La manganilla de Melilla - Juan Ruiz de Alarcón - E-Book

La manganilla de Melilla E-Book

Juan Ruiz de Alarcón

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Beschreibung

En La manganilla de Melilla Juan Ruiz de Alarcón relata un episodio sucedido en la ciudad española de Melilla en el siglo XVII, conocido como el "Suceso del Morabito". Un lider morisco convenció a los suyos de que tenía poderes sobrenaturales para adormecer a los cristianos defensores del lugar. El alcaide de la plaza, Pedro Venegas, ordenó abrir de las puertas de la muralla de la ciudad y los españoles derrotaron a los musulmanes en una audaz emboscada. Al igual que La cueva de Salamanca, esta obra también alude a la magia y el esoterismo. Asimismo el capitán Venegas, hombre valiente y osado, se vale de la astucia para vencer a los musulmanes. Ruiz de Alarcón recurre a sucesos históricos para construir uno de sus dramas más logrados. Alarcón critica la mentira. En La manganilla de Melilla, la mentira es un recurso usado por todos para conseguir sus fines. En este caso el sargento Pimienta miente impelido por su deseo de poseer a Darja y a Alima, moras cautivas de los cristianos.

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Seitenzahl: 82

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Juan Ruiz de Alarcón

La manganilla de Melilla

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La manganilla de Melilla.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9897-446-1.

ISBN rústica: 978-84-96290-70-9.

ISBN ebook: 978-84-9897-922-0.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Cristianos y musulmanes en el Norte de África 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 45

Jornada tercera 91

Libros a la carta 129

Brevísima presentación

La vida

Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1581-1639). México.

Nació en México y vivió gran parte de su vida en España. Era hijo de Pedro Ruiz de Alarcón y Leonor de Mendoza, ambos con antepasados de la nobleza. Estudió abogacía en la Real y Pontificia Universidad de la Ciudad de México y a comienzos del siglo XVII viajó a España donde obtuvo el título de bachiller de cánones en la Universidad de Salamanca. Ejerció como abogado en Sevilla (1606) y regresó a México a terminar sus estudios de leyes en 1608.

En 1614 volvió otra vez a España y trabajó como relator del Consejo de Indias. Era deforme (jorobado de pecho y espalda) por lo que fue objeto de numerosas burlas de escritores contemporáneos como Francisco de Quevedo, que lo llamaba «corcovilla», Félix Lope de Vega y Pedro Calderón de la Barca.

Cristianos y musulmanes en el Norte de África

En La manganilla de Melilla Juan Ruiz de Alarcón relata un episodio sucedido en la ciudad española de Melilla en el siglo XVII, conocido como el «Suceso del Morabito». Un lider morisco convenció a los suyos de que tenía poderes sobrenaturales para adormecer a los cristianos defensores del lugar. El alcaide de la plaza, Pedro Venegas, ordenó abrir de las puertas de la muralla de la ciudad y los españoles derrotaron a los musulmanes en una audaz emboscada.

Al igual que La cueva de Salamanca, esta obra también alude a la magia y el esoterismo. Asimismo el capitán Venegas, hombre valiente y osado, se vale de la astucia para vencer a los musulmanes. Ruiz de Alarcón recurre a sucesos históricos para construir uno de sus dramas más logrados. Alarcón critica la mentira. En La manganilla de Melilla, la mentira es un recurso usado por todos para conseguir sus fines. En este caso el sargento Pimienta miente impelido por su deseo de poseer a Darja y a Alima, moras cautivas de los cristianos.

Personajes

Abenyúfar, moro, viejo grave

Alima, mora dama

Amet, morabito, viejo grave

Arellano, soldado

Arlaja, mora dama

Azén, moro galán

Daraja, mora dama

Dos soldados

Moros

Muley, moro, galán

Pedro Vanegas de Córdoba, galán

Pialí, moro

Pimienta, soldado

Salomón, judío, gracioso

Zaide, moro

Zeilán, moro

Jornada primera

(Salen Pimienta, de moro, y Alima de noche.)

Alima ¿Dónde estamos? ¿Qué castillo

y qué torres son aquéllas?

