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Pablo, un joven de origen humilde, ha sido perseguido por voces desde su infancia. Lo que al principio parece ser fruto de su imaginación, pronto se convierte en encuentros aterradores con entidades sobrenaturales que exigen que cuente su historia. Pablo, con la inocencia de sus cortos años, accede, sin saber que con cada página escrita se aproxima a vivir un verdadero infierno. El joven buscará desentrañar el misterio que se oculta detrás de ese involuntario pacto para intentar recuperar su vida, aunque para ello deba enfrentarse a lo desconocido o, incluso, a él mismo.
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Seitenzahl: 305
Veröffentlichungsjahr: 2024
PABLO DANIEL SELTZER
Seltzer, Pablo Daniel La tinta maldita / Pablo Daniel Seltzer. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5161-0
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Introducción:
Capítulo 1 “Pesadilla”
“Pesadilla”
Capítulo 2 “vértice”
“Vértice”
Capítulo 3 “La higuera”
“La higuera”
Capítulo 4 “El orzuelo de mi tercer ojo”
“El orzuelo de mi tercer ojo”
Capítulo 5: “Casandra”
“Casandra”
Capítulo 6: “El triste vaivén”
El triste vaivén
Capítulo 7 “Recuerdos fantasmales”
“Recuerdos fantasmales”
Capitulo 8 (Las criptas del flagelo)
“Las criptas del flagelo”
Capitulo 9 (un poeta maldito)
“Un poeta maldito”
Capitulo 10 “La vela”
“La vela”
Capitulo 11 “Asesíname”
“Asesíname”
Capitulo 12 “Vestido manchado”
“vestido manchado”
Capitulo 13 “Lamento de un hombre lobo”
“Lamento de un hombre lobo”
Capítulo 14 “Bruja”
Bruja…
Capítulo final “La Cigana”
“La Cigana”
(NOTA FINAL)
Pablo Seltzer es un autor argentino apasionado por la literatura desde una temprana edad. Su amor por las palabras lo llevó a convertirse en escritor, poeta, novelista y cuentista, con un talento especial para la literatura infantil y juvenil. Su obra “Némesis y el medallón mágico” ha sido aclamada por críticos y lectores por igual, convirtiéndose en un referente en el género. Sus cuentos, como "La franela", "19 años y 364 días”, “Los siete libros de la perdición” y “Carta al tiempo”, han sido publicados en diferentes antologías, destacándose por su originalidad y estilo único. Nacido en Los Polvorines, provincia de Buenos Aires, Argentina, Pablo ha encontrado en su entorno y en su historia personal la inspiración para crear historias inolvidables. Su profunda conexión con su tierra se refleja en la pasión que transmite a través de sus escritos. Además de su prolífica carrera como escritor, Pablo Berkell es un apasionado defensor de la literatura como medio de expresión y de conexión entre las personas. A través de su obra, busca transmitir valores universales y emociones profundas que resuenen en el corazón de sus lectores. Con una pluma afilada y una imaginación desbordante, Pablo Seltzer continúa escribiendo nuevas historias que cautivan a jóvenes y adultos por igual. Su legado literario perdurará en el tiempo, inspirando a futuras generaciones de lectores y escritores.
Cualquiera que haya empezado a escribir o escriba, habrá sentido voces en la cabeza, pues es normal que esas voces (unos les dicen la voz interior, otros sólo inspiración), bueno, sea como sea, es normal que esa voz o voces te dicten lo que debes escribir, de algún lado provienen todas esas historias sorprendentes que alguna vez habrán leído, ¿imaginación del escritor..?, tal vez, siempre lo pensé así, siempre leí y escuché que así era, pero mi historia es muy diferente, o igual a la de todos, solo que yo estoy dispuesto a contarla.
Todo empezó cuando solo tenía ocho años, provengo de una familia muy pobre y en la pobreza no se duda un segundo cuando se debe decidir entre comprar un libro, (en aquél tiempo era el boom de los cómics), o un kilo de pan, no sé dudaba, se compraba el pan, cuando se podía, porque tampoco era algo que pueda alardear de que siempre y a diario lo vi en mi mesa, pero eso fue así desde que aprendí a retener cosas en mi memoria, o sea mucho antes de mis ocho años a los que aquí hago referencia, pero ¿por qué entonces decidí contar esta historia desde ese punto de mi vida y no desde alguno anterior…?, Porque fue en ese tiempo que aquella voz empezó a sonar en mi mente.
