La libertad primera y última - Jiddu Krishnamurti - E-Book

La libertad primera y última E-Book

Jiddu Krishnamurti

0,0

Beschreibung

La libertad primera y última es considerado por muchos como el mejor libro de Krishnamurti. Aldous Huxley, en su esclarecedor prólogo, se pregunta: ¿qué es exactamente lo que nos propone el sabio hindú? Y la respuesta es que no se trata de un sistema de creencias, ni de un catálogo de dogmas, ni de un repertorio de ideas, ni de una clase de yoga; lo esencial es trascender los símbolos y alcanzar la libertad de cada instante. Esta libertad surge con la superación del ego, pero también de los "sistemas" de pensamiento organizado. Una y otra vez enseña Krishnamurti que la esperanza está en el interior de cada ser humano, no en los sistemas filosóficos ni en los credos religiosos. La verdad nunca puede ser la repetición de una doctrina: «Cuando la verdad se repite, deja de ser la verdad.» Por esto, incluso los libros sagrados tienen poca relevancia. Es a través del conocimiento propio y de la libertad interior como se llega a la realidad. «Los hombres de buena voluntad no deben tener fórmulas.» Lo que importa no son las ideas sino la experiencia. Hay una espontaneidad trascendente en la vida, una "realidad creadora", como la llama Krishnamurti, que se revela cuando la mente se coloca en estado de "alerta pasividad". En La libertad primera y última se exponed una gran variedad de temas, como pueden ser el sufrimiento, el miedo, la sexualidad, la envidia, etc., pero siempre alrededor de un hilo conductor, y apuntando a la más radical liberación.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 444

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Jiddu Krishnamurti

LA LIBERTAD PRIMERA Y ÚLTIMA

Prefacio de Aldous Huxley

Traducción revisada por FKL

Título original: THE FIRST AND LAST FREEDOM

© Traducción revisada por: FKL

© 1954 by Krishnamurti Foundation of America

Post Office Box 1560

Ojai, California 93024. U.S.A.

© de la presente edición en lengua española:

2006 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

La presente edición en lengua española ha sido contratada –bajo la licencia de Krishnamurti Foundation of America (KFA) (www.kfa.org - [email protected]) y la Krishnamurti Foundation Trust (KFT) (www.kfoundation.org.uk - [email protected])– con la Fundación Krishnamurti Latinoamericana (FKL), (www.fkla.org - [email protected]).

Primera edición en papel: Abril 1996

Primera edición en digital: Septiembre 2022

ISBN-10: 84-7245-354-5

ISBN-13: 978-84-7245-354-8

ISBN epub: 978-84-1121-082-9

ISBN kindle: 978-84-1121-083-6

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por escrito del editor o el propietario del copyright.

SUMARIO

Prefacio1. Introducción2. ¿Qué buscamos?3. El individuo y la sociedad4. El conocimiento de uno mismo5. Acción e idea6. Las creencias7. El esfuerzo8. La contradicción9. ¿Qué es el “yo”?10. El miedo11. La sencillez12. La percepción13. El deseo14. Relación y aislamiento15. El pensador y el pensamiento16. ¿Puede el pensamiento resolver nuestros problemas?17. La función de la mente18. El autoengaño19. La actividad egocéntrica20. El tiempo y la transformación21. El poder y la comprensiónPREGUNTAS Y RESPUESTAS1. La crisis actual2. El nacionalismo3. ¿Se necesitan instructores espirituales?4. El conocimiento5. La disciplina6. La soledad7. El sufrimiento8. Darse cuenta9. La relación10. La guerra11. El temor12. El aburrimiento y el interés13. El odio14. El chismorreo15. La crítica16. La creencia en dios17. La memoria18. Rendirse a “lo que es”19. Oración y meditación20. La mente consciente e inconsciente21. El problema del sexo22. El amor23. La muerte24. El tiempo25. La acción sin idea26. Lo nuevo y lo viejo27. El nombrar28. Lo conocido y lo desconocido29. La verdad y la mentira30. Dios31. La comprensión instantánea32. La sencillez33. La superficialidad34. La trivialidad35. Paz en la mente36. El significado de la vida37. La confusión de la mente38. La transformaciónFundaciones

PREFACIO

El hombre es un ser anfibio que vive simultáneamente en dos mundos: el mundo de los hechos y el mundo que él ha creado, el mundo de la materia, de la vida, de la conciencia, y el mundo de los símbolos. Cuando pensamos, utilizamos una gran variedad de sistemas simbólicos: el lenguaje, las matemáticas, la pintura, la música, los rituales, etcétera. Sin estos sistemas de simbólos, no habría arte, ni ciencia ni ley ni filosofía, es decir, las bases de nuestra civilización. En otras palabras: regresaríamos al estado animal.

Los símbolos son, pues, imprescindibles, pero como revela con tanta claridad nuestra propia historia en todas sus etapas, los símbolos también pueden tener consecuencias fatales. Observen por ejemplo, por un lado, el ámbito de la ciencia y, por otro, el de la política y la religión. Pensar y actuar basándonos en un cierto grupo de símbolos nos ha permitido comprender, y hasta cierto punto dominar, las fuerzas elementales de la naturaleza. Sin embargo, al pensar y actuar basándonos en otros símbolos hemos convertido estas fuerzas en unos instrumentos para el asesinato en masa y el suicidio colectivo. En el primer caso, los símbolos estuvieron bien elegidos, cuidadosamente analizados, y se fueron adaptando poco a poco a los hechos que surgían de la vida física. En el segundo caso, los símbolos fueron mal escogidos desde el principio, nunca fueron sometidos a un análisis riguroso, ni tampoco se han ido adaptando a los hechos surgidos de la vida física. Más aún, en todo el mundo estos símbolos inadecuados inspiran tanto respeto como si por arte de magia fueran más reales que las realidades que representan. Así, en los ámbitos de la religión y la política uno no considera que las palabras puedan representar erróneamente hechos y sucesos, sino todo lo contrario, los hechos y los sucesos sirven para corroborar la validez de las palabras.

