La noche de los colibríes - Aníbal Jairo Niño - E-Book

La noche de los colibríes E-Book

Aníbal Jairo Niño

0,0

Beschreibung

Algo extraño sucede en la ciudad: de la noche a la mañana, todos los niños y niñas han desaparecido. ¿Quién logrará desembrollar este misterio? Todo parece estar en manos de la profesora pensionada Anselma Anselma, quien, gracias a sus habilidades para hablar con los animales y las cosas, descubre que la clave está en un simpático personaje que tiene un interés especial en los más pequeños… Esta novela exalta los Derechos de los niños y las niñas, los cuales se enuncian de forma separada al final de la novela, acompañados de unas bellas ilustraciones que reivindican la importancia del amor, la imaginación y el cuidado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 42

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Segunda edición, septiembre de 2020

Primera ediciónen Panamericana Editorial, octubre de 2002

Autor: Jairo Aníbal Niño

© Herederos de Jairo Aníbal Niño

© Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Ilustraciones

Maribel López Roa

Diagramación

CJV Publicidad y Edición de libros

ISBN Impreso: 978-958-30-6058-8ISBN Digital: 978-958-30-6458-6

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355

Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

A los niños del mundo, pasado,

presente y futuro de la especie humana.

A los niños y niñas que, a pesar del horror,

la violencia y el maltrato, conservan las alas

de los sueños. A los niños que crecen

en el corazón de los adultos.

Una noche los niños desaparecieron. Todos los niños de la ciudad se esfumaron como por arte de encantamiento. Esa noche, la luna llena tenía el aspecto de un agujero brillante en la suela del zapato viejo del cielo. Ante la ausencia de los infantes se levantó primero el llamado de un adulto y luego el de otro y el de otro y, finalmente, a toda la ciudad la cubrió un quejido inmenso que subía y bajaba en intensidad como una mar de los lamentos.

Los adultos llamaron a sus niños una y otra vez, con la esperanza de una respuesta:

“¡María! ¡Susana! ¡lván! ¡Peter! ¡Soledad! iAugusto José! ¡Marlon! ¡Sandra! ¡John Fitzgerald! ¡Miroslava! ¡Jack Absalom! ¡Antonia! ¡Sadrudin! ¡Ramón! ¡Eva! ¡Jerzy! ¡lris! ¡Pedro! ¡Alejandro!”.

Y entre nombre y nombre intercalaban las más diversas expresiones:

“¿En dónde te has metido?”, “¡Es tu madre quien te habla!”, “¡Respondan!’’, “¡Se van a ganar unos azotes!”, “¡No te aguanto una broma más!”, “¡No se escondan!”, “¡Te perdono!”, “¡No me hagas enojar!”, “¡Te juro que te quiero!”, “¡Está bien, te voy a comprar la bicicleta!”,“¿Por qué no me contestas?”, “¡Ya verás lo que te va a pasar cuando te agarre!”.

Los adultos ocuparon inútilmente las calles, los parques y las plazas en su afán por encontrar a los niños. Las autoridades —estupefactas— no tenían explicaciones ni sospechosos. Es cierto que de vez en cuando desaparecían algunos niños y ellas actuaban en esos casos con mayor o menor fortuna. Pero que todos, absolutamente todos los niños de la ciudad, se hubieran desvanecido era el más oscuro y terrible de los misterios en la ya larga historia de la ciudad.

Anselma Anselma se despertó cuando un rayo de sol que se coló por el agujero de la ventana se posó en su nariz. Ella quiso espantarlo como si se tratara de una mosca de luz, pero el rayo seguía allí, ocupando con terquedad ese punto de la cara. Anselma Anselma se hizo a un lado y la chispa se fijó en la sábana como una inmensa pulga estelar.

Anselma Anselma era una anciana de tez cobriza, ojos claros y manos de dedos largos y acariciadores. Toda su vida había sido maestra de escuela y nunca abandonó su vocación, ni aun en el momento en que, obligada por los reglamentos, tuvo que irse de su escuela para cumplir el mandato de la jubilación. Nunca pudo entender por qué un maestro tenía que renunciar a su misión simplemente por el hecho de que se había vuelto muy viejito. Anselma Anselma, con los años, había acumulado achaques, arrugas y un resfriado crónico, pero también con el correr de los tiempos había atesorado preguntas, cuentos y un amor inmenso por los niños y las niñas.

Como solía hacerlo todas las mañanas, se desperezó lentamente y escuchó el crujido de sus huesos. Imaginaba que de esa manera debían de sonar los barcos viejos empujados por la mar y por los vientos. Se sentó en la cama, se tomó una cucharada de un jarabe de borraja y tilo, metió sus pies en dos pantuflas que tenían la forma de conejos narigudos y prendió la radio con el propósito de oír las noticias. Afanosa, se caló sus anteojos de gruesos cristales como si el hecho de ver bien fuera la clave para oír mejor.

—No puedo creerlo —susurró—. ¿Todos los niños? ¿A dónde habrán ido?

El locutor, de manera nerviosa, anunciaba que el presidente de la República, el ministro de Educación y el ministro de la Defensa iban camino de la ciudad y que no se había descartado la idea de contratar un detective inglés que —según las autoridades— era el mejor del mundo.

Anselma Anselma se llevó la taza de té a los labios y exclamó:

—iGuácala!

Se le había olvidado agregarle azúcar al té. En esas condiciones la bebida le recordaba algún desagradable medicamento de su infancia.

Tomó una cuchara y la cambió al instante por otra de mango largo. Esa cucharilla para mezclar el azúcar producía unos sonidos acampanados, y la anciana siempre había creído que lo que de verdad endulzaba la bebida era la música de la cuchara al entrar en contacto con los bordes de la taza. Mordisqueó una galletica y se dijo: