La riqueza invisible del cuidado - Mª Ángeles Durán Heras - E-Book

La riqueza invisible del cuidado E-Book

Mª Ángeles Durán Heras

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Beschreibung

Esta obra constituye un hito histórico en la visión académica y científica del trabajo del cuidado. En su dilatada trayectoria académica, M. Ángeles Durán, doctora honoris causa por la Universitat de València, se ha preocupado por la inserción del trabajo no remunerado en el análisis de la estructura social y por los vínculos entre las relaciones de poder y los procesos de producción de conocimiento científico. El cuidado se presenta, así, como una formidable fuente de recursos invisibles no incorporados al análisis económico micro ni macro, que también debe verse como un coste para los hogares y para las personas sobre quienes recae, mayoritariamente mujeres. Más allá de su dimensión científica, la autora plantea el reconocimiento social del cuidado, un trabajo no remunerado que no se distribuye por libre acuerdo, por un pacto social e intergeneracional explícito, sino que es el resultado de fuerzas coercitivas históricas que lo han asignado a las mujeres.

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Seitenzahl: 962

Veröffentlichungsjahr: 2018

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M. ÁNGELES DURÁN

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© M. Ángeles Durán Heras, 2018

© De esta edición: Universitat de València, 2018

Diseño de la colección: Enric Solbes

Coordinación editorial: Maite Simón

Maquetación: Inmaculada Mesa

Corrección: Communico-Letras y Píxeles, S. L.

Fotografías: Pep Pelechà

(Taller d’Audiovisuals de la Universitat de València)

Ilustración de la cubierta:

Libro de las maravillas del mundo y del viage de la tierra sancta de Hierusalem y de otras provincias y hombres monstruosos que hay en las Indias, de Juan de Mandavilla (John of Mandeville). Valencia, Juan Navarro, 1540. (Imagen cedida por Josep Lluís Canet)

ISBN: 978-84-9134-324-0

Índice

Presentación de Antonio Ariño

DISCURSOS PRONUNCIADOS EN EL ACTO DE INVESTIDURA

Laudatio académica a cargo del doctor Antonio Ariño

Lectio pronunciada por la doctora M.ª Ángeles Durán Heras

Palabras de clausura del Excmo. y Magfco. Sr. Rector Esteban Morcillo

BIOBIBLIOGRAFÍA de la Dra. M.ª Ángeles Durán Heras, a cargo de Irene Liberia

LA RIQUEZA INVISIBLE DEL CUIDADO

Nota previa

  I El nacimiento de una nueva clase social: el cuidatoriado

 II Veinte conceptos básicos y una propuesta de investigación

III La riqueza invisible del cuidado. Una visión macroeconómica

IV El mercado del cuidado

  V Demanda y oferta de cuidado para los niños

  VI La calidad de vida de los enfermos y de sus cuidadores

 VII Las formas de envejecer

VIII El cuidado en el final de la vida

  IX El futuro del cuidado

Bibliografía

Presentación

El día 3 de febrero de 2012, la catedrática de sociología del CSIC M.ª Ángeles Durán Heras fue investida como Doctora Honoris Causa por la Universitat de València. Con este acto, la UV cumplía uno de los compromisos adquiridos en su I Plan Estratégico sobre Igualdad y M.ª Ángeles Durán se incorporaba, formalmente, al claustro de doctores y doctoras, pues, de facto, hacía años que venía manteniendo una relación estrecha con grupos de investigación y docencia.

Ahora, Publicacions de la Universitat da a luz una obra magistral –La riqueza invisible del cuidado–, elaborada concienzudamente, con la que M.ª Ángeles Durán corresponde de forma generosa a sus «obligaciones» con la UV como Doctora Honoris Causa. Realmente, nos sentimos honrados con esta contribución científica de primer orden.

Digo que se trata de una obra magistral y creo justo añadir que su publicación, aunque contiene ideas que la autora viene desgranando, enseñando y publicando desde hace algún tiempo, supone un hito histórico en la visión académica y científica del trabajo de cuidado, que nunca se había expresado de forma tan sistemática y coherente.

En ella, M.ª Ángeles Durán culmina, por ahora, la aplicación de una perspectiva y una metodología de análisis preocupada por la inserción del trabajo no remunerado en la estructura social, así como por la relación entre microeconomía y macroeconomía, las relaciones de poder y los procesos de producción de conocimiento científico. Como afirma en un cierto momento, el cambio de perspectiva es necesario porque «la mayoría de los ciudadanos no tiene una idea muy clara de cómo se distribuye por edades la población de su país ni la distribución de la riqueza patrimonial o la desigualdad de ingresos. Menos conocen cómo se distribuye la necesidad y el consumo de cuidados». A su vez, la clase política asume en su agenda otras urgencias y prioridades. De ahí deriva su tesis, de la invisibilidad del cuidado como riqueza y la necesidad de una nueva economía (y política) de este. El objetivo de esta obra –afirma– «es servir de instrumento para una renovación en el modo de investigar la estructura social y económica. No es un punto de llegada, sino de partida». El trabajo de cuidado no es pretexto para analizar dichas estructuras, sino el punto de vista y la piedra de toque de una mejor comprensión de estas.

Al abordar la problemática del cuidado con una nueva mirada, sorprendente y fresca, con una perspectiva amplia, global y crítica, se impone la realización de un trabajo de desbroce y depuración conceptual, la creación de un vocabulario específico y normalizado, así como la exploración de las capacidades de información fiable (y sus límites) que proveen distintas fuentes. En especial, se utilizan la Encuesta de Condiciones de Vida, la edad-2008, la Encuesta Financiera de las Familias-2014, barómetros diversos y encuestas del cis, etc., además de construir escalas propias de medición.

Una lectura crítica de estas fuentes permite diagnosticar e interpretar la situación actual del trabajo de cuidado y los escenarios futuros en clave política. Durán comienza estudiando la evolución de las pirámides de población. En ellas, observa, como es habitual, la reducción de la natalidad y la maduración demográfica, la consiguiente reducción de necesidades de los hijos y el incremento creciente de las necesidades generadas por el volumen de personas mayores, por la dependencia y las enfermedades crónicas. En la actualidad, una persona que se jubila a los 65 años tiene una esperanza media de vida de casi 20 años, de los cuales 6 podrían ser vividos con enfermedades gravemente invalidantes.

Como sostiene Durán, «las previsiones demográficas señalan que la demanda asociada al envejecimiento va a continuar aumentando durante las próximas décadas y recaerá sobre estratos más reducidos de población de edad intermedia, que además desean incorporarse y mantenerse en el mercado de trabajo, consecuentemente con menos tiempo disponible para el cuidado».

¿Quién cuida hoy y cómo se distribuirá el cuidado en el futuro? Hasta ahora, la provisión de servicios de atención la han proporcionado, mayoritariamente, las mujeres más próximas a la persona dependiente: esposas e hijas. Pero este escenario está cambiando y va a mudar aún más por múltiples razones. Si el análisis de la estructura demográfica es un buen predictor de la demanda global de cuidados, la provisión y distribución de la producción de estos dependen de la estructura social y política. En consecuencia, si los datos relativos al trabajo de cuidado permiten sostener que este es «la gran riqueza invisible de las economías modernas», no es menos cierto que «no se distribuye por libre acuerdo sino por fuertes presiones sociales»; no es resultado de un pacto social e intergeneracional explícito, sino de fuerzas históricas coercitivas que han asignado el trabajo de cuidado a las mujeres. Pero este escenario está cambiando muy rápidamente.

