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La princesa inocente Quería llegar aún más alto. Para Garrett Sutherland, ser el terrateniente más adinerado de Thomas Isle no era suficiente. Se había pasado toda la vida amasando su inmensa fortuna… y su fama sensacionalista. Pero quería ser recordado, sobre todo, por seducir a la princesa Louisa, conocida como la princesa virgen. Lo había planeado todo al detalle: entraría poco a poco en el corazón de Louisa y, luego, en su cama. Y, cuando se hiciera público, le propondría matrimonio. Pero el millonario de duro corazón no había previsto que arrastrar a Louisa a aquella unión podía costarle más de lo que estaba dispuesto a pagar. El corazón de la princesa Había bailado con ella como parte de un reto, pero Samuel Baldwin había seducido a la princesa Anne para saciar su propio deseo. Vencer la frialdad de Anne había sido puro placer… hasta que descubrió que en su noche de pasión se había quedado embarazada.Estaba destinado a ser el próximo primer ministro, pero casarse con un miembro de la realeza pondría fin a su carrera. Sin embargo, Sam tenía un gran sentido del honor, así que la boda se celebraría. Después de que él hiciera tal sacrificio, ¿conseguiría Anne su corazón?
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Seitenzahl: 338
Veröffentlichungsjahr: 2025
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N.º 572 - noviembre 2025
© 2010 Michelle Celmer
La princesa inocente
Título original: Virgin Princess, Tycoon’s Temptation
© 2010 Michelle Celmer
El corazón de la princesa
Título original: Expectant Princess, Unexpected Affair
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 979-13-7000-842-0
Índice
Créditos
La princesa inocente
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
El corazón de la princesa
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Créditos
Índice
La princesa inocente
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
El corazón de la princesa
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Si te ha gustado este libro...
La princesa Louisa Josephine Elisabeth Alexandra, incurable romántica, estaba convencida de que algún día conocería al hombre de sus sueños. Y cuando sus miradas se cruzaron bajo el titilante baldaquín de luces rojas y blancas y cientos de globos en forma de corazón, tuvo la convicción de que la tierra sufría una sacudida bajo sus pies.
Era él.
Sabía que su familia le recordaría que ya había sentido lo mismo con otros hombres; Aaron se reiría de ella llamándola ingenua; Chris, el mayor, sacudiría la cabeza con gesto de resignación, y Anne la miraría por encima del hombro. Pero aquello era distinto. Louisa podía sentirlo como si un hilo cósmico tirara de su alma.
Se trataba del hombre más atractivo, guapo y alto del baile de beneficencia. Con su cabello negro como el azabache, la piel cetrina y unos rasgos marcados, no podía pasar desapercibido.
¿Sería un hombre de negocios italiano o un príncipe mediterráneo? Quienquiera que fuera, su actitud y el traje que llevaba indicaban que era rico y poderoso. Nadie se atrevía a mirar a un miembro de la familia real abiertamente, mientras que él mantenía sus negros ojos fijos en ella como si se conocieran del pasado. Pero Louisa sabía que no había coincidido nunca con él. No era alguien fácilmente olvidable. Quizá él, por más que la diadema que llevaba la identificara como tal, no era consciente de que era miembro de la realeza.
Cualquier otra mujer habría esperado a que el hombre diera el primer paso, o habría conseguido que sus caminos se cruzaran casualmente, pero a Louisa no le gustaba tontear. Se trataba de otra de las características que hacía que sus hermanos vivieran pendiente de ella. Al ser la hermana pequeña, por apenas una diferencia de cinco minutos con su gemela, Anne, la consideraban demasiado inocente y, en consecuencia, la trataban como a una niña. Pero en contra de lo que ellos pensaban, no todos los hombres iban tras su título y su riqueza, y aquéllos que sí lo hacían, eran reconocibles a simple vista.
Dejó la copa de champán vacía en la bandeja de un camarero y fue hacia el hombre, que mantuvo la mirada fija en ella hasta que, cuando llegó a su lado, inclinó la cabeza a modo de saludo y con una voz tan profunda como dulce, dijo:
–Su Alteza está encantadora esta noche.
Louisa pensó que era una buena manera de iniciar la conversación y detectó un acento muy similar al suyo. Pero si era de la Isla Thomas, ¿por qué no habían coincidido con anterioridad?
–Estoy en desventaja. Tú me conoces, pero yo a ti no.
Cualquier otro hombre se habría disculpado por mirarla tan directamente, pero aquél no tenía aspecto de pedir perdón por nada.
–Es que nunca hemos coincidido –dijo.
–Eso lo explica todo –replicó la princesa, sonriendo.
De cerca parecía algo mayor que de lejos. Debía tener más de treinta, quizá diez más que ella, pero a Louisa le gustaban los hombres maduros y con experiencia. También era más alto y corpulento, aunque no había en él un gramo de grasa. Incluso vestido, tenía el sólido aspecto de un gladiador. Y no llevaba alianza.
No cabía duda: el destino estaba interviniendo.
Le tendió la mano.
–Soy la princesa Louisa Josephine Elisabeth Alexander.
Él la tomó entre las suyas y, llevándosela a los labios, la besó con delicadeza. Louisa no supo si la tierra se sacudía o si sólo se trataba de su corazón.
–¿Y usted es…?
–Es un honor conocerla, Alteza.
O desconocía las normas de etiqueta o actuaba de manera esquiva.
–¿Su nombre es…?
Con una sonrisa con la que le dio a entender que bromeaba, él dijo:
–Garrett Sutherland.
El nombre le resultó familiar a Louisa, y recordó haberlo oído en boca de su hermano. Se trataba de un gran terrateniente, con casi tantas propiedades como las de la familia real. No sólo era el hombre más rico del país, sino también el más misterioso, y jamás acudía a eventos sociales. Dada su posición, era evidente que no estaba interesado en su dinero.
–Señor Sutherland, su reputación lo precede. Es un placer conocerlo.
–El placer es mío, Alteza. No suelo acudir a este tipo de acontecimientos, pero al saber que era en beneficio de la investigación cardiológica, he decidió venir en honor de su padre.
Una prueba de que era un hombre generoso y compasivo. Alguien a quien le gustaría llegar a conocer mejor.
Su mirada la dejó por una fracción de segundo para recorrer la sala.
–No he visto al rey esta noche. ¿Se encuentra bien?
–Dadas las circunstancias, muy bien. Quería venir pero los médicos se lo han prohibido.
El padre de Louisa, el rey de la isla Thomas, sufría del corazón y llevaba nueve meses conectado a una máquina de baipás portátil diseñada para ayudarle a recuperar su funcionamiento autónomo. Louisa se enorgullecía de haber sugerido la organización de un baile de beneficencia en su honor. Normalmente su familia desestimaba sus ideas como absurdas o utópicas, pero aquélla la habían aceptado, aunque en cuanto propuso organizarla ella misma, la excluyeron a favor de un equipo profesional.
Aun así estaba convencida de que poco a poco conseguiría que dejaran de tratarla como a una delicada flor. Al otro lado del salón, la orquesta empezó a tocar su vals favorito.
–¿Le gustaría bailar, señor Sutherland?
Él arqueó una ceja con sorpresa. Las mujeres no solían dar el primer paso, pero Louisa no era una mujer normal. Además, estaba convencida de que se trataba del destino, y que no habría ningún mal en ayudarlo un poco.
–Será un honor, Alteza –respondió él, ofreciéndole el brazo.
Según avanzaban hacia la pista de baile, Louisa temió que alguno de sus protectores hermanos les cortara el paso, pero Chris y su esposa, Melissa, embarazada de trillizos, actuaban de anfitriones en ausencia de sus padres; y Aaron permanecía pegado a Olivia, su mujer, una científica que en cuanto abandonaba el laboratorio se sentía como pez fuera del agua.
Louisa buscó a Anne con la mirada y le sorprendió verla charlar con el hijo del primer ministro, que no era de su agrado.
Ni un solo miembro de su familia le estaba prestando atención, y Louisa apenas podía creer que fuera a bailar con un hombre sin que antes le hicieran una radiografía. Sutherland la tomó en sus brazos, y Louisa, a pesar de que estaban rodeados de gente, sintió que el mundo a su alrededor desaparecía. Sus cuerpos se desplazaron en perfecta sincronía, y él en ningún momento apartó sus ojos negros de los de ella. Olía maravillosamente y su cabello parecía tan suave que Louisa tuvo la tentación de comprobarlo con los dedos, igual que estaba deseosa de comprobar a qué sabían sus labios, aunque estaba segura de que resultarían deliciosos.
Cuando la canción concluyó y empezó otra más lenta, él la estrechó contra sí. Dos canciones se convirtieron en tres. Luego en cuatro.
Ninguno de los dos habló porque las palabras parecían innecesarias. Los ojos y la media sonrisa de Sutherland expresaban lo que estaba pensando y sintiendo. Sólo la soltó, y como si lo hiciera en contra de su voluntad, cuando la música cesó. Entonces la condujo fuera de la pista y Louisa, cuando notó vagamente que los observaban, tuvo la seguridad de que todos se daban cuenta de que estaba hechos el uno para el otro.
–¿Le gustaría salir a la terraza? –preguntó Louisa.
Él señaló las puertas que daban acceso al jardín.
–Detrás de usted, Alteza.
El aire había refrescado al ponerse el sol y desde la costa soplaba una brisa fresca y salada. Con excepción de los dos guardas apostados a ambos lados de la salida al jardín, estaban solos.
–Hace una preciosa noche –dijo Garrett, alzando la mirada al cielo estrellado.
–Sí –asintió ella. Junio era su mes favorito, en el que el mundo revivía y se llenaba de color. ¿No era también el mejor momento para conocer al hombre de sus sueños, a su alma gemela?–. Hábleme de usted, señor Sutherland.
—¿Qué quiere saber? –preguntó él, sonriendo.
Cualquier cosa. Todo.
–¿Vive en la isla Thomas?
–Desde que nací. He vivido siempre en las afueras del pueblo Varie, al otro lado de la isla.
Ese pueblo era modesto, y no el lugar de procedencia de una familia rica. Pero a Louisa eso le traía sin cuidado.
