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En un tiempo marcado por la guerra civil española y la postguerra, las tensiones políticas y los conflictos sociales, Juan Buganvilla emerge como un símbolo de la lucha, la dignidad y la resistencia. Nacido en una tierra asolada por la guerra y la división, Juan es un hombre sencillo y profundamente humano, incapaz de comprender las patrias divididas y las doctrinas enfrentadas. A través de su vida, marcada por el amor, el desarraigo y el sacrificio, Juan Buganvilla se convierte en una figura emblemática de aquellos que, aun en tiempos de odio y represión, se aferran a su inocencia y sus ideales. Con una prosa poética y evocadora, Emilio González Déniz nos transporta a la España del siglo XX, donde la historia de Buganvilla se entrelaza con los destinos de una nación fracturada. Inspirada en hechos reales y personajes inolvidables, La mitad de un credo es una reflexión sobre la justicia, la memoria y la inevitable conexión entre el pasado y el presente.
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Seitenzahl: 164
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Emilio González Déniz (Gran Canaria, 1951) ha combinado una dilatada vida docente como profesor de lengua y literatura y una incesante actividad como escritor, con un corpus literario de varias docenas de títulos en distintos géneros literarios y periodísticos, aunque es, ante todo, un novelista, con obras como Bolero para una mujer (1984), El llano amarillo (1985), Bastardos de Bardinia (1990), Sahara (1995), Hotel Madrid (2000), El rey perdido (2006), El tren delantero (2016) o El reloj de Clío (2020), entre otros.
Está en posesión de premios literarios como el Pérez Galdós o el Ángel Guerra y acredita una larga trayectoria en congresos, conferencias y una vasta participación en suplementos, revistas literarias y especialmente en el periódico Canarias7 de Las Palmas de GC, en el que ha desarrollado una intensa actividad como columnista o con las entregas semanales de Crónicas del salitre, un recorrido novelado por el siglo XX visto desde Canarias, recogido posteriormente en libro.
Cultiva también el teatro y la literatura infantil y juvenil. Como poeta publicó, en 2014, el poemario Mariposas imposibles. La mitad de un Credo es una de sus novelas-fetiche, que fue publicada por primera vez en 1989.
En un tiempo marcado por la guerra civil española y la posguerra, las tensiones políticas y los conflictos sociales, Juan Buganvilla emerge como un símbolo de la lucha, la dignidad y la resistencia. Nacido en una tierra asolada por la guerra y la división, Juan es un hombre sencillo y profundamente humano, incapaz de comprender las patrias divididas y las doctrinas enfrentadas. A través de su vida, marcada por el amor, el desarraigo y el sacrificio, Juan Buganvilla se convierte en una figura emblemática de aquellos que, aun en tiempos de odio y represión, se aferran a su inocencia y sus ideales.
Con una prosa poética y evocadora, Emilio González Déniz nos transporta a la España del siglo XX, donde la historia de Buganvilla se entrelaza con los destinos de una nación fracturada. Inspirada en hechos reales y personajes inolvidables, La mitad de un Credo es una reflexión sobre la justicia, la memoria y la inevitable conexión entre el pasado y el presente.
La mitad de un Credo
La mitad de un Credo
EMILIO GONZÁLEZ DÉNIZ
Primera edición: febrero de 2025
Para Josep Forment, siempre con nosotros
Publicado por:
EDITORIAL ALREVÉS, S.L.
C/ Torrent de l’Olla, 119, Local
08012 Barcelona
www.alreveseditorial.com
© Emilio González Déniz, 1989
© de la presente edición, 2025, Editorial Alrevés, S.L.
ISBN: 978-84-19615-79-4
DL B 20207-2024
Producción del ePub: booqlab
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del «Copyright», la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
Para Isabel y Acaimo
Para el poeta Agustín Millares Sall, que me mandó escribir esta novela
En memoria de Juan García «El Corredera»
Es hora de abrir el reposo, el sepulcro del claro bandido,
y romper el olvido oxidado que ahora lo encierra.
PABLO NERUDA,
Fulgor y muerte de Joaquín Murieta
La película de John Ford titulada El hombre que mató a Liberty Valance explica a la perfección el valor de la leyenda frente a la historia real en el viejo far west. Un anciano senador Ransom Stoddard, protagonizado de forma magistral por James Stewart, le cuenta a un periodista la razón de su viaje a su inolvidable pasado: asistir con su mujer a rendir honores y memoria a su amigo de toda la vida Tom Doniphon, encarnado en la película por otra leyenda inolvidable del cine, John Wayne. La historia que el senador le cuenta al periodista es colosal y el guion cinematográfico es una maravilla artística. Pero vamos al final de esa misma historia. Cuando el periodista le pregunta entonces al senador Stoddard por quién mató en realidad a Liberty Valance, el hombre viejo le responde con la mayor sabiduría: «Ay, amigo!, en el viejo Oeste lo que queda de la historia es la leyenda».
Muchas veces la historia de una realidad cualquiera se transforma con el paso del tiempo con la leyenda que prevalece sobre la realidad en el recuerdo de la gente, en el viejo Oeste o en cualquier parte. Y eso es lo que sucedió también en un pequeño pueblo del sur de la isla de Gran Canaria, en aquellos tiempos oscuros de finales de los años cincuenta del siglo pasado, durante una de las épocas más duras y repugnantes de la dictadura del general Franco con la historia de Juan García, alias Corredera, cuya historia real y leyenda inmediata se convirtió en materia literaria para poetas y novelista.
En estas líneas escritas no voy a contar la historia del Corredera porque ya está escrita y relatada —la historia y la leyenda— por periodistas, novelistas y poetas, en baladas líricas y en trágicos relatos que describen la aventura fatal de Juan García. Entre esas novelas encontramos la mejor de ellas: La mitad de un Credo, de Emilio González Déniz, publicada en primera edición en octubre de 1989 en Las Palmas de Gran Canaria. «¿Todavía no han ajusticiado a ese canalla?», exclamó el general Franco, indignado, cuando recibió un telegrama desde el Vaticano donde el papa Montini, Pablo VI, le pedía clemencia para Juan García, Corredera, condenado a muerte en consejo de guerra. La pregunta de Franco era una orden que debía cumplirse de inmediato sin demorarse más tiempo. Pero esa pregunta no está en los libros de historia sino en la leyenda, y es lo que prevalece al día de hoy, cuando pareciera que tanto una como otra, la historia y la leyenda, se han ido diluyendo sobre la memoria de Canarias hasta quedar flotando en el aire de las islas como un episodio de las élites isleñas de las nuevas generaciones, tan propicias a cultivar y celebrar su propia ignorancia como una de las bellas artes.
«Ahora ya puedo morirme en paz», dijo el general Franco tras recibir el telegrama de bendición del propio papa Montini, una bendición papal que se había hecho esperar en el Palacio del Pardo mucho más tiempo del deseado por el insaciable dictador, católico a machamartillo y sin fisuras, creyente en que Dios lo había elegido para su carroñera tarea histórica en España. Esta secuencia de la historia forma parte también de la leyenda y se ha desparramado en cientos de artículos periodísticos y comentarios en prensa, radio y televisión a lo largo de toda nuestra época y nuestra memoria. ¿Quería el papa Montini, haciendo desesperar a Franco a la espera de su telegrama de bendición, recordarle su telegrama de petición papal pidiendo clemencia para Juan García Corredera, que fue respondido al Vaticano con un silencio absoluto? Queda a la libre interpretación de todo aquel que le interesa esta historia y su leyenda.
La mitad de un Credo es una novela que impresiona al lector en cada página. Primero porque tengo para mí, y es solo una intuición o una sospecha intelectual, que el novelista González Déniz escribe sus novelas con el cuidado profundo que desvela que el propio novelista que cuenta el relato literario lo escribe para él. Es decir, que cuando escribe se ve como el único lector de la novela, y mientras la escribe la está leyendo: él mismo es escritor y lector único. No hay ninguna otra censura más que la de su talento y su conciencia.
Los otros lectores no existen, no son obstáculo ni destinatarios para el escritor mientras escribe. Si vienen, vendrán después, cuando se publique el texto literario, pero mientras el novelista está escribiendo su novela, son solo fantasmas que sobrevuelan la mente del escritor, aunque no le suponen desvelo alguno a la hora de sacar de la historia la leyenda de la novela. Tengo la sospecha de que González Déniz, novelista de sólida y profunda vocación intelectual y literaria, inventa sus novelas para enfrentarse él mismo a esas historias y leyendas lacerantes que se han convertido en obsesiones para el escritor.
La mitad de un Credo eleva, todavía más, la tragedia del Corredera a categoría de leyenda de larga memoria en la historia del franquismo en Canarias. Los hechos que dieron lugar a esa tragedia se remontan a los tiempos de la guerra civil en Telde, pueblo del sur de la isla, y la historia del Corredera, que cuenta la novela de González Déniz, sigue paso a paso el proceso de la tragedia y el paso del tiempo por la penosa vida de un «huido» de la guerra, Corredera, que vive escondido en las medianías de su pueblo de Telde, mientras la gente del pueblo dice y repite que se ha escapado a Venezuela como polizón hace ya muchos años. Esta es una historia dentro de la historia, una leyenda dentro de la leyenda, que el novelista registra en su relato con una seriedad de conciencia y una claridad admirables: todos en el pueblo saben dónde está Corredera, que incluso baja a las calles del pueblo a ver a algunos de sus amigos; todo el mundo lo sabe, pero nadie lo dice; todo el mundo dice que Corredera está en Venezuela desde hace años. El pueblo crea la leyenda, la repite de boca en boca y esa es la verdad durante mucho tiempo. Hasta que un error del propio Corredera hace que muchos años después caiga en manos de los esbirros de la dictadura y es condenado, y asesinado muchos años después de los hechos por aquella justicia infernal de Franco, en el trágico teatrillo de un consejo de guerra. Por eso en la historia, la leyenda y la novela, el abogado de Corredera, entonces un joven de veintisiete años, es uno de los principales personajes de La mitad de un Credo junto al protagonista central de la novela.
La prosa narrativa de González Déniz en La mitad de un Credo recuerda, a los lectores literarios que estamos avisados de las literaturas en nuestra lengua española, la prosa utilizada por García Márquez para Crónica de una muerte anunciada. El estilo de la frase empleada por González Déniz remite a la de la novela de García Márquez sobre el asesinato de Santiago Nasar. Es un estilo que va utilizando poco a poco todos los procedimientos narrativos que el autor conoce a la perfección y que consigue «atrapar al lector» (aunque no me gusta nada la expresión) desde la primera a la última página del relato. De eso también trata la literatura una vez publicada: de conseguir que el lector quede atrapado en la tela de araña que, en el fondo, significa la lectura literaria.
Los personajes de la novela, a diferencia de esa torpe manía de tantos novelistas de hoy de hacer hablar a todos de igual manera en los diálogos y en los monólogos mentales, tienen cada uno su voz propia. La voz los diferencia, los sitúa, los hace cercanos para el lector, los incluye vivos sobre el escenario del relato. En la crónica de esta tragedia, los personajes giran alrededor del protagonista como en la tragedia clásica griega: son un coro, y ellos coreutas importantísimos, dentro de la historia y a través del relato, cada uno con su voz, la voz que los concreta como acabo de afirmar; cada uno ocupa su lugar, sin salirse de la marca; cada uno sabe su papel, el que le ha designado el novelista previamente a ser inventado para la literatura; y cada uno cumple con él.
La frase es la unidad literaria de La mitad de un Credo, fundamentalmente la frase corta, que centra, advierte y consagra los hechos con una nitidez propia de una magistral concepción del género literario de la novela. La frase de González Déniz en esta novela transmite (consagra y ata) el relato y lo hace lúcido y ordenado; lúcido y fluido, de modo que el relato corre por la mente del lector atento como un cuento narrado de viva voz por una verdad, la del narrador, la del novelista, la de la propia narración literaria; de ahí las descripciones de la tierra, los dibujos de los sentimientos y caracteres de los personajes, hombres y mujeres, los caminos derechos y torcidos de las historias.
La lectura, lenta y reposada de La mitad de un Credo me ha hecho recordar en profundidad y de manera muy cercana los otros tiempos de mi vida en el franquismo. Sepan ustedes que el personaje real del abogado del Corredera en su consejo de guerra, cuando tenía tan solo veintisiete años, Alfonso Calzada Fiol, fue muchos años después, en 1970, mi propio abogado en el consejo de guerra al que fui sometido, siendo civil, y condenado por el franquismo. Nuestra amistad duró unos años y entonces llegó a límites de profunda complicidad, de modo que, en nuestras conversaciones, la historia y la leyenda del Corredera eran cotidianas y llenas de matices que fueron, a mí también, obsesionándome por escribir una historia sobre el caso. Lo hice y la publiqué en 1976, ya muerto Franco, en Plaza y Janés con el título de Estado de coma, que tuvo a lo largo de estos años varias exitosas ediciones (hasta cuatro, que yo recuerde).
Para terminar estos comentarios que abren esta edición de La mitad de un Credo, gran título, confieso que he cotejado los textos de la novela de González Déniz con Estado de coma. La de González Déniz es infinitamente mejor, desde todos los puntos de vista; a mi novela, que es también una novela primeriza, de un joven y ambicioso novelista, en esos momentos encerrado en el juguete maldito de un proceso militar en plena dictadura franquista; La mitad de un Credo es muy superior, porque esa novela de González Déniz es relato maduro y pleno, escrito por un novelista que es dueño de su propia personalidad como escritor: sosegada escritura, firme narración. Como decía Henry James, para ser novelista hay que tener una voluntad de hierro. Esa característica, la voluntad de hierro, la posee González Déniz en toda su propiedad, producto él mismo del esfuerzo y la resistencia por vivir en circunstancias negativas. Y La mitad de un Credo da sobrada constancia de cuanto acabo de escribir. Lean la novela con sosiego, deleitándose en la historia, acariciando la leyenda, reconociendo a los personajes, su conciencia y sus sentimientos. Son seres vivos, que viven en la novela, como ustedes, lectores, como yo mismo, lector que admira al escritor de La mitad de un Credo y sus otras catorce novelas, crónicas todas de una realidad que ya no existe.
J. J. ARMAS MARCELO
Madrid, Septiembre de 2024
I
Por sencillo, Juan era singular. Antes de que empezaran a llamarlo Buganvilla, nada en él indicaba que estuviera sostenido por aquella socrática fuerza interior, que poseyera la constancia de Lope de Aguirre o que guardase la furia vengativa de Murieta. Empezó a crecer entre las lenguas ansiosas veinte años antes de que una tuerca maldita le rompiera el cuello en la mitad de un Credo. No siempre el valor es hombría; en él sí. No siempre la inocencia es sencilla; Juan era inocente. No siempre los juanes son llanos; Buganvilla sí. Lo que de común tenía con la gente se encerraba en su sangre firme, caliente y mansa a la vez. El día que lo mataron, las buganvillas perdieron su ojal más constante, acaso la única solapa con dignidad que sobrevivía entonces. Otros ojales dignos había, pero sin tanto amor por las buganvillas; y otros hubo, pero habían sido cerrados por el miedo o asesinados por las patrias, que entonces, dicen, había dos.
Nació Buganvilla cara al viento del norte. Creció entre la fiebre que urde una guerra sin remedio, y vino a morir cuando veinte años habían sepultado las trincheras. Aquella sangre falsamente inevitable hizo que Juan aprendiera a usar la parquedad, el silencio y la ironía como defensa, amenaza y arma certera. Hasta aquella terrible jornada —odio, julio y pólvora—, nadie lo había visto dar muestras de valor o cobardía. En su espalda se dibujaban los mil racimos que arrancó al platanar, las incontables piedras deshechas por él en gravas, los inacabables días de miedo; todo, incluso las serenatas sin licencia del alguacil. Bebió su juventud con caña amelazada en trapiches casi antillanos y fumó la miseria en cachimbas de picadura virginia que para él tenían el valor de aromáticas pipas inglesas. Vivió a golpes de mandarria y murió evangélicamente a hierro.
De todos los hombres y mujeres que lo amaron, y de aquellos que aun despreciándolo no quisieron mancharse las manos con su sangre. Acaso fueran muchos los que al suplicar su indulto solo desearan limpiar su conciencia. El pueblo que calladamente velaba, los guardias que lloraban mientras lo conducían a la muerte, el verdugo sollozante que hizo girar la tuerca del garrote y los altos dignatarios que se humillaron por él, fueron incapaces de reunir todos juntos la fuerza o el valor necesarios para hurtar la muerte a un hombre tan sencillo, tan llano, tan inocente como Juan. Tal vez solo durmió el sueño completo el General de Piedra, el mismo que jugando a Dios tenía en sus manos la vida de Buganvilla; y no se despertaría porque su sueño, como su corazón, era de piedra. Todos lloraban, algunos suplicaron, muchos conspiraron, pero ninguno tuvo el coraje de alzarse en la ira de los mansos.
Por eso, cuando aquella noche de octubre Juan esperaba un amanecer que no vería, todos esperamos con él porque sabíamos que Juan éramos todos. La guerra que veinte años después de que fuera signado su definitivo parte militar convertía a Juan en su último muerto nunca fue entendida por Buganvilla. Su sencillez no le permitía comprender que hubiera dos doctrinas y dos patrias. Aquella guerra se presentó como un enigma ante un hombre sencillo; Juan estaba incapacitado para entender la muerte, solo sabía vivir.
II