La rebelión de los príncipes - Varios autores - E-Book

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Varios autores

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Beschreibung

La emperatriz regente Okinaga regresa a Toyura a bordo de la nave funeraria que transporta los restos del emperador Tarashi. La esperan multitudes para aclamar su increíble victoria sobre Silla y recibir las naves cargadas de botín, lideradas por su valiente general Kamowake. Pero entre celebraciones y luto, se tejen oscuras intrigas: conspiraciones que buscan arrebatarle el poder, incluso a costa de la guerra. ¿Podrá Okinaga mantener el trono y la estabilidad del imperio? Por qué te encantará esta historia: - Una trama épica inspirada en la historia y leyendas japonesas. - Intriga política, batallas y personajes inolvidables. - Perfecta para amantes de la novela histórica y la fantasía oriental.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

PERSONAJES PRINCIPALES

CAPÍTULO 1

FUNERAL EN TOYURA NO MIYA

CAPÍTULO 2

ALIANZAS

CAPÍTULO 3

CACERÍA EN LAS PLANICIES DE YAMATO

CAPÍTULO 4

LA TRAVESÍA

CAPÍTULO 5

EL ARDID FINAL

GALERÍA DE ESCENAS

HISTORIA Y CULTURA DE JAPÓN

LAS EMPERATRICES DE JAPÓN

NOTAS

© Marina Moix por las ilustraciones

Dirección narrativa: Ariadna Castellarnau y Marcos Jaén Sánchez

Asesoría histórica: Gonzalo San Emeterio Cabañes y Xavier De Ramon i Blesa

Asesoría lingüística del japonés: Daruma, servicios lingüísticos

Diseño de cubierta y coloreado del dibujo: Tenllado Studio

Diseño de interior: Luz de la Mora

Realización: Editec Ediciones

Fotografía de interior: Katsushika Hokusai/Wikimedia Commons: 102; Saigen Jiro/

Wikimedia Commons: 106; The Prince Shotoku Exhibition/ Wikimedia Commons: 108;

The San Diego Museum of Art/ Wikimedia Commons: 110; Wikimedia Commons: 112;

The Japanese Book /Wikimedia Commons: 115

Para Argentina:

Editada, Publicada e importada por RBA EDICIONES ARGENTINA S.R.L.

Av. Córdoba 950 5º Piso “A”. C.A.B.A.

Distribuye en C.A.B.Ay G.B.A.: Brihet e Hijos S.A., Agustín Magaldi 1448 C.A.B.A.

Tel.: (11) 4301-3601. Mail: [email protected]

Distribuye en Interior: Distribuidora General de Publicaciones S.A.,

Alvarado 2118 C.A.B.A.

Tel.: (11) 4301-9970. Mail: [email protected]

Para Chile:

Importado y distribuido por: El Mercurio S.A.P., Avenida Santa María N° 5542,

Comuna de Vitacura, Santiago, Chile

Para México:

Editada, publicada e importada por RBA Editores México, S. de R.L. de C.V.,

Av. Patriotismo 229, piso 8, Col. San Pedro de los Pinos,

CP 03800, Alcaldía Benito Juárez, Ciudad de México, México

Fecha primera publicación en México: en trámite.

ISBN: en trámite (Obra completa)

ISBN: en trámite (Libro)

Para Perú:

Edita RBA COLECCIONABLES, S.A.U.,

Avenida Diagonal, 189. 08019 Barcelona. España.

Distribuye en Perú: PRUNI SAC RUC 20602184065

Av. Nicolás Ayllón 2925 Local 16A El Agustino. CP Lima 15022 - Perú

Tlf. (511) 441-1008. Mail: [email protected]

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: diciembre de 2025

REF.: OBDO603

ISBN: 978-84-1098-497-4

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

PERSONAJES PRINCIPALES

OKINAGATARASHI-HIME NO MIKOTO — conocida en las crónicas posteriores como la emperatriz Jingū. Regente del reino de Yamato desde la muerte de su esposo, el emperador Tarashi Nakatsuhiko (conocido con posterioridad como Chūai). Lucha por defender el trono y el derecho de su hijo, el príncipe Hondawake, a ocuparlo cuando este alcance la mayoría de edad.