–¿A qué se dedican sus padres?
–Mi padre era granjero y mi madre, modista. Actualmente, ambos están jubilados y viven en Inglaterra, con mi hermano y su familia.
Costaba creer que un hombre tan adinerado tuviera un origen tan humilde.
–¿Cuántos hermanos tiene?
–Tres. Yo soy el mayor.
Louisa siempre había deseado saber qué se sentía al ocupar esa posición en la familia y ser la persona a la que los demás recurrían en busca de consejo.
Una ráfaga de aire frío hizo temblar a Louisa, que se frotó los brazos desnudos para darse calor. Lo sensato sería entrar para no enfriarse, pero Louisa no quería privarse de aquel momento de placer.
–Tiene frío –dijo él.
–Un poco –admitió ella, segura de que él sugeriría entrar. Pero en lugar de eso, se quitó la chaqueta del esmoquin y la envolvió en ella.
Louisa habría querido que la abrazara y la besara en aquel mismo instante. Estaba segura de que sus labios serían firmes pero delicados; su boca, dulce. Había vivido aquella escena mentalmente miles de veces desde su adolescencia. El beso perfecto. Pero ningún hombre había estado a la altura de sus fantasías. Garrett sí lo estaría. Y lo comprobaría aunque tuviera que ser ella quien diera el primer paso.
Estaba intentando decidir cómo hacerlo, cuando una figura apareció en el umbral de la puerta. Al volverse, Louisa vio a su hermano Chris observándolos con gesto severo.
–Señor Sutherland –dijo–. Me alegro de comprobar que finalmente ha aceptado una invitación.
–Alteza –saludó Garrett con una inclinación de cabeza.
Chris se aproximó y le tendió la mano, aunque en su actitud se apreciaba cierta tensión.
¿Garrett no le gustaba? ¿Desconfiaba de él? ¿O actuaba con su habitual sentido protector hacia ella?
–Veo que ha conocido a la princesa –dijo Chris.
–Es una mujer encantadora –contestó Garrett–. Aunque temo haberla monopolizado en exceso.
Chris lanzó una mirada a Louisa.
–Tiene deberes que atender.
Como princesa, su deber era socializar con todos los invitados, especialmente en ausencia de sus padres. El deber era el deber.
Tendría que esperar a otro momento y otro lugar.
–Dame un minuto –pidió Louisa a su hermano.
Chris aceptó a regañadientes y dijo al señor Sutherland:
–Espero que lo pase bien.
Y se marchó.
Louisa dirigió a Garrett una sonrisa incómoda.
–Siento que parezca brusco. Tanto él como el resto de mi familia tienden a protegerme.
–Si yo tuviera una hermana tan encantadora, actuaría de la misma manera –dijo él, comprensivo.
–Supongo que debo entrar y mezclarme con los invitados.
Garrett le dio a entender con la mirada que compartía su desilusión.
–Lo comprendo, Alteza.
Louisa se quitó la chaqueta y se la devolvió.
–¿Le gustaría venir a cenar a palacio?
Una sonrisa curvó los maravillosos labios de Garrett.
–Me encantaría.
–¿Está libre este viernes?
–Si tengo algún compromiso, lo cancelaré.
–Cenamos a las siete, pero puede venir sobre las seis y media.
–Allí estaré –Garrett tomó su mano, besándola de nuevo con delicadeza–. Buenas noches, Alteza.
Le dedicó una luminosa sonrisa y, dando media vuelta, entró en la sala. Louisa lo observó hasta que se perdió entre la masa, mientras pensaba que hasta que volviera a verlo y pudiera perderse en la profundidad de sus hipnótica mirada, los días se le harían eternos.
Garrett bebió un sorbo de champán mientras recorría la sala sin apartar los ojos del objeto de su interés. Todo había salido según lo planeado.
–¡Qué gran interpretación! –dijo alguien a su espalda.
Al volverse, Garrett encontró a Weston Barnes, su mejor amigo y director ejecutivo de su empresa.
–¿Quién dice que haya sido una interpretación? –preguntó Garrett con fingida inocencia.
Wes lo miró dándole a entender que no necesitaba disimular. Trabajaban juntos desde que Garrett compró su primer terreno, diez años atrás, y sabía que no habría acudido a la fiesta de no haber tenido un interés oculto.
–No me queda nada por conseguir –añadió Garrett.
Wes frunció el ceño.
–¿Qué quieres decir?
–Soy dueño de todos los terrenos comerciales de la isla. La única propiedad que no me pertenece es la de la familia real, así que sólo me queda una opción.
–¿Cuál?
–Hacerme con el control de los terrenos de la familia real.
Wes desplegó una sonrisa de complicidad.
–Y para conseguirlo has de casarte con alguien de la familia.
–Exactamente.
Tenía dos opciones. La princesa Anne, a la que la prensa se refería como La Temperamental; o su gemela, la princesa Louisa, conocida por su dulzura e inocencia. La decisión estuvo clara desde el principio, aunque por la manera espontánea y abierta con la que Louisa había reaccionado a su tacto, no estaba seguro de que fuera tan inocente.
Wes sacudió la cabeza.
