brindis, varios chistes y muchas risas. Los juegos fueron incrementando su duración, dado que la certeza de sus golpes era inversamente proporcional a la cantidad de cerveza que tomaban. Luego de brindar por enésima vez y beber la última gota de las jarras, decidieron sentarse en su oscuro rincón, al mismo tiempo en que el joven más alto comentó—: Este hombre no viene más.

—¿Quién? —preguntó el petiso con los ojos entrecerrados.

—El hombre que te dije con el que nos encontraríamos —replicó el muchacho alto con la voz medio arrastrada por el alcohol.

—Ah, cierto que esperábamos a alguien —recordó el más bajo.

Ambos comenzaron a reír nuevamente pero de repente, una voz salió por detrás de ellos, proveniente de una silueta parada justo en el esquinero que estaba a oscuras totalmente.

—Está bueno que se diviertan pero… ¿era necesario este estado de “alegría”?… al fin y al cabo, todos los soldados de la corte real de Hyrule, son la misma calaña —el hombre hablaba con el ceño fruncido aunque parecía bastante fingido y en su voz había un dejo de burla.

Ambos jóvenes se dieron vuelta. El más bajo abrió los ojos y la boca pero no pudo emitir sonido. El otro tartamudeando intentó decir:

—N-n-no, n-no estamos ebrios… Es que… tomamos un poquito… estábamos… yo… el me… y yo —el más alto hacía gestos a toda velocidad sin llegar a nada.

—Tranquilo, no estoy aquí para regañarlos —rio el viejo que salió de su escondite a plena vista—. Tomen este pergamino, tiene las indicaciones de la próxima misión. Vienen muy bien y los felicito, me alegra y tranquiliza que sean un buen equipo.

El joven que antes no había podido hablar logró balbucear—: Eh, t-tú… cuando vayas… yo quisiera decirte que…

El viejo tranquilizándolo le puso una mano en el hombro.

—No te preocupes, probablemente lo que me quieras decir no sea una novedad. Su única misión de esta noche, es disfrutar. Mañana leerán el pergamino y sabrán qué hacer. Por lo pronto yo tengo que hacerme cargo del “nuevo” —dijo al mismo tiempo que señalaba la puerta delantera de doble hoja, que se abría, dándole entrada a un sujeto sucio, ebrio y perdido.

Los tres contemplaron la entrada del apestoso hombre. Tambaleándose y arrastrando un pie, llegó increíblemente hasta la barra, en la cual puso una bolsa de tela. Metió la mano en ella y sacó una rupia azul. Por el valor de la misma, podría beber toda la noche y seguir tomando durante el día. Le hizo un gesto al cantinero y se cruzó de brazos sobre la barra dejando caer su cabeza. Su cabello estaba maltratado, todo pajoso y lleno de barro. Su barba y bigote no corrían mejor suerte. Los ojos irritados, ahora cerrados y con la frente apoyada sobre sus antebrazos. Llevaba puesta una remera que en algún momento habría sido blanca, pero ahora lucía marrón por partes. Sus pantalones y botas eran una mugre. Sus manos, parecían tener años de trabajar la tierra. Era un total despojo humano. Tenía todas las chances de que lo hubieran echado de otro bar, antes de llegar allí.

El cantinero y el ayudante se hablaban en secreto. Quizás, porque no tenían intenciones de que el hombre bebiera algo más, por más rupias que tuviera. Entonces, el cantinero tragó saliva y se acercó.

—Señor, me temo que no podemos aceptar su paga ni servirle nada.

El hombre parecía joven, aunque estaba tan desarreglado que su edad era un misterio. Levantó la cabeza y entrecerró los ojos para enfocar al cantinero.

—¿Qué? ¿Mis rupias no valen? ¿Oí mal, o no me quieren servir?

—Me temo señor, que usted ya tiene dentro suyo, suficiente de lo que nosotros vendemos —dijo el cantinero intentando negociar con el hombre mediante bromas—. Tal vez puedo ofrecerle algo de comer.

—Creo que yo sé cuándo tengo suficiente… y en este momento tengo suficientes rupias como para pagar otro trago —insistió el borracho.

—Créame señor, yo no tengo ningún problema con usted, simplemente lo hago por su bien —dijo el cantinero, mientras se aflojaba acalorado, el cuello de su camisa.

—Mire, buen hombre, hoy no tuve lo que podría llamarse un buen día. No la haga más difícil… no le conviene —increpó el ebrio.

—Disculpe, siento que me está amenazan… —dijo el cantinero.

El hombre se abalanzó sobre la barra y tomó al cantinero por sorpresa de la camisa y apretando los dientes soltó:

—Es precisamente lo que estoy haciendo infel…

Pero antes de que pudiera terminar la frase, estaba tendido en el suelo. Todo pasó muy rápido, tanto que el borracho ni siquiera se dio cuenta de cómo llegó al piso.