TAKEUCHI NO SOKUNE Y TAKEFURUKUMA — ministros imperiales y leales servidores del trono de Yamato. Son los principales consejeros de la emperatriz Okinaga, como antes lo fueron de su difunto esposo.

HONDAWAKE NO MIKOTO — hijo de la emperatriz Okinaga, es príncipe heredero del trono de Yamato y todavía un infante.

KAMOWAKE — guerrero veterano y general de las tropas imperiales de Yamato.

KAGOSAKA Y OSHIKUMA — hijos del emperador Tarashi Nakatsuhiko con su primera esposa. Arteros y ambiciosos, conspiran contra su madrastra la emperatriz regente para hacerse con el trono de Yamato.

KURAMI WAKE E ISACHI NO SUKUNE — respetados guerreros y tobe de los clanes de las tierras orientales de Azuma. Se alían con los príncipes Kagosaka y Oshikuma para apoyar militarmente su causa.

FUNERAL EN TOYURA NO MIYA

on las primeras luces del día, la flotilla imperial navegaba sobre el mar en calma, muy próxima ya a las costas de Anato, en el extremo suroccidental de la isla central, la más grande de las Ocho Islas. Encabezados por la nave funeraria, los cinco barcos avanzaban envueltos en densos jirones de bruma, el silencio roto tan solo de tanto en tanto por el graznido de las gaviotas. La neblina matinal era tan densa que, por momentos, las embarcaciones se perdían de vista entre sí y semejaban flotar entre nubes, como si surcaran un sueño y no las aguas del mar del oeste. Un mar que ahora guardaba menos secretos y se antojaba menos intimidatorio para el cada vez más pujante reino de Yamato, pues hacía tan solo cinco estaciones que, siguiendo el dictamen de un oráculo divino, la emperatriz regente, Okinagatarashi-hime no Mikoto, lo había cruzado por primera vez al mando de una gran hueste para conquistar el próspero reino de Silla, situado en su otra orilla.

Okinaga había logrado la victoria con la ayuda de las dos joyas de las mareas, Kanju y Manju, que Ryūjin, deidad de los océanos, le había otorgado, y con la bendición de la todopoderosa Amaterasu, diosa del sol; pero también con la valiosa asistencia de los dos leales consejeros que ahora viajaban con ella a bordo, Takeuchi no Sukune y Takefurukuma. Hacía poco más de un año y medio, ambos ministros le habían rogado que asumiera el mando la funesta noche en que su esposo, el emperador Tarashi Nakatsuhiko, había fallecido en el palacio de Kashī no Miya, en la isla de Tsukushi, la más occidental de todas. En Kashī, el malhadado Tarashi había cometido la fatal imprudencia de desoír el mandato oracular y, en lugar de arrojarse en pos del ignoto reino de Silla como indicaban los dioses, se había involucrado en una campaña desastrosa contra los rebeldes kumaso, al sur de Tsukushi, antes de contraer una misteriosa enfermedad que lo había retirado del campo de batalla y acabado con él en cuestión de días.

Tarashi había pagado muy cara su afrenta a las deidades y, por un momento, todo había parecido tambalearse en Yamato. Obrando con premura y audacia extraordinarias, Okinaga y sus ministros habían decidido reconciliarse cuanto antes con los kami y mantener en secreto la muerte del mandatario hasta el regreso de su expedición ultramarina, aduciendo que el emperador había partido a un retiro curativo en una remota isla. Asumiendo la regencia, la briosa emperatriz había ordenado ceremonias de purificación a lo largo y ancho de las Ocho Islas y, enfundándose el atuendo guerrero, había conducido a los suyos a una victoria gloriosa, digna del legendario Jinmu, fundador largo tiempo atrás del imperio que ahora ella gobernaba. Solo tras la conquista de Silla había sido anunciada oficialmente la muerte del emperador y habían sido iniciados los preparativos para sus funerales en Toyura no Miya,1 el último lugar donde Tarashi había fijado su corte itinerante antes de viajar a Tsukushi para supervisar sus dominios meridionales.