–Hasta para tus estándares resulta maquiavélico. Supongo que todo vale para engordar la cartera.
No se trataba de dinero. Garrett tenía todo el que quería. Se trataba de poder. Para casarse con la princesa, tendrían que otorgarle un título nobiliario, con toda seguridad el de duque, y así se convertiría en noble. El hijo de un granjero y una modista llegaría a ser uno de los hombres más poderosos del país. Si jugaba bien sus cartas, tal y como acostumbraba a hacer, algún día controlaría toda la isla.
–Hablaremos de ello en otra ocasión –dijo Garrett–. Después de todo, también te afecta a ti.
–Es una noticia inesperada teniendo en cuenta de que siempre has dicho que ni te casarías ni tendrías hijos.
–A veces un hombre ha de sacrificarse –dijo Garrett, encogiéndose de hombros.
–¿Y qué tal ha ido?
–Muy bien.
–Si eso es cierto, ¿por qué tú estás aquí y ella al otro lado de la sala?
–Porque ya he conseguido lo que quería –Garrett sonrió con sorna.
–Me da miedo preguntar qué es.
Garrett rió quedamente.
–¡Qué poca imaginación tienes! Me refiero a una invitación para cenar en palacio.
Wes enarcó las cejas.
–¿De verdad?
–Este viernes, a las seis y media.
–¡Eres increíble! –dijo Wes, sacudiendo la cabeza.
–Es un don –Garrett se encogió de hombros–. Las mujeres me encuentran irresistible. Si no, pregúntaselo a la tuya.
Wes se volvió hacia Tia, su mujer desde hacía cinco años, que estaba en un círculo con otras mujeres.
–Será mejor que la rescate antes de que beba demasiado.
–Deberías sacarla más a menudo.
–¡Ojalá se dejara!
Tia era la típica madre primeriza que no soportaba estar separada de su bebé más de un par de horas. De hecho, aquél era el primer acto social que atendían desde el nacimiento de Will, hacía tres meses.
–¿Te vienes con nosotros? –preguntó Wes, señalando en la dirección de Tia.
Garrett lanzó una última mirada a la princesa, que charlaba con varios jefes de estado, y siguió a su amigo. Tenía toda una estrategia en marcha. Sabía lo que le diría y cuándo se besarían por primera vez. El truco con una mujer como aquélla era no darse prisa. Estaba seguro de que pronto, quizá el viernes siguiente, la princesa caería rendida a sus pies.
Louisa no se había equivocado. La semana se le había hecho interminable y el viernes, eterno. Finalmente, a las seis y media en punto, un coche deportivo negro se detuvo ante las puertas del palacio y de él bajó Garrett.
Louisa lo observó desde la biblioteca, sorprendiéndose de que alguien con su fortuna no tuviera chófer y preguntándose qué se sentiría al ir en un coche como aquél. Tal vez algún día, pensó esperanzada, lo comprobaría. Aunque tuviera que ir rodeada de sus guardaespaldas, que no la abandonaban ni a sol ni a sombra desde que, el verano anterior, la familia había empezado a recibir amenazas.
Louisa continuó observando a Garrett desde detrás de la cortina. Estaba guapísimo con un traje gris milrayas. Y le asombró comprobar que era aún más alto de lo que recordaba.
A Chris no le había gustado que esperara hasta aquella misma mañana para anunciarle que tenían un invitado a cenar. Pero Louisa estaba segura de que, de haberlo notificado con anterioridad, sus hermanos la habrían torturado durante toda la semana. Y con un día había tenido bastante. En cuanto lo supo, Chris empezó a cuestionar los motivos de Garrett, como si ningún hombre pudiera interesarse en ella más que por su dinero o su posición; Aaron señaló su inquietud respecto a la diferencia de edad, que era de unos diez años; y Anne, que estaba especialmente malhumorada desde la fiesta, le advirtió que un hombre como Garrett Sutherland estaba fuera de sus posibilidades y que sólo podía mostrarse interesado en ella por una razón.
Y como tantas otras veces, Louisa deseó con todas sus fuerzas que sus hermanos la dejaran en paz.
Cuando Chris se casó con una princesa ilegítima, nadie había dicho nada, y la boda había sido aceptada por el bien del país. Cuando Aaron se casó con una científica huérfana, apenas se habían oído algunas voces contrarias. Así que, ¿qué objeción podía haber a que ella saliera con un hombre de negocios rico y exitoso?
Por curiosidad, había buscado información sobre él y lo poco que había averiguado, era bueno. Pero estaba segura de que Chris habría ordenado a Randall Jenkins, el jefe de seguridad, que recabara la mayor información posible sobre Garrett. Aun así, Louisa no estaba preocupada. Se consideraba una gran juzgadora de carácter, y estaba convencida de que Garrett era una buena persona.
Sonó el timbre y corrió a sentarse en el sofá mientras el mayordomo, Geoffrey acudía a abrir la puerta. Louisa se estiró la falda del vestido rosa sin mangas e irguió la espalda. El corazón le latía desbocado.
En cualquier otra circunstancia habría elegido una indumentaria más conservadora, pero aquella noche quería ofrecer su mejor aspecto. Pareció pasar un siglo antes de que se abriera la puerta de la biblioteca y Garrett entrara. Louisa se puso en pie y fue a su encuentro.