Pimienta Ese lugar es Melilla,

las torres su fortaleza.

Alima ¿Por qué me engañas, traidor?

a Fez dices que me llevas,

y a Melilla me has traído,

que es de cristianos frontera.

¡Perdida soy! ¡Ay de mí!

¿Por qué, enemigas estrellas,

hicistes de la desdicha

tributaría la belleza?

¡Triste yo! ¿Quién me diría

ayer, cuando hombres y selvas

con libertad divagaba

y mandaba con soberbia,

que hoy, cuando con blancas urnas

vertiese la aurora bella

a los aires oro en rayos,

y a los campos plata en perlas,

yo también triste daría,

a un hombre extraño sujeta,

lágrimas tiernas al suelo,

y al viento llorosas quejas?

Pimienta (Aparte.) (¡Con cuánta gracia lo llora!

Mas por Dios, que como peina

ya en los riscos orientales

Febo sus rubias madejas,

va descubriendo la mora

un nuevo Sol en sus hebras,

un nuevo oriente en sus ojos,

y en su llanto un alba nueva.

¡Ah, cielos! ¿Tan gran tesoro

entre engañosas tinieblas,

avarienta de mis dichas,

me ocultó la noche fea?

No vieron humanos ojos

partes jamás tan perfetas;

afrenta de Venus es,

y honra de naturaleza.

No llega la admiración

donde la hermosura llega;

cobarde está la alabanza,

presumida la belleza.)

Mora hermosa, ¿qué te afliges?

¿Qué lloras? ¿Qué te querellas?

Alima Por mi libertad perdida,

que es la más preciosa prenda.

¡A Melilla me has traído!

No es por bien. Venderme intentas.

Moro vil, ¿a los cristianos

entregas tu sangre mesma?

Pimienta Tu perdida libertad

injustamente lamentas,

cuando un ¡rgel de albedríos

en tu hermoso rostro llevas.

¿Dónde, di, serás cautiva,

que no cautives, y seas

dueño de tu dueño mismo?

Basta, mora; el llanto cesa;

tu remedio está en tu mano;

que porque el imperio sepas

de esos tus ojos, el mío

tienes ya también en ella

No ha nada que eras mi esclava.

Ya mi dueño Amor lo ordena;

que la luz deshace injurias

que te hicieron las tinieblas.

Redima, pues, mora hermosa,

una piedad dos tormentas,

un favor dos libertades,

y una permisión dos penas.

Hazme tu Adonis dichoso,

pues eres tú Citerea,

y pues dispone mis glorias

la soledad de estas selvas;

y te prometo que al punto,

sin que el cristiano te vea,

a tu amada libertad

y a tu dulce patria vuelvas.

Alima ¡Calla, villano, traidor!

¡Los infames labios cierra!

Por deshacer un agravio,

¿otros mayores empiezas?

Cuando me obligas, ¿pretendes

mi infamia? Batir intentas

torres de diamante duro

con balas de blanda cera.

Pimienta Mira...

Alima ¡Qué vana porfía!

Pimienta Mas, ¡qué vana resistencia!

Alima Darán a mis justas voces

favor los troncos y fieras.

Pimienta ¡Acaba!

(Pelea con ella.)

Alima ¡Un peñasco ablandas!

Pimienta ¿Para qué tengo paciencia,

pudiendo yo ser Tereo,

si fueras tú Filomena?

¡Que, vive Dios, de cortarte,

para que en todo lo seas,

si resistes o das voces,

(Saca la daga.) con esta daga la lengua!

Alima Almas tienen estas plantas

y deidades estas selvas,

que castiguen tu delito,

y que te impidan mi afrenta.

(Salen Vanegas, Arellano y otros soldados.)

Vanegas ¡Acudid por esa parte,

soldados; que voces suenan

de una mujer afligida!

Alima El cielo escuchó mis quejas.

Arellano Moros son. ¡Daos a prisión!

Pimienta (Aparte.) (¡Triste yo! En la vil contienda

me ha cogido el General.)

Arellano ¿Es el sargento Pimienta?

Pimienta Pues, ¿quién puede ser?

Vanegas ¿Qué es esto?

Pimienta Gran desdicha ser pudiera.

¡Válgate el diablo, la galga,

y en qué me ha visto con ella!

Alima (Aparte.) (¿Que era cristiano el traidor?)

Vanegas Pues, ¿qué ha sido?

Pimienta A la frontera

de Búcar fui por espía,

como veis, por orden vuestra;

y ayer, después que escondió

Tetis en la alcoba negra

que dio tálamo a Peleo

del Sol las doradas trenzas,

topé en un monte esa mora,

cuyo cielo en su maleza,

de Atlante daba a un caballo

el oficio y la soberbia.

«¿Eres de Búcar?», me dijo.

Yo, porque la diferencia

del lenguaje no me dañe,

traza que el recato enseña,

respondo que soy de Fez;

mas húbelo dicho apenas,

cuando ofreciéndome

cuantas Midas alcanzó riquezas,

me pide que a Fez la lleve.

Yo con la inocente presa

parto a Melilla, fingiendo

que cumplo lo que desea.

Pues hoy, cuando sus colores

volvió la luz a esta fuerza,

y que era Melilla supo,

furiosa, airada y resuelta,

sacándome de la cinta

el puñal, teñir intenta

del campo las esmeraldas

con la grana de sus venas.

El enorme angelicidio

le estorbé, y la misma fuerza

que al pecho quitó los golpes,

sacó del alma las quejas.

Alima (Aparte.) (¡Qué bien desmintió su culpa!)

Vanegas Mora, no es justo que ofendas,

con aborrecer tu vida,

del cristiano la nobleza,

y más cuando a tal estima

obligan tus partes bellas,

que no has de tener de esclava

más que el nombre en nuestra tierra.

Y pues sabes que el rescate

estas desdichas abrevia,

olvídalas ya, y tu estado

con menos lágrimas cuenta.

Pimienta Pedro Vanegas de Córdoba,

que es general de esta fuerza

de Melilla, lo pregunta.

Haz relación verdadera.

Alima Heroico lustre de España,

en cuya persona juntas

la nobleza y valentía

se compiten y se ayudan,

presta a mi lengua atención,

pues que mi historia preguntas.

Conocerás la mujer

más sin dicha en la ventura.

Alima es mi nombre, Fez

mi patria, si no repugna

que lo sea la que ha sido

mi madrastra en las injurias.

Mi padre es un noble moro,

cuyo nombre es Abenyúfar,

a quien la privanza ha dado

del rey de Fez la Fortuna.

Crecí por desdicha mía

en años y en hermosura,

que con alas y con lenguas

la fama aumenta y divulga.

Entre muchos que a mi imperio

los pensamientos tributan

se mostró más abrasado

Azén, alcaide de Búcar;

pero como no pudiesen

fuertes diligencias suyas

ver jamás del pecho mío

la condición menos dura,

en violencia trocó el ruego,

la diligencia en industria,

y al poder injusto apela

de la resistencia justa.

Y así, estando yo una tarde

en un jardín, a quien hurta

pinceles la primavera

con que sus mayos dibuja,

violento rompe la puerta,

resuelto el jardín ocupa

de moros enmascarados

una bien armada turba.

Cogiéronme, y fue de suerte,

de mi desdicha y su furia,

mi turbación, que aun la voz,

de medrosa, quedó muda,

y primero vi llevarme

por entre selvas incultas,

que permitiese a los labios

el temor pedir ayuda.

Alas impuso ligeras

a los raptores la culpa,

con que en jornadas de instantes

llegaron conmigo a Búcar,

donde su alcaide ha dos meses

que cuantos más medios busca

de contrastar mi esquiveza,

más su intención dificulta;

que si antes era la mía

del todo opuesta a la suya,

¿qué será después que ha vuelto

la ofensa el rigor en furia?

Con esto emprendió por fuerza

dar efeto a su locura;

mas de ello apenas indicios

me dio su intención injusta,

cuando con rostro más fiero

que muestra la noche oscura,

de tempestades armada,

al que al golfo airado surca;

con ojos más fulminantes

que la serpiente en la gruta

cuando a las gentes de Cadmo