Tras su campaña, Okinaga llegaba por tanto a Toyura precedida de sus triunfos, del inmenso botín conquistado en Silla y del relato de sus hazañas, que habían corrido de boca en boca despertando el fervor popular, pero también el recelo de otros actores y señores poderosos del reino, empezando por sus propios hijastros, los príncipes y aspirantes al trono Kagosaka y Oshikuma, nacidos de un matrimonio anterior de Ta ra sh i .

No importaba cuántas victorias cosechase un emperador o emperatriz y cuán grande fuera su apoyo popular, la corte era siempre un peligroso nido de intrigas en el que convenía moverse con astucia y cautela.

Okinaga lo sabía, igual que lo sabían sus principales consejeros. Tal vez por ello la emperatriz había tenido dificultades para conciliar el sueño la noche previa a su llegada y ahora, asomada a la borda de la nave principal, escrutaba el brumoso horizonte con gesto circunspecto y ansioso. Pues no sabía a ciencia cierta qué le aguardaba en tierra y si otras brumas, más insidiosas y mortíferas, no la acecharían también allí.

—Arribaremos a puerto en breve, excelencia —escuchó Okinaga a su espalda y, al volverse, vio al venerable Takeuchi no Sukune, quien, avanzando hasta colocarse a su altura, se asomó también a la borda, aunque era muy poco lo que la niebla dejaba ver todavía—. Kamowake está avisado, un bote de remos partió poco antes del alba —explicó el consejero, de edad ya provecta pero gallardo porte e inteligencia relampagueante.

Kamowake era el general de mayor rango en los ejércitos de la emperatriz. Tras la victoria en las tierras del oeste, y por consejo de Takeshi no Sukune, la emperatriz lo había enviado a Toyura no Miya al mando de un parte de la gran flota que había reunido para conquistar Silla, portando consigo el primero de los tributos anuales que habían sido impuestos al rico reino del oeste. El objetivo de aquella de decisión había sido doble: crear en Toyura un ambiente favorable a la regente, a la vista del fabuloso botín que había ganado para las arcas del reino; y, al mismo tiempo, contar allí con una avanzadilla militar que precediera su llegada, además de con un hombre de confianza que pudiera tomar el pulso del ambiente en la corte y supervisar los preparativos de los funerales, previos al enterramiento definitivo del emperador que, como era costumbre, tendría lugar tiempo después y en un emplazamiento final señalado por el oráculo.

—Él nos pondrá al corriente de la situación en Toyura en cuanto desembarquemos —añadió el consejero, advirtiendo la preocupación de su señora.

En el breve pero intenso tiempo que ambos habían compartido como emperatriz y consejero, Takeuchi no Sukune había aprendido a leer el gesto a veces impenetrable de Okinaga y a detectar sus escasos momentos de vacilación.

—Parece que la niebla comienza a levantarse por fin —dijo ella por toda respuesta.

En efecto, como por arte de magia, el vaporoso sudario que envolvía la flota empezó a disiparse en ese instante y principió a distinguirse en lontananza el sinuoso perfil del litoral y la amplia rada en la que se encontraba el puerto.

Con la definitiva apertura del día en aquella jornada de las postrimerías del invierno, se escuchó a bordo el llanto de un niño, procedente de uno de los mamparos de la embarcación. Al oírlo, la emperatriz se giró nuevamente con un movimiento reflejo. Varios pasos más atrás, sus doncellas se aprestaron a calmar al pequeño, que no era otro que el hijo de Okinaga, el príncipe Hondawake no Mikoto, nacido tan solo semanas atrás en el palacio de Kashī no Miya.

Versada en las artes mágicas, la emperatriz había logrado demorar el parto durante toda la campaña de Silla gracias a un hechizo y al cinturón de magatama que había llevado ceñido hasta su regreso a Tsukushi. El retraso en su alumbramiento, sumado a la previa enfermedad y supuesta reclusión del emperador, habían suscitado rumores y sospechas sobre la verdadera paternidad del niño en los círculos de poder que recelaban de su regencia.

