La seducción del jeque - Doble seducción - Engañando a don perfecto - Olivia Gates - E-Book

La seducción del jeque - Doble seducción - Engañando a don perfecto E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

La seducción del jeque Olivia Gates Deseando lo prohibido. Al príncipe Fareed Aal Zaafer lo movía un solo propósito: encontrar a la familia de su difunto hermano. Cuando apareció Gwen McNeal pidiendo su ayuda, Fareed se sintió aliviado porque no fuera la mujer que buscaba, ya que deseaba reclamarla para él. Fareed era la última esperanza de Gwen, y también la más peligrosa. No solo la atraía irremediablemente, sino que se la llevó, a ella y a su bebé, a su reino, el último lugar en el que debería estar. Tendría que ocultar la verdad y negar a cualquier precio el deseo que había entre ellos. Porque, si no lo conseguía, el resultado sería desastroso. Doble seducción Sarah M. Anderson Sofía Bingham, viuda y madre de dos hijos pequeños, necesitaba un trabajo y lo necesitaba de inmediato para dar de comer a sus hijos. Trabajar para el magnate inmobiliario Eric Jenner era la solución perfecta, pero su amigo de la infancia había crecido… y era irresistiblemente tentador. Claro que una inolvidable noche de pasión no le haría mal a nadie… Engañando a don Perfecto Kat Cantrell La reportera Laurel Dixon estaba decidida a destapar el fraude que sospechaba estaba produciéndose en la fundación benéfica LeBlanc Charities, aunque para ello tuviera que engañar al hombre que estaba al timón. Sin embargo, Xavier LeBlanc no resultó ser como ella esperaba, y cuando acabara conociéndolo íntimamente, ¿preferiría hacer el reportaje de su vida o una vida con don Perfecto?

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de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 497 - agosto 2022

© 2012 Olivia Gates

La seducción del jeque

Título original: A Secret Birthright

© 2017 Sarah M. Anderson

Doble seducción

Título original: Twins for the Billionaire

© 2018 Kat Cantrell

Engañando a don Perfecto

Título original: Playing Mr. Right

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012, 2018 y 2018

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1141-036-6

Índice

 

Portada

Créditos

 

La seducción del jeque

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

 

Doble seducción

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Epílogo

 

Engañando a don Perfecto

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

 

Promoción

Capítulo Uno

–No quiero volver a ver a ninguna de esas mujeres. Nunca.

Un prolongado silencio fue la respuesta que obtuvo aquella declaración del Sheikh Fareed Aal Zaafer.

Tras un rato, Emad ibn Elkaateb suspiró.

–Estoy casi resignado a que una mujer no sea lo que le depara el futuro, Su Alteza, pero como esto no versa sobre usted ni sobre sus inexplicables elecciones personales, debo insistir.

Fareed se rio con furia.

–¿Esto qué es? Tú, que me trajiste pruebas de todas las impostoras, ¿ahora me pides que sufra a una más? ¿Que soporte más mentiras patéticas y desagradables? ¿Quién eres y qué has hecho con mi Emad?

Repentinamente Emad no fue capaz de mantener el decoro. Fareed se quedó muy impresionado; el asistente extrañamente vacilaba al recordarle las obligaciones de su título. Aseguraba que era parte integral de su posición como su mano derecha, como mano derecha del príncipe…

Pero en aquel momento la expresión de la cara de Emad se suavizó ligeramente con la indulgencia que otorgaban veinticinco años a su servicio, veinticinco años durante los que había estado más unido a él que a su propia familia.

–Prever lo decepcionado que se quedaría fue la única razón por la que me negué a su plan. Sabía que Hesham se había escondido demasiado bien.

Fareed apretó los dientes ante la gran frustración y dolor que sintió.

Hesham; el alma sensible y excepcional artista. Había sido el más pequeño de los nueve hermanos de Fareed y también el más querido. Por culpa del padre de ambos, el rey de su país, se había escondido. Hacía tres años, Hesham había regresado de pasar una larga temporada en los Estados Unidos y había anunciado que iba a casarse. Había cometido el error de creer que su padre llegaría a darle la bendición. Pero lo que había ocurrido había sido que el rey se había puesto furioso. Le había prohibido ponerse en contacto con su novia y casarse con cualquiera que no hubiera sido elegida por la Casa Real.

Cuando Hesham se negó a obedecerlo, el rey montó en cólera. Despotricó diciendo que encontraría a la mujerzuela americana que había intentado formar parte de la Casa Real. Aseguró que iba a hacerle arrepentirse de haber intentado atrapar a su hijo. Con respecto a Hesham, decidió no permitir que continuara perdiendo el tiempo con su vena artística y que siguiera dejando a un lado sus obligaciones reales. Aquello ya no versaba sobre quién o qué elegía el príncipe para divertirse. Aquello versaba sobre la monarquía. Y no iba a permitir que su hijo manchara su línea de sangre con un matrimonio inferior. Hesham debía obedecer… si no, habría consecuencias.

Fareed y el resto de sus hermanos habían decidido defender a Hesham y habían logrado ayudarle a huir cuando su padre lo había encerrado en palacio.

Llorando, Hesham los había abrazado y les había dicho que tenía que desaparecer, que tenía que escapar de la injusticia que estaba cometiendo su padre y proteger a su amada. Les había hecho prometer que jamás lo buscarían, que lo considerarían muerto.

Ninguno había sido capaz de dar su palabra. Pero aunque todos habían intentado seguirle la pista, parecía que Hesham había desaparecido.

Fareed sintió como la rabia contra su padre aumentaba. Sabía que de no ser por el juramento que había hecho de servir a su pueblo, también se habría marchado de Jizaan. Pero ello no habría supuesto ningún castigo para su padre. A este no le habría importado perder otro hijo. Todo lo que había dicho tras la desaparición de Hesham había sido que esperaba que su hijo no hiciera nada para deshonrar a la familia y al reino.

Pero lo que había ocurrido había sido terrible.

Después estar años deseando tener noticias de su hermano, Hesham lo había telefoneado desde una sala de urgencias de los Estados Unidos. Con su último aliento, le había suplicado un favor. No para él, sino para la mujer por la que había abandonado su mundo, la mujer que adoraba.

–Cuida de Lyn, Fareed… y de mi hijo… protégelos… –le había pedido– dile a Lyn que lo es todo para mí… dile… que siento no haberle podido dar lo que se merece, que voy a dejarla sola con…

Hesham no había dicho nada más. Fareed le había suplicado que continuara hablando, que esperara a que él fuera a salvarlo. Pero todo lo que había obtenido por respuesta había sido una voz extraña que le había informado de que a su hermano lo habían llevado a quirófano.

De inmediato, había tomado un vuelo hacia los Estados Unidos con la esperanza de poder salvar a Hesham… pero cuando llegó, este había fallecido hacía horas. Allí había descubierto que su hermano no había sido responsable en absoluto del accidente que había sufrido y ello le había entristecido aún más. Un trapichero de dieciocho años había perdido el control del vehículo que había estado conduciendo y había arrollado a once coches. Había matado a muchas personas y herido a otras tantas. Roto de dolor, había ofrecido sus servicios. Era un cirujano internacionalmente reconocido y uno de los grandes expertos de su campo.

Su ayuda había sido aceptada de inmediato y había operado las lesiones neurológicas más graves de las víctimas del accidente. Había salvado a numerosas personas.

Más tarde se había enterado de que una mujer había estado con su hermano en el coche. No había resultado herida y no había llevado identificación alguna con ella. Se había marchado del hospital en cuanto Hesham había fallecido.

Con un gran pesar, había repatriado el cadáver de su hermano a Jizaan. Tras un conmovedor funeral al que el rey no había asistido, había comenzado la búsqueda de Lyn y del hijo de su hermano.

Pero Hesham se había escondido demasiado bien. Parecía que había borrado la huella de cada paso que había dado. Las investigaciones que se llevaron a cabo no descubrieron ninguna esposa ni hijo. Incluso el coche en el que había sufrido el accidente había sido alquilado con otro nombre.

Tras un mes sin obtener ninguna pista, Fareed había adoptado la única opción que le quedaba. Si no podía encontrar a la mujer de Hesham, dejaría que ella lo encontrara a él.

Regresó al lugar del fallecimiento de su hermano y publicó anuncios en todos los medios de comunicación para que la mujer se pusiera en contacto con él. Había enviado un mensaje críptico para que solo la persona adecuada respondiera. O por lo menos eso había pretendido…

Muchas mujeres, impostoras, no habían dejado de reclamar la identidad de la mujer de Hesham.

Emad había descartado a las mentirosas más obvias, como aquéllas que tenían hijos quinceañeros o que no tenían ninguno. Pero, aun así, le había advertido a Fareed que no perdiera el tiempo con las demás. Había estado seguro de que todas eran cazadoras de fortunas. Al ser un cirujano soltero y además príncipe, Fareed siempre había sido objeto de las vividoras. Y en aquella ocasión había sido él quien las había invitado.

Pero Sheikh no podía dejar marchar a ninguna de aquellas mujeres sin antes haberlas entrevistado. Había sentido antipatía por todas las candidatas antes incluso de que abrieran la boca. Aun así, se había forzado a escucharlas hasta el final. Creía firmemente que su hermano, que había sido un gran amante de la belleza, se habría enamorado de una mujer maravillosa en la que se pudiera confiar. Aunque se planteó que quizá Hesham no había sido tan exigente…

Tras un mes de agonizantes fracasos, había regresado a casa admitiendo que su método había fallado. Sabía que cualquier intento más que hiciera sería en vano.

Había aceptado la petición de un hospital de Estados Unidos de que operara de manera caritativa. Una parte de su agenda siempre estaba dedicada a obras de caridad, pero nunca había realizado tantas en tan poco espacio de tiempo. Y su trabajo en su propio centro médico estaba demasiado organizado como para ofrecer tiempo libre.

Aquel día era el último que ofrecía sus servicios en el hospital estadounidense…

–Su Alteza… –dijo Emad, logrando que Fareed volviera a la realidad.

–No voy a ver a ninguna mujer más, Emad –respondió él, levantándose–. Tú tenías razón. No seas blando.

–No lo soy. Solo quiero que vea a esta –aclaró Emad.

–¿Por qué? ¿Qué tiene de especial?

–Se ha puesto en contacto con nosotros de una manera distinta a todas las demás. No utilizó el número de teléfono que usted ofreció en el anuncio, sino que ha estado intentando obtener una cita con Su Alteza por medio del hospital desde el día en que llegamos. Hoy le dijeron que usted iba a marcharse y ha comenzado a llorar…

Fareed cerró de un golpe la carpeta que había tomado.

–Así que es incluso más astuta que las demás. Se ha dado cuenta de que ninguna de las otras mujeres ha tenido éxito y ha intentado evitar tu escrutinio al tratar de acercarse a mí por medio de mi trabajo. Y cuando no le ha funcionado, ha montado una escena. ¿Es por eso que quieres que la vea? ¿Quieres que se agrave el escándalo que he creado en mi familia y para mí?

–No querría volver a resucitar todo aquel embrollo después de haber logrado detenerlo. Pero esa no es la razón. Los encargados de recepción me han llamado a mí cuando la mujer les ha pedido verte y yo… la he visto, he oído lo poco que ha sido capaz de decir. Parece… diferente del resto. Parece realmente consternada –compartió el asistente.

Fareed resopló.

–Una actriz incluso mejor que las demás, ¿eh?

–O tal vez la mujer que buscamos.

–No lo creerás, ¿verdad?

–La mujer que buscamos existe.

–Y no quiere ser encontrada. Debe saber que he movido cielo y tierra para buscarla y no ha acudido a mí. ¿Por qué habría decidido aparecer ahora cuando nada ha cambiado?

–Tal vez sí que haya cambiado algo pero no lo sabemos.

El tono neutral y tranquilo que estaba utilizando Emad angustió a Fareed y le hizo flaquear. Se preguntó qué pasaría si la mujer que había en recepción era la Lyn de Hesham…

–Hazla subir –le dijo al asistente–. Voy a concederle diez minutos… ni un segundo más. Díselo. Después voy a marcharme de aquí y no regresaré jamás a este país.

Emad asintió con la cabeza y salió de la sala de consultas que el hospital le había ofrecido a Fareed para trabajar. Mientras esperaba, este pensó que si volvía a escuchar estúpidas y falsas historias acerca de su hermano no sería responsable de sus actos. Cuando la puerta se abrió, se preparó para una nueva y fea confrontación más. Emad entró antes que la mujer en la consulta… pero él apenas lo vio… ni oyó lo que dijo antes de marcharse…

Todo lo que vio fue la dorada visión que se acercó al escritorio al que se había sentado.

Se levantó sin darse cuenta. Solo tenía una cosa en la cabeza… la súplica de que aquella hermosa mujer no fuera la Lyn de Hesham.

Los preciosos ojos azules de ella lo aturdieron por completo y deseó con todas sus fuerzas poder tocar su sedoso cabello rubio. Tenía unos carnosos labios y una estilizada silueta que le hicieron desearla con ansiedad. Si resultaba ser la Lyn de Hesham…

Rogó que fuera otra impostora ya que la mujer de su hermano era sagrada para él. No podría tocarla. Y quería a aquella fémina para él solo… tal y como la había deseado la primera vez que la había visto. ¡En aquel momento se dio cuenta de quién era!

Haberla visto allí en la consulta, de manera tan inesperada, lo había confundido… eso y los cambios en ella.

Cuando la había visto anteriormente, su luminoso cabello había estado arreglado en un moño y había estado muy maquillada… maquillaje que había oscurecido su pálida piel y no había resaltado sus facciones. Y había ido vestida con un masculino traje negro que había ocultado su exultante feminidad.

Había sido más joven. Se había comportado de manera muy profesional… hasta que lo había visto a él.

Pero había una cosa que no había cambiado; el impacto que tenía sobre sus sentidos. Era igual de impresionante a como lo había sido cuando él había entrado en aquella sala de conferencias. Ella había estado en el estrado y lo había dejado completamente aturdido con su belleza. Había estado presentando la conferencia que él había ido a presenciar sobre una droga que ayudaba a regenerar los nervios después de una degeneración patológica o un trauma. Había oído hablar mucho de la joven investigadora, que era la jefa del equipo R&D.

Aturdido ante tanta belleza, se había sentado en la sala de conferencias y había deseado que la charla terminara para poder acercarse a ella, para poder reclamarla. solo el saber que a la investigadora también le había impactado el verlo a él había conseguido mitigar su tensión. Había sentido un gran placer al ver como a ella le había costado mantener la compostura tras haberlo visto. Había logrado continuar con la conferencia, pero se había ruborizado y sus movimientos habían denotado cierto nerviosismo.

Su trabajo había resultado ser aún más impresionante de lo que Fareed había esperado, lo que solo había conseguido aumentar su interés por ella…

–¿Es todo mentira? ¿Eres tú una mentira?

Él casi se estremeció. Aquella apasionada voz. Había tenido que volver a escucharla para ser consciente de que jamás había dejado de oírla en su mente.

–¿Es tu reputación simplemente propaganda? –continuó preguntando ella–. ¿Solo para cimentar el camino hacia más éxitos médicos y obtener más adulación en los medios? ¿Eres lo que tus pocos detractores dicen…? ¿Un príncipe con demasiado dinero y poder que juega a ser Dios?

Capítulo Dos

Gwen McNeal oyó aquellas terribles acusaciones como si hubieran sido realizadas por otra persona.

Parecía que las anteriores semanas habían dañado la poca cordura que le había quedado. Había pedido tener una reunión con Fareed cuando ya había perdido ligeramente la cabeza. Pero según había ido pasando el tiempo y sus posibilidades de verse con él habían ido disminuyendo, se había ido quedando sin resistencia.

Había estado segura de que iba a perder la coherencia cuando estuviera en su presencia.

Al estar finalmente delante de Fareed había sentido como un potente escalofrío le recorría por dentro. La intensidad de su mirada, de su impacto en ella, le había hecho perder la compostura.

Acababa de acusarlo prácticamente de ser un sádico. Pero, por lo menos, había dejado de emitir improperios. Todo lo que podía hacer en aquel momento era mirarlo con horror mientras él la miraba completamente estupefacto.

Se dio cuenta de que Fareed era como lo recordaba. Rebosaba virilidad y esplendor. Al verlo de nuevo se sintió catapultada al pasado. Un pasado en el que había sabido a dónde se dirigía su vida. Una vida que había quedado desbaratada desde el momento en el que se había fijado en él.

Desde entonces, se había repetido a sí misma que había exagerado sus recuerdos de Fareed, que lo había convertido en lo que nadie podía llegar a ser.

Pero al tenerlo delante se dio cuenta de que no había exagerado nada. Él era todo lo que ella recordaba y mucho más. Tenía un físico imponente y una gracia y poder innatos.

Al ver que se acercaba a ella, sintió una gran desesperación y resentimiento.

–¿Cinco minutos? ¿Es eso lo que le concedes a la gente? ¿Y después te marchas sin mirar atrás? ¿Sonríes lleno de satisfacción cuando las personas corren tras de ti suplicándote unos pocos minutos más de tu inestimable tiempo? ¿Disfrutas al humillarlas? ¿Es ese el verdadero respeto que el mejor cirujano filántropo del mundo siente hacia los demás? –espetó.

–En realidad dije diez minutos –respondió Fareed, mirándola fijamente.

En los videos que Gwen había visto de las entrevistas, charlas y operaciones didácticas realizadas por él, siempre había pensado que su voz era implacable. Pero, al oírlo en persona, se dio cuenta de que la riqueza y profundidad de sus tonos, la potencia de su acento y la belleza de cada entonación hacían que las palabras que decía fueran una invocación.

–Y cuando dije que… –continuó Fareed.

Pero ella lo interrumpió, incapaz de escuchar más de aquel hechizo.

–Así que me has concedido diez minutos en vez de cinco. Ahora veo cómo se forjó tu reputación… está basada en ofertas muy generosas. Pero yo ya he gastado la mayor parte de esos diez minutos. ¿Comienzo a contar el resto hasta que te marches como si yo no estuviera aquí?

Él negó con la cabeza. El invernal sol que hacía aquella tarde en Los Ángeles se reflejó en su negro cabello.

–No haré nada parecido, señorita McNeal.

A Gwen le dio un vuelco el corazón. ¿Fareed… Fareed se acordaba de ella?

Se sintió tan aturdida que perdió el conocimiento. Él la tomó en brazos para evitar que cayera al suelo. Cuando por fin recuperó el sentido, ella se sintió embargada por una embriagadora fragancia masculina. Abrió los ojos y vio la cara que se había dicho a sí misma hacía mucho tiempo que había olvidado. Pero la realidad era que no había olvidado ni un solo centímetro de las perfectas facciones del Sheikh Fareed Aal Zaafer. El encuentro que habían tenido había sido imborrable.

Si de lejos el efecto que había tenido él sobre ella había sido absolutamente perturbador, tan de cerca como estaba en aquel momento fue suficiente para terminar con lo que quedaba de su resistencia.

Un violento estremecimiento le recorrió el cuerpo y Fareed la agarró aún más estrechamente.

–Déjame en el suelo, por favor –exigió ella.

En cuanto habló, él la miró a la boca.

–Te has desmayado –dijo, tuteándola. Le analizó la cara con la mirada.

–Simplemente me he mareado durante un segundo –explicó Gwen, revolviéndose en sus brazos.

–Te has desmayado –insistió Fareed con dulzura y firmeza al mismo tiempo–. Has perdido completamente el conocimiento durante algunos segundos. He tenido que saltar por encima del escritorio para lograr tomarte en brazos antes de que cayeras de frente sobre esa mesa de ahí.

La mesa a la que se refería él era una larga y cuadrada mesa de acero y cristal. A su alrededor había muchos objetos por el suelo.

Aunque ella jamás se había desmayado, estaba claro que acababa de hacerlo. Y Fareed la había salvado de un fatal accidente.

La amargura y la tensión que había estado sintiendo desaparecieron para dar paso a un sentimiento de vergüenza ante su comportamiento. Deseó poder acurrucarse en él y llorar. Pero no podía hacerlo. Lo sabía. Tenía que mantener las distancias costase lo que costase.

Fareed se acercó entonces a los sillones que había junto a la ventana. Gwen se enderezó en sus brazos.

–Ya estoy bien… por favor.

Él se detuvo. Ella lo miró a los ojos y le dio la sensación de que estos reflejaban algo turbulento. A continuación Fareed pareció dudar si dejarla en el suelo o no.

A los pocos segundos relajó los brazos y permitió que Gwen se deslizara hasta el suelo… muy pegada a su cuerpo.

Ella dio un paso atrás en cuanto estuvo de pie y él le indicó que se sentara.

Gwen casi cayó sobre uno de los sillones.

–Gracias –ofreció.

–No tienes que darme las gracias por nada –contestó Fareed, acercándose a ella.

–Sí, me has salvado de tener que ir corriendo a urgencias con graves fracturas en la cara o algo peor.

–Dime por qué te has desmayado.

–Si lo supiera, no me habría desmayado.

Él la miró fijamente a los ojos, obviamente no satisfecho con aquella respuesta.

–No pareces alarmada por haberte desmayado, por lo menos no estás sorprendida. Así que debes tener una buena idea de la causa. Cuéntame.

–Probablemente ha sido por lo agitada que estaba.

–Tal vez seas una reconocida investigadora farmacéutica… –dijo Fareed, esbozando una mueca– pero yo soy el médico y el que puede emitir opiniones clínicas. La agitación te hace estar más alerta, no desmayarte.

–Probablemente haya sido… la larga espera –respondió Gwen.

–Por muchas horas que hayas estado esperando, no podrías estar tan cansada como para desmayarte –explicó él.

–Llevo esperando desde las cuatro de la madrugada… de ayer.

–¿Has estado en recepción esperando treinta y seis horas? –quiso saber Fareed, sorprendido.

Se apresuró a sentarse junto a ella y a tomarle la muñeca para comprobar cómo tenía el pulso.

A Gwen se le aceleró el corazón.

–¿Has dormido o comido durante ese tiempo? –preguntó él.

Ella no se acordaba. Comenzó a asentir con la cabeza, pero Fareed no le hizo caso.

–Está claro que no has hecho ninguna de las dos cosas. De hecho, no debes haberlo hecho como es debido desde hace mucho tiempo. Tienes taquicardia… como si hubieras estado corriendo.

Gwen se preguntó si él no se hacía una idea de la causa… estando tan cerca de ella…

–Debes tener hipoglucemia y tu débil pulso indica que la presión de tu sangre apenas es suficiente para mantenerte consciente. Pero no necesito ninguno de esos conocimientos para saber qué te pasa. Pareces… exhausta.

Al mirarse cada mañana en el espejo, Gwen se daba cuenta de su mal aspecto, pero el hecho de que él hubiera corroborado su opinión le hizo sentirse muy mortificada.

Pero se reprendió a sí misma y se dijo que no debía importarle lo que pensara Fareed de ella. Lo que importaba era que debía arreglar su error.

–Estaba demasiado nerviosa como para comer o dormir, pero no pasa nada. Siento mucho la manera en la que te he hablado al principio.

Algo brilló en los ojos de él, algo que provocó que a Gwen le quemara la piel donde todavía la tenía agarrada por la muñeca.

–No lo sientas, no si he hecho algo para merecer esta… antipatía –respondió Fareed–. Tengo mucha curiosidad, por decirlo de alguna manera, por descubrir qué la ha causado. ¿Crees que te dejé esperando tantas horas por malicia? ¿Realmente piensas que disfruto viendo a la gente suplicar que le otorgue un poco de mi tiempo y que se lo ofrezco solo cuando veo que se ha derrumbado… y solo para prestarle atención unos pocos minutos antes de marcharme?

–No… quiero decir que… no… Tu reputación dice exactamente lo contrario.

–Pero tu experiencia personal te lleva a pensar que tal vez mi reputación es muy exagerada.

–Es solo que… anunciaste que podíamos ponernos en contacto contigo, pero a mí me dijeron que no podía hacerlo y ya no supe qué creer –confesó ella.

A continuación sintió como él se ponía tenso y vio como el brillo de sus ojos se convertía en algo… oscuro. Obviamente lo había ofendido más al intentar disculparse que cuando lo había insultado.

–Por favor, olvida todo lo que he dicho y permíteme empezar otra vez –pidió, ya que tenía que lograr que la escuchara–. Vuelve a concederme esos diez minutos de nuevo. Si después crees que no estás interesado en escuchar más, márchate.

Fareed se había olvidado.

Al haber vuelto a ver a Gwen en aquel inesperado lugar, al haber recordado el encuentro que había tenido con ella y al haber sentido gran ansiedad cuando se había desmayado, se había olvidado. Se había olvidado por completo.

Había olvidado por qué se había alejado de Gwen aquella primera vez…

Cuando ella había terminado su conferencia, todos los asistentes se habían levantado para aplaudir. En ese momento numerosos colegas se acercaron a él para saludarlo. Satisfecho al ver que Gwen estaba mirándolo, había deseado apartarlos para charlar con ella, que en cuanto se dio cuenta de que él estaba mirándola apartó la vista.

Entonces había aparecido un hombre que la había abrazado y besado en los labios. Se había quedado impactado al ver como aquel extraño la abrazaba con el derecho que otorgaban las relaciones duraderas, como la colocaba junto a él para posar para las fotografías de la prensa y como les decía a gritos a los periodistas que la droga que ambos habían creado iba a lograr una nueva era en la industria farmacéutica.

Curioso, había agarrado por el brazo a la primera persona que había tenido al lado.

–¿Quién es ese?

Había obtenido la respuesta que había temido. Ese había resultado ser un tal Kyle Langstrom, novio de Gwen y su compañero de investigaciones.

Impactado y aturdido, había oído como Kyle anunciaba que también tenían que dar otra noticia de igual importancia a la del descubrimiento de la nueva droga; la fecha de su boda.

Deseando que ella correspondiera el interés que había despertado en él, se quedó mirándola como si al hacerlo pudiera alterar la realidad, como si pudiera lograr que fuera libre para recibir su pasión.

Justo antes de que todas las personas que se habían acercado a felicitar al futuro matrimonio borraran a Gwen de su vista, esta lo miró. Sus miradas se encontraron durante unos segundos. Pero fueron unos segundos que parecieron eternos y ambos sintieron como si el mundo hubiera dejado de existir y solo estuvieran ellos dos. Entonces, repentinamente, ella había desaparecido.

Había vuelto a verla durante la fiesta que se había ofrecido tras la conferencia. El perverso deseo de encontrarse con ella de nuevo lo había llevado a asistir.

No había podido quitarle los ojos de encima. Gwen había evitado su mirada. Pero él había sabido que había tenido que forzarse a no mirarlo. Finalmente se había marchado de la fiesta cuando esta estaba en su apogeo, ya que se había sentido muy mal de estar allí de pie codiciando a la mujer de otro hombre.

No había vuelto a los Estados Unidos hasta el fallecimiento de Hesham.

Durante meses había revivido en su mente aquella última mirada que habían compartido Gwen y él. Finalmente se había convencido a sí mismo de que se había imaginado lo ocurrido… sobre todo el inaudito efecto que ella había tenido sobre él.

Pero le había bastado solo una mirada aquel día para darse cuenta de que no se había imaginado nada, para comprender por qué no había sido capaz de volver a tener interés en ninguna otra mujer desde entonces. Quizá no lo había pensado deliberadamente, pero no le había parecido que tuviera sentido perder el tiempo con ninguna mujer que no despertara en su interior la clase de atracción que había despertado Gwen.

Se puso enfermo al pensar que ella pudiera querer verlo en relación a su hermano…

Si Gwen había pertenecido a Hesham, todo aquello se convertiría en un cruel castigo del destino.

–Te escucho –dijo entre dientes.

–Mentí… al decir que diez minutos serían suficientes.

Cuando en recepción dijeron que tu lista de pacientes estaba completa, yo insistí por si podían concederme una consulta contigo y…

Fareed levantó una mano para indicarle que dejara de hablar. Parecía muy nerviosa.

–¿Estás aquí para una consulta?

Con los ojos llenos de lágrimas y cierta cautela reflejada en estos, ella asintió con la cabeza.

Él se sintió enormemente aliviado. Gwen no había ido a verlo en relación a Hesham, sino porque quería sus servicios profesionales.

Al darse cuenta de lo que ello implicaba, su alivio cesó.

–¿Estás enferma?

Capítulo Tres

Gwen estaba enferma.

Aquello explicaba todo. Su desmayo, sus cambios de humor. Tenía un problema neurológico. Según sus síntomas, podía incluso ser… un tumor cerebral. Fareed pensó que si lo había buscado a él era porque estaba en estado avanzado. En neurocirugía era uno de los tres mejores del mundo; operaba lo inoperable y sanaba lo incurable…

–No estoy enferma –dijo Gwen.

Impactado, Fareed se quedó mirándola.

–Es mi bebé –aclaró ella.

Él no comprendía por qué le impactaba tanto cada nueva verificación de que aquella mujer poseía una vida que no tenía nada que ver con la suya.

Frecuentemente le había invadido la amargura sin razón aparente. Pero en aquel momento admitió para sí mismo cuál había sido la razón; el hecho de que Gwen no hubiera esperado para encontrarlo y que se hubiera casado con otra persona… aunque sabía muy bien que aquella sensación de traición era ridícula y no tenía nada que ver con la realidad.

Que ella tuviera un hijo era algo perfectamente normal.

Desgraciadamente su bebé estaba enfermo, lo suficiente para necesitar sus habilidades como cirujano.

Sintió una gran angustia por ella. Comprendía perfectamente lo que debía estar pasando ya que él había sentido lo mismo en una ocasión… desesperación por salvar a alguien cuya vida valoraba más que la suya propia.

Invadido por la angustia, decidió que no podía encargarse del caso del bebé de Gwen. Se aseguraría de que este recibiera los mejores cuidados, pero no podía hacerlo él mismo.

–Escúchame… –comenzó a decir.

Pero ella lo interrumpió como si hubiera intuido lo que iba a decir. Se levantó con la súplica reflejada en los ojos.

–Tengo conmigo los resultados de las investigaciones que le han hecho a Ryan. ¿Podrías echarles una ojeada y decirme lo que piensas?

A Fareed le resultó extraño que Gwen solo quisiera su opinión y que no lo reclamara como cirujano. La miró y aun en aquellas circunstancias sintió como la lujuria se apoderaba de su cuerpo. Deseó poder acariciar el hermoso cabello rubio que tenía y besar su delicioso cuello. Pensó que daría lo que fuera por saborearla, por darle un beso…

Ella tomó entonces la cartera que llevaba consigo y sacó algo de esta.

Mientras la observaba, él pensó que su belleza era realmente increíble. Jamás se había sentido atraído por las mujeres rubias, nunca había preferido la belleza occidental. Pero Gwen representaba para él la feminidad, la lujuria y el encanto unidos en una sola persona.

Se dio cuenta de que tal vez necesitaba una terapia de choque. Si la veía con su bebé, con toda su familia, quizá lograra quitársela finalmente de la cabeza.

Al acercársele ella con una carpeta, le puso una mano sobre la suya para tranquilizarla. Pero la apartó de inmediato como si el contacto con su piel le quemara. Ojeó los documentos brevemente.

–No voy a poder darte una opinión basada en estas investigaciones; no confío en ninguna que no haya sido realizada según mis especificaciones.

Los ojos de Gwen reflejaron una gran alarma y Fareed no pudo creer el efecto que la angustia de ella tenía sobre él. Le dolía físicamente.

–De todas maneras, mi método favorito e indispensable es un examen clínico –se apresuró a añadir–. ¿Está tu bebé en la planta de abajo con su padre?

Ella pareció muy impresionada ante aquella pregunta.

–Ryan está con su niñera en nuestro hotel –contestó–. Ambos se cansaron mucho y Ryan comenzó a llorar sin parar. Estaba molestando a los demás pacientes y tuve que pedirle a la niñera que se lo llevara. Pensé en traerlos de vuelta en cuanto hubiera obtenido una cita contigo. Pero el hotel está cerca del aeropuerto y, aunque le hubiera pedido a Rose que viniera, a esta hora del día habría tardado demasiado por el tráfico.

–Voy a regresar a casa en mi avión privado, por lo que puedo partir cuando decida –aclaró Fareed–. Telefonea a tu niñera y pídele que traiga a Ryan.

–Oh, Dios, gracias… –dijo Gwen con la emoción reflejada en los ojos.

Él levantó una mano; odiaba la vulnerabilidad y la indefensa gratitud que veía en otras personas.

Ella asintió con la cabeza al darse cuenta de que Fareed no quería agradecimientos. Entonces sacó el teléfono móvil del bolso.

–Rose… –dijo tras unos segundos, dejando de hablar al comenzar a hacerlo la otra mujer–. Sí, lo conseguí. Trae a Ryan cuanto antes.

–Dile que se tome su tiempo. Esperaré –terció él tras tocarle el antebrazo para captar su atención.

La mirada que le dirigió Gwen en aquel momento, unida a la belleza de su tímida sonrisa, provocaron que de nuevo se sintiera invadido por un intenso acaloramiento. Tenía que apartarse de ella antes de que hiciera algo de lo que ambos se arrepentirían.

Se dio la vuelta, se dirigió a su escritorio y comenzó a ordenar las carpetas que había estado analizando.

Cuando Gwen colgó el teléfono, sin levantar la mirada él le hizo la pregunta que estaba quemándole por dentro. Intentó parecer despreocupado.

–¿No va a venir tu marido? ¿O está en casa?

Necesitaba verla con su marido. Tenía que tener la imagen en la cabeza de ella con su hombre para borrar la que tenía de ella con él.

Gwen mantuvo silencio durante lo que pareció una eternidad y Fareed se forzó a continuar arreglando su escritorio.

Cuando finalmente ella contestó, lo hizo casi de manera inaudible. Él apenas la oyó. Apenas.

Se le revolucionó tanto el corazón que temió que le fuera a estallar. La miró a los ojos.

–No tengo marido –había dicho Gwen.

Fareed no sabía cuándo ni cómo había acortado la distancia entre ellos. De nuevo estaba delante de ella. Aquella revelación le había impresionado muchísimo.

–¿Estás divorciada?

Gwen apartó la mirada.

–Nunca me he casado.

Anonadado, él se quedó mirándola fijamente. Tras largo rato, logró hablar.

–Cuando te vi en aquella conferencia, creí que estabas comprometida.

Ella se ruborizó y Fareed anheló poder besarle las mejillas.

–Y lo estuve –respondió Gwen–. Rompimos nuestro compromiso… poco después –añadió, mirándolo con cierto humor reflejado en el gesto de su boca–. Más o menos fue por irreconciliables diferencias científicas.

Repentinamente él deseó dar un puñetazo a la pared más cercana.

B’haggej’jaheem… ¡Maldita fuera! Se había alejado de ella porque había pensado que iba a casarse con aquel tal Kyle Langstrom… ¡y no lo había hecho!

Se sintió muy frustrado al darse cuenta de lo que había perdido al no haber intentado encontrarla tras la fiesta de la conferencia. Por lo menos debía haberse informado sobre ella. Habría descubierto que no se había casado con… con aquella persona. Pero eso no significaba necesariamente que…

–¿Él no es el padre de tu hijo?

–No –contestó Gwen.

Antes de que la alegría embargara a Fareed, comprendió algo. Tal vez ella no se había casado con Langstrom, pero tenía un hombre en su vida.

–¿Entonces quién es el padre de tu hijo?

Gwen se encogió de hombros y respondió con la inquietud reflejada en la voz.

–¿Me lo preguntas por la enfermedad de Ryan? ¿Crees que conocer a su padre es importante para su pronóstico?

Él se sintió tentado a responder que sí para que ella se viera obligada a responder. Pero su integridad como persona pesó más. No podía romper su ética profesional.

–No. Conocer la fuente de una malformación congénita no influye en el tratamiento ni en su pronóstico.

–Entonces no comprendo por qué traer a su padre a colación puede ser relevante.

Estaba claro que Gwen no quería hablar del tema. Y tenía razón al no querer hacerlo.

A Fareed jamás se le había ocurrido intentar obtener información privada de nadie, mucho menos de uno de los progenitores de un potencial paciente.

Pero se trataba de ella, de la mujer de la que tenía que saberlo todo…

A través del trabajo de Gwen había llegado a conocer a la perfección su inteligencia y capacidad. Dada la naturaleza y carácter de ella, estaba seguro de que eran compatibles. Lo que le faltaba saber era su situación sentimental.

–Es relevante porque el padre de tu hijo debería estar aquí, sobre todo si la enfermedad del pequeño es tan seria como crees. Como su padre, tiene igual derecho que tú a decidir qué tratamiento darle, si es que hay alguno, y el mismo papel en el futuro del niño.

–Ryan… no tiene padre –respondió Gwen tras largo rato. Decir aquello parecía haberle causado un gran dolor.

De nuevo, Fareed se quedó muy impactado. Se preguntó a sí mismo cuándo iba a dejar de impresionarle aquella mujer.

–¿Quieres decir que ya no forma parte de vuestras vidas? ¿Se ha marchado? ¿Está muerto?

Ella lo miró a los ojos como si hubiera sentido la intensidad de la frustración de él.

–Tuve a Ryan mediante un donante de esperma.

En aquella ocasión, debido a lo impresionado que otra vez estaba, Fareed dio un paso atrás.

Gwen no paraba de sorprenderle.

En realidad, estaba más que sorprendido. Estaba estupefacto.

–¿Por qué acudiste a un donante de esperma siendo tan joven?

Ella evitó su mirada y se ruborizó.

–La edad es solo uno de los factores por los que las mujeres acuden a los donantes de esperma. Y hace bastante que dejé de entrar en la categoría de «tan joven». Tengo treinta y dos años.

–Si acabara de conocerte, no diría que tuvieras más de veintidós.

Gwen se encogió de hombros y le dirigió a Fareed una de aquellas miradas que provocaban que a este se le revolucionara el pulso.

–Me he mirado en un espejo últimamente. Tú mismo dijiste que tenía un aspecto horrible. Pero de todas maneras, gracias por el… cumplido.

–Solo digo lo que pienso. Está claro que no estás prestándole mucho cuidado a tu aspecto debido a tu preocupación por tu hijo. Pero eso no hace que seas menos… impresionante.

Al oír aquello, ella se quedó sin aliento. Al darse cuenta de ello, él sintió como un intenso deseo le recorría el cuerpo.

–Quiero saber por qué una mujer como tú, a la que seguirán persiguiendo los hombres cuando tengas setenta y dos años, eligió tener un hijo sin un padre. ¿Fue por tu exnovio? ¿Qué te hizo para provocar que no quieras tener relaciones sentimentales?

–No puedes estar más equivocado en el caso de Kyle –respondió Gwen con un vacilante humor iluminándole la mirada–. Con respecto a él, soy la mala de la historia. Fue por mi culpa que incluso el trabajar juntos se convirtiera en algo contraproducente.

–¿Entonces por qué? –insistió Fareed.

–No todo en la vida tiene que tener una razón muy compleja. Simplemente quería un bebé.

Él sabía que estaba ocultando algo y la convicción de ello le quemó por dentro.

–¿Y no podías esperar a tener uno de la manera normal? ¿Cuando conocieras a otro hombre adecuado?

–No me interesaba tener otro hombre, adecuado o no.

Tras decir aquello, ella guardó silencio. Fareed supo que no iba a decir nada más al respecto.

Él tenía más cosas que decir, que preguntar, que pensar… y que sentir. Se sintió invadido por viejas frustraciones y nuevas preguntas. Pero había una cosa que eclipsaba a las demás.

Gwen no solo no tenía un hombre en su vida, sino que no lo había querido… después de haberlo visto a él en aquella conferencia. Lo sabía. Al igual que él no había querido otra mujer tras haberla visto a ella.

La euforia se apoderó de sus sentidos. Aquello cambiaba su existencia.

Aunque estaba deseando tomarla en brazos y besarla apasionadamente, sabía que no debía hacerlo.

No tenerla en aquel momento le resultaba un tormento, pero tras haber deducido que lo deseaba se había convertido en un tormento dulce en vez de amargo. La espera lograría que el finalmente tenerla fuera espectacular.

Lo que Gwen necesitaba urgentemente era su experiencia profesional, no su pasión.

Al ver la manera en la que estaba mirándolo, con la súplica reflejada en los ojos, sintió como se le derretían los huesos.

–¿Mientras esperamos no podrías volver a echarle una ojeada a los documentos de las investigaciones de la enfermedad de mi hijo?

Fareed pensó que aquel tipo de mirada debía estar prohibida. Pronto se lo diría.

Sonrió, la tomó por un codo y la guió de vuelta al sillón.

–Prefiero formarme una opinión sin influencias de ningún tipo –respondió.

Ella lo miró de reojo y la burla que reflejaron sus ojos casi provocó que él lo mandara todo al diablo y diera rienda suelta a cuatro años de deseo contenido… de deseo de ella.

–¿Existe alguien capaz de influenciar tu opinión? –preguntó Gwen.

Fareed se rio por primera vez desde hacía mucho tiempo. Tras muchos meses sumido en la melancolía, al tenerla allí delante y saber que estaba soltera, sentía como si le hubieran quitado un peso de encima. Si no hubiera sido por Hesham, y por su mujer e hijo que todavía no habían encontrado, se habría atrevido a decir que estaba casi experimentando alegría.

–Desde luego –respondió, ayudándola delicadamente a sentarse.

A continuación tomó el teléfono móvil y llamó a Emad, al cual le pidió que les llevara algo de comer. Cuando ella insistió en que solo quería una bebida caliente, no le hizo caso alguno.

–Son órdenes del doctor –dijo, sentándose a su lado.

Aunque estaba deseando acurrucarse en su cuerpo, dejó entre ambos cierta distancia para no abrumarla.

Gwen lo miró con la fascinación reflejada en la cara. Parecía incapaz de dejar de analizarlo mientras él la analizaba a ella.

En un momento dado, Fareed no pudo evitar suspirar de placer.

–Sería un científico muy pobre y un cirujano terrible si no estuviera abierto a nuevas influencias. ¿Sigues creyendo que solo soy un príncipe con demasiado dinero y poder que juega a ser Dios?

Avergonzada, Gwen hundió la cara en sus manos.

–¿Crees que hay alguna posibilidad de que puedas fingir que jamás dije eso?

–¿Por qué lo haría? ¿Porque estabas equivocada?

En ese momento Emad entró en el despacho con varios camareros. Fareed vio la esperanza que reflejaron sus ojos al analizar la situación. Negó ligeramente con la cabeza para que el asistente supiera que ella no era la mujer que estaban buscando… aunque afortunadamente era la mujer que él había ansiado encontrar.

Tras arreglar y preparar la mesa que tenían delante, con gran decepción y curiosidad reflejada en los ojos, Emad se marchó junto con los camareros.

Durante la siguiente hora, Fareed descubrió nuevos placeres. Estuvo animando a una disgustada Gwen hasta que se comió y bebió lo que le había servido. Le encantó ver como ella recuperaba el color en la cara.

Entonces Emad volvió a llamar a la puerta. En aquella ocasión hizo entrar en el despacho a una mujer con un bebé… el hijo de Gwen.

Fareed no se fijó en ninguno… ya que toda su atención estaba centrada en Gwen, que se había levantado para abrazar a su pequeño. A continuación le presentó a la niñera, una mujer pelirroja de unos cuarenta años llamada Rose Maher. Era una pariente lejana. Él le dio la bienvenida con toda la cordialidad que pudo y se giró hacia el hijo de Gwen.

Se quedó completamente aturdido.

Capítulo Cuatro

Fareed no había pensado en el hijo de Gwen hasta aquel momento. Simplemente había aceptado el hecho de que era suyo.

Había estado demasiado impresionado como para haberse creado expectativas, tanto del pequeño como de su reacción ante él. Pero nada de lo que hubiera podido intuir se habría acercado a la realidad de los sentimientos que lo habían embargado al tener a aquel bebé delante.

Gwen le había dicho que su hijo no tenía padre. Y en aquel momento él podía casi creer aquella afirmación literalmente. Era como si el niño fuera suyo… solamente suyo. A pesar de la diferencia de edad y género, el pequeño era exactamente igual a ella.

Pero el increíble parecido entre madre e hijo no fue lo que le impactó tanto. Ryan, que no tendría más de nueve o diez meses de edad, era toda una personita. Lo miró con unos despiertos ojos del mismo color azul que su madre pero que reflejaban su propia naturaleza y carácter… inquisitivo, intrépido, entusiasta.

–Dile hola al doctor Aal Zaafer, Ryan –dijo entonces Gwen con un indulgente tono de voz.

Fareed parpadeó ya que aquella melodía era completamente diferente a ninguna que le hubiera escuchado antes. Se dio cuenta de que tuvo un efecto similar en Ryan, que sonrió encantado a su madre. A continuación lo dejó impactado al girarse hacia él y sonreír abiertamente… antes de tenderle los brazos.

Anonadado, observó como las regordetas manitas del pequeñín se abrían y cerraban en una clara invitación a que lo tomara en brazos.

–Cariño, ese acto adorable solo funciona con Rose y conmigo –le dijo entonces Gwen a su hijo antes de dirigirle una compungida mirada a Fareed–. No pensé que fuera a pedirte que lo tomaras en brazos. No le gusta que lo hagamos mucho, ni siquiera yo. Es demasiado independiente.

Él se preguntó si ella pensaba que su vacilación se debía a que no quería tomar en brazos a Ryan. No comprendía cómo no se daba cuenta de que estaba paralizado. Deseaba con todas sus fuerzas abrazar al pequeño, pero la necesidad era tan fuerte, tan… desconocida, que lo abrumó.

–Me… –comenzó a decir, haciendo una pausa para carraspear– me honra mucho que considere que merece la pena que lo tome en brazos. Seguramente le apetece un paseo a más altura.

Rose no pudo evitar reírse ante aquello.

–Ryan es un genio y reconoce una buena proposición en cuanto la ve –comentó.

Fareed esbozó la sonrisa más amplia que sus labios habían reflejado en años.

–Señora Maher, encantado de conocerla –respondió.

–Llámeme Rose, por favor –dijo ella.

Él se giró entonces hacia Gwen y le tendió los brazos. Vio reflejada en los ojos de ella la creencia de que sus brazos estaban invitándola a ser abrazada… y el intenso deseo de serlo.

La miró fijamente para hacerle saber que sabía lo que quería. Entonces sonrió al bebé, que estaba luchando en brazos de su madre para que esta lo soltara.

–¿Vienes conmigo, caballero?

Entusiasmado, Ryan chilló y se echó hacia él. Fareed se fijó en sus movimientos para comenzar a evaluar su problema. Lo tomó en brazos con un cuidado extremo y miró la angelical cara del niño… lo que provocó que un escalofrío le recorriera el pecho.

Ya Ullah. Aquel pequeño desprendía la misma magia que su madre.

–No puedes morderle, ¿eh? –le dijo Rose a Ryan.

–¿Está tan claro que estoy asustado de tenerlo en brazos? –bromeó Fareed.

Rose volvió a reírse con ganas.

–La petrificada expresión de su cara me ha dejado claro que su experiencia en manejar diminutos seres humanos es inexistente.

–¿No tienes hijos? –le preguntó entonces Gwen a Fareed.

Él la miró y se dio cuenta de que parecía horrorizada de haber preguntado aquello.

Una intensa sensación de satisfacción lo embargó. Ella necesitaba conocer los detalles personales de su vida al igual que él había necesitado conocer los de ella.

Siempre había pensado que su vida no estaba destinada a formar una familia, que no tenía el deseo innato de ser padre. Y en aquel momento supo la verdadera razón por la que nunca se había planteado tener hijos; no había encontrado la mujer con la que quisiera tenerlos.

Pero al mirar a Gwen y sujetar en brazos a su hijo, deseó tenerlos.

–No –murmuró–. Pero tengo muchos sobrinos de mis hermanos y primos.

–Seguro que eres su tío favorito –aventuró ella, que parecía realmente aliviada.

–Me honras con ese comentario, pero su tío favorito es Jawad, uno de mis hermanos mayores. Le llamamos el «encantador de niños». A mi favor puedo decir que creo que no me detestan. He estado demasiado ocupado durante sus vidas como para crear ninguna relación seria con ellos. Tengo que admitir que cuando estoy a su alrededor me pregunto cómo pueden soportar sus padres las demandas y exigencias que imponen y seguir con sus vidas. Me planteo por qué tomaron la decisión de tenerlos.

–¿Por eso me has preguntado por qué he tenido a Ryan? –respondió Gwen con la picardía reflejada en los ojos–. ¿Porque piensas que tus sobrinos son unos alborotadores y ruidosos pequeños absorbentes de tiempo y que un adulto mentalmente sano solo puede tener un hijo si deja apartada la lógica y la cautela?

–Relacionarme con niños nunca ha sido una de mis cualidades.

El único niño del que había disfrutado y al que le había gustado cuidar había sido Hesham. Pero él solo había sido ocho años mayor que su hermano. En realidad, no había tenido ninguna experiencia relevante con niños aparte de las que tenía en su esfera profesional.

Ella hizo un gesto para indicarle lo bien que manejaba a Ryan.

–Pues si nunca ha sido una de tus cualidades, eres capaz de adquirirla rápidamente.

Fareed sintió entonces como si siempre hubiera tenido en brazos al pequeño. Al observar la angustia que repentinamente reflejó la cara de Gwen, recordó la razón por la que esta estaba allí: la enfermedad de su hijo.

Levantó la cara del niño con un dedo y comprobó que tenía el mismo hoyuelo en la barbilla que su madre.

–Para que yo no parezca una completa marioneta, Ryan, ¿por qué no fingimos que tengo algo de poder? –bromeó, ya que el pequeño había estado inspeccionándole la camisa y la cabeza–. ¿Qué te parece si ahora te examino yo a ti?

–¿Qué os parece si os dejo con vuestro nuevo juego y voy a comer algo? –sugirió Rose para darles intimidad.

Fareed tomó el teléfono móvil y llamó a Emad. este apareció en el despacho en cuestión de segundos.

–Por favor, ¿podrías acompañar a Rose a comer? –le pidió al asistente–. Llévala a algún lugar donde sirvan una comida mejor que la terrible que nos has traído del restaurante del hospital.

Esperó que Emad obedeciera con su decoro habitual; nunca mostraba si le gustaba o no lo que le habían mandado. Pero, por increíble que pareciera, tras asentir con la cabeza ante él se giró hacia Rose con un gran interés reflejado en la mirada. Parecía casi entusiasmado. Tras el fallecimiento de su esposa nunca había vuelto a verlo de aquella manera.

La sociable Rose miró a Emad fijamente y le murmuró algo a Gwen que todos oyeron.

–Qué cosas tan increíbles les llegan a las personas que esperan, ¿verdad, cariño? –dijo. Sin esperar a la reacción de Gwen, se dirigió a Fareed–. Ha sido un placer conocerlo, Sheikh Aal Zaafer. Cuide de mis dos encantos.

–Por favor, llámame Fareed –respondió él, inclinando la cabeza–. Nos veremos de nuevo.

La niñera le dirigió una amplia sonrisa, le dio un cariñoso apretón de manos a Gwen, acarició la mejilla de Ryan y le dio una palmadita a Fareed en la cara. A continuación se giró hacia Emad.

–¿Nos marchamos, señor Caballero Oscuro?

El asistente se quedó boquiabierto; no podía creer que aquella mujer le hubiera dado una palmadita en la cara a su príncipe. ¡Y que le hubiera llamado eso a él!

–Desde luego, señora Maher –concedió, ofreciéndole el brazo.

–No puedes pensar en un mote para mí, ¿verdad? –dijo ella, sonriendo a Emad–. Pero tenemos tiempo. Se te ocurrirá algo.

Antes de que la puerta se cerrara tras ellos, Fareed oyó que el asistente contestaba a Rose.

–No necesito tiempo, señora Rosa Salvaje.

Negó con la cabeza y miró a Ryan, que estaba tocándole su barba de tres días.

–¿Puedes creértelo, Ryan? ¡Emad bromeando! Parece que tu familia tiene el poder de cambiar las reglas de la naturaleza.

El pequeñín gritó como si estuviera de acuerdo y él miró a Gwen. Le ofreció una mano.

Ella se quedó mirándola durante largo rato mientras se mordía el labio inferior.

Antes de que Fareed se rindiera y le tomara él mismo la mano, Gwen se la dio a él… que tuvo que contenerse para no gemir y abrazarla estrechamente contra su pecho.

–Ahora vamos a examinar a Ryan, Gwen.

A Gwen le dio un vuelco el corazón al sentir la mano de Fareed sobre la suya. Pero era su culpa. Le había dado la mano cuando lo que debía haber hecho debía haber sido mostrarle que solo permitiría una interacción formal entre ambos.

Pero no había sido capaz de contenerse.

Él estaba ofreciéndole lo que había estado anhelando; apoyo y fuerza. Y no había podido resistirse ante ello.

Fareed los guió al extremo opuesto de la sala, detrás de una mampara de cristal. Allí había una estancia completamente equipada para examinar a los pacientes.

–Gwen… ¿sabes que te debo mucho? Numerosos de los resultados médicos más positivos que he obtenido se han debido a que durante años he utilizado como terapia postoperatoria la droga que descubriste.

Boquiabierta, ella sintió como le daba un vuelco el corazón con una mezcla de orgullo e incredulidad.

–No… no sabía…

–Pues ahora ya lo sabes –dijo él, dirigiéndole una de sus arrebatadoras sonrisas–. Y aunque me estoy impacientando debido a lo despacio que estás desarrollando la droga que reducirá tumores antes de la cirugía, te perdono, ya que la primera droga ha sido todo un éxito –añadió sin poder ocultar el deseo que reflejaban sus ojos, deseo que dejó claro que quería estar con ella…

Pero Gwen se dijo a sí misma que Fareed Aal Zaafer estaba fuera de su alcance, no debía pensar en tener nada serio con él…

–¿Qué te parece este juego? Es súper fácil y muy divertido –comentó entonces Fareed, dirigiéndose a Ryan.

Colocó al pequeñín en la mesa de exámenes y le dio un martillo cóncavo y una linterna de bolsillo para que jugara. A continuación encendió algunos equipos y tomó varios instrumentos mientras le explicaba al niño cómo se llamaban y para qué servían.

A ella le conmovió que le estuviera explicando todo aquello a un pequeñín de diez meses; dejaba claro el gran respeto que tenía por sus pacientes.

–¿No vas a llamar a tus asistentes? –preguntó cuando Fareed se acercó de nuevo al niño.

–¿Crees que no puedo examinar yo solo a un pillín que coopera tanto? –respondió él con la picardía reflejada en la mirada.

–En realidad, me preocupa que esto sea la calma que precede a la tormenta. Cuando hemos estado anteriormente en médicos, Ryan siempre ha actuado como si estos lo hubieran torturado.

–Pero no me harás eso a mí, ¿verdad que no? –le dijo entonces Fareed al pequeño–. No voy a hacer que te esfuerces tanto que termines llorando. Puedes incluso ayudarme y sujetarme algunos instrumentos, así como probarlos y saborearlos. Entre ambos haremos que esto sea un juego estupendo, Ryan.

Tras sonreírle el niño, se movió para comenzar a examinarlo. Gwen se movió a su vez y ambos chocaron. Él la agarró por los hombros para que no perdiera el equilibrio.

–Voy… voy a desnudarlo –dijo ella.

Fareed le dio un pequeño apretón a modo de ánimo y se giró hacia Ryan.

–Creo que a Ryan le gustaría que yo hiciera los honores, ¿no es así?

El niño emitió un gritito de alegría.

Gwen se echó entonces para atrás y observó como Fareed le quitaba la ropita a su hijo con mucho cuidado. Lo hizo con gran destreza, aunque estaba claro que jamás lo había hecho antes. En vez de resistirse como normalmente hacía, Ryan permitió que su nuevo amigo hiciera su trabajo hasta dejarle en pañales. Incluso colaboró con él en la tarea.

–Ahora vamos a empezar el juego –comentó Fareed.

Fascinada, ella se fijó en la manera en la que él examinaba los músculos del niño con sus bellas y fuertes manos; hizo reír a Ryan en numerosas ocasiones al hacerle cosquillas. A continuación monitorizó las contracciones de sus músculos, así como sus conducciones nerviosas. Para ello le pidió al pequeño que le ayudara a colocarle sobre el cuerpo unas ventosas.

Ryan parecía fascinado y estaba completamente centrado en Fareed.

A ella no debía sorprenderle ya que la aterciopelada voz del cirujano le hacía olvidar que existía un mundo exterior, un pasado o un futuro…

Se reprendió a sí misma al darse cuenta de lo que estaba pensando. Lo que debía hacer era escapar de allí en cuanto aquel examen terminara y olvidar que había vuelto a ver a Fareed.

Solo había recurrido a él como último recurso y había esperado pasar inadvertida entre sus numerosos pacientes. ¡Pero había terminado obteniendo su atención completa!

–Ahora veré los documentos médicos que has traído contigo –dijo Fareed tras terminar de examinar y vestir al niño.

Gwen se apresuró a tomar el maletín donde los tenía guardados, pero él la detuvo y se encargó de ello. Miró brevemente las radiografías y resonancias magnéticas, dejó a un lado los informes sin leerlos y volvió a meterlo todo en el maletín. Entonces se giró hacia Ryan, que estaba exigiendo ser tomado en brazos… por él.

–¿Cómo lo has pasado, eh? Te has divertido como te prometí, ¿verdad? –le preguntó al pequeño al tomarlo en brazos.

Ryan pareció contestar afirmativamente al armar un leve jolgorio.

–¿Pero sabes una cosa? –continuó Fareed–. Lo hemos pasado tan bien juntos y ni siquiera me he presentado. Me llamo Fareed –añadió, señalándose a sí mismo y repitiendo su nombre varias veces.

–Aa… eed –dijo Ryan triunfalmente con un intenso brillo reflejado en los ojos.

–Ma azkaak men subbi! –exclamó Fareed–. ¡Qué niño más inteligente eres!

El pequeño pareció encantado ante aquel cumplido y continuó diciendo Aa… eed una y otra vez.

–Más tarde trabajaremos con las letras f y r –bromeó Fareed, riéndose–. Seguro que en un par de meses logras decirlo bien, siendo como eres un niño tan inteligente… al igual que tu madre.

Gwen se sintió tan aturdida que pensó que iba a desmayarse otra vez.

Cualquier cosa que hacía él, cada movimiento y mirada, provocaba que se sintiera invadida por un tumulto erótico.

No sabía qué le ocurría, no sabía qué tenía Fareed que la convertía en alguien que no conocía, alguien que no podía terminar un pensamiento sin que este se convirtiera en algo… lujurioso.

Al regresar al despacho, él puso a Ryan en el suelo y le dio todos los objetos seguros con los que podía jugar. Pero el pequeño dejó claro que quería dormir. Ella tomó una mantita de la bolsa que Rose había dejado en la sala. Fareed la agarró y la colocó delante del sofá. Ryan se tumbó sobre ella y se quedó profundamente dormido.

–Háblame de Ryan, Gwen –pidió Fareed una vez que ambos se hubieron sentado en el sofá.

Ella asintió con la cabeza y le contó de manera exhaustiva los acontecimientos que se habían desarrollado en la vida de su hijo, tanto antes como después de nacer. Él lo anotó todo en un ordenador portátil que había tomado del escritorio.

–Sabes que tiene espina bífida oculta, ¿verdad? –dijo finalmente, girándose para mirarla.

Gwen sintió un gran dolor en lo más profundo del corazón. Lo había sabido, pero había tenido la esperanza de que él no lo confirmara. Las lágrimas empañaron su mirada.

–Como investigadora de drogas que afectan al sistema nervioso, conocía los aspectos básicos de la enfermedad –respondió.