En este sentido, la población femenina que en épocas anteriores «se hacía cargo del cuidado de todas las generaciones desde los hogares, actualmente se encuentra en gran parte incorporada a su propia educación y al empleo, por lo que no dispone de tanto tiempo para dedicarlo al cuidado»; por otro lado, si bien las mujeres se incorporan al mercado de trabajo y quieren mantenerse en este, los varones no practican la reciprocidad de incorporación a dicho trabajo o, al menos, no lo hacen en la medida y proporción necesarias; a su vez, la participación de las generaciones jóvenes en esta tarea es muy baja y no parece que vaya a crecer espontáneamente. A ello, se debe añadir que el cuidado ya no se resuelve en el marco de la sociedad y la economía española, sino en el de las migraciones y la economía global.

Otros datos que deben añadirse al diagnóstico son los relacionados con las redes de proximidad, aquellas que se pueden activar potencialmente para cuidar. La transformación de las estructuras familiares reduce su tamaño, mientras crece el número de hogares unipersonales compuestos por personas de edad avanzada y se produce una impregnación cultural de valores como el individualismo y la autonomía personal (¼ del total de hogares son unipersonales).

En este horizonte, M.ª Ángeles Durán introduce el concepto de cuidatoriado para referirse a la nueva clase social emergente formada por la diversidad de personas que se dedican a cuidar (a tiempo completo o a tiempo parcial, con remuneración o sin ella, con preparación profesional o de manera «informal», población autóctona o inmigrante), y efectúa un análisis comparativo con otras clases precedentes como el campesinado y el proletariado para mostrar la calidad científica del concepto, su legitimidad política y su carácter incipiente.

Hoy, el trabajo de cuidado es un componente del trabajo no remunerado. El cuidado es una formidable fuente de recursos invisibles no incorporados al análisis económico micro ni macro, que también ha de verse como un coste para los hogares y para las personas, mayoritariamente mujeres. Con el envejecimiento y el aumento de las enfermedades crónicas, este olvido tiene cada vez consecuencias más graves, especialmente de carácter político, pues no permite ver la realidad y sus tendencias de forma adecuada.

Las consecuencias políticas fundamentales tienen que ver con qué grado de calidad de vida se garantizará a las personas dependientes y cómo se distribuirán y se asignarán los servicios de cuidado que se precisan.

En cuanto al primer aspecto, se debe reconocer que la gran revolución se ha producido con la ley de Promoción de la Autonomía Personal y de Atención a la Dependencia, aprobada en 2006, que reconoce el derecho subjetivo a la autonomía personal, si bien su aplicación ha sido alicorta por carecer de recursos. En cuanto al segundo, la conversión del cuidado en problema político conlleva la asunción de la distribución de dicho trabajo por parte del Estado, pues si se deja, como ahora, al juego de las coerciones sociales, operará la lógica de la ley de hierro del cuidado, según la cual «cuanto mayor sea la necesidad de cuidado, más improbable es que quien lo necesita pueda recibirlo». No solo, como hemos visto, por la reducción del tamaño de las redes de parentesco y proximidad, sino porque la mayoría de los hogares no cuentan con recursos (riqueza y renta) suficientes para adquirir en el mercado y al precio de mercado dichos servicios y bienes. Aún cabe menos esperar una solución del tercer sector o del voluntariado, dada su debilidad estructural y su supeditación a la Administración. Para el 70% de los hogares, concluye Durán, es imposible pagar a un cuidador a jornada completa, de forma intensiva y por periodos prolongados, porque consumiría más de un tercio de los ingresos del hogar.

El cuidado puede transformarse, pero no suprimirse. Ahora bien, como acabamos de ver, las posibilidades de transformación son limitadas. Estamos asistiendo a un equilibrio cambiante (y precario) de la proporción de cuidados que realiza el mercado, los hogares, las entidades sin ánimo de lucro y el Estado. Pero, sin convertir este asunto en un problema político de primer orden, va a resultar difícil hallar equilibrios satisfactorios para las personas necesitadas de cuidados y para el cuidatoriado, que no deja de ser una forma de precariado, sublimado por la intermediación de las relaciones personales y las emociones que genera el parentesco.

Estas son las ideas y cuestiones fundamentales que vertebran esta obra de M.ª Ángeles Durán, pero no agotan el conjunto de aspectos que trata en ella, porque La riqueza invisible del cuidado tiene voluntad de ser (y es) una obra global y completa. Entre las facetas que aborda se encuentran asuntos como el anticuidado (violencia, maltrato, exclusión), las formas de envejecer, el cuidado al final de la vida o las facturas que pasa al cuidador una actividad que se halla impregnada de valores morales y emociones personales.

Y dado que el cuidado es transversal, porque afecta a todas las dimensiones de la existencia, también afecta a todas las funciones de la sociedad –desde la sanidad hasta el urbanismo, desde los servicios sociales a la transformación de los espacios residenciales, desde la formación y la educación a la proclamación de nuevos derechos– y requiere un tratamiento interdisciplinar.

Con esta obra, M.ª Ángeles Durán invita a decir «ya no más». Ha llegado el momento de abordar el cuidado desde nuevas perspectivas científicas y de convertirlo en un asunto explícitamente político.

DISCURSOS PRONUNCIADOS EN EL ACTO DE INVESTIDURA

(3 de febrero de 2012)

Excelentísimo y Magnífico Señor Rector de la Universitat de València, Ilustrísima Señora Secretaria General de la Universitat de València Autoridades Académicas,

Profesoras y Profesores, Señoras y Señores,

Ara fa un any el rector va anunciar la seua voluntat de presentar al Consell de Govern la proposta de nomenament de María Ángeles Durán como doctora honoris causa per la Universitat de València. Aquesta iniciativa va ser recolzada formalment per diverses facultats i centres, entre altres la Facultat de Ciències Socials, el Departament de Sociologia i Antropologia Social, el Institut d’Estudis de la Dona i la Unitat d’Igualtat.

Es per a mi un motiu de gran satisfacció, en nom de tots ells, presentar la trajectòria acadèmica de María Ángeles Durán i la seua contribució a la igualtat efectiva de dones i homes en la ciència, en la Universitat i la societat.

CURRÍCULO

Desde que en 1971 leyera su tesis doctoral, María Ángeles Durán ha desarrollado una intensa dedicación tanto a la actividad investigadora, como a la docencia y la gestión.

Max Weber afirmaba que en la modernidad, las universidades humboldtianas plantean a su profesorado dos exigencias: la docencia y la investigación. Y observando las tensiones que brotaban de ese doble requerimiento, concluía: «será una absoluta casualidad que las dos cualidades coincidan en una misma persona».

María Ángeles Durán, no solo ha combinado ambas, sino que las ha desbordado y lo ha hecho con innegable éxito:

– Sus contribuciones científicas sobre el trabajo no remunerado y la distribución social del tiempo, que se han plasmado en numerosos informes y publicaciones, constituyen el punto de partida inexcusable para cualquier otro estudio sobre estos temas, y le han merecido el Premio Nacional de Investigación Pascual Madoz en Ciencias Económicas y Jurídicas (2002).

– Ha recibido encargos docentes en varias universidades, ha sido la primera mujer que ha obtenido una cátedra de Sociología en España, e imparte cursos de posgrado en centros de distintos países. Actualmente, es profesora de investigación en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

– No solo no ha rehuido las tareas de gestión, sino que por el contrario ha sido pionera en la institucionalización de estructuras a favor de la igualdad en la Universidad española, mediante la creación de seminarios estables y sobre todo como fundadora del Instituto Universitario de Estudios de la Mujer en la Universidad Autónoma de Madrid; además ha sido la primera mujer que ha accedido a la presidencia de la Federación Española de Sociología y formado parte del comité ejecutivo de la International Sociological Association.

– Junto a estas tres funciones –investigación, docencia y gestión–, ha cultivado una cuarta: la comunicación y divulgación científica más allá del espacio estrictamente académico, tal como muestran sus obras de éxito, con ediciones agotadas, como El valor del tiempo, Los costes invisibles de la enfermedad o La ciudad compartida.