Lejos estaban sus rivales de saber que la propia emperatriz también albergaba dudas a ese respecto. Okinaga no había sido infiel a Tarashi antes de su fallecimiento ni yacido con otro varón, pero tenía motivos razonables —motivos que solo había compartido con Takeuchi no Sukune— para suponer que era la propia divinidad la que había engendrado en ella aquel vástago. Como era costumbre, la regente tenía intención de proclamar a Hondawake príncipe heredero una vez se hubieran llevado a cabo los ritos funerarios de Tarashi y su enterramiento final; de modo que, tal y como Takeuchi no Sukune había dicho a Takefurukuma el día de la partida, «el pasado, el presente y el futuro del trono de Yamato viajaban a bordo de la misma nave».

Con el transcurrir de las horas, y a medida que los barcos se fueron aproximando a su destino, se hicieron distinguibles los adornos con los que había sido engalanado el puerto. A su colorido se unía el de los petos lacados del gran contingente de guerreros que formaba en el muelle. Cuando el sol logró abrirse paso entre el mosaico nuboso que cubría el cielo desde hora temprana, arrancó también destellos de los cascos y corazas que lucían algunos de los hombres, metálicos pertrechos que, en muchos casos, habían traído consigo de la rica Silla como parte del botín.

Tras las tropas, aguardaba en vilo también un enorme y heterogéneo gentío, formado por pescadores, campesinos, mercaderes, mujeres, ancianos y niños que ardían en deseos de ver a la emperatriz a la que tantos y tan grandes prodigios se atribuían. ¿Había domeñado, como se contaba, al propio océano, con la sola ayuda de las gemas que el propio kami de los mares le había entregado por mediación de un dragón marino, retrayendo primero las aguas para luego hacerlas abatirse sobre las costas de Silla? ¿Era cierto que podía comunicarse con los propios dioses a voluntad y que su magia no conocía límites? Los que habían combatido junto a ella así lo atestiguaban.

Encabezados por Kamowake, los soldados tuvieron que contener a la muchedumbre cuando las naves arribaron por fin al puerto y la emperatriz descendió a tierra entre aclamaciones y un entusiasta griterío, rodeada de sus consejeros, su guardia y sus doncellas.

—Bienvenida a Toyura, excelencia —la recibió Kamowake hincando una rodilla en el suelo—. Toda la corte os aguarda en palacio. El mogari no miya2 está concluido y listo para recibir al emperador.

En ese momento, varios porteadores descendieron también al muelle desde la nave funeraria cargando con el féretro del difunto Tarashi y el griterío cesó de inmediato. Un respetuoso silencio se abatió sobre el puerto. Poco a poco, las gentes se fueron apartando, formando un gran pasillo para dejar paso al cortejo fúnebre que, encabezado por la propia regente y su general, emprendió sin más demora el camino hacia el palacio de Toyura no Miya.

La multitud que se agolpaba también a los lados de la senda se arrodilló al paso de la comitiva y el profundo silencio no dejó de acompañar al cortejo hasta el palacio imperial. Cuando ya estaban en sus inmediaciones, Okinaga asomó la cabeza por el cortinaje del palanquín en que era transportada junto a sus consejeros y alzó la vista hacia la gran construcción, erigida sobre una suave colina rodeada de pino rojo. La flor y nata del reino aguardaba tras los muros de la fortaleza.

La emperatriz volvió a cerrar la cortina y buscó refugio en la mirada siempre serena de Takeuchi no Sukune, quien la tranquilizó con una leve inclinación de cabeza.

Okinaga había partido de aquel lugar y de aquellas tierras varias estaciones atrás siendo tan solo la consorte del emperador. Ahora regresaba a ellas como regente y rectora de los destinos de Yamato, portando el cadáver de Tarashi y un hijo, fruto de sus entrañas, llamado a ocupar el trono algún día. Qué duda cabía de que los acontecimientos se habían acelerado vertiginosamente en los últimos tiempos y de que todo había cambiado muy deprisa. Tal vez demasiado deprisa para algunos.

