La metamorfosis - Franz Kafka - E-Book

La metamorfosis E-Book

Franz kafka

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Beschreibung

«Cuando se despertó tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un monstruoso bicho». Gregor Samsa, un joven viajante de comercio, amanece convertido en un insecto y, encerrado en su cuarto, asiste al lento y silencioso derrumbe de todo lo que daba sentido a su vida. Incomprendido y temido por su propia familia, se desliza hacia una existencia que desvela con crudeza lo que ocurre cuando dejamos de ser útiles, cuando ya no encajamos. ¿Qué queda de nosotros cuando ya no respondemos a las expectativas del mundo? El relato más célebre de Franz Kafka, en una nueva traducción de José Rafael Hernández Arias y con un posfacio de Lorenzo Silva. Una obra hipnótica y despiadada que condensa como pocas la angustia moderna, la deshumanización y el vértigo de no saber quiénes somos. Más de un siglo después, La metamorfosis sigue hablándonos en voz baja... y con dientes afilados.

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Seitenzahl: 121

Veröffentlichungsjahr: 2025

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LA METAMORFOSIS

 

 

Título original: Die Verwandlung

© de la traducción y prólogo: José Rafael Hernández Arias, 2025

© del posfacio: Lorenzo Silva, 2025

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: septiembre de 2025

ISBN: 979-13-87833-25-1

Diseño de colección: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Franz Kafka

LA METAMORFOSIS

Traducción y prólogo de José Rafael Hernández Arias

Posfacio de Lorenzo Silva

ÍNDICE

Cubierta

Créditos

Título

Índice

Prólogo de José Rafael Hernández Arias

La metamorfosis

Posfacio de Lorenzo Silva

PRÓLOGO

El relato La metamorfosis (Die Verwandlung), o «La transformación», como algunos prefieren traducirlo, ha cautivado a lectores durante décadas. Para desentrañar su sentido se han investigado minuciosamente todos los entresijos de su gestación, y abarcar la avalancha de interpretaciones que ha suscitado se convierte en una empresa ardua. Asombra que un texto, cuya primera edición de 1915, en la colección Der jüngste Tag de la editorial Kurt Wolff,1 contaba 72 páginas, haya desencadenado semejante interés entre el público lector y el mundo académico. El monumental estudio de Hartmut Binder dedicado exclusivamente a esta «obrita» ocupa 600 páginas.2

Gracias a la correspondencia de Kafka y a sus diarios no entraña ninguna dificultad seguir el proceso creativo del relato. En la cronología de su vida, bosquejada por el gran experto en el escritor praguense, Reiner Stach,3 leemos que el 17 de noviembre de 1912 escribe a su novia Felice Bauer que estaba en la cama, deprimido, porque no le llegaba ninguna carta y que entonces se le ocurrió la idea de la metamorfosis, obra que esperaba poder compatibilizar con el trabajo en El desaparecido. A partir de aquí se encuentran numerosas referencias al relato, manifestando el disgusto que le producía interrumpir la narración y anotando los momentos que dedicaba a escribir, sobre todo a partir de la medianoche, pues Kafka era, ante todo, un escritor nocturno.

Concluyó el relato el 6 de diciembre de 1912 y comunicó a Felice Bauer su insatisfacción con el final. Más adelante, consignará en su diario que tiene un final ilegible, imperfecto casi hasta la raíz. En cualquier caso, no debió de quedar tan descontento con el resultado, pues envió el manuscrito a Franz Blei, a Robert Musil y a Franz Werfel, quien, en una carta, le escribió: «Es usted tan puro, tan nuevo, tan independiente y consumado que en realidad habría que tratarle como si ya estuviera muerto y fuera inmortal».