– Todo ello no hubiera sido posible sin una pasión, una generosidad y una dedicación extraordinarias, que derivan de una concepción social y comprometida de la persona y de la ciencia. Así lo testifica su producción escrita y su constante disponibilidad para atender invitaciones y requerimientos muy diversos.

En este contexto, hay que colocar su relación con nuestra universidad, y muy especialmente su participación en la Universitat d’Estiu de Gandia, en la Cátedra Cañada Blanch de Pensamiento Contemporáneo, en la colección Feminismos y en numerosos encuentros, seminarios y jornadas promovidos por diferentes grupos y servicios de la Universitat de València.

UNA PERSPECTIVA NUEVA

La obra de María Ángeles Durán se ha caracterizado desde el principio por aportar una mirada y una perspectiva radicalmente nuevas a las ciencias sociales, mirada libre, audaz, fresca, que parecería brotar de forma espontánea de su posición como mujer y del propio objeto que le ocupó desde sus inicios: el trabajo de las mujeres y de las amas de casa. Sin embargo, siempre ha subrayado y ha mostrado mediante una sólida producción científica que su ocupación y preocupaciones tenían un alcance y carácter general: le interesaban la estructura social, la microeconomía y la macroeconomía, las relaciones de poder y los procesos de producción del conocimiento científico. Y ello era así en un contexto particularmente difícil, en el que se daba por supuesto que el sujeto que produce el conocimiento (siendo generalmente masculino) está dotado de un interés «universal, transparente y puro».

Simmel había descrito esta contradicción cuando afirmaba:

María Ángeles Durán ha mostrado hasta qué punto dicha manera de proceder ha impregnado la estructura social, la vida cotidiana y la acción política. Pero, sobre todo, ha puesto en evidencia cómo ha moldeado la ciencia, y cómo resultan sesgados instrumentos de medición tan centrales para las sociedades contemporáneas como la Contabilidad Nacional o el Producto Interior Bruto.

La aventura en que se ha embarcado supone un cambio de paradigma que conlleva algunas rupturas conceptuales y epistemológicas. Dicho de una manera más sencilla: al desplazar el foco e iluminar, mediante este movimiento, todo lo que desde la perspectiva de la desigualdad de género, se encuentra en penumbra o resulta directamente invisible, emergen nuevos fenómenos sociales. El itinerario científico así emprendido ha combinado una triple tarea:

– el análisis ideológico –desvelar las trampas de los espejos con las que hemos contemplado los fenómenos y procesos sociales durante milenios–;

– la elaboración de un vocabulario adecuado, un nuevo diccionario social, tal y como ha hecho con los conceptos de economía, trabajo, enfermedad, conciliación, y

– la construcción de nuevos instrumentos de registro y medida, como las escalas (de Madrid), la contabilidad satélite o las encuestas de uso del tiempo.

En este sentido, afirma María Ángeles Durán: «Hay que cambiar la visión de qué es economía, desarrollo y progreso. No puede interpretarse el desarrollo principalmente en términos de pib, porque los Sistemas de Cuentas Nacionales actuales solo se refieren a las mercancías y no miden lo que les sucede a las personas. El cuidado, una actividad vital para las sociedades, resulta casi invisible para los instrumentos macroeconómicos en que se basan gran parte de las decisiones políticas».

Propuestas como esta –un cambio de visión– son particularmente pertinentes hoy, en un mundo en el que la crisis del modelo de desarrollo económico imperante muestra la insensibilidad de este y el des-precio hacia los costes humanos y el cálculo del sufrimiento. Tal vez, si se moviera el foco hacia las personas y hacia sus necesidades de cuidado, se podría reorientar la economía en una dirección más satisfactoria.

EL TRABAJO NO REMUNERADO Y SU CONTRIBUCIÓN AL BIENESTAR SOCIAL

De puertas adentro, el libro que marcó su consagración científica, al contrario de lo que podría hacer sospechar su título, no versa sobre las mujeres y sobre los espacios domésticos, sino sobre la estructura y la realidad social, sobre las condiciones materiales de existencia. En lugar de centrarse en las grandes instituciones públicas o en el mercado, toma como punto de anclaje y de partida, los ámbitos privativos (pero socialmente impuestos) de las mujeres (DPA: 20). Desde esa atalaya, se revela el carácter público del espacio privado. No solo porque «la construcción de la intimidad se realiza desde el poder y las reglas y las obediencias se instauran hasta en el último reducto», sino también porque sin las actividades de dicho dominio no podría sostenerse la esfera pública; sin el trabajo no remunerado, la parte oculta del iceberg no podría mantenerse a flote el sistema en su totalidad (DPA: 20).

Al identificar como trabajo el conjunto y volumen global de actividades mediante las cuales se transforma el entorno y se produce la vida social y humana, y al analizar la organización de estas en las sociedades contemporáneas, se observa que estas se diferencian en trabajo remunerado o monetizado y trabajo no remunerado o no monetizado.

La exhaustiva investigación de María Ángeles Durán ha mostrado que el tiempo destinado a trabajo no remunerado (fundamentalmente trabajo doméstico) es mayor que el tiempo dedicado a trabajo remunerado, y que la mayoría de los recursos de trabajo se aplican actualmente –de manera especial en España– fuera del ámbito del mercado de trabajo (A, 102).

El volumen y alcance del primero –el trabajo remunerado– puede conocerse bien mediante la Contabilidad Nacional; pero el segundo es un gigante escondido. El interés de María Ángeles Durán por el valor del tiempo que no tiene precio (el valor de las actividades que no se hallan insertas en el mercado) ha brotado de la insatisfacción que surge al constatar que el trabajo necesario para la atención al ser humano es ignorado por las interpretaciones económicas y políticas.

Como consecuencia de esta insatisfacción –podría decirse «de este malestar»–, que toma como punto de apoyo la experiencia y la perspectiva de las mujeres, se produce un alud de interrogantes, tan solo aparentemente ingenuos: ¿Cuánto vale cambiar el pañal de un niño? ¿Cuánto hacer una paella? ¿Y soportar un atasco? ¿Cuánto cuesta –y a quién– cuidar a un enfermo que no puede moverse de la cama? ¿Por qué los investigadores otorgan un estatuto analítico a la cañada vacuna u ovina, a la producción de minerales, a las remesas de los inmigrantes, y en cambio ignoran la producción de bienestar que se realiza en los talleres domésticos?

– Sin el apoyo de la red familiar extensa –nos dice en El valor del tiempo– «no podría entenderse el funcionamiento del mercado de trabajo español, al que la familia aporta la tranquilidad de un cuidado responsable y muy flexible en horarios y funciones» (76). «Se habla del papel de las exportaciones, de la necesidad de reformas industriales, pero se desconoce la aportación de las abuelas al mantenimiento de las redes familiares y del patrimonio rústico» (77).

– De acuerdo con el censo, en España hay catorce millones de hogares con sus correspondientes catorce millones de viviendas que limpiar y mantener. En conjunto, los hogares españoles tienen que enfrentarse a la limpieza de los más de mil millones de metros cuadrados que constituyen sus viviendas habituales. A todo ello habrá que añadir los espacios cotidianos de uso común: escaleras, patios, etc., y, por supuesto, las viviendas secundarias (124).

– El crecimiento extraordinario de la esperanza de vida nos ha dotado de una cantidad añadida de tiempo vital, pero también aumentan los años que vivimos con enfermedades y discapacidad. Por cada persona enferma que no puede valerse por sí misma se necesitan una o varias personas que le presten tiempo para atender y satisfacer sus necesidades: no solo para proveer el dinero con que pagar los gastos imprescindibles, sino el tiempo necesario para la higiene, la alimentación, el traslado a los servicios sanitarios y la ejecución de las prescripciones médicas (139).