En las jornadas precedentes a la llegada de la emperatriz se habían concentrado en Toyura, junto a cortesanos y cortesanas, numerosos señores y algunos de los principales caudillos de los clanes tributarios del trono de Yamato, con el fin de rendir el debido respeto tanto al difunto emperador como a la nueva regente del reino. Las hazañas de Okinaga habían llegado también a sus oídos y no eran pocos, entre los que no habían tenido ocasión de conocerla antes, los que ansiaban posar sus ojos sobre ella. A todos ellos admiró, cuando fueron presentados, la hermosura de la emperatriz, de la que tanto habían oído hablar, así como la penetrante inteligencia y la férrea determinación que revelaban a partes iguales su mirada y sus palabras.

Durante el banquete de bienvenida muchos compitieron por su atención, fascinados por la mezcla de misterio —eran bien conocidas por todos también sus dotes chamánicas— y aplomo que irradiaba su figura, y no pocos confesarían después en voz baja a los suyos, su lengua desatada por el licor de arroz, que la viuda de Tarashi era con mucho superior en dignidad y talentos a su difunto esposo.

Menos calurosa y muchos más ambigua había sido la bienvenida que habían deparado a la regente sus hijastros, los príncipes Kagosaka y Oshikuma. En la flor de su juventud y ataviados con sendas túnicas blancas de la más excelsa seda, también ellos le habían presentado sus respetos en el gran salón del palacio.

—Nuestras condolencias, excelencia. A pesar de tus recientes victorias, es el dolor lo que nos une en estos días aciagos —le había dicho el mayor de ellos, Kagosaka—. Tú has perdido un esposo y nosotros, un padre… ¿o puede que mucho más? —había deslizado al final de la frase, buscando los ojos de la emperatriz.

—La desgraciada muerte de Tarashi Nakatsuhiko es sin duda amargo motivo de tristeza para todos nosotros —había respondido Okinaga con escueta formalidad.

—Así es. Aunque tal vez los médicos de la corte, aquí presentes, hubieran podido hallar remedio a su extraña enfermedad de haber tenido la oportunidad, y triunfar allí donde fracasaron los curanderos de la agreste Iki —dijo el esbelto Kagosaka, de hermosos rasgos y afilados pómulos, haciendo referencia a la isla donde Okinaga y sus consejeros habían trasladado en secreto el cadáver de Tarashi tras su repentina muerte en Kashī, arguyendo que el enfermo mandatario había partido en busca desesperada de una cura.

Okinaga vaciló por un instante al escuchar aquellas palabras envenenadas, pues apuntaban al engaño que ella y sus dos principales ministros —que lo habían sido también de Tarashi— habían perpetrado en el inicio de su regencia con el fin de salvaguardar la estabilidad del reino. ¿Sabía Kagosaka de su maniobra? El titubeo de la emperatriz fue fugaz, pero perceptible para el astuto príncipe.

—Por desagracia, nada pudieron hacer por él tampoco, antes de partir a Iki, los también reputados médicos presentes en Kashī no Miya —respondió la emperatriz y su voz dejó entrever una leve irritación—. La decisión fue apremiante y de nada sirve ya lamentarse por ello. Tal fue la voluntad de los kami.

—Nada puede hacerse ya al respecto, en eso estamos de acuerdo. Oh, pero sí que cabe lamentarse, ¿para qué nos hemos reunido aquí, si no es para llorar y lamentar la muerte de mi padre durante días y semanas enteros? ¿No es así? ¡Por su excelencia el difunto emperador! —respondió Kagosaka, sonriendo y alzando desafiante un cuenco que acababan de llenarle.

—¡Por su excelencia el emperador! —respondió a su lado su hermano, alzando también el suyo.

Más fornido y corpulento que Kagosaka, Oshikuma no poseía la elegancia natural ni la astucia de su hermano, pero era un guerrero temible, de anchas espaldas y nariz achatada. Durante los años infantiles en los que el primogénito aún podía hacer valer su fuerza, en una pelea, Kagosaka había arrojado a Oshikuma de un árbol al que ambos habían trepado. La nariz de Oshikuma había quedado deformada de por vida como consecuencia de la caída.

—¿Dónde está nuestro hermano? Ardemos en deseos de conocerlo —preguntó Oshikuma a la emperatriz con un brillo siniestro en la mirada.

—El príncipe será presentado a su debido tiempo —respondió ella sin añadir más explicaciones.