Lo recuerdo como si fuera hoy, estaba recostado, creo que aquél día no hubo pan, para disimular el hambre, los que lo padecimos en algún momento o los que lo padecen sabrán de que hablo, que para disimular dormimos más que cualquier otro niño, las energías no son las mismas, los ánimos no son los mismos, a veces sólo continuamos en la cama aunque el sueño ya se haya levantado, los padres salen igual a buscar de donde sea, nosotros esperamos a que ese donde sea haya sido.
Ese día me encontraba observando el techo, muy poca gente poseía un televisor en aquél tiempo, nosotros no estábamos entre ese grupo de gente, por lo tanto el silencio en mi casa era absoluto; en aquel invasivo mutismo que me rodeaba, en ese estado de profunda soledad, sin nada para entretenerme y con la panza vacía, no parecía haber alguna cosa que fuera capaz de activar mi cuerpo, ¿qué otra cosa podía hacer que no fuera mirar el techo…?, me quedé concentrado en el primer punto que alcanzó mi mirada, sin ningún pensamiento concreto de lo que estaba mirando, fue ahí que por primera vez escuché esa voz.
— ¡Quiero que él cuente mi historia! —dijo como hablando con alguien.
Me asusté, ¿Recuerdan que les dije que estaba sólo…?, ¡Estaba sólo..!, y televisor no tenía, había una radio, eso sí, pero esta se encontraba en la habitación de mis padres, sin embargo podría haber jurado que a aquella voz la había sentido tan cerca, que no me convencía que se tratara del sonido de aquella radio; por suerte fue en pleno día, no quiero ni pensar como me hubiese puesto con algo así en compañía de la oscuridad.
Mi cuarto daba al patio trasero, gracias a Dios, había una ventana que dejaba entrar el sol, no hay nada mejor que la claridad del día para contenerte cuando algo te asusta, y créanme que aquella voz había logrado atemorizarme. Temí que una mano se asomaría por debajo de mi cama para arrastrarme, o que una sombra se desprendería del vértice de la pared para llevarme, nada de eso pasó, y aquella voz no volvió a sonar por ese día, digo por ese día, porque la mañana siguiente y en las mismas condiciones que el que lo precedió (aunque en esta oportunidad sí había pan, lo que me dio la certeza que el evento del día anterior no fue producto del hambre que me hacía delirar), porque en este nuevo día y habiendo desayunado, la voz, era la misma estoy seguro, la voz aquella volvió a pronunciar:
— ¡Quiero que él cuente mi historia!
— ¡Qué sabe él de contar historias! —esta vez alguien le respondió.
ya se imaginarán si con una voz el día anterior quedé mirando debajo de la cama, con dos no me quedó otra que salir de la casa.
Ese día de pronto preferí estar afuera y no volví a entrar hasta que llegó mi madre de su trabajo, ella trabajaba dos o tres días a la semana limpiando casas, mi padre hacía changas, aunque no las hiciera siempre llegaba más tarde, porque había días que solo caminaba horas y horas para buscar un empleo, o llamando casa por casa ofreciendo sus conocimientos de albañilería, jardinería, gasista y electricista…todos títulos que se dio el mismo, y que aprendió mirando o ayudando a mi abuelo, de hecho la casa donde me crie y donde pasó parte de esto que relato la edificó íntegramente él, con la ayuda de mi madre, pero no quiero desviarme de lo que les intento contar, por lo tanto vuelvo a esa voz, o mejor dicho voces, porque ya no era una, sino dos las que sonaban en la soledad de mi casa, que por suerte luego de aquél segundo día dejaron de sonar por un tiempo, yo mismo había dejado de pensar en eso, como ustedes bien sabrán cuando se deja de pensar también se comienza a olvidar.
Ya con el correr de los meses las cosas fueron mejorando un poco, mi padre había conseguido un empleo formal en una fábrica metalúrgica, por fortuna el pan no volvió a faltar en mi mesa, los libros sí, tampoco era demasiado lo que mi padre cobraba como para que además del sustento diario sirviera para costear los libros de la escuela, y para aumento de mis frustradas ilusiones, mucho menos iba a ser dirigido para un cómics, razón que me llevaba a seguir postergando mi afán de lectura.