Estos y otros tipos de trabajo no remunerado que se realizan fundamentalmente en los hogares son imprescindibles para la reproducción del sistema, para el bienestar y la sostenibilidad social, y representan en torno al 53% del pib.

En consecuencia, reducir el trabajo al empleo (que supone otorgar solamente valor social a aquello que se compra o vende en el mercado) y considerar como des-preciable todo lo demás supone negarse a ver no solo una parte de la realidad social, sino –lo que es más grave– inhabilitarse para entender cómo se halla constituida. La economía suele ocuparse solamente de los bienes a los que se ha asignado un precio, pero las familias son unidades económicas fundamentales de cualquier sistema social. Lo son, por supuesto, porque constituyen nudos de circulación de los flujos monetarios: remuneraciones, prestaciones sociales, cotizaciones, impuestos de renta y patrimonio, consumo de capital fijo, renta neta disponible, etc. Pero, sobre todo, porque la mayor parte del trabajo no remunerado se realiza en los hogares y dobla en volumen al monetizado.

LA DISTRIBUCIÓN SOCIAL DEL TRABAJO NO REMUNERADO

El trabajo remunerado se distribuye de forma desigual: las mujeres tienen mayores dificultades de acceso al mismo, sus salarios son en torno a un 20% más bajos (la media en eu es del 17% y en España de casi el 22%), y también son inferiores las remuneraciones indirectas. Como ha mostrado un reciente Eurobarómetro, su presencia en los puestos de toma de decisiones se encuentra con grandes barreras y obstáculos.1

Pero ¿cómo se distribuye el trabajo no remunerado?

Si nos fijamos, por ejemplo, en el cuidado de los niños o de las personas enfermas y dependientes, los estudios reflejan que es realizado en un 84% de los casos por la familia. Ahora bien, esta palabra –familia– no es más que un eufemismo para referirse a una mujer: la esposa, la hija o la madre.

Las mujeres han recibido la adscripción –socialmente impuesta– de atender a los demás miembros de su parentela directa y han debido asumir la realización de obligaciones de proximidad que las vinculan de por vida, en la cesión de toda su fuerza de trabajo, sin límite definido en el número de horas diarias, ni en el número de días y años (98).

La encuesta Empleo del Tiempo de 2009-2010, realizada por el ine, es concluyente sobre las resistencias que operan en la redistribución del tiempo dedicado a trabajos no remunerados y especialmente en lo que concierne a las tareas domésticas. Como en la película La fuente de las mujeres, la coerción sorda de la costumbre y de la tradición neutraliza la emergencia de cualquier innovación social.

Esto es así porque, como se desprende de la investigación realizada por María Ángeles Durán, existe un doble contrato social implícito. El primero es un contrato latente entre géneros que afecta a la distribución desigual del trabajo entre el ámbito público y el doméstico; el segundo es un contrato intergeneracional, por el que desde unas generaciones se prestan servicios y se derivan recursos a otras, que cobran mayor visibilidad en el actual contexto de creciente maduración y envejecimiento demográficos.

LA NECESIDAD DE UN NUEVO CONTRATO SOCIAL

Estos contratos –de carácter estructural y mucho más trascendentes que otros pactos institucionales formales y que las negociaciones y acuerdos adoptados entre agentes socioeconómicos– se hallan en transformación como consecuencia de diversos procesos que afectan a las demandas, a los tipos de trabajo requeridos y a su valoración social: cambios en la esperanza de vida, en la organización social del ciclo vital y en la estructura demográfica; en la tecnificación de los hogares, en la disponibilidad de empleo y en la educación formal; en la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, la progresiva disminución del volumen de amas de casa y la externalización de servicios fuera del hogar, etc. Y también como reacción ante el gran malestar e insatisfacción que genera la escasez de tiempo propio entre quienes se ven obligadas a asumir todo o la inmensa mayoría del trabajo no remunerado.

Estos malestares pueden ser creativos, innovadores, en la medida en que se cobra conciencia de ellos y permiten transformar en cuestiones de relevancia política lo que –de otra forma– no dejarían de ser problemas individuales y aislados. A partir de esta toma de conciencia, de nuevo, brota el torrente de interrogantes de María Ángeles Durán: quién se ha de hacer cargo de la demanda de ayuda y sobre qué bases,2 cómo escapar a la psicologización y culpabilización del cuidado, cómo promover la solidaridad colectiva en tiempos de individualización, y cómo generar una eficiente red de servicios públicos para la atención a las personas dependientes.3 Más lejos aún y en última instancia: qué sucede con los derechos a la autonomía personal de los moribundos. Preguntas que no cesan de espolear el análisis y la investigación, transportándonos a las nuevas problemáticas de este siglo que ha nacido convulso.

UN MODO DE SER

La concepción de la actividad académica y científica de María Ángeles Durán se sustenta en haber hecho «del pensamiento un compromiso y un modo de ser». Al estudiar los costes invisibles de la enfermedad nos ha enseñado que no hay ciencia sin ética política; que el cálculo del sufrimiento forma parte intrínseca de la tarea investigadora.

Y este modo de ser –y una extraordinaria generosidad– se ha plasmado en una tensión vital que puede definirse –en sus propias palabras– como «sentido de urgencia, de tarea pendiente». Gracias a este sentimiento vital podemos disfrutar hoy, quienes somos sus lectores –y deudores–, de una producción bibliográfica tan extensa e intensa.

En De puertas adentro afirmaba que

La apertura de nuevos caminos en la investigación requerirá mucho tiempo y esfuerzo para luchar contra la escasez de recursos materiales e intelectuales, contra la desilusión y el desgaste. Los resultados habrán de medirse por décadas o generaciones, porque ningún esfuerzo individual puede contrarrestar el sesgo acumulado durante siglos por sucesivas generaciones de filósofos y poetas, de investigadores y humanistas, entre los que no hubo lugar para las mujeres (DPA, 19).

Estas cuatro décadas que van desde la tesis doctoral hasta hoy han sido muy fructíferas para la ciencia social. María Ángeles Durán ha sabido combinar el esfuerzo individual y la creación de redes. De hecho, ha logrado concitar en torno suyo una comunidad invisible que, con el sorprendente poder de los lazos débiles, ha modificado y está modificando el lugar de las mujeres en la Universidad y en la sociedad; que está contribuyendo, mediante la innovación social, a conciliar los mundos escindidos de la razón y del sentimiento, y a reinventar las relaciones entre el núcleo de los afectos, de la vida política y de la vida propiamente productiva. Jugando con algunos de sus títulos, podríamos decir que desde los escenarios que se hallan puertas adentro nos ha conducido a la ciudad compartida; y que al llamar la atención sobre los costes invisibles de la enfermedad nos ha ayudado a comprender la relevancia de la economía del cuidado y el valor social del tiempo que no tiene precio.

Por todo ello, estimada María Ángeles Durán, permítenos suspender esta mañana por unas horas ese sentido de urgencia y celebrar, con este ceremonial académico, tu contribución científica y cívica a la mejora de nuestra sociedad. La actividad no monetizada del ritual universitario expresa el alto valor social que tienen para nosotros tu obra y tu persona.

MÁS ALLÁ DEL DINERO: LA ECONOMÍA DEL CUIDADO

Excelentísimo y Magnífico Señor Rector de la Universitat de València,Autoridades,Distinguidos profesores,Estudiantes,Señores y señoras,

AGRADECIMIENTOS

Es de justicia que inicie mis palabras con un sincero agradecimiento hacia quienes han intervenido, de un modo u otro, en esta propuesta de concesión del Doctorado Honoris Causa por la Universitat de València. Agradezco a quienes propusieron mi nombre, a quienes dieron su apoyo a la propuesta, a quienes la sostuvieron en el largo recorrido institucional y a quienes han cuidado de que todo estuviera a punto para esta ceremonia. También agradezco y saludo a quienes hoy nos acompañan en este acto solemne y festivo, así como a quienes se han sumado a él enviando mensajes aunque no hayan podido acompañarnos personalmente.

