4,99 €
La mujer perfecta Gracias a una increíble apuesta en una partida de póker, Reese Sinclair ganó... ¡una mujer! Aquellas dos semanas en el restaurante de Sinclair eran demasiado para una princesita como Sydney. Ni siquiera alguien tan deliciosamente exasperante como ella podría conseguir que Reese se replanteara su preciada soltería. Aun así, el deseo que sentían el uno por el otro era cada vez mayor. Una sola noche de pasión hizo que Reese perdiera por completo el control de la situación y lo dejó con un irreprimible deseo por ella... ¿Qué iba a hacer el atractivo soltero cuando la apuesta llegara a su fin? Podría simplemente recoger sus cartas y olvidarlo todo o... cambiar de vida y pedirle que se casara con él... Creer en el amor Gabe Moretti llevaba toda la vida intentando conseguir un collar de diamantes que era su único legado. Al reencontrarse con Kat Malloy, prima de su difunta esposa, al fin se le presentó la oportunidad de conseguir su objetivo. Kat le propuso un trato de negocios: fingir un noviazgo a cambio del collar que la madre de Gabe había diseñado. Pero, una vez puesta en marcha la farsa, un beso llevó a otro y Gabe se dio cuenta de que la relación estaba yéndosele de las manos. Además, Kat tenía secretos que él quería desvelar.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 339
Veröffentlichungsjahr: 2025
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid www.harlequiniberica.com
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 562 - abril 2025
© 2011 Day Totton Smith La mujer perfecta Título original: Nothing Short of Perfect
© 2012 Day Totton Smith Creer en el amor Título original: Becoming Dante Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproduc ción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-562-9
Créditos
La mujer perfecta
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Creer en el amor
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro...
–¿Me oye, señor? ¿Nos puede decir su nombre? El dolor lo atenazaba. La cabeza. El brazo. El pecho. Algo le había ocurrido, pero no comprendía de qué se trataba. Sentía movimiento y oyó una sirena. ¿Acaso…? ¿Estaba en una ambulancia?
–Señor, ¿cuál es su nombre?
–St. John. Jus… Jus…
Las palabras se le escaparon entre los labios. Sonaban extrañas a sus oídos. Por alguna razón, le resultaba imposible coordinar la boca y la lengua lo suficientemente bien como para poder pronunciar su nombre de pila, lo que le obligó a conformarse con el diminutivo.
–Jus St. John. ¿Qué…?
El hombre que le había preguntado su nombre pareció entender lo que él quería decir.
–Ha sufrido un accidente de automóvil, señor St. John. Está usted en una ambulancia y lo llevamos en este momento al hospital para que puedan tratarle las lesiones.
–Un momento –dijo otra voz de una mujer. Resultaba tranquilizadora–. ¿Ha dicho St. John? ¿Justice St. John? ¿El verdadero Justice St. John?
–¿Conoces a este hombre?
–He oído hablar de él. Es un famoso inventor. Robótica. Dirige una empresa llamada Sinjin. Es una especie de ermitaño. Su fortuna se calcula en miles de millones de dólares.
El hombre lanzó una maldición.
–Eso significa que si no sale adelante, adivina quién se va a llevar la culpa. Es mejor que llamemos a la supervisora y la alertemos de que tenemos a un famoso en la ambulancia. Ella querrá adelantarse al circo mediático.
Alguien hizo otra pregunta. Preguntas interminables. ¿Por qué diablos no lo dejaban en paz?
–¿Tiene alguna alergia, señor St. John? –insistió la voz. Siguió hablando en voz más alta–. ¿Algún problema de salud que deberíamos conocer?
–No. No me puedo mover.
–Lo hemos inmovilizado como precaución, señor St. John –dijo la voz tranquilizadora–. Por eso no se puede mover.
–Tiene la tensión muy baja. Tenemos que estabilizarlo. Señor St. John, ¿se acuerda de cómo ocurrió el accidente?
Por supuesto que se acordaba. Un conductor iba hablando o escribiendo un mensaje con su teléfono móvil cuando perdió el control del coche. Dios, sentía tanto dolor… Abrió un ojo. El mundo se mostró en un remolino de color y movimiento. Una fuerte luz lo obligó a cerrarlo y a apartar la cara.
–Basta ya, maldita sea –gruñó. Su voz sonó mucho más fuerte.
–Las pupilas reaccionan. Ya tiene la vía puesta. Repetid las constantes vitales. Decidle a la supervisora que vamos a necesitar a un neurólogo. A ver si puede ser Forrest. No hay que correr ningún riesgo. Señor St. John, ¿me oye?
Justice volvió a soltar una maldición.
–Deje de gritar, por el amor de Dios.
–Lo llevamos a usted al Lost Valley Memorial Hospital. ¿Hay alguien a quien podamos avisar de lo que le ha ocurrido a usted?
Pretorius. Su tío. Podrían llamar a su tío. Necesitarían que él les diera el número de teléfono, pero el dolor que sentía en aquellos momentos le impediría hacerlo. Trató de explicar el problema, pero parecía que, una vez más, la lengua se negaba a pronunciar las palabras.
En ese momento, Justice se dio cuenta de que, aunque él pudiera explicarse, su tío no acudiría. No era que él no quisiera. De hecho, le desesperaría no hacerlo, pero, al igual que el impenetrable muro que impedía que Justice les diera a sus rescatadores el número de teléfono, una barrera igual de insoldable le impediría a Pretorius salir de su casa. El miedo era imposible de superar.
Entonces, comprendió que no tenía a nadie. Nadie a quien le importara si vivía o moría. Nadie que pudiera ocuparse de su tío si él no sobrevivía. Nadie que trasmitiera su legado a las generaciones posteriores. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿Por qué había permitido él que ocurriera? ¿En qué momento se había aislado?
Había vivido en un completo aislamiento desde hacía algunos años. Se había mantenido al margen de todo vínculo emocional por el dolor que la vida solía proporcionar. Eso significaba que moriría solo, que nadie, a excepción de los que lo respetaban en su faceta profesional, lloraría su perdida. Había deseado mantenerse apartado del resto del mundo. Anhelaba la soledad. Quería que todos lo dejaran en paz y lo había conseguido. Pero, ¿a qué precio? Por fin lo veía muy claramente. Año tras año, invierno tras invierno, una nueva capa de hielo había ido recubriendo su corazón y su alma hasta el punto de que ya no creía que pudiera calentarlo nunca más.
Hacía algún tiempo había conocido la primavera, la calidez de un día de verano y el amor de una mujer. ¿Mujer? En realidad no había sido más que una niña, una muchacha cuyo nombre había tratado de enterrar profundamente en su pensamiento para olvidarlo de una vez por todas, pero que, a pesar de sus esfuerzos, se había marcado con fuego en cada una de las fibras de su ser. Daisy. Ella era la que le había demostrado de una vez por todas que los sentimientos eran un mal innecesario. ¿Y en qué se había convertido él?
–Señor St. John. ¿Podría darnos el nombre de alguien a quien debamos notificar lo sucedido?
–No.
Admitió la dolorosa verdad y permitió que la inconsciencia volviera a reclamarlo, que los dolorosos recuerdos lo transportaran a un lugar oscuro y nebuloso.
No había nadie.
–¿Cuál es el resultado de tu última búsqueda por ordenador? –preguntó Justice.
Pretorius hizo un gesto de desaprobación y miró la pantalla a través de las gafas de pasta negra que llevaba veinte años utilizando.
–Basándome en los parámetros que me has dado, he encontrado media docena de posibilidades que marcan una probabilidad igual o superior al ochenta por ciento.
–Vaya, ¿nada más?
–Tenemos suerte de haber encontrado esa media docena de mujeres teniendo en cuenta tu lista de requerimientos. A ver, ¿por qué nadie con cabello negro? ¿A qué viene eso?
Justice apretó los labios. No tenía intención alguna de explicar sus prerrequisitos y mucho menos aquél en particular.
–Bueno, si tengo que elegir entre seis, supongo que tendré que conformarme.
–¿Conformarte? –exclamó Pretorius mientras hacía girar su silla rápidamente y observaba escandalizado a su sobrino–. ¿Acaso estás loco? Estás hablando de la futura señora Sinjin, S.L. Justice, ¿estás seguro de que quieres pasar por esto?
–Segurísimo.
–Es por ese accidente de coche, ¿verdad? Te ha causado mucho más que una simple pérdida de memoria, ¿verdad? Te ha cambiado. Ha cambiado tu modo de ver el mundo.
Justice se ocultó tras una gélida fachada que siempre le ayudaba a deshacerse hasta de los más insistentes, pero que ni siquiera lograba intimidar a su tío. Maldita sea. Hubiera hecho cualquier cosa por evitar aquella conversación.
Sin responder, tomó entre sus manos una esfera de plata que consistía en pequeñas secciones que se entrelazaban las unas con las otras. Cada una de esas secciones llevaba grabado un símbolo matemático. Era uno de sus inventos, que aún no había sido comercializado. Lo llamaba Rumi, abreviatura de rumiar, dado que lo utilizaba siempre que necesitaba encontrar la solución a un problema, algo que ocurría con mucha frecuencia.
–No puedes evitar esta conversación, Justice. Si quieres seguir adelante con tu plan, me merezco la verdad –insistió Pretorius.
–Lo sé.
Los dedos de Justice se movían incansablemente por encima de la superficie del Rumi, apretando y tirando de los segmentos hasta que transformó la esfera en un cilindro. En vez de resultar algo suave y bien formado, tenía un aspecto desgajado y sus símbolos se presentaban sumidos en el caos. Últimamente las formas siempre eran caóticas. Llevaban siéndolo más de un año, desde unos seis meses antes del accidente.
Cambió de tema con la esperanza de distraer a su tío.
–¿Estarán todas las mujeres en el simposio «Ingeniería para el Próximo Milenio»?
–Me he asegurado de ello.
–Excelente.
–Ahora, dime la verdad, muchacho. ¿Por qué estás haciendo esto?
Justice negó con la cabeza. No estaba seguro de poder expresarlo con palabras. Trató de realizar una nueva forma con el Rumi mientras se esforzaba por explicar lo que había comprendido después de su accidente. ¿Cómo podía explicar el vacío en el que se había convertido su vida a lo largo de los últimos años? No recordaba la última vez que había sentido algo, tanto si era ira, felicidad. Algo. Lo que fuera.
A cada día que pasaba, sus sentimientos, el empuje por inventar e incluso su ambición se habían ido congelando. A cada minuto que pasaba, todo lo que lo convertía en un ser humano normal había ido desapareciendo. Arrojó el Rumi sobre la mesa frustrado por la negativa del objeto a convertirse en una forma de corte limpio y funcional.
–Es simplemente algo que necesito que tú aceptes –dijo Justice por fin–. Por mi bien.
–Llama y cancélalo antes de que hagas algo de lo que nos arrepintamos los dos.
–No puedo. Soy el orador principal.
–¿Y qué diablos se supone que vas a decir tú sobre la ingeniería del próximo milenio? Estamos hablando de mil años, maldita sea. Es imposible predecir incluso si el ser humano seguirá existiendo dentro de mil años, con lo que más difícil resulta aún hablar del estado de la ingeniería en ese periodo de tiempo.
–Y tu dices que yo maldigo muchas veces.
–¿Y qué quieres que te diga? Se me están pegando tus malas costumbres. Justice, hace cinco años desde la última vez que apareciste en público. No creo que sea el momento de que eso cambie.
–No he hecho ninguna aparición pública en cinco años porque no he tenido nada que merezca la pena decir en esos malditos cinco años. Cuando tenga algo que merezca la pena decir, empezaré a volver a hacer apariciones públicas. Hasta entonces, creo que puedo apañármelas en un pequeño simposio sin hacer el ridículo.
–Ahora que tu nombre está vinculado a ese pequeño simposio, como tú lo llamas, los medios de comunicación se sentirán muy interesados en él. Después de una ausencia tan larga, esperarán que tú ofrezcas algo de vital importancia. Y supongo que no tienes algo de vital importancia que decirles, ¿verdad?
–No te tienes que preocupar por lo que yo tenga que decirles, tío. Ya me inventaré algo. Lo más irónico de todo esto es que, si yo afirmo que es posible, algún idiota me creerá y lo inventará.
–Sigo esperando que me des una buena razón para explicar por qué estás haciendo esto.
Justice le apoyó una mano en el hombro a su tío. Sabía que a Pretorius le iba a costar entenderlo, pero algo tenía que cambiar. En aquel momento. Antes de que pasara la oportunidad.
–Llevo un año entero sin inventar algo de importancia.
–Lo que ocurre es que tu creatividad está bloqueada, nada más. Podemos encontrar el modo de desbloquearla sin llegar hasta ese extremo.
–No veo cómo mi creatividad puede estar bloqueada si no la tengo. Soy ingeniero.
Pretorius suspiró.
–Los inventores son personas creativas, Justice.
–Eso es una mentira y lo sabes.
–Mira, entiendo que necesites a una mujer. No me opongo a eso. Ve y… encuéntrala –susurró, sonrojándose–. Deja que la naturaleza siga su curso. Cuando lo haya hecho, tú estarás renovado y revitalizado.
–No es tan sencillo. Necesito…
¿Cómo podía explicarlo? Desde el accidente, se había dado cuenta de que necesitaba mucho más que una amante temporal. Más que una noche de pasión. Ansiaba algo permanente. Algo duradero. Algo con lo que pudiera contar. Alguien a quien le importara. Alguien a quien pudiera llamar si…
–Necesito más.
Su tío quedó en silencio. Entonces, asintió. Parecía haber leído entre líneas, haber comprendido por fin lo que su sobrino ansiaba aunque se mostrara reacio a aceptarlo.
–Significa que tendrás que dejar de maldecir con tanta frecuencia –bromeó Pretorius–. Aunque tengo que reconocer que sería un cambio agradable.
Justice sonrió.
–Lo intentaré.
–También significará que se va a comer mejor en esta casa –dijo Pretorius algo más contento–. Y que la casa estaría limpia.
–No creo que la mujer con la que yo me case se pusiera muy contenta si supiera que la he elegido porque necesitaba un ama de llaves con derecho a roce –dijo Justice. Se inclinó por encima del hombro de su tío y apretó un botón. La impresora se puso a trabajar y empezó a escupir una hoja tras otra de material–. Esto me lleva de nuevo a mi preocupación principal. Si me caso, tú también tendrás que soportarla. Has leído la información sobre esas mujeres. ¿Podrías tolerar que una de ellas viviera aquí permanentemente?
Pretorius frunció el ceño.
–¿Es ésa la razón de que no te hayas casado antes? ¿Te preocupaba mi reacción ante el hecho de que nuestra casa se viera invadida por otra persona?
Invadida. Justice contuvo un suspiro.
–No. No me he casado porque no he encontrado a una mujer a la que pudiera tolerar durante más de una semana.
–Y ahí es donde entra mi programa de ordenador, ¿no? He hecho todo lo que he podido para transformar el Pretorius en una aplicación más personal y menos empresarial. Los parámetros son similares. Encontrar la esposa perfecta no es muy diferente a encontrar el empleado perfecto.
–Exactamente. Sólo hay que introducir datos diferentes –dijo Justice. Empezó a enumerar sus requerimientos–. Ingeniera, por lo tanto una persona racional que controla sus sentimientos. Brillante, por supuesto. No soporto a las mujeres tontas. Si fuera físicamente atractiva sería mucho mejor, pero debe de ser lógica, amable y capaz de soportar el aislamiento.
–Pensaba que hablábamos de una mujer.
–Si es ingeniera, lo más probable es que ya posea alguna de esas cualidades y, más importante aún, que encaje aquí.
–Está bien. De acuerdo –dijo Pretorius–. Si estás decidido a seguir con esto, te confirmo que esa media docena de mujeres va a asistir al simposio.
–Con un poco de ayuda por tu parte.
–Eso ha sido lo más fácil.
Pretorius tomó los papeles de la impresora y los examinó. Justice vio gráficos, fotos, currículos y lo que parecían ser informes de un detective privado. Jamás se podría decir que su tío no había sido concienzudo.
–¿Y lo más difícil?
–Las mujeres son unas criaturas muy extrañas, Justice. Tienden a tener reacciones negativas cuando un hombre las invita a tomar una taza de café y, a renglón seguido, les dice que está buscando esposa.
–Vaya… –susurró Justice. No se le había ocurrido pensar en eso.
–Por supuesto, te podrías inventar una excusa para necesitar una esposa con tanta celeridad. Estoy seguro de que se lo creerían. Después de todo, tú eres el gran Justice St. John o, al menos, eso es lo que afirman todas las publicaciones científicas.
–Por el amor de…
–O también podrías escuchar al no tan gran Pretorius St. John, que ha considerado ese pequeño detalle.
–¿Y?
–No asistes al simposio para encontrar esposa, sino para encontrar una ayudante.
–Pero si no necesito una ayudante.
–Claro que la necesitas. Al menos, eso es lo que les vas a decir a esas mujeres. Es la única manera de que accedan a que las conozcas. Cuando te decidas por alguna que creas que puedes soportar durante más de un mes, haz que se mude aquí. Trabaja con ella durante un tiempo. Consigue que se enamore de ti y luego cásate con ella. De ese modo, esa mujer no pensara que eres un tío raro. O, con un poco de suerte, cuando se dé cuenta de quién eres, será demasiado tarde. Se habrá casado contigo e incluso podría haber un Justice St. John Junior de camino. Tal vez incluso sepa cocinar y limpiar –añadió Pretorius mientras le colocaba el montón de papeles en las manos–. Mientras tanto, estúdiate esto. El simposio dura tres días, lo que supone que deberás conocer a dos candidatas al día. Tienes ese tiempo para regresar con una ayudante/esposa con la que los dos podamos vivir.
–¿Y si no sale bien?
Pretorius se cruzó de brazos.
–Lo he estado pensando. Y aunque no quiero a una mujer desconocida andando por aquí y metiendo la nariz en donde no le llaman, me he dado cuenta de una cosa.
–¿De qué?
–Estás desperdiciando muchos conocimientos y muchas habilidades, sobrino. Tienes la obligación de compartirlos con otros. Aunque esa mujer no valga como esposa, habrás invertido en el futuro dando inspiración a otra persona o, si tienes suerte, transmitiendo tu código genético a otra generación.
–Menuda manera de exponerlo.
–No te olvides de que esto ha sido idea tuya, muchacho. Tanto si lo sabes como si no, esa etiqueta de genio que llevas por el mundo tiene un precio. Tienes una deuda con el universo.
–¿Acaso ha enviado la factura el universo? –preguntó Justice secamente.
–Deuda que no has pagado. Por eso estás bloqueado. Has guardado celosamente tu conocimiento en vez de extenderlo por el mundo. Si este asunto de la esposa no funciona, al menos habrás transmitido tus conocimientos a una sucesora de mérito. Y eso sí que podría soportarlo yo, dado que sería temporal.
–¿Y si ella se enamora y la cosa deja de ser temporal?
Pretorius entornó la mirada.
–¿Acaso crees que ella es la única que podría enamorarse? ¿Por qué no lo dos?
Justice sabía muy bien que no podría esperar algo así. Dudaba que fuera capaz de volver a amar.
–Sólo ella –afirmó.
–En ese caso, recuerda que me gusta cenar a las seis.
«Justice St. John».
Daisy Marcellus se detuvo en seco en el momento en el que vio el nombre en el centro del tablón de anuncios del Coronation Hotel. La suave luz del atardecer iluminaba la bella foto en blanco y negro, que amenazaba con ponerla de rodillas. La llamativa bolsa fucsia que llevaba se le cayó al suelo, dejando que pinturas, pegatinas y juguetes varios para niños pequeños se desparramaran por el suelo.
Era él.
Ciertamente, era un hombre muy diferente del que ella había conocido diez años antes. Aquel hombre parecía más duro, más fiero que el que ella había conocido. Sus ojos eran los mismos y revelaban la cautela que ella recordaba tan claramente, como si fuera un animal constantemente en estado de alerta. De hecho, aquella cautela parecía más intensa e iba acompañada por una expresión de cinismo.
Estudió cada rasgo de la fotografía y trató de encontrar más cambios. No tardó en hacerlo. El tiempo había grabado ciertas líneas de expresión en los fuertes rasgos masculinos. Las más profundas enmarcaban una boca demasiado dura. A lo largo de los años, parecía haber adquirido una frialdad que ella esperaba que fuera sólo un requerimiento del fotógrafo más que un reflejo verdadero de la personalidad del hombre.
A pesar de aquellos cambios tan preocupantes, el deseo y la alegría se apoderaron de ella. Extendió la mano para acariciar la imagen y esbozó una temblorosa sonrisa. Después de tantos años, se habían vuelto a encontrar. En realidad, no se habían encontrado. Ella lo había encontrado a él.
¿Estaría él tan contento de verla como ella a él? ¿Se acordaría de ella? Considerando lo mucho que ella había cambiado, posiblemente no. Sin embargo, ella sí lo recordaba a él y también se acordaba de todos los momentos de los tres meses de verano que habían pasado juntos. Se rió en voz alta y llamó la atención de los demás. No le importó. Tenía la posibilidad de volver a ver a Justice.
Se agachó y recogió todas sus pertenencias mientras leía la información que aparecía en el tablón. Parecía que Justice se había hecho un hueco en el mundo de la ingeniería. Se alegraba por él. Iba a empezar su discurso en menos de cinco minutos. Excelente. No tenía nada más que hacer aquella tarde. Seguramente no le importaría a nadie que ella asistiera a aquella conferencia, considerando que Justice y ella eran viejos amigos… por no decir viejos amantes.
De hecho, él había sido su primer amante, el más especial de todos. Daisy jamás lo había olvidado. Jamás había conocido un amor tan maravilloso como el que había compartido con él. Jamás había encontrado a un hombre que lo igualara. Generoso. Paciente. Amable. Alguien que se aferrara a la vida a pesar del torbellino de su pasado… ¡Tenía tantas ganas de verlo!
En la puerta de la sala de conferencias había dos hombres que comprobaban las acreditaciones que debían llevar antes de permitirles la entrada. Daisy esperó a que los dos se distrajeran antes de colarse en la sala repleta. Ya era imposible encontrar un asiento libre y muchos de los asistentes habían empezado a colocarse de pie. Vio por fin un hueco libre cerca de la primera fila. No quería estar tan cerca porque iba vestida informalmente y la mayoría de los asistentes iban con traje y roja, que era perfecta para firmar libros para niños, la hacían destacar entre los que le rodeaban.
Se acomodó por fin en su lugar y sonrió a los dos hombres que tenía a ambos lados. Ellos no le sonrieron a ella sino que, más bien, parecieron diseccionarla con la mirada y no de un modo precisamente sexual. Era más bien como si ella representara una ecuación que no supieran resolver.
Cuando estaba a punto de marcharse, las luces se hicieron más tenues y un hombre se acercó al podio. Todo el mundo guardó silencio. El hombre no perdió tiempo alguno. Empezó a presentar a Justice St. John, repasando una larga lista de credenciales y logros. Por fin, se hizo a un lado y miró con expectación hacia el lado izquierdo de la sala.
El silencio se apoderó del auditorio. Los asistentes estiraron el cuello esperando ansiosamente la salida del orador. Entonces, apareció, avanzando por el escenario con la gracia felina que ella recordaba de su juventud. Los recuerdos la invadieron. El día en el que él entró en la casa de sus padres, como una pantera esperando atacar o ser atacada. La línea que había trazado para protegerse y mantenerse alejado de los demás, una línea que a ella le había encantado superar. La maravillosa noche en el lago donde su ropas habían terminado en el suelo y los cuerpos de ambos se habían fundido. Aquella deliciosa inocencia que se había transformado en apasionado conocimiento.
La mirada de Justice recorrió la sala con impaciente desdén. Entonces, comenzó con su conferencia. A pesar de que Daisy sólo comprendía una palabra de cada veinte, los tonos profundos y ricos de su voz la hipnotizaban como al resto de los asistentes.
Justice había cambiado desde que los dos estuvieron juntos por última vez. Ella también. ¿Le habría reconocido si se hubieran cruzado por la calle? Posiblemente. Si se esforzaba mucho, aún era capaz de reconocer al muchacho en el hombre en el que se había convertido.
–Genial. En lo que se refiere a la creación de sensores robóticos, St. John es el mejor del planeta –comentó alguien de la primera fila con admiración.
Daisy volvió a centrar su atención en Justice. No tenía ni idea de qué significaba todo aquello, pero se sintió muy impresionada de que a Justice se le considerara el mejor del planeta. ¿A qué precio? Lo estudió más detenidamente.
Tenía los rasgos más duros y más definidos que cuando tenían dieciocho años. Bueno, casi dieciocho. Aún tenía aquel brillo peligroso en la mirada de sus ojos dorados, como si fuera un felino. Su cabello era casi negro como el ébano y lo llevaba casi tan largo como solía llevarlo tantos años atrás. No llevaba traje. Se había decantado por una camisa negra y pantalones del mismo color que parecían tragarse toda la luz del escenario y lo dejaban envuelto en sombras.
¿Dónde estaba el Justice que ella recordaba? ¿Quién era aquella criatura que había ocupado su lugar? Había cambiado de un modo que desafiaba su capacidad para identificarlo. Antes, no había sido tan reservado ni tan gélido.
Si lo observaba en aquellos momentos, se daba cuenta de que todo había cambiado. Ya no era abierto, sino cerrado con fuerza sobre sí mismo. Sospechaba que ya raramente se reiría. Lejos de sentirse encantado con el mundo, lo observaba con una mirada cínica que lo eclipsaba todo.
¿Qué le había ocurrido? Le dolía ver que él ya no se parecía en nada al personaje que ella había creado para sus libros de cuentos, el personaje en el que había basado los recuerdos que tenía de él. ¿Cómo se podía haber equivocado tanto? Justo entonces, la mirada de Justice se detuvo sobre ella. Algo muy extraño ocurrió entre ellos. ¿La habría reconocido? ¿La recordaba después de tanto tiempo? No era probable, dado que su apariencia había cambiado mucho en aquellos diez años. Los ojos de él relucieron bajo los focos como si fueran de oro.
En ese momento, Daisy decidió que, pasara lo que pasara, antes de marcharse de allí descubriría qué era lo que le había ocurrido a Justice. Aprovecharía la oportunidad de enfrentarse con el pasado, con un pasado que jamás había podido olvidar. Se demostraría que lo que habían tenido juntos no había sido tan especial dado que, evidentemente, él ya no era la maravillosa persona que había sido.
Entonces, por fin podría dejarlo en el pasado y seguir con su vida.
No quería estar allí. No quería estar allí, dando un discurso en el que no creía. Llevaba menos de un día en Miami Beach y ya había llegado a la conclusión de que aquello era una completa pérdida de tiempo.
En el momento en el que llegó, se acomodó en la suite, deshizo la maleta y fue a por el primer nombre que tenía en su lista. ¿Por qué perder el tiempo? Desgraciadamente, Dorothy Salyer resultó ser una desilusión, al igual que las siguientes dos candidatas. Estaba a punto de darse por vencido. Desgraciadamente, nada había cambiado desde el accidente. Necesitaba… más. Quería experimentar, aunque fuera de pasada, una vida normal. Una vida. Volver a sentir, aunque ya no fuera capaz de dejarse llevar por el romanticismo. Tener una familia. Hijos. Un legado.
Eso le llevó a la mujer de la blusa roja. Por alguna razón, no podía apartar la mirada de ella. Le provocaba una sensación extraña, como si quisiera despertar un recuerdo del pasado, pero no podía entender por qué. Lo único que sabía era que la deseaba desesperadamente, una sensación que llevaba años sin experimentar.
¿Por qué no estaba ella en su lista de candidatas?
Debía de haber algo malo en ella, algo que el ordenador calificara como inaceptable. Ciertamente no era su aspecto físico. Esbelta y delicada. Era la clase de mujer que él encontraba más atractiva. Rubia de cabello liso. Sus rasgos eran elegantes, a excepción de la boca, que resultaba profundamente seductora. Por lo tanto, si no era su aspecto, ¿por qué había sido eliminada de la lista de candidatas?
¿Acaso no era lo suficientemente inteligente? Era imposible que no lo fuera considerando su presencia en el simposio. Posiblemente él había colocado el grado de inteligencia demasiado alto. Tal vez podría bajar un poco el cociente intelectual si aquella mujer quedaba fuera de los parámetros que había predeterminado. Repasó la lista que le había dado a Pretorius. Físicamente atractiva. Inteligente. Ingeniera. Esos tres datos los cumplía plenamente, ¿no? Sólo le quedaba que fuera coherente, amable, que pudiera vivir aislada y que no fuera alocada.
Tal vez el ordenador había decidido que aquella mujer no era coherente. Bueno, Justice estaba dispuesto a conformarse con razonable si lo de racional no cuadraba con ella. ¿Amable? Se lo parecía. Tal vez era lo del aislamiento lo que la había dejado fuera. Si ponían empeño, tal vez podrían encontrar el modo de solucionar ese problema. Eso tan sólo le dejaba alguien que no fuera alocada. Sumisa. En realidad, él era un hombre, ¿no? Ya se encargaría él de dominarla.
Sonrió con satisfacción. Existía la posibilidad de que hubiera encontrado a su ayudante/esposa sin la ayuda del ordenador. Ese hecho sólo demostraba que el intelecto de Justice era más poderoso que el programa de Pretorius. ¡Cómo iba a disfrutar restregándoselo por la cara a su tío!
Daisy permaneció inmóvil. Esperó a que la fila que se dirigía hacia el escenario disminuyera. Parecía que todo el mundo quería un trozo de Justice St. John y ella se preguntó por qué. ¿Qué había hecho él para inspirar tanto entusiasmo y excitación en el mundo de la ingeniería? Decidió que lo investigaría en cuando regresase a su casa.
Cuando por fin hizo ademán de abandonar la sala, Justice saltó del escenario y se dirigió directamente hacia ella. Daisy no se sorprendió. Desde el momento en el que sus miradas se cruzaron había sabido que él la perseguiría. Por el momento, se lo permitiría.
–¿Le gustaría tomar conmigo una taza de café? –le preguntó él.
Ella inclinó la cabeza a un lado. Interesante. No se había andado por las ramas.
–Hola –respondió mientras extendía la mano–. Daisy Marcellus. Es un placer volver a verte.
Se sorprendió al ver que él se detenía en seco. Comprendió que él estaba recordando.
–Nos hemos visto antes.
–No te acuerdas de mí, ¿verdad?
–No.
Ahí estaba el Justice que ella recordaba.
–Tal vez lo recordarás mientras tomamos café.
Se cruzó de brazos sobre un impresionante torso.
–¿Por qué no nos ahorras tiempo a los dos y me refrescas la memoria?
–No lo creo. Será más divertido del otro modo.
–Divertido –repitió él como si la palabra le resultara repugnante.
Daisy comprobó que él había crecido desde la última vez que lo vio.
–Sí. Divertido. Adjetivo, algo que nos dar placer o alegría. Cuando es verbo, divertirse, jugar o bromear. Es que tengo memoria fotográfica.
Por alguna razón, aquella explicación relajó a Justice y le animó a esbozar una pequeña sonrisa.
–Gracias por la explicación. No conozco bien esa palabra.
–Me siento escandalizada. ¿Y «trabajo»? ¿Conoces bien esa?
–Bastante.
–¿Por qué no me sorprende?
–«Sorprender». Cuando algo inesperado causa asombro o fascinación.
Daisy se echó a reír. Se sentía muy sorprendida y fascinada por el hecho de ver cómo Justice se reía con ella. Sin poder contener el impulso, le agarró una mano.
–Creo que has dicho algo sobre ir a tomar una taza de café.
Justice observó las manos de ambos durante un largo instante. Entonces, la miró a ella. El fuego ardía en la brillantez de aquella mirada, un apetito y un anhelo que Daisy no podía malinterpretar. Una potente calidez le recorrió todo el cuerpo y le llegó en cuestión de segundos al centro de su ser. Allí, generó un deseo tan poderoso como el que se reflejaba en los ojos de él. Desde el momento en el que entró en la casa de los padres de Daisy, él había ejercido aquel efecto sobre ella. Al menos, eso no había cambiado.
–Creo que un café sería un excelente comienzo –afirmó él.
–¿Un excelente comienzo? ¿Y el final? –se atrevió ella a preguntar.
–Creo que los dos conocemos la respuesta a eso.
Así era. Terminarían en el mismo lugar en el que habían terminado la última vez que habían estado juntos.
En la cama.
Para que ninguno de los asistentes a la conferencia pudiera molestarles, Justice le pidió a la camarera que les llevara a una de las mesas más alejadas de todo el café.
Daisy se sentó frente a Justice. Él aprovechó la oportunidad para estudiarla. Era una verdadera belleza.
El cabello le caía liso sobre los hombros. Tenía los ojos verdes. La expresión de su rostro era tan abierta e ingenua como la de una niña. Tenía la nariz recta y delgada. Los pómulos altos y ligeramente prominentes, lo que añadía enteros a la elegancia de su rostro. En cuando a la boca… Allí era donde la mirada de Justice se detenía. Era el único rasgo de su rostro que la apartaba de la belleza clásica, de labios gruesos y rosados. Por alguna extraña razón, su forma y su color hacía que él deseara morderlos…
Se aclaró la garganta.
–Bueno, ¿me vas a dar una pista?
–Supongo que te refieres a una pista sobre el lugar en el que nos conocimos –respondió Daisy con una seductora sonrisa–. Dale tiempo. Ya lo recordarás.
–Podría ser que no. Tuve un accidente hace seis meses. Algunas veces, me cuesta recordar nombres y ciertos hechos de mi pasado.
Ella lo miró fijamente muy sorprendida.
–Oh, Justice. Lo siento mucho. No tenía ni idea.
–No veo la razón por la que deberías saberlo dado que me he esforzado mucho para evitar que el público en general se enterara –dijo.
Daisy le tomó la mano y se la apretó con fuerza.
Justice se dio cuenta de que ella era la clase de mujer sensible que goza con el contacto físico. Poco usual en un ingeniero, pero podría vivir con ello. ¿Vivir con ello? Se acostumbraría muy rápido.
Se encogió de hombros.
–Es una de esas cosas que uno aprende a aceptar. Como las cicatrices.
Le sorprendió ver que los ojos de Daisy se habían llenado de lágrimas.
–¿Cicatrices? Esas tampoco importan. Lo único que significan es que eres un superviviente.
–Tenemos la opción de hacer el amor en la oscuridad si crees que la cicatrices podrían tener un impacto adverso en tu libido.
Para su sorpresa, ella se echó a reír.
–Oh, gracias a Dios. Me temía que hubieras cambiado. Aún tienes ese maravilloso sentido del humor.
¿Acaso ella había creído que estaba bromeando? Había estado hablando completamente en serio.
–¿Significa eso que no te interesa hacer el amor? –le preguntó. Tal vez debería haber abordado el asunto gradualmente, pero le parecía la progresión lógica, lo que tocaba entre invitarle a tomar un café y pedirle que fuera su ayudante/esposa–. No hay prisa. Tenemos sesenta y una horas y treinta y cuatro minutos.
Daisy se echó a reír de nuevo. El sonido de su risa fue algo ligero, libre, que llegó directamente al gélido centro de su ser y se lo desheló ligeramente. Por primera vez en años, sintió esperanza. Tal vez no era un caso perdido. Tal vez Daisy podría llevarle a los cálidos brazos de la primavera.
–Me interesa mucho hacer el amor contigo –le informó ella–. Hace tanto tiempo, Justice. Ojalá se me hubiera ocurrido buscarte mucho antes.
–No me habrías encontrado. Pretorius nos tiene muy bien ocultos.
–¿Pretorius?
–Mi tío. Es experto en informática, lo que me viene bien dado que me ayuda a mantener el anonimato.
–Ah… –dijo ella mirándolo con sus encantadores ojos. Justice descubrió que le gustaba ser el centro de su universo. Le gustaba mucho–. No sabía que tenías familia. Al menos, jamás me lo mencionaste.
La manera en la que ella hablaba sugería que habían compartido cierta intimidad. Entornó la mirada y maldijo el accidente. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de alguien como ella?
–¿Cómo te conocí?
Daisy sonrió.
–Te daré una pista. Mi aspecto ha cambiado bastante desde la última vez que nos vimos.
–¿En qué, por ejemplo?
–Mi cabello.
–¿Más largo? ¿Más corto?
Ella negó con la cabeza.
–Más claro. Era mucho más oscuro antes.
Un profundo alivio se apoderó de él. Eso lo explicaba todo. Sin duda, el programa de ordenador la había descartado por aquel detalle.
–Yo podría vivir con una mujer de cabello oscuro –dijo. En especial si Daisy accedía a ser su ayudante/esposa.
–¿De verdad? –preguntó ella. Le había asombrado aquella respuesta.
Tal vez aquella frase había sonado algo extraña. ¿Acaso no le había advertido Pretorius sobre el hecho de invitar a una mujer a tomar una taza de café para luego pedirle en matrimonio? Había llegado el momento de tomarse las cosas con más calma.
–¿Nos conocimos en alguna otra conferencia de ingeniería? –le preguntó.
–Oh, yo no…
En aquel momento, la camarera regresó y les ofreció una amplia sonrisa.
–Buenas tardes. Me llamo Anita y voy a ser su camarera –dijo afirmando lo evidente–. ¿Qué les apetece tomar?
–Yo tomaré un té helado con mucho limón, por favor –dijo Daisy.
Justice experimentó una sensación de familiaridad. Se le pasó enseguida. Aquella sensación le había ocurrido demasiado frecuentemente y en ocasiones no podía recordar de qué se trataba por mucho que se esforzara. Se sentía como si estuviera en medio de un monumental atasco mental, incapaz de maniobrar las coordenadas que contenían aquel recuerdo en particular.
Aceptó el fracaso con su habitual estoicismo y miró a la camarera.
–Café. Solo.
–Volveré enseguida –anunció Anita.
En el momento en el que la camarera se marchó, Justice se centró de nuevo en Daisy.
–¿Me vas a dar otra pista?
–Se me ocurre algo mejor. ¿Por qué no me dices qué es lo que has estado haciendo en estos últimos años? Después de todo, tú eres el mejor en lo que se refiere a sensores robóticos.
–Así es.
–Veo que no necesitas abuela.
–¿Y por qué iba a necesitarla? –preguntó él. Evidentemente, no había comprendido el doble sentido.
–Me dejas muerta –comentó ella, riendo–. Sigues siento tan lógico como siempre.
-No, por supuesto que no. Mientras sigas recordando cómo sentir.
¿Sentir? Justice no sabía cómo responder a aquello. Buscó a Rumi, pero se dio cuenta de que se había dejado la esfera en la suite. Comprendió en aquel momento lo mucho que dependía de su creación cuando se encontraba en una situación que no sabía cómo resolver.
Con la mayoría de los ingenieros, sabía exactamente lo que esperar y cómo hablarles, pero con aquella mujer… Daisy le despertaba sentimientos que creía muertos hacía ya mucho tiempo, un deseo que eclipsaba todo lo demás. En aquellos momentos, sentado frente a ella, le importaba un comino la conferencia o el trabajo que no había podido completar durante el año anterior o incluso hacer las preguntas necesarias para asegurase de que había encontrado la perfecta ayudante/esposa. Lo único que le importaba era permitir que la primavera deshiciera el hielo que rodeaba su corazón. Que le calentara la sangre que le fluía por las venas. Que le ayudara a encontrar al hombre perdido en aquel interminable invierno para que pudiera respirar plenamente en su nueva vida.
Aquella mujer era la respuesta a su problema.
Daisy esperó pacientemente a que él volviera a hablar. Estaba cómoda con el silencio. A Justice le parecía un atributo poco usual en una persona, fuera cual fuera su género. Mientras esperaba, ella sonreía y se agarraba la barbilla con la mano. Justice se dio cuenta de que tenía unas manos muy bonitas, con dedos largos.
Evocó una imagen de las manos de Daisy sobre su cuerpo… Dios Santo, ¿de dónde había salido aquello? Normalmente, él no era una persona muy imaginativa y, sin embargo, aquella asombrosa imagen le había provocado una inconfundible reacción fisiológica que le resultaba imposible controlar. Sin duda, llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer.
Algo debió delatarle. Daisy se irguió inmediatamente en la silla.
–Justice, ¿qué te ocurre?