Sin embargo aprendí a leer rápido, a los seis años ya leía de corrido, más debo confesar que nunca tuve el hábito de buen lector, lo poco que leía era en las clases de lengua y literatura, donde a pesar de haber aprendido a leer de forma precoz, jamás resalté del resto de mis compañeros, más bien todo lo contrario, era demasiado haragán para leer, aunque por alguna razón que escapa a mí entendimiento mi maestra Silvia parecía que me había tomado de punto, siempre era yo el primero al que hacia pasar al frente para leer a la clase, por mucho que me refugiara en los rincones más alejados del salón, de forma perenne e insoslayable me encontraba.
Me aburría mucho leer, lo admito, si a lo mejor la señorita Silvia me hubiera hecho leer cómics tal vez mi incursión a la lectura hubiera sido otra, pero nos hacía leer párrafos de libros de historia, más les podría jurar que de todas formas cada vez que pasaba al frente era como sí yo no fuera yo, tomaba ese libro y lo leía como si aquél breve momento fuera mis cinco minutos de fama, y como si mis compañeros de clase fueran mi más destacado público, aunque en vez de ganarme los aplausos de éstos, lo que me fui ganando con el correr del tiempo eran enemigos, no sé porqué, pero el querer aprender no era bien visto, los más renombrados de la escuela eran aquellos que hacían los mejores artilugios para no estudiar, a la larga o a la corta terminé siendo como ellos, pero por desgracia sin su popularidad.
Mis cuadernos eran los más incompletos, mi lectura, esa que la señorita Silvia halagaba, pasó de básica a decadente, ni hablar de mí gramática, sintaxis y ortografía, ¡Un horror!, como decía mi maestra, pero a Dios gracias mis padres no eran de mirar mis cuadernos, tal vez de haberlo hecho tampoco habrían notado la diferencia, ellos no tuvieron la oportunidad de terminar la escuela y sabían lo que yo sabía, o un poco más y hasta ahí.
La verdad cuando hoy lo pienso no sé cómo pasé de grado, pero pasé, sabiendo casi nada, pero pasé, hasta aquellos que se hicieron populares por no estudiar sabían más que yo, ¿cómo..?, no sé, misterios de la vida, o no, dicen que aquellos niños que tienen una buena alimentación son más proclives al aprendizaje, no era mi caso, la metalúrgica dónde mi padre trabajaba había quebrado y volvimos a comer salteado, todavía puedo recordar cómo me veía, era un mondadientes deshilachado como me decía mi padre, las ropas me colgaban por todos lados, no era solo por mi flacura, muchas de aquellas prendas provenían de donaciones que retirábamos de una iglesia, si me quedaban, bien, sino mi madre le hacía cualquier injerto para que me terminen quedando, era buena en la costura mi madre, una de sus patronas de esas a las que les limpiaba la casa lo sabía, como ésta poseía un taller de costura, la empleó para que manejara una “Singer 1932” ocho horas diarias, (pude conocer esa ametralladora de embaste, en una oportunidad que la acompañé a su trabajo), mi madre pasaba frente a esa máquina como dije ocho horas diarias, que se acoplaban a las dos o tres que limpiaba la casa de su jefa, esa sumatoria de dedicación al trabajo hacía que no estuviera en el hogar en casi todo el día, mi padre volvió a las changas, y a caminar bajo el sol horas y horas para conseguirlas, yo volví a quedar sólo, en esa soledad la voz volvió, esa voz que había venido dos veces antes, esa voz que ya no recordaba y que volví a recordar cuando cuál si fuera un despertador de mi memoria dormida la oí decir.
—Quiero que escribas mi historia.
Esta vez me habló de forma directa a mí, ya no debatía con alguien más, al menos eso era lo que a mí me pareció, pero que no le di importancia, ya tenía nueve años, no me iba a dejar asustar como cuando solo tenía ocho, ya era grande como para asustarme, por lo que caminé de mi habitación, me senté en la sala, abrí la puerta principal para distraer la vista con la gente que pasaba por la calle, intentando así dejar atrás ese tópico de fantasía que volvía a repetir mi mente, Pero entonces esa voz volvió a decir.
—Hey tú, ¿No oíste…! Quiero que escribas mi historia —repitió con tono arrogante.
Me paré de un salto y salí de la casa, fui hasta lo de mi vecino, lo llamé a gritos desesperados ¡DON ALFREDO, DON ALFREDO! — (así se llamaba mi vecino, un viejo solitario, pero siempre atento a las necesidades de todos los habitantes del barrio).
— ¿Qué pasó Pablito…! —preguntó asomándose a la ventana.
—¡En mi casa entró alguien! —le dije atormentado.