Me agrada especialmente que semejante honor provenga de Valencia y de su universidad, por los lazos que me unen con una y otra. Nacida en Madrid, mi primer contacto con Valencia fue a los 9 años, como un regalo de mis padres por haber aprobado en circunstancias un tanto especiales el ingreso en el Bachillerato. Aquí vi el mar por primera vez y todavía recuerdo el impacto que me hicieron los puestos de flores en la plaza y la luz del aire. En mi inocencia –y bastante despiste geográfico– creí que los caracolillos que había encontrado en la arena, todavía a muchos kilómetros de la costa, los arrastraba hasta allí la marea.

No volví a tener especial contacto con Valencia durante los años de infancia, salvo por las magníficas naranjas emisarias que mi abuelo recibía por su cumpleaños y en Navidad de un cliente valenciano al que surtía de cajas de embalaje. Fue en la Universidad Complutense, en mis primeros años de estudiante, cuando Valencia se convirtió en parte de mi vida; no por motivos intelectuales, sino porque me oí llamar dona, chiqueta y otras palabras más dulces, con esa variación melodiosa, de eles abiertas y vocales intermedias que introducen en el castellano los socarraets. Fue un principio que aún no ha tenido fin y mis tres hijos y dos nietos portan un sonoro apellido valenciano.

No es de extrañar que cuando a finales de los años sesenta, ya licenciada, diseñé una encuesta para conocer las actitudes de los jóvenes universitarios, la Universidad de Valencia fuese una de las seleccionadas para realizar el trabajo de campo. Conté entonces con el apoyo del catedrático de sociología de esta universidad el profesor José Jiménez Blanco. Desde ese momento y hasta hoy mis contactos con esta universidad y la comunidad a la que pertenece han permanecido vivos: he sido miembro de tribunales de tesis, conferenciante, organizadora de cursos de verano y profesora del programa de doctorado a través de la Fundación Cañada Blanch. Con el Departamento de Sociología siempre he tenido una relación estrecha y fue uno de los primeros en prestarme su apoyo cuando concurrí a la Presidencia de la Federación Española de Sociología.

Con especial emoción recuerdo dos acontecimientos que marcaron mi vida posterior como persona, como docente y como investigadora. El primero fue a comienzos de la década de los ochenta, un acto organizado por el Movimiento Asociativo de Mujeres, cuando los movimientos sociales buscaban en la Universidad argumentos que dieran contenido conceptual a sus prácticas cotidianas. Titulé mi conferencia «Ciencia para la vida, ciencia para la libertad» y he vuelto sobre esas ideas básicas muchas veces a lo largo de mi carrera profesional. El segundo fue durante el verano de 1995. Estaba previsto que dirigiese un curso en Gandía, la sede estival de esta universidad, y en agosto me detectaron un cáncer de mama. En un primer momento hubiera desistido del empeño, pero el apoyo sin fisuras de la directora de la universidad de verano, de los colegas que participaban como profesores en él y de la profesora Pilar Folguera, de la Universidad Autónoma de Madrid, que se inscribió en el curso sin otro motivo real que acompañarme durante esos días, hizo posible que resistiese el embate de las primeras sesiones de quimioterapia. En aquel duelo entre el deseo de rendirse y el de mantener los proyectos, esos apoyos fueron decisivos y me enseñaron que la solidaridad de los demás hace posible vencer batallas que uno solo no puede.

Como ven, son muchas las entidades y las personas a quienes hoy he de agradecer, y no hace falta que cite expresamente los nombres de todos ellos porque estoy segura de que se reconocen en mis palabras. Quizá no sea una práctica habitual, pero si me lo permiten, quiero dedicar este breve discurso de investidura a un colectivo con quien no solo yo sino todos ustedes tenemos una deuda impagable. Me refiero a quienes cuidan en sus hogares a enfermos y familiares dependientes y lo hacen sin recibir remuneración alguna. A ellos les debo el mayor estímulo para mi propio trabajo intelectual y, por mucho que les dedique actos como este, nunca corresponderé suficiente a lo que ellos han hecho por mí.

EL ESTÍMULO DE LA EXPERIENCIA COTIDIANA

En enero de 1975, cuando acababa de volver del hospital de dar a luz a mi segundo hijo y a causa de una diarrea del recién nacido, en un solo día se acumularon en casa siete lavados de ropa. En la Facultad de Económicas, de la que era profesora, sucesos como este parecían carecer completamente de interés. Eran invisibles, oscurecidos por temas que mis colegas creían de mayor importancia, tales como la extracción de carbón, la importación de petróleo o el precio del trigo. Sin embargo, siete lavadoras de ropa en un solo día son un acontecimiento que deja marcado un calendario e incita a la reflexión. A mí me obligó a preguntarme quién y con qué criterios decide la relevancia de los temas. ¿Desde qué experiencias personales se han formado los marcos teóricos que utilizamos para explicar nuestra existencia? Ese día inicié una tranquila rebelión intelectual y decidí que la observación de la vida cotidiana tiene tanta o más importancia para la investigación en ciencias sociales que la reflexión abstracta. Comencé a llevar un diario en el que anotaba las experiencias domésticas y los continuos trasvases entre trabajo remunerado y no remunerado. Esa práctica me marcó y creo que me ha dado energía para ahondar en la búsqueda de las realidades que se hallan más allá de los espejos que habitualmente nos ofrece la academia para reconocernos. Por eso, desde entonces he tratado de compatibilizar diversas líneas de investigación en las que se complementan perspectivas canónicas y aproximaciones críticas. Como botón de muestra, compartiré con ustedes algunas reflexiones sobre el concepto de trabajo y sobre la economía del cuidado.

TRABAJO NO ES SINÓNIMO DE EMPLEO

La delimitación de la frontera entre trabajo y empleo no es una cuestión lingüística: es, sobre todo, una cuestión política, porque el estatuto del trabajador va asociado con algunos de los derechos y obligaciones sociales y económicas más importantes en la vida actual.

Naciones Unidas estima en el Informe 2010 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio que la proporción entre trabajadores y población total para el conjunto del mundo es 60,4%. Las estimaciones se refieren a toda la población porque el criterio de «población potencialmente activa», o de quienes tienen entre 15 y 65 años, tiene poca aplicación en los países en que los muy jóvenes trabajan como ayuda familiar en las explotaciones agrarias o no existe realmente edad de retiro para la población de edad avanzada. La ratio mínima entre población y número de trabajadores se produce en África occidental (44,3) y la máxima en Asia oriental (69,9), con Latinoamérica y el Caribe en el punto medio mundial y las regiones desarrolladas cinco puntos por debajo.

En la década transcurrida entre 2000 y 2009, la ratio mundial bajó 0,8 puntos, debido principalmente a los cambios en la composición por edades de la población. Solo aumentó en algunas regiones por crecimiento de la población joven y como consecuencia de una mayor incorporación de las mujeres al empleo. Si entre el 44,3 y el 69,9% de la población mundial está directamente vinculado con el empleo, ¿cuántas de las personas restantes trabajan sin empleo? Y ¿cuántas de las que se computan como trabajadores con empleo trabajan, además, en ocupaciones no remuneradas?

Si la ratio de 60,4 se aplica a la población total, tal como estaba prevista por el World Population Prospects de Naciones Unidas para 2010 (6.909 millones de personas en el mundo), el número de trabajadores ocupados podría estimarse en 4.173 millones de personas.