Hasta hoy, los símbolos se han usado de forma objetiva sólo en aquellas áreas que no consideramos realmente importantes, pero siempre que están implicados nuestros impulsos más profundos, insistimos en utilizar los símbolos, no tan sólo de forma irracional, sino con idolatría e incluso con locura. Como resultado de todo esto, el ser humano ha desarrollado la capacidad de cometer, a sangre fría y durante largos períodos, actos que los animales sólo son capaces de cometer en momentos muy puntuales, cuando llegan al colmo de la rabia, el deseo o el terror. Como consecuencia de utilizar y adorar símbolos, el hombre se ha vuelto idealista, y su idealismo puede transformar la ocasional codicia del animal en los presuntuosos imperialismos de un Rodas o en un J.P. Morgan; puede transformar el esporádico afán de pelea del animal en estalinismo o en la Inquisición española; puede transformar el ocasional apego territorial del animal en un calculado frenesí nacionalista. Por fortuna, el hombre también puede transformar la ocasional bondad del animal en una larga vida caritativa, como la de Elizabeth Fry o Vicente de Paúl; puede transformar la esporádica dedicación del animal a su pareja y a su descendencia, en una razonada y constante cooperación humana, que hasta la fecha ha demostrado ser capaz de salvar al mundo de las consecuencias desastrosas del otro tipo de idealismo. ¿Podrá la cooperación salvar al mundo en el futuro? No se puede responder a esta pregunta. Lo único que podemos decir es que con la bomba atómica en manos de los idealistas nacionalistas, disminuye seriamente la ventaja de los idealistas de la cooperación y la caridad.

Ni siquiera el mejor libro de cocina puede sustituir la peor de las comidas. El ejemplo es muy obvio, sin embargo, en el transcurso de los siglos, los más eminentes filósofos y los teólogos más eruditos y agudos han caído sistemáticamente en el error de identificar sus obras puramente verbales con la realidad de los hechos o, aún peor, han caído en el error de imaginar que los símbolos son de algún modo más reales que aquello que representan. Este culto a la palabra no ha dejado de ser cuestionado. Según san Pablo, «la palabra mata, el espíritu vivifica»; «¿por qué –preguntaba Eckhart– caer en habladurías sobre Dios?, cualquier cosa que se diga de Dios no es la verdad»; y, en el otro extremo de la Tierra, el autor de uno de los Sutras Mahayana [reglas de la escuela budista] afirmaba que: «el Buda nunca predicó la verdad, pues comprendía que cada uno tiene que descubrirla dentro de sí mismo». Pero esos dichos han sido considerados subversivos, la gente respetable los ha ignorado, y así ha perdurado esa extraña idolatría y sobrevaloración de la palabra y de los símbolos. Las religiones han ido en declive, pero la vieja costumbre de promulgar credos e imponer la creencia en dogmas persiste hasta entre los ateos.

En los últimos años, expertos en lógica y semántica han realizado un minucioso análisis de los símbolos que el hombre usa para pensar, al mismo tiempo que la lingüística se ha convertido en una ciencia; uno puede incluso estudiar una materia denominada por Benjamin Whorf metalingüística. Todo esto es muy encomiable pero no basta. La lógica y la semántica, la lingüística y la metalingüística son disciplinas puramente intelectuales que analizan las diversas formas, correctas e incorrectas, significativas o no significativas, en que las palabras pueden relacionarse con las cosas, los procesos y los sucesos. Esas disciplinas no ofrecen, sin embargo, orientación alguna sobre el problema más trascendental, el de la relación del hombre en su totalidad psicofísica y los dos mundos en los que vive, el mundo de los hechos y el mundo de los símbolos.

En todas partes y en todas las épocas de la historia, algunos hombres y mujeres han hecho hincapié de forma individual en este problema. Estas personas han hablado y escrito sobre ello, pero no han creado ningún sistema porque sabían que cualquier sistema o doctrina acarrea la tentación de exagerar el valor de los símbolos y de dar más importancia a las palabras que a las realidades que representan. Nunca han tenido como propósito ofrecer explicaciones preconcebidas ni tampoco panaceas, sino incitar a la gente a que diagnostique y cure sus males por sí misma, lograr que vayan donde el problema del ser humano y su solución están en relación directa con la experiencia.

En este libro que contiene una selección de escritos y charlas de Krishnamurti, el lector encontrará una exposición clara y actual del problema fundamental del ser humano, así como una invitación a resolverlo de la única manera posible: cada individuo por sí y para sí mismo. Las soluciones colectivas, en las que tantos depositan su fe de manera desesperada, son siempre soluciones inadecuadas: «Para comprender la confusión y el sufrimiento que existe en nosotros y, por tanto, en el mundo, debemos primero encontrar la claridad en nosotros mismos, esa claridad que surge del recto pensar. La claridad interna no puede organizarse porque no es posible intercambiarla con nadie; el pensamiento que se organiza colectivamente es una simple repetición. La claridad no es el resultado de una afirmación verbal, sino de la constante observación de uno mismo y del recto pensar; y el recto pensar no es una consecuencia del mero cultivo del intelecto ni de la conformidad con un modelo por muy valioso o noble que este sea; el recto pensar surge del conocimiento propio. Sin comprenderse uno mismo no existe ninguna base para pensar; sin conocimiento propio lo que uno piensa no es la verdad».

Krishnamurti desarrolla una y otra vez este tema tan fundamental: «Hay esperanza en los hombres, no en la sociedad, no en los sistemas ni en las religiones organizadas, sino en usted y en mí». Las religiones organizadas, con sus mediadores, con sus libros sagrados, con sus dogmas, con sus jerarquías y sus rituales, lo único que ofrecen son falsas soluciones al problema fundamental: «Si uno cita la Bhagavad-gita, la Biblia o algún libro sagrado chino, sin duda, eso es una simple repetición, ¿no es así?, y si es una repetición no es la verdad, es una mentira porque la verdad no puede repetirse». Es posible ampliar una mentira, postularla o repetirla, pero no es posible hacerlo con la verdad, porque si uno repite la verdad deja de ser verdad, por eso los libros sagrados no tienen ninguna importancia; sólo por medio del conocimiento propio y no de la creencia en símbolos de otros, el hombre llega a la realidad eterna en la cual está arraigado su ser. La creencia en la perfección y en el valor supremo que ofrece cualquier método basado en símbolos no conduce a la liberación, sino a repetir la historia con los mismos desastres de siempre: «La creencia inevitablemente separa, si uno tiene una creencia o busca seguridad en una determinada creencia, se separa de aquellos que buscan seguridad en alguna otra forma de creencia, por eso todas las creencias organizadas se basan en la separación aunque prediquen la fraternidad».

El hombre que resuelva de manera satisfactoria el problema de su relación con estos dos mundos, el de los hechos y el de los símbolos, es un hombre sin creencias. Ese hombre afronta los problemas prácticos de la vida con una serie de posibles hipótesis que le sirven para realizar sus propósitos, pero a las que no concede más importancia que a cualquier otra clase de herramienta, y, con respecto al prójimo y a la realidad que vive, experimenta el amor y la comprensión directamente. Con el fin de protegerse a sí mismo de las creencias, Krishnamurti «no lee ningún libro sagrado, ni la Bhagavad-gita ni las Upanishads». Los demás, ni siquiera leemos literatura sagrada, leemos nuestros periódicos, revistas o novelas policíacas preferidos, eso revela que no afrontamos la crisis de nuestro tiempo con amor y comprensión, sino “con fórmulas y sistemas” que tienen realmente muy poco valor. Los hombres de buena voluntad no deberían tener fórmulas, porque las fórmulas conducen inevitablemente a la “ceguera del pensamiento”.