Durante el periodo posterior leyó la obra a sus amistades con frecuencia. Enterado el editor Kurt Wolff de la existencia de la pieza literaria, pidió a Kafka que se la enviara, petición que le repitió con insistencia, por las dudas que albergaba el autor. Kafka le responderá que le gustaría publicarla junto con El fogonero y La condena en un solo volumen bajo el título «Hijos», ya que, según Kafka, los tres textos estaban relacionados interior y exteriormente. Entre ellos existía una conexión evidente; más aún, una conexión secreta.

¿Cuál podría ser esta conexión secreta? Son tres estudios literarios sobre la posibilidad de emanciparse del padre y de la familia, de lograr una independencia que libere de unos vínculos considerados asfixiantes y que permita llevar una vida auténtica. Y estos vínculos se conciben en términos de relaciones de poder y de lucha. Pero al mismo tiempo gravita sobre los protagonistas un sentimiento de culpa, difuso y opresivo, de origen desconocido. Para entender el relato, por lo tanto, es importante conocer el contexto biográfico de Kafka, pues él mismo declaró «yo soy mis historias». Ahora bien, este contexto, tomado en su sentido más banal, desde luego no esclarece del todo, ni mucho menos, las intenciones del autor.

Es probable que La metamorfosis sea el relato más desesperanzado y provocador de los mencionados. Sirviéndose de la fábula animal, de rancia raigambre en la literatura y, como ha destacado Karl Grözinger,4frecuente en muchos textos cabalísticos para expresar el tema de la expiación y la culpa, Kafka expresa el sentimiento de exclusión social y de falta de perspectivas vitales. Recordemos también la tradición judía del Gilgul, de la transmigración de las almas como castigo a un comportamiento inmoral. En los tres relatos parece emitirse una sentencia por la cual se castiga el hecho de que el protagonista haya traicionado sus propias inclinaciones existenciales.

Cuando Gregor Samsa despierta una mañana, convertido en una suerte de escarabajo (algunos lo identifi-can con una cucaracha; Vladimir Nabokov, en su Curso de literatura europea,5 se inclina por el coleóptero, pero con ojos humanos), se limita a plantear hipótesis causales que sorprenden por su aparente desconocimiento del fenómeno inaudito que le ha acontecido. La metamorfosis se produce durante el sueño, y es precisamente el sueño uno de los temas recurrentes en Kafka que ofrece otra de las claves del relato. En un pasaje suprimido del primer capítulo de El proceso, se encuentra la siguiente reflexión: «Es curioso», dice Josef K., «que cuando uno se despierta temprano encuentra todo, al menos en general, en el mismo sitio en que quedó por la noche». Se requiere, continúa diciendo, una infinita presencia de ánimo, o más bien un ingenio pronto, para poder captar todo lo que está ahí cuando abres los ojos, en el mismo lugar donde lo dejaste por la noche. «Por eso», concluye, «el momento del despertar es el más arriesgado del día; una vez superado sin haber sido desplazado de tu lugar, se puede uno quedar aliviado para el resto de la jornada».

Al sueño le es inherente una faceta subversiva de la que Kafka era consciente, de ahí su fascinación por los sueños, que se vislumbra en el carácter onírico de sus personajes y en los paisajes y ambientes en que se mueven.6

Esto no quiere decir que la obra de Kafka sea susceptible de interpretaciones freudianas. El mismo Kafka rechazó esta aproximación y manifestó su rechazo del psicoanálisis. En cualquier caso, la furia hermenéutica ha intentado destripar y descomponer el relato con tal contundencia que comprendemos al Kafka de diecinueve años cuando dijo, refiriéndose a la filología germánica, que debería arder en los infiernos. Cierto es que el relato de Kafka sigue resistiéndose a cualquier interpretación dogmática y cada lector saca sus propias conclusiones, fascinado por su fuerza narrativa. Tal vez, para entender el relato, fuera más provechoso recurrir a las influencias confesadas por el mismo Kafka, que cita a Flaubert, Kleist y Dostoyevski como sus parientes sanguíneos, y agregar a Kierkegaard y a Grillparzer, así como ciertas tradiciones judías, hoy muy desconocidas, pero que inspiran claramente varios motivos kafkianos.