De los trabajadores ocupados, Naciones Unidas estima que para el conjunto del mundo más de la mitad (50,6%) trabaja por cuenta propia o como ayudas familiares, proporción algo más elevada entre las mujeres (52,3%) que entre los varones (49,4%). En las regiones desarrolladas la proporción de trabajadores por cuenta propia o autónomos entre los ocupados es solo del 9,1% porque prevalecen las empresas medianas y grandes, así como el empleo público; en cambio, en los países menos desarrollados el 87,7% de los empleos son ocupados por trabajadores por cuenta propia o ayudas familiares.

Diversos estudios de cepal han documentado la mayor participación de mujeres que de hombres en los sectores de baja productividad; dentro de estos sectores, los salarios de las mujeres son mucho más bajos que el de los varones. La falta de tiempo para sí mismas debido a la dedicación temprana al trabajo no remunerado es una de las causas de esta desigualdad.

Aplicando diversas ratios, resulta una estimación para todo el mundo de 2.061 millones de trabajadores asalariados y 2.111 millones de trabajadores autónomos y ayudas familiares. Sin embargo, las cifras de empleo esconden profundas diferencias entre regiones y países, así como entre regiones de un mismo país y entre grupos sociales. La asalarización significa un paso en el abandono de la economía informal de subsistencia, acompañada de una mejora en la probabilidad de obtener beneficios sociales para el propio trabajador y su familia. Cuando aumenta el número de personas empleadas en una economía, aumente su PIB total, pero no sucede lo mismo de modo automático con el pib por persona empleada, ya que puede reducirse si los nuevos empleos están por debajo de la media anterior.

Por comparación con el trabajo remunerado, el trabajo no remunerado es más voluminoso, más heterogéneo y mucho más desconocido. No presenta dificultades de delimitación respecto al trabajo asalariado, pero como ya se ha hecho notar, en el mundo es por ahora más común el empleo autónomo que el asalariado, y la frontera entre el trabajo por cuenta propia y el no remunerado es permeable. Si la ausencia de fuentes hace que las estimaciones del trabajo remunerado solo sean conjeturables en gran parte del mundo no desarrollado, en el trabajo no remunerado la pobreza de investigaciones básicas es por ahora de tal calibre que cubre incluso a los países más desarrollados, de los que apenas media docena cuentan ya con varias encuestas comparables que incluyan amplia información sobre este tema. Siendo el tiempo un recurso escaso, el tiempo destinado a cuidar no podrá dedicarse simultáneamente al empleo, y muchos países tendrán que elegir entre ambas alternativas. Si se mide en horas trabajadas, el trabajo no remunerado es más voluminoso a nivel mundial que el remunerado, aunque esta afirmación haya que calibrarla con una definición precisa de qué se entiende por trabajo, especialmente en el trabajo del cuidado. Su mayor volumen viene dado por la participación intensa de la población femenina en todo el mundo, y sobre todo en las áreas menos desarrolladas y en los sectores sociales de menos recursos. A diferencia del trabajo asalariado, el trabajo no remunerado se realiza en los días festivos, en los horarios anteriores y posteriores al laboral, y lo realizan los jubilados, los pensionistas y, en muchos casos, los niños, los ancianos y los enfermos. Según un informe promovido por el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas y realizado por el Institute of Political Studies of Paris,1 los datos ofrecidos por las estadísticas tradicionales infravaloran el trabajo real de hombres y mujeres al no incluir el trabajo no remunerado. Al incluirlo, el tiempo total de trabajo de las mujeres iguala o sobrepasa el de los varones.

Como resultado de la acumulación de trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres y las niñas disponen de menos tiempo para la escolarización y para el ocio, especialmente en las zonas rurales. El trabajo no remunerado contribuye a la cohesión social más que cualquier otro programa de políticas públicas. Por ello, los logros en cohesión social no pueden restringirse a la inserción en la producción, olvidando el papel clave que juegan las familias, y especialmente las mujeres dentro de ella, para la producción de bienestar social.

Igual que el trabajo remunerado, el no remunerado es heterogéneo en su composición interna: bajo esta rúbrica se clasifican desde los trabajos duros y penosos de los hogares que carecen de las infraestructuras materiales mínimas (agua potable, energía, red sanitaria y de alcantarillado) hasta los trabajos de gestión patrimonial y representación social que se realizan en los hogares de las clases acomodadas. El trabajo no remunerado es una terra ignota, un continente invisible que hasta ahora se ha explorado poco pero sin cuyo concurso no pueden entenderse las sociedades tradicionales ni, tampoco, las modernas.

Paradójicamente, y aunque no sea su propósito, la mayor fuente mundial de información sobre el trabajo es también un fuente formidable de invisibilización de las formas de trabajo que no se ajustan a una definición restrictiva del mismo. Por ejemplo, la Encuesta de Población Activa (EPA), que tanto utilizamos como guía de políticas sociales y económicas, se convierte en un agente de creación de opinión indirecto al atribuir la condición de inactivos a quienes no tienen relación personal directa con el mercado laboral, independientemente de la utilidad social de su trabajo. La existencia de un instrumento de observación tan extenso como la EPA ha oscurecido otras formas de trabajo no observadas por la encuesta. Además, su capacidad de conferir existencia simbólica a los sujetos es extraordinaria. Por poner un ejemplo, para recibir la condición de «trabajador» según la encuesta, basta con haber dedicado una hora la semana anterior a la actividad definida como tal. Si tal capacidad identificadora se aplicase a la dedicación a otras actividades, prácticamente la totalidad de la población adulta podría identificarse con la condición de «trabajador doméstico no remunerado», y una buena parte debería considerarse asimismo como «estudiante».

Según la EPA, la no-dedicación al trabajo remunerado por dedicación expresa al cuidado de dependientes (niños, adultos enfermos o discapacitados, mayores) es 22 veces más frecuente entre mujeres que entre varones (6,7% frente al 0,3%) y asimismo la inactividad por dedicación a «otras responsabilidades familiares o personales» es 15 veces más frecuente entre mujeres que entre varones.

La visibilización prioritaria del trabajo remunerado no solo se produce en la EPA. La mayoría de las investigaciones adoptan el trabajo remunerado como perspectiva principal de las actividades, oscureciendo otras formas de trabajo. Por ejemplo, en los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas dirigidos periódicamente a personas mayores de 18 años, la categoría «trabajo doméstico no remunerado» se recoge explícitamente, pero es residual respecto al trabajo remunerado. Gran parte de la población no trabaja remuneradamente o participa en ambos tipos de trabajo, pero el barómetro los identifica prioritariamente por su relación actual con el trabajo remunerado (clasificándolos como trabajadores), pretérita (jubilados, parados que han trabajado antes), futura (parados que buscan su primer empleo) o incluso por su no-relación con el trabajo remunerado (pensionistas que no han trabajado antes), primándola de este modo respecto a la identificación y la auto-identificación social mediante otras formas de trabajo.

La distribución territorial del trabajo no es homogénea, ni internacionalmente ni entre regiones de un mismo país. En España existe un marco legal homogeneizador, pero a pesar de ello la diferencia regional entre el tiempo medio semanal dedicado por los adultos (población mayor de 18 años) al trabajo remunerado y no remunerado es considerable. Entre Baleares (23,01 horas semanales dedicadas al trabajo remunerado) y Asturias (16,69 horas) hay un 38% de diferencia en la dedicación de tiempo. En el trabajo no remunerado, entre Cantabria (20,87 horas) y Andalucía (27,13 horas) hay un 30% de diferencia.

Los trabajadores ocupados solo son el 47% de las personas mayores de 16 años, y entre ellos hay un 5% que en la semana anterior no dedicó tiempo al trabajo remunerado. En el trabajo no remunerado de «un día cualquiera» participa el 91% de las personas mayores de 18 años, lo que permite decir con bastante aproximación que el número de personas que realizan trabajo no remunerado es el doble que el de trabajadores remunerados.

El tiempo de dedicación al trabajo remunerado se concentra en un período relativamente breve del ciclo vital, entre los 20 y los 65 años, y asimismo en un calendario semanal concentrado de lunes a viernes. Lo más frecuente es que los varones ocupados le dediquen entre 1.840 y 2.300 horas anuales (2.070 como punto medio), en tanto que para las mujeres ocupadas lo más frecuente es dedicarle entre 1.381 y 1840 horas anuales (1.610 como punto medio).

En cuanto al trabajo no remunerado de carácter material (excluyendo el cuidado), el 16% de los varones no le dedican tiempo, dado que solo el 2% de las mujeres quiere o puede dejar de hacerlo. El hecho de vivir en pareja, sea matrimonio o simple convivencia, tiene importantes y opuestas consecuencias para hombres y mujeres: el 31% de los varones que vive en pareja no dedican tiempo al trabajo doméstico no remunerado, circunstancia que solo se aplica al 0,9% de las mujeres casadas o convivientes en pareja. Las jornadas extralargas (más de 2.300 horas anuales) solo afectan al 11% de los que trabajan remuneradamente, pero se hallan en esas circunstancias el 27% de las amas de casa. Muchos de los trabajadores remunerados realizan también trabajo no remunerado, y su carga global de trabajo es la suma del tiempo que dedican a ambos tipos de trabajo.

Aunque se supone que los jubilados ya no trabajan, muchos jubilados realizan largas jornadas de trabajo no remunerado, especialmente las mujeres. Según la Encuesta de Empleo del Tiempo 2002-2003, el tiempo medio dedicado por el conjunto de la población adulta al trabajo no remunerado doméstico es 2,59 horas diarias en un día promedio, en tanto que la dedicación al trabajo remunerado es 2,39 horas.

Desde el punto de vista legal no resulta fácil argumentar en torno al trabajo no remunerado, porque hasta ahora ha resultado casi invisible para los legisladores.2 En España, no forma parte de los convenios colectivos, apenas existe jurisprudencia directa y no se ocupan de él los inspectores de trabajo ni los tribunales laborales.

El Código Civil obliga a compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado (art. 68). Dispone también que en el régimen económico más frecuente de los matrimonios, el de gananciales, se hacen comunes las ganancias obtenidas por cualquiera de los cónyuges y se atribuyen por partes iguales si se disuelve la sociedad (art. 1347). La idea subyacente es que dentro del matrimonio valen igual el trabajo de la mujer y el del hombre, lo que llevado a la imputación de un valor/hora al conjunto del trabajo desarrollado en los hogares equivaldría a otorgarle el valor medio del trabajo realizado fuera de los hogares. Tal vez fuese más preciso denominarlo trabajo no monetarizado para destacar que es un tipo de trabajo que no da lugar a transacciones monetarias inmediatas, pero en cierto modo está recompensado, en el sentido de que el salario medio ha de incluir el coste de reproducción (ha de bastar para el trabajador y su familia) y frecuentemente se acompaña de primas por situación familiar o reducciones fiscales, por el mismo motivo. No obstante, lo esencial de este trabajo y lo que le diferencia de otros trabajos es que no se acompaña de un pago directo, y en ese sentido es correcta su identificación como trabajo no remunerado.

En todo el mundo, la mayor parte del trabajo doméstico no remunerado es realizado por mujeres, lo que reduce sus posibilidades de incorporarse al trabajo remunerado. Forma parte de una tradición de división sexual del trabajo que cobra nuevo sentido en las sociedades actuales en las que la autonomía individual se vincula estrechamente con la posibilidad de obtención de rentas laborales.

El alargamiento de la esperanza de vida, la disminución del número medio de hijos por mujer y la pérdida de importancia económica de los patrimonios familiares respecto a las rentas han dado una nueva dimensión a la división sexual del trabajo, privándola en buena parte de su legitimidad histórica. En la actualidad, la búsqueda del reconocimiento del trabajo doméstico no remunerado como «verdadero trabajo» forma parte de la lucha política de las mujeres y es la base de programas de redistribución que requieren no solo el cambio en las relaciones entre hombres y mujeres sino también en las instituciones básicas de las economías contemporáneas: los hogares, las empresas y el Estado.

EL TRABAJO INVISIBLE, NO MEDIDO Y OCULTO

En 2002, la OIT reconocía en un extenso informe que, en contra de lo esperado, la economía informal estaba creciendo rápidamente incluso en los países industrializados, por lo que no podía considerarse un fenómeno temporal o marginal. El trabajo informal es la respuesta a la incapacidad del mercado para crear empleo formal y satisfacer la demanda de puestos de trabajo. No se le denomina «sector» porque carece de estructura, y se usa la expresión «economía informal» para referirse al numeroso colectivo de trabajadores y empresarios, urbanos y rurales, que operan en este ámbito.

Paradójicamente, las tic (nuevas tecnologías de la información y la comunicación) han contribuido a flexibilizar las relaciones laborales y a informalizar la producción, permitiendo formas nuevas de descentralización internacional de la producción y distribución de mercancías. Se acepta comúnmente que la mayor parte de los nuevos empleos creados en el mundo en la última década lo han sido en la economía informal; por ejemplo, en África se han creado más del 90% de los nuevos puestos de trabajo, incluido más del 60% del nuevo empleo urbano y el 80% del empleo no agrícola.

Como el trabajo informal es un recurso de las familias ante la inexistencia de mejores alternativas, el trabajo de los niños nutre también la economía informal. La oit estima que existen 211 millones de niños trabajadores, de los que 102 son niñas. Las niñas son más vulnerables porque empiezan a trabajar más temprano, reciben menos dinero por el mismo trabajo y trabajan más horas. Si se incluyesen los trabajos no remunerados del hogar, el número de niñas trabajadoras sería, según el mismo informe, mayor que el de niños. En algunos casos asumen obligaciones domésticas antes de los 5 años. La incidencia de mano de obra infantil es dos veces más alta en las zonas rurales que en las urbanas. En Latinoamérica es un fenómeno que afecta a toda la región, ya que de cada cien puestos de trabajo creados ochenta y cinco nacen de la iniciativa propia de los desempleados. Tras la recuperación durante la década 2000-2010 estas cifras se ha reducido pero el fenómeno sigue siendo de gran amplitud. La economía informal ocupa sobre todo a mujeres, como estrategia familiar para escapar de la pobreza.

La disponibilidad de un buen Sistema de Cuentas Nacionales es condición imprescindible para la adopción de medidas políticas eficaces. Para ello hay que tener claro qué se observa, cómo se mide y qué tipo de relaciones se presupone que existen entre los temas que van a investigarse. En países como España, que para 2012 espera tasas de desempleo superiores al 23% de la población activa, y en el que los recursos sociales aplicados al alivio de esta situación consumen una porción insostenible del presupuesto del Estado, el conocimiento de la economía no visible e informal debiera ser una prioridad en la investigación sobre el empleo.

En realidad, el Sistema de Cuentas Nacionales es una convención. El modo más adecuado de interpretarlo no es considerarlo un acuerdo definitivo o un punto de llegada, sino un proceso en desarrollo en el que el trabajo no remunerado tiene un estatuto fluido que puede cambiar. O aún más, hacer cambiar al propio SNA para transformarlo desde dentro o desde fuera.

Por tratarse de un flanco frágil y lateral en la economía convencionalmente delimitada por el SNA, la economía no observada es de especial interés conceptual y metodológico para quienes investigan la otra economía, la que escapa definitivamente al sistema de las cuentas nacionales.