El viejo se encontraba parado justo al lado del sujeto alcoholizado, aunque nadie vio cuando se acercó. En la mano tenía un palo de Loop, con el que le había corrido la silla alta de la barra. El bar se encontraba en completo silencio y a la expectativa de la cantada pelea. El cantinero se acomodó la camisa al mismo tiempo que se corrió hacia atrás. El borracho, recuperó algo de conciencia, miró al viejo y se levantó furioso.

—¡Cuál es tu problema, viejo!

—El mismo que el de todos en este bar, tu presencia.

El tono de voz del hombre de la canosa barba era tranquilo, como si nada pudiera afectarle. En el bar no volaba una mosca, se olía a conflicto a kilómetros de distancia.

—Pues todos se pueden ir si tanto les molesta —tomó la silla y antes de apoyarla donde se iba a sentar continuó—, tienes suerte de que no puedo pegarle a un hombre mayor por simple respeto —y apoyó la silla nuevamente cerca de la barra.

El viejo, con el palo que aún tenía en sus manos, volvió a mover la silla justo en el instante previo en el que ebrio iba a sentarse. Éste, nuevamente terminó en el suelo, al mismo tiempo en que el viejo le contestó:

—Lástima que tú no tienes la suerte de que yo no pueda pegarle a alguien más joven.

El desalineado hombre se levantó del suelo como un volcán en erupción, con el puño apretado en dirección a la barbilla del viejo. Éste lo esquivó sin mosquearse y con la misma punta del palo que había corrido la banqueta, golpeó los tobillos del borracho y lo dejó nuevamente en el piso. La gente que estaba en silencio comenzó a reír. El joven perdido se levantó nuevamente y con el otro puño en dirección al estómago del viejo, intentó pegarle. Éste lo volvió a esquivar. El borracho siguió intentando darle varias trompadas más. Pero ninguna impactó en el viejo, que después de la cuarta, quedó en perfecta posición para empujarlo por detrás. El joven y el piso parecían ser uno. La gente reía a carcajadas. El joven estaba rojo, al menos, lo poco que se veía de su cara. Una vez más sin fuerzas, se levantó para contraatacar. Esta vez, el viejo no tuvo piedad. Soltó el palo y lo golpeó con los puños. Un golpe en el estómago y otro en la cara, en la parte baja de la mejilla izquierda. El joven llevó los ojos hacia atrás y cayó rendido al piso. Antes de que alguien pudiera reírse nuevamente, el viejo levantó la voz y dijo.

—Espero que puedan disculpar el exabrupto de este joven, puesto que hoy, ha perdido a un ser querido.

La gente miró al viejo asombrada. No creían que se conocieran, después de la paliza que el joven había recibido. El viejo llamó a los dos soldados que estaban sentados en la esquina del bar y les pidió con un gesto que los sacaran afuera. Luego se acercó a la barra, ofreció disculpas por el joven ebrio y dejó una rupia roja por cualquier daño. El cantinero y el ayudante abrieron los ojos como dos perlas gigantes y asintieron con la cabeza. El viejo salió del bar y se encontró con los tres jóvenes. Los dos guardias cargaban al magullado borracho por los brazos y piernas.

—Por favor muchachos, súbanlo al caballo —pidió el viejo a sus supuestos subordinados.

—Sí, señor —contestó el más alto—, espero que mañana no le duelan tanto los moretones —soltó el joven con una sonrisa en la cara mirando al borracho que ahora se encontraba rendido sobre el lomo del caballo.

—Te aseguro que no le dolerá ni esta misma noche —agregó el más petiso —he recibido golpes como esos y sé que este viejo tiene la medicina exacta para borrarlos —el muchacho comenzó a reír. El compañero y el viejo se sumaron.

—Puedes quedarte tranquilo —yo también he recibido golpes como esos —dijo el veterano mientras reían y agregó—: pero a veces, con los golpes se aprende.

—Ni que lo digan —dijo el joven más alto, tomándose la cabeza, como si en alguna ocasión hubiera recibido algún buen golpe en ella.

Se hizo un breve silencio y los tres se miraron. El viejo dio media vuelta y en un solo movimiento, muy hábil para su edad, saltó al caballo donde el borracho dormía plácidamente. El más bajo de los soldados intentó hablar, al mismo tiempo que el viejo, ponía en marcha su caballo con un sonido de chasqueo hecho con la boca y una leve patadita a sus costados.

—¡Lo que quería decir en el bar…!

—Es algo que ahora no importa —contestó el viejo riendo— me lo contarás en otra ocasión.

—Espero que la haya —murmuró el joven, pero el viejo ya no podía oírlo. Así que simplemente miró al compañero quien tenía el pergamino en la mano izquierda. Ambos se miraron, miraron el pergamino y luego entraron al bar nuevamente.

En la noche, solo se oía el galope del caballo que montaba el viejo y su desarmado acompañante. Era una noche oscura, pero cálida, a pesar de que estaba rozando el final del otoño. Caía una llovizna refrescante y el viejo dejaba que las gotas le pegaran en la cara, mientras que el estropeado hombre que llevaba atrás no podía evitarlo. El veterano cabalgaba tranquilo, se abría paso entre algunos pastizales, saltaba eventuales troncos caídos y salpicaba al pasar por algunos charcos que nunca intentaría esquivar. Pronto llegaron a una casucha junto a una cabaña. Un hombre salió de ella y se acercó al caballo del viejo que ahora estaba quieto junto a una tranquera. El viejo bajó y saludó al hombre.

—¿Lo bajamos? —preguntó éste.

—Sí, Astor. Por hoy, vamos a dejarlo en la cabaña —contestó el viejo.

Juntos lo bajaron del caballo y lo entraron. Lo revolearon con cierta suavidad en una cama que se encontraba junto a una chimenea. Astor encendió el fuego. El viejo se sentó en una butaca y suspiró.

—Hace tiempo que no tenía algo de “actividad” —dijo el veterano masajeándose los nudillos—, creo que en cierta forma, la extrañaba —sonrió.

—Me alegra que te diviertas —dijo Astor mientras avivaba el fuego y ponía una pequeña ollita llena de agua a calentar.

Pasó un rato. Astor le ofreció un té al viejo. Ambos contemplaban al muchacho harapiento que de vez en cuando se movía.

—Creo que es hora de dormir —dijo el viejo.

—Yo creo que me quedaré un rato a ver si necesita algo… —dijo Astor antes de ser interrumpido.

—No necesito nada, tío —El joven se encontraba despierto, sentado en donde lo habían acostado. Con el pulgar y el índice se apretaba la parte más alta de la nariz, justo entre las cejas. Todavía le costaba asociar alguna idea. Abrió la mano, aun tapándose los ojos, y los dedos que antes apretaban el tabique, ahora masajeaban su propia sien.

—¿Quién es este tipo?... ¿Cómo llegue hasta aquí?... ¿Cómo se conocen? —preguntó el muchacho sin importarle qué le responderían primero.

El viejo se levantó en dirección al fuego. Al pasar por al lado del joven, éste se corrió un poco hacia atrás, un acto reflejo de la paliza que había recibido por quien ahora estaba a menos de veinte centímetros. El viejo siguió hasta el fuego y vertió más agua en su taza. Sacó del recipiente que estaba en la mesita cerca de Astor, un puñado de hebras y las tiró dentro de la tasa. Por último, tomó una botellita que tenía el tamaño de un pulgar y que contenía un líquido azul brillante un tanto espeso, vertió apenas unas gotas en la taza en la que había colocado el agua y el té. Astor tenía el brazo extendido y una cuchara en la palma de la mano ofreciéndosela al viejo. Éste la tomó y revolvió el contenido de la taza.

—Toma Link, esto te va a hacer sentir mejor.

El joven atónito tomó la taza.

—Me sorprende que sepas mi nombre, sobre todo porque nadie me llama así… —bebió un sorbo y prosiguió—: De cualquier manera, no me sorprende más que todo lo que acabo de preguntar. Es decir, si ustedes se conocen, puede ser lógico que sepas mi nombre —El joven bebió otro sorbo, esta vez mirando la taza. Algo raro tenía. ¿Qué era ese líquido azul?

El viejo volvió a su asiento sin decir nada.

El joven levantó los ojos de la taza y continuó—: Aunque pensándolo bien, volviendo al tema de mi nombre, durante mucho tiempo la gente me ha llamado “arriero” o “sobrino del herrero”… Pero a todos aquellos que preguntaban mi nombre, les he dicho que era Neil. Al menos hasta donde me llega la memoria… lo cual no es mucho, dado que…

—Perdiste la memoria después de una batalla hace una buena cantidad de años atrás —dijo el viejo completando la oración del joven desaliñado. El joven abrió los ojos asombrado y luego miró al tío, como si con la mirada le hubiese preguntado a él, si había contado esa historia.

El viejo prosiguió—: Verás Link, tú no eres el único que perdió la memoria en esa batalla… De hecho en el bar al que fuiste hoy, había al menos tres personas incluyéndote, con el mismo problema —Entonces el veterano hizo una pausa para reflexionar—. Por el momento no obtendrás todas las respuestas de la manera en que las quieres, pero con el tiempo, esa necesidad quedará satisfecha casi por completo.