El apego a las fórmulas es casi universal e inevitable ya que «nuestro sistema educativo se basa en “qué” pensar y no en “cómo” pensar». Nos educan como miembros creyentes y militantes de algún grupo, sea comunista, cristiano, musulmán, hindú, budista o freudiano, y en consecuencia, «respondemos al reto, que es siempre nuevo, de acuerdo con un modelo viejo, por tanto, la respuesta no tiene validez, originalidad ni frescor. Si respondemos como católicos o como comunistas, estamos respondiendo de acuerdo con un modelo de pensamiento, ¿no es cierto? Por consiguiente, esa respuesta no tiene ningún sentido y… acaso ¿no es el hindú, el musulmán, el budista, el cristiano quienes han creado este problema? Así como la nueva religión es el culto al Estado, la vieja religión ha sido el culto a la idea». Si respondemos a un reto nuevo según el viejo condicionamiento, nuestra respuesta no nos permitirá comprender el reto nuevo, por eso, «para afrontar un reto nuevo, uno debe liberarse, despojarse por completo del pasado, de modo que pueda afrontarlo como nuevo».

En otras palabras, los símbolos nunca deben elevarse al nivel de dogmas, y ningún sistema debe considerarse más que una simple conveniencia provisional, porque creer en fórmulas y en acciones basadas en esas creencias no es la solución a nuestro problema: «Tan sólo mediante la comprensión creadora de nosotros mismos puede surgir un mundo creativo, un mundo feliz, un mundo en el que no existan ideas». Un mundo sin ideas sería un mundo dichoso porque estaría libre de las poderosas fuerzas que condicionan e incitan a los hombres a emprender acciones poco adecuadas; sería un mundo sin dogmas sagrados para justificar los peores crímenes y razonar, dar sentido a las mayores locuras.

Una educación que no enseñe cómo pensar sino qué pensar está condenada a tener una clase gobernante de sacerdotes y maestros espirituales, pero «la idea misma de dirigir a los demás es antisocial y antiespiritual». Quien ejerce el liderazgo siente satisfecho su anhelo de poder y quienes se dejan liderar sienten satisfecho su deseo de seguridad, así el gurú proporciona a sus discípulos una especie de droga. Pero podrían preguntar, «¿qué está haciendo?, ¿acaso no se comporta usted como nuestro gurú?». «No cabe la menor duda –dice Krishnamurti–, no estoy actuando como el gurú de nadie porque, en primer lugar, no les ofrezco ningún tipo de satisfacción, ni les digo lo que deben hacer cada día y en cada momento, simplemente señalo algo y cada uno puede aceptarlo o rechazarlo, depende de cada uno, no de mí; no les pido nada, ni que me adoren, elogien, insulten, compartan sus dioses, nada. Sólo digo que ese es el hecho, lo pueden aceptar o lo pueden rechazar, y la mayoría lo rechazará por la simple razón de que no encontrará satisfacción en ello.»

Así pues, ¿qué es exactamente lo que nos ofrece Krishnamurti, qué es eso que podemos aceptar si lo deseamos, aunque con toda probabilidad rechazaremos? Como ya hemos visto, no se trata de un sistema de creencias, de un catálogo de dogmas, ni de un repertorio de ideas o ideales preconcebidos, no se trata de liderazgo ni de mediación o dirección espiritual, ni siquiera se trata de un ejemplo, de un ritual, de una iglesia, de un código, de un estímulo o de algún tipo de disparate producto de la inspiración.

Entonces, ¿podría ser autodisciplina? Tampoco, porque la cruda realidad es que la autodisciplina no es el camino para resolver nuestro problema. Para encontrar la solución, la mente debe abrirse a la realidad, debe afrontar los hechos, tanto del mundo externo como del interno, sin ideas ni limitaciones preconcebidas [el servicio a Dios es la libertad perfecta, y a la inversa, la libertad perfecta es el servicio a Dios]. Cuando la mente se autodisciplina no experimenta ningún cambio radical, sigue siendo el mismo “yo” de antes, pero “encadenado y bajo control”.

La autodisciplina no figura en la lista de las cosas que Krishnamurti nos ofrece. ¿Será, entonces, la oración lo que nos ofrece? De nuevo la respuesta es negativa: «La oración puede traer la respuesta que uno busca, pero esa respuesta podría venir del propio inconsciente, de la reserva colectiva, de todas las demandas acumuladas, esa respuesta no es la voz apacible de Dios». Continúa Krishnamurti: «Veamos lo que sucede cuando uno reza. Al repetir constantemente ciertas palabras y al controlar los pensamientos, la mente se aquieta, ¿no es verdad?, al menos eso es lo que hace la mente consciente. Si uno se arrodilla como hacen los cristianos o se sienta como los hindúes, si uno repite y repite, a través de esa repetición la mente se aquieta, y cierta insinuación de ese algo que uno pide puede venir del inconsciente o puede ser la respuesta de los propios recuerdos, pero, sin lugar a dudas, no es la voz de la verdad, porque la voz de la verdad le llega a uno, no viene por pedir ni por rezar, no es posible seducirla para que entre en nuestra pequeña jaula practicando puja, bhajan [ceremonias religiosas hindúes], etcétera, ni haciendo ofrendas florales, ni apaciguándose, ni olvidándose de uno mismo o emulando a otros. Una vez se aprende el truco de serenar la mente repitiendo ciertas palabras o recibiendo insinuaciones en esa calma, a menos que uno esté muy atento para descubrir de dónde vienen esas insinuaciones, existe el peligro de quedarse atrapado, y que la oración, entonces, se convierta en un sustituto de la búsqueda de la Verdad. Recibirá lo que busca, pero eso no es la verdad. Lo que desean y piden, lo pueden conseguir, pero a la larga pagarán su precio».

