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Cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad. Así actúa la pata del mono, un poderoso y antiguo talismán que cumplirá los deseos de la familia White. Pero, ¿y si la elección fuera equivocada? En medio de una atmósfera inquietante, el genial W.W. Jacobs propone una historia profunda en la cual lo inesperado irrumpe como una lava peligrosa dentro de lo cotidiano.
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Veröffentlichungsjahr: 2019
Afuera, la noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía brillante. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El padre tenía ideas tan particulares sobre el juego, y ponía al rey en peligros tan desesperados e inútiles, que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácida junto al fuego.
—Escuchen el viento —dijo el señor White, que demasiado tarde notó haber cometido un error fatal e intentaba que su hijo no se diera cuenta.
—Lo oigo —respondió éste moviendo implacablemente la reina—. Jaque.
—No creo que venga esta noche —dijo el padre con la mano sobre el tablero.
—Mate —replicó el hijo.
—Esto es lo malo de vivir tan lejos —bramó el señor Whte con imprevista y repentina violencia—. De todos los suburbios, éste es el peor. El camino es un pantano. No sé qué piensa la gente. Como hay solo dos casas alquiladas, no les importa.
—No te aflijas, querido —intervino suavemente su mujer—, ganarás la próxima vez.
El señor White alzó la vista e interceptó una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló una sonrisa culpable tras su fina barba gris.
—Ahí viene —dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban.
El viejo se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; lo oyeron apiadarse del recién llegado, que respondió a su turno. La señora White tosió suavemente mientras entraban. El forastero era un hombre fornido, con los ojos brillantes y la cara rojiza.
—El sargento mayor Morris —lo presentó el señor White.
El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y colocaba una pequeña pava de cobre sobre el fuego.
Después del tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. En círculo, la familia miraba con interés al forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de gente extraña.
—Fue hace veintiún años —dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo—. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora.
—El tiempo no parece haberle caído tan mal —señaló la señora White amablemente.