Garrett hacía gala de una seguridad en sí mismo que resultaba refrescante en comparación con los jóvenes de la nobleza cuya arrogancia, basada en un apellido que les abría todas las puertas, solía irritar a Louisa. Ella y sus hermanos habían crecido rodeados de riqueza y privilegios, pero sus padres les habían enseñado a ser humildes y valorar las cosas. Con los últimos acontecimientos y la enfermedad de su padre, también había aprendido que la vida era muy frágil y que la familia importaba más que nada en el mundo.
Y aunque pudiera engañarse, estaba convencida de que Garrett compartía esos mismos principios.
Cuando él la vio, una espléndida sonrisa iluminó su rostro.
–Alteza, es un placer volver a verla –saludó con una inclinación de cabeza.
–Me alegra que haya podido venir –dijo ella, aunque no había dudado ni por un momento que acudiría. Después de todo, su encuentro estaba escrito en las estrellas.
–¿Desea beber algo el señor? –preguntó Geoffrey.
–Un whisky, por favor –dijo Garrett.
Y su buena educación hizo sonreír a Louisa, que no soportaba a la gente que trataba al servicio con displicencia y sobre todo a Geoffrey, que llevaba en la familia desde antes que ella naciera.
–¿Vino blanco, Alteza? –le preguntó Geoffrey.
–Sí, muchas gracias –Louisa indicó a Garrett el sofá–. Siéntese, por favor.
Garrett se sentó en actitud relajada, como si visitara a la realeza a diario, aunque Louisa sabía que apenas hacía vida social. Ella ocupó el otro extremo del sofá, conteniendo a duras penas el nerviosismo que la poseía. Una vez les sirvió las bebidas, Geoffrey los dejó, por fin, a solas.
–Me hubiera gustado que mis padres lo conocieran, pero no cenarán con nosotros esta noche.
–¿Su padre no se encuentra bien? –preguntó Garrett con gesto preocupado.
–Pronto van a hacerle unas pruebas a las que debe llegar en las mejores condiciones posibles. Cuanta menos gente vea, menos riesgos tiene de enfermar. Su sistema inmunológico está muy debilitado.
–Entonces, nos conoceremos en otra ocasión –dijo él.
¿Era su manera de insinuar que quería volver a verla? Aunque Louisa no lo dudara, aquellas palabras fueron música para sus oídos.
–Le advierto de que esta noche puede parecerse más a un tribunal de la Inquisición que a una cena –comentó.
Garrett sonrió.
–Lo suponía. No tengo nada que ocultar.
–Tengo que reconocer que lo he buscado en Google.
Su sinceridad pareció sorprender a Garrett.
–¿De verdad?
–Sí. Pero no he encontrado casi nada.
–No hay mucho que contar. Soy un hombre corriente, Alteza. Hay quien incluso me consideraría aburrido.
Louisa lo dudaba. Para ella, todo en él era intrigante. Era serio y adusto, pero al mismo tiempo tenía una sonrisa cálida y generosa. Le gustaban las arruguitas que se le marcaban al sonreír y el hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda.
Abrió la boca para decir que a ella nunca podría parecerle aburrido, pero antes de que pudiera hablar, se abrió la puerta y apareció toda su familia. Al completo. Ni siquiera podían dejarle un minuto a solas con el hombre con el que pensaba casarse.
Garrett se puso en pie y Louisa hizo las presentaciones.
–Si no me equivoco, ya conoce a mis hermanos, el príncipe Christian y el príncipe Aaron.
–Es un placer volver a verlos –Garrett inclinó la cabeza y luego estrechó la mano de ambos hombres. En la firmeza de su apretón, Garrett interpretó que le daban la bienvenida pero que también le advertían que estaban evaluándolo.
–Ésta es mi cuñada, la princesa Melissa –dijo Louisa.
–Sólo Melissa –dijo la mencionada. Y estrechó la mano de Garrett con una firmeza que contradecía su aparente fragilidad–. Es un placer conocerlo, señor Sutherland. He oído hablar mucho de usted.
–Por favor, llámeme Garrett. Enhorabuena por su embarazo. Tengo entendido que dará a luz pronto.
–Gracias. Sólo faltan unas semanas, pero con los embarazos múltiples nunca se sabe –dijo ella, acariciándose el voluminoso vientre–. Espero que sea pronto porque me siento como un elefante.
–En mi opinión, no hay nada más hermoso que una mujer embarazada –dijo Garrett con sinceridad.
Melissa sonrió de oreja a oreja y Louisa supo que la había conquistado.
Aaron dio un paso adelante.
–Ésta es mi mujer, Olivia.
Liv sonrió con timidez. Todavía no se había acostumbrado a su papel como miembro de la realeza. Se trataba de una bióloga genetista dedicada a la investigación, reservada y estudiosa, que prefería analizar el ADN de las plantas que relacionarse con la gente.
–Encantada de conocerlo –saludó, estrechando la mano de Garrett.
Anne decidió presentarse a sí misma.
–Yo soy Anne.