De la oración pasamos al yoga, y el yoga es otra de las cosas que Krishnamurti no ofrece, porque el yoga es concentración y la concentración es exclusión: «Uno levanta un muro de resistencia cuando se concentra en un pensamiento y trata de mantener alejados al resto». A eso lo llamamos comúnmente meditación, «lo cual es el simple cultivo de la resistencia, es concentrarse exclusivamente en una idea elegida, pero ¿de dónde surge esa elección? ¿Con qué criterio decide uno que su elección es buena, verdadera, noble, y el resto no lo es? Es obvio que el elegir se basa en el placer, en la recompensa, en el éxito, o es una simple respuesta del propio condicionamiento y de la tradición. Y bien, ¿por qué elegir?, ¿por qué no examinamos cada pensamiento? Si uno está interesado en diferentes cosas, ¿por qué debe elegir una de ellas, por qué no explora cada interés? En lugar de crear resistencia, ¿por qué no explorar cada interés cuando surge y no tan sólo concentrarse en una idea o interés? Después de todo, uno es el resultado de muchos intereses, de muchas máscaras, conscientes e inconscientes, ¿por qué elegir uno y desestimar los demás en una lucha que malgasta toda la energía y, por tanto, genera resistencia, conflicto y fricción? En cambio, si examinamos cada pensamiento en el instante en que surge, cada pensamiento y no sólo algunos, entonces no hay exclusión. Es una tarea ardua investigar cada uno de nuestros pensamientos, porque mientras observamos un pensamiento otro interfiere, pero si uno se da cuenta de este proceso y sin deseo de justificar o dominar lo observa, el simple observar un pensamiento hace que ningún otro pensamiento interfiera. Únicamente cuando uno condena, compara o valora, surgen otros pensamientos».

«No juzgues y no serás juzgado», esa enseñanza del Evangelio es tan aplicable a nuestra propia vida como a nuestra relación con los demás. Cuando uno juzga, compara o condena, la mente no está receptiva a la verdad, no puede estar libre de la tiranía de los símbolos ni de los sistemas, no puede escapar del medio ni del pasado. La introspección que tiene un fin predeterminado, el autoanálisis basado en cualquier estructura o norma tradicional, o cualquier serie de principios sagrados no pueden ayudarnos realmente. Existe en la vida una espontaneidad trascendental, una “realidad creadora”, como la llama Krishnamurti, que se revela a sí misma como algo inherente sólo cuando la mente receptora se encuentra en un estado de “atención pasiva” de “darse cuenta sin elección”. El juzgar y el comparar conducen irremediablemente a la dualidad, y tan sólo el darse cuenta sin elección puede conducirnos a la no dualidad, a la reconciliación de los opuestos en un estado de comprensión y amor total.

«Ama et fac quod vis», si uno ama puede hacer lo que le plazca, pero si uno comienza haciendo lo que quiere o lo que no quiere, obedeciendo a sistemas, ideas, ideales o prohibiciones, nunca amará. El proceso liberador ha de comenzar con el darse cuenta sin elección de aquello que uno quiere y de las propias reacciones ante cualquier sistema de símbolos que diga lo que uno debe o no debe hacer. Mediante este darse cuenta sin elección, a medida que penetra en las sucesivas capas del ego y el subconsciente asociado, surgen el amor y la comprensión, pero de naturaleza muy distinta al amor y a la comprensión que comúnmente conocemos. Este darse cuenta sin elección, en todo momento y en cada situación de la vida, es la única meditación eficaz. Todas las demás formas de yoga conducen a la ceguera del pensamiento que produce la autodisciplina, o bien derivan en alguna clase de éxtasis autoprovocado, alguna forma de falso samadhi. «La verdadera liberación es la libertad interna de la Realidad creadora, no es un don sino que debe descubrirse y experimentarse, no es un logro que uno debe retener para glorificarse a sí mismo, es un estado, como el silencio, en el cual no hay devenir, hay plenitud. Esta creatividad no necesita expresarse, no es un talento que exige expresarse externamente si uno quiere ser un gran artista, si quiere tener audiencia, si eso es lo que busca, entonces se perderá la Realidad interior. Como no es ni un don ni el resultado del talento, este tesoro imperecedero únicamente aparece cuando el pensamiento se libera de la lujuria, de la mala voluntad, de la ignorancia, cuando el pensamiento se libera de lo mundano y el afán personal de llegar a ser. Este tesoro sólo puede ser vivido mediante el recto pensar y la meditación. Darse cuenta de uno mismo sin elección conduce a la Realidad creadora, la cual subyace debajo de todas nuestras ilusiones destructivas y conduce a esa apacible sabiduría que siempre está presente, a pesar de la ignorancia y el conocimiento, que no es más que otra forma de ignorancia. El conocimiento es una construcción de símbolos y, con demasiada frecuencia, es un impedimento para la sabiduría, para descubrir momento a momento el ego. Una mente que alcanza esa apacible sabiduría conocerá el ser. Descubrirá lo que es el amor, ese amor que no es ni personal ni impersonal, ese amor que es amor; la mente no puede ni definirlo ni describirlo como algo que incluye o excluye, ese amor es su propia eternidad, es lo real, lo supremo y lo inconmensurable.»

ALDOUS HUXLEY

1. INTRODUCCIÓN

Incluso conociéndonos muy bien el uno al otro la comunicación es muy difícil; yo puedo utilizar palabras que para usted tienen un significado distinto al mío, por eso la comprensión sólo es posible cuando ambos, usted y yo, nos encontramos en el mismo nivel y al mismo tiempo, pero eso únicamente sucede si existe un verdadero afecto entre las personas, entre esposo y esposa, entre amigos íntimos; esa comprensión instantánea que surge cuando nos encontramos en el mismo nivel y al mismo tiempo es la verdadera comunión.

Resulta muy arduo establecer con otro una comunicación que sea fácil, eficaz y completa, esa es la razón de que esté empleando palabras muy sencillas y no técnicas, porque no creo que ninguna expresión técnica nos ayude a resolver nuestros problemas tan complejos, de manera que no emplearé términos técnicos, ya sean de psicología o de ciencia. Por suerte, no he leído ningún libro de psicología ni libros religiosos, por eso desearía transmitir con palabras muy simples de la vida cotidiana algo que tiene un significado enormemente profundo, lo cual resulta bastante difícil de hacer si no sabe escuchar.

Existe el arte de escuchar, y para que uno realmente pueda escuchar debe abandonar o descartar todos sus prejuicios, sus conceptos previos y las formas cotidianas del vivir, porque si uno se encuentra en ese estado mental de receptividad, las cosas se comprenden con facilidad; es decir, uno escucha cuando realmente pone verdadera atención, pero por desgracia la mayoría de nosotros lo hace a través de un filtro de resistencia.

Todo lo filtramos a través de nuestros prejuicios religiosos y espirituales, psicológicos y científicos, o bien utilizamos nuestros deseos, preocupaciones y temores cotidianos para escuchar; por tanto, escuchamos nuestro propio ruido, nuestra propia descripción y no lo que se está diciendo, por eso es tan difícil dejar nuestras costumbres, prejuicios, inclinaciones, resistencias, e ir más allá de las expresiones verbales para escuchar de tal manera que instantáneamente comprendamos; esa es una de nuestras dificultades.