Hay que añadir que la fascinación que ejerce el relato de Kafka no obedece exclusivamente a la excentricidad enigmática del argumento: un viajante de comercio que se convierte en un escarabajo y cuya conversión incide a su vez en una transformación positiva de la familia. Es el fruto de la obsesión perfeccionista de Kafka, que deja de lado cualquier preciosismo y emplea una prosa depuradísima, hipnótica, que toma como referente el lenguaje científico y jurídico. No sé si, como dijo Nabokov, Kafka es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. O si a su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola. Lo que sí queda claro es que nadie había escrito como Kafka y nadie lo ha vuelto a hacer después de su muerte. Y no me refiero a una imitación, sino a alcanzar sus cotas de pureza lingüística, de precisión y, sí, también de frialdad.

La primera traducción al español de La metamorfosis vio la luz en 1925, en la Revista de Occidente, en dos entregas correspondientes a los meses de junio y julio, como ha recogido Paz Gago en un artículo en la misma revista de junio de 2024.7

Sorprende, indudablemente, la precocidad con que se tradujo este texto al español, pues se adelantó en tres años a la traducción francesa y doce años a la inglesa. El hecho de que la versión de la Revista de Occidente se publicara anónima desató toda índole de rumores y atribuciones. Jorge Luis Borges fue uno de los candidatos de más solvencia. Pero si al principio el autor argentino calló al respecto, pareciendo constatar la atribución, después confesó que no era el autor de esa versión, pero sí de la traducción de otros relatos kafkianos como Un artista del hambre, Un artista del trapecio o La muralla china. Para negar la atribución, adujo que la obra de Kafka se titulaba Die Verwandlung y no «Die Metamorphose», por lo que él habría sabido que la traducción correcta tenía que ser «La transformación», no como la traducción francesa que se había decantado por La metamorphose, en clara alusión a las Metamorfosis de Ovidio.

Jorge Luis Borges ignora que la traducción española, con el título La metamorfosis, se había adelantado a la francesa. Paz Gago llega a la conclusión, bien fundamentada, de que el traductor del texto no pudo ser otro que Ramón María Tenreiro, traductor avezado de autores como Goethe, Hebbel o Stefan Zweig que gozaba de una gran reputación y estaba al tanto de las novedades literarias europeas. En cualquier caso, en los últimos tiempos se ha preferido, siguiendo la reprimenda borgiana, retraducir el título por «La transformación», en un arranque de revancha filológica algo petulante, pues la metamorfosis, al fin y al cabo, se define como la transformación de una cosa en otra o, figuradamente, mudanza que hace una persona o cosa de un estado a otro. El arraigo del título La metamorfosis y la clara faceta zoológica que incluye tampoco son factores desdeñables.

JOSÉ RAFAEL HERNÁNDEZ ARIAS

 

1 El texto se había publicado con anterioridad en la revista Die weissen Blätter.

2 Hartmut Binder, «Kafkas Verwandlung». Entstehung. Deutung. Wirkung, Stroemfeld Verlag, 2004.

3 Reiner Stach, Kafka von Tag zu Tag. Dokumentation aller Briefe, Tagebücher und Ereignisse, Fischer, 2018.

4 Karl Erich Grözinger, Kafka und die Kabbala. Das Jüdische im Werk und Denken von Franz Kafka, Fischer, 1994.

5 Vladimir Nabokov, Curso de literatura europea, Libro Amigo, 1987.

6 Vid. Franz Kafka, Aforismos, visiones, sueños, Valdemar, 2024.

7 José María Paz Gago, «Primera traducción de un texto de Kafka a una lengua extranjera: La metamorfosis de Revista de Occidente», en Revista de Occidente, junio, 2024, págs. 59-68.

LA METAMORFOSIS

I

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un monstruoso bicho. Yacía sobre el duro caparazón de su espalda y, si levantaba un poco la cabeza, podía ver su vientre abombado y marrón, dividido por durezas arqueadas, a cuya altura apenas podía mantenerse la colcha, a punto de deslizarse hacia abajo. Sus numerosas patas, lamentablemente delgadas en comparación con el tamaño habitual de sus piernas, vibraban impotentes ante sus ojos.

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No había sido un sueño. Su habitación, una habitación humana real, tan solo algo demasiado pequeña, aparecía tranquila entre las cuatro paredes habituales. Sobre la mesa, encima de la cual había un muestrario de telas abierto (Samsa era viajante de comercio), colgaba una foto que había recortado recientemente de una revista ilustrada y colocado en un bonito marco dorado. Mostraba a una señora con un sombrero de piel y una boa también de piel, sentada erguida, que alzaba hacia el espectador un pesado manguito, asimismo de piel, que cubría todo el antebrazo.

Gregor volvió entonces la mirada hacia la ventana y el día nublado (se oían las gotas de lluvia repiqueteando en el cristal) le puso muy melancólico. «¿Qué tal si duermo un poco más y me olvido de todas estas tonterías?», pensó, pero eso era completamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir sobre su lado derecho y su estado actual no le permitía adoptar esa postura. Por mucha que fuera la fuerza con la que se lanzara sobre su lado derecho, siempre se balanceaba y volvía a quedar de espaldas. Lo intentó probablemente cien veces, cerró los ojos para no tener que ver sus patas agitadas, y solo cesó cuando empezó a sentir en el costadoun dolor leve y punzante que nuncahabíasentido.

«Ay, Dios», pensó, «¡qué profesión tan agotadora he elegido! Un día sí y otro también de viaje. La preocupación por el negocio es mucho peor fuera que en la oficina, aquí en casa, y encima tengo que sobrellevar la carga de los viajes: las conexiones de tren, la mala comida y a horas irregulares, el trato humano que cambia de continuo, que no dura mucho y que nunca se vuelve cordial. ¡Que se lo lleve todo el diablo!». Sintió un ligero picor en la parte superior del estómago; lentamente se desplazó de espaldas hacia el poste de la cama para poder levantar mejor la cabeza; encontró el lugar que le picaba, que estaba cubierto de muchos pequeños puntos blancos que no sabía cómo juzgar; y quiso palpar el lugar con una pierna, pero inmediatamente la retiró porque el contacto le produjo escalofríos.

Se deslizó hasta recobrar su posición anterior. «Levantarse tan temprano», pensó, «le entontece a uno por completo. El hombre debe dormir lo que necesita. Otros viajantes viven como las mujeres de un harén. Por ejemplo, cuando por la mañana vuelvo a la pensión para anotar los pedidos, esos señores están sentados desayunando. Si le propusiera algo parecido a mi jefe, acabaría de patitas en la calle. Por cierto, quién sabe si eso no sería lo más conveniente para mí. Si no hubiese sido por mis padres, habría renunciado hace mucho tiempo, me habría presentado ante el jefe y le habría dicho lo que opino desde el fondo de mi corazón. ¡Se habría caído del escritorio! Ya es raro sentarse en la mesa de despacho y hablar con el empleado desde arriba, que también tiene que acercarse mucho debido a la dureza de oído del jefe. Pero bueno, aún no he perdido del todo la esperanza; en cuanto tenga el dinero para pagarle la deuda que mis padres tienen con él (probablemente tomará otros cinco o seis años), desde luego que lo haré. Entonces se producirá la gran cesura. Por ahora, sin embargo, tengo que levantarme porque mi tren sale a las cinco».

Y miró el despertador que hacía tictac sobre el baúl. «¡Dios mío!», pensó. Eran las seis y media y las manecillas avanzaban silenciosamente, ya eran casi menos cuarto. ¿No debería haber sonado el despertador? Desde la cama se podía ver que, efectivamente, estaba puesto