Estrechó la mano de Garrett con tanta energía que Louisa temió que fuera a retarlo a un pulso. ¿Qué demonios le pasaba?
Pero si Anne esperaba desconcertar a Garrett con su agresiva presentación, se había equivocado.
–Es un placer conocerla, Alteza –dijo él con una encantadora sonrisa que desactivó la tensión que Anne había creado.
–Tengo que reconocer que cuando Louisa me ha anunciado esta mañana que venía, me ha sorprendido –dijo Chris.
Louisa habría querido darle un puñetazo por hacer creer a Garrett con aquel comentario que se avergonzaba de él. Pero en lugar de parecer molesto, Garrett le dedicó una adorable sonrisa antes de decir:
–La sorpresa fue mía cuando recibí la invitación –sus ojos se clavaron en los de ella con una expresión tan dulce que Louisa estuvo a punto de derretirse–. No podía creer mi buena fortuna al haber llamado la atención de la mujer más hermosa del baile.
Que hablara de sus sentimientos hacia ella tan abiertamente delante de su familia hizo que Louisa deseara besarlo allí mismo, pero ¿cómo iba a desperdiciar de aquella manera su primer beso?
Geoffrey anunció desde la puerta que la cena estaba lista.
Melissa alargó la mano hacia Chris para que él le ofreciera el brazo.
–Adelántate –dijo él–. Quiero tener unas palabras con nuestro invitado.
Louisa sintió que el corazón se le paraba y rezó para que no dijera algo que pudiera ofender o ahuyentar a Garrett. Pero sabía que, si protestaba, sólo empeoraría las cosas.
Al ver que Melissa vacilaba, Chris añadió:
–No tardaremos ni un minuto.
Louisa dedicó a Garrett una mirada a modo de disculpa, pero él se limitó a sonreír mientras Melissa animaba a los demás a seguirla al comedor.
Con un poco de suerte, pensó Louisa, Garrett seguiría interesado en ella en lugar de pensar que conquistar a una princesa era una tarea demasiado laboriosa.
Garrett siguió con la mirada al resto de la familia real mientras salían de la habitación, y se preguntó si el príncipe Christian consideraría aquella conversación necesaria de haber sido noble.
–En circunstancias normales, sería el rey quien mantuviera esta conversación con usted –dijo Chris.
–Lo comprendo –dijo Garrett, aunque no sabía si eso representaba una ventaja o un inconveniente.
El príncipe indicó el sofá con la mano y, cuando Garrett se sentó, él ocupó el sillón de enfrente.
–Como medida de precaución, he hecho que le investiguen.
Garrett lo había previsto. Como le había dicho a Louisa, no tenía nada que ocultar.
–¿Ha descubierto algo interesante?
–Hay poca información. Como hombre de negocios es implacable, pero se mantiene dentro de la legalidad; y parece ser un jefe justo. Dona parte de sus ingresos a obras sociales relacionadas con la educación y los menos favorecidos, y ni siquiera le han puesto una multa de tráfico.
–Parece sorprendido.
–Pudiera ser que un hombre tan reservado tenga algo que ocultar.
–No pretendo ser reservado, si no que llevo una vida muy simple. Mi trabajo es mi pasión.
–Es evidente. Sus logros son dignos de admiración.
–Gracias.
El príncipe hizo una pausa antes de continuar, como si se sintiera incómodo con lo que tenía que decir.
–Aunque no veo razón para preocuparme, debo preguntarle, en nombre del rey, cuáles son sus intenciones en relación a la princesa Louisa.
Para Garrett resultaba absurdo que Louisa, con veintisiete años, no pudiera tomar decisiones propias respecto a su vida.
–La princesa me invitó a cenar y yo acepté.
El príncipe pareció sorprenderse con la simplicidad de su respuesta.
–¿Eso es todo?
–Tengo que admitir que encuentro a su hermana fascinante.
–Louisa es… especial –dijo el príncipe, como si se tratara de un impedimento.
Y Garrett, aunque no supo explicarse por qué, sintió la necesidad de defenderla.
–No he conocido a nadie como ella –dijo.
–Es un poco ingenua en lo que respecta al sexo opuesto. Los hombres se han aprovechado de ella.
Quizá, si su familia dejaba de sobreprotegerla, aprendería a ser menos inocente. Sin embargo, esa característica lo beneficiaba, así que Garrett no lo consideraba un problema.
–No se preocupe. Siento el mayor respeto por la princesa y me considero un hombre de honor. Nunca haría nada que la comprometiera.
–Me alegro, pero comprenderá que tenga que hablarlo con el rey.
–Por supuesto, Alteza.
El príncipe esbozó una sonrisa.
–Nos conocemos desde hace mucho tiempo Garrett. Llámame Chris.
Aquella sugerencia bastó a Garrett para saber que prácticamente era ya un miembro de la familia. Que Chris tuviera que hablar con su padre no era más que un trámite.
–Confío en que pronto nos conozcamos mejor –dijo.
–Lo mismo digo –replicó Chris, antes de añadir con expresión solemne–: Pero si te aprovechas de mi hermana, tendrás que asumir las consecuencias.
Que permaneciera inmutable pareció impresionar positivamente a Chris, pero Garrett sabía que tendría que cortejar a Louisa con cautela. Chris se puso en pie.
–¿Nos reunimos con los demás?
Garrett lo siguió al comedor.
Cuando entraron se estaba sirviendo el primer plato. Louisa se incorporó de un salto e indicó a Garrett la silla que tenía al lado.
–Lo siento muchísimo. Espero que Chris no haya sido demasiado severo –le susurró en cuanto se sentaron.
–En absoluto –dijo él con una sonrisa tranquilizadora.
Pero si Garrett creía que lo peor había pasado, estaba equivocado.
–Tengo entendido que su padre era granjero –dijo Anne, como si ello lo convirtiera en un ser inferior.
Garrett sabía que más tarde o más temprano se mencionaría su humilde origen, pero no era algo de lo que se avergonzara, aunque nunca había entendido por qué sus padres no se habían esforzado por progresar.
–Así es. De pequeño trabajaba con él en el campo.
–Sin embargo, no siguió sus pasos –apuntó An-ne, en un tono acusatorio que recordó a Garrett la reacción de su padre cuando le anunció que dejaría la isla para ir a la universidad.
–No. Quería estudiar una carrera.
–¿Qué opinó su padre?
–¡Anne! –exclamó Louisa, avergonzada por la actitud de su hermana.
–¿Qué? –peguntó Anne con fingida inocencia.
Garrett no supo a qué se debía el comportamiento de Anne, pero tuvo la certeza de haber elegido a la hermana adecuada. Quien se casara con Anne estaría abocado a una vida desdichada.
–No seas tan cotilla –dijo Louisa.
–¿Cómo quieres que lleguemos a conocer al señor Sutherland? –dijo Anne encogiéndose de hombros.
–Por favor, llámeme Garrett –dijo Garrett–. Y para responder su pregunta, mi decisión no le gustó nada a mi padre. Él quería que me quedara con la granja cuando se jubilaran, pero yo quería mejorar en la vida.
–Y lo has conseguido –dijo Chris en un tono que Garrett interpretó como admiración.
–Si he aprendió algo en la vida –dijo Garrett–, es que uno ha de tomar sus propias decisiones –lanzó una mirada de complicidad a Louisa–, y que ha de seguir los dictados del corazón.
–Estoy de acuerdo –dijo Olivia, poniendo la mano sobre la de su esposo–. Aaron va a empezar Medicina en otoño.
–Me lo habían comentado –dijo Garrett.
Siempre se informaba minuciosamente sobre sus adversarios. Que Aaron fuera a dejar el negocio familiar dejaba la puerta entreabierta para que él se ofreciera a ocupar su lugar.
–Va a ser un médico fabuloso –dijo Olivia, sonriendo con orgullo.
Era una mujer corriente, muy joven y sencilla, pero tenía una bonita sonrisa y, por lo que Garrett sabía, era una brillante científica. El otoño anterior, las cosechas de la isla se habían visto afectadas por una plaga desconocida, y Olivia había sido contratada por la familia real para encontrar una cura ecológica.
–Tengo entendido que su genialidad salvó a los terratenientes del país –dijo Garrett–. Yo incluido.
Olivia sonrió tímidamente y se ruborizó. Garrett se había ganado a tres cuartos de las mujeres presentes. Anne era, por el momento, una causa perdida. Respecto a Chris y a Aaron, no estaba seguro, pero parecían accesibles. Había llegado el momento de cambiar de tema, y él había hecho los deberes.
–Tengo entendido que usted pasó bastante tiempo en los Estados Unidos –dijo a Melissa.
–Nací en la isla Morgan, pero crecí en Nueva Orleans.
–Una ciudad preciosa –comentó él.
–¿La conoce?
–He ido a menudo por trabajo –Garrett sacudió la cabeza–. Los efectos de Katrina fueron devastadores.
–Así es. He creado una fundación para financiar la rehabilitación de la ciudad.
–No lo sabía. Me encantaría hacer una donación.
–Sería fantástico, gracias –dijo ella, sonriente.
–Le haré llegar un cheque la semana que viene.
–¿Qué más lugares ha visitado? –preguntó Louisa.
Y se inició una conversación sobre viajes al extranjero y sobre los países favoritos de cada uno de los presentes.
A Garrett le sorprendió gratamente que se tratara de un grupo, con excepción de Anne, agradable y poco estirado. El tono de la conversación le recordó a las reuniones familiares de su juventud. Y para cuando se sirvió el postre, se dio cuenta de que estaba pasándolo realmente bien.
Louisa permaneció callada la mayoría del tiempo, observándolo como si estuviera hipnotizada.
Al concluir la cena, Chris se puso en pie.
–¿Te apetece una partida de póquer? –preguntó a Garrett.
–Garrett y yo vamos a dar un paseo por el jardín –se anticipó a contestar Louisa.
Garrett hubiera preferido ir a jugar una partida, pero supo que tenía que aceptar la sugerencia de Louisa.
–Tendrá que ser otro día –contestó a Chris.
–De acuerdo –dijo éste, y mirando a Louisa con gesto serio, añadió–: No vayáis lejos y volved antes de que anochezca.