Si durante este encuentro se dice algo contrario a lo que usted cree o piensa, simplemente escuche y no se resista, puede que tenga razón y yo esté equivocado, pero si juntos escuchamos y lo consideramos, descubriremos la verdad. Nadie puede darnos la verdad, cada uno tiene que descubrirla, y para descubrirla la mente debe estar en un estado de percepción directa, y no puede haber percepción directa si existe cualquier resistencia, seguridad o protección. La comprensión llega cuando uno se da cuenta de “lo que es”, sabe exactamente “lo que es”, lo real, el hecho, sin interpretarlo, condenarlo o justificarlo. No cabe duda de que eso es el comienzo de la sabiduría. En el momento en que empezamos a interpretar, a traducir según nuestro condicionamiento y nuestros prejuicios, pasamos por alto la verdad, por eso para conocer algo es tan importante investigar. Para saber exactamente “lo que es” necesitamos investigarlo, de nada sirve interpretarlo según nuestro estado de ánimo; de forma similar, si podemos mirar, observar, escuchar, darnos cuenta con exactitud de “lo que es”, entonces resolveremos el problema. Eso es lo que procuraremos hacer en todos estos encuentros: por mi parte voy a señalar “lo que es” sin interpretarlo según mi imaginación, y usted tampoco debe interpretarlo según su propio pasado o sus costumbres.

Y bien, ¿es posible darse cuenta de las cosas tal como son? Sin lugar a dudas, si empezamos a partir de ahí debe haber entendimiento, porque el admitir, el darse cuenta, el descubrir “lo que es” ponen fin a todo conflicto; si sé que soy mentiroso y reconozco ese hecho, termina el conflicto; el admitir, el darme cuenta de lo que soy, es el comienzo de la sabiduría, es el comienzo de la comprensión que nos libera del tiempo. Siempre que introducimos el factor tiempo, no el tiempo cronológico sino el tiempo como recurso, como proceso psicológico de la mente, creamos destrucción y generamos confusión.

Así pues, podemos comprender “lo que es” cuando lo aceptamos sin condenarlo, sin justificarlo y sin identificarnos; reconocer que uno se encuentra en cierta situación, en cierto estado, es el inicio del proceso de liberación, pero un hombre que no se da cuenta de su situación, de su lucha, intentará ser diferente de “lo que es”, lo cual producirá condicionamiento. De modo que debemos tener presente que estamos dispuestos a examinar “lo que es”, observarlo y darnos cuenta del hecho con exactitud, sin preferencias, sin interpretación. Para eso, para darnos cuenta y poder seguir “lo que es”, se necesita una mente muy sagaz y un corazón muy flexible, porque “lo que es” está en constante movimiento, en constante transformación, y si la mente permanece atrapada en una creencia o en el conocimiento, deja de investigar, deja de seguir el veloz movimiento de “lo que es”. “Lo que es” no es estático, todo lo contrario, está en constante movimiento, uno puede comprobarlo si lo observa con detenimiento; por eso, para poder seguirlo se necesita una mente muy rápida y un corazón muy flexible, algo imposible de hacer si la mente se estanca o queda atrapada en una creencia, en un prejuicio, en una identificación. Esa mente y ese corazón paralizados no pueden seguir con facilidad y rapidez “lo que es”.

Espero que nos demos cuenta sin demasiada discusión, sin demasiadas palabras, del caos, la confusión y el sufrimiento que existen, tanto a nivel individual como colectivo, tanto en la India como en todo el mundo, en China, en América, en Inglaterra, en Alemania; en el mundo entero hay confusión y creciente dolor. No es exclusivo de una sola nación, no sucede únicamente aquí, en cualquier parte del mundo existe ese sufrimiento tan agudo, individual y colectivo; se trata de una catástrofe mundial y limitarlo meramente a una zona geográfica, a una sección coloreada de un mapa es absurdo, porque entonces no comprenderemos toda la trascendencia del sufrimiento mundial e individual; ahora bien, si nos damos cuenta de esta confusión, ¿cuál es nuestra respuesta inmediata, cuál es nuestra reacción?

El sufrimiento está presente en la política, en lo social y en lo religioso, todo nuestro ser psicológico está confundido, todos los dirigentes, los políticos, los religiosos han fracasado, todos los libros han perdido su relevancia, no importa si lee la Bhagavad-gita, la Biblia, o el último tratado sobre política o psicología, podrá comprobar cómo han perdido ese toque, esa cualidad de la verdad, se han vuelto simples palabras; y como usted es un repetidor de esas palabras se siente confundido e inseguro, porque la mera repetición de palabras no lleva a ningún lugar.

Así pues, las palabras y los libros han perdido su valor, es decir, como uno está inseguro y confundido, citar a Marx, la Bhagavad-gita o la Biblia se convierte en una mentira porque eso que está escrito se vuelve simple propaganda, y la propaganda no es la verdad; por tanto, cuando repetimos dejamos de comprender nuestro propio estado de ser, simplemente cubrimos nuestra propia confusión con palabras de autoridad. Sin embargo, nosotros estamos intentando comprender esta confusión y no encubrirla con citas; por consiguiente, ¿cómo responden a esa confusión, cómo responden a este monumental caos, a esta confusión, a esta inseguridad de la vida? Obsérvenlo mientras lo expongo, no sigan mis palabras sino la actividad de su pensamiento. La mayoría estamos acostumbrados a ser espectadores, a no participar, leemos libros pero nunca escribimos libros, y ser espectador se ha convertido en nuestra tradición, en nuestro hábito nacional y universal; vemos el fútbol, miramos a los políticos y a los conferenciantes públicos, somos simples espectadores, hemos perdido la capacidad creativa.

No obstante, ahora nosotros queremos entender, participar, y si sólo miramos, si somos simples espectadores, nos perderemos por completo el significado de este encuentro, porque esto no es una conferencia que se escucha de forma rutinaria, no estoy dando información que luego se puede consultar en una enciclopedia, lo que intentamos hacer es seguir nuestros pensamientos lo más lejos que podamos, seguir tan profundamente como sea posible nuestras insinuaciones y las respuestas de nuestros propios sentimientos. Así que, por favor, descubran cuál es la respuesta a este problema, a ese sufrimiento, no según las palabras de lo que dice otra persona, sino desde la propia respuesta de uno, pero esa respuesta será de indiferencia si uno se beneficia del sufrimiento y el caos, si obtiene provecho de él, ya sea económico, social, político o psicológico, entonces no le importará si este caos continúa.

Es evidente que cuantas más dificultades hay en el mundo mayor es el caos y más buscamos una seguridad, ¿lo han notado? Cuando el mundo está sumergido en la confusión, sea psicológica o de cualquier otra índole, uno se encierra en sí mismo en busca de cierta seguridad, ya sea en una cuenta bancaria, en una ideología, recurriendo a la oración o acudiendo al templo, lo cual, de hecho, es evadirse de la realidad del mundo. Cada vez aparecen más sectas y más “ismos” por todos los lados, porque a mayor confusión mayor es la necesidad de un líder, de alguien que nos guíe para salir de este caos, por eso recurrimos a los libros de religión, al maestro más reciente, o actuamos y respondemos de acuerdo con cierto sistema, sea de izquierdas o de derechas, el cual supuestamente creemos que resolverá el problema, eso es exactamente lo que está sucediendo.