Don Alfredo no lo dudó y al segundo salió de su casa, cargando un enorme cuchillo de cocina me acompañó a la mía, entramos, él iba por delante, yo me refugiaba detrás de su cuerpo, agarrado de su cintura como trencito, mientras espiaba por debajo del brazo que cargaba el facón, en la sala no había nadie, entonces con mi diminuto cuerpo pegado a su espalda como siamés, el viejo procedió a la requisa de las dos habitaciones, la cocina y al baño, siempre sosteniendo ese gran utensilio de corte esgrimido en su puño, buscó en cada lugar donde alguien podía esconderse, el viejo era muy valiente, yo detrás de él me sentía protegido, sabía que de asomarse alguien lo hubiera cortado como un papel, pero nadie salió, porque nadie había, el viejo aunque no hayamos encontrado al intruso jamás dudó de mí, creyó lo que yo también creí, que ese que había entrado a mi casa aprovechó para escapar cuando yo salí a buscar ayuda, lo bien que hizo (pensé en ese momento) porque si no se iba lo hubiera pasado muy mal con el viejo Alfredo.
No vayan a pensar que con mis nueve años era un niño temeroso, porque no era así, pero intentaba ser precavido, es que esa casa me empezaba a poner nervioso, esas voces me volvían intranquilo, teniendo en cuenta que aquellos visitantes misteriosos aprovechaban a venir cuando me veían solo, intentaba no hacer abuso de la soledad.
Me propuse permanecer en el interior de aquella casa el menor tiempo posible si alguien no estaba conmigo, haciéndome el dormido espiaba con un ojo la salida de mis padres, detrás de ellos salía yo, caminaba hasta la panadería donde me gustaba ver esa gente manipulando la masa, los espiaba por una rendija en la pared, una que otra vez mi curiosidad recibió una dulce recompensa, me apenaba que los trabajadores de ese lugar pensaran que solo pasaba por allí a mendigar, por lo que evitaba transformar en rutina esas visitas, había veces que solo prefería sentarme en la parada de colectivos a perseguir autos con la mirada, cualquier cosa era buena antes que tener que quedarme sólo en esa vivienda, incluso sentarme en esa parada sin otra cosa que hacer que dejar pasar el tiempo, mucha gente que transitaba por allí me saludaban, la verdad no sé ni quienes eran, pero cuando uno está solo cualquier desconocido es una voz amiga.
Hubo días que no era tan simple huir de aquellas paredes, me acuerdo que a las dos semanas de haber tomado la calle como método que empleaba para escapar de eso que parecía visitarme cuando me veía solo, un temporal se había decidido a custodiarme sellando de inmensos muros de agua todo el rededor de mi terreno, como para evitar que saliera más allá de esas cuatro paredes sin revoque, de las que muy a menudo escapaba, pero que aún así seguía siendo mi sagrado refugio, podía ver por la ventana de mi cuarto como el agua no dejaba de caer, para ser sincero ni siquiera tenía que ver por la ventana para darme cuenta de eso, el repiqueteo de las gruesas gotas zapateaban sobre el techo de chapa, algunos de aquellos cristales de agua se habrían paso por los agujeros de los clavos para dejarse ver; el glup glup de cada gota que se soltaba del techo como clavadista olímpico hacia la pequeña piscina de agua que ellas mismas formaban me irritaba, pero cualquier ruido, juro que cualquier sonido por más irritante que fuera me hacía compañía, miraba esos goteros que al principio me sacaban de quicio, esos mismos después de un tiempo me calmaban, me adormecían, podría comparar ese ruido como el “tic-tac” que al principio molesta, luego colabora con el sueño mismo; en aquél entonces reloj no tenía y ya había aprendido que sonido tiene el tiempo, es extraño, en aquél momento no lo había notado, porque como les dije no había reloj en la casa, pero ahora lo veo con claridad, las gotas sonaban como el tic-tac del segundero, el segundero como el tic-tac del corazón, asumo entonces que todo es tiempo, todo es sonido.
El silencio puede significar que se detuvo el tiempo, que paró la lluvia, o que acabó la vida, no obstante cuando volví a oír el gran estruendo del silencio, solo podía ser por un motivo, suponiendo que aún estaba vivo, (al menos mi corazón seguía latiendo), sabiendo que reloj no tenía, supuse de inmediato que ese silencio respondía a qué había acabado la lluvia, igual hasta ahí no me había dado cuenta, porque sin siquiera notarlo me había quedado dormido, no en un sueño profundo de esos que entras cuando el cansancio te lo manda, había dormido bien toda la noche, este sueño era más bien en el que caes mirando un péndulo, en la hipnosis de la inercia, en la somnolencia, ahí, a medio camino de dormir o estar despierto, en esa línea media se siente el ruido y se siente el silencio, yo volví a sentir el silencio, pero no por mucho.
Con los ojos cerrados y con los oídos abiertos empecé a escuchar pequeños golpecitos en la ventana, como si fueran diminutas piedras arrojadas con suavidad contra el vidrio, pero que extrañamente parecían ser lanzadas desde adentro mismo de mi cuarto, no sé porqué lo entendí así, porque no sé cómo sonaría desde afuera, pero sin embargo podría haber jurado que era de adentro hacia afuera y no al revés, es que no terminaba solo en esos golpecitos, tenía la leve impresión que alguien me observaba, moría de miedo, no quería ni mirar, sin abrir los ojos cambié mi posición, pasé de estar boca arriba a estar de costado, para quedar de frente a la ventana y de espaldas a lo que quisiera que sea que estaba ahí.
Cambiar mi posición en la cama no me hizo cambiar la percepción de creerme acompañado, seguí sintiendo esa mirada acechante, abrí los ojos apuntando mi vista al ventanal que dejó de emitir ese piqueteo, me puse a ver a través de los cristales que todavía lloraban las lágrimas que les había plantado la lluvia, aunque afuera seguía nublado la claridad del día se escabullía por la lobreguez de las nubes para no permitir que su oscuridad abrace mi casa.
Quise transmitirme un poco de calma, entonces pensé, si de verdad hubiera habido alguien ahí observándome ya me hubiera atacado, ¡Le di la espalda!, Solo eran cosas mías— pero igual me costaba girar a mirar para comprobar cuáles de mis pensamientos eran los correctos, si el que me quería asustar, o el que razonaba diciendo que en verdad estaba solo, decidí sacarme la duda por mí mismo, la única forma que tenía de hacerlo era mirando hacia donde no quería mirar, pero concordé conmigo mismo evitar girar en un solo movimiento, para hacerlo de forma paulatina, primero tomé mi primer posición “boca arriba” en esa nueva postura intentaba mirar de reojo, mucho panorama no alcanzaba, sin embargo me había parecido haber visto una figura, más no lo podía asegurar, la iluminación no era la mejor, la poca claridad que entraba por la ventana pintaba sombras en las paredes; no obstante mi razón demandaba actuar con suma prudencia, intenté disimular mi estado de alarma, abrí la boca como un hipopótamo fingiendo un bostezo con sonido y todo, ( hasta el día de hoy no sé porqué lo fingí, tal vez como diciendo, “mira que si hay alguien ahí su presencia no me inquieta”, cosas de niño, creo).
Tras ese breve bosquejo actoral, giré de espaldas a la ventana y de frente a la puerta de salida, no había imaginado nada, alguien me miraba parado contra la pared, a unos metros de esa abertura que debía cruzar para salir de mi habitación.
Ese ser que me miraba medía como dos metros, vestía con un pantalón negro, un sobretodo negro y un sombrero del mismo color, jamás pude distinguir su rostro, sí sus ojos, eran rojos y me miraban fijamente, dudé en lo que debía hacer, si intentar abrir la ventana y salir por ahí, o buscar la puerta, cualquiera de las dos opciones terminaba siendo lo mismo, el sujeto estaba a la misma distancia de la puerta que de mi cama, dos segundos tardé en tomar la decisión, no quise volver a darle la espalda, entonces salté de mi cama, pasé por frente de él que solo me siguió con la vista en el más puro silencio en todo mi recorrido, no paré hasta tocar la calle, donde lo vi a mi padre al que no había reconocido, creo que ni yo me reconocía de lo aterrado que estaba, casi dejo a mi padre en el camino en medio de mi huida, desconociéndolo por completo para seguir corriendo, él me tomó del brazo cuando intenté esquivarlo, yo estaba en estado de shock, me zamarreó, cuando lo hizo comencé a gritar, largué un alarido que no pude seguir conteniendo, el mismo que al sentirse libre rebotó en mi garganta sacudiendo mis cuerdas vocales, para luego abrirse camino por el aire que expulsé en ese desahogo, aire que se transformó en sonido cuando al fin se liberó, para amplificarse como en un parlante…, solo pude silenciar ese sonoro grito después de un cachetazo propinado por mi padre, ese al que tuvo que recurrir como último recurso para hacerme volver en sí, es que ese grito alertó a los vecinos que comenzaban a estirar sus cuellos por las ventanas para enterarse de lo que estaba ocurriendo, algunos se acercaron, entre ellos don Alfredo, mi padre tuvo que aclarar a los intervinientes que mis gritos y aquel cachetazo lejos estaba de ser un caso de violencia familiar, aquellos lo entendieron cuando yo mismo les relaté el porqué de aquella escena, les dije que había alguien en mi cuarto, mi padre entró, el viejo Alfredo junto a él, yo en esa oportunidad me quedé fuera con el tumulto de curiosos que no dejaban de entrevistarme sobre lo sucedido, yo contestaba cada cosa y un poco las exageraba inventando miles de peripecias que tuve que hacer para escapar con vida, el asombro con el que los vecinos retribuían mis palabras me hacían sumarle más escenas a mi relato, no obstante mi momento heroico finalizó muy rápido, cuando al cabo de unos minutos mi padre y don Alfredo volvieron de su fracasada búsqueda, sin noticias del misterioso hombre que me observaba en mi habitación.
Mi padre quedó en la puerta, don Alfredo salió y dijo a los observadores que no había nada de qué preocuparse, que en la casa no había nadie, cuando todos los chusmas se dispersaron me tocó dar explicaciones a mi padre, don Alfredo ya le había contado que esta era la segunda vez que yo intentaba llamar la atención.
Por más que procuré que mi padre me creyera sobre ese fantasma que visitaba nuestra casa, no hubo caso, prefirió creerle al viejo Alfredo, y pensar que todo se trataba de una necesidad de tenerlos atentos a mí, porque eso fue lo que quedó instalado no sólo en mi padre, sino en todo el barrio, desde ahí supe que ya no podría contar con el viejo Alfredo si aquél visitante decidía volver.
Desde ese día ya no pude dormir con la luz apagada, suponía que en cualquier momento aquél hombre volvería, ¿Qué era lo que quería conmigo?, Ya no creí que buscaba acabar con mi vida, porque si ese hubiera sido el fin que pretendía ya lo hubiera hecho, aunque mi madre quien se había enterado de lo sucedido por mi padre, me decía que eso que les dije ver, era producto de mi propia sugestión, que el miedo te hace ver cosas decía, jamás entendió que ese no era el orden en que a mí se me presentaron los hechos, fue al revés, primero vi las cosas, después tuve miedo, pero ni ella ni nadie jamás me creyó.
Hubo días que esperaba que ese ser volviera, lo retaba a que lo hiciera, convenciéndome a mí mismo de que ya no le temía, pero era inútil, si lo llamaba no aparecía, era como sí esperaba el momento adecuado para tomarme por sorpresa, me dejaba apaciguar, dejaba que vaya olvidando y cuando más desprevenido me encontraba ahí se manifestaba, como lo hizo pasado un mes de ese día que consiguió hacerme quedar como un mentiroso ante todos, cuando empezaba a creerle a mi madre que todo era producto de mi imaginación, (esperó a ese momento el muy truhan), esperó a verme totalmente desprevenido.
Ese día me encontraba en la cocina tomando mi desayuno, es posible que ese ser tan misterioso le encontró a aquél momento, un buen momento para volver a hacer muestra del poder que pretendía ejercer ante mí, escondido detrás del silencio de dónde siempre aparecía me volvió a hablar diciendo:
—Quiero que cuentes mi historia.
es mi imaginación, no le voy a dar importancia — luego me dije y tomé un sorbo de mi mate cocido.
—¡No hagas como qué no me oyes! —dijo esta vez con tono de enojo.
—No te estoy oyendo, solo existes en mi mente —dije en voz alta simulando una sonrisa, mientras volcaba un poco del líquido de mi taza que soportaba los temblores de mi mano.
—¡¡¡CUENTA MI HISTORIA!!! —gritó he hizo volar un cenicero frente a mis ojos.
Tenía los ojos abiertos, juro que se abrieron más hasta ocupar gran parte de mi rostro, los vellos de mi brazo se erizaron, me congelé, era pleno verano y me congelé, la taza ya no aguantó el terremoto de mi cuerpo, cayó al suelo y se hizo añicos, no sabía qué hacer, el viejo Alfredo ya no era el que iba a venir a mi rescate, ya no me hubiera creído, mis padres no me creían, pero por ningún motivo me iba a quedar ahí, crucé de la cocina a la sala de forma repentina y brusca como un estornudo, luego desaceleré la marcha, para en ese mismo instante salirme de la casa mostrando una tranquilidad que no tenía; cualquiera que me hubiera visto lo habría notado, pero nadie cruzó su vista con mi paso.
Caminé dando vuelta la manzana, vi que en la calle trasera a mi casa alguien se estaba mudando, en una casa que desde algún tiempo atrás cuando iba a comprar el pan veía un letrero que decía “se alquila”, una mujer acompañada de un niño de mi edad bajaban cosas de un camión, les ofrecí mi ayuda, cualquier cosa era buena excusa para no estar en mi casa, la señora aceptó mi cooperación.
Ese día conocí a Miguel, quién desde entonces pasaría a ser mi único amigo. Pasaba más tiempo en casa de Miguel, que en la mía, doña Marga, la madre de Miguel, me trataba como a un hijo, se había encariñado conmigo, fui al primero que conoció en el barrio, siempre estuvo conforme de mis visitas, mis diarias y largas visitas, es que ella al igual que mis padres pasaba horas fuera de su casa, había quedado viuda de forma muy temprana y trabajaba muy duro para mantenerse y mantener a Miguel, al ser nueva en el barrio, que yo estuviera con su hijo la dejaba tranquila, sabiendo que nos hacíamos mutua compañía, yo dejé de refugiarme en la calle de ese temor que le había agarrado a la casa y empecé a escaparle a la soledad en lo de Miguel.
Recuerdo que era difícil aburrirse en la compañía de mi nuevo amigo, que digo nuevo, para decir que algo es nuevo debió existir algo anterior, así que corrijo, no era mi nuevo amigo, ¡era mi amigo!, el primero que conocí, el único que tenía, pasábamos horas hablando de todo un poco, sin embargo siempre evité contarle aquello que se escondía en mi casa, no sé porqué lo hice, tal vez pensé que si sabía de aquello iba dejar de ser mi amigo, iba a intentar alejarse para prevenir que eso que me perseguía no se ensañara con él también, o quizás no se lo dije porque no quería recordar eso que tanto me asustaba, había cosas más interesantes y divertidas para hablar; Miguel tenía juguetes, muchos y variados, algunos a los que solo yo había conocido a través de la vidriera de la juguetería, sin embargo lo que más me fascinó, era una colección de cinco cómics que Miguel cuidaba con recelo, a los que yo al primer segundo de verlos no pude conllevar las ganas de leer, los comencé a ojear sentado en la cama de Miguel, sin siquiera haberle pedido permiso a él. en una de esas tiras se presentaba “EL HOMBRE INVISIBLE”, Woow, dije para mí mismo, ese es el que anda por mi casa.
Miguel no quería verme leer, quería jugar a la pelota, yo quería saber más del hombre invisible, pero él, que era un prepotente y caprichoso cuando algo se le ponía en la cabeza no había forma de hacerlo cambiar, me arrebató la revista con brusquedad de mis manos y la arrojó del otro lado de la cama, yo lo miré intransigente, me levanté fastidiado y me fui de su casa.
Estaba tan dolido por no poder haber leído aquél cómic, que volví a mi casa olvidando que me había propuesto no estar allí si alguien no estaba conmigo, entré a la casa, me fui directo a mí cuarto, me dejé caer de espaldas a la cama, nuevamente a mirar ese techo que conocía de tramo a tramo, del que había aprendido incluso lo más superfluo de sus detalles, conocía cada clavo y cada herrumbre de sus cabezas, cada mancha de humedad de las chapas, cada agujero por dónde se colaba el agua, cada uno de los tirantes, cada astilla que de ellos sobresalía, todo conocía, tenía ese techo dibujado en mi memoria, pero en ese momento vi algo que hasta ese día nunca antes había visto, una mancha más grande formaba un rostro horrible justo por encima de mi cama, cerré y abrí los ojos dos o tres veces para ver si en algún momento cambiaba la perspectiva de lo que estaba viendo, pero no, esa forma siniestra estaba ahí y me observaba tanto como yo la observaba a ella, me estoy autosugestionando —pensé — palabra que aprendí de mi madre, y palabra que aprendió mi madre de esas mujeres que saben mucho para las que trabajaba, pero quisiera verlas usar esa palabra si fueran ellas las que miraban esa figura, o más aún, si esa figura les hubiera hablado como me habló a mí en el momento que dijo:
—En vano tratas de evitarme, seguiré viniendo una y otra vez hasta que hagas lo que te pido.
Aunque sentí el mismo miedo que las veces anteriores ya no quise salir corriendo como un cobarde, ya no tenía ganas ni rumbos a dónde ir, con la voz temblorosa le pregunté:
—¿Qué es lo que quieres…?
—Tan solo que cuentes mi historia —me dijo.
Yo podía ver como las quijadas de ese rostro dibujado en el techo se movían con cada palabra que pronunciaba.
—¿Qué historia, a quién se la debo contar…? —pregunté un poco más tranquilo.
—Mi historia, la verdadera historia de la vida y la muerte.
—¿Y a quién quieres que le cuente eso…?
—¡Al mundo…!
—¿Cómo voy hacer eso?, No conozco a nadie, Salvo a Miguel, mi maestra Silvia, el viejo Alfredo y a mis padres, esto es el mundo para mí —le dije.
—No te preocupes, yo voy a trazarte el camino, tú solo camina.
—No entiendo, caminar a dónde —no me respondió y se borró del techo, desde ese día cuando me animé a hablarle, también en ese momento dejé de temerle.
Sueña que sueña el niño,
Sueña sin necesidad,
La noche le hace un guiño,
Al dueño de la oscuridad,
Entra en su sueño profundo,
Muy sigiloso y audaz,
Con un olor nauseabundo,
Y con un hambre voraz.
Se alimenta de su miedo,.
Lo maneja como arcilla,.
Y lo arroja por el suelo,.
En medio de una pesadilla,.
El niño vive aturdido,.
Llora y no sabe despertar,.
La bestia lo tiene dormido,.
Para poderse alimentar.
No viene mami a dar calma,
Nadie escuchará su grito,
Las sombras tienen su alma,
Quieren hacerlo maldito,
El niño lucha en el sueño,
Lucha y no puede ganar,
Porque se ve muy pequeño
Para un demonio acabar.
La noche se hace tan larga,
La luz nadie la enciende,
Es demasiada la carga,
Para un niño que no entiende,
Que el miedo sólo lo humilla,
En ese sueño profundo,
Porque su peor pesadilla,
Fue nacer en este mundo.
Creí en ese entonces que la solución a aquél o aquellos visitantes se redujo en la seguridad con la que les había contestado, porque después de haberlo hecho dejé de sentirlos, creo que ese o esos seres se alimentaban de mi miedo, por eso cuando percibieron que ya no tenían el poder de hacerme huir dejé de ser un buen alimento para ellos, tal vez de haberlo entendido antes, mucho antes les hubiera respondido, pero hablar de soluciones cuando los acontecimientos ya pasaron es demasiado fácil, distinto es hallar respuestas cuando lo único que se asoma son preguntas, dudas y desconcierto.
Creyendo que todo había concluido, dejé atrás esos acontecimientos y nunca más volví a hablar del tema, hice caso a las sabias palabras de mi madre, y todo aquello quedó como dijo ella, en esa sugestión en la que yo mismo entraba cuando estaba solo, no es que no volví a estar solo, sino que aprendí a manejar mis miedos, como decía mi padre, “hay que temerle a los vivos no a los muertos” así fue que empecé a temerle a las personas reales, a las de carne y hueso, sobre todo…, “a los gitanos”, como para no tenerles miedo, creo que no se los había dicho, pero frente a mi casa del otro lado de la calle había un enorme descampado, en ese campo conocí por primera vez a los gitanos, conservo innata la imagen de ese día en que íbamos con mi madre a comprar una torta para celebrar mi cumpleaños número diez, cuando vimos que en aquél despejado terreno se estaban levantando varias carpas de campaña, mientras que a mí eso me dio curiosidad, a mi madre se la notó alterada, me tomó de la mano y me hizo caminar más rápido, mientras me demandaba entre dientes que ni siquiera me atreva a mirar hacia donde esa gente trabajaba.
— ¿Quiénes son, mamá…? —le pregunté.
—son gitanos — me dijo —esa gente se roba a los niños —luego agregó.
No me salió preguntarle nada más, no porque mi curiosidad haya terminado ahí, sino porque mis ojos ya se devoraban la torta que me esperaba en la panadería, porque no sé cómo, pero nos podía faltar el pan en muchas oportunidades, pero una torta en un cumpleaños, jamás.