–Ya lo sé –dijo Louisa en un tono de exasperación que no extrañó a Garrett.
Louisa lo tomó del brazo, sonriente.
–¿Listo?
Garrett agradeció la cena y siguió a Louisa al exuberante jardín. Soplaba una brisa cálida y Louisa lo sujetaba con firmeza, como si temiera que fuera a huir.
–Siento mucho lo de mi familia –dijo a modo de disculpa–. Habrá notado que me tratan como a una niña. Es humillante que me consideren una ingenua.
Garrett pensó que quizá no estaban tan equivocados. En cualquier caso, era lo bastante inocente como para haber caído en su trampa de seducción sin cuestionárselo. Afortunadamente para ella, no tenía la menor intención de maltratarla ni de comprometer su honor. Nunca haría sufrir a su esposa.
–Estoy seguro de que tienen las mejores intenciones.
–Supongo que sí –admitió Louisa–. Pero las cosas han empeorado desde que comenzaron las amenazas. Chris cree que todo el mundo es un espía.
–He oído en las noticias que un hombre no identificado se saltó las medidas de seguridad y llegó hasta la habitación del rey en el hospital.
–Se hace llamar El Hombre Esquivo. Todo empezó el verano pasado, con un correo electrónico. Entró en nuestro sistema informático y nos envió desde nuestras propias cuentas versiones violentas de rimas infantiles.
–¿De canciones infantiles? No suena muy amenazador.
–La mía decía: «Te quiero, te abrazo y te beso. Te abrazo y te beso, y te pongo una soga alrededor del cuello. El cuello la soga apretará cuando al fondo caerás. Cuando al fondo caerás, para siempre dormirás» –Louisa miró a Garrett con una sonrisa de tristeza–. La he memorizado.
Resultaba un tanto siniestra.
–¿Cómo eran las demás?
–No las recuerdo literalmente, pero el tema común era la muerte.
No era de extrañar que la familia se mostrara tan cauta.
–Inicialmente, pensamos que era una broma de mal gusto, hasta que consiguió colarse en palacio.
Eso explicaba las extremas medidas de seguridad el día del baile.
–¿Atacó a alguien?
–No, pero dejó una nota: Corred, corred tanto como queráis. No podréis dar conmigo; soy El Hombre Esquivo. Por eso sabemos su apodo. Llevamos tiempo sin saber de él, pero eso no significa que haya parado. Pasan unos meses en calma, y cuando creemos que se ha dado por vencido, nos hace llegar otra nota o un mensaje. Envió una cesta llena de fruta podrida en Año Nuevo, y un ramo de flores para felicitar a Melissa y a Chris por el embarazo semanas antes de que se hiciera oficial. Incluso sabía que se trataba de trillizos.
–Tiene que ser alguien de dentro.
–Eso pensábamos, pero hemos investigado a todo el mundo.
Al menos la obsesión de su familia por proteger a Louisa adquiría sentido, aunque Garrett confiaba en que no interfiriera en sus planes.
–Pero dejemos de hablar de mí –dijo Louisa, haciendo un ademán con la mano como si ahuyentara un insecto–. ¿Cómo es su familia?
–Sencilla –dijo Garrett–. Dos de mis hermanos poseen un negocio en Inglaterra de material para la agricultura. El tercero, el más joven, es un… aventurero. Lo último que sé de él es que estaba trabajando en un rancho en Escocia.
–Me encantaría conocerlos –dijo Louisa con un entusiasmo que sorprendió a Garrett–. Podrían venir todos un día a palacio.
–No creo que sea una buena idea.
–¿Se avergüenza de ellos? –preguntó Louisa, frunciendo el ceño.
–Al contrario: ellos se avergüenzan de mí, o al menos no están de acuerdo con la vida que he elegido.
–¿Cómo es eso posible con el éxito que ha conseguido? ¿No se sienten orgullosos?
Garrett se había hecho esa misma pregunta numerosas veces sin llegar nunca a comprenderlo.
–Es… complicado.
Louisa le dio una palmadita en el brazo.
–Yo creo que es excepcional. Lo supe en cuanto lo vi.
Garrett sabía que era sincera y habría querido pensar lo mismo de ella. Pero estaba seguro de que era una mujer especial y que algún día llegaría a descubrir sus cualidades.
–Dígame la verdad: ¿le ha asustado mi familia?
Garrett intuyó la preocupación que sentía, pero él era un hombre con una misión y nada lo apartaría de su camino. Le apretó el brazo afectuosamente.
–Claro que no.
–Menos mal –Louisa sonrió aliviada–. Porque me gusta usted mucho, Garrett.
Garrett nunca había conocido a una mujer tan abierta y tan sincera respecto a sus sentimientos, y aunque era una característica que le gustaba, también le causaba inquietud. Su padre le había enseñado que los hombres no debían mostrar sus sentimientos para no parecer débiles, pero sabía que, si quería que aquella relación se consolidara, tendría que hacer un esfuerzo para expresarse. Al menos hasta conseguir un título nobiliario y poner una alianza en el dedo de Louisa.
–El sentimiento es mutuo, Alteza –dijo con su más cálida sonrisa.