En el momento en que nos damos cuenta de la confusión, de lo que realmente sucede, tratamos de evadirnos, pero estas sectas que ofrecen un sistema para solucionar el sufrimiento, el aspecto económico, social o religioso, son lo peor, porque el sistema se vuelve más importante que el hombre, ya se trate de un sistema religioso o de un sistema político de izquierdas o de derechas; entonces, el sistema, la filosofía o la idea se convierten en lo importante, no el hombre, y en aras de la idea o de la ideología estamos dispuestos a sacrificar a toda la humanidad. Esto no es una simple interpretación, es lo que realmente está sucediendo en el mundo, si uno lo observa verá que eso es exactamente lo que sucede: el sistema se ha convertido en lo importante; en consecuencia, al ser el sistema lo importante, el hombre, usted y yo, perdemos relevancia, y los que controlan el sistema religioso o social, de izquierdas o de derechas, asumen la autoridad, asumen el poder y, por tanto, sacrifican al individuo, a usted, esa es exactamente la realidad.

Ahora bien, ¿cuál es la causa de esta confusión, de este sufrimiento, de dónde surge esta desdicha y sufrimiento, tanto interno como externo, este miedo, esta expectativa de guerra, de la tercera guerra mundial que ya se ha iniciado, cuál es la causa? Es indudable que es un indicio del derrumbe de todos los valores morales y espirituales, sustituidos por la glorificación de valores sensuales, del valor de las cosas hechas por la mano o por la mente, pero ¿qué sucede cuando no tenemos otros valores excepto el valor de las cosas producidas por los sentidos, el valor producido por la mente, la mano o la máquina? Cuanta más importancia le damos al valor sensual de las cosas mayor es la confusión, ¿no es así? De nuevo, esto no es una teoría mía, ni es necesario citar libros para descubrir que nuestros valores, nuestra riqueza, nuestra vida social y económica se basan en cosas hechas por las manos o la mente, por eso vivimos, actuamos y tenemos nuestro ser impregnado de valores sensuales, lo cual significa que las cosas de la mente, de la mano y de la máquina se han convertido en lo más importante, y cuando estas cosas adquieren importancia, la creencia se vuelve también muy predominante, y eso es exactamente lo que sucede en el mundo, ¿no es cierto?

De modo que al dar mayor importancia a los valores de los sentidos generamos confusión, y como estamos confundidos tratamos de evadirnos de diferentes maneras: a través de la religión, de la economía, de lo social, de la ambición, del poder, de la búsqueda de la verdad, pero la verdad está cerca, no es necesario buscarla; el hombre que busca la verdad nunca la encontrará porque la verdad está en “lo que es”, y en eso consiste su belleza. Sin embargo, en el momento en que la imaginamos, la buscamos, empieza la lucha, y si luchamos no podemos comprender, de ahí que debamos estar en silencio, observando, pasivamente receptivos. No obstante, y como podemos ver, nuestra forma de vivir, nuestras acciones siempre están dentro del campo de la destrucción, dentro del campo del sufrimiento, y como si se tratara de una corriente arrolladora de confusión y caos que siempre nos supera, la confusión no tiene respiro en nuestras vidas.

Todo lo que actualmente hacemos parece conducir al caos, al dolor y a la infelicidad, sólo hay que mirar nuestra propia vida para ver que vivimos siempre al borde del sufrimiento: nuestro trabajo, nuestra actividad social, nuestros políticos, las diversas asambleas de naciones para detener las guerras generan más guerras, la destrucción sigue instalada en nuestro vivir, todo lo que hacemos lleva a la muerte; esa es nuestra realidad.

A partir de ahí, ¿podemos terminar de una vez con esa desdicha y dejar de estar atrapados en esa corriente de confusión y sufrimiento? Es decir, hemos tenido grandes instructores, como el Buda o Cristo, que aceptaron la fe y, quizá, se liberaron de la confusión y el dolor, pero nunca terminaron con el sufrimiento y la confusión, ambas siguen vigentes; y si nosotros al ver esta confusión económica y social, este caos, esta desdicha social, nos retiramos a lo que llamamos una “vida religiosa” y abandonamos el mundo, podemos creer que nos reuniremos con estos grandes instructores, pero el mundo seguirá en caos, en desdicha y en destrucción, con el interminable sufrimiento de los ricos y los pobres. De modo que nuestro problema, el suyo y el mío, es saber si podemos salir de esta miseria instantáneamente, no mañana sino ahora, porque si viviendo en el mundo rehusamos ser parte de él, ayudaremos a otros a salir de esta desdicha, ese es, sin duda, nuestro problema. Es probable que venga una guerra, una guerra que en sus formas será mucho más destructiva, más aterradora, y es evidente que no podemos impedirla porque las implicaciones son muy fuertes y demasiado eminentes, pero usted y yo podemos percibir de forma inmediata la confusión y el sufrimiento, ¿no es cierto?, tenemos que percibirlo y, entonces, estaremos en condiciones de despertar la misma comprensión de la verdad en los demás; por tanto, ¿podemos ser libres ahora? Esa es la única forma de salir de la desdicha, porque la percepción sólo se manifiesta en el presente, pero si decimos: «Lo haremos mañana», la corriente de la confusión nos superará y, en consecuencia, seguiremos atrapados en la confusión.

Ahora bien, ¿es posible llegar a ese estado de percepción instantánea de la verdad y, por tanto, terminar con la confusión de forma definitiva? Yo digo que es posible y que es la única salida posible, digo que puede y debe hacerse, pero sin basarnos en una suposición o creencia. El verdadero problema consiste en generar esa extraordinaria revolución que nada tiene que ver con desbancar a los capitalistas y colocar a otro grupo. Se trata de generar esa maravillosa transformación que es la única revolución verdadera, porque lo que generalmente llamamos “revolución” tan sólo es una modificación o continuación de la derecha según las ideas de la izquierda, pero en última instancia, la izquierda es la continuación de la derecha de forma modificada, y si la derecha se basa en valores sensuales, la izquierda sigue siendo una mera continuidad de esos mismos valores, con la única diferencia de la intensidad y la expresión.