La economía no-observada produce incomodidad tanto a los responsables políticos y a los técnicos como a los simples usuarios de información económica. A los responsables políticos les hace recordar la existencia de zonas oscuras, delictivas o no protegidas de la sociedad que rigen, y siembra dudas sobre la eficacia de su gestión. A los técnicos les incomoda porque pone en duda su capacidad para cumplir el cometido que les ha sido asignado. O, como mínimo, hace evidentes las limitaciones del campo que dominan. El malestar se agrava por tratarse de estimaciones de fuerte proyección social, de las que técnicos y gobiernos han de «dar cuenta» y recibir evaluación externa, frecuentemente vinculada a compromisos internacionales, imagen externa, sanciones y recompensas.

Algunos de los nombres con que se identifica la economía no observada son economía escondida, en la sombra, paralela, subterránea, cash, informal y mercado negro. Al carecer de una infraestructura vigorosa, como la que en cualquier país medianamente desarrollado existe para la preparación de las Cuentas Nacionales, los escasos estudios publicados sobre la economía no-observada son parciales, discontinuos, poco contrastados o repetidos en investigaciones posteriores, así como no homogeneizables a nivel internacional. A menudo se basan en fuentes poco fiables o establecen conexiones indirectas (por ejemplo, tomando como indicador la demanda de dinero o el dinero en circulación), con indicadores que otros expertos no consideran adecuados.

La UNECE (United Nations Economic Commission for Europe) lleva intentando desde hace una década la mejora en el grado de exhaustividad de la Cuentas Nacionales, no solo en Europa sino en otros países. En la primera ronda del Proyecto Piloto sobre Exhaustividad (PPE) que se llevó a cabo en 1998-1999, Eurostat desarrolló un marco de tablas que relacionaban las áreas de la economía no observada con los principales problemas estadísticos hallados en la Contabilidad Nacional en diversos países.

En el proyecto de la UNECE sobre prácticas contables no se considera el trabajo no remunerado de los hogares porque no forma parte del tipo de exhaustividad buscado. Tampoco forma parte de sus objetivos el trabajo de voluntariado. Los informes de la UNECE son muy diferentes entre sí en extensión y procedimiento, poniendo de relieve las grandes dificultades con que tropieza la innovación y el refinamiento de las mediciones en las economías nacionales. Diversas instituciones (UNECE, UNESCAP, OCDE...) están tratando de integrar la economía no observada en los cuadros contables macroeconómicos, pero las dificultades teóricas y prácticas son considerables y parte del esfuerzo ha de dedicarse a lograr un consenso sobre qué es lo que se mide y sobre el modo de hacerlo. De eso tratan, exactamente, los proyectos de investigación que el Grupo de Investigación «Tiempo y Sociedad» del Consejo Superior de Investigaciones Científicas está desarrollando.3

ECONOMÍA DEL CUIDADO

De entre todas las tareas que se desarrollan en los hogares, las que producen mayor desazón al investigador y más debate ideológico sobre su estatuto son las de cuidar y gestar. El descenso de la natalidad en los países desarrollados es la mejor prueba de que la gestación puede considerarse colectivamente una actividad no necesaria, aunque a largo plazo suponga la desaparición del propio grupo y/o la sustitución de unos grupos por otros. La tasa de reposición para los países desarrollados se estima entre 2,1 y 2,4 hijos por mujer, pero en Europa la mayoría de los países están muy por debajo de esa cifra mínima que solo alcanza Islandia. Desde la perspectiva de la Contabilidad Nacional, el nacimiento de un niño reduce la renta per cápita, en tanto que la de un cordero la aumenta. Se considera activo al que cuida los corderos, pero al que cuida niños sin cobrar se le considera pasivo. Sin embargo, pocos podrán poner en duda que gestar y dar a luz un niño es trabajoso, que cuidarle es una ocupación absorbente y que los niños son aún más necesarios a una sociedad que los corderos.

¿CÓMO CONCILIAR LAS PERSPECTIVAS DEL MERCADO Y LAS DE LA SOCIEDAD EN SU CONJUNTO?

Aunque los niños no tengan precio ni su valor pueda estimarse con criterios de mercado, el esfuerzo de la gestación y el parto se incorporan parcialmente a la Contabilidad Nacional por la vía de las excedencias remuneradas, las subvenciones a la natalidad y las prestaciones sociales relacionadas con la infancia. En el extraño juego que el mercado impone al fijar distintos valores a diferentes tipos de trabajadores, el hijo de una mujer perteneciente al mundo desarrollado resulta caro, mientras el de una mujer perteneciente a los países en vías de desarrollo resulta barato. Dentro de cada país, los hijos de las mujeres muy cualificadas cuestan más –en términos de lucro cesante y en términos de permisos laborales– que los de las mujeres menos cualificadas. De manera simplificada podría decirse que las mujeres de los países desarrollados tienen pocos hijos y las de los países en vías de desarrollo muchos, que en parte emigran a los países desarrollados en los que crecen más rápidamente los mercados que la población que los sustenta.

Por otra parte, la gestación puede ser un trabajo de alto riesgo en algunas circunstancias. Solo en el África subsahariana cada año mueren a consecuencia del parto 265.000 mujeres. En los cincuenta países clasificados por Naciones Unidas como los menos desarrollados, mueren por parto una de cada 22 mujeres gestantes, mientras que en los países desarrollados el trabajo de gestar solo termina con la muerte de la madre para una de cada 6.000.

Voy a terminar con una reflexión sobre el cuidado vinculado al mantenimiento de la salud a lo largo del proceso que media entre el nacimiento y la muerte. La gráfica que pueden ver, que ha sido elaborada por el ine, dibuja las llamadas líneas de supervivencia. Las líneas de supervivencia de hombres y mujeres no son muy diferentes, pero las diferencias son reconocibles a primera vista. De las cuatro curvas, la primera es casi una diagonal y representa la probabilidad de que, llegada a cierta edad, la población disfrute de una salud excelente. La línea más alta expresa la simple supervivencia, el límite con la muerte. Las líneas intermedias reflejan niveles intermedios entre la salud y la muerte, como la supervivencia con enfermedades crónicas. Como pueden ver, hasta los 45 años la línea de la no-muerte se mantiene muy cerca del techo, pero a partir de ahí comienza un claro descenso, que se hace más acusado para los varones. A partir de los 60 años, la línea de la salud excelente se aplana, y aumenta la población con enfermedades crónicas o discapacidades. En España, según datos de Naciones Unidas, los mayores de 80 años eran el 1% de la población en 1950; en 2010 eran el 5%, y en 2050 serán el 11%. Si se traducen estas cifras en necesidades de cuidado, los mayores de 80 años requerían en 1950 el 2% del tiempo destinado al cuidado de toda la población; en 2010 requerían el 10%, y en 2050 requerirán el 21%. En un país tan distante de nosotros como China, las demandas de cuidado consumirán en el futuro gran parte de su crecimiento económico. Entre hoy y el año 2050 el tiempo que cada persona en edad activa tiene que dedicar al cuidado aumentará un 32%, y habrá que detraerlo del tiempo destinado al empleo o aumentar la carga global de trabajo hasta hacerla casi insoportable, si no se generan alternativas institucionales a la familia. El esfuerzo per cápita dedicado al cuidado de la población mayor de 80 años se multiplicará por cuatro, con el agravante de que si no cambia el modelo tradicional de cuidado este recaerá principalmente sobre una población femenina asimismo envejecida, que es proporcionalmente más reducida que en otros países como consecuencia de la planificación selectiva de los embarazos.

MORTALIDAD OBSERVADA Y CURVAS TEÓRICAS DE SUPERVIVIENTES A LA DISCAPACIDAD, MALA SALUD Y ENFERMEDADES CRÓNICAS. LÍNEAS DE SUPERVIVIENTES