De modo que la verdadera revolución tan sólo puede surgir cuando usted, el individuo, empieza a darse cuenta de su relación con los demás, porque, sin duda, eso que somos se refleja en la relación con los demás, con nuestra esposa, con nuestros hijos, con nuestro jefe, con nuestro vecino, lo cual constituye la sociedad. La sociedad no existe por sí misma, la sociedad es lo que usted y yo hemos establecido en nuestra relación, es una proyección externa de todos nuestros propios estados psicológicos internos. Por eso, sin comprenderse a uno mismo, la mera transformación externa, que es la proyección de lo interno, no tiene ninguna importancia. Es decir, no puede haber ningún cambio o modificación significativa mientras no me comprenda a mí mismo, porque si estoy confundido en mi vida de relación estableceré una sociedad que será una réplica, una reproducción externa de lo que soy. Este es un hecho evidente que podemos comentar, ver si la sociedad, que es una expresión externa, es un producto mío o yo soy un producto de la sociedad.

En resumen: ¿no es un hecho evidente que al relacionarme con los demás, lo que soy crea la sociedad y que sin una transformación radical en uno mismo no puede haber transformación de la función básica de la sociedad? Si buscamos un sistema que transforme la sociedad, simplemente estamos eludiendo el problema, porque ningún sistema puede transformar al hombre, todo lo contrario, el hombre siempre transforma el sistema, como lo demuestra la historia. Hasta que en mi relación con los demás no me comprenda a mí mismo seguiré generando caos, desdicha, destrucción, temor, crueldad. Para comprenderse a uno mismo, el tiempo no es necesario, uno puede comprenderse en este mismo instante, pero si dice: «Ya me comprenderé mañana», entonces seguirá actuando de forma destructiva y seguirá aportando caos y desdicha porque en el momento en que uno dice “mañana” está introduciendo el factor tiempo y, por consiguiente, queda atrapado en esa corriente de confusión y destrucción. La comprensión es ahora, no mañana, el mañana es para la mente perezosa, la mente inactiva, la mente que no tiene interés, porque si uno está interesado en algo, lo hace de inmediato, y la comprensión y la transformación son inmediatas. Si no cambiamos ahora, no lo haremos nunca, porque ese cambio que esperamos hacer mañana será una mera modificación y no una transformación, la transformación sólo puede suceder de forma inmediata, en el ahora, no en el mañana.

Si lo hacemos, el problema queda resuelto debido a que el “yo” deja de preocuparse de sí mismo, en ese momento uno está más allá de esa corriente de destrucción.

2. ¿QUÉ BUSCAMOS?

¿Qué busca la mayoría de nosotros, qué queremos? Concretamente, en este mundo de desasosiego en el cual todos procuramos encontrar cierta clase de paz, de felicidad, algún refugio, sin duda lo importante es descubrir qué es eso que intentamos encontrar, que tratamos de conseguir, ¿no es cierto? Es probable que la mayoría busquemos cierta paz, felicidad; en un mundo sacudido por disturbios, guerras, contiendas y luchas deseamos un refugio donde pueda haber paz. Creo que eso es lo que casi todos deseamos, por eso buscamos, vamos de un dirigente a otro, de una organización religiosa a otra, de un instructor a otro.

Ahora bien, ¿buscamos realmente la felicidad o buscamos alguna clase de satisfacción de la que esperamos obtener felicidad? Sin duda, hay una diferencia entre satisfacción y felicidad, porque, ¿se puede buscar la felicidad? Tal vez uno puede encontrar satisfacción, pero no puede encontrar la felicidad, la felicidad es una consecuencia, es un derivado de algo; por tanto, antes de dedicar la mente y el corazón a algo que requiere gran dosis de seriedad, de atención, de pensamiento y de cuidado, debemos descubrir qué es eso que buscamos, si se trata de satisfacción o felicidad, ¿cierto? Me temo que la mayoría buscamos satisfacción, deseamos sentirnos satisfechos, encontrar cierta sensación de plenitud al final de nuestra búsqueda.

Después de todo, si uno busca paz, puede encontrarla con relativa facilidad, puede entregarse ciegamente a una causa, a una idea, y refugiarse ahí, pero es evidente que no resolverá el problema, porque el simple aislarse en una idea excluyente no libera del conflicto. De manera que debemos descubrir qué es eso que cada uno de nosotros quiere, tanto interna como externamente, porque si este punto está claro, entonces no necesitaremos acudir a ningún lugar, ni recurrir a ningún instructor, a ninguna iglesia ni organización.

Así pues, nuestra dificultad consiste en ver claramente cuáles son nuestras intenciones, y bien, ¿es posible tener esa claridad? ¿Llega esa claridad de la búsqueda, intentando saber lo que otros dicen, desde el más elevado instructor hasta el más vulgar predicador de iglesia a la vuelta de la esquina, es necesario recurrir a alguien para descubrir la claridad? Sin embargo, eso es lo que hacemos, ¿verdad? Leemos innumerables libros, asistimos a muchas reuniones, discutimos, nos afiliamos a diversas organizaciones con el fin de encontrar un remedio a nuestros conflictos y a los sufrimientos de nuestra vida. Si no hacemos nada de todo esto, entonces creemos que lo hemos encontrado, es decir, decimos que cierta organización, cierto instructor, cierto libro nos satisface, que ahí hemos conseguido todo lo que queremos, con lo cual quedamos atrapados y cristalizados.

¿Acaso no estamos buscando, en medio de toda esta confusión, algo permanente, algo duradero que denominamos realidad, Dios, verdad o como quieran llamarlo? El nombre no importa, la palabra no es la cosa, no caigamos en la red de las palabras, mejor dejarlo para los conferenciantes profesionales. Sin embargo, la mayoría buscamos algo permanente, ¿verdad?, buscamos algo a lo que aferrarnos, algo que nos ofrezca seguridad, esperanza, un entusiasmo y una certeza duraderos porque en el fondo nos sentimos inseguros, no nos conocemos a nosotros mismos, tenemos mucha información, sabemos lo que dicen los libros, pero no lo sabemos por nosotros mismos, no tenemos una vivencia directa.

Así pues, ¿a qué llamamos permanente?, ¿qué es eso que buscamos y deseamos, eso que esperamos nos dé permanencia? ¿Acaso no buscamos felicidad, satisfacción, certeza duradera? Queremos algo que perdure eternamente, que nos satisfaga; si nos despojamos de palabras o frases y vamos al fondo de las cosas, eso es lo que queremos: queremos placer permanente, perpetua satisfacción, y a eso le damos el nombre de verdad, Dios o lo que sea.

Es evidente que queremos placer, quizá, esa expresión sea algo fuerte, pero realmente es lo que queremos: conocimientos que nos den placer, experiencias que nos den placer, una satisfacción que no se esfume al día siguiente, porque hemos experimentado varias satisfacciones, pero todas ellas se han esfumado; y ahora esperamos encontrar satisfacción permanente en la realidad, en Dios, etcétera. Sin duda, eso es lo que todos buscamos, el hombre inteligente o el hombre necio, el hombre teórico o el práctico que lucha por algo concreto, pero ¿existe la satisfacción permanente?, ¿existe algo que perdure?

Ahora bien, si uno busca satisfacción permanente, puede llamarla Dios, la verdad o como sea, el nombre es lo de menos, ante todo debe comprender eso que busca ¿verdad? Cuando dicen buscar la «felicidad permanente», «a Dios», la «verdad», o lo que sea, ¿no deben también comprender a esa entidad que está buscando, el buscador?, porque quizás no existe tal cosa como la seguridad permanente y la continua felicidad; la verdad podría ser algo muy diferente, y de hecho creo que es totalmente diferente de aquello que pueden ver, concebir o formular; por tanto, antes de buscar algo permanente, ¿no es evidente que primero hay que comprender al buscador? ¿Es el buscador diferente de lo buscado? Cuando uno dice: «Busco la felicidad», ¿es el buscador diferente del objeto de su búsqueda? ¿Es el pensador diferente del pensamiento, o ambos son lo mismo y no procesos separados? De modo que es imprescindible comprender al buscador antes de tratar de descubrir lo que busca, ¿no es cierto?

Así que, llegados a este punto, debemos preguntarnos con toda seriedad y profundidad si alguien puede darnos la paz, la felicidad, la verdad, Dios o lo que sea. ¿Puede esta constante búsqueda, este anhelo darnos esa sensación extraordinaria de la verdad, ese ser creativo que surge cuando realmente nos comprendemos a nosotros mismos? ¿Nos conoceremos a nosotros mismos siguiendo a otra persona, perteneciendo a una organización concreta, leyendo libros, etcétera? Al fin y al cabo, esa es la cuestión más importante, mientras uno no se comprenda a sí mismo no tendrá una base sólida para pensar, y en consecuencia, toda búsqueda será inútil. Podrá evadirse en ilusiones, podrá evitar discusiones, controversias y luchas; podrá adorar a otro, buscar la salvación a través de otra persona, pero mientras no se conozca a sí mismo, mientras no sea consciente de todo el proceso en uno mismo, no tendrá ninguna base sólida para pensar, para sentir afecto, para actuar.

No obstante, lo último que deseamos es conocernos a nosotros mismos. Esa es, sin duda, la única base sobre la que podemos edificar, pero antes de edificar, antes de la transformación, antes de condenar o destruir, debemos conocernos a nosotros mismos. La búsqueda permanente, el cambio de instructores, de gurús, la práctica de yoga, de ejercicios de respiración, ritos, seguir a maestros, etcétera, es realmente inútil, ¿no es así? Todo eso carece de sentido incluso cuando aquellos que seguimos nos dicen: «Deben estudiarse a sí mismos»; carece de sentido porque lo que somos, eso es el mundo: si somos mezquinos, celosos, vanidosos, codiciosos, “eso” es lo que generaremos a nuestro alrededor, “esa” será la sociedad en la cual viviremos.

Me parece que antes de poder emprender un viaje para encontrar la verdad, a Dios, antes de poder actuar, antes de empezar a relacionarnos unos con otros, lo cual es la sociedad, es esencial que primero empecemos por comprendernos a nosotros mismos. Considero una persona seria aquella que está profundamente interesada en esto “primero”, y no en cómo alcanzar alguna meta, porque si ustedes y yo no nos comprendemos a nosotros mismos, ¿cómo podemos, de verdad, iniciar una transformación en la sociedad, en nuestras relaciones, en todo lo que hacemos? Obviamente, no significa que el conocimiento propio se oponga o se aísle de la relación, no significa acentuar lo individual, el “yo”, oponerse a los demás, oponerse a otro.

Por tanto, sin conocerse a sí mismo, sin conocer nuestra propia manera de pensar y por qué pensamos ciertas cosas, sin conocer el trasfondo de nuestro condicionamiento, ¿por qué tenemos creencias sobre el arte y la religión, sobre nuestro propio país o el del vecino, sobre uno mismo?, ¿cómo puede pensar en cualquier cosa? Sin conocer nuestro propio pasado, sin conocer la esencia del pensamiento y, por tanto, su origen, cualquier búsqueda es inútil, cualquier acción carece de valor, como también carece de valor el que uno sea americano, hindú, o según la religión que profese.

Así que antes de que podamos descubrir cuál es el propósito final de la vida, el significado de todo esto, las guerras, los antagonismos nacionales, los conflictos, el enorme caos, debemos empezar por nosotros mismos, y aunque parezca muy sencillo es “extremadamente difícil”. Comprenderse uno mismo, ver cómo funciona nuestro propio pensamiento requiere estar muy atento, y a medida que uno empieza a estar cada vez más atento a los enredos de su propio pensar, a sus propias respuestas y sentimientos, comienza a ser más y más consciente, no sólo de sí mismo, sino de las personas con las que se relaciona. Conocerse a sí mismo es observarse en la acción, en la relación, pero la dificultad es que somos muy impacientes, queremos progresar, alcanzar una meta y, por tanto, no nos damos el tiempo suficiente ni el espacio para examinarnos, para observarnos; estamos tan ocupados en diferentes actividades, en ganarnos el sustento, en criar a nuestros hijos, asumiendo ciertas responsabilidades en diferentes organizaciones, que al estar tan comprometidos difícilmente tenemos tiempo para reflexionar, para observarnos, para estudiarnos a nosotros mismos. De modo que esa responsabilidad depende de cada uno y no de los demás; por eso, seguir como se hace en el mundo entero a los gurús y sus sistemas, leer los últimos libros sobre esto o aquello, etcétera, parece completamente inútil e ilusorio porque por más que uno recorra el mundo de lado a lado tendrá que regresar a sí mismo. Como consecuencia de nuestra falta de conocimiento propio, resulta extremadamente difícil empezar a ver con claridad nuestro propio proceso de pensar, sentir y actuar.

Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos más claridad tenemos, el conocimiento propio no tiene fin, no se trata de lograr algo ni de llegar a cierta conclusión, es como un río sin fin. A medida que uno se examina, se investiga, encuentra paz, y sólo a la mente que a través del conocimiento propio, y no mediante la autodisciplina impuesta, está en calma, en quietud, en silencio, la verdad puede advenir, y únicamente entonces puede existir la felicidad completa, puede haber una acción creativa.

Considero que sin esa comprensión, sin esa vivencia, tan sólo leer libros, asistir a conferencias o hacer propaganda es algo muy infantil, es una actividad carente de valor. Sin embargo, si uno es capaz de comprenderse a sí mismo y generar esa felicidad creativa, al experimentar algo que no pertenece a la mente, tal vez entonces pueda darse una transformación en nuestras relaciones más cercanas y, por tanto, en el mundo en el que vivimos.

3. EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD